El motor de la camioneta rugía con fuerza mientras avanzábamos por el bosque. La carretera estaba plagada de vehículos abandonados y escombros, obligando a mamá a tomar atajos. Leni y Lisa insistían en que la ruta forestal era segura, pero yo no estaba tan seguro.

— ¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Lana, abrazando con fuerza la lata de gasolina medio vacía que habíamos logrado sacar de Flip's—. No me gusta esto...

Mamá presionó el volante, su mirada fija en el camino oscuro y traicionero. Las raíces sobresalían de la tierra como trampas ocultas, y el traqueteo de la camioneta se hacía cada vez más intenso con cada bache.

—No mucho, cariño —respondió con un tono tranquilizador, aunque la tensión en su voz la delataba.

A mi lado, Lucy murmuró algo apenas audible.

—El bosque es un buen escondite... pero también una trampa.

Sus palabras eran un simple susurro, pero el peso que llevaban hizo que el aire dentro del vehículo se sintiera más denso. Sabía que tenía razón. Nos alejábamos de las ciudades, de las hordas de infectados... pero aquí también había peligro.

—¡Lucy, no digas esas cosas! —se quejó Luan desde el asiento trasero—. Ya tenemos suficiente con el miedo de que uno de esos monstruos nos salte encima.

—No son monstruos —intervino Lisa, ajustando sus lentes—. Siguen siendo humanos... o al menos lo fueron. Su comportamiento es el resultado de un virus que provoca rabia incontrolable.

—Sí, bueno, eso no cambia el hecho de que quieren arrancarnos la cara —murmuré, echando un vistazo por la ventana.

El bosque estaba demasiado tranquilo. No se oían pájaros ni insectos. Solo el rugido del motor y nuestra respiración contenida.

De repente, un sonido lejano rompió el silencio. Helicópteros.

Todos alzamos la vista, viendo cómo varios aviones sobrevolaban la ciudad y luego regresaban con la misma urgencia.

Lori, en el asiento del copiloto, se inclinó hacia adelante con los ojos muy abiertos.

—¡Es el ejército! ¡Debe ser la evacuación!

Mamá presionó el acelerador, pero el camino de tierra no nos permitía ir más rápido sin arriesgarnos a quedar atrapados.

—¡Aguantén! ¡Ya casi llegamos!

—Y si no llegamos a tiempo? —preguntó Lola, con la voz temblorosa—. ¿Y si nos dejan atrás?

—No digas eso... —murmuró Leni, abrazándose a sí misma.

Mis manos sudaban mientras aferraba la mochila sobre mi regazo. Miraba los helicópteros se movían con prisa, y eso solo aumentaba mi inquietud. Algo no estaba bien.

Mamá zigzagueaba entre los árboles, guiándose por el sonido de las aeronaves. Íbamos tan rápido que casi nos estrellábamos contra un tronco caído.

—Con cuidado, mamá —advirtió Luna, agarrándose del asiento con fuerza.

El traqueteo de la camioneta se intensificó cuando pasó sobre una raíz gruesa. Mamá luchó con el volante, logrando evitar que el vehículo se desestabilizara.

—¡Lo siento! —jadeó—. Solo... tenemos que llegar.

La ciudad ya era visible entre los árboles. Podía ver sus luces difusas en la distancia, pero el estruendo de los helicópteros hacía que la adrenalina en mi cuerpo se disparara aún más.

—¡Miren! —gritó Lori, señalando al frente—. ¡El camino asfaltado!

Nos inclinamos hacia adelante. Allí estaba. La carretera principal.

Pero antes de que mamá pudiera frenar, Vanzilla atravesó una alambrada oculta entre la maleza.

El golpe fue brutal. La camioneta chirrió, el metal se desgarró con un sonido espantoso y todos gritamos cuando el impacto nos sacudió. Mamá trató de enderezar el volante, pero el vehículo derrapó varios metros antes de detenerse de golpe en un callejón oscuro de Great Lake City.

Por un instante, el silencio se hizo absoluto. Solo se escuchaba nuestra respiración agitada y el motor agonizante de Vanzilla, hasta que se apagó por completo.

