"Was it the trick of the light?
Or a shot in the dark?
Was it hell or high water that broke our hearts?
Was it something I said?
Or just a cruel twist of fate […]"
– Hell or High Water (Passenger)
Capítulo 3. El palacio de verano
Con cansancio abrió las maletas que había mandado dejar encima de la cama de su ático en Tribeca, Manhattan. Había tenido un vuelo de mierda y estaba a una llamada de teléfono de Sandy Furness de abrir una ventana y lanzar el aparato a través.
Su chófer le había ido a recoger al aeropuerto, el viaje hasta su piso se había convertido en un atasco interminable y 45 minutos de encierro en un coche.
Kendall les había dejado con el culo al aire y se había escondido como un maldito cobarde. Casi 24 horas después seguía sin responder ninguna de sus llamadas o mensajes…
Estaba convencido que Logan le estaba apretando las tuercas de alguna jodida forma. Pero no se podía creer que Kendall no lo hubiera contactado para al menos explicárselo.
Él mismo le había dicho muchas veces que su amistad y los negocios eran cosas que iban por separado. Pero a estas alturas había esperado algún gesto que lo ayudara a comprender por qué había decidido joderlo todo cuando estaban tan cerca de tener el mundo a sus pies.
– ¿Señor Hosseini, va a comer en casa? – preguntó desde el pasillo una mujer de mediana edad que tenía contratada como empleada del hogar. A veces hacía venir un chef. A diferencia de lo que siempre había visto en casa de sus padres, intentaba no tener a mucha gente de servicio constantemente en su espacio – ¿Desea que le prepare algo?
Stewy le respondió desde la ducha. – En realidad no. Tengo una reunión. Voy a pedirle a Diego que pare en la octava y a comprar pollo frito de camino a la oficina del señor Furness. Llévate la ropa sucia, Lucy, por favor.
El vapor de agua empezaba a caldear el ambiente del baño. Puso la mano debajo del grifo para comprobar que la temperatura fuera aceptable.
Luego se metió bajo el chorro y permitió que el agua caliente cayera por su cabeza, mojando su cabello, resbalando por su piel. Levantó el cuello, dejando que la presión del agua golpease directamente en su cara con los ojos cerrados.
Su mente traicionera empezó a divagar, intentó pensar en su novia, pero fue la imagen de Lavinia la que lo asaltó. Estaban solos en esa suite. En la cama. El pecho de Lavinia subía y bajaba con la misma agitación que el suyo, su cabeza caída hacia atrás casi tocando la cabecera, su cabello esparcido por toda la almohada, sus manos en los músculos de sus brazos. A Stewy le gustó la manera en la que alzaba las caderas para recibirle mientras se hundía en ella.
Sencillamente estaba suspendida en el momento con él, y, cuando Stewy retrocedió un poco, a ambos les faltó el aliento. La sujetó por la cintura atrayéndola hacia si para hacérselo de manera más profunda.
Había sido francamente asombroso. La sincronía perfecta que podrías tener después de meses de conocer a una persona. Sin movimientos incómodos, sin pretextos.
Sabía que sólo tenía que dejarlo correr pero se sentía atascado pensando en círculos en esa mujer (su sonrisa, sus ojos, la curva de sus caderas, la química entre ellos).
Tenía que ser porque era buena en hacer sentir así a los hombres con los que se acostaba. Eran gajes de su oficio (supuso).
Aun así, repasar los detalles de esa noche le iba a costar la cordura por ese camino.
Cuando se había derrumbado momentáneamente sobre ella en aquel colchón se sintió lo más satisfecho que había estado en mucho tiempo, inhalando su aroma, amoldándose a los suaves contornos de su cuerpo.
Basta.
Tenía mucho trabajo, un marrón de la hostia con la adquisición de Waystar Royco para permitirse más preocupaciones.
Había gente que mataría por la vida que llevaba hasta ese momento, sin apegos ni ataduras. Un hombre de negocios centrado en su trabajo con capital-inversión y que había dejado claro en Wall Street y a sus conocidos y allegados que siempre se pondría a sí mismo y a su dinero en primer lugar.
Su padre había desistido de sugerirle que sentara cabeza.
Gastó mucho gel de baño de ese que embriagaba toda la habitación de olor a té y menta fresca. Se enjabonó la cabeza, aclaró. Luego, repitió el mismo proceso en el cuerpo. Cuando estaba muy estresado solía funcionarle hacerse una paja en la ducha, pero no podía pensar más en ella, así que intentó concentrarse en otra cosa.
Una de las fiestas de Rhomboid, cualquier otra cosa.
Acabó frustrado.
Una vez limpio, se secó un poco su cabello natural rizado, y se enrolló la toalla a la cintura. Se fue descalzo al dormitorio.
Tenía una reunión cara a cara con Sandy que podía intuir que no acabaría nunca y luego una cena con Zahra, su novia.
Puede que entonces se le pasara la tontería esta que arrastraba.
Y la creciente mala uva y frustración por la deserción de Kendall.
Aquel era otro jodido tema. Su amistad había caminado por la cuerda floja durante mucho tiempo. Y no estaba seguro que fuera a recuperarse de esto…
Hacía tiempo que se había reconciliado con el hecho que siempre le importaría un poco. Ya no guardaba ningún sentimiento amoroso por Ken, pero eso no quería decir que no le apreciara como una presencia constante en su vida desde que era un crío y que no se sintiera dolido al reconocer que puede que hubieran puesto de facto la última piedra a su amistad, y ahora se estuvieran disponiendo a derribarla hasta los cimientos.
