Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


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CAPÍTULO 15

Conflicto de intereses.

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Aquel día en donde padre e hija volvieron a unir lazos fraternales con pizza casera y películas antiguas de disney, fue el que Bakugo Katsuki recordaría por siempre. Aquel pedazo de memoria se quedaría en él como uno de esos días que tu mente reproduce cuando alguien te pregunte por cuál es tu momento más feliz. De su pequeña niña recostando su rubia cabellera sobre su hombro mientras hablaban sin dejar de prestar atención a la película. Para Katsuki, había pasado bastante tiempo que no hablaba en forma con Mahoro y se sentía culpable por ello, sin embargo, ella parecía haber olvidado la amargura vivida los últimos días por culpa de sus padres. Para él, era un alivio, aunque claro, no era lo mismo una noche de tranquilidad con su hija a varios años de haber sentenciado su relación, priorizando su trabajo antes de cualquier otro sentimiento por parte de su hija.

A pesar de eso, Mahoro se abrió a su padre como hacía tiempo no lo hacía y Katsuki podría decir lo mismo de sí mismo. Hablaban como dos amigos que no se habían visto por tanto tiempo, en parte era así, en parte, eran dos personas que volvían a conocerse y a agradarse. Mahoro ya no era la niña que solía acurrucarse en el sofá bajo su brazo para ver películas de disney pero esa noche, volvió a encontrar un poco de esa niña en su hija adulta.

Katsuki supo sobre el compañero de clases de Mahoro, Izumi Kota, el chico nuevo en el campus con una historia que lo secundaba, una familia numerosa y agradable que hizo sentir segura a Mahoro. No sólo eso, por como Mahoro lo describía, el chico parecía tener un interés romántico por su hija, algo que, claramente, no era algo que lo llene de alegría. Izumi, por la forma que tenía su hija para describir, era sensato y atento, además de que se mostró colaborativo cuando Ochako dio con él y les avisó que Mahoro se encontraba en su casa. Esa noche, Katsuki supo sobre el semestre pesado que llevaba su hija y de algunos nombres de docentes que causaban en Mahoro ansiedad o genuina gratitud. Había mucho que volvía a conocer de su hija y otro tanto que comenzaba a conocer.

En parte, la culpa lo carcomía pero allí estaba él, observándola atentamente, escuchándola como hacía tiempo no lo hacía.

Y el tema menos deseado de la noche, finalmente fue mencionado.

―¿Por qué no te divorcias de mamá? ―La mirada de Katsuki fue de inmediato a la de su hija. Mahoro se encogió de hombros, no podía culparla por sugerir algo así, no después de toda la situación en la que se encontraba su familia. Katsuki se llevó a los labios un trago amargo de su vaso. Mahoro lo miró con un poco de culpa―. ¿Muy pronto?

―¿Qué te hace pensar que no lo haré? ―Preguntó su padre sin dirigir su mirada a su hija. Claro que lo haría, pero no era algo que pensaba conversar con ella precisamente.

―Pero no sólo te divorcies… ―Mahoro dejó salir un suspiro y buscó la mirada rojiza de su padre, hallando un semblante incómodo por parte de su progenitor―. Sal con alguien. Alguien bonita, joven…

―Mahoro… ―Katsuki no sabía por qué estaba tocando el tema pero la incomodidad era algo hasta palpable en su rostro. Su hija intentaba suavizar la conversación.

―Tengo muchas maestras de la universidad, solteras, bonitas y jóvenes además… Ahora los hombres de tu edad están buscando eso, ¿no?

―¿Mi edad? ―Preguntó con gracia. Su hija rió con pena, aunque el que llevaba la verdadera pena, era él.

―No busco ofenderte, todo lo contrario. Los cuarentones son objeto de codicia para mujeres jóvenes ―Katsuki no sabía dónde más mirar que no sea el entusiasmado rostro de su hija, intentando hacerlo ligar con sus docentes de treinta y pico años―. Oh, vamos, tengo una profesora que se ve a leguas que necesita una cita y tú eres un buen partido.

―Mahoro, de verdad, no es algo que quiera conversar contigo ―dijo su padre. Mahoro frunció su ceño―. Ten por seguro que el divorcio está en proceso. Tu madre se encargó de agilizar el papeleo y no me opongo a sus condiciones, entonces saldrá lo más rápido posible…

―¡Bien, entonces…!

―Entonces, nada. ―Cortó su padre―. No necesito que mi hija de veinte años, cuya generación no es capaz de hacer una mísera llamada, me busque una novia. ―Katsuki se puso de pie llevando consigo su vaso vacío para recargar con cerveza, bajo la atenta mirada de Mahoro.

―Ay, por favor…

―Silencio, mocosa. ―Mahoro se cruzó de brazos molesta, consiguiendo hacer un puchero como si de una niña se tratase. Katsuki sonrió por lo bajo, aunque claro, estaba más ansioso de lo que aparentaba, porque ese tipo de conversaciones no eran propias en su relación de padre e hija. Él era muy reservado sobre esos temas y tampoco quería que su hija se inmiscuya en temas sensibles, más aún cuando la vena sensible fue tocada al mencionar la doble vida de la amiga de Mahoro. Pensar en esa conversación sólo le generaba un malestar horrible en la boca del estómago, no estaba dispuesto a conversar sobre relaciones con su hija y mucho menos cuando estaba en peligro de que su hija sepa de sus andanzas a clubes nocturnos nada inocentes por culpa de la vida desordenada de su amiga.

Cuando Katsuki regresó a su asiento junto a su hija, ésta yacía mirando su teléfono de lo más entretenida. No le dio mayor importancia, siguió bebiendo, intentando que el malestar inicial fuese desapareciendo con cada sorbo otorgado. Cerró los ojos y pasó sus dedos por el tabique de su nariz, sentía que su cabeza estallaría en cualquier momento y su estómago no estaba ayudando. Tenía tantas cosas en las cuales pensar, tenía la ansiedad a flor de piel y la conversación reciente con su hija no mejoraba la situación. Estaba cansado, carajo. Necesitaba un respiro de todo y lo único que podía pensar era en ir a ese maldito bar de vuelta, buscar a Angelface y seguir en la fantasía por la cual pagaba.

Claro, si esa fantasía resultaba ser otra cosa… La situación cambiaba por completo. Sólo había alguien que podía confirmar o negar la duda que tenía latiendo con fuerza en su mente y era su amiga, Jiro Kyoka.

―Oye, no estás escuchándome ―la voz de Mahoro, su hija, resonó con fuerza cuando Katsuki fue interrumpido de sus más íntimos pensamientos. Vio a su hija con sorpresa y ella lo observó con extrañeza―. De nuevo tienes ese rostro de susto. ¿De verdad estás bien?

―Es que si te pasas gritándome, ¿cómo esperas que reaccione? ―Renegó el hombre. Mahoro se encogió de hombros―. ¿Qué decías antes de zarandearme?

―Que te apoyo ―respondió. Katsuki enarcó una ceja sin saber a qué se refería. Mahoro rodó los ojos―. Con volver a salir con alguien… Te apoyo. No tendrás que darme explicaciones, sólo me pondré feliz por ti, por continuar con tu vida y…

―Tu madre me ha engañado, no se me ha diagnosticado una enfermedad terminal, tranquila. ―Katsuki dio un sorbo más a su vaso, con gracia ésta vez.

―Es que…

―Oye, si te preocupas por mí, debes saber que mi único dolor ahora mismo es por qué preferiste ir a refugiarte a la casa de tu novio antes que venir a buscarme. Eso duele, mocosa ―Mahoro echó a reír, sus mejillas enrojecidas hablaban de que había dado en el clavo, aunque claro, Mahoro no era como él, avergonzado de esos temas. A ella, cuando le gustaba alguien, lo gritaba a los cuatro vientos, no tenía tiempo de estar fingiendo ser otra cosa que no sea ella misma. Es lo que adoraba de su hija.