—Están... ¿están todos bien? —preguntó mamá con la voz temblorosa.

Un coro de quejidos y murmullos le respondió. Me dolía la cabeza, pero estaba entera. Miré a mis hermanas. Asustadas, pero vivas.

—¡El motor! —exclamó Lisa, señalando el humo que salía del capó—. ¡No podemos seguir así!

Lori se llevó las manos a la cara, desesperada.

—¡No, no, no! ¡Estábamos tan cerca!

Tragué saliva y miré por la ventana. Mi corazón se hundió.

Justo al final del callejón, donde la carretera se conectaba con la ciudad, una estampida de infectados corría tras los helicópteros. Aún no nos habían visto, pero era solo cuestión de tiempo.

El miedo que me recorría el cuerpo se transformó en un nudo helado en el estómago.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lynn, frotándose la frente donde tenía un pequeño corte.

Lana observó el motor, analizando la situación con la poca calma que podía reunir.

—El impacto dañó el sistema. No creo que pueda arreglarlo sin herramientas... Lo siento, mamá.

Mamá cerró los ojos un segundo y respiró hondo. Cuando los abrió, su mirada reflejaba determinación y miedo a partes iguales.

—Está bien, cielo —le dijo con más calma de la que cualquiera de nosotros sentía—. No podemos quedarnos aquí. Hay que buscar refugio... y rápido.

Los helicópteros seguían sobrevolando la ciudad con urgencia.

Todos lo sabíamos. Permanecer dentro de la camioneta era una sentencia de muerte. Y justo cuando parecía que no teníamos escapada, encontré el refugio más seguro y asqueroso que alguien podría desear en un apocalipsis: el drenaje.

—Tal vez me odien por el resto de sus vidas... pero encontré nuestro refugio —dije, señalando una tapa de alcantarilla desde mi asiento en la camioneta.

El silencio cayó sobre la camioneta. Varias de mis hermanas fruncieron el ceño, mientras otras me miraban como si hubiera perdido la cabeza.

— ¿Quieres que entremos ahí? —preguntó Lola, su tono una mezcla de incredulidad y asco—. ¡Es un drenaje, Lincoln! ¡Debe estar lleno de ratas y... y quién sabe qué más!

—¡YO SIEMPRE QUISE METERME AL DRENAJE! —gritó Lana, emocionada.

Luna sacudió la cabeza y suspiro.

—Bueno, podría ser peor... podríamos seguir en la camioneta, esperando a que esos infectados nos hagan pedazos.

—Lincoln tiene razón —dijo Lisa, ajustando sus lentes con seriedad—. Un sistema de alcantarillado es estructuralmente sólido y puede servir como refugio temporal. Además, el olor podría disuadir a los infectados de rastrearnos.

—¿Disuadir? ¿Quieres decir que vamos a apestar para que no nos coman? —preguntó Lynn, cruzándose de brazos.

—Eso es exactamente lo que quiero decir —respondió Lisa con naturalidad.

-¡Genial! Primero sobrevivimos a un choque y ahora tenemos que escondernos en un basurero subterráneo. ¡Fantástico! —se quejó Lori, frotándose las sienes.

—¿Acaso tienes una mejor idea? —le preguntó, sin paciencia para discutir.

Lori abrió la boca, pero la cerró de inmediato. Miró hacia la calle, donde los infectados deambulaban, algunos tropezando con los restos de autos abandonados.

—Eso pensé —dije con un suspiro.

Mamá tomó una decisión rápida.

—Bien, Lincoln, abre la tapa. Todas, prepárense para bajar. Nos movemos rápido y en silencio.

Salté fuera de la camioneta y corrí hasta la alcantarilla. La tapa de hierro estaba cubierta de polvo y algo pegajoso que preferí no analizar demasiado. Me apoyé en el borde y empujé con todas mis fuerzas. Se deslizó con un rechinido metálico, revelando un agujero oscuro y profundo.

— ¿Cómo se supone que vamos a bajar ahí? —preguntó Leni, abrazándose a sí misma.