Sí, había aprovechado la oportunidad de entrar en Waystar Royco con esa complicada coalición que eran Sandy y él sin divulgar los detalles. Pero lo había hecho por negocios. Todo se centraba en el dinero. Había avisado a Kendall muchas veces. De saberlo, Ken no habría aceptado a Sandy por miedo a su padre, la oportunidad para el fondo de Furness y para sí mismo se hubiera ido a la mierda y eso significaba que no habría hecho bien su trabajo.
Su amigo sabía quién era y qué hacía Stewy.
Esto suyo sin cogerle el teléfono y desapareciendo como si fuese humo en Inglaterra tenía un rollo distinto. Era un portazo en las narices cuando estaban a punto de ganar de manera definitiva y ser los reyes de Nueva York. ¡Como siempre lo habían planeado desde niños!
Era una deserción sin lógica alguna.
Algo que simplemente no parecía correcto.
A estas alturas, aunque le hubiera jodido vivo, Kendall ya tenía que haberle contactado. Había esperado que lo hiciera aunque la conversación resultante fuera complicada de cojones.
Excepto que ahora mismo sus llamadas iban todas a parar a un buzón de voz.
Lavinia se detuvo con Greg en la playa de Dunkerque una vez ya subidos en su Mini rojo. ¡Qué descanso poder volver a conducir por la derecha!
Su hermano odiaba su preferencia por los coches pequeños casi tanto como necesitaba estirar las piernas si no quería quedar encaramado para siempre dentro de ese pequeño cubículo.
La playa francesa, situada en la zona limítrofe con Bélgica, desaparecía en el horizonte, desde allí donde se la miraban no podían adivinar el final. Demasiado larga pero vacía en esta época del año.
– Hasta 400.000 hombres atrapados en esta playa sin horizonte. ¿Te lo imaginas?
Greg negó con la cabeza. – No, pero he visto la peli, ya sabes…
– Oh, Greg…
– No soy bueno en historia. Sé que tú estás mirando la playa e imaginando todos esos hombres sacrificándose por la libertad y la democracia y sus seres queridos… pero yo sólo veo arena, aunque reconozco que bueno, claro, fueron todos muy valientes, héroes.
Lavinia le miró. – Dime, ¿tienes novia en Nueva York?
– No, no, que va. ¿Y tú? En… en Brujas…
– No. Hubo alguien hace un tiempo pero acabamos muy mal, no soportaba verme feliz sino era pegada a él... y no sé, no sé si me apetece hacer eso nunca más.
Hubo un pequeño silencio solo interrumpido por el sonido de las olas del mar y el graznido de las gaviotas.
– ¿Y en la fiesta? ¿Hubo alguien, verdad?
Lavinia alzó los ojos para mirarle notando como el calor se expandía por sus mejillas.
Entrecerró los ojos.
– Ha sido sólo una aventura de una noche. Ni siquiera intercambiamos teléfonos.
– ¿Por qué?
– Simplemente es como ha pasado. No soy una experta en rollos de una sola noche, Greg, pero es como se supone que funcionan, ¿no? Además, no es como si nos fuéramos a volver a encontrar por el Boulevard de Waterloo o algo así.
Greg sólo movió los hombros hacia arriba como diciendo "No sé". Eso la puso nerviosa y espontáneamente decidió invitarlo a comer a uno de los restaurantes de mejillones de la zona.
Estaban casi en casa, no había prisa por acelerar su llegada.
Había parado en un área de servicio esta mañana y ahora llevaba unos pantalones grises de talle alto, y una chaqueta negra abierta de vestir que dejaba a la vista un top sin mangas de rayas de colores.
Era lo que había llevado en la última cena importante a la que había asistido por su empresa. Pero Greg había bromeado un buen rato con lo que le parecía un "giro de vestuario bastante dramático".
Willa había insistido que se quedara el vestido aunque dudaba que fuera a conservarlo.
Brujas (Brugge en flamenco) era una ciudad de cuento. Los canales serpenteaban a través de la ciudad como un collar de perlas, originando su merecido apodo de "la Venecia del Norte". Con calles de adoquines, arcos de ladrillo, iglesias de piedra y puentes pintorescos, en ella parecía casi imposible tener un mal recuerdo.
Sin embargo, Lavinia sabía bien que en la vida real no todo eran rosas y sonrisas.
Su hermano titubeó varias veces mientras esperaban a su padre en aquella mesa de una cafetería de la plaza mayor.
Era un hombre alto de cabello platinado pero ni mucho menos tan alto como su hijo que había heredado mayormente esa característica del abuelo Ewan.
– Ya viene… – informó discretamente a su hermano cuando vio a su padre a lo lejos.
Liam Hirsch caminó con pasos ligeros hacia ellos. Le miró un momento mientras cruzaba la plaza hasta la terraza donde estaban sentados.
– Hijo.
– Pa… papá – Greg se rascó el cuello incómodo. – ¿Cómo… cómo estás?
– Ya ves – desvió un poco la mirada e intentó sonreír – ¿Explícame, cómo te va la vida?
