"Tenías un cuadro enorme de un puente de Nueva York
Justo encima de la cama donde hicimos el amor
Yo te pregunté, curioso, si habías estado allí [...]"
Porque no era tuyo, ni tú fuiste mía
Pero no hizo falta porque nuestros cuerpos eran poesía"
– Una noche para siempre (Melendi)
Capítulo 2. Nunca falta nadie
Stewy Hosseini supo antes de cumplir 23 años que Kendall no iba a reconocer nunca lo que había transpirado entre ellos.
Antes que Ken se casara con Rava solía pensar a menudo con aquel último verano que pasaron juntos después de acabar sus estudios en Harvard.
Su propia madre nunca había creído que solo fueran amigos.
Los había estado a punto de pillar un par o tres de veces. Dos cuerpos revolcándose en las sabanas de su antiguo piso.
La mujer no lo entendía pero nunca se lo había reprochado ni se lo había contado a su padre o sus hermanos. Era de la opinión que un hijo es siempre un hijo y debe protegerse.
Entonces, había llegado la vida real, tal como irritantemente la había llamado Kendall.
Y esa chica. Rava.
Desde el primer momento le pareció demasiado normal, aburrida, para Ken Roy. No dio mucha importancia a sus citas mientras sus fiestas seguían siendo un paraíso de borracheras, descontrol, risas y rayas de coca. Sexo desordenado de madrugada.
Fue en uno de los muchos días de resaca que seguían a sus salidas cuando Kendall le anunció que se casaba con ella.
En otra vida, el joven Kendall Roy habría sido capaz de tener una relación con otro chico sin esconderse de su familia y él le habría dicho a su madre que todo estaba bien y no hacía falta seguir guardando su secreto, al diablo con las consecuencias. En ésta, la sola idea había parecido ridícula.
Pasado el tiempo, ambos se habían sobrepuesto a aquello y habían logrado hacer perdurar su amistad.
Stewy había estado después con otras personas.
Siempre había sabido que era bisexual y había disfrutado del sexo y del amor independientemente del género.
Era hedonista y disfrutaba de los placeres temporales de la vida. El calor de otro cuerpo, la comida, el subidón de la cocaína, la adrenalina de Wall Street.
No obstante, sabía de sobra a lo que se enfrentaba en finanzas. No se consideraba un irresponsable ni un temerario y había dado prioridad a su carrera como inversor.
Eran las bajas pasiones como la codicia, la envidia, el sexo, el dinero, las que movían a los hombres. De acuerdo, puede que también el honor, la política, la familia, la lealtad hacia un país, el amor. A él fundamentalmente le movía su cuenta corriente.
Stewy era jodidamente bueno como inversor privado y se tomaba muy en serio el lograr buenas operaciones financieras para sus clientes y para sí mismo.
Dadas las actuales circunstancias, no se podía quejar...
Ahí estaban, su amigo Kendall y él, sentados en un sofá y una butaca como antaño, planeando gobernar el mundo.
Pese a que había cosas que eran distintas a veinte años atrás.
Su relación era muy diferente a entonces.
Ellos habían cambiado.
Su actual posición como socio de Sandy Furness era algo que no habían imaginado cuando estudiaban. Algo que le había escondido al mismo Kendall para meterse en Waystar. La estrategia era estar siempre detrás del dinero, fiar su seguridad a sus propios conocimientos y competencias.
Kendall estaba hecho un saco de nervios y Stewy intentó tranquilizarlo varias veces.
El viejo Stewy hubiera sabido cómo calmarlo, pero el del presente tenía menos práctica y más bagaje en su contra.
No hace tanto al menos habría tratado de aligerar el ambiente con una broma malsonante sobre la desafortunada interrupción que su miembro viril había sufrido a manos de Sandy.
Sin embargo no compartió ni una palabra de ello con su amigo.
Ahora mismo se sentía extrañamente protector de aquella desconocida y de ese momento en su coche...
Miró su reloj, no hacía ni media hora que había estado a punto de tirarse esa mujer que ¡Dios! le resultaba increíblemente atractiva. No exactamente el tipo de mujer que desfilaría en una pasarela ni protagonizaría un anuncio de colonia pero atractiva de un modo más tangible, real.
Tener las curvas de Marilyn Monroe era putamente sexy. Quien dijera lo contrario era un auténtico cenutrio.
Hizo un esfuerzo por concentrarse en su amigo.
De todos modos, no estaba seguro de ser de ninguna ayuda a la hora de detener la espiral de pensamientos tóxicos de Kendall.
Rava era de la opinión que, no importa cómo hubiera evolucionado, la suya era una relación perniciosa que facilitaba a Ken volver una y otra vez a viejas pautas de comportamiento.
Como la de ponerse hasta el culo de coca.
¿Cuántos gramos llevaba ya?
Estaban a punto de cerrar un negocio de los gordos y tenían mucho trabajo por delante. Preparar las condiciones para el abrazo del oso no iba a ser sencillo, pero convencer a los accionistas ajenos a la familia y empezar el proceso de traspaso, no sería ni la mitad de difícil que Kendall dando la gran noticia a su padre.
El engranaje tenía que ser perfecto y sin sorpresas.
No entendía por qué, pero él mismo estaba de un humor bastante introspectivo…
Estar a punto de ganar mucho dinero con su socio, pero además ver por fin a Ken plantar cara a su todopoderoso progenitor sin duda era un buen motivo. Logan era Saturno devorando a sus hijos. Ken nunca había podido escapar ni siquiera cuando se encontraba a quilómetros de distancia daba igual si en Harvard o Shanghái.
A Stewy le resultaba enfurecedor estar más distraído de la normal en este momento.
Alguien que se tomara menos en serio esto le habría dicho que quedarse a las puertas de lo que prometía ser el mejor polvo del año debía tener seguramente algo que ver en su humor pero eso le era sencillamente impensable.
Tomó un whisky.
Era importante que este trato con los canadienses saliera bien.
– ¿Bueno, ya has hablado con el jefe? ¿Qué te ha dicho? – cuestionó a Kendall.
– Nada – Ken parecía algo errático. Su amigo estaba razonablemente preocupado porque había dudas que quisieran contar con él al frente después de la opa, pero nada bueno podía salir de allí si seguía comiéndose la cabeza sin pararse a contar hasta diez y valorar las opciones – No hace más que reafirmarse en su postura. No es real, está bajo presión…
– ¿Tú estás bien? No vacilarás ahora, ¿no?
Ken se inclinó hacia él intranquilo.
– ¿No acabaré jodido por esto, verdad? Me ha llegado por Frank que a los canadienses no les convenzo mucho.
Joder.
Stewy reconoció las señales de alerta enseguida y supo que esto era malo.
– ¿Hablaste con el viejo paliza? ¿Ha firmado algo? ¿Hay un acuerdo de confidencialidad?
– No, eso sería una grosería. Él solo me quería enseñar a pilotar su puñetero Cessna.
Ese era el puto problema con los Roy. Todo era parte de un inmenso drama familiar donde había lame botas de sobras.
Desde bien pequeño Kendall no tenía fe ni en Papá Noel, ¿y ahora le contaba algo tan delicado al jodido Frank Vernon?
– Venga ya, tío. Ya no eres el principito, no te fíes del lord de Pueblojodienda.
– Confío en él, Stewy.
Cuando había vuelto a la fiesta sabía que algo gordo se estaba cociendo, pero incluso entonces había calculado mal el margen que tenían.
Diez minutos después de aquella conversación con Ken en el sofá todo se precipitó de la peor manera.
Era por la carta de aviso: su socio y los canadienses querían adelantar la adquisición de Waystar.
Sandy le había advertido que la cosa estaba jodida pero no le dio detalles hasta después. Le había vuelto a llamar en la última media hora para decirle que pretendían lanzar la bomba este fin de semana. Nada del lunes o el martes o en una semana o dos.
No era la noticia que quería oír Ken.
Tampoco una que entusiasmase a Stewy.
– ¿En la boda de mi hermana? ¿Estás loco? ¡¿Quieres que esto sea una boda y cuatro putos funerales?!
Había hecho bien en tener esta conversación en privado en la habitación más alejada posible de la fiesta. Le había costado que Jess le arrastrara hasta aquí.
– Cálmate, por favor.
Mediante Frank o no, la intención de la opa había llegado a la prensa y ahora se arriesgaban a una filtración.
Cogerían por sorpresa a Logan pero habría una puta masacre.
Stewy se pasó las manos por la cara y miró a su amigo un largo momento. Si había existido la mínima posibilidad que esta noche pudiera volver a salir de aquí y follar, ésta acababa de desaparecer por completo.
De puta madre.
– Stewy…
Los ojos de Ken le rogaron alguna señal que estaba de su parte en esto. Pero Sandy tenía razón. A estas alturas no había otra manera que esto funcionara.
No ayudaría en nada decirle que lo sentía.
Su amistad (su historia) y los negocios eran dos cosas distintas.
– Vamos a calmarnos y a planear bien qué pasos damos, Ken.