Lisa señaló el borde del agujero.

—Normalmente, estos drenajes tienen una escalera de servicio.

Lana se asomó con entusiasmo.

—¡Sí, aquí está! Vamos, bajen rápido antes de que nos vean.

Luna fue la primera en descender. Luego ayudamos a Lucy, a Lola (que protestó todo el camino) y Leni, quien casi resbaló antes de que mamá la sostuviera. Uno a uno, mis hermanos fueron bajando.

—¡Fecha prisa, Lincoln! —Susurró Lori con urgencia.

Asentí y me aseguré de que la tapa estuviera cerca para volver a colocarla cuando mamá bajara. Fue entonces cuando escuché un sonido que me heló la sangre.

Un gruñido gutural.

Levanté la vista y vi a un infectado parado a mitad de la calle, con la cabeza ladeada, como si intentara procesar lo que estaba viendo. Su piel estaba pálida y desgarrada, su ropa hecha jirones apenas cubría su cuerpo huesudo. Sus ojos inyectados en sangre se clavaron en mí... y entonces, gritó.

Un chillido espeluznante que hizo eco en la calle silenciosa.

El efecto fue inmediato. Otros infectados, hasta ese momento distraídos por los helicópteros, giraron la cabeza en nuestra dirección.

—¡Mierda! —grité—. ¡Nos vieron!

—¡Lincoln, baja ahora! —gritó mamá, pero ya era tarde.

Los infectados comenzaron a correr.

Pude verlos con claridad bajo la luz parpadeante de las farolas: bocas desencajadas, dientes manchados de sangre, cuerpos moviéndose con pasos erráticos pero inhumanamente rápidos.

El instinto de supervivencia se activó y salté al drenaje sin pensarlo dos veces. Apenas toqué el suelo, mamá cayó detrás de mí. Lisa y yo empujamos la tapa de vuelta a su sitio justo cuando las primeras manos comenzaron a arañarla.

El sonido de garras raspando la superficie de hierro retumbó sobre nuestras cabezas, seguido de gruñidos y golpes desesperados. Pero la tapa se mantuvo firme.

Por ahora.

El silencio se extendió por unos segundos mientras todos intentábamos recuperar el aliento.

—Están... todos bien? —preguntó mamá en la penumbra.

—Si por "bien" te refieres a estar en un drenaje con un ejército de locos rabiosos encima, entonces sí, estamos perfectos —dijo Lynn con sarcasmo.

—Oh, genial, ahora apestamos —se quejó Lola, tapándose la nariz.

—¡Es increíble! ¡Miren toda esta porquería! —exclamó Lana, maravillada mientras salpicaba agua sucia con las botas.

—Lana, ¡por Dios, deja de tocar eso! —gritó Lori, alejándose lo más posible del líquido marrón.

Encendí la linterna de mi mochila y apunté alrededor. Los túneles eran estrechos y húmedos, con tuberías oxidadas en las paredes y un hedor insoportable que hizo que incluso Lucy arrugara la nariz.

—¿Por dónde vamos ahora? —preguntó Luna.

Lisa sacó un pequeño mapa arrugado del bolsillo de su bata.

—Si mis cálculos son correctos, el drenaje debería tener una salida cerca del centro. Si seguimos adelante, podremos encontrar una manera de subir a la superficie cuando sea seguro.

—"Cuando sea seguro"... —repetí en voz baja, sintiendo un escalofrío al escuchar las hordas de infectados sobre nuestras cabezas.

Todos lo sabíamos. Permanecer dentro de la camioneta era una sentencia de muerte. Y justo cuando parecía que no teníamos escapada, encontré el refugio más seguro y asqueroso que alguien podría desear en un apocalipsis: el drenaje.

—Tal vez me odien por el resto de sus vidas... pero encontré nuestro refugio —dije, señalando una tapa de alcantarilla desde mi asiento en la camioneta.

El silencio cayó sobre la camioneta. Varias de mis hermanas fruncieron el ceño, mientras otras me miraban como si hubiera perdido la cabeza.

