Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


CAPÍTULO 7

Mentiras blancas.

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¿Qué eran las mentiras blancas? Había preguntado en una ocasión a su padre. Era una niña aún y había escuchado a su padre decir una mentira a su madre; Ochako nunca fue tonta, sabía a la perfección cuando su padre mentía y cuando no; Kiyoshi tenía un tic que, con los años, aprendió a controlar cada vez que decía una mentira blanca a su esposa. Ochako era una niña aún pero supo que su padre no era del todo sincero con su madre cuando, después de dejar el cerdo asado un poco más de tiempo en el horno a tal punto que lo acabó quemando, con una sonrisa le dijo cuán delicioso sabía la carne chamuscada. Su madre insistió en su error y se lamentó por haber quemado la cena de navidad esa noche buena pero Kiyoshi tomó otro gran pedazo de cerdo y se lo metió a la boca, exhalando un exagerado "mmm" que acabó por hacer sonreír a Chieko.

Ochako supo por la expresión de su padre, un poco de sonrisa, un poco de disgusto, que no fue verdad lo que acabó diciéndole a su madre pero no dijo nada; no hasta estar solos, cuando la niña preguntó a su padre por qué mentía a su madre, él sonrió con pena, no era la imagen que quería dar a su pequeño retoño pero las excepciones siempre existieron. La hizo sentarse en su regazo y con el cariño que siempre lo caracterizó le explicó qué son las mentiras blancas.

―Ochako, eres una niña lista, así que te preguntaré esto ―dijo su padre con calma―. ¿Qué crees que podría sentir tu mami si yo le dijera que no me ha gustado su comida?

Ochako tomó unos segundos, tomó unos segundos para poner su pequeña mano en su mentón e imaginarse lo que pasaría si su padre le dijera que no le ha gustado su comida. ¡Catástrofe! Por supuesto. A nadie le gustaría que le dijeran algo así. Miró a su padre con ojos expectantes y Kiyoshi supo que había hecho entender a su hija la importancia de las mentiras piadosas o mentiras blancas.

A sus veintidós años, ella seguía creyendo cuán importantes eran las mentiras piadosas y quizá más de lo que alguien podría creer. Pero lo que no te mata, te fortalece o eso es lo que ella siempre consideró idóneo para su estilo de vida.

Las mentiras blancas eran aquellas que poseían la capacidad para no lastimar los sentimientos de los demás y Ochako, de tantas mentiras dichas, muchas veces se preguntaba de qué lado del espejo se encontraba: ¿qué tan verdadera era la Ochako frente a ella?

Finalmente, esa respuesta nunca era respondida; es más, más y más mentiras iban acumulándose sobre ella, empañando su propio reflejo.

Cuando Mahoro había pedido ir al bar en donde, se suponía, ella trabajaba, Ochako no lo pensó mucho para recurrir a la única persona que podría sacarla del aprieto en donde ella misma se había metido.

Kirishima Eijiro era un joven de veintiocho años, uno de los pocos hombres que la hizo sentir verdaderamente cómoda en Dollhouse, ayudándola con las extrañas costumbres del sitio, acompañándola para que esas noches duras de acostumbramiento no las pasase en solitario. Le solía invitar una cerveza al finalizar las actividades dentro de dollhouse, cuando ya no quedaban clientes y en una que otra ocasión, fumaron juntos en el balcón. Eijiro se convirtió en poco tiempo en ese amigo que Ochako buscaba aunque no lo dijera y sabía que sería una de las pocas personas que no la juzgaría.

Y tras apartarse de Mahoro, Ochako tomó su móvil, buscó el contacto de su pelirrojo amigo y no tardó ni un segundo más en llamarlo. Fue rápida y concisa, no tenía tiempo que perder y eso lo entendió a la perfección el chico de la sonrisa brillante.

¿Conoces Lullaby? ―Preguntó Eijiro entonces. Ochako dudó un momento, pero cuando su amigo le explicó la temática del bar, lo reconoció enseguida. Lullaby era un bar con temática de cabaret en donde se servían platillos exclusivos y la música era ambientada por cantantes amateurs que querían impulsarse al mundo de los pequeños escenarios. ¡Claro que lo conocía! Fue uno de los lugares que Eijiro le había dicho para ir en alguna ocasión―. Bien, ¿puedes estar allí en diez minutos? La cantante principal es mi amiga, una antigua doll, puede hacerte entrar pero no puedes tardar mucho.

Era arriesgado, por supuesto; hacerse pasar por una empleada en un bar que, al parecer, poseía mucho reconocimiento no era algo que la llenara de tranquilidad pero si podía confiar en alguien para sacarla de ese aprieto, era Eijiro.

Quedó en verse con él en Lullaby.

Mahoro estaba un poco ebria, podía notarlo fácilmente porque su voz se oía un poco más suelta y chillona que de costumbre, quizá era una ventaja para que todo pudiese fluir de manera menos sospechosa como los inconfundibles nervios que Ochako expresaba en el trayecto hacia el bar Lullaby. Mahoro repetía una y otra vez lo feliz que estaba de poder conocer el lugar en donde su amiga trabajaba, pero eso no hacía las cosas más fáciles para Ochako.

La ansiedad subía por su cuerpo pero ella intentaba mantenerse serena durante todo el trayecto hasta el bar mencionado por su compañero de trabajo.

