Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
Advertencia: Ligeras escenas sexuales.
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CAPÍTULO 12
Tú hija.
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El problema de las mentiras no recae en la culpa o en la posibilidad de que te descubran. El verdadero problema de las mentiras yace en que se vuelve un hábito que, con tanta facilidad, puede hasta convertirse en parte de uno. La persona mentirosa no conoce límites y he allí el verdadero problema.
Uraraka Ochako no era una mala persona. Ella podía ser muchas cosas, aceptaba el título de egoísta, de emocional y a veces, un poco cínica. Para ella, las mentiras eran malas, lo sabía pero a pesar de eso, ya no sabía cuántas capas de mentira había sepultado sobre sí misma.
Uraraka Ochako ya no sabía diferenciar cuántas mentiras había dicho y cuántas verdades omitió por evitar liarse en más problemas. Le importaban las personas de su alrededor, claro que sí, pero había algo que ella cuidaba mucho más y era a sí misma.
Mintió a la única amiga que tenía en esos momentos, la que le abrió las puertas de su casa, de su vida y hasta se podría decir de su corazón. No sabía hasta qué punto estaba de volver atrás pero estaba segura que sería muy difícil de remediar sus actos, por ese motivo, le era mucho más fácil seguir mintiendo, seguir ocultando la verdad o decirla a medias.
Por ese motivo, le era mucho más fácil colocarse la peluca rosa y la lencería blanca ante tantos extraños, porque ni ellos le piden que les diga la verdad ni ella pretendía ser otra cosa más que una fantasía en esa casa de muñecas.
Cuando Todoroki Enji la dejó libre y salió de su oficina, las piernas le temblaban, su palpitar se había acelerado tanto que tuvo que recostarse contra uno de los muros que la custodiaban en ese pasillo extrañamente angosto, de hecho, luego de dejar la oficina de su jefe, todo parecía desproporcionado a lo que recordaba. Tenía la garganta seca y los ojos bien abiertos con una sola cosa en la cabeza.
Esto no puede ser...
Juntó sus manos, entrelazó sus dedos y los sintió tan fríos. Cuando fue consciente, comprendió que no sólo las manos estaban heladas, sino todo en ella. Ochako se sacudió en su sitio cuando unas personas cruzaron contra ella para ir a la salida del tren. Levantó su mirada castaña hacia los extraños y sólo entonces, fue consciente que también era su parada. Se recompuso en un par de segundos. ¿Cuánto tiempo llevaba en el tren que se había abstraído lo suficiente como para que su parada estuviese a metros?
Apretó con fuerza el bolsón de mano que traía consigo y caminó hacia la salida correspondiente. Se topó con varias personas hasta dar con el espacio suficiente para llegar a su destino. Eran las ocho de la noche. Salía de sus clases en la universidad para retornar a su casa. Miércoles por las calles de Tokio, ocho de la noche, una brisa suave movió sus cabellos y la hizo sentirse menos intimidada por su propia mente.
Pasó un día del encuentro tan extraño con su jefe, pero ella se sentía tan aérea que olvidaba el pasar del tiempo. De ser un lunes por la noche, amaneciendo ya casi martes al miércoles a las ocho de la noche, todo parecía ir tan a prisa.
Levantó la mirada a su camino. A menos de cinco metros, veía el ingreso a su departamento. La imagen como tal la hizo transportar al día en el que su madre apareció en su departamento. El recuerdo desencadenó tantas emociones en ella. La vergüenza, la frustración, el enojo, la rabia y finalmente... Ojos Rojos.
Detuvo su andar casi de golpe. La frialdad en su cuerpo fue escurriéndose como las gotas en la superficie de un vaso de vidrio. Bakugo era la temperatura para su vaso de vidrio.
―¡¿Uraraka?! ―La sacó de sus cavilaciones la voz de un hombre, fuerte y clara viniendo desde lo lejos. La tomó desprevenida, eso lo dejó en claro pegando un respingo en su propio sitio y claro, las mejillas, de por sí rozagantes, no tardaron en delatarla ante el gigantesco hombre de uniforme que la veía desde el umbral del edificio al cual llegaba.
Apresuró el paso para acercarse a la entrada del edificio y, por ende, al vigía que la aguardaba.
―Buenas noches, Inasa-san ―Habló la joven con torpeza en la voz. El de seguridad sonrió, consciente de que la había pillado desprevenida.
―Bonita noche para tener la cabeza en las nubes, ¿no? ―Ochako rio con pena. Ese comentario se ganó aún más rubor por su parte. Inasa Yoarashi le abrió una de las puertas de ingreso, invitándole a pasar―. No hagas que el frío empeore tus mejillas.
―Gracias. Disculpa, estoy un poco torpe hoy ―Reconoció con pena, pasando junto al hombre encargado de la vigilancia del edificio de departamentos. Los castaños ojos de Uraraka Ochako se dirigieron a los del hombre.
―La noche está bonita. Perfecta para quedarse de pie a mitad de camino, pensando en, vaya a saber Dios, qué cosas ―comentó con gracia. Ochako rio a su vez―. ¿No tienes trabajo hoy, no?
―No, no. Voy algunos días.