Al final estuvieron hasta bien entrada la madrugada hablando de aquello en círculos.
– Sabemos lo que pasará. Entregamos la carta, él convoca una reunión de emergencia del consejo. Lo hacemos público. El mundo estalla.
El precio de Waystar se dispararía enseguida porque todo el mundo sabría que iban ganando y que la adquisición de la empresa iba en serio.
– ¿Crees que es posible que quiera llegar a un acuerdo?
– ¿No conoces a mi padre? No reculará.
Stewy suspiró. Los primeros rayos de sol entrando por la ventana del despacho donde habían estado trabajando desde ayer.
– ¿Tú estás bien, tío? – preguntó de nuevo apoyando el hombro en la librería del lado de la puerta.
Kendall se mantuvo en silencio uno, dos… veinte puto segundos.
– Ken, colega – insistió acercándose y poniendo una mano en su hombro – no lo jodas.
Greg Hirsch estaba bastante desquiciado por las actuales circunstancias, pero a estas alturas no sabía qué era lo que hacía que estuviera más nervioso: el problema de Tom que no tenía por qué ser problema suyo o su hermana. ¡Y eso aún lo ponía peor!
¿Qué debería hacer? ¿Contarle a Tom que Shiv le ponía los cuernos? Le debía quizás cierta lealtad y tal… ¡pero no quería ser él quien tuviera que contárselo! ¿Por qué le importaba? ¿Qué sacaba él?
No tenía ningún sentido que quisiera meterse en ese lio. Tampoco se conocían tanto ni le había tratado tan bien…
Era su jefe. Y le hacía bullying.
Necesitaba un consejo urgentemente.
Lavinia siempre había sido buena en ellos pero no, ni de coña, no iba a pedírselo a su hermana. Hacía mucho que había dejado de imaginar qué diría Vinnie frente a un momento de crisis.
Aunque para ser sincero había estado a punto de llamarla a ella y no a mamá luego que lo despidieran del curso de capacitación empresarial en el que había acabado vomitando patéticamente dentro de un disfraz de mascota.
Estaba seguro que ella habría tenido una respuesta mejor que Marianne pero ¿en qué podía ayudar? Vivía en otro continente.
¡Ahora mismo ese era justamente su otro dilema…!
Podía entender perfectamente por qué Lavinia había escogido irse de casa y no se lo reprochaba, no particularmente. En el fondo Vinnie era quizás la única persona a la que sabía que podía llamar y que intentaría ayudarle aun estando lejos. Pero papá les había abandonado...
No quería ir a visitarle, y esperaba convencer a su hermana para que no siguiera intentando persuadirlo.
Por alguna razón, Greg pensó que si las cosas hubieran sucedido de manera distinta sabría qué hacer con Tom y Shiv, y con Lavinia y esa idea de llevarle a Bélgica.
Aunque eso no tenía ningún sentido.
Tener padre no daba superpoderes. Sus primos eran un ejemplo de ello.
Oh, y Tom Wambsgans no tenía nada que ver con el drama de los Hirsch-Roy y no debería estar mezclándolo en su cabeza con la lata llena de gusanos que acababa de destapar Lavinia…
Su parte de la familia era aquella que no se levantaba cada mañana con una pila de billones de dólares en el banco y todo a su alcance. No estaba muy seguro donde encajaba su abuelo Ewan en eso último, pero bueno. ¿Cómo categoriza uno a un millonario que no usa su dinero ni para ayudar a su hija?
Su madre se pasaba las mañanas haciendo compras compulsivas desde la cama que a veces no podía ni pagar y era adicta a los analgésicos.
Greg bufó masajeándose la sien.
Por cierto, que a Lavinia el abuelo la había sacado completamente de la herencia. Pero al menos había contado con el apoyo de Roger y de papá para tener un buen máster en su currículum y poder decir que había estado viviendo en una ciudad europea tan chula como Ámsterdam.
No es que él hubiera sido nunca buen estudiante, no después de los primeros años de su infancia cuando parecía haber cierta esperanza para sí mismo, pero ¡vaya! habría ayudado que lo orientaran. ¡Obviamente tener casi la carrera era mejor que nada, pero aun así!
El abuelo lo había obligado a ir a la McGill University en Monreal, un lugar donde estaban obsesionados con el medio ambiente y las artes, y donde nunca había encajado.
Le había faltado un semestre para acabar el doble grado de Ciencias Ambientales y Geografía.
Intuía que papá seguía pintando cuadros y dándoselas de novelista sin mucho éxito. A buen seguro Lavinia había tenido ayuda de Roger, puede que no hubiera sido tan mal tipo, aparte de constituir lo que comúnmente se llamaba un destroza matrimonios.
Visto cómo habían ido las cosas, era justo decir que hasta ahora a él le había tocado la peor parte en todo el asunto de la separación de sus padres. Así que estaba decidido: no le debía nada a Vinnie.
Había seguido en Facebook la época de Lavinia como estudiante en Holanda. En las fotos parecía frío y lluvioso y tremendamente guay.
Sí, él aun podía llegar a recibir algunos millones del abuelo. Pero tampoco era como si Ewan fuera a dejarle toda su herencia ni mucho menos la verdad. Y para eso, bueno, antes tendría que morirse, cosa que sería muy triste.
Al final Greg consiguió hierba de buena calidad gracias a un camarero de la fiesta de Shiv, e intentó no pensar en Tom o Lavinia o su padre.
Por un momento, incluso creyó que su hermana se había ido de la fiesta y aquello le alivió. Quizás se había marchado frustrada por su actitud y la falta de cooperación que ponía en tener esa conversación que ella quería.
Luego se dio cuenta que seguía allí, y que tal vez la marihuana se le había subido un poco demasiado a la cabeza.
– Vinnie…
– Ey, Greg.
– Así, vas a… vas ¿vas a quedarte para la boda? ¿mañana? – la observó dándose cuenta que su vestido era un poco una calamidad. Como si alguien lo hubiera pisado o algo porque tenía una ligera mancha negra en un lado.
¿Dónde había estado metida?
Lavinia le miró algo inquieta.
– Caroline dice que me quede que va a hablar con Shiv, pero no estoy muy segura. ¿Debería? – preguntó.
– Sí, ¿por qué, por qué, no? Es evidente que a ti te recuerdan más que a mí… – dijo Greg.
Ella asintió.
A Greg no se le había ocurrido hasta este momento que eso era cierto.
Su hermana era sólo un poco más joven que Roman y por lo tanto había estado en más de esas ocasiones con los Roy que su madre solía mencionar.
No como un bebé sin consciencia ni recuerdos sino como una niña que probablemente había compartido juegos con sus tres primos.
En Sausalito con su padre intentando irse a la cama con todos esos hombres. En Mónaco y Grecia.
Había visto fotos en el álbum de casa pero no recordaba que ella lo hubiera mencionado jamás.
Eso era malo para él.
Que hubiera una versión de los Hirsch que en la mente de sus primos no fuera la persona más torpe y confundida del mundo.
– Voy a dormir en el bed & breakfast, no quiero que parezca que he venido con una mano delante y otra detrás y más sin avisar – se excusó Lavinia sin motivo cuando lo vio cavilar en silencio – además, he leído en los comentarios de la página web que posiblemente me vaya a levantar con un montón de ovejas y vacas enfrente de la ventana de mi habitación, ¡va a ser como cuando pasaba fines de semana en casa de un amiga cerca de Groningen! Vendré a la ceremonia solo si no te importa quedar conmigo mañana para acompañarme a la iglesia. ¡Contesta el teléfono porque paso de discutirme con ningún otro gorila! ¿Me escuchas, Greg?
Lo de no querer pedir que le hicieran un hueco en una de las 200 habitaciones opulentamente decoradas y amuebladas que debía tener este castillo debía ser aquello que Marianne denominaba con ponzoña la "moralidad europea petite bourgeoisie" del amante de su ex marido.
Su madre conocía a Roger vagamente por amigos comunes de antes de liarse con su padre y le acusaba de mirar con igual desdén a las clases altas y a las clases proletarizadas americanas.
Se preguntó quietamente qué parte de su hermana era ya más producto de una adolescencia con Roger y papá que de su infancia juntos.
– ¿Eh? Sí. Vale.
Mierda.
Enseguida que Lavinia le pidió a Greg que por favor le cogiera el teléfono recordó que no tenía uno.
Stewy tenía su teléfono y se había esfumado como en un truco de magia.
Empezaba a pensar que mañana cuando se lo encontrara iría con su mujer y sus cuatro hijos o algo así.
Tenía tan mala suerte con los hombres que incluso la dejaban plantada cuando intentaba ser despreocupada y sexy y tener solo una noche de sexo.
Qué puto desastre.
Aunque al menos le quedaba el no nada pequeño consuelo que el misterioso Stewy le había dado el mejor orgasmo de su vida. Lo que no estaba muy segura que dijese más del asombroso talento de Stewy para complacer a una pareja, cosa que sin duda parecía tener de sobras, o del drama que habían sido todas sus relaciones hasta el momento.