Y una vez llegado a Lullaby, Ochako comenzó a comprender cuán malo era su plan para seguir una mentira que ni siquiera tenía razón de ser. Un sitio iluminado, de alta categoría ―según podía ver ante ella―, sin una posibilidad real de que la hicieran pasar por alguien de su cuerpo de empleados. La idea de decirle la verdad a Mahoro ya no sonaba tan descabellada, no como el hecho de incursionar a un sitio completamente distinto, fingiendo ser una mesera.

De pie frente al bar, las piernas le temblaban como un par de ramas en pleno invierno, a la espera de que su congelado cuerpo cediera ante alguna ventisca de aire para caer; ella sabía que si seguía allí, no tardaría en ceder a la presión de la gravedad y acabaría inconsciente en el suelo. La escena no era del todo irreal.

―¿Qué sucede? ―Preguntó Mahoro entonces. Su voz la golpeó tan fuerte a la realidad que trastabilló un par de pasos. Ochako ya no podía mantener en alto esa mentira, su cuerpo le rogaba que hiciera algo, que detuviera todo porque era cuestión de segundos para que todo dentro suyo colapsara.

―Yo… ―Una mentira más. Una excusa más. Una idea errónea buscaba salir de sus labios, intentando encubrir lo que yacía gritando a voces ante todos.

―¡Ocha! ―Una voz masculina se escuchó de pronto. Una voz amiga, una salvación a sus espaldas.

Tanto Ochako como Mahoro voltearon a ver al hombre fornido de cabello rojizo que llegaba hasta ellas con una camisa oscura y una radiante sonrisa en los labios. Las mejillas de Ochako se encendieron, ya no sabía con qué cara podía mirar a su compañero de trabajo sin que se sintiese en la necesidad de explicar cuán mala amiga era.

Pero antes de poder decir algo más, el hombre llegó a ellas y sin borrar la sonrisa de su rostro, dijo.

―Mucho gusto, soy Kirishima Ejiro ―dijo el hombre fornido mirando a Mahoro, pero rápidamente, sus ojos oscuros viajaron a los castaños de Ochako―. Vamos, Yaomomo te espera en su camerino ―alentó.

A Ochako le tomó un par de segundo comprender qué debía decir en esos momentos aunque, siendo franca, necesitaba que algún milagro la salvara en esos momentos.

―Está bien ―dijo Ochako, dudando hasta de sí misma. Miró a su amiga―. ¿Por qué no entras? Iré un momento junto a ti.

―¿Pero a dónde vas? ―Preguntó Mahoro.

―La cantante de Lullaby requiere de Ochako en estos momentos ―respondió Kirishima.

―¿Cantante? ―La pregunta formulada salió al unísono de las dos muchachas; Ochako no pudo controlar su sorpresa y para evitar evidenciarla, Kirishima añadió.

―Te lo había dicho ayer, ¿lo olvidaste? ―Preguntó el hombre fingiendo hastío, Ochako sonrió con pena y asintió. Eijiro dirigió su atención entonces a Mahoro―. Cada tanto, nos turnamos entre los empleados para asistir a los cantantes que vienen a Lullaby, pero la favorita del bar ha dejado en claro que prefiere a Ochako para que la asista.

―Vaya, mi amiga sí que es solicitada ―comentó Mahoro con gracia―. Es una pena que no puedas estar conmigo ésta noche.

―Sí, ser asistente de camerino es complicado ―fue todo lo que pudo ofrecer Ochako, desconociendo por completo las labores que un verdadero asistente llevaba por delante.

―Como sea, beberé algo y luego regresaré a casa. No tiene gracia si no puedo verte trabajar. ―Ochako contuvo el alivio en su rostro al escuchar sus palabras. Se despidieron entonces y Ochako fue junto con Eijiro a la parte trasera del local.

Tanto Ochako como Eijiro esperaron lo suficiente, mantenerse lejos de la posible mirada o atención de alguien, para echar a reír con ganas. Ochako no podía con las bromas lanzadas por su amigo al escucharla poner pretextos tan vacíos como "ser asistente de camerino es complicado" y Ochako sólo podía ocultar su rostro entre sus manos, hundiéndose en su vergüenza.

Finalmente, ingresaron al sector de camerino, apaciguando las risas para no despertar más atención de la ya recibida calle abajo; fue entonces, que Ochako volteó a ver a Eijiro con una sonrisa radiante.

―No puedo creer que me hayas ayudado tanto ―su voz se oía aún afectada por la risa pero sin duda, la sinceridad de su gratitud estaba latente en ella. Eijiro jugó con su cabello rebelde en un intento por disimular su sonrisa infantil al escucharla de ese modo―. No puedes no cobrar este favor. De verdad, me has ayudado enormemente.

―¿Para qué están los amigos? ―Preguntó Eijiro apartando la mirada, la sola mención de esa frase lo ponía tan rojo como su propio cabello aunque Ochako no podía identificar por qué.

―Déjame invitarte a comer algo algún día, no puedo dejar pasar este favor, Eiji ―dijo Ochako, se la escuchaba tan sincera y tan alegre que Kirishima no pudo evitar el mirarla, deleitándose con su rostro.

―Claro… ―Atontado y con un tartamudeo, Kirishima respondió como pudo pero lo hizo. Ochako asintió con emoción.