―Sí, lo sé. Vuelves muy entrada la madrugada ―respondió con un poco menos de gracia―. Eres una mujer valiente, Uraraka. Andar por la noche, sola, no es para cualquiera. Tokio sigue siendo una ciudad ruidosa pero las esquinas no perdonan cuando hay una mujer sola.
―Supongo pero hay que dar gracias que el edificio te da la guardia nocturna ―añadió Ochako, inteligentemente. El hombre sonrió como un niño al escucharla decir eso―. Nos hace sentir más seguros.
Inasa echó una carcajada bonachona, tenía esa particularidad, desprendía mucha confianza pero también mucha inocencia. Ochako solía pensar que era como un niño grande. Hablaron un poco más, eso hacía ella cuando se cruzaba con el fornido pero sonriente hombre de vigilancia, hablaban, él la tuteaba un poco y ella siempre guardaba el margen de respeto conociendo que el hombre era mayor a ella. Entre esos cruces de palabras, Ochako sabía un poco de la vida del hombre de seguridad y ya no lo llamaba así, sino Inasa-san; entre esos detalles, Ochako sabía que Inasa estaba casado, llevaba casi cinco años de matrimonio con un joven maestro de leyes de cabello lavanda y ojos rasgados, no recordaba muy bien pero aseguraba que su nombre era Seiji. A Ochako le gustaba escuchar a Inasa hablar de su esposo y de sus particularidades. Era gracioso y muy amable, además ella no mentía: casi todos en el edificio se sentían mucho más seguros con el prominente cuerpo de Inasa Yoarashi custodiando el edificio por las noches.
Ochako conversó un poco más con el guardia de seguridad, le dedicó un asentimiento de respeto con la cabeza para ingresar caminar al interior del vestíbulo del edificio. No pasó demasiado para escuchar nuevamente la voz del gran hombre de seguridad pronunciando su nombre. Ochako volteó a mirarlo con sorpresa, el hombre le señaló el apartado de casilleros dedicados al buzón que cada departamento tenía designado.
―Una mujer muy parecida a ti vino ésta mañana ―comentó. El cuerpo de Ochako se entumeció. Claramente sabía a quién se refería―. El guardia de la mañana me pidió que te lo dijera, al parecer llamó mucho su atención verla; no quiero meterme, Ochako, pero según la describió, esa mujer parecía muy alterada, preocupada, no sé... Carajo, no quiero sonar a un chismoso, sólo que me causó curiosidad el modo en el que se refirió a ella el hombre de seguridad diurno.
Ochako se mordió la lengua, la pared de su boca y quizá, si Isana no estuviese enfrente suyo mirándola con inquietud, también se mordería las uñas. Los ojos castaños de la muchacha fueron al buzón con el número de su departamento. Los número le causaron ansiedad, porque sabía que en su interior, descansaba algo que su madre había dejado para ella. Algo que no sabía pero de sólo recordar su último encuentro y el cómo la trató delante de Bakugo Katsuki, la angustia y pena acudían a ella.
Sonrió como mejor pudo al hombre de seguridad. Le agradeció con otro asentimiento pero no fue al casillero de su correo. No quería hacerlo delante de Isana, de hecho no quería hacerlo delante de nadie, ni siquiera estando sola. No quería abrir su buzón para encontrar, vaya a saber uno qué. Prefirió inventar una excusa tonta, poco creíble pero que tanto Isana como ella sabían que era para no obligarla a abrir la pequeña puerta metálica que la separaba del recado encomendado por su madre.
Caminó deprisa hasta las escaleras y dio los primeros pasos con toda la velocidad que tenía en esos momentos. Subió y subió, no miró atrás, tenía el aliento desbocado a medida que subía los escalones como si fuese una maratón consigo misma. Cuando se dio cuenta, tenía la puerta de su departamento frente a sus ojos, su diestra descansando en su pomo y el sabor amargo en la punta de la lengua.
No estoy lista, se dijo a sí misma. Por primera vez en mucho tiempo, una verdad era desvelada. Abrió la puerta, fingió que no le partía el alma saber qué había enviado su madre. Cerró la puerta, la pena seguía dentro suyo pero al menos, había puesto un límite entre su madre y ella misma. Una puerta, irónica, pero extrañamente satisfactoria. Tenía una puerta que la separaba de un pasado que la atormentaba y de una vida nueva que había construído; una vida que parecía desmoronarse con la llegada de su madre, a la que creía que nunca más vería. La vida que se esmeró en construir con un trabajo clandestino, una doble vida y un dinero seguro que la sacó de la solitaria pobreza.
Esa puerta no sólo era de madera como la que tenía sujeta a su mano, también era metafórica. Esa puerta era el indicio de que ella tendría un lugar al cual huír cuando su madre intentara lastimarla de vuelta.
Cerró la puerta detrás suyo, recostó su espalda contra la maciza madera y exhaló un suspiro. Cerró los ojos, respiró profundo un par de veces y exhaló con fuerza.
―No tienes que hacer lo que no quieres ―se dijo. Asintió y caminó al interior de su nuevo hogar. Se quitó sus prendas de la universidad, fue a la heladera, sacó una lata de cerveza y no tardó en abrirla. Estaba en ropa interior, bebiendo una cerveza, sentada en la comodidad de su sala―. No, no tienes que hacerlo de nuevo... ―Insistió.
