Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
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CAPÍTULO 13
Gama de grises.
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El vapor que desprendía su taza de café, levantaba también el aroma delicioso de su bebida oscura; sus ojos rojizos no dejaban de observar la silueta semi translúcida que el vapor emitía, perdiéndose en el aire. Tenía los ojos un poco hinchados, también con una pigmentación rojiza que la delataban como víctima del llanto nocturno y del insomnio desmedido que la acompañó toda esa madrugada. Seguía sin dormir y de verdad se sentía fatal. Tenía una facilidad para tomar las cosas de forma personal. Sus padres no eran los mejores ejemplos para evitar ese detalle.
Una dulce mano con uñas pintadas en un tono fucsia intenso se acercó hasta ella, depositando un frasco de azúcar orgánica. Cuando Mahoro levantó sus ojos hacia su tía, Mina le dedicó una pequeña sonrisa comprensiva.
Las cuatro y media de la mañana llegaron y con el minutero indicando lo obvio, Sero Mina sintió la vibración de su teléfono que le arrebató por completo el sueño, de por sí pesado, que estaba viviendo. Los ojos oscuros e intensos de la pelirrosada mujer se abrieron con premura al leer el nombre de su sobrina e hija del matrimonio Bakugo. Un mensaje de texto con una frase solitaria: ¿Estás despierta?.
Algo había ocurrido.
Mahoro no recurre a ella desde los dieciséis años y menos si no se trataba de algún tema urgente. La joven no sólo heredó la belleza peligrosa de Katsuki, también llevaba en sus venas ese carácter explosivo y muy impulsivo que caracterizaba a su amigo. Hubo ocasiones desde que Mahoro era una niña que las discusiones con sus padres superaba las azotadas de puertas o las maldiciones en tonos elevados; Mina recordaba salir a buscar a mitad de la noche a su sobrina de ocho, diez o incluso dieciséis años, porque tuvo una discusión con alguno de sus padres. La joven nunca fue buena para tener paciencia y tomar las cosas con calma, para ella todo era blanco o negro y si algo se asemejaba a algún matíz de gris, quebraba su sistema y ella enloquecía.
Sí, claro que recordaba las escapadas que Mahoro cometía cuando estaba enfurecida, también las noches sin dormir escuchándola quejarse o llorar. A sus veinte años, la joven volvió a recurrir a su tía como cuando era una adolescente y siendo franca, para Mina, no había cambio alguno en su querida sobrina, además de la altura.
Tomó su bata de dormir, la aseguró a su cintura, salió de la cama cuando encontró destino de sus alpargatas. Su caminar era medio torpe, eran las cuatro y treinta y cinco de la mañana, no podían culparla. Y mientras dirigía sus pasos fuera de su habitación, respondió el mensaje de su sobrina.
¿Dónde estás, Mahoro? Consultó y antes de dar un paso más, el sonido del timbre de su departamento le arrebató el resto de sueño que quedó atorado en sus legañas.
Mina miró su teléfono y luego acudió con toda la prisa que pudo a la puerta principal. La mirilla no le mintió, estaba la cabellera rubia de su sobrina del otro lado. Mina dejó escapar un suspiro cansino preguntándose qué habría pasado para que su sobrina estuviese de pie fuera de su casa en plena madrugada.
No tardó en quitarle seguro a la puerta y una vez estuvo delante de la imagen de Mahoro, la rubia levantó una pequeña caja. Mina parpadeó un par de veces. Era un pastel de chocolate casera puesta en una caja de cartón bien improvisada.
―¿Tienes hambre? ―Preguntó Mahoro con una sonrisa pequeña―. Preparé un poco de pastel de chocolate, ya sabes, de esos que te gustan.
―Mahoro... ―Habló su tía sin saber por dónde comenzar.