Pasado unos minutos, la puerta del camerino en donde se hallaban, se abrió y la atención de la pareja de jóvenes pasó a la mujer alta y voluptuosa que ingresó; el rostro en la mujer enseñó genuina sorpresa pero no tardó en tornarse complacida de ver al hombre en la habitación; Eijiro tampoco disimuló el agrado de reconocer a Yaoyorozu Momo ingresando al cuarto que le correspondía como cantante asidua de Lullaby.

―¡Yaomomo! ―saludó con entusiasmo el hombre, avanzando hacia su amiga.

―¡Kiri! ―Respondió con igual ímpetu. La forma de tutearse y hasta de abrazarse fue lo que determinó en Ochako cuánta confianza se tenían entre ambos, después de todo, tales demostraciones de cariño no era algo que cualquier persona mantenía con facilidad. La mujer soltó a Kirishima y notó la presencia de Uraraka detrás suyo, sonrió con amabilidad―. Así que tú eres mi ayudante. Un gusto, soy Yaoyorozu Momo ―dijo la mujer de cabello azabache, brindándole una reverencia de respeto. Ochako correspondió de igual forma―. Kiri me ha contado un poco sobre ti; eres la nueva Doll, ¿no es así?

―Así es, me llamo Uraraka Ochako ―respondió―. De verdad, te agradezco el seguir la corriente de esta pequeña mentira.

―No te preocupes; sé perfectamente por lo que estás pasando ―dijo con dulzura pero también con un aire de tristeza. Ochako pudo hallar tanta empatía en los ojos oscuros de la mujer―. Ser una doll no es sencillo. Llevamos dos vidas y no queremos comprometer a nuestros allegados. Sí, créeme que te entiendo.

Uraraka bajó la mirada al suelo, sintiéndose apenada pero también con el alivio de escuchar esas palabras; palabras de alguien que ha tenido que mentir y separar sus círculos con todo lo relacionado al trabajo nocturno vivió en Dollhouse.

Momo era una de las cantantes favoritas del Lullaby y por lo que pudo escuchar por parte suya como de Kiri, tiene un contrato por algunos años cantando para el bar. La charla con Momo fue interesante, pasaron varios minutos en su camerino hablando y poniéndose al día con Kirishima; y no fue sino pasado unos quince minutos que la puerta del camerino sonó con un par de golpes de nudillo. Escucharon a Momo permitir su acceso y entonces, uno de los mozos ingresó al cuarto que le correspondía.

―Momo, entras en 5.

―Gracias ―respondió la mujer. El mozo se marchó y ella volteó a ver a sus invitados―. ¿Les gustaría escuchar mis primeras canciones? Puedo conseguirles una mesa.

―Creo que tendríamos que irnos en un momento ―respondió Ochako con notoria pena―. Desearía escucharte cantar, pero temo llegar tarde al trabajo.

―Vamos, sólo unos minutos ―dijo Momo tomando las manos de Ochako y con un guiño, añadió―. Te dedicaré la primera canción.

Las mejillas de Ochako se encendieron. No podía rechazarla, no con esas palabras. Se encogió de hombros y Eijiro echó a reír, añadiendo que nadie podía decirle que "no" a Yaoyorozu Momo.

Finalmente y tal como Momo prometió, pudieron escuchar sus primeras canciones y Ochako comprobó que Yaoyorozu Momo, además de ser una mujer bellísima, también era talentosa. Al ritmo del cover de Glory Box de Portishead, Ochako veía con ojos sorprendidos la presentación de la mujer arriba del escenario cuando su imagen yacía oculta tras bambalinas, disfrutando de la voz y presencia de Momo. Eijiro, junto a ella, la observaba con gracia porque desde el momento en el que su pelinegra amiga comenzó a cantar, Ochako se mantuvo tiesa y concentrada en la imagen de la solista que cautivó todo el bar de Lullaby en cuestión de segundos de haber subido a la tarima.

―¿Qué opinas de Momo? ―Preguntó Eijiro entonces, llamando su atención. Ochako volteó a verlo con clara afección en sus brillantes ojos.

―No puedo creer que esté apreciando tanto talento ―dijo y volvió a observar la imagen de Momo recorriendo el área que tenía a su disposición con tanta seguridad que el aliento en Ochako se contuvo unos segundos―. Es realmente asombrosa.

―Yaomomo es por algo la favorita del lugar ―respondió con gracia Eijiro―. Una de las accionistas de Lullaby la hizo ser una artista oficial del lugar.

―Oh, eso es maravilloso ―respondió mirándolo―. Me alegra que haya dejado Dollhouse para dedicarse a aquello que disfruta.

Un atisbo de tristeza se coló a los orbes otoñales de Uraraka al momento de decirlo, sin percatarse de que su mirada no dejaba de observar a Momo como se observa algún atardecer nostálgico. Eijiro la escuchó decir esas palabras y apuró su atención en mirarla, apreciando que tanto su voz como su mirada se sentían tristes.

―¿Lamentas ser una doll? ―Preguntó el pelirrojo.

La pregunta fue la que la hizo pegar un respingo, despertando de sus cavilaciones, comprendiendo que había hablado en voz alta, exponiendo sus pensamientos. Con vergüenza, se acomodó el cabello tras la oreja y volvió a observar a Momo en el escenario. ¿Cómo decirlo sin sonar triste? Claro que ella no soñó con volverse una doll, no es una meta de vida que está cumpliendo pero tampoco podía decir que lamentaba ser una dama de compañía, porque finalmente, fue ese mismo trabajo el que la salvó de acabar en la calle.