Mahoro abrazó a su padre y con un tierno beso en la mejilla, se puso de pie.

―De verdad, eres mi persona favorita y te admiro porque preferiste ser mejor persona que mamá.

―¿Y eso? ―Preguntó por verla de pie―. ¿Se acabó el tiempo de calidad padre e hija?

―Carajo, ¿tienes idea de la hora que me he levantado hoy? Levantaré estos platos y los lavaré para… ―Katsuki sonrió a su hija, detuvo sus manos para besar su frente. Mahoro lo volvió a abrazar. Katsuki despidió a su hija, asegurando que él tenía todo bajo control. La vio alejarse camino a su antigua habitación, estaba tranquilo ahora que la veía mucho más relajada y abierta con él. Sin duda, volver a tenerla en su casa era necesario para estar seguro que su hija llevaba su duelo de una mejor forma a la que había estado permitiendo tiempo atrás, dejándola de lado, dejando que su vida sea lejos de sus padres.

Y de repente, el silencio se instauró en la amplia y oscura sala principal de la Suite de su departamento. La televisión apagada y restos de migas de pizza en la mesada negra de la sala fue el resultado de su noche de películas con su hija. Bakugo Katsuki se encontraba sentado mientras observaba el desorden en su casa. Exhaló con cansancio notorio antes de ponerse a recoger los platos de pizza que quedaron en la mesa, al igual que los dos vasos de vidrio con restos de cerveza; a pesar de tener servicio de limpieza diario en su casa, Katsuki disfrutaba de poner orden a su entorno, así que aprovechó a ponerse a lavar los cubiertos.

Mahoro había caído rendida del cansancio, no podía culparla, había iniciado su día desde muy temprano con el corazón roto a consecuencia de su madre; él la mandó a que vaya a su habitación como cuando era una niña mientras él recogía los restos de utensilios de la sala.

Los ojos rojizos del hombre escudriñaron su reloj de muñeca. 21:16 p.m.

Mientras sus manos se encargaban de lavar todo cuánto había ensuciado, tanto en la preparación de las pizzas como en la cena con su hija, sentía que la coordinación de su cuerpo parecía estar desconectada por completo de su mente, que recreaba una y otra vez la conversación de horas atrás con su hija.

El nombre de su amiga de universidad volvió a resonar en su interior, así que no tardó en terminar de lavar los trastes para marcar en su teléfono el número de Kyoka. Hacía tiempo no había tenido contacto con ella, de hecho hacía bastante de la última vez que se habían visto, así que no sería raro que la llamada no sea contestada.

Para su sorpresa y alivio, Kyoka contestó. Katsuki no supo muy bien cómo iniciar la conversación pero fue por lo práctico y conciso. Su hija.

―Así es ―respondió Jiro cuando Katsuki preguntó por esa llamada que había hecho Mahoro a su tía―. Mahoro había creído que una amiga suya trabajaba aquí. Yaomomo me habló de la chica que Mahoro buscaba.

―¿Sabes algo sobre esa joven, Jiro? ―Preguntó, había más preocupación en su voz de lo que se animaría a confesar. Jiro fingió qué no lo notaba y Katsuki se lo agradeció en silencio.

―Sólo sé que es una Doll ―respondió―, y no cualquiera. Es el reemplazo de Momo en el bar de Enji, al parecer es una de las favoritas de sus clientes. Por cómo me contó Momo, es la gallina de los huevos de oro de Todoroki Enji.

Mierda, es ella. Pensó Katsuki. No había dudas con relación a la doble identidad de Uraraka Ochako. Cerró los ojos, se revolvió los cabellos con rabia mientras pensaba en cómo pudo haber sido tan ciego.

La idea de que su hija uniese cabos entre su amiga y él, conseguía que sus latidos se aceleraran sin intención alguna. Mahoro no era tonta, sólo necesitaba una única pieza en su tablero para darse cuenta que las cosas no eran como creía. Que su padre no era quién creía.

Ni siquiera él estaba siendo del todo consciente de lo que tenía enfrente, sólo sabía que había una posibilidad de que Uraraka Ochako no sólo no sea la persona que decía ser; no, había mucho más en ese juego peligroso de palabras. Un juego que involucra un bar, lencería y un beso apasionado con una joven de veintidós años que, de sólo hacerse a la idea del rostro de Ochako, encendía sus mejillas como las de un hormonal adolescente.

¿De verdad había caído tan bajo como para no tener su guardia en alto al momento de conocer tanto a Angelface como a Uraraka Ochako? ¿Tan dolido o tan excitado estaba que no prestó atención a la posibilidad de que estaba delante de la amiga de su hija?

La conversación duró un poco más, al menos de parte de Jiro. Sólo pudo agradecerle para colgar un rato después. Quiso lanzar su teléfono al suelo y hacerlo pedazos, quería romper todo lo que tenía alrededor pero Mahoro estaba durmiendo a unos metros de él, debía fingir que no sucedía nada. Aunque claro, él no podía quedarse en casa, pretender que recostaba su cuerpo para conciliar un sueño que estaba lejos de acunarse en sus párpados, cuando tenía toda aquella amalgama de suposiciones y pensamientos disruptivos, comiéndolo vivo. Él debía hacer algo más que sólo esperar que las cosas exploten delante suyo.

Cuando las diez de la noche llegaron a sonar en su reloj, Katsuki había dejado un mensaje de texto a su hija con la indicación de que había regresado a la oficina debido a un documento que debían de presentar al día siguiente a primera hora. Más mentiras. Katsuki estaba embarrado en mentiras, con su hija, con su familia, sólo sabía decir mentiras para llevar por debajo esa segunda piel que se dejaba notar bajo el tacto afectivo de una desconocida y, que, por si fuera poco, estaba por costarle todo cuanto quería.

Embarcado en su vehículo particular, destinó su trayecto al barrio rojo de Tokio, al que, en los últimos tiempos había acudido casi como si fuese un templo religioso, cargando pecados y buscando que se le absuelva. Sabía de memoria la dirección y eso sólo le daba más vergüenza.

Cuando llegó a Doll House, todo había cambiado para él; la sensación era como estar abstraído de la realidad mientras su cuerpo se movía a través del pasillo principal para ingresar a las amplias puertas del bar, el ruido envolvente de la música pop se oía lejano al igual que las voces de los clientes y las Dolls ubicadas a la entrada, los aromas normalmente penetrantes para sus sentidos se habían vuelto secundarios mientras que él repetía una y otra vez el nombre de la joven que lo había engatusado a tal punto de necesitar verla sólo para corroborar que haya sido ella quien estuvo embrujándolo todo ese tiempo.

No se había percatado qué Miruko lo había encontrado, mucho menos que le haya dicho algo, cuando se dio cuenta de su presencia fue cuando la alta y fornida mujer le señalaba la carta de Dolls.

―¿Disculpa? ―preguntó Katsuki, claramente sin haberse dado cuenta que la mujer vestida de coneja había estado hablando con él desde hace un rato. La mujer dio un suspiro y repitió.

―Te decía que Angelface ya tiene saturada su lista de hoy ―habló la mujer golpeando con la uña de su índice la pantalla de Dolls―, pero puedo verte a otra Doll.

―Está bien, no tiene que ser ella ―mintió. Claro que tenía que ser ella, tenía que estar a solas con ella, tenía que verla con sus propios ojos.

―¿Te parece bien Froppy? Es igual de buena. ―Katsuki asintió―. Tengo los salones ocupados, ¿te importa si permaneces en la barra? ―Katsuki negó―. Perfecto, te lo compenso mañana. Hoy no es el día de Angelface, está cubriendo un turno pero mañana te la puedo reservar toda la noche. Eres su cliente asiduo finalmente.