Con un sorbo profundo y un sonoro "ah" luego de que el líquido ingresara a su sistema, dejó caer la cabeza contra el respaldo de su sofá. Ochako era una mujer joven, con un trabajo que, quizá, no pueda poner con orgullo en un CV pero le había sacado de un problema. Ella valoraba su trabajo como Doll, le había brindado la seguridad de que no volvería a las calles, ni que debía recortar su ingesta de alimento a una vez por día para sobrevivir.
Por eso, cuando la voz de Todoroki Enji regresó a su cabeza, el sabor de la cerveza se volvió amargo.
―No tienes que hacer lo que no quieres ―se repitió pero sabía que era una mentira. Porque cuando Todoroki Enji truena los dedos, sabes que no hay muchas opciones.
El dueño de Doll House, tras enterarse de su gran hazaña por intentar dañar la imagen del magnate dueño del Grupo Bakugo y comprender el papel que tenía en su vida, sabía que tenía mucho más a su favor. Uraraka Ochako no sólo era su empleada, era una de las mejores y la más soliciada dentro del plantel de Dolls, pero así también, era la que mostró más interés en enterrar su vida bajo tierra por un simple despecho personal. Era carne fácil para alguien como Todoroki Enji, por ese mismo motivo, cuando la hizo sentar frente a él en su despacho, no dio muchas vueltas.
―Eres predecible, Uraraka. Tu ira y resentimiento contra Bakugo Katsuki te delatarán en cualquier momento ―se pronunció el gran hombre pelirrojo. Ochako se mordió la lengua con impotencia. No podía contradecirle, tenía razón―. Tu rabia te ciega, tú inexperiencia te delata. No sé si Bakugo te reconoce ya, si no lo ha hecho es porque está caliente por tí o es un idiota y ambos sabemos que no lo es. ¿De verdad quieres dañarlo? ¿Estás dispuesta a hacer lo que sea para descubrir la verdad?
Ochako se sintió pequeña, desnuda y avergonzada delante de Enji, pero no dudó en responder. Claro que tenía razón, ella no tenía experiencia, no sabía con qué se estaba metiendo y sentía que Enji podría darle una mano con ello.
El hombre sonrió.
―No sé si te has dado cuenta pero tienes a Bakugo Katsuki comiendo de tus manos. Ten por seguro que si le ofreces acostarte con él, no dudaría ni un minuto en engañar a su esposa para estar contigo. ―Las mejillas de la castaña se encedieron―. Pero ambos sabemos que no buscas un revolcón con él, la pregunta es, ¿estás dispuesta a hacerlo con tal de conseguir algo a cambio?
Ochako bajó la mirada a sus muslos visibles. Sus manos temblaban, ambas manos apretaban su piel. No sabía qué responder porque no estaba del todo segura. ¿Estaba dispuesta a cruzar la línea con tal de saber la verdad?
―La vida es sencilla cuando estás en una posición como la tuya, Uraraka ―continuó hablando Todoroki―. No tienes muchas alternativas, no tienes el dinero suficiente para hacerle frente a Bakugo y tratar de exponerlo con falsas acusaciones. Tampoco tienes los contactos o los medios para intentar llevarlo a juicio. No tienes muchas opciones.
―¿Ahí es cuando entra usted? ―Preguntó sin mirarlo. Apretó con fuerza la piel de sus muslos. Un mutismo se instauró en la habitación.
―Puedo darte el dinero, los contactos y los medios, es verdad ―dijo Enji―; no lo sabes pero tengo asuntos sin arreglar con Bakugo Katsuki. No me vendría mal humillarlo públicamente y hacerlo pagar... Ahora, un golpe de mi parte es predecible para él. De tu parte no, es por eso que, si estás dispuesta a ir lejos, puedo darte una mano.
Ochako levantó la mirada al hombre de ojos cían.
―Lo que quiere realmente es que yo sea la carne de cañón, ¿no es verdad? ―Dijo. Titubeó un poco pero la solidez de sus palabras reflejaban la de su mirada―. Sólo quiere usarme para dar un golpe duro pero sin que lo señalen.
Todoroki Enji sonrió.
―¿Qué te hace pensar que no he sido expuesto a ser carne de cañón anteriormente? ―Preguntó―. Créeme, sé lo que es perderlo todo, ver cómo la vida parece calcinarse ante tus ojos sin poder hacer nada al respecto. No te confundas, Uraraka. No planeo ser deshonesto contigo, porque de que quiero hacer sufrir a Bakugo Katsuki, lo quiero... Pero le dolerá más el golpe si viene dirigido desde un punto ciego para él. Por eso, ¿estás dispuesta a ir lejos con tal de verlo caer?
Ochako tragó saliva. No apartó su mirada castaña de la celeste ajena. Repasó las facciones del atractivo hombre pelirrojo sentado delante suyo. Tardó un par de segundos antes de hablar nuevamente.
―¿Qué ganaría yo? ―Una ceja se elevó en el rostro del pelirrojo―. Estaría haciendo su trabajo sucio, estoy segura que correré mayor riesgo que usted. Tengo que estar ganando algo más que sólo la satisfacción de ver caer a Bakugo Katsuki.