— ¿Quieres que entremos ahí? —preguntó Lola, su tono una mezcla de incredulidad y asco—. ¡Es un drenaje, Lincoln! ¡Debe estar lleno de ratas y... y quién sabe qué más!

—¡YO SIEMPRE QUISE METERME AL DRENAJE! —gritó Lana, emocionada.

Luna sacudió la cabeza y suspiro.

—Bueno, podría ser peor... podríamos seguir en la camioneta, esperando a que esos infectados nos hagan pedazos.

—Lincoln tiene razón —dijo Lisa, ajustando sus lentes con seriedad—. Un sistema de alcantarillado es estructuralmente sólido y puede servir como refugio temporal. Además, el olor podría disuadir a los infectados de rastrearnos.

—¿Disuadir? ¿Quieres decir que vamos a apestar para que no nos coman? —preguntó Lynn, cruzándose de brazos.

—Eso es exactamente lo que quiero decir —respondió Lisa con naturalidad.

-¡Genial! Primero sobrevivimos a un choque y ahora tenemos que escondernos en un basurero subterráneo. ¡Fantástico! —se quejó Lori, frotándose las sienes.

—¿Acaso tienes una mejor idea? —le preguntó, sin paciencia para discutir.

Lori abrió la boca, pero la cerró de inmediato. Miró hacia la calle, donde los infectados deambulaban, algunos tropezando con los restos de autos abandonados.

—Eso pensé —dije con un suspiro.

Mamá tomó una decisión rápida.

—Bien, Lincoln, abre la tapa. Todas, prepárense para bajar. Nos movemos rápido y en silencio.

Salté fuera de la camioneta y corrí hasta la alcantarilla. La tapa de hierro estaba cubierta de polvo y algo pegajoso que preferí no analizar demasiado. Me apoyé en el borde y empujé con todas mis fuerzas. Se deslizó con un rechinido metálico, revelando un agujero oscuro y profundo.

— ¿Cómo se supone que vamos a bajar ahí? —preguntó Leni, abrazándose a sí misma.

Lisa señaló el borde del agujero.

—Normalmente, estos drenajes tienen una escalera de servicio.

Lana se asomó con entusiasmo.

—¡Sí, aquí está! Vamos, bajen rápido antes de que nos vean.

Luna fue la primera en descender. Luego ayudamos a Lucy, a Lola (que protestó todo el camino) y Leni, quien casi resbaló antes de que mamá la sostuviera. Uno a uno, mis hermanos fueron bajando.

—¡Fecha prisa, Lincoln! —Susurró Lori con urgencia.

Asentí y me aseguré de que la tapa estuviera cerca para volver a colocarla cuando mamá bajara. Fue entonces cuando escuché un sonido que me heló la sangre.

Un gruñido gutural.

Levanté la vista y vi a un infectado parado a mitad de la calle, con la cabeza ladeada, como si intentara procesar lo que estaba viendo. Su piel estaba pálida y desgarrada, su ropa hecha jirones apenas cubría su cuerpo huesudo. Sus ojos inyectados en sangre se clavaron en mí... y entonces, gritó.

Un chillido espeluznante que hizo eco en la calle silenciosa.

El efecto fue inmediato. Otros infectados, hasta ese momento distraídos por los helicópteros, giraron la cabeza en nuestra dirección.

—¡Mierda! —grité—. ¡Nos vieron!

—¡Lincoln, baja ahora! —gritó mamá, pero ya era tarde.

Los infectados comenzaron a correr.

Pude verlos con claridad bajo la luz parpadeante de las farolas: bocas desencajadas, dientes manchados de sangre, cuerpos moviéndose con pasos erráticos pero inhumanamente rápidos.

El instinto de supervivencia se activó y salté al drenaje sin pensarlo dos veces. Apenas toqué el suelo, mamá bajó detrás de mí. Lisa y yo empujamos la tapa de vuelta a su sitio justo cuando las primeras manos comenzaron a arañarla.

El sonido de garras raspando la superficie de hierro retumbó sobre nuestras cabezas, seguido de gruñidos y golpes desesperados. Pero la tapa se mantuvo firme.