Katsuki prefirió ignorar lo último. Ya se sentía bastante mal consigo mismo sabiendo que la joven a quien acudía como terapia era nada más ni nada menos que Uraraka Ochako, la supuesta amiga de su hija. El estómago se le revolvió de vuelta pero él prefirió sólo ubicarse en la barra. Para su mala suerte, Kirishima Eijiro estaba allí aunque claro, prefirió llamar la atención del otro chico que atendía el bar antes de que el pelirrojo se percate de su presencia. Tetsutetsu acudió a él con prisa, pidió un whisky en las rocas, nada de otro mundo, ni siquiera sabía por qué seguía sentado allí si la idea inicial era ver frente a frente a Ochako.

―Bakugo-san. ―Katsuki dio un respingo al escuchar la voz de la nueva Doll. Froppy. Asintió sencillamente mientras la joven de cabellos largos y verdosos se sentaba junto a él; a diferencia de Ochako, esta muchacha no llevaba peluca pero sí un antifaz negro de encaje, además de un baby Doll verde petróleo con medias a red por debajo, contando con lencería negra. Katsuki no la prestaba mucha atención, a pesar de que ella trataba de hacerle compañía, de sacarle una qué otra palabra, Katsuki estaba tieso en su sitio―. Creo que no está interesado en otra Doll que no sea Angelface, ¿no es así?

Katsuki no pudo mirarla. No cuando le había dicho semejante verdad y él sólo podía sonrojarse y maldecirse a sí mismo, preguntándose por qué no se había ido del lugar al momento en el que le habían dicho que Angelface tenía la noche ocupada.

La voz de Jiro volvió a resonar en su interior.

―Si te sirve de consuelo, no te tomes personal esta situación.

―¿Qué quieres decir? ¿La mentira de esa mocosa? ―Preguntó molesto, fingiendo que no le afectaba directamente el saber la verdad sobre Uraraka.

―Escucha, yo también juzgué a Yaomomo en su momento, pero eso fue antes de saber por qué decidió trabajar allí en primer lugar. ―Katsuki no dijo nada, no sabía qué soltar en esos momentos que no sea un suspiro cansado―. Hay muchas realidades que no somos ni la mitad de capaces de asimilar. Estas chicas no la tuvieron fácil, Kat. Piensa en eso primero. Por eso quise darle trabajo a Yaomomo, darle otra oportunidad.

Bakugo carraspeó con frustración. De verdad estaba haciendo el ridículo permaneciendo allí. No vería a Uraraka, debía ser consciente de ello, así que pagó por su whisky y también por la media hora perdida de la Doll Froppy. Cuando estuvo a punto de retirarse, un estruendo azotó el bar, incluso con la música con alto volumen, se escuchó un grito y el golpe sordo de un cuerpo cayendo al suelo. Katsuki volteó por inercia, llamó su atención tal estrepitoso alboroto, no fue el único, muchas personas se congregaron hacia el origen del estruendo, y para su sorpresa, allí estaba. Su ángel caído.

De rodillas con la cabeza gacha y una de sus manos cubriendo su rostro, parecía hasta una escultura renacentista por cómo su cuerpo se armonizaba de ese modo con el vuelo de su poca ropa y las luces envolviendo todo en ella. Y como si fuese su verdugo sosteniendo sus alas, un hombre de complexión delgada, cabello castaño oscuro y ojos dorados yacía detrás de ella, sosteniendo en su diestra la peluca rosa qué alguna vez perteneció a la joven.

Y como si de algún encantamiento fuese, Katsuki pudo ver finalmente lo que se negaba a admitir. Pudo ver a través del antifaz y el cabello recogido con la redecilla hecha un desastre intentando congregar las hebras castañas qué caían sobre sus hombros como cascadas, a la joven Uraraka Ochako.

Su apreciación fue interrumpida cuando, de su cabellera castaña, fue tomada por el hombre que le había arrebatado su cabellera de fantasía. Un grito lastímero salió de la garganta de Ochako, sacándolo de sus cavilaciones. Katsuki se movió por el propio deseo de sus entrañas, del más profundo e inconsciente anhelo que esa joven despertaba en él, se movió entre la multitud, apartando con fuerza a la gente todo con tal de llegar a ella, de salvarla.

―¡Ochako! ―Un bramido gutural rompió todo impulso suyo de arremeter contra el hombre que estaba maltratando a su ángel. Su cuerpo se congeló cuando el pelirrojo Eijiro se abalanzó contra el agresor de Ochako y le propinó un puñetazo en la mandíbula. El golpe se escuchó con fuerza, hasta casi pudo sentirlo, fue tan duro el golpe que fue suficiente para despertarlo de su realidad. Cuando se dio cuenta que Ochako ya había sido alejada del agresor y otros hombres, entre ellos el pelirrojo y el platino quien le sirvió su trago, redujeron al atacante al suelo, Katsuki supo que debía aprovechar el anonimato qué le brindó esa noche para alejarse de allí. No tenía la valentía suficiente para verla a los ojos, no ahora que el ángel de sus fantasías compartía rostro con la amiga de su hija.

Katsuki aceleró su marcha estando en su vehículo con dirección a la oficina principal del grupo Bakugo, no había otro lugar al cuál acudir con la seguridad de dejar salir toda la impotencia que traía dentro suyo. Tenía el malestar del estómago haciendo mella y subiéndole a la cabeza que, ante el primer indicio, sentía que le explotaría. La verdad, la palabra "explosión", era una forma muy asertiva de definir cómo se sentía, al borde de una explosión qué quería consumirlo por completo. De verdad, ¿tan ciego fue? ¿Tan necesitado estaba que no pudo reconocer esas cicatrices, esos ojos, esos labios…? Ni siquiera se animaba a continuar con su autoflagelación porque sería confirmar que no, efectivamente, no estaba en sus cabales cuando Angelface apareció en su vida. Continuó su ida hasta su oficina y una vez allí, el portero nocturno le dio el pase para ingresar a las instalaciones, no sería la primera vez que llegó a mitad de la noche por trabajo urgente, y como él era el presidente, nadie haría preguntas inoportunas porque él no estaba en condiciones para dar respuestas.

Cuando abrió la puerta de su oficina, ignoró todos los procedimientos acostumbrados como sacarse los zapatos, preparar su escritorio, nada; lo único que hizo Bakugo Katsuki en ese momento fue ir directo a su bar personal, abrir una botella a medio tomar de whisky y servirse un vaso casi lleno. La vergüenza, la rabia, la impotencia eran sus comensales en esa noche de autodestrucción, recordando una y otra vez sus noches en Doll House, la primera vez que vio a Angelface, la primera vez que sintió su tacto, el cómo endulzaba sus noches y lo hacía olvidar hasta del por qué había llegado allí en primer lugar.

Lo recordaba todo. Absolutamente todo.

―¿Por qué estás tan triste? ―Fue lo primero que había salido de los labios de Angelface la noche que la conoció. Ella sabía quién era él y aún sabiendo eso, jugó a no conocerlo, pero le tomó sólo un segundo leerlo tan bien, tan malditamente bien como para saber que la tristeza había sido su compañera por tanto tiempo.

Katsuki se sirvió otro vaso lleno de whisky y se lo bebió de un tirón, la amargura del trago no se igualaba a la amargura qué sentía en esos momentos con tantos recuerdos aflorando en él. Recordaba cómo sus manos habían tocado su cintura, su rostro, cómo se embriagó en el aroma de Ochako y cómo disfrutó tenerla encima de su regazo. Pensar en sus noches en Doll House era pensar que nunca había estado con una completa extraña, sino con una joven conocida, que sabía tanto de él que lo hizo sentir desnudo. Ochako estaba al tanto de su fatídico matrimonio, del embarazo de Camie, del problema con su hija, maldita sea, sabía todo de él mientras que él no sabía ni mierda de ella. Nunca supo lo que se sentía estar en desventaja, de sentirse vulnerable, no hasta que fue consciente de que la muchacha a la que había subido a sus piernas, a la que había besado tan apasionadamente, a la que le había abierto muchas heridas, sabía tanto de él como él mismo. Uraraka Ochako tenía un control sobre él del que no sabía si ella era consciente.

