CXXIII
Cuando Eleven sale del probador y le enseña el vestido burbuja que se ha probado, Max arruga la nariz en un gesto de disgusto.
—Demasiadas motas: pareces una mariquita. —Y luego, como si fuese parte del mismo tema, pregunta—: ¿Cómo están las cosas entre tú y Henry?
Eleven le da la espalda y vuelve a esconderse tras la cortina del probador.
—Como siempre.
—Eso no puede ser cierto. —Y luego—: Pruébate el amarillo.
Piensa en cuál podría ser una respuesta satisfactoria mientras se desnuda.
—Estoy… intentando lidiar con la situación. Intento no pensar en ello, intento mantener mi distancia.
Max no le dice nada. Mientras se abotona el siguiente vestido —un camisero surcado por rayas negras y amarillas— Eleven piensa que debe estar tratando de ser paciente y respetuosa.
Una vez lista, abre la cortina y se lo enseña. Max se cruza de brazos.
—Demasiado amarillo.
Eleven suelta un suspiro.
Finalmente, Max y Eleven se retiran del centro comercial con sendas bolsas de compra bajo el brazo.
Puntual respecto de la hora pactada, afuera ya las espera Henry con el auto en marcha.
—Hola. ¿Encontraron lo que buscaban? —les pregunta con una sonrisa cordial.
Max responde sin dudar:
—Buenas, Señor Creel. Sí, claro: El estará más bonita que nunca.
Henry parece quedarse sin palabras ante tamaña declaración.
Eleven le lanza una mirada alarmada a su amiga, quien no hace más que ignorarla y avanzar hacia la puerta trasera del auto.
—Uhm, ¿no te hicimos esperar mucho? —le pregunta Eleven a Henry, ya sentada mientras se abrocha el cinturón.
—No, acabo de llegar —responde él, mirando al frente y retomando la marcha.
—¿Y tú? ¿Ya tienes un traje, señor Creel?
Eleven supone que es un tema de conversación inocente.
—Tengo un traje para ocasiones así, sí.
—Supongo que solo las chicas nos preocupamos tanto por nuestros atuendos, ¿verdad? —comenta Max más para sí que para ellos—. Lucas me dijo que ni él ni Dustin van a comprarse trajes nuevos. Tal vez Will sí lo haga, como es la boda de su mamá…
—¿Dustin Henderson también está invitado? —inquiere Henry, buscando sus ojos en el espejo retrovisor.
—Dustin, Mike, Eddie, Eleven, Lucas y yo —enumera su amiga—. Todos los amigos de Will estamos invitados.
—Bueno, la presencia de Mike Wheeler es un hecho. —Eleven lo conoce tan bien que nota la ligera tensión en su voz al pronunciar las palabras—. Por Eleven, quiero decir.
Silencio. Eleven gira apenas la cabeza, lo justo para alcanzar a ver a Max por el rabillo del ojo. Su amiga le lanza una mirada significativa, razón por la que ella se entromete en su cabeza para decirle:
No lo sabe.
Max inspira hondo y se acomoda en el asiento trasero como quien no quiere la cosa.
—Uhm, bueno, es el mejor amigo de Will: era un hecho que lo invitaría.
—Por supuesto.
La conversación cesa entonces, y Eleven no tiene de otra más que rogar para sus adentros que Henry no haya notado nada raro.
Si Henry sospecha algo, no lo dice.
Efectivamente, Henry posee un traje perfectamente aceptable para ocasiones así: lo que desea renovar es su camisa. Por ello, va el día siguiente a la tienda de ropa que suele frecuentar.
Afortunadamente, encuentra lo que busca en cuestión de minutos:
—Me llevaré esta, por favor.
—Ya mismo se lo preparo, señor, muchas gracias —responde la vendedora que lo ha atendido, sus ojos deteniéndose apenas un segundo más de lo considerado cortés en su rostro.
Está por dirigirse hacia la caja cuando escucha que lo llaman.
—¡SEÑOR HENRY!
No alcanza a girarse cuando siente algo —o mejor dicho, a alguien— chocar contra su pierna.
—¡Holly! Disculpe, señor Creel…
Cuando voltea, se encuentra con Nancy Wheeler, quien al instante lo saluda con una sonrisa apaciguadora. A su lado, Jonathan Byers le ofrece una inclinación de cabeza —gesto que Henry copia— para luego volver a ojear los trajes dispuestos en la sección de caballeros.
—Nancy. —Apenas pronuncia su nombre, recuerdos que no son suyos (pero se sienten decididamente reales) inundan su mente; sus músculos se tensan involuntariamente—. ¿Me imagino que están comprando ropa para la boda?
—Holly, suelta al señor Creel, por favor… —murmura Nancy con voz firme. Y luego levanta la vista hacia Henry para responder—: Sí, Jonathan necesita un saco nuevo. Es la boda de su madre: debe estar impecable —puntúa sus palabras enarcando sus cejas.
—Señor Henry, ¿tú también estás invitado? —interrumpe Holly, soltándolo al fin—. ¿Vas a comprarte un traje?
—Solo una camisa —aclara Henry con una sonrisa, agachándose para quedar a la altura de la niña—. ¿Y tú? ¿Estás de compras con Nancy y Jonathan?
—Solo porque mamá y papá están ocupados. —La niña suspira con un aire demasiado exagerado para ser natural; obviamente lo ha copiado de sus hermanos mayores o de algún adulto—. Yo no puedo ir a la boda: Nancy dice que es solo para adultos. Pero Mike no es adulto y va.
A Henry se le escapa una risita sin que pueda evitarlo: su lógica es correcta.
—Pero Mike es mayor —le recuerda Nancy con suavidad, colocando sus manos sobre los hombros de su hermana—. Cuando tú tengas su edad, también podrás asistir.
Y Holly, sin el menor reparo, se aparta de Nancy para verla a la cara al preguntar:
—Entonces, ¿podré asistir a tu boda con Jonathan?
Henry se cubre la boca y se fuerza a disimular su risa detrás de una tos falsa, mientras que Jonathan acerca la cabeza al traje que está examinando como si quisiese esconderse dentro.
Nancy, por su parte, mantiene su sonrisa impertérrita en el rostro.
—Uhm. Bueno, ya veremos… Mientras tanto, mejor dejamos al señor Creel hacer sus compras en paz, ¿sí?
Holly cabecea, resignada.
—Okay.
Henry se endereza y le da una palmadita en la cabeza con el fin de consolarla.
—Holly, necesito tu consejo —la llama entonces Jonathan—. ¿Cuál de estos sacos me quedará mejor?
—¡YA VOY! —exclama Holly a la vez que echa a correr hacia el joven, emocionada ante el prospecto de que le soliciten su opinión experta.
—Lo siento. —Nancy exhala un suspiro de alivio—. Tiene muchísima energía y es difícil controlarla cuando se le mete algo en la cabeza.
Henry aprovecha la oportunidad para examinar a la joven frente a sí, entonces: físicamente, esta Nancy luce igual a aquella que le disparó en los recuerdos del otro Henry.
Sin embargo, esta Nancy está aquí, su hermana menor notoriamente encariñada con él. Y ella no parece desaprobar de la noción —aparte, esto es, de temer que la pequeña lo esté importunando con sus travesuras—.
Y todo esto, al igual que tantas otras constantes en su vida, es el resultado de las decisiones que Eleven y él han tomado.
—No hay problema —contesta mientras se dispone a avanzar hacia la caja—. Nos vemos en la boda.
—¡Nos vemos! —repite Nancy, despidiéndose con un gesto de la mano y una sonrisa antes de volver junto a su novio y su hermana.