Greg tragó saliva porque está era la primera vez que veía a su padre en muchos años. Un señor que cruzaba por el lugar saludó afectuosamente a Liam interrumpiéndolos un segundo.
El joven hermano de Lavinia hizo un esfuerzo por recordar que Liam Hirsch era seguramente un buen hombre y un buen vecino en este lugar. Siempre amable con todo el mundo y apenas recién enviudado.
Este hombre acababa de perder quien había sido su pareja los últimos veinte años. Se merecía un poco de su piedad sino su perdón.
Aquí no era el padre ausente ni el mal hombre que había abandonado a Marianne llevándose consigo a su hija mayor, del que su madre todavía hablaba con su terapeuta y sus amistades.
¿De todas maneras cuál era su excusa para ser un padre ausente en lo que se refería a él?
¿De verdad quería saberlo?
Liam debería estar diciéndole que lo sentía, asegurando que haría cualquier cosa para recuperar su relación padre-hijo. No preguntándole tan casualmente por la vida de la que no se había esforzado en formar parte.
– Me va bien – dijo Greg – Ya te deben haber contado que trabajo en Waystar.
– Sí, claro – Liam se sentó poniendo una mano en el hombro a su hijo – Te hemos encontrado a faltar por aquí, chico.
Greg cerró los ojos, intentando recordarse por qué había venido, aunque la respuesta era que por no saber decir que no. Quizás fue un cierto resentimiento lo que le impidió morderse la lengua.
– Ya, bueno… es lejos y ahm no soy yo quien se fue…
Enseguida intentó disimular su incomodidad pero su cabeza dio un pequeño respingo.
Su padre hizo que sí con la barbilla ¡y tuvo la cara de mirar a Lavinia como si esperara que ella lo sacara de ese atolladero!
– Este último año ya estaba muy enfermo pero Roger hablaba siempre de repetir la última visita que hicimos a Canadá. La escapada a los lagos Alberta. ¿Te acuerdas? – medió su hermana.
De hecho hubo una pequeña vacilación en el tono de la chica.
Lavinia sabía que aquella no era su lucha, no le tocaba a ella arreglar su relación. Ella podía haber logrado que Greg viniese pero el resto estaba en manos de su padre.
Greg miró a Liam directamente. – Papá. Lo siento mucho, por Roger. Te acompaño en el sentimiento, de verdad. Era… bueno… era un buen tipo. Estoy seguro.
– Sí – Los ojos de su padre se humedecieron un poco y le tembló la voz. Dio un apretón en la mano a su hijo pequeño – Estaría contento de saber que has venido, muchacho. ¿Te vas a quedar?
– No, no. Sólo quería darte el pésame y acompañarte en el sentimiento ya que no lo supe antes y no pude venir al funeral. Lavinia me ha hecho ver… uhm… lo importante que era para ti y lo siento, quería decírtelo, pero uh voy a tomar un avión esta noche – explicó.
– Claro. Entonces supongo que es un buen momento para contaros mi decisión.
– ¿Cuál decisión? – Lavinia pareció sobresaltada. Algo pasó fugazmente por su mirada, demasiado deprisa para que Greg lo captara.
Joder papá, no hagas esto.
– Hace mucho que con Roger hablábamos de dar la vuelta al mundo con los ahorros que teníamos… – dijo Liam.
Lavinia se había estado repitiendo que esta vez su padre no haría ningún disparate. Pero no era una ingenua.
Se cruzó de brazos y se mordió el labio temiéndose que continuara hablando.
¿Cuán justo era dejar que un hombre que estaba de duelo por la muerte del amor de su vida te sacara de tus casillas?
– Papá, trabajas a media jornada en la radio local… ¿cómo vas a…
Tal vez debería ser un poco más comprensiva.
– Quiero viajar con los ahorros de Roger y lo que me den de vender nuestro piso – Liam miró a su hija – Por suerte tuvimos tiempo de dejarlo todo en orden antes de que la enfermedad se complicara. Quiero cumplir su sueño, nuestro sueño, porque la vida es muy jodida y ya hemos visto que puede acabar en cualquier momento, cuando menos te lo esperas. Voy a irme tan pronto como pueda, he pensado que podría hacer Europa en bicicleta y cuando llegue el verano tomar varios trenes de San Petersburgo a Mongolia. El billete más barato cuesta 350 euros según la web…
Oh, Dios.
Durante la enfermedad de Roger, éste ya había sido quien había tenido que mantener la cabeza puesta sobre los hombros, quien había tenido que ser fuerte por los dos.
Liam Hirsch había estado desconsolado desde el diagnostico.
Egoístamente, la mayor parte del tiempo.
En el fondo Lavinia podía entender que sólo pensase en huir, dar una patada hacia delante a la vida, homenajear a su pareja en los lugares que habían querido visitar juntos, vivir por los dos hasta que tuviera que volver a llorar a casa, olvidar. Sin que le importaran las consecuencias.
Pero era una locura que iba a arruinarle. A dejarle sin sustento cuando ya no pudiera huir más de la pérdida de Roger.
En todo caso ella no iba a animarle.
– ¿Dónde vas a vivir cuando vuelvas?
– Alquilaré. Puede que escriba un par de libros sobre los lugares maravillosos en los que estaré.
Era verdad que Roger y él habían hablado a menudo de viajar cuando el primero se jubilara de dentista y bajara la persiana de la pequeña clínica que había abierto hace una década. Pero Lavinia estaba segura que no habría querido que su pareja hiciese esto en caliente, sin razonar ni aplicar el sentido común.