Por ahora.

El silencio se extendió por unos segundos mientras todos intentábamos recuperar el aliento.

—¿Están... todos bien? —preguntó mamá en la penumbra.

—Si por "bien" te refieres a estar en un drenaje con un ejército de locos rabiosos encima, entonces sí, estamos perfectos —dijo Lynn con sarcasmo.

—Oh, genial, ahora apestamos —se quejó Lola, tapándose la nariz.

—¡Es increíble! ¡Miren toda esta porquería! —exclamó Lana, maravillada mientras salpicaba agua sucia con las botas.

—Lana, ¡por Dios, deja de tocar eso! —gritó Lori, alejándose lo más posible del líquido marrón.

Encendí la linterna de mi mochila y apunté alrededor. Los túneles eran estrechos y húmedos, con tuberías oxidadas en las paredes y un hedor insoportable que hizo que incluso Lucy arrugara la nariz.

—¿Por dónde vamos ahora? —preguntó Luna.

Lisa sacó un pequeño mapa arrugado del bolsillo de su bata.

—Si mis cálculos son correctos, el drenaje debería tener una salida cerca del centro. Si seguimos adelante, podremos encontrar una manera de subir a la superficie cuando sea seguro.

—"Cuando sea seguro"... —repetí en voz baja, sintiendo un escalofrío al escuchar las hordas de infectados sobre nuestras cabezas.

El eco de los golpes y gruñidos sobre nuestras cabezas nos recordó que la seguridad era solo una ilusión. Los infectados no dejaban de arañar la tapa metálica de la alcantarilla, como si en cualquier momento lograran abrirla y arrojarnos al infierno que habíamos intentado evitar.

—No podemos quedarnos aquí… —susurró mamá, apretando los puños para controlar el temblor en sus manos—. Tenemos que movernos.

Lisa asintió y consultó su mapa con la luz tenue de mi linterna.

—Si seguimos esta tubería principal hacia el este, deberíamos llegar a una estación de servicio del alcantarillado. Ahí podríamos encontrar una salida o, al menos, un lugar más seguro para evaluar la situación.

—¡Sí, porque claramente esto es un paraíso! —ironizó Lynn, cruzándose de brazos.

—Mejor aquí que con ellos —dijo Lucy en voz baja, señalando hacia arriba.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Lucy tenía razón. En ese momento, entre la pestilencia y la oscuridad de los túneles, el drenaje era nuestro único refugio.

Mamá tomó aire y trató de sonreírnos.

—Está bien. Vamos en fila, todos juntos. Leni, Lori, ustedes vayan con las pequeñas. Lincoln, tú y Luna manténganse atentos. Lisa, guíanos.

—¡Sí, señora! —dije con una falsa confianza que ni yo mismo me creía.

Lisa comenzó a caminar con pasos rápidos pero cuidadosos, esquivando charcos de agua oscura y restos de basura. Detrás de ella, el resto de mis hermanas la seguían con expresiones de asco y nerviosismo.

La humedad hacía que cada respiro se sintiera pesado. El goteo constante de las tuberías era el único sonido que nos acompañaba, aparte de nuestros propios pasos y las respiraciones entrecortadas.

—No puedo creer que estemos haciendo esto… —murmuró Lori, abrazándose a sí misma—. Nos escapamos de una ciudad llena de infectados solo para meternos en una cloaca.

—¡Pero una cloaca muy interesante! —dijo Lana, chapoteando en el agua sucia con una sonrisa.

—¡Lana! —gritaron Lola y Lori al mismo tiempo.

—¡¿Qué?! Aquí abajo hay vida, ¿saben? ¡Tal vez hasta encontremos una tortuga ninja!

—Lo único que vamos a encontrar es un montón de enfermedades —se quejó Lola, ajustando su diadema, como si eso la protegiera del hedor.

Varios minutos apestosos después, nos detuvimos en seco cuando vimos que algo, o mejor dicho, alguien, interrumpía el camino. Parecía ser una mujer muy delgada, de piel pálida, con largos cabellos de color rubio platino que le llegaban hasta los hombros y ojos rojos hundidos de tanto llorar.