Miró a Eijiro y sonrió, pero antes de poder responder, el teléfono de Ochako comenzó a sonar con insistencia. Ambos recordaron sus responsabilidades y sin mirar la pantalla de su móvil, Ochako sabía que se trataba de su jefa. No esperaron despedirse de Momo ni tampoco pudieron agradecerle su atención ni su favor, sólo echaron una carrera contra reloj hacia Dollhouse, rogando porque su jefa no los acabara asesinando.


Bakugo había llegado a su departamento con el mismo entusiasmo que poseía cada vez que hablaba con su madre, claro que en esta ocasión, su evidente mal humor no fue provocado por su madre; para su mayor disgusto, fue un hombre de treinta y tantos que actuaba como un niño con juguete nuevo. Le molestaba la actitud de los Todoroki, eso es algo que con los años tuvo que aprender a tolerar porque su ex socio era Todoroki Enji; pero ya no tenía tratos con él y al parecer su karma quería recordarle que no se libraría de los Todoroki ni aunque quisiese.

Y por si su humor no estuviese ya arruinado, la llamada de su esposa lo puso a maldecir en todos los idiomas del que era conocedor. No contestó su llamada, al menos no en el trayecto que tenía hacia su casa, aguardó llegar hasta su departamento y tras darse una ducha de unos veinte minutos, aún con el cuerpo mojado y la toalla rodeando su cintura, fue hacia la sala de estar con la idea de servirse un vaso lleno de whisky. Había bebido lo suficiente estando en dollhouse, pero quería seguir haciéndolo, al menos hasta caer rendido por el sueño y la amargura.

Su teléfono volvió a sonar y supo que Camie no estaría tranquila hasta hablar con él. Tomó el móvil y llenó el vaso de vidrio con su elixir dorado, bebió un sorbo largo y finalmente, contestó la llamada de su esposa.

―¿Qué quieres? ―Fue su saludo inicial con la ronca voz de alguien que ya llevaba ebrio desde tempranas horas de la noche.

Katsuki… ¿Estás ebrio? ―Preguntó como si lo único importante en esa llamada fuese su estado etílico. Katsuki rio con mofa tras la línea, podía sentir la incomodidad de su esposa al escucharlo―. Katsuki, yo no quise…

―No tengo tiempo para esto, Camie. ¿Qué demonios quieres? ―Preguntó molesto.

¿Podríamos hablarlo en persona? ―Insistió la mujer. Katsuki bebió otro sorbo profundo de su whisky, exhaló con fuerza para añadir.

―Camie, no tengo ánimo para esto. Ni siquiera quiero escucharte y ¿pretendes que quiera verte?

Sólo será un momento, Katsuki. Necesito que hablemos sobre… Todo. ―Un silencio en la línea de, aproximadamente un minuto, pudo confundir a Camie lo suficiente como para pensar que su esposo le había terminado la llamada, pero entonces la voz ronca de Katsuki se oyó de vuelta.

―¿Estás con él? ―La pregunta sonó despacio, como cuando preguntas algo con el miedo a escuchar la respuesta. Camie guardó silencio, él creyó no haber hablado lo suficientemente alto. Cerró los ojos―. ¿Estás con él ahora?

Katsuki, no tienes que…

―¡¿Estás con él ahora, maldita sea?! ―Vociferó con rabia. Camie contuvo el aliento y él se sintió tan estúpido en esos momentos pero estaba ebrio y dolido y su esposa no ayudaba con llamarlo.

Si.

Silencio.

Él no supo si aquella era la respuesta que buscaba pero sin duda era mejor escuchar la cruda verdad antes de que continuara mintiéndole en la cara. Cerró los ojos, dio un sorbo largo hasta que gotas de whisky cayeron por la comisura de sus labios.

―Agenda una cita con Nejire.

¿De qué estás hablando? ―Preguntó sorprendida sin saber a qué se refería.

―De que si quieres hablar conmigo, busca un momento en mi agenda. ―Camie intentó hablar pero antes de conseguirlo, Katsuki añadió―. Has dejado de tener relevancia en mi vida; no esperes tiempo ni paciencia de mi parte, ya no más.

Sin despedidas ni alguna palabra de más fueron dedicadas a su esposa. Katsuki cortó la llamada con la misma rapidez con la que dio su último sorbo de whisky para sentir que el cuerpo de su peso incrementó en cuestión de segundos; quizá fue la borrachera o tal vez la amargura de sentirse como una basura, pero su cuerpo ya no parecía pertenecerle ni el peso de éste. Trastabilló unos pasos, cayó sobre el sofá y aún sin poder reconocer su cuerpo, sus rodillas tocaron el suelo de su sala y el vaso de vidrio acabó por romperse bajo su palma. El dolor no era relevante, la sangre quizá pero estaba tan aturdido que sólo pudo mirar la sangre brotando de su mano como se mira un cuadro abstracto.

¿En qué momento todo comenzó a perder sentido para él?


Camie observó la pantalla de su teléfono por un largo periodo de tiempo, intentando descifrar lo que sentía en su pecho. Tenía una amalgama de emociones, chocando entre ellas y llenando su cabeza de tantas ideas que sencillamente sentía que explotaría en cualquier momento. Ella no era cínica, no esperaba que Katsuki la perdonase de la noche a la mañana, ni siquiera esperaba que lo hiciera en muchos años pero escucharlo tan dolido y con tanta amargura la hizo estamparse contra la realidad una vez más.

