Capítulo 5. Peor que el FBI.

Nota: A partir de este capítulo se comenzará a tocar esa fibra sensible que todos conocemos de Banana Fish. Por favor lean cuidadosamente.


Al final, el plan del escape hacia Chinatown no se llevó a cabo porque Aslan no se encontraba de humor para ello. O quizá lo había olvidado sin más.

Esa noche cuando Eiji se ausentó y una vez más se encontraba sumido en un sueño profundo, Aslan comenzó a soñar. Y era duro poder hacer de lado todas esas imágenes que le torturaban una y otra vez, era horrible, horrible, horrible. Y esos sueños eran incluso más terribles que las ensoñaciones alucinógenas que se suelen tener cuando la fiebre está a punto de volverse una causa mortal.

Había algo en especial que escuchaba y que odiaba en lo profundo del alma: una gotera. Una gota de agua que caía tras otra haciendo eco en una habitación fría y sin ninguna puerta para permitir que quien estuviese adentro pudiera salir, o quien estuviese afuera pudiera entrar. Y de repente, en esa habitación con aquel sonido repetitivo, Aslan se encontraba tumbado en una cama, o, mejor dicho, en su cama de cuando era niño. Y cuando estaba tumbado hacia arriba entre el edredón con sus ojitos cerrados, se sumaba un sonido más: el sonido de un click molesto que venía acompañado con un flash que traspasaba la oscuridad detrás sus párpados. Y de repente el colchón comenzaba a sumirse y lo que sentía no era ni agradable ni suave, sino asqueroso y doloroso. Y, sin embargo, seguía sin abrir sus ojos porque no quería ver aquello que le horrorizaba; aquello que se encimaba en él y lo hundía hasta quitarle el aliento tan solo para arrebatarle todo su ser, llevándose cada suspiro, cada lágrima, cada hilo de voz.
A veces se atrevía a abrir los ojos fugazmente y al verse rodeado de cámaras y miradas desconocidas y conocidas que le devoraban como a un pobre animal indefenso en garras de su depredador sentía en instinto de gritar y salir corriendo lejos, lejos, muy lejos…, pero su voz no salía de su garganta y sus brazos y piernas no respondían. Y, entonces, solo permanecía quieto sintiendo cada agarre sobre su frágil piel que pretendía arrancarle una parte de su inocencia.

El dolor era abismal y se sentía eterno. Pero, cuando todo había por fin acabado, se levantaba y caminaba hacia la puerta de la habitación, porque, sí, al final de todo aparecía mágicamente una maldita puerta para dejarle escapar cuando ya no hacía falta hacerlo. Y entonces al pasar frente al espejo de la pared veía su pobre cuerpo magullado todavía temblando por los espasmos provocados, sus cabellos revueltos, las lágrimas en sus ojos hinchados y sus mejillas sonrosadas. Entonces se daba cuenta de repente que había vuelto a tener 6 años.

Cuando el sueño terminó, Aslan se enderezó en su cama con el corazón agitado, sudando frío y con lágrimas amenazando con salir de sus órbitas. Cuando menos se dio cuenta ya se encontraba hiperventilando y todo lo que pudo hacer para calmarse un poco fue tomar el vaso con agua que estaba en su buró y bebió todo rápidamente, pero su corazón no se detenía. Escuchaba cada latido como un estruendoso tamborazo que le apuñalaba desde las entrañas.

Encendió la lámpara rápidamente y así en pijama como estaba con los pies descalzos y el pelo alborotado salió rápidamente de su alcoba y se metió sigilosamente entre la alcoba de Michael. Para su sorpresa, el pequeño estaba jugando videojuegos a escondidas en su consola portátil cuando claramente aquello podía ser una razón válida para ganarse un castigo por parte de Jessica.
¿Qué hora era? Las 3:00 am, según el reloj digital que estaba en la mesita de noche del niño. Aunque creía que recordar que Eiji apenas le había dejado hace poco, habían pasado unas cinco horas. «¿En serio dormí tanto?», se preguntó el rubio. Pero, su corazón no podía calmarse; sentía que justo como en su sueño sus piernas temblaban y un cosquilleo le recorrió el torso de la espalda. Para no asustar a Michael, intentó regular su respiración entrecortada.