―Maldita sea... No sé quién te puso el nombre de Angel Face, pero claramente te tomó a la ligera ―respondió. Todoroki Enji se puso de pie. Ochako se puso tensa hasta que reconoció que el hombre fue hasta un mueble ubicado a su diestra, abrió uno de los cajones y se sacó una chequera. Los ojos de Ochako enseñaron sorpresa pero aún más cuando Enji regresó a su escritorio. Tomó una pluma y comenzó a escribir.
Ochako quedó muda al ver las cifras que escribió en el papel.
―Todorki-san, yo no...
―Ciento Cincuenta mil yens. Creo que es un precio justo para empezar.
―¿Empezar? ―Preguntó alterada.
―¿Te parece poco? ―Preguntó mirándola.
―No, yo... Es sólo que...
―Te daré una entrega de ciento cincuenta mil, la otra mitad al finalizar el trabajo ―Respondió para seguir escribiendo. Arrancó el papel y se lo entregó―. Retira el dinero del banco que tengo afiliado, ya manejas los horarios, no te retrases mucho en...
―¡Todoroki-san! ―Llamó alterada la muchacha. El pelirrojo la miró―. ¿Por qué me está pagando si aún no me ha dicho qué tendré que hacer?
―¿Eres tonta, Uraraka? Creí que estábamos en la misma página. Busca información, sácala de tus clientes, de él mismo. Si estás dispuesta a ir más lejos con tal de buscar información y algo con qué trabajar, éste cheque saldrá con mayor continuidad con cifras mayores.
―Pero... ¿Cómo...?
―Uraraka, no me hagas arrepentirme. Romperé éste cheque y toda ésta conversación acabará aquí mismo. ―El hombre tomó el papel como para romperlo a la mitad. Ochako casi saltó de su sitio para impedírselo―. Si me fallas, tendrás una deuda conmigo, Uraraka y será más que sólo ciento cincuenta mil yens. Piensa bien en lo que te estás metiendo porque Bakugo no es el único que puede arruinarte la vida si se lo propone.
Uraraka lo miró en silencio pero asintió y el cheque fue a sus manos.
Y esa misma noche, sentada en su sofá con su ropa interior y una cerveza a su diestra, volvió a mirar el papel entre sus dedos con la jugosa cifra de ciento cincuenta mil yens.
Había hecho un trato con el diablo, lo sabía pero había algo más.
Tenía la oportunidad de saber qué pasó con su padre, cómo se mezclaba la familia Bakugo con la muerte de su padre y por qué su madre odiaba a tal punto a Bakugo Katsuki. Tenía la oportunidad de entender qué había sucedido y de paso, finalizar con una de sus inquietudes más grandes.
Desenmascarar al verdadero Bakugo Katsuki con sus propias manos.
Ver el líquido dorado moverse dentro del recipiente de vidrio, los dos cubos de hielo a medio derretir y el sonido que hacían al golpear el vidrio, era una forma muy simple que tenía de relajarse. Claro, tomar whisky a las diez de la mañana en su oficina con la certeza de que nadie lo podría importunar, era una forma de "relajación" que tenía. Lo malo es que eran las diez de la mañana y que Camie no tardaría en llegar.
Luego de su último encuentro para nada agradable y la situación deplorable en el que sucumbió la empresa de su esposa, debía poner orden al gallinero. Estaba harto de la situación con su (ex) esposa, pero que derribe todo lo que construyó por sus ataques de histeria, no era algo que él dejaría pasar.
Habló con ella por una breve llamada. Estaba desconsolada, su reunión con su hija no terminó como se lo imaginaba.
Claro, Camie pudo haberla parido pero parecía no conocer en absoluto a Mahoro. Era una versión femenina de sí mismo y era tan gratificante como desalentador esa cualidad, porque lo hacía chocar muchas veces con Mahoro, eran sus similitudes.
Ambos eran tercos, explosivos, no aceptaban un "no" por respuesta y podían ser muy dañinos cuando se lo proponían. Eran vengativos por naturaleza y estaba seguro de que la reunión entre Camie y Mahoro fue terrible porque si su hija era buena en algo era en herir con sus palabras. No se extrañaba que su esposa lo llamara por la noche llorando como cuál niña.
El teléfono interno de su oficina comenzó a sonar. Verificó el número en la pantalla y corroboró la identificación de su secretaria. Camie había llegado.
Tomó el tubo del teléfono y no la dejó hablar, sencillamente dijo "hazla pasar".
Dos minutos después, dos sonidos firmes de nudillos se acentuaron en la madera de su puerta. Él la autorizó a pasar.
La puerta se abrió finalmente y la imagen de Bakugo Camie se hizo notar, con un vestido negro ceñido al cuerpo, así como le gustaba, los labios en un tono vino opaco. Sus tacones se escucharon repiquetear contra la madera que revestía el piso de su oficina. Su cabello rubio, acostumbrado a tenerlo en un cómodo moño o con algún recogido elegante, yacía suelto y con cierto desarreglo impropio de la Camie que conocía.
Llevaba gafas de sol y el aroma a un fuerte perfume que trataba de ocultar algo. Katsuki frunció su entrecejo, conocía ese aroma.
Camie tomó asiento finalmente frente a él, en el gran y cómodo sillón de un cuerpo en donde casi se desplomó. Katsuki seguía observándola.
―Estás peor de lo que creí ―inició el hombre rubio.