– Ahm, Greg. ¿Podemos quedar en una hora y un lugar para vernos? ¿Cuarenta minutos antes de empezar la ceremonia enfrente de la iglesia? Porque no creo que recupere mi móvil antes de mañana…
– ¿Qué has hecho con él?
Exhaló resignada.
Eso era algo que no le quería contar a su hermano pequeño.
– Es una larga historia. Cariño, sé que es difícil y que te pido mucho, ¿pero pensaras en una respuesta que darme sobre eso de visitar a papá?
– Vinnie yo… – luchó para encontrar las palabras correctas.
– Por favor – le rogó su hermana con voz de súplica.
– Vale, vale. Pero solo lo pensaré, no es un sí.
Lavinia asintió.
– Me parece bien. Piénsalo. Por cierto, ¿hay alguna posibilidad que haya una tienda de ropa en el pueblo? No creo que dé muy buena impresión a la familia con este vestido. Antes ya no era el adecuado pero ahora es peor y no creo que lo resuelva limpiándola en un bidet.
Greg dudó.
Entonces vio a Willa pasar por su lado y simplemente tuvo una idea genial.
– Willa, ¿tú sabes si hay una tienda de ropa en el pueblo? – preguntó tentativamente.
– ¿Cómo iba yo a saber si…? – preguntó Willa mirando a Greg y luego a Lavinia. De repente, su tono pasó de exasperado a curioso – ¿Necesitas un vestido para mañana?
– Bueno, yo….
– Sí, sí que lo necesita.
Willa sonrió un poco y pareció genuinamente interesada en ayudar.
– Diría que no hacemos la misma talla pero creo que tengo un vestido que te iría más o menos bien. Me lo compró Connor al llegar a Londres porque quiere invitarme a cenar al Museo de Ciencia Natural pasado mañana pero… en fin, se hizo un poco un lio con el tallaje británico y con cómo le tengo dicho que me gustan los vestidos de la parte de arriba… así mirándote, estoy segura que te quedaría mucho mejor a ti…
– ¿En serio, no te importa?
Le pareció refrescante que Willa no le soltara esa tontería habitual de "no sé si hacemos la misma talla" porque era evidente que era más delgada y espigada que ella.
No iba a ofenderse por la realidad.
Esta tarde Willa Ferreyra ya le había parecido una chica inteligente y bastante normal pese a… bueno… pese a ser la novia de Connor… o su escort… si había descifrado bien las constantes puyas de Roman, mientras había estado hablando casualmente con ella y Tabitha sobre teatro.
Era un alivio encontrar un poco de cordura en lo que recordaba como una familia tremendamente disfuncional. Como la suya pero con el mogul de los medios Logan Roy como patriarca en vez de Ewan.
Puede que también fuera un alivio para Willa.
Desconocía qué era lo que había sido de las vidas de los dos viejos hermanos Roy antes que llegara la fortuna, los extravagantes billones de Logan, un capital más discreto para su abuelo en parte también al éxito de su hermano. Pero probablemente habían sido unos primeros años duros, oscuros y muy desagradables junto al tío Noah.
No estaba segura que eso los excusara de arrastrar a sus hijos y nietos a un círculo sinfín de abuso y de lo que fuera que era esta locura en la que todos estaban sumergidos de un modo u otro.
Marianne era una prueba que su rama de la familia tenía sus propios problemas…
Tendía a culparla menos desde que ella misma había entrado en la treintena.
Había pensado mucho en aquello y últimamente quería pensar que su madre se desahogaba con ella porque estaba deprimida y hundida por el abandono de papá, puede que hasta por el carácter difícil y huraño del abuelo Ewan, no porque la odiara.
Tenerla a los 18 años tampoco tenía que haber sido fácil.
Le reconfortaba ligeramente esa teoría, pero seguramente era demasiado cobarde para enfrentar a Marianne por si al final resultaba llana y simplemente que la detestaba como hija, sin más.
Recordaba que de pequeña siempre se esforzaba por hacer lo que mamá quería pero nunca conseguía complacerla. A medida que fue creciendo los dos terminaban muchas veces enredadas en discusiones explosivas.
Habían dolido más las palabras que qué se le escapara alguna bofetada cuando se enfadaba. Al fin y al cabo Lavinia se decía que había sido una adolescente ansiosa y puede que demasiado curiosa.
No podía recordar cuántas veces había sucedido. Tres, cuatro. Alguna más. Quizás un tirón de brazo un día que insistía en ver un programa de televisión hasta demasiado tarde o un pellizco en el costado durante una cena en que no había querido seguir comiendo el primer plato porque hace poco había leído qué se le hacía a los patos para obtener el foie que les acababan de servir.
Al abuelo Ewan, que era quien los había llevado a ese sitio aquella vez, ni siquiera pareció importarle su momento a favor de los ánades con apenas 12 años.
Pero para Marianne fue una traición en toda regla después de toda la semana insistiéndoles que debían demostrar que estaban a la altura de un restaurante chic como aquel.
Sabía que lo mejor era esconderse de mamá cuando estaba de mal humor, no prestarle atención, mostrarse de acuerdo con ella en cualquier cosa que dijera, pero a veces su yo adolescente no había sabido morderse la lengua.
Se recordaba poniéndose a escuchar música a todo volumen en el walkman para tranquilizarse al llegar a su habitación. Algo que hacía a menudo durante esos 3 años sin papá después de haberse asegurado que Greg estuviera dormido, puesto que Marianne tomaba pastillas que la mandaban a la cama temprano.
Willa se encerró con Lavinia y Tabitha en una habitación y le prestó un vestido de color azul marino de manga corta; los escotes en uve le resaltaban el pecho, dijo, alabando su elección para el vestido que había llevado puesto y que ahora mismo no estaba muy presentable.
La pareja de Connor parecía encontrar liberador aquel pequeño tet–a–tet entre mujeres.
Willa no había tenido la oportunidad de tener una charla que fuera mundana y simple durante meses y mucho menos dentro del círculo más cercano a los Roy. Es decir la última vez que se había sentado en un sofá con Tom y Marcia en Austerlitz, ésta última le había soltado que una vez conoció una mujer francesa que se dedicaba a la suyo, y que acabó muriendo asesinada.
Menuda conversación más agradable.
Entre tanto agradecía además alejarse de Connor, puesto que estaba de morros porque ella había dicho al reverendo que oficiaba la boda que en realidad él no tenía trabajo.
Willa y Lavinia pudieron comprobar durante ese rato que Tabitha manejaba a la perfección las últimas tendencias sobre peluquería, maquillaje y moda.
Todo lo que a Lavinia no le interesaba mucho.
Para trabajar solía vestirse con botas, vaqueros, un par de camisetas. Se sujetaba el pelo castaño en una coleta y no se maquillaba demasiado. Willa solo parecía ligeramente más interesada en el tema que ella.
Tras una hora con ellas, Tabitha insistió en maquillarla aunque la verdad Lavinia iba a lavarse la cara en cuanto entrara en su habitación de vuelta a su alojamiento.
Lo que sí le gustó fue el vestido y el contraste con su collar y el cabello ondulado sin recoger. Se veía tan sofisticada que casi no se reconocía.
– ¡Estás preciosa! – Exclamó Tabitha, y acompañó sus palabras con palmadas de alegría.
– No lo sé… no sé si me siento cómoda.
– No seas tonta. Y por cierto – soltó una risita – ¿qué hay con el puñetero Stewy Hosseini? ¡Te hemos visto en la fiesta!
Hosseini.
Bueno ahora sabía su apellido.
Lo que a la hora de recuperar su móvil no podía estar de más.
Lavinia sonrió un poco avergonzada.
– Nada, bueno. Es muy guapo… – acertó a decir.
– Está buenísimo – puntualizó Willa.
«Eso, Vinnie Hirsch, está buenísimo, ¿a quién quieres engañar? y da orgasmos de cine... No conoces nada de Stewy salvo su nombre, pero fácilmente ese habría podido ser el mejor sexo que has tenido, si no fuera por esa llamada te lo habría hecho allí mismo sobre el capó…», se dijo mentalmente la hermana mayor de Greg volviéndose roja como un tomate.
Lo que no la ayudaba a que esas dos cambiaran de tema.
– ¡Vamos, sonríe! – la animó Tabitha entre risas – en realidad te tenemos mucha envidia. No voy a dar detalles de Roman y Connor – miró a Willa – porque son tus primos pero ¡chica! ¿qué coño hace una para atraer a ese hombre?
Lavinia sonrió un poco.
– Ni idea. ¿Intentar colarse en una boda de los Roy con un Fiat 600?
Las tres se rieron.
Greg tuvo la increíble amabilidad de ir a buscarla allí donde se alojaba para asistir a la boda lo cual agradecía un montón.
Aunque enseguida adivinó que esa cabeza suya rumiaba algo.
– ¿Estás bien?
– Sí, yo…
Tom no se había tomado muy bien su intento de explicarle que Shiv le era infiel.