Siempre había sido bueno conteniendo el carácter más antojadizo e impredecible de su padre.
Los sueños de grandeza que nunca se hacían realidad. Los libros, las acuarelas…
– Fantástico, papá...
– Oh, cariño, ¿estás siendo sarcástica? – le preguntó y luego se giró hacia su hermano – ¿Tú que dices, Greg? ¿Qué te parece?
– Yo no, uhm, no tendría que opinar.
Greg movió la taza de café un poco demasiado nerviosamente y hubo un poco de líquido que acabó en sus pantalones.
Liam dio un suspiro.
Los dos hermanos Hirsch se miraron uno a otro.
– Sé lo que pensáis pero a mí el dinero no me interesa nada – dijo su padre con tono grave – He perdido todo lo que importaba. Antes de Roger no tenía nada mío. Él era mi alma gemela, quien me permitió ser yo mismo después de años escondiéndome. No sabéis lo que eso le hace a un hombre…
Algo oscuro y retorcido en Greg quiso decir: «– Así que no tenías nada tuyo, ¿eh, papá? Que lo has perdido todo. ¡A mí me ignoraste durante toda mi infancia! ¿Y Lavinia? Incluso Lavinia te tiene pena, uhm, porque hasta ella fue más hija de Roger que tuya. Lo lleva escrito en su mirada en este momento, está en tus mismas narices. ¡Ella ha perdido un padre y tú te largas! Otra vez».
En cambio dijo: – Lo siento.
Y pensó que había una parte del discurso de su padre que por patético que sonara conseguía resonar en él. Una de pequeña.
– Lo siento – se disculpó Lavinia cuando se quedaron solos porque su padre entró al establecimiento a pagar y se entretuvo hablando con el propietario. – No podía prever que saldría por estos derroteros… no tan pronto…
– No, está bien. Me ha gustado venir.
Greg caminó con su hermana por las calles mirando los cisnes sobre el agua, los carruajes tirados por caballos para turistas y los primeros narcisos de esa primavera en los parques.
Había algo en lo que seguro que no estaba de acuerdo con su padre.
¡Todo el mundo quería tener dinero para no ser el que estaba allí fuera en la calle peleándose por migajas…!
Su padre insistió en que diera una vuelta con ellos en una vieja barca que tenía en uno de los canales.
En un momento dado Liam le puso una mano en el hombro y le abrazó torpemente.
Durante la vuelta en barca su progenitor se dedicó a explicar lo muy popular que era Brujas en Europa y cuáles eran los lugares favoritos de Roger, aunque fue Lavinia quien se entretuvo a contar detalles de las fachadas de los edificios por los que pasaban o anécdotas de la época en la que se habían construido.
Se notaba que a Vinnie le encantaba el arte y la arquitectura.
No habían llegado al final del itinerario cuando el móvil de Lavinia empezó a sonar con mucha insistencia…
Su hermana no tenía puesto el manos libres pero cuando descolgó pronto escuchó la voz de su abuelo con bastante claridad.
– He sido informado que has estado en la boda de Siobhan – le reprochó Ewan casi antes de un buen día.
– Abuelo – Lavinia se movió en su asiento en el barco claramente incómoda – Fui a buscar a Greg, quería verle. Ya te dije que iba a intentar contactarle.
– Sí, claro – habló entre dientes el anciano Roy – Él también parece mucho más unido a esa familia que a su abuelo últimamente. Que Logan de todo el mundo vea a mis nietos más que yo, a los dos…
Lavinia clavó la mirada en su hermano mientras intentaba capear el regaño de Ewan.
– No digas eso. Apenas me crucé con el tío Logan… Estuve allí, cogí a Greg y me lo traje a Bélgica a visitar a papá. Lo llamé pero al final parecía más fácil ir. Roger ha muerto, te lo conté cuando te llamé para que me dieras el número de Greg. Es una situación difícil.
– Sí, sí, eso ya lo sé – dijo – Pero, ¿y tú? ¿Cuándo vas a visitar a tu abuelo que ya no va a rejuvenecer ni un día, ehm? – fue al grano.
– Bueno, no querría dejar sólo a papá en un momento así – Lavinia intentó parecer convincente. Aunque no estaba demasiado segura de que importara dada la noticia que su padre le había soltado apenas tres cuartos de ahora atrás. – Quizás en verano o navidad podría…
– Ya veo.
– Abuelo…
– A las personas de mi edad nadie les asegura el próximo verano o navidad. Pero si crees que es lo correcto…
Era un poco ridículo, porque siempre que le había llamado, Ewan Roy hacía ese acto suyo de amor duro y de tener decenas de cosas que hacer en el rancho, en vez de estar al teléfono poniéndose al día con su nieta.
Algunas veces había llegado a reprocharle que se tratara de una llamada de larga distancia y que estuviera regalando dinero a las telefónicas…
Sin embargo, ahora actuaba como si le resultara inconcebible que hubiera estado alrededor de la familia de su hermano Logan sin planear visitarle a él.
Eso que ya le había dicho que buscaba contactar con Greg por la muerte de Roger.
Suspiró calladamente y miró las casas y calles que iban pasando a través del canal.