―¿Tienes café? No sabes el frío que hace así que creo que necesito un poco de café, no tienes que hacerlo tú, sólo regresa a la cama y―
―¡Mahoro! ―Habló su tía de vuelta, haciéndola callar. La rubia la observó sorprendida pero luego los hombros de la joven se quebraron. Una fina lágrima rompió la pasividad de su juvenil rostro a pesar de que la sonrisa seguía intentando mantenerse firme en sus labios. Mina sabía que Mahoro no podría sostenerla por mucho más tiempo―. Oh, cariño... ―Mina tomó el pastel de su sobrina con una mano y con la otra, la atrajo hacia ella misma para abrazarla. El gesto tomó por sorpresa a la joven pero no tardó en corresponder el gesto, abrazándose a su tía con toda la fuerza que podía.
Por un momento, el mundo se sintió mucho más pesado que antes para Mahoro pero tenía el brazo de su tía que hacía un pequeño esfuerzo para que ella no se derrumbara. No supo si fue allí cuando comenzó a llorar como una niña o fue después de pasar al interior de la morada de su tía. Lo que recordaba era estar sentada en el desayunador de la morada, con una taza de café negro caliente y una rodaja de su propio pastel de chocolate.
Eran las cinco de la madrugada.
Mina tomó asiento junto a ella y sin mediar palabra, se llevó un gran bocado de pastel de chocolate a la boca. Emitió un gritillo de gusto al sentir el sabor y dio un pequeño bailecito en su sitio al percibirlo tan delicioso.
―¿Está bueno? ―Preguntó Mahoro con una pequeña sonrisa.
―Tan bueno que tendré que postergar mi consulta con la nutrióloga ―exclamó, llevándose otro bocado a la boca y repitiendo su demostración de afecto a la comida deliciosa―. Adoro que hayas heredado el buen gusto culinario de tu papá, porque si dependía de tu mamá, dios...
El rostro de su sobrina se ensombreció de pronto y Mina lo notó. Dejó de masticar y la observó con pena porque acababa de darle en el clavo a la razón por la que Mahoro se encontraba despierta en plena madrugada un jueves.
Terminó de tragar el pedazo que quedaba de pastel y aclarándose la garganta, tomó la mano de su sobrina con cariño. Los ojos rojizos de Mahoro fueron a los oscuros de Mina.
―Creo que tu llegada aquí tiene una razón, ¿no es así? ―Preguntó con cautela―. Mahoro, gracias por confiar en mí, cariño pero tienes que decirme algo... Quiero ayudarte pero siento que tomar café con un pastel de chocolate, delicioso por cierto, no―
―Mi madre engañó a mi papá ―Soltó entonces la joven. Mina guardó silencio al momento de escucharla hablar. Mahoro soltó una risita apenada―. De verdad, no sé qué pensar... Toda mi infancia crecí creyendo que eran el uno para el otro, adoraba escuchar historias de su romance, pero cuando perdieron a mi hermano, parecería que fue el momento exacto en el que ambos se perdieron; sabía que había problemas entre ambos, a medida que crecía podía notar cómo se iban distanciando y hasta podría asegurar que también se distanciaron de mí de alguna forma... Pero una infidelidad... Ni siquiera eso... ―Mahoro miró a su tía con desesperación, como si lo que iba a decir comprometía a su propia lengua―. Está embarazada... Mi madre... ―Sollozó.
Mina no lo dudó, atrajo hacia sus brazos a su sobrina, por un momento ya no era la temperamental jovencita que se podría meter en problemas con sólo abrir la boca. No. Frente a sus ojos y entre sus brazos, yacía una niña cuyo corazón estaba destrozado en miles de fragmentos. Cerró los ojos y balanceó dulcemente su cuerpo, mientras sentía cómo su bata se humedecía con las lágrimas de su pequeña Mahoro.
