Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
Advertencia: Ligero contenido sexual. Violencia sexual.
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CAPÍTULO 16
Alcohol y Lujuria.
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Ashido Mina creció en una familia tradicional japonesa de buen estatus, buena influencia y buena educación; a pesar de ello, fue lo suficientemente vanguardista como estudiar una carrera lejos del nicho familiar como lo era marketing, publicidad y desarrollo de imagen empresarial, pintarse el cabello y vestirse fuera de las normas acostumbradas de las mujeres de su familia sólo fue la cereza del pastel. Siempre se consideró una mujer moderna, lejos de la cajita cuadrada de la sociedad nipona, aunque claro, todos tenían un límite.
Para Ashido, casarse no era una de sus prioridades pero sucedió. De hecho, casarse con su primer y único novio no estaba tampoco en los planes pero ¿cómo no querer pasar el resto de su vida junto a Sero Hanta? El chico de la contagiosa sonrisa y el buen humor que lo caracterizaba. Ambos apenas tenían veinticuatro años cuando contrajeron nupcias y su vida matrimonial inició casi al mismo tiempo que su agencia publicitaria.
Ella no podía quejarse de Hanta, desde el inicio, ha sido un compañero ideal, gracioso, dulce, apasionado, de hecho habían hecho todo cuánto quisieron y como quisieron, eso era algo que le gustaba de él; claro, lo que no sabía que le hacía falta a su esposo era una aventura.
Unos años antes de su prematuro fallecimiento a la edad de treinta y siete años, Hanta le fue infiel con una colega suya del trabajo. Ella no lo sabía y él no pensaba decírselo porque fue sólo una vez, un desliz de una noche a consecuencia del alcohol luego de una reunión de trabajo que los congregó a ambos en un hotel, celebrando el cierre de un nuevo contrato. Mina ignoraba muchas cosas de las actividades de su esposo porque, siendo franca, pasaba la mayor parte del tiempo viajando para permitir que esas cenas prósperas con futuros clientes, sigan su curso.
Mina no contaba que su esposo hubiese sido capaz de utilizar esa explicación para justificar su aventura, aunque claro, ni él se lo había dicho ni ella se había dado cuenta. No fue sino su chofer de confianza quien le había notificado que su esposo no había vuelto a casa esa noche, para colmo, el día lo descubrió saliendo del hotel con la mujer en cuestión. Cuando comprendió la infidelidad de su esposo, esperó a que él se lo diga, esperó a que esa noche cuando ella regresó, que en lugar de besar sus labios con tanto cariño, le dijera que antes, habían recorrido el cuerpo de otra mujer; había esperado que esas manos que la abrazaron con ahínco, le confesaran que habían desnudado a otra mujer; había esperado pero sencillamente, esperó mucho.
No sabía cómo abordar el tema con él. No sabía si quizá fue su culpa por pasar tanto tiempo fuera, por no querer tener hijos, o porque priorizaba mucho su empresa antes de su matrimonio. No lo sabía. De hecho, muchas cosas no se había puesto a pensar hasta que sucedió lo que ninguno de los dos había pensado que pasaría.
Que la frase "hasta que la muerte los separe" se acercara tan pronto.
Mina llevó esa carga por todo ese tiempo y no había caído en cuenta de ello hasta que la infidelidad de Bakugo Camie fue de su entero conocimiento. Vio a su mejor amigo, Katsuki, destruido por la noticia, embebido de rabia y licor, lo había visto perder los estribos porque la persona con la que se había casado había fallado en uno de los votos matrimoniales más importantes.
¿Qué había hecho ella? Nada. Esperó, sencillamente eso. Por un momento pensó, ¿qué hubiese pasado si hubiese tenido la misma reacción de Katsuki y lo hubiese enfrentado a Hanta? ¿Hubiese cambiado algo? ¿Se habrían separado como lo hizo Katsuki? ¿Habría sido tan valiente como para dejar salir sus emociones como lo hizo Katsuki? No, a ella no se le había enseñado eso.
Sí, se consideraba una mujer moderna que creyó salir del cuadradito que su familia se encargó de enseñarle pero habían cosas que seguían cuadriculadas dentro de su mente. Increíblemente.
La noche que decidió hacer algo similar a lo que hizo Bakugo Katsuki fue esa misma, que escribió a Kyoka para tomar un trago en su bar, solo ellas dos, dos mujeres que conocían un poco de la otra pero no lo suficiente como para juzgarse mutuamente. La receta perfecta de una amistad comedida.
A diferencia suya, Kyoka fue la infiel pero nunca habían hablado del asunto, sólo sabía que su atracción hacia las mujeres había despertado cuando, en una borrachera, prefirió la calidez de las piernas femeninas y de allí, ya no hubo punto de retorno. ¿Podría considerarse una justificación del por qué había fallado a los votos matrimoniales con Denki? No, claro que no, pero de todas formas, Kyoka hizo su vida lo más normal que pudo: llevando mujeres a su cama y despidiéndose de una buena vez de un matrimonio que nunca existió verdaderamente.
―¿Y si Denki te hubiese engañado? ―la pregunta salió tan rápido como llegó a su mente pero sin meditarlo mucho.
Ambas mujeres se encontraban sentadas en una de las mesa cercana a la barra dentro del predio de Lullaby, con dos whiskies en cada mano. Kyoka no solía frecuentar a Mina, al menos no como antes, pero esa noche fue diferente porque luego de conversar con su sobrina e hija de Katsuki, Mahoro, supo que quizá les debía más tiempo a sus amigos de universidad. Que se haya divorciado de Denki, no implicaba que lo hiciese de sus amigos.
Claro, esa noche no esperaba que Mina pidiese tanto whisky y su principal conversación sea precisamente de la infidelidad vivida en su vida de casada. Jiro suspiró con cansancio.
―¿A qué te refieres? ―Preguntó la mujer de cabello corto y oscuro.
―Si Denki te hubiese engañado, ¿qué habrías hecho? ―Volvió a preguntar. Kyoka dio un sorbo pequeño a su vaso y se preguntó internamente qué hubiese hecho.
―Quizá hubiese sido menos doloroso… Habría sido más sencillo salir del clóset ―respondió. Mina sonrió.
―¿Siempre te atrajeron las mujeres o sólo cuando sucedió tu… ―Mina hizo un gesto con sus manos, simulando unas puertas―, ya sabes, lo de salir del clóset?
―Supongo que sí, aunque ya sabes, crecer en una sociedad tan cuadriculada y peor, en los ochenta, no te daba mucha alternativa de adaptarte a casarte con un hombre, formar una familia, dar hijos, etc.
Mina asintió para dar otro sorbo largo.
―¿A qué vienen estas preguntas repentinas? ―Dijo Jiro mirándola con cierta diversión―. ¿Quieres salir del clóset también? ―Mina rio.
―Cariño, no podría con otra mujer. Apenas puedo conmigo. Por eso prefiero a los hombres, no son tan complicados ―mentía. Sólo conoció a un hombre de forma íntima y fue lo suficientemente complicado como para ocultar una infidelidad hasta el día de su muerte―. Pero si insistes, con otro trago más, puedo hacer de cuenta que olvidé mi heterosexualidad.
Ambas mujeres rieron. Volvieron a conversar como cuando estaban en la universidad, cuando salían de clases y se encontraban para tomar un café y charlar amenamente. Por un momento, se olvidaron que ambas, viuda y divorciada, llevaban unos escalones más de los cuarenta años. A veces, sólo necesitaban eso, una escapada que les ayude a digerir los años.
Kyoka se despidió de Mina un rato después, debía de regresar a la administración, pero claro, Mina no se marcharía de allí con facilidad. Aún debía meditar con otros dos vasos más de whisky toda su vida. Cuando se puso de pie para ir hacia la barra a pedir que le llenaran el vaso, sus pies ya estaban un poco atontados por no decir, todo en ella. Fue un descuido suyo el apoyar su cartera rosa sobre la barra y que ésta caiga al suelo sin gracia. La sola idea de recoger su bolsón con la cabeza dándole vueltas y vueltas parecía un infierno; para su suerte, un extraño la ayudó a recogerlo por ella y lo siguiente que vio Mina fue la sonrisa amable de Kirishima Eijiro.
Cuando Mina le formuló la pregunta a Kyoka sobre "¿Y si Denki te hubiese engañado?", en realidad, estaba buscando a alguien que le diese la autorización para hacer su duelo en forma, a pesar de que hayan pasado años, darse ese permiso de mandar todo al carajo y sentir que, por primera vez, su cuerpo mandaba por encima de su cabeza. Por mucho tiempo, fue una viuda comedida porque la prioridad ya no estaba en su matrimonio, sino en su agencia publicitaria luego de que Hanta de había ido. Había pasado todos esos años llevando adelante el trabajo de su vida que descuidó lo demás en ella misma. Así que no podía culparse… Al menos, no mucho.