Iba a dimitir de su trabajo si es que no la habían echado ya por irse ese fin de semana por supuesta enfermedad y no cogerles el teléfono en ningún momento.
Tenía varias llamadas perdidas de su jefa que no había contestado.
– ¿Quieres que venga a Canadá?
– Eso debe ser decisión tuya…
– Vale.
– Si es por dinero…
– No, digo que voy a venir, abuelo. Hace ya unos años que no vengo y ya toca, cuenta con ello. Tengo algo ahorrado para el billete…
Stewy observó clínicamente a su novia Zahra mientras ésta le explicaba las últimas novedades sobre el fin de semana que había pasado con sus amigos en Nueva York.
Era objetivamente una preciosidad, tenía el cabello negro, largo y muy suave, los ojos marrones con unas pestañas naturales increíbles y las cejas finas y bien definidas. Era más alta que él. Muy guapa y muy delgada. La piel del color de la miel.
Debía estar demente si en verdad planeaba dejarla.
Técnicamente lo que había hecho ni siquiera era una infidelidad.
Habían dejado claro que en las fiestas de Rhomboid se valía todo.
Las reglas claramente se podían doblar y adaptar un poco para que eso también valiera en una boda a más de 6.000 quilómetros de distancia.
Zahra entendería que la cocaína y la fiesta habían llevado una cosa a la otra y que simplemente había sucedido. Al fin y al cabo ella también funcionaba así. Por eso su relación era tan satisfactoria hasta ahora…
Exceptuando que Stewy había estado peligrosamente sobrio mientras caía en aquella tentación.
Mucho más sobrio que en este momento.
Cuando llegaron a su apartamento se quitó la camisa y besó a la mujer con ganas, llevándola a la cama.
No podía sacarse de la cabeza las imágenes de esa otra chica. Lavinia.
Cuando Zahra se vistió para irse porque mañana los dos trabajaban y la dejó marcharse como hacia la mayoría de noches, supo muy bien que estaba jodido.
El sexo con su novia había sido bueno hasta ese momento, pero en cuanto iniciaron la acción aquella noche la imagen de Zahra no había tardado en desaparecer de entre sus brazos. Al terminar, hacía mucho rato que era la piel de una desconocida la que sentía bajo su cuerpo, su calor, su rostro, su cabello, sus labios… No sabía en qué momento exacto había ocurrido aquello, sólo que en su mente había vuelto a tener sexo con ella, o a hacer el amor. Ni siquiera estaba seguro.
Stewy se dijo crudamente que no se trataba más que de una especie de subidón postcoital que iba a desaparecer con los días, similar a la adrenalina que puede causar el consumo de estimulantes. La excitación cerebral producida por algunos órganos confundidos.
Esa mujer no podía poseer todas las características que su cerebro le atribuía pese a una noche de sexo alucinante. Pero para qué engañarse: la impresión que se había llevado tras follar con ella le estaba volviendo loco.
La cena del día siguiente con Sandy Furness acabó de la forma horrible que había imaginado.
Puede que peor.
Porque hasta el final tuvo cierta esperanza en que Kendall ofrecería al menos una excusa plausible.
Se habría conformado con un pequeño resquicio de plausibilidad.
Llevaba 48 horas repitiéndose a sí mismo que la traición de su amigo era sólo parte del juego. Él conocía bien las jodidas normas.
Había sabido perfectamente que no debía confiar del todo en Kendall en esto. Figurativamente. ¿Cuántas probabilidades reales tenían de joder a su padre sin acabar ellos muertos? Logan Roy siempre sabía cómo salir a flote.
Tendría que haber previsto que Kendall entraría en pánico cuando el puto dinosaurio de Dundee amenazara con tragárselo sin contemplaciones.
Él mismo lo había dicho, sólo un 15% de los hombres disparan cuando el enemigo está desarmado.
Probablemente Logan escupiera sus pequeños huesecitos al acabar mientras se reía de ellos.
Pero Stewy creía merecer al menos una aclaración (una que no lo tomara por imbécil) del por qué Kendall había desistido de un plan que había propuesto él mismo.
Francamente, quería saber qué le había dicho o hecho su padre para convertirlo en esta marioneta andante, ¡el cascarón vacío del Ken con quien dos días antes había planeado asaltar los cielos!
No era sólo su mejor amigo sino también uno de los más antiguos. Kendall podía haberle dado una pequeña explicación a posteriori. Algo con lo que no quedar como un completo idiota delante de Sandy Furness. Algo más genuino que esa sarta de tonterías sobre que el plan de su padre era mejor que iba repitiendo por Nueva York.
Los otros tíos a los que manejaba los fondos se acordarían de esto si no salía bien. Le dejaba expuesto no sólo ante Sandy.
Malditos… mil veces malditos, Roys.
Kendall y él se habían peleado uno con el otro en innumerables ocasiones a lo largo de los años. Hasta habían logrado que follarse el uno al otro (o más bien dejar de hacerlo) no fuera el final de su amistad.
Él había manipulado un poco a Roman para que arrastrara a Ken a Rhomboid cuando había creído que era el momento de contarle que estaba asociado con Sandy. Para ser sincero porque Kendall llevaba días ignorando sus mensajes de texto y no devolviéndole las llamadas después de abstenerse en el voto de no confianza.
Tampoco es que pretendiera o pudiera jugar la carta de la decencia.