―Mi papá... Carajo, ni quisiera me lo puedo imaginar... Si a mí me destrozó la noticia, ¿cómo lo habrá tomado él? ―Sucumbió al llanto. Mina la abrazó con más fuerza. Esa pregunta tenía una respuesta más que amarga porque ella había visto el resultado de aquella confesión. Tanto Katsuki como Mahoro eran personas temperamentales, impulsivas y explosivas, pero al igual que aquel temperamento iracundo, albergaban muchas emociones más, emociones fuertes y de gran impacto. Katsuki nunca se lo había dicho, pero ella lo conocía tan bien como conocía a sus mejores amigos. Él no era de piedra y la traición de su esposa le había dolido como pocas cosas lograron lastimarle en el plano sentimental, porque no solamente se trataba de un revolcón o un embarazo... Era la decisión de preferir a alguien más por encima de ti, de saber que no eres suficiente para la persona que tenías al lado.
Mina ahogó un sollozo contra el cabello de su sobrina porque sabía a la perfección cómo se sentía esa traición.
Su difunto esposo era recordado con cariño por sus amigos y claramente, por ella también, pero nadie sabía a profundidad lo que Sero Hanta llegó a ocultar hasta su último instante de vida. Su muerte fue como una expiación de sus pecados pero a pesar de eso, la traición que en vida cometió contra ella, contra su esposa, aún pesaba en la mente de Mina.
―Cuando sucedió lo de Denki y Tía Jirou, pensé yo sé que a mis padres no les sucederá eso ―siguió hablando Mahoro con pesar―. De verdad no puedo creer que mi madre haya sido capaz de hacerle algo así a mi padre. Sé que no es algo que tenga que ver conmigo, es un problema de pareja pero carajo... Su mierda me salpica también aunque no lo quieran y el que no me tengan en cuenta es lo que hace que me duela tanto...
Mina abrazó con más fuerza a su sobrina. Todo lo que decía era verdad, porque finalmente, la terminó involucrando y eso sin contar de las tonterías que su padre había estado cometiendo después de verse traicionado. Ese detalle no pensaba siquiera mencionarlo porque Mahoro ya tenía suficiente de una decepción paternal por un día.
―¿Has hablado con tu padre? ―Preguntó entonces Mina cuando Mahoro se tranquilizó un poco más. La joven se separó de su tía, la miró a los ojos y negó con lentitud.
―Ni siquiera sé si quiero verlo en este momento... No sé qué decir... ―Admitó―. Mi madre me ha dicho que ya él estaba al tanto de todo, incluso del bebé... ―Exclamó una risa seca, de esas sarcásticas que sueltas cuando crees que ya nada puede empeorar―. Me lo dice como si eso hiciera menos jodido el asunto. Mi padre podrá saber sobre su infidelidad y el fruto de esta, pero está loca si piensa que yo pasaré por alto algo así. No se lo he dejado fácil, le tiré todo lo que tenía atorado en el pecho desde el momento en el que se sentó junto a mí. Le dije cosas horribles que aún no me arrepiento. Sé que mi padre se molestará conmigo por eso pero me importa una mierda. Si él quiere hacer como que nada pasó por el sencillo hecho de lo que la prensa pueda sacar para hacer dinero de su escándalo, es su maldito problema. Yo no puedo tolerar que nos vea la cara de idiotas.
Mina podía observar cómo las manos de Mahoro temblaban pero de la rabia. Había fuego en su mirada, casi tan peligrosa como la de su propio padre. Exhaló un suspiro y buscó una de las manos de su sobrina, la rubia la observó un momento. Al sentir la calidez de las manos de su tía, sus decibeles fueron reduciéndose un poco.
―Sé que no es un consuelo lo que voy a decirte, cariño, pero hay veces en el que los adultos parecen tener control de sus propias vidas pero es una mentira. Todos estamos en las mismas condiciones que el resto, intentando entender para dónde llevar nuestro propio bote. Tomamos decisiones y si bien, nos hacemos responsables (o al menos la mayoría), no significa que haya sido una buena elección pero debemos vivir con eso.
―¿Estás diciendo que mi madre y su aventura son una puta lección de vida? ―Mahoro se soltó de su tía con desdén.
―Mahoro, sólo intento decirte que en el mundo, no hay malos y buenos, sólo gente que a veces lo arruina pero eso no significa que todo se resuma en una sola decisión. Sé que cuesta comprenderlo y más aún por ser tan joven pero en algún momento―
―En algún momento me convertiré en una mierda como mi madre, ¿es así? ―Mina se encogió de hombros al escucharla tan molesta. No había forma de controlar a una Bakugo cuando estaba en ese estado.