Cuando se dio cuenta, los labios de Eijiro se encontraban en los propios, el sabor entremezclado del whisky y el tequila, junto con el aroma de algún cigarrillo con esencia a menta la hizo suspirar. No supo en qué momento sucedió, tampoco cómo llegó a su departamento ni quién terminó manejando o dando el primer paso; sólo sabía que se estaba dejando llevar por el momento, por su cuerpo y el atractivo hombre pelirrojo que le doblaba en tamaño. Las manos firmes de Eijiro bajaron por su espalda, ella involuntariamente la arqueó y pudo sentir cómo, al acercar su cuerpo al del hombre, su entrepierna despierta, rozaba su piel descubierta. Las ropas fueron estorbando todo a su paso, al igual que algunos objetos tirados en su sala. Tropezaron un poco pero eso no impidió que la desnudez los encontrara, ni hallar espacio en su sofá para que ambos se entregaran de tantas formas al deseo carnal que despertaban por el otro.
Por primera vez en tanto tiempo, dejó de ser Sero Mina para volver a ser Ashido Mina. La mujer soltera, la mujer que dejó a sus veinticuatro años, la que no conocía otra cosa más que el cuerpo de su esposo. Esa noche, Mina pudo sentir el placer de otro cuerpo, de otros labios, de otras manos, de otro miembro que la penetró de tantas formas, que la hizo darse cuenta que las posiciones que acostumbraba con su esposo no eran las únicas y que la sabia lengua de un hombre de treinta y tantos años, podía hacerla gritar tanto.
Mierda, esa noche, Mina supo lo que era el placer verdadero. Supo lo que implicaba tener sexo después de tantos años. Volvió a sentirse como una mujer deseable.
Y cuando el orgasmo tocó su puerta por última vez, Mina acabó cayendo sobre el pecho desnudo de Eijiro, suspirando como si hubiese corrido una maratón entera sin descanso alguno. En parte, fue lo que sucedió. No se había dado cuenta, pero terminó dormida en esa misma posición, sin ganas de ponerse de pie y ducharse, a pesar de odiar sentir su cuerpo sudado o peor, el sudor ajeno, esa madrugada Mina durmió a gusto pegada al cuerpo del hombre que encontró en el bar.
No sabía si era precisamente el permiso que Mina buscaba pero estaba más que satisfecha con haberlo tenido.
Cuando la noche había dado paso al día, y la lujuria dio paso a la resaca, Mina sentía que todo en ella terminaría saliendo despedido a través de su boca. Sentía la amargura del alcohol entremezclado con la bilis que sencillamente la despertó de su sueño profundo. Mina abrió los ojos cómo pudo, no sabía que tenía las cortinas corridas hasta que el sol del día la hizo querer romper en llanto debido al malestar que traía encima. No se había dado cuenta del hombre acostado a su lado, desnudo y bien dormido, hasta que, las ganas de vomitar la hicieron levantarse (como podía) de la cama. Su mano acabó sobre el abdomen desnudo de Eijiro y ella pegó un grito ahogado al darse cuenta que su abdomen no era lo único desnudo allí. Ella, para fines prácticos, tampoco tenía algo más que unas sábanas sucias pegadas a su cuerpo.
La cabeza le dolía pero no tanto como el estómago y el ego en ese momento. ¿Terminó acostándose con un chiquillo de treinta años? ¿Qué le sucedía? ¿En qué cabeza entra eso? Tenía cuarenta y dos años, se suponía que su etapa pueril había finalizado tiempo atrás pero allí estaba, escabulléndose de su propia cama (ahora usurpada por un desconocido) cuál ladronzuela que intentaba darse a la fuga antes de que la pescaran. Como pudo, entró al baño de su cuarto, el espejo frente a ella le dio una vista clara de lo que era ella en esos momentos: un manojo de maquillaje corrido, saliva seca, chupones por todo el cuello y el cabello alborotado hasta la última cana teñida. No, Mina estaba lejos de ser la esplendorosa mujer de la que siempre se jactaba.
Y por todo el alboroto interno, ya no pudo con sus arcadas. Todo lo que tenía atorado tanto en el estómago como en su pecho, fue a parar de lleno a la boca del excusado, botando todo lo que ni recordaba que había consumido.
Imágenes de la fogosa noche anterior la hizo echar un grito al cielo. Sólo de recordar cómo las manos de Eijiro la tocaron, cómo su lengua recorrió todos sus recodos, cómo sus labios dejaron marca en su piel. Si alguna vez le había dado motivos de retorcerse en sus cenizas a su ex esposo, sin duda fue la noche que pasó con Kirishima Eijiro.
Su teléfono celular comenzó a sonar. Ella no estaba lista para salir del cuarto de baño pero el ruido estridente de su tono de llamada la obligaron a enjuagar su boca como pudo, meter una pastilla de menta en lo que salía del cuarto de baño para tomar partido de su bendito teléfono. No se había dado cuenta que Kirishima ya no estaba en su cama, sus preocupaciones estaban plasmadas en la pantalla de su celular con el nombre de Bakugo Katsuki. Maldijo internamente.
Fue con prisa hasta el armario del baño para sacar una bata y así contestar su móvil.
―¿Katsuki? ―Habló Mina con la preocupación latente en su voz aunque quiera decir lo contrario.
―Abre, tengo algunas cosas que necesito ver contigo sobre la publicidad de la gala y esa mierda de la entrevista que mencionaste. Mi asesor no deja de insistir que veas eso con él ―fue la respuesta de Katsuki. Mina colapsó un momento.
―¿Qué? ¿Estás aquí?
―Sí, ¿no escuchas tu timbre? Estoy hace un rato tocando y, espera, ahora se abrió tu puerta…
―¿Mi puerta? ―preguntó Mina con terror porque ella apenas y estaba saliendo del cuarto como para poder abrir la puerta principal de su departamento, comprendiendo qué el peor de los escenarios estaba por suceder―. ¡Katsuki, espera!
Muy tarde. Cuando Mina llegó corriendo a su sala con el cabello desarreglado y el maquillaje corrido, portando solamente una bata de baño, fue recibida por una de las imágenes que menos credibilidad tenía en su mente. Bakugo Katsuki de pie en el umbral de su hogar con un hombre semidesnudo recibiéndolo como si de su hogar se tratara. El rostro de Katsuki era un poema, uno que incluía confusión y mucha vergüenza ajena.
Cuando la mirada rojiza de Katsuki se cruzó con la de Mina, Eijiro supo que quizá no fue muy buena idea abrir la puerta sin siquiera preguntar quién era. En defensa del pelirrojo, creía aún estar soñando y para colmo, en su departamento.
―¡Con una mierda, Mina! Si te conté lo de Uraraka era para que me escucharas, no para que te cojas a su amigo, carajo ―la voz furibunda del presidente del grupo Bakugo inundó todo el departamento de la viuda Sero, incomodando no sólo a los vecinos, sino a su propia resaca―. ¿Cómo mierda se te ocurre tirártelo?
―¡Fue un accidente! ―Dijo Mina como si fuese creíble tal cosa―. Hey, ¿pero qué mierda haces llegando tan temprano a mi casa? Además, no eres mi hermano ni mi padre como para estar pidiéndote permiso con quién me acuesto.
―¡No me importa con quién te acuestes! ¡Pero es el amigo de Uraraka! ¿No entiendes?
―Ya, deja de gritar que te vomitaré encima ―Mina se dejó caer sobre el sofá donde tantas cosas pasaron la noche anterior. Sus recuerdos la hicieron sonrojarse y tal hecho no pasó desapercibido por su mejor amigo.
―Ni siquiera pienso sentarme en ese sofá ―exclamó con asco―. Dime dónde más no debo sentarme.
―Entonces sigue de pie, porque hasta el piso está manchado ―la voz del hombre pelirrojo de greñas puntiagudas y mirada molesta, los hizo voltearse hacia él, recordando que no estaban solos.
Los ojos oscuros de Mina encontraron los rojizos de Eijiro, se sentía atrapada y con la vergüenza rascando la piel de su nuca. Sus mejillas se encendieron, ella no podía sostener mucho tiempo su mirada en el más joven y eso pareció sólo incomodarlo aún más.
―Al parecer lo de engañar tienes en común con Uraraka ―habló Katsuki molesto y Eijiro no pensó en retroceder.
―No hables de ella de ese modo. Tuvo sus razones para ocultarles su vida privada y por el modo en el que juzgan a todo el mundo, no puedo culparla ―fueron sus palabras. Katsuki frunció su entrecejo.
―¿Cómo me dices algo así pero terminas aprovechándote de una mujer en estado de ebriedad? ―Bakugo estaba molesto pero sus palabras pusieron aún más molesto al pelirrojo.