No era un secreto que cuando había llegado el momento se había posicionado siempre con sus intereses.
Pero le había hecho una oferta para que pudiera salir de esto más rico y sin el peso de Logan en su espalda. En cambio Ken había preferido sugerirles el puto abrazo del oso.
¿Qué sentido tenía que al final se hubiera acobardado?
El silencio de Kendall después de haber estado a punto de lograr ese maldito home run juntos le había caído como una bomba que lo hacía sentir rabia y también una profunda decepción.
Había participado en el saqueo de decenas de empresas antes.
Pero Waystar era también una oportunidad para destripar al todopoderoso Logan Roy antes que este un día rebanara la carne y sólo dejara los huesos de su hijo favorito. De su amigo.
En el fondo era un maldito blando aunque no quisiera admitirlo…
Y aquí estaba.
Cara a cara con la absoluta ruina de carne y huesos que parecía Kendall Roy en este momento.
Ken estaba más pálido y parecía más pequeño de lo normal. Su mirada, inerte, más fría de lo que recordaba haber visto nunca.
Era un robot, una marioneta rota, no una persona.
Por un instante quiso sacudirlo para lograr una reacción humana. Un "joder, la he cagado".
¿Pero desde cuando en esa familia eran jodidos humanos normales?
Le miró con cuidado, intentando contener el veneno que amenazaba con desbordarse en un torrente de verdades. – Vaya, hola, Kendall…
– Mi padre viene ahora, tenía que hacer una llamada – dijo Kendall desviando la mirada. No quería mirarle a la cara, pues bien, joder, que le dieran.
– ¿Una llamada importante? Una maniobra de lo más ochentera, colega. Qué interesante. ¿Ahora eres su Sherpa? ¿La calavera que cuelga de su cinturón? Me estoy acojonando.
– Ya, bueno…
Vale, eso era increíble.
Joder, ¿por qué demonios no reaccionaba?
– ¿Vienes a decirme "ya, bueno"? ¿Con todo el morro? ¿Tras ignorar todas mis llamadas? No, Ken. Vas a tener que darme algo. Dime qué cojones ha pasado…
– Es que nuestros enfoques eran distintos. No tenemos las mismas ideas después de todo.
– ¿Oh, sí? ¡No me jodas! Eso no me dice nada – se movió porqué ¿qué iba a hacer? – ¿Cómo ha logrado convencerte?
– Me lo he replanteado.
– Te queda el comodín de la amistad, si quieres. Lo sabes, ¿no? – No podía creer que tuviera que decírselo. A estas alturas, después de toda una vida – Aún queda un resquicio de humanidad delante de ti. Puedes contarme lo que sea. Teníamos el mundo entero en nuestras manos y lo has despreciado, tío. ¿Por qué?
– Es que analicé vuestro plan y el de mi padre era mejor.
Que continuará repitiendo aquello era ridículo. Nada lo encolerizó tanto.
Logró hacerle sentir verdadera pena. Tristeza por los restos mutilados de su amistad.
Se acordó del colegio, de su primera borrachera juntos y de una particular cena cuando hacía poco que Rava y él habían adoptado a Sophie. Del nacimiento de Iverson por gestación subrogada.
– ¿Me habías imaginado nunca como padre, Stew? – Kendall sonrió lo más ampliamente que puede que le hubiera visto hacer nunca. Miraba a Rava como si fuera las estrellas y la luna. El amor de su vida. Con la pequeña niña en brazos y el niño en el cochecito.
Recordaba haberse alegrado un montón por él, incluso si en aquel entonces aún le había escocido un poco.
Fue en esos meses que supo que podrían seguir siendo amigos después de todo. Estaba feliz por él. De verdad. Casi orgulloso de su amigo. Francamente dudaba que él mismo pudiera encontrar nunca algo así.
¿Quién diría que al fin y al cabo no sólo era un cabrón egoísta?
– Te estoy viendo ahora. Súper papá Ken.
– No te rías. Voy a ser un buen padre, tío. Esos mocosos te cambian la vida, ya verás cuando te toque.
– Que te den, colega. La vida familiar no está hecha para mí…
– Sht – les riñó Rava pero por una vez no parecía molesta ni tremendamente incomoda con Stewy. Ella también se estaba riendo – ¡Hay niños!
Años después su amigo se presentaría en su piso absolutamente hecho un desastre porque todo se había acabado. Rava había encontrado cocaína en el Ipad de los niños.
– Son mis hijos, Stew, mis hijos. No puede apartarme de ellos...
Intentó consolarlo lo mejor que pudo pero acabó llamando a Roman porque sinceramente él y el tío con que estaba en la cama cuando Ken había tocado el timbre (un abogado de Wall Street con quien honestamente no tenían nada en común fuera del sexo, el capitalismo despiadado y el consumo habitual de cocaína) no eran los indicados para evitar que tuviera una sobredosis con esa mierda.
El silencio inundó la sala. Kendall estaba de pie delante suyo, aún con esa expresión estúpida y murmurando sinsentidos sobre su padre.
¿Tantos años de amistad para esto? ¿Para qué le jodiera con una frase prefabricada como un puto minion de Logan Roy?
Fue un momento agridulce en el que hizo un esfuerzo para no mostrar más emoción que aquella ligera rabia que estaba conteniendo con los dientes apretados porque toda esa verborrea se sentía como el final de una puta era. Por un momento fue el Stewy de 12 años, el de 18. El que una vez había tenido el corazón roto por este hombre.