Cuando vio a su sobrina tomar sus cosas, Mina se puso de pie.
―Mahoro, espera...
―Gracias por el café, tía. De verdad quería hablar contigo pero no importa cuánto trates de hacerme ver las cosas, necesito estar sola ahora mismo. ―Abrazó a su tía y se dirigió a la salida de su departamento. Mina se quedó con el pecho acongojado, no sabía qué podía esperar de Mahoro pero si en algo tenía razón la joven era que necesitaba estar sola para pensar con claridad.
Tomó su móvil sin demorarse demasiado, buscó el contacto del padre de Mahoro y no se molestó en saludarlo, sencillamente puso: Mahoro estuvo aquí. Está molesta. Trata de hablar con ella.
Se encogió de hombros y regresó a su desayunador. El apetito se le había escapado tan rápido como vino. Apartó el plato con rodajas de brownie. Su mano izquierda reposaba sobre el vidrio cuando volvió a reconocer su anillo de matrimonio en su dedo anular. Tomó con sus otros dedos el anillo para frotarlo entre sus yemas. Sonrió.
―Han pasado tantos años. Creí que nunca me repondría... ―Besó su anillo. Su esposo le había sido infiel hace tanto tiempo y creyó que su mundo se venía abajo. Nadie sabía de ese suceso, ni siquiera Katsuki. Ella llevó adelante ese secreto porque había sido solo una ocasión, una sola vez pero que dolía como si hubiesen sido innumerables ocasiones. La muerte de Sero le dolió tanto pero fue como un cierre a aquel dolor. Ya no tenía a quién reclamar, a quién llorar. Solo se tenía a ella.
Con los años, pudo comprender las palabras dichas a Mahoro: Todos estamos en las mismas condiciones que el resto, intentando entender para dónde llevar nuestro propio bote. Tomamos decisiones y si bien, nos hacemos responsables (o al menos la mayoría), no significa que haya sido una buena elección pero debemos vivir con eso.
Cuando sucedió lo del accidente de Hanta, ella veía el rostro de su esposo enmarcado en una lejana fotografía y solo podía detestarlo, porque él nunca se lo había dicho y ella también ocultó saber de la infidelidad como quien mete la basura bajo la alfombra. Una vez muerto, ella ya no sabía qué hacer con la basura acumulada y sólo le quedó la amargura.
Fueron muchos años de terapia para levantar esa maldita alfombra y limpiar de una vez por todas la mierda que tenía debajo.
Aprendió a soltar y aprendió a crecer. Era algo suyo y ver a Mahoro tan molesta le generaba tanta envidia. Ella no se atrevió a sentir rabia, fastidio, ni siquiera pudo sacar todo lo que tenía atorado dentro suyo. ¿Por qué? Carajo, ni siquiera sabía la respuesta. Cuando tenía la edad de Mahoro, todo era blanco o negro, no había grises. Cuando supo lo de Hanta, se encontró a sí misma en un piso cubierto de un gris oscuro con destellos claros. Estaba tan perdida y la idea de sólo fue una vez, ni siquiera fue algo importante, hizo que el gris se esparciera y la consumiera.
Sí, todo era cuestión de tiempo. Cuestión de uno mismo.
Katsuki apretó el teléfono entre sus dedos con fuerza. Leer el mensaje de su amiga cuando apenas el día iniciaba le sabía a pura mierda. Camie, como siempre, creyó tener una buena idea pero como acostumbraba a suceder, la terminaba embarrando mucho más. Su esposa creía que siendo franca con su hija sobre la infidelidad, el embarazo era algo que podría procesarse con rapidez para finalmente perdonarla porque estaba necesitada de compañía en esos momentos y creía que su hija respondería mejor que él.