Esa noche, Katsuki bebió hasta que no hubo espacio en su estómago ni en su interior para nada más que amargura y alcohol, bebió hasta caer inconsciente en mitad de su oficina, bebió hasta que el último suspiro exhalado por sus labios, llevaba el nombre de Uraraka Ochako.


Hado Nejire era una mujer de treinta y un años que trabajaba para la familia Bakugo desde hace siete años. Prácticamente se inició en el mundo laboral dentro del seno del grupo Bakugo haciendo mandatos pequeños como una simple pasante universitaria; no tardó en ser contratada una vez finalizada la carrera y fue ascendiendo de a poco en las filas de empleados de confianza de los directivos. Desde hace tres años, llamó la atención del presidente, Bakugo Katsuki y con él llegó la oportunidad que siempre estuvo buscando: trabajar para el presidente del grupo Bakugo.

Sus expectativas con relación al cargo de llevar de cerca las actividades y encargos del mismísimo presidente eran tal y como se imaginó que podría ser y más, debido a la reputación que se labró el unigénito de Bakugo Masaru qué era todo menos amistoso, aunque claro, cuando uno hablaba de Katsuki, muchos se dejaban llevar por rumores antiguos porque, si bien el actual presidente del Grupo era exigente, perfeccionista, detallista y hasta podría decirse exagerado, para Nejire Hado, era un buen jefe.

Claro, había días y días. No siempre eran historias memorables, como era el caso que encontró esa mañana en la oficina presidencial.

Nejire dio un grito al cielo al ver a su jefe inconsciente en el sofá de su oficina, con la camisa llena de vómito y whisky, la botella rota al igual que su vaso en el piso, papeles, trofeos y algunos objetos de oficina postrados a lo largo y ancho de sitio, solo fue la punta del iceberg para la mujer de hebras celestes.

No era la primera vez que encontraba a su jefe dormido en su oficina debido a algún trabajo que lo obligó a trasnochar para lograr el culmen del mismo; pero sí era la primera vez que veía a su jefe inconsciente pero de borracho.

Cerró la puerta apenas notó el cuerpo de Katsuki, no quería que nadie más lo viera en ese estado porque hasta los muros tenían ojos y oídos y no tenía que dar de comer a los comidilla qué buscaban cualquier excusa para vender una historia interesante a la prensa amarillista; ya era bastante difícil escapar de esas situaciones, porque el grupo Bakugo, o mejor dicho, la familia Bakugo, no estaba en el mejor de sus momentos mediáticos. Los medios no eran ingenuos, sabían que pasaba algo en el ceno familiar por ese motivo, ya no se los veía juntos en ningún evento público. Lo último que quería era generar más molestias y posibles chismes que no venían al caso.

Lo siguiente que hizo fue ver que su jefe siguiera con vida o al menos un poco menos inconsciente. Golpeó su rostro varias veces hasta que lo escuchó quejarse, sonido suficiente para cantar victoria, al menos por ahora. Arrastró como pudo el cuerpo de su jefe hasta el baño privado que contaba la oficina y echó agua tibia al hombre, con todo y ropa puesta, hasta que Katsuki reaccionó como pudo.

―¿Nejire? ―Habló Katsuki entonces. La mujer lo ayudó a recomponerse. Su jefe trastabilló un poco pero se enderzó por el muro del baño mientras el agua seguía empapándolo―. Mierda, ¿qué día es…?

―Uno muy ocupado, señor. Le prepararé un té para reponerse y tratar de estabilizar su estómago. ―Nejire buscó un botiquín de primeros auxilios, blanco con el símbolo de la cruz roja en él; Katsuki carraspeó, conocía ese botiquín a la perfección, él mismo preparó todo lo que llevaba dentro―. Hay unos medicamentos para el malestar. Le traeré agua para que lo beba, pero primero procure darse una ducha.

Nejire dejó la tableta del medicamento mencionado sobre el lavabo, saliendo del baño privado finalmente. Katsuki, esperó a que las ideas se acomodaran al igual que su propio estómago para tomar la baranda de la ducha e impulsar su cuerpo para delante; se sentía como si todo en él no fuese más que un saco de carne, huesos y un manojo de malas decisiones, todo con un rótulo penoso "cuidado, un hombre de cuarenta años, frágil como una bomba" escrito en él. El agua siguió cayendo, ahora por su espalda, la temperatura cálida fue serenando sus sentidos, tenía los ojos cerrados mientras su respiración fue normalizando, de a poco, todo en él. No sabía cómo pudo llegar hasta ese punto de quiebre, hasta ese nivel tan bajo de decencia humana pero tenía una ligera idea de cómo se sentían las personas que acababan su vida tirándose desde lo más alto de un edificio. Quizá eso hubiese sido más misericordioso que sobrevivir a semejante borrachera que se dio consigo mismo.

Consigo mismo y el fantasma de una mujer que creía no conocer.

El recuerdo de Uraraka Ochako en la piel de su dama de compañía regresó a su mente y con ella, las arcadas propias de una noche sembrando una futura hepatitis alcohólica. Cerró con fuerza los ojos mientras ponía todo el esfuerzo sobrehumano por permanecer de pie contra el muro. Se desajustó la camisa, se deshizo de su pantalón y su ropa interior, quedó desnudo bajo la ducha mientras el agua cálida seguía limpiando lo que quedaba de él. Pasó un poco más de veinte minutos en esa misma posición. Entonces, escuchó el golpe de unos nudillos contra la puerta de su baño privado, por un momento pensó que era Nejire regresando con el vaso de agua, estuvo a punto de gritarle que salía enseguida cuando ni siquiera estaba seguro de poder salir de la ducha sin acabar rompiéndose algo contra el inodoro o la bacha. Para su sorpresa, o pena, escuchó la voz de Mina detrás de la puerta.

―Kats, ¿necesitas que te ayude? ―La voz de su amiga consiguió que exhalara un suspiro cansino―. Sé que no estás en condiciones de malas noticias, pero tengo una mala noticia.

―Carajo, ¿no puede esperar a que salga al menos? ―Se preguntó a sí mismo. Cerró cómo pudo la llave de la ducha, tomó la toalla que tenía a la mano para secarse el cuerpo, no tardó en sacar fuerzas de su interior y salir del duchero camino a su mueble de prendas de baño, encontró su bata de ducha y se la colocó encima, ajustó la cintura y salió finalmente del baño. Sero Mina lo esperaba con un rostro no tan alegre, algo no común en ella―. Deja que beba algo descendente, trate de no morir en el intento y ya luego me dices la mala noticia.

―A tú tiempo, Kats ―dijo Mina.

Nejire llegó hasta él con el vaso de agua prometido, él se metió a la boca tres pastillas de la tableta de diez comprimidos que su secretaria le dejó en la bacha del baño, el agua ingresó a su interior y se permitió cerrar los ojos mientras aspiraba profundamente. No dijo nada, se dejó caer en el sofá de su oficina. Sentía la mirada preocupada de Mina encima suyo, había algo más que solo una simple mala noticia y él estaba hasta las canas de esas malditas malas noticias.

Miró a Nejire, quien, al reconocer la mirada rojiza de su jefe, se acercó a él.

―Tráeme tres pares de trajes, dos tipos de camisas que vayan a juego. Elige los zapatos que vayan en conjunto y dile al chofer que tenga todo listo para salir dentro de quince minutos. ―Nejire asintió de prisa y dejó solos a la pareja de amigos en la oficina del dueño del Grupo Bakugo. Mina exhaló un suspiro.

―De verdad, ¿en qué estabas pensando? ¡Ya no tienes veinte años! No sabes el susto que me dio Nejire cuando llegué y vi su rostro pálido. ―La voz de Mina estalló entonces. Katsuki le hizo una seña a la mujer y luego a la cafetera con café negro recién molido ubicado no muy lejos de él.