―¿Aprovechándome? ―Rio―. ¿Y qué te hace a ti ser lo suficientemente moral como para querer juzgar si todas las noches ibas a buscar a Ochako para que te consuele? ―Katsuki contuvo el aliento y Eijiro supo que dio en una llaga abierta―. ¿Por qué en lugar de molestarte no le agradeces a Ochako el guardar el secreto a tu hija de que incursionas en nuestro club casi todos los días? Sabes que ella pudo hacer que tu hija te odie pero prefirió guardar el secreto por bien de Mahoro.
―Ni siquiera te atrevas a meter a mi hija en esto, hijo de…
―Vamos, golpéame. Es la única forma que tienes de hacer frente a la realidad, ¿no es así? ―Eijiro estaba tan molesto como Katsuki y eso Mina pudo notarlo. Tenía que intervenir porque su casa estaba por ser el cuadrilátero de esos dos hombres pero ella estaba a un segundo de perder la compostura de su estómago.
Mina tomó el brazo de Katsuki pero en un intento de hablar, todo lo que quedaba dentro de su estómago subió por su garganta. No pudo controlarlo más y acabó vomitando en mitad de la sala. Eijiro tomó el cabello de Mina y la ayudó a sacar todo lo que podía, Katsuki sólo pudo mirarlos sin comprender.
―¡Rápido, busca toallas o algo! ―Gritó Eijiro y Katsuki se sintió un idiota por quedarse de pie allí. No tardó en adentrarse a la casa de Mina para buscar una cubeta de plástico, trapos y una fregona. Lo que iba a ser una reunión con su asesora publicitaria terminó recordándole a su época universitaria con mucho alcohol y mucho trabajo limpiando el suelo lleno de vómito.
Luego de una limpieza profunda, una pastilla para la resaca y un té para los mareos, finalmente, Mina pudo darse una ducha reparadora, quitarse el maquillaje horrible del rostro y peinar un poco su cabello enrulado. Y mientras la mujer y dueña de casa se dedicaba a resucitar de entre los muertos, Katsuki no dejaba de observar con recelo al pelirrojo treintañero que terminaba de beber la misma infusión de su amiga. Ambos hombres eran poseedores de miradas rojizas, la diferencia se encontraba que los ojos de Eijiro eran nobles y dulces, mientras que los de Katsuki desprendía un aura arrolladora y demandante.
Eijiro juntó las pocas pertenencias que trajo consigo en sus bolsillos y caminó hacia la salida.
―¿Le dirás a Uraraka que sé sobre su trabajo en Doll House? ―La pregunta que disparó Katsuki hizo que Eijiro frenara sus pasos pero no le regresó la mirada. Ninguno se observaba pero ambos esperaban impacientes el golpe del otro.
―No tengo secretos con Ochako… ―Dijo inicialmente―. Ella tiene mucho que perder si no cuida sus espaldas de personas como tú.
―¿Cómo yo? ―Preguntó Katsuki, ésta vez sí volteó a mirar la ancha espalda del más joven―. ¿Qué mierda significa eso?
―Personas que no saben lo que es perderlo todo y tener que empezar de cero ―respondió. Eijiro tomó el pomo de la puerta para abrirla pero antes, giró su rostro hacia el hombre rubio quien lo escudriñaba con la mirada―. Así como la señora Sero amenazó de que Ochako no volviera a acercarse a su hija, le diré lo mismo. No la vuelva a buscar. No regrese a Doll House.
―¿Qué? ¿Acaso eres su protector? ―Katsuki rio―. No puedo creerlo. Te gusta Ochako pero te terminas acostando con Mina. Eres un idiota.
―Lo de ayer fue un error, ambos estábamos muy ebrios, estoy seguro que la señora Sero es consciente de eso, en ningún momento me aproveché de nadie. No tuve ninguna mala intención con ella y no volverá a suceder ―Eijiro aguzó su mirada hacia Katsuki―. Pero si regresas a Doll House por Ochako, sabré que no te interesa en lo más mínimo el bienestar de mi amiga y te consideraré mi enemigo personal, Bakugo.
Con una amenaza dicha y una mirada que no daba pie a reprimendas, Kirishima Eijiro se retiró de la vivienda de su amante por una noche, dejando a Katsuki con el amargo sabor de sus palabras.
Ni Eijiro o Katsuki eran conscientes de que Mina había escuchado su plática, mucho menos de que las palabras del pelirrojo no sólo causaron estragos en su rubio amigo. Mina era consciente de que la noche anterior, de que su desliz con un completo desconocido fue obra de la ebriedad, la rabia atorada por años por la infidelidad de su esposo y la calentura de años sin ser tocada como una mujer, en ningún momento había visto a Eijiro como un aprovechado. Podría hasta decir que había un deseo por volver a revivir las pasiones pasadas pero nunca se atrevería a admitir tal cosa. La sola idea le aterraba.
Mina caminó hacia Katsuki una vez estuvo preparada para enfrentar la mirada de su amigo. Katsuki no dijo nada al principio, ambos apartaron la mirada tan rápido se encontraron.
―Katsuki…
―Al menos puedo sentirme un poco mejor ―habló el rubio. Mina descubrió un toque de gracia en su voz―. Te acostaste con alguien doce años más jóven que tú.
―¡Cállate! ―Katsuki rio con gracia―. ¡No cuenta, estaba ebria!
―Claro, claro, ¿y todo ese teatro moral que me montaste cuando supiste de Uraraka, qué? "¡Ay, Katsuki, eso no está bien" Bla, bla, bla. Maldita doble moral, ¿no? ―Mina sólo pudo lanzarle un cojín al rostro de la rabia.
―¡Es muy diferente, Bakugo Katsuki!
―¿Ah si? Claro, porque al menos yo no me acosté con Uraraka.
―¡Lo mío fue accidental, pero tú lo hubieras hecho de haber tenido la oportunidad! ―acusó Mina sonrojada y sin meditar previamente sus palabras. Para Katsuki no sólo fue una acusación, fue un total acierto y eso dolió mucho más. Su amigo no ocultó su enfado y Mina realmente lamentó haberlo dicho―. Katsuki… No quise decirlo de ese modo…
―Sabes, tienes razón. Lo hubiese hecho sin dudarlo, pero lo hubiese hecho con cualquier otra mujer, porque la mujer con la que me casé, no tuvo escrúpulos para hacerlo con el primero que pasó delante suyo. A diferencia tuya, Sero nunca te falló. Él no eligió…
―¡Sí lo hizo! ―Gritó Mina, acallando cualquier palabra de Katsuki, quien la miró sin comprender. Mina aspiró profundo y se dijo a sí misma que quizá era tiempo de hablar de aquello que tanto tiempo dejó para sus adentros―. Él sí eligió engañarme… Él… Hanta…
―¿De qué mierda hablas? ―Preguntó el hombre―. ¿Sero te… Te Fue infiel? ―Mina asintió con los ojos humedecidos, el llanto al filo de su garganta. Katsuki no supo muy bien qué hacer―. ¿Cómo…? Digo, ¿cuándo?
―Eso ya no importa… Fue un poco antes de su muerte.
―Carajo, Mina… ¿Y por qué nunca me lo has dicho? ―La pelirrosada se encogió de hombros sin saber muy bien qué decir. Las lágrimas ya no pudieron ser contenidas por ella, fueron muchos años de contención, de hecho.
―Nadie lo sabía, de hecho, él nunca me lo confesó… Murió… Murió creyendo que nunca lo supe. ―Katsuki no estaba seguro de si lo prudente era consolar a su amiga con un abrazo o sencillamente hacerla sentar en el sofá qué ha visto tanto en una noche. Prefirió lo segundo, no era su fuerte ser demostrativo así que sólo tomó los hombros de su amiga para invitarla a tomar asiento, viéndola sollozar como una niña triste, una niña que ha tenido que fingir tantas cosas por tanto tiempo. Katsuki se imaginó llevando la infidelidad de Camie en secreto, ni siquiera podría soportarlo un día pero Mina ha hecho parecer a Sero un santo mártir por tanto tiempo.
―Supongo que lo de ayer fue igual o peor a tu incursión a Doll House. ―Mina rio entre su sollozo―. ¿Acaso es nuestra crisis de los cuarenta?
―Cállate, fue nuestra única forma de hacer nuestro duelo, supongo ―respondió Katsuki intentando no sonar como un perdedor.
―Nuestro grupo de amigos es increíble ―ambos compartieron una mirada con gracia―. O somos infieles o somos cornudos, no hay otra opción.
―Lo lamento pero debo admitir que me siento mejor. Creí que Kaminari y yo éramos los únicos mediocres que no pudimos con nuestras esposas. Estar en la misma categoría que ese idiota ya es suficiente humillación ―Mina golpeó su hombro y echó a llorar de vuelta. Katsuki rio y la contuvo un buen rato mientras ambos lamentaban su vida de casados.