Era irónico el modo en el que Camie pensaba que Mahoro podría tomar de buena fe todo lo acontecido en tan solo una tarde. Y por si fuera poco, no sólo causó un caos con su hija con tanta información, ahora su hija está como alma que se lleva el diablo.
Él confiaba en que Camie sería inteligente y no metería a Mahoro en medio pero claramente, estaba pidiendo demasiado a su mujer. Se apresuró a marcar el número de su hija para llamarla pero apenas sonaba, lo mandaba al buzón de voz. Su hija estaba sola y con mucha ira acumulada.
Él también se caracterizaba por perderse un buen rato, incluso días, con tal de apaciguar la tormenta que traía dentro suyo. Si Katsuki era una tormenta, Mahoro era un huracán.
Salió de su cama, ni se molestó en darse una ducha, sólo se enfocó en vestirse y tratar de que su hija le contestase el teléfono. ¿Cómo podía ser posible que siendo padre e hija viviesen tan desconectados? Tampoco iba a ser tan hipócrita como para decir que aquello le resultaba una sorpresa porque él tampoco había puesto de su parte para intentar remediar la distancia con su hija.
Creía en la independencia que su hija parecía buscar pero puede que haya confundido independencia con soledad. ¿Acaso, tanto él como Camie se habían enfocado tanto en la empresa familiar que olvidaron por completo a su única hija? Ni siquiera se molestó en responder esa pregunta. Prefería sólo seguir intentando dar con Mahoro.
Su teléfono comenzó a sonar y creyó que sus súplicas habían sido escuchadas, imaginando que el número en pantalla sería la de su hija pero lejos estaba de ser real porque leyó el nombre de su secretaria. Suspiró camino a subirse a su vehículo, ignorando las señas de su desesperado chofer que parecía estar diciéndole que él lo llevaría.
Contestó su móvil.
―¿Qué pasó? ―Preguntó sin paciencia. El motor rugía por lo bajo.
―Bakugo-san, sólo quería hacerle recordar que tiene una reunión con la agencia True Color que había reprogramado la semana pasada ―Maldijo por lo bajo. Había olvidado esa maldita reunión y era la misma gente que quería adquirir mayor materia prima para sus tiendas, era uno de los clientes más grandes que tenía su empresa y no podía volver a reprogramarla― ¿Bakugo-san?
―Sí, era a las 10, ¿no es así? ―Preguntó, recibiendo una respuesta afirmativa de parte de su secretaria―. Bien, manten eso como está. ¿Tengo algo para primera hora de la mañana?
―Eh, no... A las 14hs―
―Entonces no importa. Reagenda mis citas del día para mañana o la semana que viene, dejame libre el día y busca a mi hija por donde sea.
―¿Su hija? ―Preguntó su secretaria.
―¿Necesitas que te lo dibuje? ―Dijo molesto y su secretaria negó enseguida―. Entonces haz tu trabajo y busca a mi hija que no sé donde mierda se fue a meter. Apenas des con ella, me la comunicas. ―Cortó la llamada sin darle tiempo a la mujer en decir nada más.
Katsuki dejó las instalaciones de su vivienda en su vehículo vistiendo sencillamente unos joggings, una polera y una sudadera encima. Tenía el cabello revuelto, el rostro con notorias ojeras.
Si Mahoro había dejado la casa de su tía, no habría muchos lugares a los cuales su hija pudiese recurrir. Su departamento no era una opción, no creía que fuese a ver a Kyoka o Denki, de hecho no se le ocurrían muchos lugares salvo por...
Sus pensamientos quedaron congelados al mismo tiempo en el que su vehículo se detuvo al reconocer la luz en rojo del semáforo un poco antes de que él continuase su camino cruzándola. La inercia lo hizo moverse para adelante pero gracias a su cinturón de seguridad, no fue tan drástico el golpe.
Recordó entonces que otro lugar a donde podría acudir su hija era la casa de esa amiga suya. ¿Cómo era su nombre? La chica de los mofletes rosas y ojos bien acaramelados.
Uraraka Ochako.