―Cállate ―soltó la mujer. Se quitó las gafas y Katsuki pudo observar los hinchados ojos de su esposa, intuyendo que fueron producto de una noche llena de llanto―. Admítelo, te alegra verme así. Destruída.
Katsuki se acomodó mejor en su asiento, emitió una sonrisa ladina sólo para darle el gusto a la mujer, no porque lo sintiera.
―Sólo dejas en claro que eres más estúpida de lo que creía. ―Camie tomó su pequeño bolsón y sacó un paquete de cigarrillos y su encendedor. Los ojos de Katsuki se agudizaron. No esperó a que la mujer sacara un solo cigarrillo de su estuche, tomó su muñeca y se lo sacó enseguida para mirarla con repudio―. ¿Qué mierda estabas haciendo, Camie? ¿Fumando? ¿No que estabas embarazada?
―¿Ahora te importa? ―Preguntó molesta. Se puso de pie para tomarlo de su mano pero Katsuki fue más rápido, guardó la cajetilla en su cajón―. ¡Katsuki!
―¡Estás embarazada, carajo! ―Le gritó de igual forma el hombre―. ¿Qué mierda ocurre contigo?
―¡Cállate! Eres el menos indicado para juzgarme. ―Camie ahogó un chillido para finalmente echarse a llorar. Apuró sus manos a sus llorosos ojos, enrojecidos e hinchados, para limpiarlos inútilmente. Katsuki pudo reconocer que la mujer no había dormido nada en toda la noche debido al llanto y al corazón hecho trizas. Se encogió de hombros, dejó salir un suspiro cansino. No tardó en ponerse de pie y metiendo su mano en uno de sus bolsillos, sacó un pañuelo blanco para ir hasta donde su esposa.
―Deja de fregar tus ojos, sólo te lastimarás ―dijo el hombre agachándose a la altura que Camie tenía en esos momentos, encogida en el asiento, con los hombros temblando por el llanto. Parecía una niña.
Tomó con cuidado las muñecas de su esposa para alejarlas de su rostro, ella tardó un poco en ceder, pero cuando finalmente lo hizo, Katsuki pudo limpiar su rostro con su pañuelo. Camie cerró los ojos, se sentía más humillada de lo que podría recordar. Su esposo, a quien ella le había sido infiel incontables veces, estaba allí, consolándola en silencio.
No sabía si era porque odiaba verla llorar u odiaba aún más el escándalo que estaba haciendo por nada.
―Mahoro sacó tu carácter ―soltó Camie entonces. Katsuki frenó un momento sus movimientos al escucharla hablar pero lo retomó casi de inmediato―. Sabe herir con sus palabras.
―Tú no sabes cómo hablar con ella, ese es tu problema, Camie ―respondió calmo―. Crees que todos debemos responder como tú esperas.
―Ella te adora más a tí, ese es el problema.
―¿Acaso crees que si yo te era infiel e iba a contarle a Mahoro que embaracé a la mujer con la que te engañaba, saldría ileso de esa conversación? ―Preguntó el hombre. Ambos, marido y mujer, se observaron por un momento sin decir nada. Él se alejó de ella cuando la sintió más calmada para regresar a su sitio.
―Eso es sólo porque ella no sabe sobre tu historia con...
―Camie ―Katsuki frenó de golpe al escucharla hablar. Se volvió a mirarla por encima del hombro. Ya no había calma en sus rojizos ojos. Camie lo sabía, el talón de aquiles de su esposo seguía siendo el mismo―. Estás embarazada, estás más sensible que nunca, evitemos el drama así que...
―¿Acaso no es verdad? ―Volvió a insistir la mujer, mirándolo desafiante―. Si ella hubiese accedido, me habrías sido infiel mucho antes.
―Estás loca. ―Katsuki tomó asiento en su sitio, fingió que sus palabras no le afectaba―. No digas más tonterías y hagamos ésto de una puta vez.
―No finjas, deseabas estar con ella... Toda tu vida la miraste de otra forma y lamentaste cuando se casó y te dejó. Estoy segura de que si no estuviese muerta, la hubieses buscado para vengarte de mí.
Katsuki frunció su entrecejo, no apartó su mirada de la dorada que le dedicaba su esposa. Una sonrisa ladina se coló a los labios de Katsuki finalmente.
―¿Crees que eso me impidió ir a consolarme a otro sitio, Camie? ―Soltó sin prudencia, con rabia. Hacía tiempo que ese tema dejó de ser platillo fuerte para sus discusiones. Su pasado había quedado atrás, por más de que haya sido una sombra a la luz de su matrimonio, y si algo había aprendido con los años era que, a los fantasmas, mejor mantenerlos donde pertenecen. En el olvido.
Camie echó a reír con ganas.
―Si, cómo no... El gran Bakugo Katsuki acostándose con otras mujeres ―Soltó su esposa―. Te conozco, Katsuki. La única posibilidad de que me engañes era con ella, pero como está muerta, dudo que tu gran lista de mujeres siquiera te genere algo.
―También creí conocerte, pero terminaste engañándome. ¿Qué te hace pensar que no terminé en la cama con otra mujer? Mucho más joven, mucho más atractiva y mucho más...
―Sí, sí, sí. Termina con tu rollo de charlatán. ¿Estamos hablando de una mujer común y corriente o una prostituta? Porque realmente, caerías muy bajo si...