—Oh, ¡As-Aslan! —exclamó Michael apagando de inmediato la consola y guardándola debajo de su almohada—. ¡Por favor no se lo digas a mamá! Si lo haces no me dejará comer papas fritas por todo un mes.

La voz del niño era de súplica. Aunque Aslan era un "buen hermano mayor" también tenía su lado responsable y no todo para él era cubrir los malos hábitos de Michael. Sin embargo, aquello no podía importarle menos en un momento como ese.
Cuando Michael vio la esbelta figura de Aslan todavía en el marco de la puerta sintió por instinto que algo no iba bien, y teniendo ya la experiencia suficiente como para comprender mínimamente qué le pasaba, le dijo:

—¿Otra vez tuviste una pesadilla?

Pero Aslan no dijo nada. Se cubrió la cara con una mano y se guardó sus palabras. Sentía que si decía algo entonces podría echarse a llorar y nunca en su vida había dejado que Michael le viera derramar lágrimas. Por ende, tampoco pensaba hacerlo en ese momento. Simplemente cerró la puerta detrás suyo y se acurrucó junto al pequeño para rodearle con un brazo y sumir su cara entre sus pijamas. Michael, todavía con la inocencia de un niño, pero con la inteligencia suficiente de un adulto, le rodeó con sus brazos y le acarició los cabellos con gentileza. No necesitó una respuesta de Aslan para saber que sus sueños le torturaban, aunque, muy seguido se preguntaba a qué clase de cosas podría tenerle miedo un adulto.
Terminó por arroparlo bien y le palpó la espalda justo como su madre solía hacer con él cuando soñaba que había algún fantasma debajo de su cama.

—Todo está bien, Aslan. Tranquilo. Puedes quedarte a dormir aquí conmigo.
—Perdón por molestarte…

Michael se sorprendió por la manera en que el cuerpo del muchacho temblaba. Hacía mucho, de verdad mucho, que no tenía un episodio como aquel.

—No me molestas. Me gusta que durmamos juntos, lo sabes. —Como vio que Aslan no era capaz de hablar sin que el aire se le fuera de los pulmones, decidió ir a despertar a su madre. Sabía que a Aslan no le gustaría, pero antes Jessica ya le había encomendado a su pequeño la tarea de comunicarle cualquier malestar que el chico pudiese tener—. Acurrúcate y respira. Voy a la cocina por algo de leche tibia, ¿sí? Eso te ayudará a dormir.

Pero Michael no era bueno con las mentiras y solo puso en alerta al joven.

—No debes usar el fuego, Michael.
—En-Entonces voy a… traer leche fría del refrigerador. Sirve igual.

Y salió rápido de la habitación. Se escabulló con cuidado entre los pasillos hasta llegar a la recámara donde descansaban Max y Jessica. Al entrar tocó lentamente el hombro de su madre hasta lograr despertarla y con voz bajita le dijo: "Mami, Aslan se despertó. Está conmigo en mi cama intentando dormir otra vez".
Cuando Jessica le preguntó con el mismo tono bajo de voz que por qué la había ido a llamar, Michael dijo a modo de explicación: "Tuvo un sueño feo".
Y ese fue motivo suficiente para que ella saliera de la cama y fuera de inmediato a la alcoba de Michael, en donde yacía Aslan.

Esa alcoba era acogedora. En el techo había estrellitas fluorescentes que brillaban en la oscuridad y que lograban dar un toque nocturno agradable. La cama de Michael, aunque no era tan grande como para lograr que el cuerpo de un metro y ochenta y tantos centímetros de Aslan cupiera en ella completamente, era lo suficientemente esponjosa y calientita como para hacer que cualquiera durmiera plácidamente en ella al toque. Según a lo que decía Aslan de vez en cuando, esa era la camita del bebé oso del cuento "Ricitos de oro y los tres osos".