¡Claro! Recordaba el camino a su casa y aún podía llegar a la oficina a ducharse y ponerse uno de los trajes que tenía de repuesto en su vestidor particular dentro del despacho. Observó el reloj en el tablero del vehículo. Era temprano, cerca de las siete y media de la mañana. No recordaba en qué trabajaba la amiga de Mahoro pero no perdía nada con ir hasta ella y ver si su hija no estaba por allí.
Aceleró ni bien la luz del semáforo se tornó verde y dobló en el atajo que recordaba, lo podía encaminar hacia donde recordaba quedaba el departamento de Uraraka Ochako.
Los delicados golpes del agua contra la ventana detrás suyo, la hicieron imitar el ritmo que su índice aplicaba a la taza de café entre sus manos. El aroma cálido del café negro a primera hora de la mañana era alentador, más aún cuando no habías dormido nada de lo que era la noche anterior. Si era sincera, desde la última visita de su madre a su departamento, había tenido constantes pesadillas y el insomnio se había vuelto una rutina en su día a día, incluso el hecho de pasar despierta toda la noche no era algo extraño para ella.
De hecho, en varias ocasiones, al salir de Doll House, las calles de Tokio la encontraron despierta caminando sin mucho apuro de regreso a su casa.
Nunca pensó que se volvería una noctámbula pero había mucha quietud por las noches que, por una extraña razón, no se sentía tan sola. Durante el día era difícil mantener la mente quieta y en silencio; las noches, en cambio, eran terribles compañeras cuando el silencio se cernía en tus piernas y comenzaba a abrazarte por completo, haciéndote presa de esos pensamientos que durante el día buscabas enterrar.
Sin embargo, las calles solitarias, la luna distante, el fresco amanecer y los pies que no conocían un rumbo fijo, hacían de acompañantes apacibles para sus tormentos nocturnos.
Quedarse en casa, intentando conciliar el sueño mientras esas voces, recuerdos, querían darle cacería era una pésima idea.
Recorrer las calles, con el sonido de la noche y de sus pies al compás de su vida, era otra sensación.
Y en esa ocasión, acabó aceptando la hospitalidad de su amiga del trabajo, la dulce Midoriya Deku.
Ochako volvió a la realidad cuando vislumbró a Deku regresar a la cocina para terminarse su café, percatándose en los bonitos y grandes ojos que la joven tenía, luciendo tan hermosa con la cabellera oscura con detalles en verde que todo en ella rezaba. La sonrisa encantadora de su amiga la hizo devolverle el gesto.
―Creí que ya estaría despierta mi hermana pero al parecer, somos las únicas con insomnio ―comentó con gracia la dueña de casa.
―No te preocupes. De hecho, creo que en un rato debería regresar a casa. ―Fueron sus palabras.
―De seguro tienes muchas actividades con la universidad y tu casa, ¿no es así? ―Ochako asintió―. Qué envidia. Yo aún sigo ahorrando para la universidad, aunque viendo los gastos de la casa entre otras cosas, creo que el trabajo de Doll no será suficiente.
―Deku, si necesitas...
―Ay, Ochako, no lo decía con la intención de comprometerte ―respondió enseguida Deku, sonrojándose de la pena. Sus pequeñas manos negaron rápidamente―. Mi hermana está terminando la universidad, prácticamente desde que nos independizamos, me dediqué a trabajar para ayudarla con sus estudios porque era la que más prometía ―sonrió con pena―. Creo que te hablé de ella, ¿no?
―La que es hábil con la tecnología ―asintió Deku―. Sí, me la mencionaste.
―Está a un peldaño de ser una hacker ―rió―. Desde siempre tuvo el "toque" de querer desarmar y volver a armar los aparatos, encontrarle la razón a las cosas, no podías decirle solamente "porque sí" ante las preguntas que te tiraba. Siempre tuvo un alma muy curiosa y desde joven comenzó su afición por la computadora entre otras cosas de mecánica.
―Debe de ser una prodigio ―habló Ochako y Deku asintió.