―¿Qué te hace pensar que gastaría mi dinero en alguien más? ―Era una vil mentira porque los últimos lunes, miércoles y viernes, algunos sábados si la ocasión se lo permitía, de once de la noche a una de la madrugada, su billetera pertenecía a una pelirrosada de muslos gruesos y lencería blanca.
Camie mantuvo su mirada sobre la rojiza de su esposo por un poco más de tiempo para luego desechar un suspiro de sus labios.
―Tienes razón, eres un maldito avaro.
Katsuki se encogió de hombros y Camie dio una pequeña risita.
―Así que el tan moralista Bakugo Katsuki anda teniendo una aventura... ¿Es una veinteañera? ―Las mejillas de Katsuki se encendieron sin intención alguna, pero fue la respuesta que estaba buscando su esposa―. ¡Es una veinteañera! No tienes vergüenza ―dijo entre risas―. ¿Qué tienen los hombres con buscar a una niña inexperta?
―¿De verdad quieres hablar de edades? ¿Cuántos años tiene el niño que te embarazó, caradura? ―Camie echó a reír con más fuerza.
―¡Al menos no tiene veinte años, enfermo! ―Ambos siguieron molestándose como dos adolescentes con secretos vergonzosos, al menos por un rato más. Por un momento, se olvidaron que estaban casados y que los últimos veinte años viviendo juntos fue sólo una mala pesadilla. Volvieron a ser ese par de amigos de universidad que se contaban secretos. Volvieron a sentirse como cuando no eran nada más que niños jugando a ser adultos.
Y por un momento, la molestia de Katsuki por el engaño de su esposa, desapareció.
Cuando las aguas se calmaron, retornaron a la razón por la cuál se habían encontrado en el despacho de Bakugo Katsuki. Negocios.
Camie no tenía cabeza para su propia empresa y de eso era muy consciente Katsuki. No pretendía salvarla a ella, sino al negocio que él también colaboraba para financiar. Al regreso de su último encuentro con la jovencita que se llevaba parte de sus noches de insomnio, continuó en vela porque sencillamente, le había llegado la inspiración para poder sobrellevar las dos empresas mientras Camie continuaba su embarazo.
La mujer lo escuchaba con atención, sorprendida de su apertura por sacar adelante la empresa que ella lideraba, sin importar el posible rencor que tenía encima por el engaño causado. Katsuki podría tener un carácter horrible pero había algo más importante que el rencor y era el dinero. Siempre mostró interés en la empresa de su familia, desde joven se concentró en ser el siguiente en asumir la presidencia del grupo cuando su padre se retirara y tanto su padre como su madre estaban seguros que las tantas empresas del Grupo Bakugo seguirán teniendo el mismo prestigio al estar en manos de su unigénito.
Llegado el momento, Katsuki levantó la mirada de sus apuntes a los ojos de su esposa. La mujer lo observaba con genuina fascinación. Ella despertó entonces y sonrió dulcemente.
―A pesar de lo que he hecho, ¿quieres que continúe llevando adelante el nombre de la empresa?
―A tiempo parcial. Yo pondré un encargado de confianza que te suplirá en todo momento, necesitas estar tranquila y yo necesito controlar tus números para que no hagas un desastre una vez más. ―Él sonrió para sorpresa de ella―. Además tienes más paciencia para lidiar con tus frívolas modelos de pacotilla.
―De verdad eres alérgico a muchas mujeres ―rió Camie hasta que guardó silencio y lo miró con urgencia. Lo tomó por sorpresa―. ¡No me digas que la veinteañera con la que te has metido es Toga!
Bakugo no tardó mucho tiempo en responder con un rotundo y exasperado "no", acompañado de insultos y palabrerías que sólo causaron gracia en su esposa. Era extraño y a la vez gratificante el volver a compartir un mismo espacio con la persona que creyó odiar de por vida.
Incluso cuando el relato salía de sus labios, Bakugo ya no tenía tanto resentimiento atorado en su garganta. Hablar de Cami ya no era tan sofocante como lo era hace un tiempo atrás. No sabía por qué, quizá porque cada vez que hablaba de la pena causada por su esposa, había una joven mujer sentada en su regazo.
Bakugo levantó los ojos a los castaños que lo observaban con atención detrás del antifáz blanco que le recordaba qué día era. La mujer de la peluca rosa volvía a estar sobre su regazo mientras él sostenía un vaso de whisky en su diestra y su zurda yacía cómodamente apoyada sobre los muslos desnudos de la que, al parecer, hizo más fácil la tarea de voltear la página con su esposa.
Una sonrisa pequeña afloró en los labios de su acompañante, llamando su atención.
―¿Qué es tan gracioso? ―Preguntó Katsuki sin despegar sus rubíes ojos de los rozagantes y carnosos labios ajenos.
Angelface se acomodó mejor contra el pecho del hombre, no pudiendo apartar su mirar de la penetrante vista del presidente del Grupo Bakugo.
―Sólo me causa gracia lo mucho que has cambiado desde que llegaste ―se animó a confesar la mujer. Katsuki levantó una ceja disconforme―. Al parecer, tu presencia por aquí será cada vez menos recurrente.