Al entrar la mujer se sentó a la orilla de la cama con Aslan y le acarició el cabello enroscando sus dorados mechones entre sus dedos. Al sentir el cambio de tacto, Aslan alzó la vista sorprendiéndose de que Jessica estuviese allí.

—¿Jessica? Pero, ¿pero qué...?
—Shh… —siseó ella para tranquilizarlo sin dejar de acariciarle el cabello—. Tranquilo, está todo bien. Si tienes todavía sueños malos está bien que nos lo cuentes, ¿okay? Estamos para ti.

Aslan dirigió su vista a Michael que estaba sentado en una orilla de la habitación, en la silla de su escritorio donde solía hacer sus tareas comúnmente. No se atrevió a devolverle la mirada al mayor, porque sabía que le reprocharía el haber ido a pedir ayuda. Por ello, solo se quedó en una orilla escuchando atentamente sin molestar a su madre o a su "hermano mayor".

—Estoy bien, ¿sí? Vine con Michael porque me gusta dormir con él. No es… la primera vez que lo hago y lo sabes.

Entonces no añadió nada más porque sintió que podría recurrir a las lágrimas y ello solo terminaría hundiéndolo más en un abismo sin fondo. No quería quebrarse y pensó que quedarse callado era su mejor opción.

—No estás solo, Aslan. Creo que está muy bien que no pases por estas cosas tu solo en tu habitación y hayas venido a la habitación de Michael, eso está muy bien. Pero, como has dicho, esta no es la primera vez que lo haces y me preocupa. No me gusta verte de esta manera.
—No hacía falta que vinieras, Jessica. De verdad estoy… bien.

Pero al sentir el trémulo cuerpo del muchacho supo que sus palabras no eran ciertas, así que comenzó de nuevo.

—Mira, corazón. Todos pasamos por estas cosas a veces y está bien… Todos tenemos pesadillas. Pero, si te molestan al grado de robarte el sueño de esta manera es mejor que hables de ello. Habla conmigo si lo necesitas.
—No, Jessica. Yo…
—Aslan, si te sientes feliz, yo me siento feliz también —dijo sinceramente—. Por favor, compárteme lo que sientes. Voy a escucharte con atención. Ya verás que podrás dormir tranquilamente después.

Aslan vio a Michael de reojo molestándole que estuviese tan atento a la conversación. Y aunque Jessica estaba dispuesta a pedirle que se fuese a dormir con su papá en su lugar, el rubio perdió los estribos como raramente hacia durante el día. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Vete, Michael —pidió el rubio.
—¿Por qué? —preguntó con inocencia.
—No quiero que me veas así…
—Pero, Aslan, no es la primera vez. Papá dice que los adultos también lloran. Yo ya te he visto hacerlo antes…
—Eso no es cierto —habló entre dientes con los ojos acuosos.
—Sí es cierto, ya te he visto.
—No es verdad.
—¡Claro que sí!, ¡yo no digo mentiras!
—¡Eso es una completa mentira! ¡Yo no lloro! —exclamó más fuerte.
—Chicos, por favor —intervino Jessica—, no es momento para pelear. Bajen la voz.

Al alzarle la voz, el pequeño Michael sintió que se quedaba sin habla. No era capaz de soportar a Aslan, o a cualquiera, cuando se ponía tan agresivo de esa manera. Y aunque Michael quiso salir corriendo esa era su habitación y no movió un solo músculo. En cambio, fue Aslan quien se puso de pie inmediatamente ocultando su rostro con los pliegues de su manga.

—Esto fue un error… ¡Solo estoy cansado!

Luego de ello salió y volvió a encerrarse en su propia habitación. Cuando se quedaron solos, Jessica ordenó a Michael que se durmiera de una vez porque tenía escuela muy temprano y por ende solo le quedaban unas pocas horas para alcanzar a descansar adecuadamente. Al darse cuenta de que el pequeño se dispuso a dormir, ella salió y de nuevo fue a visitar al pobre muchacho para ayudarle con su problema. Al verle con la cara hundida en la almohada se dio cuenta de que ya estaba llorando porque también pudo escuchar sus gemidos ahogados de dolor. Ella se acostó con él en medio de la oscuridad y le rodeó con ambos brazos, justo como una madre arrulla a su bebé.

