Lavellan
Lavellan se asomó discretamente detrás del edificio, mirando a ver si el grupo ya se adentró en el edificio, con cuidado, para que no la viese. Su pelo cayó en cascada, como una cortina de pelo blanco. Sus ojos se fijaron en la entrada, con esa mezcla de colores tan curiosas en ellos.
Esa elfa…casi la pilla, se dio cuenta, tragando saliva.
¿Cómo era posible, cuando había ocultado su presencia tan eficazmente?
Se miró la prótesis del brazo izquierdo, como hacía siempre que quería pensar o se sentía nerviosa, mientras fruncía el ceño.
Su lógica era simple. No quería entrometerse con el equipo, ya que había acudido a la ciudad más por un impulso del corazón que por lógica. Cuando vio a Varric y a Harding, en su pecho hubo un borrón de alegría por encontrarse con sus amigos de nuevo, pero no se atrevió a saludarlos.
No como era ella ahora.
Desde que perdió el áncora, había intentado recluirse lo máximo posible, haciendo solo pequeñas visitas puntuales y obligatorias a varios sitios. La mayoría de las veces dirigía a la Inquisición desde sus aposentos, recluida, furiosa consigo misma. Como un animal salvaje que no sabía lo que sentía.
No podía enfrentar a sus amigos así. No quería romperles la imagen que tenía de ella. Esa imagen de la líder que era.
Lavellan sacudió la cabeza, saliendo de su estupor, y se dirigió, en silencio, hacia la entrada del edificio, con los puños apretados, colocándose bien la capucha y tapando su pelo.
Siguió al grupo desde lejos, en un distancia prudente.
Las paredes estaban llenas de murales élficos, con diferentes representaciones de distintos tiempos, junto a las estatuas de lobos, que parecían mirarla fijamente. Ella apartó la vista de ellas, su corazón dando un vuelco, pero lleno de tristeza.
Sabía a quién representaba. Y no quería pensarlo en profundidad.
Más adelante, vio como el equipo conseguía avanzar hasta una sala en la que había…
Su aliento se cortó de golpe, asomándose por la esquina donde estaba. Sus ojos se abrieron abruptamente, y su cuerpo empezó a temblar, sin control.
Un eluvian. Un maldito eluvian.
La última vez que había visto un eluvian fue… Cuando Solas la traicionó. La dejó.
La abandonó.
La ansiedad empezó a dispararse en su pecho. En estos años, no había vuelto a ver uno. Ni quería verlos.
Apretó las manos, sonando una de ellas el choque de sus dedos metálicos, recordándole la maldita prótesis. Empezó a hiperventilar.
No, no, no. Así no. Así no vas a controlarme, pensó desesperada.
Echando mano de lo que no tenía, siguió hacia delante. Llego a la sala del eluvian justo cuando el grupo lo atravesó en conjunto.
Lavellan llegó a la altura del eluvian. Tragó saliva, nerviosa. Alzó su mano izquierda, brillando bajo la luz del Eluvian. Lo atravesó lentamente, con el corazón yéndole a mil por hora.
Esta vez tenía que detener a Solas. Tenía que hacerle recapacitar.
No podía fallarles a sus amigos.
No podía fallarse a sí misma.