―¿Acaso sólo admiten hombres y mujeres con vidas destruídas y penosas? ―Preguntó con un tinte de gracia en su voz. La mujer acercó sus labios a los ajenos, casi pudiendo saborear el intenso sabor del whisky en ellos.
―No, pero es menos probable que vengas una vez tu vida te vuelta a sentir cálida al tacto. ―Acto seguido, Angelface bajó los labios al mentón del hombre, esquivando un posible beso entre ambos. Katsuki sonrió como sonríe un apostador que está observando una escalera real en su poder.
―Tú haces que el trabajo de recomponer mi vida se vuelva una tortura ―susurró. Tomó la nuca de la mujer y la acercó contra sus labios. Su lengua se inmiscuyó en la boca ajena, el sabor del whisky inundó los sentidos de la joven. Un pequeño gemido se escapó de ella y eso le dio más motivos a Katsuki para aferrarse a los muslos de la joven, mientras su boca llenaba la ajena.
La lengua de Angelface acarició la suya, mordió su lengua, sus labios, su saliva recorrió parte de su mentón, bajó a su cuello y un poco su clavícula a través de besos mojados. La podía sentir temblando entre placer y miedo y eso lo excitaba de una manera casi animal. No supo en qué momento la mujer se sentó a horcajadas de sus caderas, pero podía sentirla sobre su erección, frotándose casi al compás de una melodía que sólo sus cuerpos escuchaban.
Las uñas de la muchacha se acunaron en su cuello mientras él reclamaba como suyas la tersa piel de sus nalgas por debajo de su lencería. Cada vez, el tramo a lo que necesitaba sentir se hacía más corto pero temía ir demasiado lejos.
―Dime qué quieres ―susurró ella contra sus labios.
―Tú lo sabes ―respondió―, pero creo que es demasiado...
―¿Acaso Bakugo Katsuki tiene miedo? ―Susurró la mujer. Los ojos rubíes del hombre se encendieron y no hacía falta mencionar qué otras partes de su cuerpo lo secundaron.
Sus dedos encontraron el camino a donde la lencería moría en una húmeda mancha casi indetectable. No pudo contenerse más, buscó hacerse lugar entre el ridículo espacio que existía entre la tela y la carne y sólo cerró los ojos al escuchar el gemido de la mujer una vez la yema de sus dedos, palparon con sabiduría lo que yacía ardiendo e hinchado. El clamor de la dama fue la melodía más gratificante en mucho tiempo para sus sentidos, el bulto entre sus piernas se lo confirmaba con violencia.
―¿Por qué mierda me haces la tarea más difícil? ―Dijo el hombre, su voz se oía ronca y mucho más raposa que de costumbre. La joven sonrió contra sus labios, se movió un poco más lento para que los dedos del hombre la pudiesen palpar con mayor amplitud y entrega.
―¿Quizá porque te excita la idea de hacer algo mal? ―Respondió. Katsuki detuvo sus movimientos, levantó la vista hacia la muchacha cuyo rostro se encontraba encendido por el rubor del placer―. ¿Cuánto tiempo has tenido que ser el hombre perfecto, Bakugo? Dime, ¿es eso o te excita la idea de acostarte con una mujer más joven que tu esposa? ¿Te calienta la idea de que puedo ser tu hija?
―¿Qué...? ¿Qué mierda dices? ―Katsuki la apartó y la observó con vergüenza y asco.
―¿Qué pasó? ¿Te jodió que te dijera tu miedo o te muestre la realidad? ―Preguntó con una sonrisa sutil la mujer.
Katsuki se levantó del asiento con la idea de alejarse pero apenas volteó para alejarse, la imagen de su hija en compañía de su esposa lo hicieron detenerse casi de golpe. El rostro de Mahoro yacía empapado en lágrimas mientras su madre la abrazaba a modo de contención.
―¡¿Cómo pudiste, papá?! ¡Cómo! ―El sonido de un vidrio rompiéndose lo despertó.
El grito de su hija, la sensación de vergüenza y la rabia lo sacaron de la pesadilla que lo tuvo enfrascado en el sillón de su despacho. El golpe a la realidad lo dejó atónito por segundos, hasta que por fin pudo espabilar un poco. Se llevó las manos a su rostro empapado en sudor y el ardor en su entrepierna le arrebató el aliento. Había tenido un sueño más que húmedo con la joven Doll, su subconsciente le plasmó en imágenes todo lo que quería hacerle y más, pero ese pedazo de conciencia transformada en su hija, le recordó que si hacía eso, sólo era un enfermo más.
Se jaló los cabellos como desquiciado. No sabía qué horas eran, pero seguía en el despacho de su edificio, con su ropa de trabajo y el vaso roto de whisky esparciéndose en el tapiz del suelo.
¿Había pasado la noche bebiendo en su despacho como si no hubiese un mañana? La respuesta era clara, tan clara como el hecho de que su ausencia en Dollhouse le pasaba la factura a su despierto guilty pleasure, una joven de veintitantos con la capacidad de hacerlo correrse con un sólo beso.
―Pareces un adolescente, carajo... ¿Qué mierda sucede contigo? ¡Podría ser tu hija! Sin embargo, no lo era ―se respondió una voz muy en lo profundo de su ser. No sabía si era producto de su ebriedad o era sus más sucios pensamientos tratando de justificar su nueva fijación.