Estuvieron en silencio unos minutos hasta que el joven decidió abrir su corazón.

—No sé qué significa… Pero siempre es lo mismo… —dijo él entre gimoteos—. Y duele… Duele mucho… Pido por ayuda, pero nadie viene. Y por más que lo intento, no puedo moverme. —Tragó en seco para aclararse la garganta. Luego de ello, siguió hablando intentando mantener la calma sin buenos resultados—. Cuando me veo en el espejo, no soy el yo de ahora, sino…, de cuando iba en primaria. —Adolorido, repitió—: No sé qué significa…

Se hundió entre los brazos de Jessica perdiendo la vergüenza y permitiéndose llorar hasta que perdió la razón, escuchando a la mujer cuando le hablaba melosamente para calmar sus penas. Al final, más allá de lo que se sabía, ella no podía darle una explicación que aliviara sus penas, porque, ¿cómo podría ella explicarle? Quizá era mejor si todo quedaba en un simple sueño.

No entender la tortura de sus propios sueños a veces le daba la sensación al pobre chico de que estaba enloqueciendo. Sin embargo, siempre que salía el sol tenía la leve esperanza de que todo hubiera pasado y que era tiempo de enfocarse en el presente y en nada más.
En medida que recobraba el sueño otra vez, soñó algo más: los días de verano que pasó con Eiji Okumura en Cape Cod. Entonces una sonrisa se dibujó inconscientemente en su rostro empapado de lágrimas y durmió plácidamente.


Por la mañana siguiente Eiji se levantó temprano para ayudar a Jessica con el desayuno. Si bien a la mujer a veces le gustaba trabajar en lugares de medio tiempo, se daba cuenta de que últimamente su estilo de vida se limitaba a ser únicamente ama de casa. Por eso el muchacho no tenía prisa en actuar, pues sabía que la podía encontrar fácilmente en casa cada mañana. Sin embargo, durante esa mañana en específico no veía rastro alguno de la mujer, por lo que algo alarmado sin tampoco ver rastros de Michael fue en busca de cualquiera de los dos en sus habitaciones… Y de pronto cayó en cuenta. «Ah, claro. Es día de escuela», se dijo. Seguro que ella se había ido a algún lado temprano y por eso se encontraba fuera. Entonces volvió al pasillo decidido a usar ese tiempo muerto en darse una ducha; ya tendría tiempo para desayunar más adelante.
Antes de meterse al cuarto de baño se detuvo un instante para dirigir su mirada a la puerta de Aslan. Pensó en asomarse a ver, pero prefirió no molestar y no irrumpir en aquello que podía no ser de su incumbencia.

Durante el lapso en el que estuvo tomando un baño volvió Jessica en la camioneta con bolsas de la compra. Había descuidado la cantidad de ingredientes que había en la cocina y no había hecho un repuesto.
Pensó en ponerse a preparar la comida, pero estaba tan cansada por haber estado tanto tiempo despierta en la madrugada junto al rubio que le fue imposible no sucumbir a sus deseos de dormir un poquito más, así que se tumbó sobre su cama.

Al oír la regadera del baño abierta supo entonces que Eiji ya se había levantado. Aslan no tenía la costumbre de tomar un baño tan pronto, aunque quizá alguien más sí. Y ese tema la dejó en duda.

En ese instante mientras todavía seguía acostada boca arriba sobre su cama con la mirada totalmente perdida en el techo blanco recibió una llamada. Se trataba de Max.

—Hola, cariño.
—Jess, ¿cómo va todo?
—"¿Todo?" Yo diría que muy bien.
—No había tenido tiempo hasta ahora para hablar contigo. Lo siento, el trabajo ha estado algo pesado.
—Oh, no te preocupes. Todos aquí estamos bien… Eiji toma una ducha, Michael está en la escuela y Aslan… duerme.
—¿Aslan está ahí?
—Eso creo… —tartamudeó. No soportó más el misterio y se enderezó para cruzarse de piernas sobre la cama—. ¿Pasa algo, Max?