Luego sólo el de 39 que se había pasado las últimas 48 horas recibiendo llamada tras llamada de Sandy Furness exigiéndole saber qué estaba pasando.
– Vale, que te den por el culo, puto gilipollas, pusilánime, indecente de mierda. Puto malcriado ricachón de los cojones – escupió.
Entonces el móvil de Kendall vibró. El cabronazo de Logan Roy ni siquiera se iba a molestar en aparecer.
Al colgar Kendall puso una cara como de perro apaleado que fue reveladora.
– No puede venir, tiene un asunto más urgente – dijo Ken.
– Oh, ¡¿tiene un asunto más urgente que perder el control de su imperio?!
Stewy se giró hacia la mesa donde los esperaba Sandy porque no podía seguir aguantando este espectáculo patético.
Ken les ofreció un trato. Un puto intercambio de activos para que Logan siguiera al mando. Como si su socio fuera a recular ahora que había visto sangre en el agua como los putos tiburones.
– Si no es así – anunció Ken – Quiere que os diga que de cara al público diremos que estamos valorando la oferta, pero que nos da igual lo que nos ofrezcáis. Jamás lo recomendará a la junta. Os arruinaréis, él se arruinará y no acabará nunca. Quizá lo matéis, pero si no, os matará él. Se arruinará, o irá a la cárcel, pero no le vapuleareis. Acabará con vuestro negocio y, si no funciona, enviara unos matones. Mataran a vuestras mascotas, se follaran a vuestras mujeres y no acabara nunca. Ese es el mensaje.
Puto idiota.
No, no. Quizás el idiota era él. Un idiota y un completo capullo... un capullo realmente grande y sin remedio que estaba lleno de mierda hasta el fondo.
Cuando se levantó de la cama al día siguiente con la cabeza un poco embotada y restos de coca en la mesita de su habitación, y esta vez sí, Zahra desnuda durmiendo a su lado; Sandy Furness ya hacía media hora que lo buscaba.
– No son ni las 7 de la mañana. ¿Dónde vas tan temprano? – le preguntó ella.
– A los medios. Preferiblemente a los de perfil liberal. Sandy quiere lanzar una ofensiva contra el puto Logan Roy y el puto Kendall Roy hasta que claudiquen.
Los amigos de Zahra tenían la coca más pura (y más cara) de la ciudad así que había sido natural llamarla a ella la noche pasada.
Seguramente ese no era un motivo de suficiente peso para recorrer a una novia. Debería haber estado pensando en ella todo el día, lo que fuera.
Hasta un gilipollas como él se daba cuenta que una tía como aquella se merecía algo mejor que su persona.
Lavinia se sentó en el sofá de su casa y miró a su hermano que al final había accedido a quedarse unas horas más en Brujas.
Era un piso alquilado de una habitación, discreto y tocando el río. A dos calles del viejo dúplex de Roger y su padre, que ahora éste último pretendía poner a la venta.
Greg estaba contrariado.
– No lo entiendo.
– Yo tampoco entiendo por qué te parece mal.
– ¿Pero para ir a Canadá puedes tomar otro vuelo, no? Ehm. Quiero decir, ¿por qué hacer una escala de 12 horas en Nueva York?
– Bueno, son 8 horas de viaje y luego casi 2 más. Así al menos la primera parte del vuelo la hago acompañada. ¿Por qué es tan terrible?
– No lo sé.
– ¿No lo sabes? ¡Pero si te has puesto de morros!
– Bueno, es decir… te desvías para nada, no hace falta.
Examinó a su hermano un momento.
Oh, espera.
No jodas.
– ¿No quieres que pise Nueva York? – sonrió tentada a hacerle cosquillas como cuando era pequeño, todo lo alto y bobo que era – ¿Es eso? ¿En serio?
– Bueno, yo ahora me hecho un hueco en Waystar y… y… ehm… soy el primo pobre ¡y raro…! pero tú les caes bien… No he estado viviendo en un hostal todos estos meses para que ahora que tengo un buen sitio, vengas y… y descubran que tienen al Hirsch equivocado…
– Eso son tonterías. No eres el Hirsch equivocado y yo no diría que les caigo bien…
– A Roman.
Ja, seguro.
– Roman es un capullo. ¿No escuchaste lo que dijo? ¡Le dijo a… a ese tío que conocí que hago de puta!
– Ya pero, aun y así… ¿Dónde voy a quedar yo si está la prima guay?
¿Cómo podía tener un hermano tan tozudo?
– ¡Greg! Sólo hago escala, no me quedo a vivir en Nueva York. Iba a buscar una habitación de hotel en el mismo aeropuerto, invitarte a comer cerca. No es como si me tuvieras que enseñar Manhattan o nos fuéramos a encontrar a Siobhan en el MacDonalds en el que estoy más que contenta de comerme una hamburguesa contigo antes de coger el primer avión de Air Canada de la mañana.
– ¿Seguro?
– Seguro, Greg, voy a visitar al abuelo y puede que busque trabajo en el Quebec por una temporada o que regrese para aquí, voy a dar voces por Ámsterdam, aún tengo amigos en esa ciudad. ¡No me voy a quedar en Nueva York…! no sé… ¿quieres que te prometa que no voy a buscar trabajo en la ATN nunca de los jamases? ¿mejor así? Porque bueno no iba a hacerlo igualmente, así que puedes estar tranquilo.