―De hecho, fue fácil para mí decidir postergar mis estudios para darle prioridad a los suyos porque sabía que la que haría grandes cosas desde siempre, sería ella.
―¿Por qué dices eso? ―Preguntó Ochako con recelo. Deku se encogió de hombros.
―Sabes, el mundo es un poco más difícil para las mujeres... Pero cuando eres una chica trans... ―Su silencio fue suficiente para que Ochako comprendiera qué fue la verdadera limitante para su amiga―. Sin importar nada, me concentré en encontrar trabajos de buena paga para poder ayudarla en forma. Eso me sirvió para ser buena en muchas cosas pero entonces, conocí lo que era el mundo Doll y bueno... Estamos aquí ahora.
―Estamos aquí ahora... ―Repitió Ochako mirando ensimismada el líquido oscuro a medio acabar―. Nunca pensé que terminaría en Doll House pero como dices, es lo que necesitamos en estos momentos para subsistir.
De pronto, como una avalancha de nieve, las palabras de Todoroki Enji recobraron fuerza en su mente, recordándole con una simple frase que estaba atascada mucho más profundo que sólo ser una compañía noctura para hombres con dinero.
―Si me fallas, tendrás una deuda conmigo, Uraraka y será más que sólo ciento cincuenta mil yens. Piensa bien en lo que te estás metiendo porque Bakugo no es el único que puede arruinarte la vida si se lo propone.
Seguía repitiendo la voz de Todoroki Enji y su imagen entregándole el cheque por el valor de ciento cincuenta mil yens la hicieron perder el calor que habitaba en su interior. Estaba atrapada contra la espada y la pared porque el cheque reposaba en su mesa de noche sin saber muy bien qué hacer para cumplir con la orden del dueño de Doll House.
¿Estaba realmente segura de querer llegar al fondo de la historia que tenía su familia con los Bakugo? ¿Podría correr el riesgo tan alto de poner todo en juego con tal de saber qué sucedió realmente con su padre?
La sangre le hirvió de pronto. Estaba respondiéndose a sí misma.
―¿Uraraka? ―Preguntó Deku con preocupación―. Te quedaste en blanco. ¿Te sientes bien?
―Sí, disculpa... Recordé que tenía algunas cosas que hacer ―se apresuró a responder, poniéndose en pie―. ¿Crees que pueda hablar con tu hermana en otra oportunidad? Creo que tengo interés en lo que pueda hacer, si me dices que ya casi es una hacker.
―Ah, claro... Sí, ella estaría encantada ―respondió con duda en su voz―. ¿Cómo qué te gustaría ver con ella?
―Tengo un pequeño proyecto que necesita asesoramiento de algún experto ―dijo sencillamente, tomó su mochila―. Te escribiré apenas pueda, así me das una mano con tu hermana ―sonrió.
Deku asintió sin comprender muy bien qué había hecho. Ochako se despidió de su amiga, agradeciéndole por darle asilo en el tiempo que estuvo en su vivienda. El rostro de Ochako ya no era uno cargado de cansancio, por muy extraño que sonase, Deku la veía con un resplandor casi temible, como si Angel Face fuese más que sólo el alter ego de su amiga dentro del bar en donde trabajaban.
Ochako continuó su trayecto hacia su casa. Las ideas iban circulando su cabeza como un motor de gran calibre, maquinando las tantas posibilidades que le pudiesen permitir reunir lo que Todoroki Enji le había pedido. Si la hermana de Deku resultaba ser todo lo que ésta última había asegurado, Ochako tenía ganada la batalla.
Sólo necesitaba hablar con ella y...
Su teléfono comenzó a sonar en el interior de su mochila. Sus pasos fueron reduciendo su intensidad cuando se percató del timbre brotando desde su mochila. Redujo finalmente su andar cuando tomó su teléfono en mano y leyó un número desconocido en la pantalla. No solía tomar llamadas desconocidas y esa ocasión no fue la excepción.
Volvió a meter su teléfono al interior de su mochila y apuró el paso. No quedaba mucho tramo entre donde estaba de su departamento y a pesar de las insistencias de su móvil, ella siguió andando.