Detrás de la línea escuchó a su marido inhalar y exhalar con pesadez.

—Me desconcerté ayer cuando me di cuenta que quien dormía conmigo era Michael, ¿sabes?
—Oh, eso… —Suspiró. No creyó que después de todo su hijo se hubiese ido a dormir con su padre—. Ayer sucedió otra vez. Lo de las pesadillas. Parece que su mente está en ese trance otra vez. Michael no estaba bien tampoco porque Aslan fue a despertarlo en la madrugada.
—Jessica, ¿por qué no me lo dijiste?

Como Jessica escuchó en ese instante que la puerta del baño se abría y se cerraba bajó la voz. Eiji salió y seguro se dirigiría a la cocina a tomar el desayuno.

—Porque no es la primera vez que pasa…
—¡Precisamente por eso debería saberlo yo también! Sabes que el pobre muchacho está pasando por…
—Lo sé —interrumpió abruptamente—. Lo sé —repitió.
—Puede que las cosas cambien otra vez.
—¿Lo crees?
—Sí. Díselo a Michael. No dejes que le hable hasta que yo haya llegado a casa. Lo mismo con Eiji.
—Pe… Pero… ¿Cómo puedo mantener a Aslan alejado de ellos?
—Ya se te ocurrirá algo. Ahora tengo que irme, no estoy en mi hora libre.

Max le mandó un beso a través de la línea telefónica.

—De acuerdo. Te espero, cariño. —Comenzó a sentirse preocupada. No iba a mentir: deseó estar junto a su esposo y esconder el rostro detrás de su hombro.

La pobre mujer tuvo un mal sabor de boca. Se negaba a pensar que las suposiciones de Max fuesen ciertas. ¿Las cosas iban a cambiar otra vez? Era demasiado pronto.
Y de nuevo las palabras de él venían a su mente y hacían eco de forma molesta. «¿Aslan está ahí?»
Quería corroborarlo de inmediato, así que dejó el teléfono a un lado y se levantó con el único objetivo de ir a ver al muchacho a su habitación. Seguro que seguía cansadísimo luego del llanto de anoche y todos los pensamientos que tenía por procesar. Y de verdad esperaba encontrarlo dormido en su cama con los cabellos revueltos y derramando saliva sobre la almohada, pero al abrir la puerta sin antes tocar se encontró con una escena que no esperaba: la cama estaba perfectamente tendida, la ropa bien doblada, las cortinas corridas, todo en orden sobre el escritorio y un peine para el cabello bien colocado en la orilla del tocador.

«Ay, no…»


Momentos antes el japonés había notado que el muchacho había salido de su habitación y pensó que sería una buena idea invitarle a salir a algún lado. Después de todo no quería que siguiera creyendo que era apático. Las palabras de disculpa no le bastaban… Entonces escuchó la puerta de la cocina —la cual era también la puerta principal de la casa— cerrarse de golpe. Al asomarse por la ventanita de la puerta vio a Aslan caminar a través del jardín, dirigiéndose a las afueras con una bolsa en mano.

Varias cosas pasaron por su mente, pero nunca la posibilidad de que Aslan simplemente se hubiese olvidado de que ese día no tenía que ir a la escuela. Sabía que desde un día antes se había estado comportando retraído, pero no esperaba que ni siquiera le diera los buenos días como había acostumbrado a hacer cada mañana. Eiji pensó que era absurdo con lo mucho que le agradaba la idea de tenerlo ahí en su casa. Además, ¿por qué se le bajaron los humos sobre Chinatown? Era curioso. Y teniendo en cuenta que Aslan se veía algo decaído como para hablarle plenamente un día antes, Eiji pensó que quizá era mejor empezar desde cero y tener ese reencuentro que les fue arrebatado en el aeropuerto. Por ello tomó aire y salió de la casa atravesando el patio con cuidado. Vio a Aslan acariciar al gato, murmuró algo y luego se dio la vuelta para salir de casa e ir a la universidad.