Camie había acudido ese día a su oficina para dialogar asuntos laborales. Terminó mejor de lo que había imaginado y terminada su reunión, continuó con su agenda un poco más hasta que la noche lo atrapó bebiendo en su despacho solo. El pensamiento de ir a Dollhouse a consolarse como un necesitado al calor de los muslos de la desconocida de antifaz surgió tan rápido. Demasiado rápido para decir que no ha sido suficiente el whisky consumido en esas horas de soledad.
¿Qué mierda estaba pasando con él? Se sentía atontado y avergonzado, fuera de sí. Ese lugar se había vuelto una droga y la mujer de la lencería blanca era su maldita cocaína.
Podría ser tu hija... Sí, podría serlo. Miró el resto de vidrio estrellado contra el suelo. El brillo del cristal entremezclado con el brillo del whisky resaltando su filo, una belleza lejana y a la vez tan letal.
Cerró los ojos y pasó su mano por su rostro intentando reponerse del sueño que lo encontró a mitad de la noche. Volvió a observar el piso con el líquido dorado esparciéndose cada vez más. La respuesta atorada en su garganta era la clara señal de que, quizá, deba ser momento de replantearse su ida a Dollhouse.
Ochako observaba nuevamente su reflejo en el espejo que tenía delante, como si fuese la primera vez que realmente se miraba en él. Ya no portaba su peluca o su antifáz y en lugar de lencería, traía puesta la ropa deportiva que acostumbraba a ponerse al terminar el show dentro de la casa de muñecas. Sus ojos buscaban algo y a la vez no sabía qué era.
Tenía tantos problemas metidos en su cabeza. Uno de ellos yacía aún en el buzón de su correspondencia y el otro, sencillamente no había dado señal alguna.
Esa noche no acudió a Dollhouse el hombre que había besado la noche. Esa noche, Bakugo Katsuki no ingresó a las instalaciones ni la buscó como era costumbre. No estaba segura si era a él a quien buscaba o la ansiedad de volver a verlo después de lo ocurrido la llevaba a tener taquicardia. ¿Qué estaba esperando realmente? Aún no sabía cómo proceder con Bakugo Katsuki, no sabía qué hacer para darle a Todoroki Enji lo que buscaba, ni siquiera sabía si valía la pena continuar adelante con lo que, inicialmente, la incentivó a hacer todo lo que hizo.
Se sentía tan perdida, como cuando llegó por primera vez a Tokio. Perdida, asustada, sin saber qué esperar de nada.
―¿Ochako? ―Una dulce voz a sus espaldas la hizo voltear de inmediato. El rostro confundido de Deku sólo la avergonzó más. Las mejillas, de por sí rozagantes de la castaña, se encendieron de pena―. ¿Te pasa algo? ¿Estás... Distraída, creo?
―No es nada, sólo tengo muchas cosas en la cabeza ―respondió. No era mentira. Tenía una tormenta oscura y lúgubre tomando prisionera sus pensamientos, su vida entera. La respuesta de la mujer no fue suficiente para la joven de ojos esmeralda y se acercó a su compañera, posando sus cálidas manos sobre los hombros de Uraraka. La castaña mirada fue a la verdosa de su amiga―. De verdad, no...
―¿Es por Kirishima? ―Preguntó de frente. Ochako notó las cejas acentuadas de su amiga, arrojando un semblante determinado―. Porque si es por eso, no te sientas culpable. Has sido sincera con él y no le debes nada a nadie por...
―No es por él ―respondió enseguida. Ella estaba segura de que el asunto que la tenía sin paz alguna era por el desastre en el que se había metido y que Todoroki Enji no hizo más que afianzar el precipicio de riesgo―. Es por... ―No podía decirle. ¿En qué podría ayudarla? Sólo causaría más problemas en el trabajo y ya tenía suficiente. Sonrió cómo pudo―. No es nada, de verdad.
―Ochako... ―Insisitó Deku con pena―. No quiero ser entrometida pero no luces bien. ―Una pequeña sonrisa se posó en los finos labios de la Doll Novata―. ¿Por qué no vienes a casa? Te invito el desayuno y de paso conoces a mi hermana, bueno, hermanastra ―sonrió―. Le hablé mucho de ti y estoy segura que un poco de comida deliciosa y una charla de chicas no te vendría mal.
―Pero, no quisiera...
―Por favor, has sido tan dulce conmigo desde que comencé a trabajar aquí que no puedo hacer menos que invitarte a mi casa. ―Deku tomó con dulzura las manos de su amiga y con una sonrisa amena, consiguió que Ochoko se levantara del sitio en donde se encontraba para ceder a la invitación de su amiga.
Quizá Deku tenía razón. Quizá ella necesitaba distraerse un poco.
Notas de la autora:
¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!
Sin duda han pasado casi un año desde la última actualización y sólo puedo pedirles disculpas. Con el trabajo me ha sido imposible proseguir con los escritos pero se viene una nueva etapa en mi vida que me permitirá tener más tiempo para dedicarle a mis proyectos personales, entre ellos, la escritura.
No dejaré de lado ésta historia y me encantaría que me sigan acompañando con ella.
Espero que todxs estén bien.
¡Nos seguimos leyendo en el siguiente capítulo!