– ¿Seguro?
– Sí, no, no es nada. Solo quería pasar un rato con mi hermana casi desconocida – soltó en broma. No muy convencido que en realidad, bueno, que no estuviera hablando en serio – Ahm… cuéntame, ¿qué haces allí en Brujas?
Lavinia sonrió y le contó ese desastre de trabajo que tenía y lo muy poco que sentía que le había servido la matrícula de honor en el máster hasta ese momento.
Suspiró.
– Y tú eres asistente ejecutivo en Waystar, ¿verdad? Bien jugado – le felicitó.
– Bueno, qué decir, pensé, vamos a apostar por el nepotismo, ¿qué podía salir mal? – se rió.
– ¿El abuelo está contento?
– Vaya… no exactamente… pero… ahora gano bastante dinero y antes… ah, bueno apenas llegué a Nueva York con 20 dólares en la cartera… así que es objetivamente y numéricamente una mejora – frunció el ceño.
– Me alegro – dijo Lavinia, aunque no se sintió completamente convencida.
Ewan Roy se había esforzado en dejar claro que el asunto se resumía en acatar su manera de hacer las cosas, u olvidarse de cualquier ayuda.
Era una mocosa cuando se fue y él le dijo que no le dejaría nada de su herencia. Excepto, suponía, por ese collar que tenía un cierto valor, un poco más que calderilla en el gran esquema de las cosas.
No se arrepentía pero sus esfuerzos para conseguir sus metas profesionales parecían caer en saco roto y ya no era una niña. Si tuviera el dinero habría tratado de probar suerte fuera de la pequeña Bélgica.
Bruselas era demasiado política y ella, como hija de un canadiense sin apellido afincado en Brujas, no tenía los contactos suficientes para llegar a la oficina de un eurodiputado. Más de una vez había estado tentada de añadir el apellido de su madre con un guión a su nombre sólo para probar.
Pero honestamente tampoco tenía el gusto por la política que probablemente se requería en un lugar así. Su pasión eran las artes.
Un verano había logrado un puesto de becaria en el departamento de Relaciones Públicas del Museo Van Gogh de Ámsterdam aunque por el sueldo absurdo de 300 euros al mes.
Si regresaba a esa ciudad tendría que ponerse las pilas haciendo contactos y 'networking' para despegar su carrera, y asegurarse que quien la contratara le pagara una nómina real.
Puede que fuera el momento de vender la joya de la abuela y pasar página.
Empezar de cero en París o Londres donde había galerías, museos, centros culturales.
Cogió aire y lo soltó poco a poco.
De hecho toda su adolescencia había querido estudiar Historia del Arte. Pero luego llegó el momento de ir a la universidad y decidió ser lo más practica posible y centrarse en las Relaciones Públicas.
Su padre, artista y escritor frustrado, era un buen ejemplo que la vocación no da de comer.
Las prácticas en el museo habían sido un sueño y un cubo de agua fría todo a la vez.
Se había pasado ese julio y agosto de cuando tenía 25 años atendiendo quejas menores de los turistas que hablaban inglés y francés (los dos idiomas que dominaba aparte del neerlandés que había aprendido en Flandes). Gestionando colas, devoluciones de entradas, ricos arrogantes que querían entrar a partes del museo que estaban restringidas a cualquier precio y periodistas culturales que apenas conocían dos obras de Van Gogh antes de entrar allí dentro y lo encontraban aburrido como una caja de piedras pese al enorme esfuerzo que había en las opciones interactivas de cada sala y a la hora de ordenar los cuadros construyendo un relato coherente de la época, el autor y sus contemporáneos.
Había tenido que renunciar en septiembre porque necesitaba cobrar más y los horarios imposibles de las prácticas le habían impedido seguir con su trabajo en una cafetería y las horas de canguro los fines de semana.
El dinero no lo era todo ni mucho menos y había gastos en esta fiesta de Siobhan que le parecían terriblemente obscenos, pero Lavinia sabía que al final del día te daba la libertad para lograr cosas.
Le habría permitido volar.
Persistir antes de rendirse y volver a Brujas donde ahora se sentía un poco atrapada.
Lavinia salió de la iglesia con Greg y Frank al lado. Gerry no muy lejos. Stewy estaba allí, con Kendall. Él la vio a ella y ella lo vio a él. Estaban uno frente al otro y entre ellos estaba la calle, llena de coches y prensa.
No se dijeron nada.
La gente iba yéndose hacia el castillo donde los novios querían hacer las fotos de la boda y se celebraría la recepción.
– Frank, no mires el culo a mi novia, ¿quieres? – la voz de Roman era apenas un murmullo pero irrumpió como una pequeña catarata encima de las cabezas de todos lo que se encontraban cerca esperando los coches.
– Yo no… – El veterano ejecutivo tosió un poco y negó pausadamente con la cabeza como si la boutade de Roman apenas fuera un comentario sobre el tiempo. – Yo no haría eso, Roman. No lo haría – añadió haciendo un gesto de disculpa con las manos hacia Tabitha, Gerri y también Greg y Lavinia que habían podido escuchar el intercambio con Roman.
– Era broma… Aunque en parte no, porque de hecho te he visto mirarle el trasero a Tab, y puede que a Lavinia e incluso a Gerri, ¡es repulsivo!
Rome imitó un escalofrío y hubo alguien (¿un tal Rory?) que incluso se rió.
Lavinia miró incomoda a Greg buscando algún tipo de reacción pero el resto incluyendo su hermano actuó como si el comentario inapropiadísimo de su primo fuera sólo una parte más del programa normal de la boda.
¿Qué demonios?
Poco después, Lavinia saludó a su prima Shiv con tres besos (a lo belga para sorpresa de la pelirroja) y se disculpó por su aparición repentina. La pequeña de los Roy fue muy correcta, educada, sin ser cálida, le dijo que no pasaba nada que Tom ya le había advertido que había venido, y que Caroline estaba encantada que estuviera aquí ¡porque tenía un montón de anécdotas de su padre que decía querer contarle!
Lavinia estaba segura que no quería escuchar ninguna pero asintió.
Volvió a buscar a Stewy con la mirada. Seguía enzarzado en una conversación con su primo Kendall.
Tendría que acercársele en algún momento para pedirle que le devolviera el teléfono pero no estaba segura que fuera muy buen momento.
Lo iba a hacer en el jardín donde se estaban haciendo las fotos cuando vio que Roman se acercaba a su hermano mayor y a su amigo para decirles algo.
Ese momento era peor.
Kendall se apartó para acercarse a sus hijos y el misterioso Stewy se quedó hablando con Rome.
Tabitha fue hacia Lavinia con una sonrisa.
– ¿Quién es ella? – Stewy preguntó al hermano pequeño de Kendall sin hacer mucho caso a lo que fuera que estuviera explicando éste. El lanzamiento de un satélite en Japón. Lo que fuera.
– ¿Quién?
– Ella – señaló con la cabeza al lado de la piscina, hacia donde acababa de dirigirse Tabitha. Sin que viniera a cuento, la mujer rubia le estaba repasando los labios con una barra labial que había sacado de su bolso. – ¿Es amiga de tu novia?
Algo no encajaba demasiado bien aquí.
No sólo porque el vestido que Lavinia llevaba puesto hoy pareciera mucho más caro que aquel de ayer o porque Tabitha la hubiera convertido en su nuevo proyecto o algo, sino porque no se suponía que fuera a seguir aquí en absoluto.
Pensaba seriamente que no iba a tener oportunidad de devolverle el móvil.
Aunque puede que Tom Wambsgans fuera en realidad majo con sus trabajadores, que el hermano de Lavinia estuviera invitado a la boda, no como trabajador sino como amigo, y la hubieran animado a quedarse.
Era extraño tratándose de los Roy y no la impresión que le había dado en Rhomboid pero supuso que plausible para un tío de Saint Paul, Mississippi, como Tom.
Rome pareció pensar que su interés por ella era súper gracioso.
– ¡Oh! ¿Quieres que te la presente? – se rió – Podría presentártela. En realidad tío, conocí a mi novia en tu putifiesta. Dónde por cierto se la mamó al novio. Un favor por otro. ¿Aunque ahora que lo pienso esa no era la fiesta de tu novia y sus amigos frikis?
Stewy levantó la cabeza para calibrar la respuesta y Roman abrió los ojos teatralmente.
– Piérdete, ¿vale?
– Oh, Hosseini. ¿Estás seguro? Fui yo quien presenté a Willay Connor y ahora nos obliga a que salga en las fotos de familia bajo amenaza de cagarse en el jardín. Eso me da un acierto del ahm… 100 por ciento en parejas bizarras. Ya sabes porque ella… ahm… escribe teatro… y él es… Connor – chasqueó la lengua.
– Eres un enfermo, colega. Ken me lo contó. Le presentaste una profesional a tu hermano mayor.
Roman hizo otra mueca.