―Primero, café; luego me hablas ―fueron las palabras de su amigo. Mina exhaló un suspiro exagerado pero no se opuso a ir hasta la cafetera, servir dos expresos y acercar uno a Katsuki.

El rubio aspiró primero el aroma, lo único que lo hacía revivir en forma luego de una cruda tan mala como la que se dio la noche anterior, era el bendito café. Mina lo sabía, habían tenido borracheras parecidas durante su época de universidad, incluso cuando Denki descubrió la infidelidad de su esposa con otra mujer, se había dado una peda terrible que hasta la fecha, se acordaba; claro, la diferencia estaba en que Katsuki se había dado una fiesta con dos botellas de whisky él solo. He allí la preocupación de su amiga.

―Katsuki…

―Es Uraraka ―soltó entonces Katsuki sin dejar de observar su taza diminuta de expreso. Mina lo miró sin comprender, guardó silencio, intentando hilar lo que acabó de salir de los labios de su amigo con la situación reciente. No pudo y eso lo tenía más que claro Katsuki, por eso, volvió a hablar―. La dama de compañía… Es esa amiga de Mahoro. Uraraka Ochako.

―¿Qué…? ¡Qué! ―Soltó Mina, al principio sin comprender pero cuando la idea fue totalmente digerida por ella, la exaltación fue un hecho en su rostro. Katsuki se sintió un poco menos idiota, al menos no fue el único que no había notado la similitud entre Ochako y Angelface―. Tienes que estar jodiendo. No puede ser, ella…

―Jiro me lo ha confirmado y ayer fui a corroborarlo en persona ―dijo y Mina quedó aún más sorprendida―. La maldita niña le inventó una historia a Mahoro, no contaba con que Jiro es accionista de Lullaby, el supuesto bar donde trabajaba.

―Carajo, ¿Mahoro lo sabe? ―Katsuki lo negó―. Mierda, si se entera…

―El problema es si se entera de que su padre acude a esos lugares, Mina. ―El rostro de sorpresa cambió a uno aprensivo cuando Katsuki soltó esas palabras, claramente preocupado de lo que pueda pensar su hija de él. Mina acudió hasta donde se encontraba sentado Katsuki.

―Pero ella entendería, no es…

―Mina, no lo estás entendiendo ―soltó entonces Katsuki, ya sin mucha paciencia. Los ojos rojizos del hombre fueron hasta los oscuros de su amiga―. Yo la besé. Besé a su amiga.

Mina se alejó como pudo de Katsuki, tenía un rostro propio para un poema y Katsuki no podía culparla. Él era una figura pública, de por sí, fue arriesgado de que acudiese a ese tipo de lugares en primer lugar pero estaba revelando algo que ella no tenía ni la más pálida idea.

―Katsuki, tiene la edad de Mahoro.

―Lo sé.

―¡Eso está mal!

―¡Carajo, lo sé! ―Respondió molesto. Mina no cedió ante su enojo―. ¿Por qué crees que quise resetearme el sistema ayer? Es una niña y yo… ―Katsuki volvió a sentir las arcadas pero ahora no era el alcohol que buscaba salir de su interior, era la culpa. Porque lo que no le había dicho a Mina y, quizá nunca lo haga, es que lo disfrutó. Disfrutó haberla besado, haberla tocado, haber soñado con hacerle tantas cosas y saber que había un placer tácito allí lo llenaba de culpa.

Claro que no deseaba que su hija descubra las andanzas de su padre pero no sólo era por las razones sospechables. Había un conflicto interno, un conflicto de intereses muy claro.

Mina tenía razón, era una niña, tenía casi la edad de Mahoro y él la doblaba en edad. ¿Cómo podía siquiera justificarse?

―Dios, Katsuki… ¿Alguien los vio? ―Katsuki negó―. Bien. Nadie tiene que saber de lo que pasó con esa chica. Tienes que deshacerte de ella porque sólo te traerá problemas.

―Mahoro se ha peleado con la muchacha. Al parecer ya no se frecuentan ―respondió el hombre. Mina volvió a asentir.

―Eso es un alivio porque lo que te diré, tendrá que tener toda tu atención a partir de ahora. ―Katsuki miró preocupado a su amiga, Mina tomó su teléfono y le mostró una página con una foto suya y su ex esposa con el título "¿Problemas maritales?". Katsuki suspiró, no sabía por qué se sorprendía de algo así―. Y no es la única página de noticias faranduleras que están hablando de Camie y de ti. Aún es algo controlable, puedes hablar con tu asesor y vean de hacer algo.

―Mina, eres publicista. Sabes mejor que yo que "hacer algo" es difícil cuando la gente ya está cotilleando sobre algo así. Peor, a Camie le quedan unas semanas antes de que su vientre comience a notarse. Los medios no necesitan mucho material para hacernos polvo.

―Tienes razón. Conozco éste medio y lo único que te puedo aconsejar como tu amiga es: prepárate para una situación incómoda ―respondió Mina. La mujer de hebras rosas se sentó junto a él―. Lo único que pueden hacer ahora es hablar abiertamente de su divorcio. No digan las razones, sólo digan que ya no están juntos. No entren en detalles sobre el por qué de la separación, porque todos sabemos cómo son los medios de comunicación, peor aquí en Japón. Destruirán a Camie y también a Athena's Silk. No te conviene que hablen de ella.

―Eso. ―Respondió―. ¿Puedes darme una mano con ésto?

Mina sonrió.

―¿Para qué soy buena, cariño? ―Katsuki relajó los hombros. Sero Mina era excelente en su rubro, no por nada seguían siendo amigos y de vez en cuando, el Grupo Bakugo le daba su lugar como publicista de la línea textil para preparar su imagen ante los medios. Mina sabía cómo se manejaba todo, eran sanguinarios cuando detectan que algo no va bien en alguna empresa, peor, cuando se trataban de matrimonios o relaciones, porque así como los demonios se alimentan de almas, la prensa se alimentaba de chismes.


Ochako volvió a dar un sorbo a su té, mientras sus manos seguían temblando, sosteniendo como podía la taza cerámica: sentía que en sus manos llevaba el peso del mundo entero cuando en realidad, lo único que tenía entre sus dedos era la calidez de la cerámica debido a su té de hierbas. No podía culparse mucho, tenía la cabeza en las nubes y eso la obligó a cerrar los ojos, dirigió entonces el sabor amargo a sus labios, su ceño se frunció al instante de sentir cómo se erizaba su piel ante el contacto del té con su sistema gustativo. Sus manos, temblorosas hojas en pleno otoño, fueron bajando la intensidad de sus sacudidas involuntarias cuando, de a poco y con un sabor horrible, su cuerpo se iba serenando.

Mientras su interior se llenaba de la amarga sensación a través de su boca y de sus sentidos, recordaba cuánto odiaba sentirlo en sus labios, sin embargo, era lo único que su estómago podía soportar en esos momentos en donde, todo en ella, se sentía tan vulnerable y humillado. Llevaba despierta desde que sus pasos la hicieron regresar de la comisaría, tras presentar la denuncia por acoso y violencia en su trabajo por el suceso vivido la noche anterior. De sólo recordar tal escrutinio y el juicio de los oficiales con ella, conseguían que la desesperanza sea una sensación mucho más amarga que el propio té.

―Pero, ¿dónde trabajas? ¿Acaso son horas para que una jovencita esté trabajando? Tú también tienes la culpa por tener trabajos nocturnos ―dijo uno de los oficiales como si fuese sencillo trabajar en horario nocturno, como si no se le hubiese cruzado por la mente el conseguir trabajos en horario normal. Ochako se encogió de hombros en su sitio, sus manos se volvieron puños cuyos nudillos resaltaban en blanco por la molestia de estar escuchando lo que ya sabía. Prefirió obviar el nombre del club en donde trabajaba porque si aquella fue la reacción de los oficiales ante su horario, no se imaginaba todo lo que podían decir al saber el nombre del club en donde trabajaba, por tal motivo, mencionó otro nombre y para su alivio, no hicieron más preguntas. Sabía que esa sería la reacción de los oficiales ante el tipo de trabajo que llevaba. Claro, la víctima es la culpable por prestarse a ese tipo de situaciones comprometedoras.