Escuchó unos pasos dirigiéndose hacia ella, el movimiento acabó una vez que las largas piernas del hombre frente a ella se hicieron visibles y levantando la mirada hacia la de su amante, reconoció una pequeña y triste sonrisa. Iida Tenya cargaba dos copas de vino en cada mano, una se la entregó y ella se lo agradeció porque no había forma de que procesara sus sentimientos y la culpa estando sobria.

―¿Cómo ha ido? ―Preguntó con cautela el hombre de treinta años. Camie esbozó una sonrisa amarga y dio dos sorbos a su vino tinto. Degustó el sabor para después exhalar un profundo y sonoro suspiro―. Camie…

―Ojalá hubiese despedido a Toga cuando Katsuki me lo había dicho unos años atrás ―respondió. Camie observó el líquido rojizo en su copa de cristal, lo hizo dar vueltas hasta generar un movimiento continuo, vuelta tras vuelta, su imagen distorsionada fue lo que recibió. Detuvo la fuerza ejercida en su muñeca, su reposo repentino obligó al vino reducir su velocidad; no quedó más que un movimiento a la deriva que le hizo pensar en que ella estaba igual, no era más que alguien dando vueltas y vueltas en una copa de vidrio. Luego de una sacudida tan intensa, se sentía navegando sin rumbo, observando como todo parecía ir a una velocidad más lenta pero de igual forma, ella no hallaba puerto alguno en donde amarrar.

―¿Crees que hubiese sido distinto? ―Preguntó mirándola atentamente. Ella dejó de beber, lo observó un momento y extendiendo su mano a la del hombre, lo invitó a sentarse a su lado.

―Sólo sé que, sin importar el orden de las cosas, no me arrepiento de esto ―respondió observando su mano entrelazada a la del hombre―. Y quizá eso me convierta en una persona horrible.

―Tienes derecho a ser feliz, Camie ―respondió su amante. Ella lo miró y en silencio, dirigió su mano a su rostro. Le gustaría creer en sus palabras, le gustaba como sonaba, le gustaba que él pensara que ella se merecía la felicidad de estar con alguien que la amara verdaderamente. Le gustaba que Iida Tenya siguiera tan enamorado de ella a tal punto de ignorar a cualquier otra persona y su felicidad para centrarse en ella y en la suya.

Sí. Camie era consciente de que anteponer su felicidad a la de su esposo la convertía en una persona horrible pero reflejarse en los ojos oscuros de Tenya era el aliento que recuperaba cada vez que la culpa la trataba de hundir.

―Lo único que me tranquiliza en estos momentos es que Mahoro aún no sabe nada. ―Camie bebió de su copa y recostó su cabeza en el hombro de Tenya.

―¿No crees que tu esposo se lo podría decir en algún momento? ―Preguntó.

―No ―respondió con sencillez―. Katsuki tiene su orgullo, es lo único que protegerá a toda costa porque es lo único que posee verdaderamente. Hablar de mi infidelidad sería hablar de su debilidad y él no quiere que Mahoro se involucre en ese sentido. Además ―dijo Camie, volviendo a observar su copa de vino―, él sabe que el asunto es entre nosotros dos. Katsuki será todo lo que uno pueda esperar de un hombre como él, pero nunca intentaría poner a Mahoro de su parte ni mucho menos, salpicar con la podredumbre de sus padres.

Tenya dejó su vaso a un lado y abrazó a Camie con fuerza. Aunque ella no lo dijera, se sentía a la deriva, se sentía culpable por tantas cosas pero principalmente por no sentir culpa y eso le estaba arrebatando paz. Tenya aprendió a reconocer su lenguaje corporal en el tiempo que llevaban juntos y era eso lo único que la hacía cerrar los ojos y abandonarse en el bálsamo que representaba Iida Tenya para ella en esos momentos en donde su única certeza era navegar sin rumbo.


Ochako delineó con cuidado sus ojos al estilo foxy eyes como le gustaba hacerlo siempre que salía y en esa mañana de domingo, tenía una ocasión particular por la cual arreglarse: invitar a salir a Kirishima Eijiro.

Luego de que su compañero de trabajo y amigo le hiciera el gran favor de camuflar su mentira blanca ante Bakugo Mahoro, Ochako le había dicho que ella haría cualquier cosa por agradecerle el gesto. Pero Eijiro era un buen chico, él no esperaba nada a cambio por haberle hecho un favor a su amiga aunque ella insistía en retribuir de alguna forma, la idea de salir juntos a comer fue lo único que Eijiro terminó aceptando como forma de "pago". Ochako no lo sabía pero Eijiro haría cualquier cosa por ella pero el salir a comer algo juntos estaba lejos de ser un precio por sus favores; muy por el contrario, Eijiro estaba agradecido de salir con ella sin decírselo directamente.

Y tras acordar el sitio en cuestión, Ochako acabó de prepararse para tomar el metro con destino al parque Arisugawa no Miya, llegando a él rondando las diez y media de la mañana. El punto de encuentro era la estatua del Príncipe Arisugawa Taruhito, no tardaron en encontrarse a la sombra de la imponente figura de bronce del ícono del parque.