– Ya… ¿pero qué diferencia hay? Yo creo que te has fijado en una que hace bastante cara de uhm – hizo un gesto obsceno con la mano –… escribir buen teatro…¿le preguntamos? ¡Tabitha! – Gritó, aunque su novia le enseñó el dedo corazón para que las dejara en paz y cogió del bracito a la chica castaña para llevársela un trozo más allá. La prima Lavinia les miró un instante, al uno después del otro. Roman Roy entrecerró los ojos, analizando la expresión en el rostro de Stewy. ¿Qué coño les pasaba a estos dos, eh? Se inclinó y sonriendo y recalcando las palabras, como si hubiera tenido una ocurrencia brillante, dijo – Mira, ya está, te lo digo, Frank es un poco pervertido y se ha traído ahm… una fulana que le cobra por los polvos y lo dilapida en joyas a la boda de Shiv. ¿Qué te parece eso? Ya, era de esperar, ¿mm? – levantó los brazos teatralmente – A los viejos verdes les gustan las zorras jóvenes y frescas como ella. No sé qué hace aquí la verdad, si papá lo despidió, puto degenerado. ¡Le he pillado mirando el culo a Tab como hace diez minutos!
El hermano de Kendall estaba jugando con su cabeza (y metiéndose por quincuagésima vez esa tarde con el hecho que Frank hubiera sido invitado a la boda) pero en ese momento no se dio cuenta.
– ¿Estás hablando en serio, tío? Sobre lo de que ella es escort.
Su voz debió delatar que, mierda, estaba interesado en esa mujer, porque Roman se lo quedó mirando un segundo debatiendo consigo mismo y parpadeó.
– Claro, sí, sí. Totalmente en serio. Pero no vayas diciéndole por allí. Es desagradable, ¿ehm? Una prostituta aquí… además de Willa, claro… – Roman puso voz de «Uf» e hizo el signo de guardar un secreto pasándose la mano por los labios como si cerrara una cremallera – De hecho, la segunda mujer de Frank, ¿qué edad tenía? ¿Qué dirías? ¿Cinco años mayor que ésta? ¡¿Tío has visto nunca a la ex de Frank?! ¡Si tuvieron un bebé cuando el puto pervertido ya usaba viagra y su hija primogénita, Martha, había cumplido 35! ¡Y luego la tía se largó a Palermo! Quedarse viudo lo dejó fatal.
Quizás fue porque no había dormido la noche anterior, o porque había tomado cocaína a las 10 de la mañana para aguantar todo el día de pie y acabar de cerrar con Kendall los detalles de la carta del abrazo del oso. Quizás porque de repente ella llevaba un vestido carísimo y seguía luciendo ese collar con lo que creía que era una serendibita de Burma, una gema valiosísima y inusual que no tenía sentido que pudiese permitirse si no le había mentido en un par o tres de detalles bastante grandes, o simplemente porque él era un capullo...
Pero Stewy dio crédito a las palabras del jodido Roman.
Todo tuvo sentido.
Un poco más al menos.
Todo excepto qué hacía Lavinia fuera de la fiesta ayer.
Entonces se acordó que Frank había estado muy ocupado primero con Ken y después filtrando la información sobre la opa a la maldita prensa.
La había hecho venir, la había dejado tirada o momentáneamente había estado demasiado ocupado, ella se había inventado aquello para entrar porque a la agencia no le iba a gustar que se volviera sin más o porque eso era más fácil de explicar en la entrada que que su cliente no le cogía el teléfono. Puede o no.
Aún tenía que devolverle el móvil así que iba a preguntárselo.
En parte Stewy se dijo que no tenía importancia. Pero le incomodó pensar que sí, bueno, quizás le decepcionaba saber que era chica de compañía.
Le irritó profundamente que eso pareciera cambiar la percepción que tenía de ella, porque se tenía por un tío abierto de mente.
Le daba completamente igual con cuántos otros hombres o mujeres se hubieran acostado sus conquistas. No era un tipo enamoradizo ni especialmente sentimental ni mucho menos un hipócrita.
Con 39 tacos acabados de cumplir sólo se había dejado romper el corazón una vez y participaba en esas fiestas de Rhomboid con su novia actual y los hipsters de sus amigos.
Lo que hiciera esta chica con quien había tenido (hecho) sexo oral no tenía por qué importarle.
No debía importarle.
Pero allí estaba.
Mirando a esa mujer y a sus curvas y dilucidando qué tan malo era que cobrara dinero a otros tipos como él por su compañía.
Sus gestos, su risa. ¿Los fingía con esos otros tíos? ¿Había fingido con él?
Oh, vamos, Stewy. ¿Cuál es tu puto problema?
Tenía que ser honesto consigo mismo y reconocer que por un breve segundo le había hecho tilín ese rollo de chica europea algo dulce pero directa crecida entre canales y bicicletas que parecía hasta un poco repelida por el coste de su traje de marca.
Alguien a las antípodas de su persona y de todas esas mujeres (y hombres) con quien se podía acostar cada día en Nueva York.
Era como conocer a una alienígena, descubrir que, además de estar buena, es divertida; bebe como una cosaca, y cuenta chistes, y quererse quedar una madrugada en Marte.
Stewy se pinchó el puente de la nariz mientras cerraba los ojos.
Menudo cuento de dragones y princesas encerradas en una torre era ese.
Le daba igual Marte.
Sí, Lavinia le había dicho que conducía un Mini y se había reído de lo que costaban sus zapatos. Pero él tenía ojos en la cara: ella no se encontraba totalmente extraña en este ambiente, y literalmente había tenido delante de las narices ese collar con una piedra preciosa que costaba unos 18.000 dólares por quilate.
¿Quién se creía él que era? ¿Lancelot a la búsqueda de doncella? ¿Stewy le-robo-a-la-novia-al-veterinario-de-este-pueblo Hosseini? Estaba siendo jodidamente estúpido.
Stewy se había quedado un poco prendado de Lavinia desde el primer momento que la había visto. Sí, ¿y qué? Era una chica guapa con un cuerpo que le gustaba un montón, con quien podía tener un poco de conversación casual y buen sexo, y que luego quedaría en el recuerdo de este fin de semana después del cual ganaría mucho dinero gracias a la opa hostil a Waystar.
Se había sentido muy atraído por ella pero ya está. No hacía falta darle más vueltas.
Se acercó a Lavinia cuando ésta se quedó rezagada de otros invitados.
– Stewy – Ella le saludó con una mueca que delataba una sonrisa nerviosa en sus labios.
El caso es que la deseaba. Incluso ahora cuando ya no existía ningún misterio sobre qué hacía en esta fiesta.
– Lavinia.
– Hola, ¿cómo estás?
– Bien, ¿y tú? Escucha, ahm. Sé que ayer me mentiste – dijo con pausa pero sin querer darle más importancia de la que en verdad tenía. Sonrió un poco aceptando que él había sido el idiota, y contuvo el impulso de poner la mano en su brazo – Me acabo de enterar.
Lavinia ni siquiera intentó negarlo. – ¿Quién te lo ha contado? ¿Roman? Pensé que no me creerías.
¿Por qué no iba a creerla?
No era ideal pero por supuesto que la hubiera creído. Es decir, había crecido en estos círculos donde hombres como Frank podían pagar por chicas como ella.
– Supongo que eso quiere decir que no vas a tener un momento para mí esta noche…
– No te entiendo.
– Si te pido que me acompañes fuera de aquí como ayer, ¿tu cita no vendrá a buscarme y acabaré con un ojo morado?
Lavinia dudó. ¿Qué estaba diciendo?
– Me parece que hay un malentendido. Stewy, ahm…
Stewy quiso añadir algo pero era tarde y entonces Jess apareció de la nada y…
– Kendall te busca.
– Claro.
Lavinia le miró como si lo estudiara.
– Eres amigo de Kendall – ni siquiera se lo estaba preguntando.
Stewy asintió, esta vez sí acercó su mano y la tomó del brazo con delicadeza, mirándola con seriedad. Ella lo vio venir, pudo apartarse, pero dejó que le sostuviera el codo un breve momento.
Mientras se miraban a los ojos, Lavinia sintió un nudo formándose en su garganta.
– Nos vemos esta noche, ¿de acuerdo? – siguió él – Estoy muy ocupado y no sé cuándo va a poder ser. Las 2, las 3. Pero voy a buscarte en la fiesta. Invéntate alguna excusa con ese vejestorio, porque si tú me lo permites, vamos a ir a algún sitio donde estemos solos y voy a hacerte el amor hasta que amanezca.
Necesitaba sacarla de su sistema lo antes posible.
Lavinia se quedó sin palabras como si hubiera perdido la habilidad de comunicarse y de siquiera moverse.
– ¿Te parece bien?
– Stewy…
– Ahora mismo tengo un poco de prisa pero nos vemos más tarde.
La besó en la comisura del labio.
Después pensaría que aquel no había sido su mejor movimiento, no delante de Jess y puede que de otros 40 invitados que habían quedado atrás en el jardín, pero por ahora le dio absolutamente igual.
Qué dieran por el culo al puto Frank.