La pobre chica estaba sentada en el suelo, y su llanto llenaba todo el lugar, obligándonos a detenernos en seco por los escalofríos. Luna, Lynn y Luan sacaron los bates y cuchillos de la mochila, pero Leni les hizo una seña para que se detuvieran, acercándose a aquella mujer.

Mamá trató de sujetarla, pero Leni se adelantó con su expresión preocupada y su voz dulce.

—¿Estás bien? —preguntó en un susurro, extendiendo una mano temblorosa.

La mujer no respondió. Su llanto continuaba, un sollozo débil y angustiado que se perdía entre el eco de los túneles.

Yo sentí cómo la piel se me erizaba. Algo no estaba bien.

—Leni… no te acerques tanto —dije con voz cautelosa, sintiendo un nudo en el estómago.

Lisa frunció el ceño, observando con atención a la mujer.

—Su postura… su piel… algo no encaja —murmuró Lisa, deteniéndose al instante—. Miren... sus uñas...

El corazón me dio un vuelco cuando enfoqué la linterna en sus manos. Sus uñas eran exageradamente largas, más grandes y afiladas que los cuchillos que teníamos en las manos.

Leni también lo notó y se detuvo en seco. El llanto de la mujer se volvió más errático, como si de repente tomara conciencia de nuestra presencia. Sus hombros se sacudieron con cada sollozo, y entonces, sin previo aviso, su llanto se detuvo por completo.

El silencio fue peor que el sonido.

—Leni… —susurré, sintiendo que el aire a mi alrededor se volvía pesado.

La mujer inclinó la cabeza hacia un lado con un movimiento antinatural, como si su cuello se dislocara. Sus ojos, ahora completamente abiertos, brillaban con un rojo enfermizo en la penumbra del túnel.

—¡Atrás! —gritó mamá, pero antes de que Leni pudiera reaccionar, la criatura soltó un chillido desgarrador.

El sonido fue tan fuerte y penetrante que rebotó en las paredes del drenaje, perforando nuestros oídos y enviando un escalofrío por nuestras espinas. Leni gritó, llevándose las manos a la cabeza, y las luces de la linterna parpadearon.

—¡Mierda, mierda, mierda! —chilló Luan, dando un paso atrás con el cuchillo en alto.

La mujer—o lo que fuera—se impulsó con sus extremidades, saltando del suelo con una velocidad inhumana. Su boca se abrió de manera antinatural, revelando dientes afilados y ennegrecidos.

—¡Leni, muévete! —gritó Luna, abalanzándose sobre su hermana y tirándola al suelo justo cuando la criatura se lanzó sobre ellas.

El impacto de su ataque hizo que la cosa se estrellara contra la pared de ladrillo. Se sacudió con movimientos espasmódicos y soltó un gruñido gutural, clavando sus garras en la piedra para mantenerse de pie.

—¡Corran! —gritó mamá.

No necesitábamos más instrucciones. Lisa, Lori y yo nos hicimos cargo de las más pequeñas mientras todas empezaban a correr por el túnel. El eco de nuestros pasos rebotaba en las paredes, mezclándose con el gruñido aterrador de la criatura.

—¡Nos está siguiendo! —gritó Lynn, mirando hacia atrás.

Volteé solo un segundo y vi cómo la cosa se movía como un depredador, su silueta deformada y sus ojos brillantes fijos en nosotros.

—¡Dios santo! —jadeó Lori—. ¡¿Qué diablos es eso?!

—¡No es un infectado común! —exclamó Lisa, tratando de correr y hablar al mismo tiempo—. Parece una variante… una mutación del virus.

—¡Lo que sea, no quiero averiguarlo! —gritó Lola, intentando no tropezar con el suelo resbaladizo.

Luna y Lynn, que estaban a la retaguardia, intentaron bloquear el camino derribando una vieja tubería oxidada. La tubería cayó con un estruendo, salpicando agua negra por todas partes. La criatura chilló al quedar cubierta con el líquido, sacudiendo la cabeza como si el agua la irritara.