Katsuki fue a preparar un poco de café para beber con su amiga, quizá ese día no discutan sobre trabajo pero al menos el café les ayudaría a hacer pasar el mal de amores y la mala racha con las bebidas. Mina ya estaba más recompuesta, luego de su ataque de llanto y la resaca que atacó con fuerza su inicio matutino, Katsuki la veía un poco mejor. Fue hasta donde se encontraba su pelirrosada amiga y le tendió su taza de café, ella se lo agradeció y volvieron a sentarse en el sofá mirando a la nada.
―Dios, somos un desastre ―exhaló Katsuki.
―Al menos no te cogiste a la amiga de Mahoro ―respondió Mina―. Pero mierda, fue una cogida magnífica.
―¡Mina, cállate!
―Ahora entiendo por qué los llaman colágeno. ―Mina lo miró con diversión―. Si lo terminas haciendo con alguien menor a tí, no te juzgaré. Quizá tu hija sí, pero de verdad, qué buena cogida te dan.
―De verdad, eres la peor ―Katsuki se puso de pie de golpe, no estaba listo para escuchar sobre la intimidad de su amiga y menos estando sobrio―. Debo regresar a la oficina. ¿Puedes preparar el enfoque de acción para la rueda de prensa? Mi asesor está jodiendo con que le pases un borrador ya para trabajar en base a eso.
―Claro, ya estoy mejor así que lo tendré listo para ésta tarde ―respondió Mina―. Me pondré en contacto con él para ver algunos puntos y ya nos pondremos de acuerdo para repasarlo contigo.
―Excelente, avísame si necesitas algo más ―fueron sus palabras para caminar hacia la salida.
―Katsuki ―lo llamó su amiga y él volteó a verla con curiosidad. Una sonrisa fue lo que obtuvo de los labios de Mina―. Gracias.
Katsuki sencillamente se retiró sin decir nada más. Las muestras de cariño le costaban tanto como las expresiones verbales, peor si llevan tantos sentimientos encima como la gratitud de su amiga. Había cosas que no necesitas agradecer, o esa era la mentalidad de Bakugo Katsuki: el amor, la amistad y la lealtad eran cosas que no se agradecen, sencillamente se demuestran con acciones.
Luego del episodio traumático en el bar de Doll House, Ochako seguía con problemas para conciliar el sueño. Sabía que había un papel que, en teoría, la protegía pero seguía siendo un papel. La sensación de pánico y ansiedad aumentaba en su interior y eso provocaba que sus horas de sueño no pasen de las dos o tres horas corridas. Se despertó con ataques de ansiedad y el sudor empapando sus prendas. Estaba aterrada porque todo vuelva a suceder.
Luego del suceso del que muchas personas, incluyendo su jefa, Miruko, fueron testigos, la idea de pedir una licencia por unos días era tentadora, sin embargo, sabía que Todoroki Enji seguía molesto con ella y que eso de los privilegios incluía los permisos de ausencia.
Se preparó un té de menta para relajar los nervios. Había regresado de su noche en Doll House sin ningún contratiempo pero en lugar de poder descansar como era acostumbrado para ella, Ochako no podía siquiera mirar su cama. Estaba agotada, física y mentalmente, pero su cuerpo se rehusaba a buscar descanso porque, en su cabeza, la sensación de estar en peligro ponía en alerta todo su sistema, preparándose para algún cataclismo del cuál debía correr y ponerse a salvo.
La noche que correspondía a su turno acostumbrado en Doll House, no encontró a su amigo Kirishima debido a que era su noche libre, pero para su sorpresa, luego del pasar de clientes y finalizada su noche, al mirar su teléfono, halló algunas llamadas perdidas de su número. No le dio mucha importancia, a veces, Eijiro se preocupaba mucho por ella, principalmente luego del episodio del ataque de ese hombre que llegó hasta ella en nombre de su padrastro, Eijiro se había mostrado bastante protector con ella. Ochako sabía que ya no había un segundo interés camuflado en preocupación por parte de su amigo, porque Eijiro era lo suficientemente maduro como para respetar su decisión y llevar una sana amistad.
Volvió a mirar su teléfono. Eran las diez y media de la mañana, el día había avanzado bastante rápido con ella mirando a la nada sin haber dormido desde las cinco de la madrugada, desde que el ataque de pánico la hizo salir de la cama como si de un resorte se tratara. Ese día debía ir a la universidad así que quería descansar lo suficiente, o lo mínimo para aguantar todo lo que le esperaba; por supuesto, su cuerpo no cooperaba y eso la angustiaba. No quedaba de otra más que ponerse en marcha al campus.
El teléfono volvió a vibrar anunciando la llegada de un mensaje. Para su sorpresa era Eijiro.
Eiji:
Ochako, ¿tienes tiempo? ¿Podríamos hablar?
Ochako dudó un momento, de verdad no quería que su amigo estuviera tan pendiente de ella como si le debiera protección veinticuatro horas, sin embargo, entendía la preocupación del hombre, la había visto siendo arrastrada por el cabello como si de una muñeca se tratara, esa imagen quedaba grabada a fondo en ambos.
Me:
Estoy de salida para la uni. Tengo un proyecto pronto y quiero ir a prestar unos libros de la biblioteca, pero podemos vernos un rato. ¿Te parece si nos vemos en un café antes? preguntó la mujer. Eijiro aceptó de buenas a primeras.
La cita quedó pactada para las doce del mediodía en una cafetería que le quedaba de camino a la universidad, no era un horario muy concurrido así que fue sencillo llegar sin tanta prisa. Ochako fue la primera en llegar, de hecho su interés yacía en buscar un sitio donde pudiese compartir un café con su amigo, cuando Eijiro arribó al lugar.
La sorpresa en el rostro de Eijiro, por el contrario a Ochako, fue grande al percibirla tan demacrada. La muchacha castaña traía unas ojeras pronunciadas y un rostro cansado. La preocupación creció en su amigo.
―¿Qué sucede, Ocha? Parece que no has dormido mucho ―dijo con cuidado Kirishima una vez ambos tomaron asiento frente al otro en la pequeña cafetería. La castaña sonrió apenas, estaba agotada y eso era indudable―. Disculpa, no quise incomodarte con mi insistencia, si querías descansar, yo…
―Tranquilo, no pasa nada, Eiji ―respondió ella―. Después del… Incidente ―no supo cómo describirlo de otro modo―, me ha costado conciliar el sueño. Creo que si voy a la universidad, me despejaré un poco la mente, por eso prefiero ir desde temprano. Además tengo este proyecto final de semestre que te comenté, así que dormir no está entre mis planes ―comentó con gracia.
―Comprendo… ―La preocupación seguía latente en el semblante del mayor.
―¿Qué querías decirme, Eiji? ―Preguntó Ochako con tranquilidad.
Eijiro dudó. Ver a su amiga tan preocupada y sin poder dormir en forma le hacía replantearse si era buena idea añadir más peso a la carga que traía consigo la joven. Cuando sus labios estaban por emitir palabra alguna, la mesera de la cafetería llegó a ellos para tomar el pedido de la pareja de amigos, Ochako pidió un caramel latte y Eijiro un café cortado sencillamente. Mientras la empleada del local seguía tomando nota del pedido, el pelirrojo pudo percatarse del aspecto de su amiga cuya atención se centraba en el menú de postres pequeños. No lucía nada bien. Las ojeras se veían muy acentuadas como para ser de sólo una mala noche, también la notó más delgada al punto de ya no ver sus rozagantes y característicos cachetes, en cambio, Ochako tenía el rostro un poco más delgado y podía notarse la entrada de sus clavículas. No parecía estar comiendo bien, además de los malos hábitos de sueño que tenía. Ochako era la descripción perfecta del estrés.
Quizá no era el momento de hablarle sobre Bakugo Katsuki. Lo mejor que podía hacer en esos momentos era darle templanza y acompañamiento, no tirarle más problemas.
La mesera se retiró finalmente y Ochako volvió a centrarse en su amigo.
―Entonces, Eiji… ¿Querías hablar sobre algo en particular? ―Preguntó. Eijiro negó de pronto.
―Sólo quería ver cómo estabas. ―Mintió, aunque había cierta verdad allí. Quería saber cómo se encontraba y sólo podía hallar más preocupación a cada segundo que pasaba observándola―. Hoy tienes tu día libre, ¿te parece si te acompaño a casa al salir de tus clases?
Ochako sonrió con dulzura.
―No te preocupes, puedo cuidarme sola ―respondió aunque con pocas ganas―. Te agradezco la preocupación, Eiji, pero vivimos casi en polos opuestos. No quiero que llegues tarde al trabajo sólo porque he tenido una mala noche.