Bastantes problemas había causado ya yéndose de la lengua con el tema de la opa.
Y él… oh… Espera ¿Se daba cuenta de lo que decía? ¿Había dicho hacer el amor?
Stewy racionalizó que había usado ese término en vez de acostarse o echar un polvo porque eso dejaba suficientemente claro que esto no era una transacción o lo que fuera que ella hiciese con esos tíos.
Quería sentir su cuerpo bajo el suyo, enterrarse en su piel tan profundamente que pareciera que importaba.
Pero primero debía sacársela de la cabeza como fuera hasta que llegara la madrugada y pudiera exorcizarse.
Se le estaba friendo el cerebro tratando de entender ese impulso por ella.
¿Cuán más idiota se podía ser?
Por supuesto no al nivel de su yo de 20 y pocos años faltando al 50º aniversario de su madre para preparar una fiesta sorpresa que animara a Ken después de otro de sus fiascos en casa y que éste al final le llamara que se iba con Rava a esquiar todo el fin de semana.
Toda esta movida de Waystar y estar aquí como si volvería a ser un crío compartiendo apartamento con Kendall le estaba afectando.
Más valía que el oso no se revolviera en su abrazo y cerraran la adquisición cuanto antes porque Inglaterra estaba teniendo un efecto muy raro en él y en su toma de decisiones en general...
En particular, no se dio cuenta de cómo de perdido estaba Kendall hasta que éste no le insistió para meterse más coca en un tono urgente y un poco maniático.
Le había costado siglos reconocer que mientras que él controlaba bien o lo suficiente para saber cuándo parar, ese nunca había sido el caso de Ken. Para Stewy la cocaína era una droga divertida, algo para desinhibirse un poco, hasta para despejar la mente, pero que le permitía ser funcional la mayor parte del tiempo.
Kendall había estado en desintoxicación ya hace tres años, varias veces le había visto resistirse con cabezonería y de cara a la pared mientras él se hacía una raya en la tapa del inodoro, y finalmente había vuelto a consumir cuando Logan había soltado todos esos rumores sobre él.
No había dado mucha importancia a la adicción de su compañero de andanzas de niñez y juventud puede que por desidia o egoísmo.
Kendall era mayorcito para tomar sus propias decisiones y, qué demonios, ¿quién era él para aconsejarle precisamente sobre sobre sus hábitos con las drogas?
No obstante, cuando esta vez Ken lo presionó para que le diera coca, pese a que acababa de mentirle y decirle que no tenía más, Stewy alzó la vista genuinamente sorprendido y preocupado por su amigo.
Casi pudo escuchar la voz cabreada de Rava en su cabeza diciéndole que era la peor influencia que Ken podía tener si algún día quería salir para siempre de esa mierda.
Cuando hubieran cerrado la adquisición de Waystar quizás tendría que cambiar uno o dos de sus hábitos alrededor de Kendall… o no.
Por ahora, tenían un paso empresarial muy importante entre manos y no podía dejar que lo jodiese yendo hasta las cejas.
Mañana era un día importante y esta noche aún había trabajo para hacer…
Quizás era él quien estaba exagerando en ese momento como había creído que hacía Rava en el pasado.
Pensó también que era normal que su amigo estuviera nervioso dado lo que iban a hacer.
A primera hora de la tarde, Ken había entregado la carta a Logan quien no iba a caer sin intentar asesinar primero. ¡Eso acojonaba un poco! Luego, sus hermanos se habían enfrentado a él por arrebatar la empresa a la familia.
Balanceó la copa que tenía entre las manos y dio un sorbo a la cerveza.
Había bromeado con Kendall que su padre era más un brontosaurio que un oso. Uno queriendo follar al que no se le ponía dura.
¿No tenía Frank su edad?
Se negó a pensar en aquello mientras que debía concentrarse en trabajar con Sandy y sus asesores legales a través del teléfono.
– ¿No te quedas por si hay detalles que rematar? – preguntó a Ken cuando lo vio salir por la puerta.
– Confío en ti, tío. Es la boda de mi hermana.
Ya le había dicho que no podía confiar en él. Su trabajo consistía literalmente en saquear la fortaleza. Como un puto vikingo capitalista.
Pero extrañamente ese no sería el problema hoy.
Lavinia no sabía a qué se refería él en absoluto con casi nada de lo que le había dicho. ¿Era una especie de juego?
Apenas se estaba recuperando del beso con el que se había despedido.
La había pillado tan por sorpresa que ni siquiera recordaba si le había llegado a pedir el móvil. Lo cierto es que no se lo había devuelto y apenas le importaba.
Su corazón latía con violencia. No estaba segura de si era por emoción o por vértigo, ya que no sabía qué podía esperar de todo aquello. Su cabeza embotada y sintiéndose algo tonta.
En la cena, Caroline la sentó al lado de Greg y no muy lejos de Frank y Gerri a los que también habían situado cerca en los bancos de la iglesia y que eran el padrino de Kendall y la madrina de Shiv, respectivamente.
Pensó en su abuelo Ewan.
En cómo se quejaría de la mayoría de detalles de la boda. "¡Ya os dije como son! ¡Caprichosos, no son personas reales!", refunfuñaría.
Lavinia podía estar parcialmente de acuerdo.
Pero no podía dejar que se pasara la velada sin que Greg aceptase acompañarla mañana hasta casa.
Durante la cena vio a Stewy un par de veces a lo lejos.
– Greg, escúchame – miró a su hermano e insistió – Podría ser divertido. Tú y yo haciendo un viaje por carretera y en tren. Nos contamos un poco la vida, te enseño Brujas y solo tienes que hacer un café con papá… ni siquiera tiene que ser en casa… puede ser algo más neutral… una cafetería… hay muchas.
Él la observó titubeante.
– Mira es que no sé… no… eh, ¡vale! De acuerdo. Pero en una cafetería y luego me llevas al aeropuerto. He venido aquí con jet privado con los demás, ¿sabes? El billete me va a costar un ojo de la cara – protestó.
Pero Lavinia ya lo estaba abrazando.
Pudo leer en su cara que el único motivo de su sí era que al final no había sabido como negarse.
– ¡Gracias!
Su gesto avergonzó a Greg que se puso rojo y perturbó a Gerri, que no paraba quieta porque a saber qué estaba pasando con la empresa de Logan Roy. La ejecutiva apenas acababa de empezar a comer su segundo plato cuando todo el mundo iba por el prepostre.
A medida que fue pasando la noche Lavinia se fue relajando y empezó a disfrutar de la fiesta.
En realidad empezó a disfrutar de verdad de la compañía de su hermano.
Greg se seguía enfrontando a la mayoría de las situaciones torpemente. Pero también de una forma que parecía fundamentalmente resguardada.
Su boca fruncida, su cuerpo larguirucho encajado en la silla, mientras le contaba que en un restaurante de Nueva York había probado un pajarillo tan raro que su consumo se suponía ilegal. – Sentí el chasquido de su pequeña caja torácica cuando ya sabes, mordí el pequeño pájaro bañado en Armagnac – bajó la voz como si alguien fuera a juzgarle en esta fiesta, cosa que Lavinia intuyó que sería bastante hipócrita si sucediera.
– Suena horrible.
– No creas, fue bastante fascinante – le dijo. – Me dijeron que estos gorriones mueren ahogados con el aguardiente antes de ser asados de cuerpo entero.
– ¡Oh, Greg! No quiero saberlo – frunció el ceño, vacilando entre el espanto y la risa al ver su cara eufórica por el recuerdo – ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermano pequeño?
Luego observó con atención a los Roy que tenían más cerca y a otros de los invitados que orbitaban a su alrededor.
Connor había decidido anunciar a todo el mundo que se iba a presentar a presidente a los Estados Unidos. Willa se mantuvo cerca de él pero en realidad parecía no poder esperar para intentar sacarle esa idea de la cabeza cuanto antes mejor…
Lavinia dedujo que tenía miedo que interfiriera con su promesa de pagar su espectáculo teatral. Pero no es como si pudiera pasar de verdad, ¿no? Es decir, Connor de presidente… ¡Era un sinsentido!
Roman… bueno… Roman hacía de Roman, y Tabitha la verdad es que parecía estárselo pasando genuinamente bien.
Según Greg los padres de Tom Wambsgans eran unos abogados muy respetados en Minneapolis pero aquí parecían tan fuera de lugar y (sobre todo) tan autoconscientes de estarlo que era casi doloroso de ver.
– Puede que Rome te haya hecho una trastada – le dijo Tabitha en un momento dado mientras Greg disertaba ahora sobre el pastel nupcial ("¿sabes que hay personas aquí que guardan trozos congelados de tarta nupcial de la boda de la Princesa Diana? ¿De 1981? No puede estar bueno", "¡Dios, Greg, pero en este caso no creo que se lo vayan a comer! Probablemente lo subasten un día por un montón de libras. ¿Con quién has hablado?") – ¡Lavinia, cielo, lo digo en serio…!