Ochako hervía de rabia pero no podía decir más. Sabía que el club la protegía (en parte), pero luego de la discusión con su jefe, dudaba que siquiera respetaran la confidencialidad de su persona.

Cuando inició como Doll en el club, ambas partes, tanto empleado como empleador, firmaban acuerdos de compromiso y confidencialidad: ella no decía nada de lo que sucedía dentro del bar, ni con quienes frecuentaba ni lo que se le confesaba, y el club tenía prohibido usar su información fuera del predio. Era un precio justo, información por información, pero no sabía si eso también entraba como "privilegios perdidos". Temía que fuese el caso, aunque claro, eso iba en contra del contrato firmado por ambas partes.

Luego de escuchar todo tipo de comentarios por parte de los dos oficiales de policía con relación a su trabajo nocturno y de que ella se lo buscó, decidieron finalmente no darle cabida a su denuncia por falta de "hechos comprobables". Ochako sólo pudo tomar sus cosas y marcharse tan rápido a cómo llegó. Kirishima Eijiro, su compañero de trabajo junto con Midoriya Izuki la habían acompañado a hacer su denuncia, así que ninguno de los dos comprendió por qué Ochako salió corriendo. Eijiro era el de complexión grande, no le tomó mucho esfuerzo correr detrás de su amiga para detenerla y ver de que estuviese bien, claramente no lo estaba. Eijiro intentaba que Ochako lo mirara pero ella sólo quería zafarse de él y marcharse de allí. Izuki no tardó en llegar hasta ellos.

―¡Es una pérdida de tiempo! ―insistió Ochako con las lágrimas a sólo un segundo de hacer acto de presencia en su rostro, la rabia y la humillación eran tan palpables como sus ganas de romper en llanto. Exhaló una sonrisa dura, una que Izuki, particularmente, conocía a la perfección, una de resignación―. Sabía que no me tomarían en serio.

―Ochako, puedo hablar con Todoroki o Iida para…

―No, Eiji… ―Ochako sollozó frente a sus amigos. Estaba cansada y frustrada. Izuki la abrazó―. Yo… Sólo quiero ir a casa y tratar de descansar… Más tarde me toca mi turno y necesito dormir algo…

―Esos oficiales… Voy a hablar con ellos y…

―Eiji-san ―dijo Izuki entonces, interrumpiéndolo. Los brazos de la muchacha no dejaban de sostener a Ochako―. Creo que Ochako realmente necesita ir a descansar.

Eijiro observó los ojos verdosos de su compañera y amiga para luego mirar el estado de Ochako. Para él no era difícil ir y exigir que le tomen la denuncia, estaba seguro que no le hubiesen preguntado por qué tenía trabajos nocturnos o por qué iba solo por la calle. Se encogió de hombros y no volvió a insistir, sólo asintió y acompañó tanto a Deku como a Ochako al departamento de ésta última.

Ochako, en un principio, se negó a que sus amigos la acompañaran, quería estar sola y tratar de que sus partes rotas no sucumbieran al trauma revivido frente a sus conocidos, accedió porque sus piernas estaban a punto de soltar todo el peso que cargaban debido al cansancio y la frustración, pero una vez llegados al complejo de departamentos de Ochako, la joven castaña insistió en que se retiraran, que ella estaría bien y que lo único que necesitaba en esos momentos era dormir, pero mentía, necesitaba una lobotomía.

Tenía tantos fantasmas deambulando en su mente, recordando todo lo que le habían hecho, todo el dolor causado desde que su padre falleció. Recordó cómo su madre permitió que le hicieran daño, cómo dejó que se marchara, cómo permitió que la encontraran. Su último encuentro sólo le hablaba de que su madre buscaba algo más de ella, algo que quizá se hallaba implícito en el encargo que le había dejado en el buzón de portería. Ochako recordó que seguía allí lo que sea que su madre le mandó; sin embargo, no sabía si lo mejor era abrir esa gaveta y ver lo que le deparaba el irrisorio destino.

Prefirió sencillamanete hacer de cuenta que no había nada aguardándola en portería. Prefirió subir hasta su piso, abrir su puerta y encaminar su cuerpo al interior de la ducha y así lo hizo: desnuda y sentada en el suelo del baño, con la cabeza entre las rodillas mientras el agua la envolvía, la limpiaba o al menos la cubría con su temperatura, en la fortaleza creada por ella misma. Estuvo en la ducha al menos diez minutos, se permitió ese lujo sin pensar en la cuenta del agua, sólo quería desaparecer un momento bajo las gotas de agua que acariciaban su piel hasta morir en la rejilla de piso. Ochako salió finalmente del baño envuelta en su toalla, con el cabello goteando y la mirada perdida. Se preparó un café dulce pero terminó vomitando ante el primer sorbo.

Apoyada sobre el lavabo de la cocina, mientras echaba todo lo poco que había ingerido, se replanteaba si lo mejor que podía hacer en ese momento era beber una infusión caliente y amarga para estabilizar su mente y su estómago. Recordaba a su padre preparando bebidas amargas para aliviar el estrés, los dolores, lo recordaba haciendo caras graciosas mientras el sabor amargo ingresaba a su sistema. Sí, su padre siempre la hacía reír.

Y mientras bebía su té de hierbas, todo su cuerpo se sentía como si hubiese bebido hasta el hartazgo, como si su sistema estuviese lleno de alcohol y veneno. Era el precio de un pasado ensombrecido, supuso.

Observó su teléfono, no se había percatado que se había quedado sin batería, así que buscó su cargador y lo puso sobre la mesada de su cocina, mientras aguardaba que volviese a encender su pantalla. Los pasos de la muchacha se redireccionaron al interior de su sala, con las manos temblando, quizá por el frío, quizá por la agonía de vivir una y otra vez los sucesos traumáticos de la noche anterior mientras el sol se colaba al interior de su vivienda por las rendijas de sus cortinas. Sus ojos fueron a algunas pinturas suyas ubicadas en su muro y otras más en el suelo, a medio terminar, algunas ocultas por ropa tirada y otras por el polvo. Por un momento, el desorden de su casa pasó a ser su preocupación más grande y dio gracias al bendito té de hierbas que puso en su sistema una preocupación tan superflua, tan insignificante como el centro de toda su atención. Sus labios volvieron a recibir la amargura hecha té. La piel de sus brazos y su cuello se erizaron, recordándose que seguía envuelta en su toalla con el cabello echando gotas de agua y mojando todo a su paso. Volvió a mirar el suelo. Volvió a lamentarse de todo en su vida.

¿Mudarse a otra ciudad, no, a la ciudad más congestionada de su país, no fue suficiente para que la encontraran? ¿Cómo dieron con ella? ¿Cómo supieron de ella? Primero su madre y ahora ese hombre de mirada dorada llamada Chisaki Kai, según registros de la policía. ¿Tan fácil fue dar con ella? ¿Por qué…?

Se sentía fatal, sólo quería volver a huir y no regresar. Volver a empezar de cero pero en otro continente de ser posible. Quizá otro planeta.

Su teléfono comenzó a sonar, despertándola de sus pensamientos. Fue hasta él y halló en la pantalla el nombre de Kirishima Eijiro con una fotografía suya sonriendo con esos dientes puntiagudos que le causaba gracia. Dudó en contestar, de verdad sólo quería sumergirse en la nada por un rato más, ignorar que existía tanto ella como los malditos que le habían hecho daño.

Pero Eijiro no tenía la culpa de lo que le sucedió, así que optó por contestar.

―Eiji, estoy…

―Estoy afuera ―respondió desde la otra línea―. Sólo quiero entregarte algo, ¿si? Luego me marcho, lo prometo.