Eijiro no volvió a insistir, aunque quiso que su amiga cambiara de opinión. Luego de verla tan demacrada, de verdad le urgía saber que ella estaría bien. Prefirió no presionarla, lo último que quería en esos momentos era alejarla cuando lo que necesitaba era alguien en quien confiar.
Bebieron su café y unos Mochis, los postres favoritos de Ochako, mientras hablaban de trivialidades, él le comentó que había ido a beber algo con Tetsutetsu y se dio una borrachera sin nombre, obvió claro la parte en la que amaneció en el departamento de la tía de su amiga Mahoro por razones obvias. Ochako reía con su relato, al menos, pudo darse el tiempo de hacerla pensar en otras cosas, darle ese espacio de seguridad que necesitaba.
Estuvieron un poco más de una hora allí, conversando y compartiendo un ameno café cuando Ochako anunció que debía retirarse. Iba siendo hora de acudir a la biblioteca y darse un tiempo a sus estudios, ya luego le esperaba una tarde ajetreada con varias clases. Eijiro se despidió de Ochako con un abrazo y le recordó que podía contar con él para lo que necesite. Ella prometió no olvidarlo.
Sin más, los dos amigos tomaron caminos separados. Ella para el campus universitario, él de regreso a su casa, pensando en si hizo un favor en ocultarle el hecho de que Bakugo Katsuki sabía sobre su doble identidad. Prefirió optar por dejar allí el tema y continuar su camino.
Ochako llegó hasta el campus, se concentró en buscar su identificación estudiantil y presentarlo a la bibliotecaria para pedir unos libros que necesitaba hojear para su proyecto final del semestre. Debía dedicarle tiempo de investigación para la elaboración de una escultura pero necesitaba referencias históricas que puedan ser fácilmente identificables. Necesitaba información por ende.
Cuando incursionó en los pasillos de historia del arte, específicamente en historia del arte occidental, no contó con que su libro iba a ser capturado por una mano pequeña, similar a la suya. Su sorpresa fue hallar a Bakugo Mahoro tomando el mismo libro que ella había solicitado. La expresión de sorpresa no se situó sólo en el semblante de Uraraka, sino también en la de la joven Bakugo.
Un nudo se le hizo en la garganta y Mahoro pudo notar la incomodidad en su antigua amiga.
―Disculpa, Mahoro, pedí ese libro para mi investigación. ―Indicó con pena la castaña. Mahoro bufó molesta, prefirió tomarlo de todos modos y sin mirarla, respondió.
―Puedes pedir otro, hay varios ejemplares.
Antes de que Mahoro pudiese dejarla allí, Ochako avanzó hacia ella, no se rendía con el bendito libro.
―Pero han sido prestados por otros alumnos. ―Insistió.
―Ese no es mi problema. ―Mahoro iba a darse vuelta nuevamente, pero Ochako tomó su brazo para impedir que le diese la espalda―. ¿Qué? ¿Ahora que necesitas ésto te tomas la molestia de hablarme?
―Mahoro, sé que no he sido la mejor amiga en estos días y entiendo que estés molesta. ¿Podríamos usar juntas el libro? De verdad lo necesito.
―Vaya, ¿ahora que me necesitas actúas de este modo?
―Mahoro, no te entiendo.
―Oh, claro, ahora que descubrí tu mentira, ya puedo ver cómo eres en realidad y al tratarte como te mereces, te haces la víctima. Muy propio de tí ―La voz en Mahoro denotaba amargura, tanta que sorprendió a su compañera.
―¿Mi mentira? ―Preguntó, miedosa de escuchar su respuesta.
―Ni siquiera trates de hacerte la desentendida. ―Mahoro estaba molesta, eso estaba claro no sólo en su expresión, sino también en su tono de voz, cada vez más alto, llamando la atención de los que circulaban por los alrededores―. Sé que mentiste sobre trabajar en Lullaby. ¿Tan idiota me creíste como para hacer semejante montaje?
Ochako contuvo el aliento y su rostro no pudo sino expresar con autenticidad su más clara sorpresa y, por supuesto, mucha vergüenza. ¿Desde hacía cuánto sabía sobre ello? ¿Sabía lo de Doll House? ¿Alguien más supo? ¿Su padre también? Las preguntas sólo la hicieron sentir aún más ansiosa, su rostro, por supuesto, era sólo la expresión de cómo se sentía internamente. Mahoro sonrió con sorna, estaba más que claro que Ochako no contaba con que alguna vez, Mahoro supiese sobre tal vil mentira.
―¿Sabes qué es lo más doloroso? ―Preguntó Mahoro con rabia―. Que yo te creía sin poner en duda ni una sola palabra. Ahora ni siquiera sé si tu nombre real es Ochako o tienes una doble vida que no me has dicho.
―Mahoro, lo lamento, no fueron con malas intenciones mis acciones, de hecho, no tuvieron que ver contigo directamente. Yo no…
―Ni siquiera te molestes en justificarte. No se me ocurre ninguna razón válida para mentir tanto y por tanto tiempo. ¿Tan miserable es tu vida como para querer aparentar algo que no eres? ―Sus palabras estaban cargadas de molestia y eso era hasta comprensible, sin embargo, escucharla decir todo eso, provocó que la enfadada sea Ochako.
A medida que la discusión subía y subía de tono, las personas ubicadas en la biblioteca fueron dejando sus actividades para presenciar qué era todo el alboroto que tenía lugar allí, en los pasillos de Historia del Arte Occidental. La sorpresa era ver a las amigas inseparables del primer semestre estar discutiendo a viva voz, olvidándose de estar en un sitio público y en donde se debe guardar silencio.
Pero para Ochako, las apariencias ya no cobraban interés relevante. Las palabras de Mahoro dolieron porque tomaban tan a la ligera la vida que ella llevaba y que se había encargado, inútilmente, de mantener lejos del conocimiento de su amiga.
―Tienes razón, mi vida es muy miserable. Desde hace tiempo ha sido así, y lamento haberte mentido pero dudo que una persona como tú entienda mis motivos. ―Ochako tuvo toda la intención de marcharse y dejar el asunto así pero Mahoro no estaba contenta con esas últimas palabras.
―¿Qué mierda significa eso? ―Bramó la Bakugo―. ¿Una persona cómo yo?
―Mahoro, por favor, lo has tenido todo desde siempre, sólo tienes que abrir la boca y ya te lo sirven en bandeja de plata. Personas como tú no entienden lo que es padecer hambre, miedo o la idea de no tener un techo qué te proteja… ―Ochako soltó todo lo que traía dentro suyo, atascado y que finalmente pudo ver la luz fuera de su boca.
―¿Ahora yo tengo la culpa? ¡Pues perdón por nacer en una familia acomodada pero malditamente infeliz!
Ochako sólo pudo dejar salir una risa cansada qué causó mayor estrago en la rubia de ojos miel.
―No, tú no tienes idea porque, a pesar de quejarte y quejarte de tu familia, de tus padres, al menos puedes contar con ellos. Tu único problema real es que eres una niña consentida a quien, al menor inconveniente que no pueden dar el gusto, arma un escándalo. Tu padre tuvo que contactarme para poder hallarte porque no tuviste la madurez de reaccionar de otro modo por el asunto de tu madre. ―Mahoro frunció su entrecejo y gruñó al escucharla decir esas cosas, peor porque los cuchicheos no se hicieron esperar. Las personas conocían a la perfección quién era Bakugo Mahoro―. Lamento lo que sucede en tu familia pero al menos tienes una a quién recurrir, quién detendrá todo sólo para encontrarte. A diferencia tuya, yo debo sobrevivir con trabajos poco elegantes y hasta humillantes porque no tengo otra alternativa ni una familia que me ampare. Lamento no haberte sido sincera con mi vida pero no es algo de lo que estoy lista para compartir con alguien que iba a juzgarme apenas lo supiese.
―Eres una cínica ―Respondió Mahoro―. ¿De verdad crees que yo te hubiese juzgado? Ahora estas siendo una idiota por querer justificar tus traumas con ser una mala amiga.
―Ni siquiera sé por qué me tomo la molestia en pedirte disculpas ―Ochako prefirió dar la vuelta y marcharse a otra sección de la biblioteca. Necesitaba silencio y en ese lugar ya no había otra cosa que no sean ojos y oídos indiscretos, expectantes de lo que sea que fuese a pasar a continuación con el par de jóvenes que, hasta hace unas semanas atrás, eran las mejores amigas.
Los rumores no tardarían en correr a través de los pasillos, por todas las aulas, todo lo que podían esperar era más drama porque una de las involucradas era nada más ni nada menos que la heredera de uno de los Grupos más poderosos de todo Japón.