Kirishima Eijiro se hallaba sentado en un banco con el teléfono en mano cuando Ochako llegó a él meciendo la falda de su vestido floreado al compás de su trote. Los ojos rojizos del hombre la reconocieron inmediatamente y el apreciar su figura en aquel vestido lo hizo ponerse de pie casi de golpe, tartamudeando entre un halago, un saludo y una disculpa, sacando sólo la inseguridad de un adolescente en sus inentendibles palabras cruzadas. Ochako rio y tomó su mano para avanzar al ritmo con el que llegó a él pero esta vez, con destino a un puesto de comida próximo porque aún no desayunaba.

Sentir el tacto tibio de la joven tomando su mano lo envalentonó a tomar partido en la caminata rápida, encabezando el trote que a medida que transcurrían sus pasos, se transformó en una corrida que acabó por llevarles hasta la cafetería más próxima con el aliento pendiendo de sus sonrisas y sus acaloradas mejillas.

―Supongo que ayer has perdido a un cliente ―inició Eijiro con una sonrisa divertida que Ochako correspondió. Se encontraban sentados ya dentro del local de comida aguardando sus pedidos―. Te escondes de la hija pero tu nuevo cliente es su padre. Wow, el destino trata de decirte algo, sin duda.

Ochako rio con pena, se acomodó el cabello tras la oreja pensando en sus palabras. Aún podía escuchar la voz del hombre que la había esperado bastante tiempo para poder pasar un momento con ella.

Porque la quiero a ella. Quiero a Angelface, no quiero a otra doll.

Sus mejillas se colorearon con rapidez de sólo recordar las palabras del hombre al exigir su presencia. Cuando Bakugo Katsuki había dejado la Golden Room como si su vida dependiera de ello, ella no creyó volver a verlo en Dollhouse, era un alivio sin duda porque ya no tendría que preocuparse de vuelta por cruzar caminos, además de la cena que Mahoro insistía en tener con ella y su padre.

Pero estuvo muy equivocada porque el hombre que la hacía sentirse tan inquieta y cuya presencia hacía tartamudear a cualquiera, había regresado esa misma noche exigiendo por nada más ni nada menos que Angelface. Se sentía extrañamente halagada y descubrirse de ese modo, sólo empeoraba las emociones que chocaban unas con otras en su interior.

Si no fuese por Todoroki Toya, quizá sí tendría más problemas por verle el rostro al padre de su amiga esa noche, en la cena que ésta había insistido en organizar.

―Definitivamente, sí ―respondió Ochako―. De que soy pésima para llevar dos vidas.

―Te sugeriría que hables con tu amiga pero la cosa está complicada al tener a su padre dentro de dollhouse ―añadió Eijiro recibiendo un asentimiento por parte de Ochako.

―No creo que lo tome a buenas ―dijo bajando la mirada a sus manos apoyadas sobre la mesa―. Odio mentirle a personas que son honestas conmigo… Pero tampoco quiero alejarla. ¿Crees que soy una persona horrible? ―Preguntó mirándolo casi con desesperación. Eijiro, al saberse como centro de la atención de su acompañante, se apresuró a enderezarse en forma sobre su asiento, pensando en algo inteligente y que pudiese sonar como un buen consuelo en esos momentos.

―Mentir para no lastimar a otros no te hace una persona horrible, Ocha ―respondió―. Quizá no sea la mejor forma de llevar una amistad pero sé que si haces algo es porque lo consideras correcto.

La mirada castaña de la muchacha se fundió en la rojiza de su amigo. Necesitaba escuchar esas palabras, necesitaba saber de que si mentía, de que si intentaba evitar a Mahoro era porque lo consideraba correcto y no un acto de cobardía; aunque por mucho que le dijeran de que ella sólo trataba de hacer lo mejor para todos, no dejaba de pensar en que sólo era una farsante más.

Sus pedidos llegaron un momento después y ella se abandonó en la conversación con Eijiro, intentando no pensar que pasadas unas horas, ella tendría que estar frente a frente a las personas a quienes mentía casi todos los días.

Terminaron de comer y la idea de caminar por los alrededores llegó a ellos. Las horas del domingo iban transcurriendo más rápido de lo que cualquiera de los dos desearía; el domingo del que ninguno esperaba mucho más que un día haciendo labores en sus respectivos hogares o las compras para la semana; en lugar de eso, se hallaban recorriendo la ciudad de Minato, conversando y sacándose fotos, disfrutando del tiempo juntos. Ochako encontraba fascinante cómo alguien como Kirishima Eijiro, su compañero de trabajo y con quien casi no tenía mucho por conversar, se había vuelto una compañía encantadora para su acostumbrado solitario domingo.

Pero en la sorpresa de hallar algo nuevo donde parecía que ya nada había por descubrir, yacía la gracia de la vida.

Llegadas las tres de la tarde, ambos se encaminaron de regreso hacia la casa de Ochako, caminando a paso tranquilo, continuando hablando, disfrutando de la compañía del otro. No fue llegado a un pequeño mercado que Kirishima se detuvo para comprar algunas cosas para su departamento.

―Mis compañeros de piso pueden ser bastante egoístas cuando se trata de acabar con las raciones de comida ―comentó Eijiro mientras desfilaba sus pasos entre los pasillos de verduras―. Tan sólo uno de ellos y yo somos quienes reponemos la comida en el refrigerador y cocinamos para los demás.

―Se oye que son los adultos responsables ―comentó Ochako con gracia, recibiendo una risa nerviosa por parte de su amigo.

―Es una forma de decirlo ―respondió―. Mi compañero es policía, casi siempre está fuera del departamento pero es el más quisquilloso cuando del orden y pulcritud se trata ―continuó diciendo―. Por mi parte, soy el que mejor cocina y cuida que todos coman en forma. Soy el hermano mayor que todos quisieran tener.