Y no fue sino llegada a la cuadra de su departamento que su teléfono dejó de insistir. Ingresó al predio del edificio y una vez subió los escalones hasta el ingreso del departamento, reconoció al guardia diurno hablando con un hombre. No prestó atención, realmente tenía muchas más cosas en la cabeza como para detenerse a interiorizarse de lo que sucedía en esos momentos, claro, tenía la cabeza andándole a mil por hora.
Fue entonces que el guardia de seguridad la reconoció y se apresuró a señalarla.
―¡Uraraka-san! ―Saludó.
Ochako paró el andar de sus pasos para levantarle la mano en un gesto amigable de saludo, pero quedó petrificada cuando el hombre que acompañaba al guardia, volteó a verla.
Ojos rojos como la sangre, cabello rubio casi blanquecino, espalda ancha y un porte aprensivo. Las mejillas de Ochako se encendieron al reconocer a Bakugo Katsuki en el lobby del edificio de su departamento. ¿Qué hacía allí? No tenía la más pálida idea pero sus pensamientos comenzaron a chocar unos contra otros cuando el cuerpo del fornido hombre, dueño del Grupo Bakugo, avanzó hacia ella.
―Bakugo... San ―nombró sorprendida la mujer. Había tantos pensamientos en su interior pero ella sólo podía ser consciente de que su respiración estaba agitada y más aún cuando la distancia entre Katsuki y ella fue reduciéndose.
―Niña, ¿dónde miérda tienes el teléfono, carajo? ―Despostricó el hombre con rabia. Ochako seguía aún espabilando. ¿Qué hacía el hombre en su casa? ¿Su teléfono? ¿Era él quien la estaba llamando con insistencia.
―¿Oh, era usted? ―Preguntó tontamente.
―Le he pedido al guardia tu número, es de urgencia ―respondió Katsuki con fastidio.
―No contesto números desconocidos ―se defendió la joven y eso parecía un insulto para él―. ¿Cuál es la urgencia?
―¿No sabes nada de Mahoro? ―Ochako reconoció la desesperación en los ojos de Katsuki. Era la primera vez que veía una genuina preocupación en los ojos del magnate. Ni siquiera en las sesiones dentro del Golden Room, reconoció una expresión tan genuina como lo era la que tenía delante de ella en esos momentos.
―No, disculpe... Hace tiempo que perdí contacto con ella ―se animó a responder―. ¿Le pasó algo?
―Olvídalo, sabía que no eras una amiga de fiar para ella ―atacó el hombre alejándose―. Carajo, ¿dónde mierda está esa mocosa?
Ochako sintió una agresión en su pecho luego de escuchar esa frase saliendo de la boca del hombre.
―Bakugo-san ―llamó la joven. El hombre volteó a verla con fastidio―. ¿Qué ocurrió con Mahoro?
―Si no tienes idea de lo que pasó, no creo que valga la pena que te involucres ―respondió pero cuando estaba decidido a regresar por donde vino, Ochako avanzó hacia él y tomó su mano.
El hombre se giró a mirarla molesto. Ella en cambio, le ofreció un rostro cargado de preocupación.
―Déjeme ayudarlo ―insistió―. Quizá haya perdido contacto con Mahoro por éstas semanas pero me siento en deuda con ella. Déjeme ayudarlo ―insistió.
El hombre agudizó su mirada. Su palpitar se concentraba en la mano que ella tomó con atrevimiento. No tenía muchas alternativas y estaba claro que su reunión no podía posponerse aún más.
Se encogió de hombros vencido.
Ochako supo que el inicio de su plan corría apartir de ese momento.
Notas de la autora:
Nuevamente, muchas gracias por llegar hasta aquí y por esperar con paciencia mis actualizaciones. Les agradezco de sobremanera el mantener ésta historia entre sus favoritos y me dedicaré de lleno a seguir compartiendo capítulos que sean de su interés.
Espero que sigan con ganas de leer más.
Nos leemos prontamente en otro capítulo :)