Ochako, por su parte, prefería regresar a las sombras y mantener el perfil bajo que siempre mantuvo desde que llegó a Tokyo. Lo último que necesitaba era que, no sólo su padrastro vuelva a encontrarla, sino que toda su vida como Doll salga a la luz ahora que Mahoro sabía de su gran mentira.
Mina sabía que su última aventura con Kirishima Eijiro fue el resultado lamentable de una noche de alcohol y mucho resentimiento interno acumulado por años. Sabía que muchas de sus acciones de la noche anterior eran hasta justificables debido a todo lo que había callado por años, intentando llevar en paralelo una decepción tan grande como su agencia. Sabía que todo lo que sucedió en una noche de ebriedad terminaba apenas la consciencia y la sobriedad volvían a tomar partido en su mente y en su cuerpo.
Lo sabía, pero algo que no sabía es el por qué seguía recordando todo lo que aconteció cuando el alcohol se mezcló con la lujuria. Recordaba a Eijiro y sus mejillas se encendían y una parte de su cuerpo volvía a clamar porque alguien la mantenga cálida.
La mujer de rulos rosas exhaló un suspiro cansino dentro de su vehículo. Estaba estacionada en el parking de las oficinas generales del Grupo Bakugo, habían varios vehículos junto a ella pero sólo Mina permanecía dentro de su cabina desde hacía buen tiempo, desde que dejó la oficina de reuniones del edificio. Esa tarde había acudido junto al asesor de la empresa, la publicista había presentado un borrador de acciones a considerar para llamar a una rueda de prensa que permita posicionar a la familia Bakugo y a sus empresas, como algo menos farandulero y más serio. Debían dar un contraataque antes de recibir el siguiente golpe mediático y eso implicaba hacer declaraciones incómodas para permitirles tener control de la información que debía divulgarse.
Mina era buena en su rubro, por eso muchas empresas recurrían a su agencia para pedir asesoría. Ella era excelente para diseñar estrategias de marca y darle la forma deseada a lo que sea que quiera proyectar, logrando que se hable de su producto o de sus clientes del modo en el que se deseaba.
Sin embargo, en esos momentos en el que yacía sentada tras su volante, con la mirada perdida y un sinfín de emociones encontradas haciéndola sentir como una adolescente hormonal, no la dejaba pensar con claridad. No se sentía en control de las cosas, de hecho, la idea de que sus acciones estén siendo manipuladas por sus deseos internos, la asustaban.
Pero si algo debía admitir era que anhelaba volver a ver a Kirishima Eijiro.
―De verdad tienes que parar, Mina ―se recriminó la mujer. Ella era una viuda con una vida totalmente deseable. Era dueña de su agencia de publicidad, se daba una buena vida y no le debía nada a nadie. Pero por primera vez, desde la noche anterior, sintió que quería más.
Lo quería a él.
Mina mandó muchos de sus prejuicios morales y éticos muy al fondo y encendió su vehículo con la idea clara. Sólo un polvo y listo. Ella era una mujer adulta de cuarenta y dos años, resuelta e independiente, podía tener su vida exitosa como empresaria, como podía darse el gusto de tener a alguien que la hiciese sentir de vuelta como una mujer sexual sin que ambos mundos colisionen uno con otro. Con esa mentalidad, Mina fue hasta Kabukicho y buscó el bar donde sabía que encontraría lo que su cuerpo estaba buscando.
Cuando la mujer vestida de conejo la recibió, sólo pidió ir a la barra, no estaba interesada en alquilar a ningún Doll que la entretenga, sólo necesitaba un trago y específicamente, al barman que la servía.
Cuando los ojos rubíes de Eijiro encontraron los oscuros de Mina, pensó que el chico quizá reaccionaría de otra forma ante ella, quizá con un poco más de entusiasmo pero sencillamente recibió un semblante molesto.
OK, la idea inicial de sentirse dueña de su vida y toda la confianza que subió a su sistema central para hacerla manejar hasta allí, comenzó a flaquear. A pesar de eso, no mostró inseguridad alguna (o al menos eso esperaba proyectar).
―¿Qué hace aquí, señora? ―Inquirió Eijiro apenas se acercó a ella. Su voz sonaba mucho más ronca de lo que recordaba y eso provocó que el bello de su nuca se erizara.
―Vengo en son de paz ―Respondió alzando ambas manos.
―¿Bakugo vino con usted? ―Ella negó. A pesar de eso, Eijiro se mostró no muy complacido con esa respuesta―. Entonces, ¿qué la trae por aquí?
―Un Martini ―Respondió con una sonrisa. Eijiro enarcó una ceja. Sabía que el hombre estaba con la guardia alta y eso la ponía nerviosa. Entre todo el panorama que esperaba recibir de parte del barman, no creyó que fuese tan difícil como lo que tenía frente a ella―. Escucha, sólo quiero un trago, no vine a causarte más problemas.
―Tú no eres un problema ―Respondió entonces Eijiro―. No esperaba verte aquí, principalmente después de… Ya sabes… ―Ambos compartieron una mirada cómplice con un sonrojo notorio. La dureza del semblante en Eijiro se fue apaciguando y eso la reconfortó―. Tu amigo hizo las cosas más difíciles, de hecho.
―Así es Katsuki. ―Mina se encogió de hombros―. Está tenso porque no esperaba que nadie supiese lo de él y tú amiga.
―Me alegra que no haya regresado ―admitió.
―¿Qué hay de mí? ―Preguntó Mina con falsa inocencia, despertando algo en la mirada del barman―. ¿No te alegra verme?
Kirishima se sonrojó notoriamente, prefirió concentrarse en el pedido de la mujer antes de cualquier otro pensamiento disruptivo a su sistema.
Mina, por su parte, sonrió como si acabara de ganar algún concurso del que sólo ella era partícipe. De hecho, saber que el interés del más joven yacía allí, tan presente como el de ella, la hizo sentir que manejar hasta el barrio rojo de Tokio, había valido la pena.
Las personas iban llegando al bar, algunos sencillamente iban a buscar alguna o algún Doll para pasar sus horas de estadía allí; otros, al igual que Mina, preferían sentarse a la barra a beber mientras observaban todo a su alrededor. Mina, por su parte, tenía al motivo de su interés sirviendo tragos y hablando animosamente con algunos clientes, algunos más habituales qué otros. Ver a Eijiro en su faceta como barman le causaba curiosidad, el modo en el que sus manos hábiles se movían y movía todo a su paso para agitar y preparar tragos, desde los más simples a los más elaborados, le llamaba entera la atención, principalmente porque pudo disfrutar más de la imagen que proyectaba, un cuerpo macizo y varonil con una sonrisa gentil y cálida. Una extraña pero encantadora combinación.
Cuando la multitud fue reduciéndose, Eijiro habló a su compañero del bar al oído y este asintió sin más. Lo siguiente que vio Mina fue a Eijiro acudiendo hacia ella con una sonrisa, una que la invitaba a sonreír a su par. Y lo siguiente, fue escuchar vamos arriba. No preguntó nada más.
Mina era buena en su rubro, teniendo control de cada parte de su trabajo que le asegurara qué sus proyecciones publicitarias tengan el alcance que aspiraba; mas, en esos momentos que Eijiro la invitó a ir a otro sitio donde pudiesen hablar con más calma, sentía que no tenía el control ni siquiera de sus pies y eso la asustaba pero también, había un deje de excitación qué la ponía en jaque por completo. ¿Dónde había quedado toda la cháchara de la mujer independiente y fuerte qué había creado para sí misma luego de la muerte de su esposo? Prefirió ignorar esa pregunta para seguirle los pasos al treintañero qué la sacó a la terraza del edificio en donde la música se sentía menos invasiva y más como algo lejano.
Eijiro fue hasta la baranda del sitio y aspiró profundamente. Lo vio encender un cigarrillo que sacó de su bolsillo y ella siguió el camino del filtro hasta los finos labios del hombre. Mina estaba tentada a mirar el horizonte pero también al hombre junto a ella. La noche y las luces de la ciudad que nunca duerme, permitía observar de otra forma a Kirishima Eijiro.
―Entonces, Señora Sero… ―habló el barman entregando su cigarrillo para compartirlo. Ella prefirió sólo pasar de él para mirar el bello horizonte que le había enseñado gracias a la altura en la que se encontraban―. Dime la verdad del por qué has venido.
―No me llames así.
―Pero eres una señora.
―Soy una mujer que enviudó muy joven ―Respondió con una falsa molestia. Eijiro sonrió―. Dime Mina.
―OK, Mina… ¿Por qué estás aquí?
Ella sabía que Eijiro no le creería con facilidad. Eijiro tenía en claro que Katsuki era un terrible hombre de negocios que veía a su amiga como un objeto de desquite; quizá la asociaba a algo similar por el modo en el que ella, en total estado de ebriedad, opinó de su amiga aunque pero no estaba segura, había un encanto en su sonrisa que le decía que tenía la guardia baja ante ella. Y eso le gustaba.