Eiji se acercó desde atrás. Era raro que Aslan se hubiera levantado tan temprano. Lo escuchó cuando salió de la habitación ya bien vestido y con el pelo echado para atrás. Recordó el peinado que llevaba la primera y última vez que le vio de traje, estrenando aquel arete de jade.

De cualquier forma, aprovechando que no había nadie en casa —o eso creía porque pasó por alto la llegada de Jessica— le pareció una buena oportunidad para pedirle que salieran a pasear otra vez. Se puso la chaqueta que llevaba atada a la cintura y se acercó hacia el rubio juguetonamente. Sin embargo, como si fuera parte de una corazonada de las que solo se comparten entre almas gemelas, sintió que Aslan no estaría de buen humor como para soportar una broma. Por ello ralentizó el paso y tan solo le llamó desde atrás a la vez que tocaba su hombro con suavidad.

—Aslan, hoy no vas a la universidad. ¿Te parece si vamos a tomar algo? —propuso con una sonrisa. Cuando vio que la expresión del rubio era de desconcierto, agregó—: Oh, lo siento. ¡Buenos días! Estabas tan apurado que no podía dejar que te fueras así nada más. Es bueno ver que te sientes mejor.

«Ayer no hablamos mucho» quiso agregar, pero no se sintió con el derecho puesto que la mayoría de veces era Aslan quien se esmeraba en mantener viva la llama durante una conversación entre ambos.

Sin embargo, el muchacho se dio la media vuelta para verde de arriba abajo despectivamente. Tomó la mano del moreno y la apartó rápidamente por acto reflejo. Eiji permaneció estupefacto.
Esa mirada le llenó de confusión y frunció los labios echando un paso hacia atrás en un acto reflejo de autoprotección. Ese simple instinto de defensa le hizo temer de sus propios pensamientos, pues, ¿cómo podría tener miedo de Aslan? Eso era imposible. No obstante…, ¿autoprotección? Sí, en un instante sintió un miedo helado y decidió confiar en sus sentidos. La fría voz del rubio le hizo sentir apático.

—¿Cómo entraste? —le dijo el chico de ojos verdes, con una mano en el portón y la otra en su bolsillo donde por dentro estaba sosteniendo su celular.
—Eh… Vengo desde la habitación. Oí cuando te levantaste y no dijiste nada, así que…
—¿Habitación?, ¿a un lado de la mía?
—Sí —respondió intentando no tartamudear.

Eiji asintió gentilmente con la cabeza. El otro lo miró una vez más de arriba a abajo, inspeccionando cada detalle del japonés que se le pudo haber escapado. Hizo una mueca de disgusto y se dio la vuelta. Sin verle a los ojos, dijo:

—Max y Jessica podrían haberme avisado que no estaría solo… —Su voz era tan áspera, como si hubiera exteriorizado sus pensamientos más simples sin más—. Pasaré la noche afuera luego de clases. Díselos. Ambos se fueron sin decirme nada…
—¿Afuera?, ¿en dónde? —preguntó alarmado.
—¡Pff!, ¿sabes que haces muchas preguntas? Eres peor que el FBI.
—Pero necesito saber a dónde vas —insistió muy desorientado.

El americano contorsionó el rostro con molestia.

—Solo haz lo que te digo —exclamó malhumorado con el ceño fruncido y salió sin decir otra cosa.

Obviamente, como podía esperarse, Eiji estaba aturdido y mentiría si dijera que no tuvo ganas de echarse a llorar cuando su amigo le habló de esa forma tan despectiva. Todo lo que pudo hacer fue esperar a que Michael volviera de la escuela para poder distraerse un rato con los juegos del pequeño, para después entablar una necesaria conversación con los padres.

Al darse la vuelta se encontró con Jessica cara a cara. Ella esperaba recargada sobre el marco de la puerta con una expresión de frustración.


Nota: El título y parte de la personalidad de nuestro muchacho de ojos verdes durante el último fragmento la basé en la canción titulada "FBI" de Bruses.