– ¿Qué quieres decir? – preguntó a Tabitha al mismo tiempo que su hermano se iba a contar su descubrimiento sobre tartas al novio – ¿Qué ha hecho, Roman?
– Quizás le haya sugerido a Stewy que… ¡oh, Dios! Creo que lo tienes aquí – La rubia de cabello rizadísimo se interrumpió a si misma – ¡Viene en esta dirección!
Pidió una cerveza baja de graduación y fue hacia ella.
Tenía que mantener la cabeza despejada porque Sandy volvería a llamarlo en un par de horas.
¿Dónde demonios se había metido Kendall?
Vio a Frank Vernon sentado en una mesa. Lavinia estaba en el centro de la sala y se había girado para mirarlo a él en cuanto la novia de Roman le había hablado. Toda ella era un regalo a la vista.
Su sonrisa estaba iluminada por luz tenue de las lámparas y las velas, la mantelería y la vajilla blancas, y los brillos de la fiesta, como si un director de escena se hubiera encargado de que todo lo demás se difuminase a su alrededor.
Se le ocurrió que estaba nerviosa porque hizo una mueca con la boca y se pasó los dedos por el pelo largo como si quisiera asegurarse de su aspecto. Le pareció imposible que estuviera así de nerviosa por él dado su trabajo de escort, pero quizás sí lo estaba.
Entonces le hizo un ligero gesto con la cabeza y ella pareció captar el significado de su mirada porque se fue hacia fuera de la carpa.
Estaban solos allí y por un segundo eso quitó un peso de encima a Stewy.
En este momento no habría soportado uno de los comentarios cínicos de Roman.
Había algo más en Lavinia además de lo que había aprendido hoy y no sabía qué.
– ¿Me acompañas un rato a mi cuarto? – le pidió con voz suave y movimientos cuidadosos y amigables; y esperó su respuesta. No quería que se sintiera forzada a hacer nada que no le apeteciera o que pudiera causarle problemas – Tengo aún trabajo por hacer pero mañana es un día importante y me vendría bien desconectar – aseguró.
Hubo un pequeño asentimiento en Lavinia aunque antes arqueó una ceja interrogante.
– ¿Tienes habitación aquí pero ayer te pareció mejor idea el coche? – se rió.
– Ayer era probable que nos interrumpieran.
– ¿Y hoy no?
– No, no creo.
Ken había dejado claro que dejaba el papeleo en sus manos.
Lavinia le miró, transparentes y firmes, ojos de color avellana.
Algo en ella le recordaba a la menta con chocolate.
Nunca había pensado que le podía gustar ese sabor y luego un día simplemente lo tuvo en sus manos y se convirtió en un clásico.
Le ofreció la mano y ella la tomó en la suya. Stewy la guió hacia las escaleras y por una larga hilera de árboles hasta la puerta de su habitación.
Luego de unos segundos, y sin soltarse, ambos se miraron a los ojos. Ella bajó un poco la cabeza y fue a decir algo pero no tuvo tiempo de mover los labios.
Stewy no supo quién se había movido antes hacia el otro. Daba igual. La besó apasionadamente y ella respondió. Abrió la puerta con una tarjeta y se encontró a si mismo alzándola con ambas manos y sentándola en el escritorio lleno de papeles de su suite. Instintivamente, Lavinia le rodeó la cintura con las piernas, notando su excitación bajo la tela de sus pantalones de diseñador.
Mientras ella le quitó la chaqueta y empezó a desabrochar su camisa, él profundizó el beso mordiendo sus labios sin ningún pudor.
Se apresuró a bajar el cierre de su vestido haciendo que este comenzará a caerse por su cuerpo y apartó algunos papeles que estaban en la mesa de la forma más ordenada que pudo teniendo en cuenta las circunstancias.
Ella acunó su mejilla en la mano, sintiendo el rastrojo de su barba a lo largo de su mandíbula.
La sensación de calor se deslizó en sus huesos como lava ardiente, envolviendo sus sentidos.
La sangre latía furiosamente en los oídos de Lavinia y el corazón le repicaba en el pecho cuando le quitó el sostén colocando una línea caliente de besos sobre su piel.
Una de las manos de él se mantuvo en su nuca mientras la otra descansó descaradamente en su trasero, sosteniéndola. Sentía su boca sobre la suya, su cuerpo apretado contra su pecho. En ese punto ella movió un poco sus párpados y gimió débilmente. Se agarró a sus hombros y apretó más las rodillas manteniéndolo entre ellas.
¿Cuán de cierto había en esa especie de timidez atrevida de Lavinia?
Stewy recorrió su muslo hasta que se perdió bajo la tela del vestido que había quedado atrapado en su cintura. Delicado, lento, siguió hasta su sexo y notó que estaba mojada. Frotó suavemente resbalando su dedo meñique por dentro de su ropa interior.
Lavinia movió las manos hasta la parte baja de su espalda, y le quiso ayudar a deshacerse urgentemente de sus pantalones y sus boxers negros mientras él descartaba su lencería, pero de pronto Stewy se separó de ella con una maldición.
– Es solo un minuto. Necesitamos un preservativo – dijo con voz estrangulada.
Lavinia no supo cómo pero Stewy sacó uno de una mochila que había en la silla más próxima. Se bajó los pantalones y se los quitó junto a los malditos boxers. Ella no habría podido hablar aunque hubiera querido. El cuerpo de él era esbelto y firme en los lugares correctos y oh como quería tocarlo. Observó apoyada en el escritorio como se colocaba el condón y lo deslizaba por su miembro con una naturalidad pasmosa y entonces tuvo que cerrar los ojos porque su mano volvía a estar acariciándola en ese lugar sensible.
Lavinia sintió como si la hubiera alcanzado un rayo, con todas sus terminaciones nerviosas en alerta.
Tiró la cabeza hacia atrás y percibió que su cuerpo se desvanecía como si fuera líquido.
Las manos de él se clavaban en su piel delicadamente, apretándola más cerca de su cuerpo mientras exploraba su cuello con los labios y con la lengua. Reclamó uno de sus pechos, lamiendo en círculos un pezón y apretándolo ligeramente con los dientes.
– Stewy, por favor… – rogó no muy segura de si estaba pidiéndole que parara o que continuara porque quería las dos cosas a la vez, y había una humedad entre sus muslos de la que necesitaba que siguiera ocupándose.
Stewy le acarició entonces la cara interna de los labios con la yema de los pulgares, la abrió como una flor, la sintió temblar un momento y entró en ella despacio, pausadamente, acompasando su ritmo mientras ella se aferraba a su cuello como si hubiera estado allí siempre, enganchado al movimiento de sus caderas.
Para Lavinia lo divertido del sexo se acababa muchas veces aquí.
Con otras parejas a menudo era incapaz de dejarse llevar por el miedo a resultar inadecuada o no ser lo bastante buena. A no excitar suficiente a la otra persona o desilusionarle si no llegaba al orgasmo durante la penetración. Había una parte de ella que temía dejarse llevar, hacerse vulnerable y ser juzgada.
Su cabeza jugándole una mala pasada tras otra: pensando más que sintiendo, comiéndose los sesos y por lo tanto no pudiendo llegar al clímax.
Con él estaba resultando diferente, muy diferente.
Solo podía pensar en lo que le hacía sentir.
Puede que fuera por como susurraba su nombre en su oído o porque no dejó de acariciarla, de besar su cuello y su boca, cortocircuitando cualquier pensamiento racional en ella.
El orgasmo de ambos fue construyéndose poco a poco, hasta que el placer resultó abrumador. Lavinia se arqueó agarrándose más fuerte a él cuando su cuerpo se tensó de manera apremiante.
– Mírame mientras te corres – le pidió Stewy.
– Ah, s-sí… – jadeó sin estar segura de qué decía. Abandonada a él mientras continuaba moviéndose en su interior.
Luego Stewy rozó su clítoris con sus dedos haciéndola perder el control.
– Oh ¡Dios…! Stew…
Pronto fue él quien se estremeció al sentir las paredes de su vagina contrayéndose a su alrededor, el maldito mundo estallando en mil pedazos, su piel húmeda de sudor.
Cuando pudo recuperarse, se apartó un poco dándose cuenta de que tenía todo su peso apoyado en ella, se deshizo del condón en una papelera llena de bolas de papel y envoltorios de chucherías que se encontraba debajo del escritorio y después tiró del todo de su camisa para quitársela. Le parecía increíble llevarla todavía puesta.
Dejó caer la tela al suelo con el resto de su ropa y la de Lavinia.
– Voy a traer una toalla, ven.
– Stewy…
– ¿Sí?
– Eso fue… – la voz de Lavinia se perdió buscando un sinónimo de "increíble".
– Sí, – estuvo de acuerdo.
La llevó de la mano hasta el cuarto de baño donde empapó una toalla con agua tibia y la ayudó a limpiarse antes de besarla rápidamente en los labios una vez más.
Lavinia se dio cuenta que volvía a estar medio erecto.
La vio arrodillarse a sus pies y devorar su sexo gentilmente hasta que con una mano acariciando su pelo tuvo que advertirle: – Espera, me voy a ir.