―Quería verte ―Respondió sin titubear. Eijiro se mostró sorprendido―. Tenía curiosidad.
―¿Curiosidad?
―Si. Tenía la curiosidad de saber si fui a la cama contigo porque estaba muy ebria o tienes algo que me llamó la atención lo suficiente como para que me seduzcas. ―Eijiro la observó con detenimiento. Por un momento, la distancia fue reduciendo entre ambos, podía sentir el aliento del hombre rozando el suyo y el cómo sus rojizos ojos buscaban sus labios.
―¿Y bien? ¿A qué conclusión llegaste? ―Preguntó el hombre susurrando contra los carnosos labios de la pelirrosada mujer.
Antes de siquiera poder responder, antes de que cualquiera de los dos pudiese sentir el sabor del otro, rememorando toda su esencia de la noche anterior, el sonido de la puerta de la terraza abriéndose, los hizo pegar un respingo alejándose del cuerpo del otro.
Para su sorpresa, un hombre vestido totalmente de negro y portando un gorro con visera y lentes de sol oscuros irrumpió la terraza en donde se encontraban. Eijiro no supo de quien se trataba, mucho menos Mina. La tensión de tener a un desconocido en ese sitio privado para los clientes, hizo que Eijiro avanzara unos pasos frente a Mina, permitiéndose ser un escudo ante el cuerpo de ella. Mina repasó la ancha espalda de Eijiro mientras la tensión crecía.
―Señor, esta es un área restringida ―dijo Kirishima, pero el hombre no dijo nada, sólo se limitó a avanzar hacia Eijiro.
Mina supo que algo no estaba bien y temía estar en lo correcto.
No se había percatado que el predio de la universidad estaba por cerrar, si no hubiese sido por el guardia de seguridad de la facultad de artes, cuyas rondas las hacía precisamente para evitar que algún alumno o alumna quede dentro de las instalaciones sin poder salir, Uraraka Ochako hubiese estado en el listado de dichos estudiantes. Se disculpó con el hombre que la miraba no muy feliz de tener que darle más trabajo a su, de por sí, laboriosa jornada. Cuando se fijó en su teléfono, eran cerca de las diez de la noche, horario de cierre de todas las puertas del campus.
Luego de su estrepitoso encuentro con la unigénita del Grupo Bakugo y el palabrerío soltado por ambas ex amigas, Ochako prefirió prestar otros libros de índole similar a su proyecto y encaminarse hacia el taller de esculturas en donde varios compañeros suyos se encontraban trabajando desde tempranas horas.
Su incursión entre el gentío de artistas no se hizo notar mucho, Ochako agradecía tal detalle principalmente después de haber llamado tanto la atención estando dentro del predio bibliotecario. Buscó su casillero, sacó su mandil y una goma para el cabello, lo siguiente fue preparar el boceto de su proyecto final de semestre basándose en los libros que había prestado ese día. Las horas fueron avanzando con velocidad mientras ella estaba inmersa en el mundo de letras y figuras, tomando notas mientras ignoraba como muchos alumnos fueron dejando las instalaciones llegadas las seis de la tarde.
―Uraraka-san ―la joven castaña dio un respingo al escuchar su nombre y sonrió con pena a la docente que la saludaba con una cordial sonrisa―. ¿Seguías por aquí? Creí que ya se habían retirado todos los alumnos.
―Kurose-sensei ―saludó la estudiante a su maestra―. No me había dado cuenta de la hora, puedo retirarme ya…
―No es necesario ―habló su maestra con dulzura―. Es inspirador ver a alumnos tan dedicados como tu, Uraraka-san ―Ochako se sonrojó por el halago―. Quédate si así lo necesitas, sólo no salgas muy de noche. La ciudad es caótica llegada la noche.
―No se preocupe. No me demoraré mucho ―asintió.
Kurose Anan era una escultora profesional con doctorado en historia del arte que impartía clases desde hacía una década en la universidad. Cuando Ochako supo que ella sería su mentora, sólo podía sonreír de la alegría, no siempre se podía contar con eminencias del arte como maestros y principalmente a alguien tan carismático como lo era Anan.
La docente observó con detenimiento el libro que había alquilado su alumna y también los apuntes junto a éste hechos por Uraraka. Los ojos de la mujer fueron a los de Ochako quien la observaba con detenimiento, quizá esperando algún consejo sabio de parte de su mentora.
―Eres arriesgada, Uraraka-san ―dijo entonces la maestra. Ochako no supo cómo tomar esas palabras―. Constantin Brancusi, eh. Excelente inspiración para tu proyecto final de semestre aunque creo que está por encima del concepto que desarrollaron durante ésta temporada. ¿Qué te hizo tomar la decisión de estudiar a Brancusi?
Ochako se puso un poco nerviosa por la pregunta repentina, eso pudo notarlo su maestra.
―No lo tomes como una crítica negativa, me gusta que mis alumnos tomen riesgos a pesar de no haber desarrollado el concepto de la visión creativa del artista durante el semestre, eso no les exime de regirse meramente en las clases recibidas. Tú puedes basarte en lo que creas que puedes proyectar.
―Mucho antes de ingresar a la universidad, había leído libros de teorías del arte por curiosidad propia. Prestaba libros de universidades públicas o coleccionaba ejemplares viejos de revistas de arte ―inició Ochako mirando sus apuntes―. Muchos de los apuntes que tengo aquí, son años de lectura previa. ―Llevó su mano al libro de Brancusi―, pero El Beso de Brancusi ha sido una de mis piezas favoritas por años.
―Oh, así que no es una elección repentina ―Ochako negó―. Te felicito. ¿Qué te ha gustado más de su pieza?
―El concepto de dualidad ―respondió inmediatamente―. Nadie está exento de nadie, todos tenemos un poco todo. Toda persona tiene un poco de energía masculina y femenina, todos somos un poco de fuego y agua, todos… ―sus manos se hicieron puños herméticamente cerrados cuando las palabras siguientes salieron de sus labios―, todos tenemos un poco de bondad y maldad. Creo que el ser humano es capaz de muchas cosas, no sólo de destrucción, sino de ser el creador de cosas fascinantes.
―Interesante ―habló Anan mirando la pieza de El Beso impresa en el libro que había prestado Ochako―. ¿Has pensado alguna vez en postular a una beca al extranjero?
Los ojos de Ochako fueron de inmediato a Kurose. La maestra sonrió.
―¿Cree… Cree que mi trabajo podría calificar para una beca?
―Termina tu proyecto final de semestre y veo qué podemos hacer ―respondió la maestra, guiñandole el ojo con cierta gracia. Ochako se despidió de su maestra un rato después con una sensación cálida en el pecho. Volvió a mirar sus apuntes y recordó las palabras de su padre.
Estás hecha para cosas grandes.
La idea de estudiar en el extranjero estaba fuera de sus posibilidades económicas, pero con la idea de aplicar para alguna beca, no sonaba tan descabellado. Esa idea se formó en su mente y no la dejó pensar en el horario hasta que el guardia de la facultad la echó prácticamente de las instalaciones.
Dejó el predio universitario y encaminó sus pies hacia la estación de trenes que la llevaba de regreso a la zona de su departamento. La hora fue avanzando mientras ella aguardaba, rogando porque el último tren no haya pasado aún. Para su alivio, llegó a las once de la noche puntual. Ochako seguía en las nubes, pensando en que debía hacer un trabajo excepcional para ese semestre, de esa forma, podrían hasta recomendarla para la beca, después de todo Kurose Anan era egresada de la Escuela Superior de Bellas Artes de París.
Bajó en la parada habitual que quedaba a unas cuadras de su departamento. La concurrencia de personas era casi nula a diferencia de otros días, Ochako supuso que eso se debía al clima fresco y a la hora en particular, después de todo, aún no iba siendo el fin de semana y las personas de su zona casi no pasaban de las nueve de la noche fuera de sus hogares.
Cuando cruzó una de las esquinas próximas a su complejo de departamentos, tuvo una sensación extraña, como si alguien la estuviera mirando. Detuvo sus pies un momento y volteó a sus espaldas sin encontrar nada más que su sombra. Un vacío se apoderó de su estómago y la ansiedad volvió a correr por todo su cuerpo. ¿Y si regresaron por ella? No, imposible, no se atreverían, se dijo. Tenía una orden de alejamiento que, en teoría, la protegía. ¿Verdad?
No quiso detener el ritmo y menos a mitad de la calle. Avanzó el paso con un poco más de celeridad en sus pisadas, sentía cómo el aliento iba faltando en su interior pero Ochako no hacía más que acelerar y acelerar. Vio próxima la imagen de su edificio y cantó victoria finalmente, pero al llegar a los escalones del complejo de departamentos, no encontró la gran figura de su alegre guardia de seguridad.