Ochako dudó pero finalmente cedió ante el pedido de su amigo. Lo hizo esperar unos minutos más en lo que se ocupó de vestirse con algo más que sólo una triste toalla, unos pantalones holgados y una playera ancha, con sus alpargatas de casa fue el atuendo oportuno para ir hacia la puerta y recibir a su amigo. Ochako se sorprendió de ver no sólo a su amigo parado allí, con su característica sonrisa dulce y amigable, sino también al oficial de policía y amigo de Kirishima (sin mencionar, al último hijo de su jefe): Todoroki Shoto.

―Chicos… ¿Qué sucede? ―Preguntó Ochako no muy convencida de aquel encuentro frente a su vivienda.

―Uraraka, déjame disculparme en nombre de mis subordinados ―habló el hombre de ojos con heterocromía, entregando una reverencia de respeto y pena. Ochako se sorprendió aún más―. Eijiro me comentó la situación y no tardé en dar con los dos incompetentes que te atendieron ésta madrugada en la estación de policía. No volverá a pasar algo como lo del día de hoy, tienes mi palabra. Para remediar la penosa situación, me encargué personalmente de hablar con unos fiscales y llevar adelante tu denuncia. ―Ochako no cabía en la sorpresa y menos al ver una carpeta con unas hojas blancas impresas con una orden de alejamiento y protección para ella―. Considéralo una disculpa de parte del cuerpo policial.

―Todoroki-san…

―Te lo dije, con Shoto y Tenya podemos contar siempre ―respondió Eijiro. Ochako lo miró sin comprender―. No tienes que hacer ésto sola, Ochako. Tienes amigos ahora.

Las manos de Ochako volvieron a temblar pero ésta vez de la emoción, de una emoción que hacía tiempo no sentía. Volvió a mirar tanto a Todoroki como a Kirishima, sin comprender del todo lo que tenía entre sus manos. Volvió a sentir esperanza, después de muchos años creyendo que se había esfumado de su interior.

Una parte suya se rehusaba a creer que alguien como ella tenía oportunidad de escapar de su destino, pero otra parte, la que existía gracias a sus nuevos amigos, le insistía que quizá, no todo estaba perdido.

Ochako los invitó a pasar, pero Todoroki tuvo que retirarse, debía regresar a la estación, sólo quería acercar personalmente el detalle de su denuncia y presentarle una disculpa formal, muy al estilo Todoroki Shoto. Ochako sólo podía preguntarse cuán diferentes podían llegar a ser padre e hijo, recordando cómo era su jefe y padre del oficial que se retiraba de su domicilio.

Ochako asintió y volvió a agradecer al oficial. Una vez que Shoto dejó el departamento de la joven muchacha, el silencio se instauró entre la pareja de amigos; una mirada apenada se posó en los ojos de Ochako.

―¿Puedo ofrecerte algo de tomar, Eiji? ―Vio la duda en el rostro de su amigo―. Yo… Debo agradecerte por… Por todo. Sin tí, no sé qué hubiese pasado.

―Ochako, tranquila ―dijo el hombre, las dos grandes manos del pelirrojo viajaron a sus hombros, apretandolos con cariño, como el cariño que tiene un hermano protector, o al menos eso fue lo que Ochako sintió―. Hubiese hecho lo mismo por cualquiera. Estabas en peligro y quería ayudarte.

Ochako, luego de digerir la situación vivida durante la noche, recordó cómo Eijiro apartó al hombre que la tenía a su merced y le propinó uno de los golpes más duros que alguna vez Ochako pudo escuchar. Vio el cuerpo de Chisaki Kai cayendo al suelo luego de que el puño de su amigo incursionara al rostro del hombre, como si de una roca se tratara.

Eijiro no mentía, hubiese hecho lo mismo por cualquiera pero al tratarse de Ochako, estaba dispuesto a hacer incluso más. Cuando reconoció que Tetsutetsu y Miruko retiraron a Ochako de la escena en cuestión de segundos, Kirishima se encargó de recordarle al sujeto que tuvo la osadía de lastimar a Ochako, a que la siguiente vez, debía volver preparado. Ochako sabía que no sería la última vez que su padrastro haría acto de presencia en su vida, mucho menos luego de escuchar las palabras de Chisaki Kai la noche anterior, cuando se encontraban solos en la Golden Room, antes de saber que él era el mensaje claro de su padrastro para ella.

―De eso no tengas la menor duda, no después de que Shigaraki me dejó en claro que no regrese sin ti. ―Las palabras de ese hombre resonaban en su interior como cual dictamen jurado en la superficie de la roca: imposible de borrar. Esas palabras resonaban en su interior como toda la vivencia de su adolescencia y juventud, regresaba a su memoria. Sabía que ese hombre no jugaba, porque si su padrastro estaba dispuesto a encontrarla en el mar de personas que vivían en Tokio es porque estaba declarándole la guerra.

―¿Crees que esto lo detendrá? ―Preguntó Ochako mirando la orden de alejamiento. Fue una pregunta más bien para sí misma, pero de todos modos, Eijiro se acercó a ella.

―No lo sé, pero cuentas conmigo y con todos a partir de ahora, Ochako. ―Respondió. La castaña sonrió a su amigo.

Ochako dudó un momento pero Eijiro pudo notar cómo el cuerpo de la joven quería acercarse a él; quizá fue un reflejo o sencillamente, Ochako necesitaba un hombro amigo donde reposar su cansancio. Kirishima Eijiro era bueno leyendo a las personas, quizá era debido a su gran empatía la que le permitía tal don, por eso atrajo el cuerpo de Ochako hacia el suyo en un fraternal abrazo, un abrazo que quizá le rompió un poco más el corazón al fornido pelirrojo pero permitió que los pedazos rotos de Ochako se repusieran, aunque sea un poco. Finalmente, eso era el amor, dar todo cuánto puedas por quienes amas, aunque no siempre te correspondan.


Pasado el día, luego de dejar a Ochako en su departamento y retirarse de su vivienda, Kirishima Eijiro hizo lo que acostumbraba a hacer sus días libres de trabajar como bartender en Doll House, entrenar y descansar. No había mucho secreto para conocer a profundidad a Eijiro, bastaba con saber que era un hombre simple cuyo pasatiempo favorito era entrenar, salir a correr, ir al gimnasio o a algún parque cercano con tal de mantener el cuerpo en movimiento, a veces por una cuestión de disciplina personal, otras para mantener el cuerpo y mente ocupados. A veces, su única forma de lidiar con el rechazo era el ejercicio.

A mitad de su rutina, para su buena (o mala suerte), Tetsutetsu le había escrito, principalmente para saber sobre Uraraka y ver de que él también estuviese bien. A pesar de ser sólo compañeros de trabajo, el de cabello platino era muy allegado a él, quizá las similitudes entre ambos no sólo se deba a su físico, sino también a su capacidad para congeniar, por ese motivo, Tetsutetsu sabía que lo que necesitaba Eijiro no era entrenar o descansar, sino alcohol.

Quedaron esa noche para verse y tomar algo en Lullaby. Para las 8 de la noche, ambos hombres se encontraron sentados en la barra con dos tequilas y el ceño fruncido debido al sabor intenso del aguardiente. No era muy común en Eijiro beber tequila, mucho menos entre semana y quizá lo más extraño de todo es que sea debido a un corazón roto.

―Mierda, no sé cómo planeas que regrese a mi casa hoy pero gracias por la invitación ―dijo Eijiro. Tetsutetsu sonrió.

―Es lo mínimo que puedo hacer luego de ese rechazo por parte de Uraraka ―Respondió. Para Eijiro, recordar tal suceso era menos doloroso a medida que pasaron los días o quizá era debido al alcohol corriendo por su sistema.

―Ya lo superé ―mintió―. Ahora mi atención regresó al bar y a ahorrar para mi motocicleta. Estoy harto del metro y la incomodidad de los horarios cuando salimos de Doll House.