—¡La estación de servicio del drenaje! ¡Está adelante! —gritó Lisa.

A lo lejos, la luz de mi linterna reveló una puerta metálica con una escalera de mantenimiento junto a ella. Mamá corrió hacia la puerta y comenzó a forcejear con la manija.

—¡Está atascada! ¡Ayúdenme!

Corrí hacia la puerta y empujé junto a ella. Luna y Lynn nos ayudaron, golpeando la manija con los bates.

El chillido de la criatura volvió a escucharse. Miré de reojo y vi cómo se sacudía, liberándose del agua, su mirada fija en nosotros.

—¡Maldita sea, va a saltar! —advirtió Luan.

Justo cuando la cosa flexionó sus piernas para lanzarse de nuevo sobre nosotros, la puerta cedió y todos entramos de golpe en la habitación metálica.

—¡Ciérrenla! —gritó mamá.

Lori y yo nos apresuramos a empujar la puerta de nuevo. Lisa, con su pequeño cuerpo, apenas podía ayudarnos. La criatura se lanzó con un chillido infernal, y en el último segundo, Luna y Lynn empujaron con todas sus fuerzas.

¡BAM!

La puerta se cerró justo cuando el monstruo impactó contra ella. Todo el metal vibró con el golpe, y nos quedamos allí, respirando con dificultad mientras los gruñidos y arañazos seguían al otro lado.

—¿Estamos… vivos? —preguntó Leni, con la voz temblorosa.

—Por ahora… —respondí, sintiendo mi corazón aún latiendo con fuerza.

Lisa se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo, jadeando.

—Eso… eso no era normal. No es un infectado corriente. Es algo más… —murmuró, sus lentes empañados por el sudor.

Mamá abrazó a Leni, quien seguía temblando.

—Pero estamos a salvo —dijo ella, tratando de convencerse a sí misma.

Lori golpeó la pared con frustración.

—¿¡Seguro!? ¡Estamos atrapados en un drenaje con un monstruo afuera y Dios sabe qué más aquí adentro!

Encendí la linterna y enfoqué el lugar en el que nos encontrábamos. Era una vieja estación de mantenimiento con herramientas oxidadas, tuberías viejas y… lo peor… unas rejas que daban hacia el exterior.

—Bueno... al menos es un respiro —dijo Lynn, tirando la mochila al suelo y viendo el exterior desde lejos—. Creo que debemos acomodarnos... la horda aún sigue afuera.

—¡NO PIENSO DORMIR AQUÍ! —gritó Lola—. ¡ES UNA ALCANTARILLA!

—Lola, por favor —suspiró mamá, frotándose la sien con frustración—. No tenemos otra opción.

—¡Siempre hay otra opción! ¡Por ejemplo, no meternos en un maldito drenaje!

—No grites, Lola —susurró Lucy, su voz más baja de lo normal—. Nos puede escuchar…

Lola abrió la boca para seguir discutiendo, pero se congeló cuando la criatura golpeó la puerta con más fuerza, haciéndola vibrar. Se quedó en silencio y tragó saliva.

—Vale… tal vez podemos quedarnos un rato —murmuró, abrazándose a sí misma.

Lisa ya estaba revisando la habitación con su mirada analítica. Caminó hasta una mesa oxidada llena de herramientas viejas y tomó una linterna de batería desgastada.

—Necesitamos evaluar nuestra situación —dijo, ajustándose las gafas—. Lo más probable es que el ejército haya fracasado en la evacuación de este lugar... lo que significa que deben estar reagrupándose en los otros puntos de rescate en el centro y sur del estado: Lansing y Detroit.

Lori se dejó caer sobre una tubería vieja, pasándose las manos por la cara con frustración.

—Lisa, esas ciudades están lejos. Para llegar solo a Lansing, serían casi tres días en auto.

Lisa asintió con seriedad, tamborileando los dedos contra su pequeño mentón.