―Oh, eso me agrada ―dijo Ochako―. No tengo hermanos, me caería bien uno.

Kirishima detuvo sus pasos al escucharla decir esas palabras, claramente inconforme con ser visto como un hermano ante los ojos de la castaña. Ochako no supo cómo interpretar su mutismo ni la expresión en su rostro pero antes de que alguno pudiese decir algo más, preguntar siquiera algo, la voz de Bakugo Mahoro quebró aún más el ambiente entre ambos.

―¡Ocha! ―Tan entusiasta como siempre y tan inoportuna como se puede, Bakugo Mahoro halló al par de amigos de pie en el sector de verduras. Ochako contuvo el aliento al reconocerla, Eijiro sonrió como pudo aún con el aire ausente en sus pulmones por las palabras de Ochako, segundos atrás. La joven de veinte años caminó con premura hacia ellos―. Qué bueno verte, Ocha. Me has hablado tan bien de esta tienda que vine a comprar algunos ingredientes para la cena de esta noche. De hecho, me alegra verte, me ahorras la pregunta que mi padre me había hecho antes de llegar: ¿quieres carne asada, pastas o comida tradicional? Él es bueno en todo lo que le pidas, así que no te reprimas.

Ochako, apabullada con palabras, aún sin poder procesar en forma la imagen de su amiga delante suyo, observándola junto a Kirishima Eijiro, intentaba responder a su pregunta mientras en su interior, la alarma de "Peligro" resonaba con insistencia.

―Hey, segunda vez que te veo, amigo de Ochako ―dijo Mahoro pasando su atención a Eijiro―. ¿Vives cerca de Ocha?

Ambos compartieron una mirada sin saber muy bien qué responder.

―No, sólo la acompañaba a casa ―respondió deprisa―. Ya sabes, no es bueno que las chicas anden solas por las calles. ―Risa nerviosa.

―Oh, qué considerado pero estoy segura que Ocha puede valerse por sí misma, ¿o no? ―Respondió Mahoro mirando a su amiga, regalándole un guiño cariñoso. Ochako sonrió, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja―. Como sea, aún no me has respondido, Ocha. Carne, pastas o tradicional.

―Yo… ―Las palabras de Ochako, suspendidas en el aire, congeladas sin oportunidad de caer o seguir subiendo, como si el tiempo se detuviese para ella, para sus palabras en el mismo instante en el que reconoció la imponente figura del padre de su amiga cruzando hacia el pasillo siguiente en compañía de otra mujer. Las imágenes de Bakugo en el dollhouse se entremezclaban con las actuales y un revoltijo en su estómago la hizo dar un paso hacia atrás.

Mahoro pareció reconocer el mutismo de su amiga al mirar a sus espaldas y ver a su padre hablando con su tía Mina; interpretando de forma errónea, volteó a ver a su amiga con una gran sonrisa.

―Mi padre odia que haga las compras para la cena sin él porque dice que no sé elegir las verduras para la cocina ―rio y volteandose de regreso a la imagen de su padre, extendió su mano al aire para llamarlo. Tanto Ochako como Eijiro intentaron frenarla, la desesperación era palpable en ambos pero Mahoro era ignorante de ello―. ¡Papá, Tía Mina! Miren a quién me encontré.

La adrenalina subió a través de las piernas de los dos mentirosos. Las mentiras blancas ya no podían hacer mucho por ambos pero allí estaban, de pie ante el cañón de sus propias mentiras. Costó sólo unos segundos para que tanto Katsuki y Mina escucharan a Mahoro hablarles para acercarse a ella y hallar a los protagonistas de un teatro de mentiras del que todos eran partícipes. Todos salvo Mahoro.

Bakugo Katsuki. Sero Mina. Ambos detuvieron sus pasos al reconocer a los jóvenes junto a Mahoro y secundando la reacción de éstos, el aliento fue historia pasada en los mayores. Katsuki detuvo su paso abruptamente porque reconoció al muchacho pelirrojo de ojos rojizos de pie junto a Ochako y a su hija; similar a él, Mina dudó en avanzar porque el mismo joven, el joven bartender de bonita sonrisa y ojos brillantes que le sirvió vino en la barra mientras esperaba que Katsuki cerrara ciclos con la doll de peluca rosa, estaba de pie ante ellos.

Mahoro era ajena a las mentiras. Mahoro no creía en las mentiras blancas. Mahoro…

―Bakugo-san ―dijo Ochako sujetándose el brazo tras la espalda, conteniendo los temblores en su cuerpo―. Qué bueno verles. ―Una reverencia de respeto que Kirishima imitó con torpeza.

Katsuki y Mina respondieron al asentimiento con dudosa actuación.

―Es una agradable coincidencia encontrarnos aquí, ¿no? ―Dijo Mahoro―. Por cierto, éste joven es su amigo. ―Miro a Eijiro con una sonrisa―. Disculpa, olvidé tu nombre.

―Kirishima Eijiro ―respondió tartamudeando por los nervios. Sentía la mirada penetrante de Bakugo Katsuki y la mujer pelirrosa, confirmando que sí, que lo reconocían a la perfección y era esa la única arma contra preguntas incómodas.