Yoarashi Inasa no se hallaba en su puesto habitual, de hecho, el intercomunicador que poseía en su puesto de seguridad, aparentaba estar descompuesto pero no le prestó mucha atención, la idea de entrar a su departamento imperaba más que su duda sobre qué habría pasado con el celador de su edificio.
Subió los escalones casi corriendo, tenía el aliento desbocado y el cansancio hacía mella en ella debido a la mala noche vivida sin poder conciliar el sueño. Maldijo internamente por no haber comido en forma ni dormido bien, su cuerpo parecía pedirle un tiempo para reponerse pero el cortisol en su sistema estaba a tope. Su instinto de supervivencia se había activado y ella no podía detenerse.
Giró en la última vuelta de la escalera que daba a su piso y con pasos rápidos, fue encaminándose hacia la puerta de su departamento. Buscó a tientas las llaves en su mochila, quizá fue en ese momento de duda y lucha interna que no se había percatado de que, efectivamente, la sensación lacerante de estar siendo perseguida por alguien, efectivamente era real. No se detuvo, tomó la llave y abrió su puerta, pero antes de poder encerrarse en su departamento, una mano tomó con fuerza de la hoja de madera y la jaló; el esfuerzo fue casi inhumano, Ochako se sintió cómo una muñeca de trapo ante la colosal fuerza del hombre que, a pesar de sus intentos por evitarlo, ingresó a su casa.
La puerta se cerró detrás de él y lo siguiente que vio fueron esos ojos dorados que, hacía un par de noches atrás, la había convocado en la Golden Room y la había atacado.
―Chisaki Kai ―nombró Ochako con la voz titubeando.
―Parece que ya no soy anónimo ―comentó con cierta gracia. Ochako vio que las manos del hombre estaban resguardadas por un par de guantes negros pero con rastros de sangre. Palideció.
―No puedes estar aquí… Tienes una orden de alejamiento y… ―Ochako cada vez más se apegaba a su puerta como un animal acorralado y que, en cualquier momento, buscaría algún escape de su persecutor.
―Eso tendría validez si la policía hubiese recibido la notificación pertinente y hecho el patrullaje que, supuestamente, te prometió ―respondió con sorna, dando pasos hacia ella. Ochako estaba pálida y cansada. Temía por su vida como nunca.
―¿Dónde está Inasa-san? ―Preguntó con miedo, con miedo de saber la respuesta.
―¿Te refieres al grandote de la entrada? ―Las manos enguantadas del hombre se extendieron delante de ella como si verlas respondiera su pregunta―. Tranquila. Si lo encuentran en unos minutos, quizá pueda contar la historia aunque dudo mucho que me recuerde.
Ochako titubeó. Estaba atrapada. Su ataque de pánico había regresado, sus noches sin dormir rememorando el ataque sufrido por el hombre delante de ella, la hacía revivir segundo a segundo el miedo latente. Chisaki, finalmente, se abalanzó hacia Ochako y aunque ella logró esquivarlo, no contó con que éste jalara de su blusa para atraerla hacia él. El forcejeo fue agresivo, los botones de su blusa no soportaron mucho y acabaron rompiéndose. Ella trató de defenderse, arañando con fuerza el rostro del hombre intentando librarse de él y cuando intentó gritar para pedir ayuda, Kai fue mucho más agresivo ésta vez y propinó un golpe a su rostro, tumbándola contra el marco de su puerta. Por un momento, Ochako sentía que su cuerpo estaba abandonándola. El miedo seguía en ella como las ganas de huír, pero el golpe la había atontado lo suficiente.
―Shigaraki quiere verte, ya sea consciente o inconsciente, así que no opongas resistencia y sé una buena niña, ¿quieres? ―El hombre caminó hasta estar encima suyo, observándola con la blusa rota y el rostro desorientado. Una sonrisa se coló a sus labios―. Aunque podríamos entrar a tu cuarto un rato antes de ir junto a él. No creo que se moleste si juego un poco contigo antes.
Chisaki la puso de pie y la apoyó contra su puerta. Sus manos fueron bajando por los botones de sus pantalones mientras ella aún no recuperaba el equilibrio. Podía sentir el aliento del hombre recorriendo su cuello, dejando un camino de mordidas en su piel que la hizo sollozar pero del miedo y la angustia. Lo siguiente que sintió fue cómo la mano del hombre ingresó bajo su ropa interior y las lágrimas se escaparon de sus ojos. Sentir que su cuerpo dejaba de pertenecerle para ser objeto de deseo de manos ajenas a ellas, permitió que vivencias del pasado regresaran a atormentarla. Cómo su cuerpo era tocado sin su consentimiento por las manos de su padrastro la hizo volver en sí, a pesar del cansancio, a pesar de la confusión, la ira y la rabia por haber sido abusada cuando apenas tenía dieciséis años la hizo recobrar la fuerza que le hizo falta para plantar un cabezado a la nariz del hombre que estaba tocándola sin su consentimiento.
Chisaki bramó por el dolor de tener la nariz rota debido al fuerte golpe que no esperó en lo absoluto, Ochako aprovechó eso para patearlo en la entrepierna y hacerlo caer de rodillas para, de ese modo, ella poder abrir la puerta y echar a correr escaleras abajo, gritando por su vida, con la mejilla roja y el labio partido debido al golpe recibido segundos atrás y la blusa rota dejando al descubierto su sostén negro.
Fue así cómo inició todo, cómo el barrio Minato la encontró corriendo por su vida a mitad de la noche, encontrando fuerzas de donde no sabía para dejar atrás al hombre que la esperó fuera de su departamento y no sólo intentó raptarla, sino también abusar de ella. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras Ochako corría con todas sus fuerzas. Pensó en llamar a Kirishima primero pero el contacto de Mahoro estaba antes, no lo dudó, necesitaba que alguien la ayude, necesitaba que alguien la salve, aunque sea por un momento, aunque hayan discutido, sabía que Mahoro no se negaría en recibirla en ese momento de peligro.
Sin embargo, la llamada nunca fue contestada, peor, su móvil acabó en el suelo porque terminó chocando con un hombre que había salido de una de las esquinas. El choque la hizo trastabillar, fue entonces consciente de que Chisaki Kai estaba acercándose a ella. No lo pensó mucho, ni siquiera le dio importancia al hombre que la maldijo por haber chocado contra él, sólo volvió a correr porque su vida estaba en juego, estaba en peligro.
―¡Que te detengas! ―Volvió a escuchar de parte de Kai a sus espaldas. Ella sólo pudo correr más rápido.
Ningún pedido de ayuda fue escuchado, ya casi nadie frecuentaba las calles a esas horas. Era solo ella contra el hombre que la perseguía. Vio a lo lejos una calle cuyo paso peatonal estaba libre y el semáforo de pase para peatones estaba por ponerse en rojo. No se detuvo, avanzó y avanzó hasta cruzar la calle al momento justo en el que el color rojo pintó el símbolo peatonal.
Las luces de un automóvil la cegaron a mitad de la calle. Ella se detuvo y pensó que quizá lo mejor era morir allí antes de regresar al infierno del cual logró escapar. Prefería morir antes de volver a ser víctima de abuso y control de parte de su padrastro o cualquier otra persona. Prefería morir y…
El rostro de su padre se coló en su memoria. Cerró los ojos. Quizá era momento de volver a verlo de una vez por todas.
Sin embargo, el golpe nunca llegó. Las bocinas se escucharon al unísono, molestas, pero ningún golpe lastimó el cuerpo de Ochako. A diferencia de lo que creyó inicialmente, ella no fue arrollada por nadie, el Lexus rojo sangre se detuvo apenas la vio a mitad de la calle y de su interior, un hombre rubio de ojos tan rojos como su propio auto, bajó.
―¿Uraraka?
Para Ochako, la voz de Bakugo Katsuki era asociada al golpe seco de un bloque de concreto. Irrumpiendo toda calma, rompiendo todo silencio, quebrantando cuanto podía. Esa voz, ronca y gruesa, fue suficiente como para hacerla sentir cálida. Los ojos de Bakugo Katsuki eran cálidos como un incendio y Ochako, al ver ese incendio delante de ella, supo que estaba a salvo.
Notas de la autora:
¡Muchas gracias por llegar hasta aquí! Espero que el capítulo actual les haya gustado. Al fin hemos llegado al inicio de la historia, cuando Ochako corre por ponerse a salvo y encuentra a Katsuki en plena calle.
Dentro de una semana o quizá dos, publicaré cómo sigue la historia y todo lo que vendrá a partir de aquí.
Espero con ansias que sea de su agrado.
¡Nos seguimos leyendo!