—Correcto. Sin embargo, en nuestra situación actual, no podemos contar con transporte. Caminando nos tomaría semanas, y eso sin considerar los riesgos.

—¿Y qué otra opción tenemos? —preguntó Luna, limpiándose el sudor de la frente—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

—No —respondí, captando la atención de todos—. Debemos esperar. Tal vez este lugar apeste, pero es un refugio que nos está dando la oportunidad de resguardarnos y recuperar fuerzas. Cuando la horda se disperse, avanzaremos: primero, intentaremos buscar a Vanzilla y suficiente comida para el viaje de varios días. Segundo, intentaremos encontrar materiales para que Lana la repare y modifique a Vanzilla. Y luego nos iremos hacia Lansing. ¿Están conmigo, chicas?

El silencio cayó sobre la estación de mantenimiento. Todas me miraban con expresiones distintas: preocupación, cansancio, miedo… pero también determinación.

Lori suspiró y se cruzó de brazos.

—Es una locura… pero no veo otra opción mejor.

Luna asintió, apoyándose en su bate.

—Bueno, no es que tengamos un tour de lujo esperándonos. Estoy dentro.

Leni, aún abrazada a sí misma, miró a mamá como esperando su respuesta. Mamá pasó la mirada por todas nosotras, su rostro reflejando la lucha interna entre la desesperación y la responsabilidad de mantenernos a salvo. Finalmente, inhaló profundamente y asintió.

—Está bien. Descansaremos aquí y esperaremos a que la horda se disperse. Luego iremos por la camioneta y lo que necesitemos para salir de esta ciudad.

—¡Sí! —gritó Lana con entusiasmo—. ¡Voy a dejar a Vanzilla mejor que nunca!

—Si es que todavía sigue ahí… —murmuró Lucy, su voz apenas un susurro en la oscuridad.

Nadie quiso responderle. La posibilidad de que hubiéramos perdido nuestra única vía de escape era algo que todos teníamos en la cabeza, pero nadie quería decirlo en voz alta.

Lisa se ajustó los lentes y revisó el lugar con más atención.

—Bien, si vamos a quedarnos aquí un tiempo, sugiero establecer un sistema de guardias. La criatura de afuera sigue merodeando, y aunque la puerta sea resistente, no podemos bajar la guardia.

—Yo tomaré el primer turno —dije sin dudar.

Mamá frunció el ceño.

—Lincoln, has estado corriendo y luchando todo el día. Necesitas descansar.

—Todos lo necesitamos, mamá, pero alguien tiene que estar atento. Además… —tragué saliva—, no creo poder dormir después de todo esto.

Mamá me miró por un momento y luego suspiró, cediendo.

—Está bien, pero en unas horas alguien te relevará.

Asentí y tomé mi linterna, posicionándome cerca de la puerta. El sonido de los arañazos se había calmado, pero sabía que la criatura seguía ahí afuera, esperando.

Poco a poco, mis hermanas empezaron a acomodarse en el suelo frío de la estación. Leni abrazó a Lola, tratando de calmarla, mientras que Luna y Lynn se quedaron junto a la entrada, listas para actuar si algo pasaba.

Mamá se sentó cerca de mí, observando la puerta con la misma inquietud que yo.

—Lincoln… —dijo en voz baja.

—¿Sí?

—Hiciste un buen trabajo hoy.

Me giré para mirarla y noté el cansancio en sus ojos. Sabía que estaba aterrada, pero trataba de mantenerse fuerte por nosotras.

—Gracias, mamá.

Ella sonrió débilmente y me revolvió el cabello con ternura.

—Solo… no olvides que todavía eres un niño. No tienes que cargar con todo tú solo.

Bajé la mirada y jugué con la linterna entre mis dedos.

—Lo sé… pero si no lo hago, ¿Quién lo hará?

Mamá no respondió. Solo me abrazó con fuerza, y en ese momento, me permití cerrar los ojos por un instante.

Afuera, la ciudad estaba en ruinas. Arriba, las calles eran un campo de caza para las criaturas de la Gripe Verde. Pero aquí abajo, por ahora, estábamos a salvo.