CVII
—Entonces…, ¿cuándo vas a arreglar las cosas con Mike? —le pregunta Max mientras se desploma sobre su cama.
—No lo sé… —murmura Eleven, mirando a través de la ventana del cuarto de Max; afuera ya es de noche, y el movimiento es mínimo.
—Toda esta semana lo ignoraste, mientras que él te mira con ojos de cachorrito —le señala su amiga—. Al principio me parecía gracioso; ahora ya me causa lástima…
Eleven hace una mueca.
—Yo… no sé qué hacer.
Max pone los ojos en blanco.
—¿Quién lo habría sospechado? —pregunta de manera sardónica—. Y yo que pensé que huías de tu novio porque estabas aburrida…
Eleven baja la vista.
—Estoy… triste —confiesa.
—Pensé que estabas ridículamente feliz luego de que Henry sanara a Poe… —Eleven sonríe al instante—. Oh, Eleven…
—Y lo estoy —admite ella—. Poe… está sano. Pero todavía tengo este problema…
—¿Problema?
—No sé cómo me siento —confiesa.
Max se endereza de pronto, sus ojos azules brillando con una seriedad inusitada.
—Voy a necesitar que seas más específica.
—Yo… me siento mal.
—¿Porque Mike te dijo que lo que hiciste está mal?
Eleven frunce el ceño y sopesa sus palabras.
—No… Sé que tiene razón.
Max se muerde el labio inferior.
—Si no acabases de admitir que tiene razón, habría dicho que era por orgullo. Pero obviamente no es eso. ¿Qué, entonces? ¿Qué más te molesta?
Eleven hace un rictus.
—Yo… no sé.
—Hm. —Max reflexiona por un instante, y finalmente sugiere—: ¿Qué tal si vuelves a contarme lo que sucedió ese día? Pero detalle por detalle. Lo que viste, lo que pensaste. Todo.
Así lo hace Eleven.
Tras haber escuchado las mentiras de Angela de primera mano, Henry ha tomado una decisión: no puede seguir viviendo. Por mucho menos ha asesinado a su hermana; ¿qué podría decirse de un ser tan vil como esta muchacha?
Entonces, aprovechando que Eleven se ha quedado a dormir en lo de Max, Henry vuelve a citarse con ella.
Esta vez, él pasa a recogerla desde un parque cercano a su casa y la lleva fuera de la ciudad.
«No sea que Jane o alguno de sus amigos descubra que me estás contando sobre ella», es la excusa que le da. Si Angela tuviese dos dedos de frente, evitaría quedarse a solas con un extraño, en especial de noche.
Para su suerte, obviamente, sus hormonas sobrepasan cualquier sospecha o desconfianza: Henry se esfuerza por no leer su mente mientras conduce, no sea que alguna de las imágenes explícitas de él en su cabeza lo asquee tanto que termine perdiendo el control del vehículo.
Cuando finalmente llegan al centro comercial de la ciudad aledaña, pasean unos minutos antes de ir a sentarse en una de las mesas de un restaurante poco concurrido —pues cuantas menos memorias deba manipular luego, mejor—.
Henry ordena una ensalada César y se dispone a escuchar la habitual sarta de mentiras sobre Eleven.
—Y… eso fue lo que pasó —concluye Eleven tras narrar toda la historia, esta vez, sin la prisa infundida por encontrarse en medio de una clase.
Max se lo piensa un momento.
—Por lo que dices…, bueno, la verdad es que quiero romperle la cara a Mike —bufa, una mueca de fastidio desfigurando sus finas facciones.
Las palabras de su amiga la sorprenden.
—¿A… Mike?
La chica se encoge de hombros.
—Oh, también a Angela, pero ya hiciste eso, así que todo lo que queda es Mike, supongo.
Eleven ríe y se apresura a llevarse una mano a la boca.
—Está bien, es una perra, es sabido. —Max hace un gesto despreciativo con la mano—. Ahora, Mike…, ¿por qué mierda no estaba a tu lado en esa pista de patinaje?
—Uh, estaba intentando detener al… DJ y…
—¿Y lo logró?
—No…, pero lo intent…
—Hubiera intentado estar a tu lado, entonces. —Max no intenta disimular la indignación que colma su ser—. ¿Qué? ¿Acaso si lo lograba Angela y sus amigos se habrían detenido al advertir que la música había parado? ¿«Oh, no, chicos, ya no podemos ser una mierda con Jane, ya no tenemos banda sonora» o algo por el estilo? —Pone los ojos en blanco—. No le vendría mal una neurona extra a Mike.
Pese a que el tono en que lo dice es decididamente cómico, Eleven siente un nudo en la garganta ante cada palabra. No le sorprende que, para el final de su discurso, una lágrima se escape de sus ojos.
Esto asusta a su amiga.
—Mierda, Eleven, ¿qué hice? —La muchacha lleva sus manos a sus hombros, buscando su mirada—. ¿Estás bien…? No debí insultarlo, sé que lo quieres y…
—Sí —admite ella en un hilo de voz, haciendo un esfuerzo por mirar a su amiga a los ojos—. Lo quiero.
Max aprieta los labios y se apresura a disculparse:
—Lo siento, no quise…
—Y por eso —farfulla Eleven, sintiendo que algo se rompe dentro de ella y escapa a la superficie en forma de más lágrimas— es que me dolió tanto que no me defendiese.