―Kirishima-kun, ¿tienes planes? ¿Te gustaría cenar con nosotros? ―Preguntó Mahoro y como si su pregunta detonara una explosión en todos los presentes, un rotundo "NO" se escuchó de forma unánime entre Katsuki, Mina, Ochako y Eijiro―. Carajo, ¿qué les sucede?

―Disculpa ―se apresuró a decir Eijiro―. Tengo planes con mis amigos, es sólo eso.

―Oh, es una pena ―respondió Mahoro―. Hey, cuando Ochako tenga libre de vuelta, debemos volver al bar. Me ha encantado la cantante de la noche anterior.

La mención del bar en cuestión hizo que tanto Katsuki como Mina se miraran con terror, pero no dijeron nada, se apresuraron en decir que debían elegir los ingredientes para la cena. Ochako se disculpó con todos, alegando que debía llegar a casa para prepararse; Mahoro prometió mandar al chofer para buscarla y de ese modo, Eijiro y Ochako se despidieron de los Bakugo-Sero para dejar el mini mercado sin comprar lo que inicialmente deseaban.

Tanta incomodidad y mentiras en un sólo sitio les hizo ser conscientes de que frutas, verduras y cereales podían comprarse en cualquier otro lugar.


Después de las compras en el mini mercado, la familia Bakugo y Sero Mina regresaron al departamento del grupo Bakugo. La incomodidad vivida momentos atrás fue reemplazada por un silencio prolongado entre Katsuki y Mina, pero que Mahoro sólo reemplazó por su buen humor.

Dejando a su padre en la cocina junto a su tía, Mahoro entró a bañarse para aguardar a que sea la noche y así poder disfrutar de la cena prometida por su padre. Mientras tanto, Mina abrió un vino añejo y sirvió en dos copas de vidrio porque sabía a la perfección que el susto reciente no se podía digerir sin alcohol.

―Por si necesitaras una señal del destino, esa fue bastante clara ―dijo Mina sirviéndole en su copa. Katsuki la miró con el ceño fruncido―. No me mires así, ambos sabemos que la posibilidad de que te encuentres en el mismo mini mercado con alguien como el chico del bar y además, sea conocido de la amiga de Mahoro es casi surreal.

―¿Qué mierda quieres que haga? ―Preguntó.

―Que dejes de jugar al veinteañero y corras a las faldas de esas dolls por una hora y media de puras mentiras ―respondió sin cubrir su sermón con palabras dulces. Así era Mina.

―Ni siquiera…

―Te conozco, Kats ―interrumpió Mina sin dejar de mirarlo como la hermana mayor que no tenía―. Sé que te pones mal por Camie y crees que ir con extrañas soluciona algo pero no es así.

―¿Ahora eres psicóloga, Mina? ¿Qué hiciste tú cuando Hanta…? ―Sus palabras quedaron en el aire apenas fue consciente de cuán duras terminarían siendo pero a pesar de eso, Mina no se inmutó en absoluto.

―Cuando Hanta murió, no fui a desahogarme con extraños. Y no compares mi caso con el tuyo; Hanta no me dejó porque quiso, Camie sí tuvo opciones y ella decidió engañarte.

Katsuki apretó con fuerza su copa de vino. Escucharla decirlo de ese modo lo ponía peor. Estaba harto de huír de la realidad de que su esposa lo engaña con alguien más joven; escucharlo de alguien más era mil veces más humillante.

―Oh, si quieres que sea hija de puta, puedes probarme.

―Al menos lo admites ―respondió Katsuki dirigiéndose a la cocina para iniciar sus preparativos para la cena de esa noche.

―Katsuki, lamento tener que ser yo quien te lo diga pero vives en negación; tratas de hacer de cuenta que ir con extrañas solucionará que Camie te haya engañado y ambos sabemos que el mundo no funciona así. ―Mina caminó hacia él, depositó su mano sobre su hombro e hizo que la mirase―. Cariño, te conozco desde que teníamos dieciséis. Sufres, lo entiendo pero ya no puedes hacer berrinches como cuando éramos adolescentes.

―Escucha, sólo quiero preparar la puta cena que Mahoro quiere. Estar bien con mi hija es lo único que me importa en estos momentos ―respondió regresando su atención a sus ingredientes―. Si te invité fue para cenar, no para hablar de estas cosas.

―Mahoro me invitó; tú no me invitas ni para beber, maldito malagradecido.

El humor entre ambos volvió a suavizarse. Mina lo ayudó a preparar la cena mientras aguardaban a que Mahoro estuviera lista y su amiga llegara al departamento.

Mahoro no tardó en regresar junto a ellos ya aseada y vestida para la noche. Y una vez más, tanto Katsuki como Mina, volvieron a colocarse la fachada de bienestar ante la mirada de la joven muchacha.

Mentir era un mal hábito, lo sabían.

Mentir era lo único que les ayudaba a equilibrar tantas cosas a su alrededor, o al menos, aparentaban tener el control de las cosas mientras las mentiras blancas pintaban todo a su alrededor.


Hola a todxs :)

¡Muchas gracias por la paciencia!

Han sido semanas exhaustivas de trabajo pero he logrado terminar y corregir el capítulo ésta noche. Espero poder actualizar con un poco más de continuidad pero aún no puedo prometer mucho.

Les agradezco de sobremanera por el apoyo y cariño de siempre. Adoro leer sus comentarios, los responderé en la brevedad posible.

Sólo espero que la historia sea de su gusto y puedan disfrutarla tanto como yo al escribirla :)

Un abrazo enorme a todxs.