―Eso es cierto. Tuve que dormir en la casa de mi ex porque perdí el último tren ―dijo el platino, aunque claro, esa justificación no era del todo creíble para Eijiro.

―¿Así le dicen ahora? ―Eijiro conocía lo suficiente a Tetsutetsu como para saber la historia suya con su ex novia de hace tres años y cuyas idas y vueltas los han hecho volverse inseparables a pesar de ya no estar juntos. El de hebras platinas se encogió de hombros, claramente atrapado por su colega―. ¿Cómo está Itsuka a todo esto?

―Hermosa, como siempre ―Respondió desde lo más profundo de su interior. Eijiro le dedicó una sonrisa apenada.

―Al parecer no era yo quien necesitaba un trago fuerte, ¿eh? ―Kirishima resopló―. ¿Por qué no sólo le pides regresar?

Tetsutetsu lo miró con gracia un momento, se llevó su vaso a los labios para terminar de beber el líquido transparente. Kirishima no entendía por qué debían dar tantas vueltas a algo que, para él, era sencillo. Si lo suyo fuese sólo ir y aclarar las cosas, lo haría, pero no estaba hablando de él.

―Creo que… Es más cómodo para ambos ―dijo el hombre. Miró su vaso, ahora vacío―. No nos complicamos. Nos buscamos para un un polvo casual. Es más sencillo llamar a alguien conocido.

―¿Es mejor un mal conocido que un mal por conocer? ―Preguntó Kirishima. Tetsutetsu sonrió. No los entendía. Si fuese por él, desearía algo serio, algo duradero, pero claro, las cosas eran diferentes para él.

―¿Qué hay de ti? Creo que eres la única persona pasado los treinta años que busca aún enamorarse ―Preguntó el platino. Eijiro se encogió de hombros―. ¿No es mejor un polvo fijo y te ahorras el melodrama?

―¿Y perderme de estos encuentros varoniles de intercambiar desgracias con tequila? Por favor. ―Ambos rieron.

Quizá había similitudes entre los dos hombres de sonrisas puntiagudas pero estaba más que claro que Kirishima sí necesitaba un nexo más allá de sólo "un polvo fijo". Ambos siguieron con otra ronda de tragos hasta que Tetsutetsu tuvo que retirarse, su exlo estaba llamando y él no pensaba hacerle esperar a Kendo Itsuka.

Ver marcharse al amigo que lo convocó a beber ese día le hizo replantearse seguir allí, solo, bebiendo como cual dolido o marcharse a descansar. Finalmente, prefirió pedir otra ronda de tequila. En el bar o en su casa, finalmente estaría solo.

Cuando se dispuso a darle rienda suelta a más alcohol a su interior, escuchó que un objeto cayó al suelo cerca suyo, volteó a mirar donde cayó el objeto, una cartera rosa, en cuestión y, no lo pensó mucho, sencillamente estiró su mano hacia la cartera. Su mano chocó con la de una mujer cuyas intenciones eran las mismas que las suyas aunque claro, él no se detuvo hasta conseguir recuperar del suelo la cartera caída. La mirada rojiza del hombre fue hasta la mujer, dueña de la cartera y de un rostro muy familiar que incluso con varios shots de tequila en su ser, fue capaz de reconocer. No fue el único.

―¡Tú! ―dijo la pelirrosada mujer de cuarenta y dos años, dueña de una sonrisa contagiosa principalmente porque, al igual que él, llevaba algunos tragos encima―. Eres el amigo de esa muchacha.

―Kirishima Eijiro ―habló el joven―. No sabía que conocieras Lullaby.

―Cariño, si lo hubieras sabido, no andarían diciendo que tu amiga trabaja aquí ―Respondió Mina con gracia. Eijiro no comprendió tal acusación―. Ambos sabemos que Uraraka Ochako no trabaja aquí.

El rostro de Eijiro se enrojeció al ser descubierto y al notar ese detalle, Mina sonrió como lo hace una niña cuya travesura fue cumplida. Eijiro no sabía qué decir.

―Ni siquiera te molestes en mentir. Katsuki ya lo sabe todo ―Respondió la mujer.

―¿Todo? ―Preguntó él.

―Absolutamente, todo ―repitió―. Si fuera tú, le diría a tu amiga que no vuelva a acercarse a Mahoro. Que se ahorre un mal rato. Katsuki no es de los que perdona y menos cuando se trata de su hija.

Mina pidió al barman qué le vuelvan a cargar su vaso con más whisky y con un gesto coqueto, levantó el vidrio mirando a Kirishima, en un gesto claro de haber ganado una batalla qué sólo ellos sabían. Eijiro no pudo hilar palabra por un momento. Todo el intento de Ochako porque su amiga no descubriera la verdad acabó en la basura, peor, su identidad como Doll estaba en juego ahora que su cliente asiduo sabía quién era ella.

―¿Qué hay de ti, guapo? ―Preguntó Mina, consiguiendo que la atención de Eijiro regresara a ella―. ¿Cómo conoces Lullaby?

―Disculpa, debo hacer una llamada ―dijo el pelirrojo para alejarse de allí e intentar llamar a Ochako. Por el horario, ella ya debería de estar en Doll House cubriendo su turno, no tendría tiempo de responder su llamada, de todas formas la llamó. Estuvo un buen rato aguardando en que Ochako respondiera el teléfono pero sólo lo derivaba al buzón de voz. Maldijo por milésima vez.

Sin logro alguno, regresó a su asiento junto a Mina, quien lo observaba con diversión.

―¿No responde? ―Él negó―. Supongo que es el destino.

―¿De qué hablas? ―Preguntó Eijiro ya sin mucha gentileza en su voz.

―Tu amiga lleva una vida desordenada, era cuestión de tiempo de que le explotara en la cara sus malas decisiones ―Respondió dando un sorbo más a su vaso. Eijiro frunció su entrecejo.

―No la conoces, no puedes juzgarla de ese modo.

―Cariño, la doblo en edad. ¿Acaso crees que no sé lo que busca trabajando así? ―Preguntó―. Es un trabajo fácil, las chicas bonitas creen que la belleza les durará si…

―No hables de ella así ―frenó entonces. Mina lo miró con sorpresa, por primera vez, encontró en el rostro del joven un semblante poco amigable, el ceño fruncido y la idea clara de que ella estaba tocando un terreno quejumbroso―. Sólo alguien cuya vida fue sencilla se atrevería a juzgar las decisiones de personas que no siempre pudieron elegir.

Mina lo miró molesta. ¿Cuántos años tenía el chico como para hablarle de ese modo sin formalismos? Una idea cruzó la mente de Mina al momento de reconocer ese rostro molesto en Kirishima Eijiro.

―Ella te gusta, ¿no es así? ―Soltó entonces la mujer.

―Independientemente de eso, no te da derecho a juzgar las decisiones de otras personas ―Respondió él. Mina se encogió de hombros.

―Ya, ya, lo lamento. ―La mujer le hizo un gesto al barman para recargar el vaso de Eijiro, él se negó al principio pero la mujer insistió. Mina tomó su muñeca bajo la atenta mirada de Eijiro y levantando su propio vaso, hizo que ambos cristales se encontraran en un tintineo de brindis provocado por ella misma―. Bebe conmigo. No te conozco pero creo que ambos tenemos razones suficientes para estar aquí hoy. Nos merecemos una buena borrachera.

Kirishima Eijiro no supo si era una buena idea pero la idea de beber con esa mujer comenzaba a sonar menos descabellada a medida que el alcohol fue tomando control de sus malas decisiones.


Notas de la autora:

¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!

Espero que el capítulo haya sido de su agrado y les haya hecho querer seguir leyendo más.

Estaré actualizando con seguridad, semanalmente así que espero leer sus comentarios sobre este y los capítulos venideros.

Nuevamente, gracias por darle una oportunidad a esta historia.

¡Nos seguimos leyendo!