Pero ella no le soltó.
A las cinco de la mañana, Lavinia observó desde la cama envuelta en sabanas como Stewy ordenaba los papeles que habían quedado tirados por el suelo. Habían tenido sexo hasta quedar agotados y hambrientos. Desnudo, Stewy había ido hasta la pequeña nevera de la habitación y le había traído chocolates y una cola. Dos vasos con hielo.
Ahora él se había puesto los boxers porque pronto tendría que volver su atención al teléfono. Ese, se dijo ella, era el momento de marcharse.
Odiaría traspasar algún límite y, pensó, era suficientemente lista para saber que esta aventura acababa aquí.
– Debería retirarme ya…
Stewy se aproximó y apretó con suavidad sus dedos, quitándole el vaso de las manos para ponerlo en la mesita.
– Quédate – dijo – Tengo que coger un par de llamadas pero yo mismo voy a volver a esa maldita cama y dormir por un par de horas. Deja que el viejales se pregunte dónde estás, no vayas...
Vale. Esas referencias sin sentido iban decididamente a peor.
– Stewy – lo interrumpió – ¿A quién te refieres con el viejales? Porque mi abuelo ni siquiera está aquí…
Él la miró un segundo como si le hubieran salido dos cabezas. Pero luego puso las manos sobre sus hombros y la tumbó sobre la cama con una sonrisa – No hace falta que hablemos de ello si no quieres.
Lavinia se dio cuenta que no había manera posible que estuvieran hablando de lo mismo, ¿verdad? Entrecerró los ojos, preocupada.
– ¿Qué es exactamente lo que te ha contado Roman?
Stewy clavó sus ojos oscuros en los suyos. – Nada que tenga ninguna importancia real en este momento – su sensual boca se convirtió en una línea fina.
– Bien entonces – Lavinia pasó su mano por su cabello fascinada por un pequeño mechón gris – pero cuéntame que son todos estos papeles. ¿Trabajas para Waystar? ¿Con Kendall? ¿O es otra cosa?
Stewy frunció el ceño. – Eso no importa. Vamos a mantener a esa familia fuera de esta cama, ¿vale?
– ¿Perdón? Técnicamente eso es un poco impo... – se mordió el labio.
Lavinia quiso insistir en aclarar ese pequeño punto, ¿por que qué demonios le había contado Roman? Pero al final sintió que no le quedaba aliento para hablarlo.
El roce de su barba haciéndole cosquillas en la barbilla.
Dejó que la besara hasta quitarle el sentido.
– Descansa. Mantén la cama tibia para mí, ¿sí?
Eso la hizo reír.
Poco después se quedó profundamente dormida dejándose envolver por el aroma vibrante y sofisticado que él había dejado en estas sábanas.
Stewy volvió a la cama cuando ya amanecía tratando de no hacer mucho ruido y le dio dos besos en la espalda. Lavinia apenas se movió un poco permitiéndole rodear su cintura con sus manos pero no se despertó.
Parecía genuinamente cansada después de dos largos días en este lugar. Pero no quiso pensar en la causa, si había una además de sí mismo, porque la única razón que se le ocurrió resultaba simplemente intolerable.
Cerró los ojos y él también se dejó llevar por el sueño que lo invadía a gran velocidad.
La cocaína hace que el mundo luzca más brillante. Así que algo que es hermoso –una pareja – se volverá más bella, y hará que tengas un mayor deseo. Tal vez no tienes opción.
Hacía horas que no había tomado ninguna droga y aun así Lavinia ejercía ese efecto en él.
Cuando Stewy se levantó ella ya no estaba.
Estiró los brazos para tocarla, sin abrir los ojos, pero solo encontró las sábanas vacías y frías. El aroma de frambuesas de su perfume que se desvanecía en su funda de almohada.
Se cubrió los ojos con una mano. Bien entonces, su aventura de una noche había terminado a primera hora de la mañana sin más ni más, cuando ella se había ido de su cama sin despertarlo.
Le habría ofrecido al menos un expreso y le habría pagado un Uber a donde ella deseara para que no tuviera que dar explicaciones a Frank Vernon si no quería, aunque recordó que ella ya conducía ese coche absolutamente ridículo.
Puede que fuera mejor de esta forma.
Miró la pantalla de su móvil. Tenía dos llamadas perdidas de Sandy pero ni mu de Kendall.
Intentó llamar a su amigo unas cuantas veces pero se encontró con su buzón de voz.
Lavinia encontró desayunando al resto de los Roy.
Por un momento pensó que iba a desdecirse de acompañarla pero Greg la sorprendió contándole que de hecho ya tenía las maletas hechas.
– Toma algo y nos vamos. ¿O has comido en ese pub? – la invitó.
– No, no. De hecho puede que necesite un café – sonrió.
Agradeció que en recepción le hubieran ayudado a recuperar su chaqueta porque así era menos evidente que llevaba el mismo vestido que ayer. Menuda caminata de la vergüenza.
Acarició con el pulgar la pantalla de su móvil que había recuperado de entre las cosas que Stewy había dejado encima de su mesita de noche.
Se había ido antes que acabara por exceder su bienvenida. Habría odiado que la mañana fuera incómoda entre ellos.
De esta forma podría conservar intacto el recuerdo de esa noche.
– Buenos días.
– Buenas – Kendall contestó su saludo pero cuando se fijó en él le pareció pálido como un vampiro.
Frunció el ceño cuando vio a Roman venir hacia ella. Al contrario que su hermano parecía fresco como unas campanillas.
– ¿Cómo ha ido, mm? ¿Eso que llevas debajo es el vestido de ayer?
Oh, vamos.
– ¿Se puede saber qué le dijiste?
– Nada.
– ¿De verdad? – Lavinia no acababa de creérselo y su primo puso cara de niño travieso cosa que empeoró su presentimiento. – Tabitha no dijo lo mismo.
– Bueno, puede que me inventara una historia sobre lo muy a menudo que se la chupas a Frank.
– ¡¿Qué?!
Quiso morirse o matar a su primo.
O las dos cosas.
– Le dije que eras… como la Willa de Frank… pero sin los sentimentalismos raros de Connor por el medio – dejó ir una risita.
– ¡Roman!
Kendall estaba cerca de ellos pero no parecía estar prestando ninguna atención.
Lavinia se pasó una mano por los ojos intentando recordar todas las señales que la deberían haber alertado que él pensaba que ella era una… profesional.
Tuvo un momento de pánico al creer que Stewy pudo haber tenido la idea de ¿pagarla? Pero no, no, no había ningún sobre ni nada raro en la mesita, sólo su móvil, los dos vasos que habían usado y rastros de embalaje del último preservativo.
Stewy había actuado más bien como si… como si ella estuviera desairando a su cliente (¡a Frank! Dios, tendría pesadillas con ello) para pasar esa noche juntos.
Su primer impulso una vez convencida que él no había querido pagar por sexo fue dejar a Roman aquí con esa cara de cretino presumido y salir de esta sala.
Sabía cuál era su habitación. Eran tan fácil como ir… ¿y qué? ¿Aclarárselo? ¿Hacer el ridículo más espantoso de su vida cuando él la mirara como a una loca?
No iban a verse nunca más: a él le daba igual, o peor, eso había sido parte de lo que le ponía cachondo.
Esperaba sinceramente que no.
Pero se iba a Bélgica esta mañana. ¿Qué importancia tenía? No volvería a saber de Stewy Hosseini.
Aunque quisiera, no había ninguna excusa razonable para llamarlo o para volver a verlo.
Cuando se le pasara del todo la neblina post sexo lo vería con mejor claridad.
Dio prisa a su hermano para salir de ese lugar.
– Vamos, prima Vinnie – se burló un poco Roman – no hay de qué. Además, tómatelo como un pago por la vez que nos perdiste a los dos por una playa de Corfú y acabó encontrándonos uno de esos colegas de papa que era más viejo que Tutankamón como cuatro horas después.
– Ni siquiera recuerdo haber estado en Corfú, Roman. Te confundes de persona.
– Que sí, teníamo años y tú me convenciste para escondernos de la niñera.
– No. Eso no ha pasado nunca, no conmigo. Además eres mayor que yo, aunque hubiera estado allí, no podría ser culpa mía que nos perdiéramos en ninguna playa.
Agradeció que pronto Greg pareciera tener más prisa que ella por dejar atrás a Roman y esa conversación entre ambos.
Hasta que por fin llegaron al tren, su hermano estuvo quejándose de lo pequeño que era el coche que había alquilado. Conduciendo hacia Gloucester pasaron por un puente en el que había conos y coches de policía.
– Debe ser por el camarero – le contó casualmente.
– ¿Qué camarero quieres decir?
– El que murió en un accidente de madrugada. ¿No has escuchado la radio esta mañana? Cuando fuiste para el castillo, tuviste que ver todo el lío de policías. – Greg se extrañó – Tampoco te trajiste el equipaje. ¿Dónde estabas?