Esta tarde había recibido esa llamada de su jefa de la empresa de catering confirmándole que prescindían de ella. La verdad, mucho mejor así.
De una manera u otra había llegado el momento de intentar sus sueños más allá de esta pequeña ciudad.
Entre poco y mucho estaba la virtud.
Aún tenía la doble nacionalidad canadiense y estadounidense. ¿Pero qué iba a hacer ella en un lugar tan grande y desconocido para sí misma como Nueva York?
– Bueno… ahm…
– ¿No es lo que querías oír?
– Sí, claro, sí – Greg se rascó el cuello. – No te enfadas, ¿verdad?
– No, claro que no, Greg. ¿Pero sabes? Te he echado de menos. Te revoletearía el pelo ahora mismo como cuando eras un crío, si no necesitara una escalera para llegar a tu cabezón, claro. ¡Estate tranquilo! – se rió.
El vuelo fue sobre lo planeado.
Liam Hirsch les despidió en Bruselas.
Pero lo hizo sin preguntar ni una sola vez a Lavinia como lo llevaba.
Su padre actuaba como si fuera el único que estaba de duelo.
Aunque Greg supuso que contaba como gesto de buena voluntad que hubiera sido insistente en que Lavinia debía ir a ver el abuelo y no esperar a que él tuviera el papeleo listo para irse a su aventura en una semana o dos. "Tengo amigos en una pequeña inmobiliaria de Oostende que me van a echar una mano para la venta del piso", le había asegurado quietamente.
"Ve, incluso tú no puedes decir que no al viejo Ewan cuando este llama, ¿mm?", había reiterado cuando pareció que Lavinia iba a hacerse atrás.
La chica dio un abrazo a su padre antes de pasar los controles del aeropuerto pero Greg enseguida la vio arrugar la frente pensativa.
Su hermano le apretó la espalda de forma incomoda.
Al llegar a Nueva York, esperaron que el equipaje saliera por las cintas sin hablar demasiado. Ya se habían pasado el vuelo charlando sobre series favoritas de televisión, comida y otras veleidades como la Liga Canadiense de Hockey Hielo.
Lavinia casi no mencionó a su padre.
En un momento dado Greg dijo algo sobre lo raro que era volver a volar en clase turista después de haber ido con el avión de los Roy. Su hermana le sonrió como si le estuviera hablando en alienígena.
– ¿Tú no has oído hablar del cambio climático, verdad?
– Unas diez mil veces mientras traía en coche al abuelo a Nueva York la última vez.
– Bien – le sonrió.
Encendieron el móvil y entonces sus dos aparatos empezaron a sonar con repetidas notificaciones como si se hubiera acabado el mundo mientras estaban en el aire.
Tenían varias llamadas perdidas de su abuelo Ewan.
A Greg le había estado llamando Marianne.
Su teléfono de última generación sonó estridentemente casi de inmediato.
– ¿Qué pasa? No, mamá – Greg hizo cara de ser un animalillo siendo arrollado por un camión – No puede ser. ¿Quieres decir? El abuelo nunca cogería un avión de poder evitarlo…
– Greg. ¿Todo va bien?
– Es mamá – dijo Greg como única explicación, guiándola hasta salir a la terminal de llegadas una vez que tuvieran las maletas con ellos – Es… tiene que estar bromeando. Ehm, vamos.
– ¿Qué pasa?
– Allí, mira… – señaló un punto hacia la izquierda, donde el pasillo se ensanchaba.
Lavinia miró hacia ese lugar con incredulidad. Había un montón de gente esperando a otros pasajeros, parejas besándose, familias abrazándose, choferes y asistentes trajeados con carteles.
Reconoció un hombre alto y mayor con cara de pocos amigos y aspecto de haber pasado en ese aeropuerto más tiempo del deseado. Llevaba boina, ropa de paseo y tenía el ceño fruncido.
Era más viejo de lo que recordaba.
Ewan había ido a recibirles.
Tenía por supuesto una excusa totalmente creíble para estar en Nueva York.
Excepto si conocías a este hombre y sabías que el 90% de veces ni siquiera asistía a las reuniones de consejo de la empresa de la que tenía algo así como un 1% de participaciones cuando se celebraba una votación importante.
No les había dicho que pensase viajar.
Aunque Lavinia se dio cuenta que ella era la única que había mencionado Canadá todo el rato.
– Ahora le quieren comprar la empresa – murmulló como simple "buenas tardes" a Greg, mientras miraba a Lavinia de pies a cabeza con aire evaluador – Por supuesto. Otras alimañas como él. Unos demonios. He venido a escuchar lo que se supone que Logan tenía que decir a los miembros del consejo al respecto. Están contactando con los accionistas. Patrañas y más patrañas. Como si todo esto no fuera un circo. ¿No vas a abrazarme?
– Abuelo.
– Tú, no, muchacho. Tu hermana. ¿No vas a abrazar a tu abuelo después de todos estos años?
Lavinia apenas reaccionó.
– Ahm, claro. – Le dio un beso en la mejilla – Había comprado el billete a Canadá para mañana. Pensaba que íbamos a pasar unos días en el rancho…
– ¿Quieres ver a los caballos, eh? Siempre te gustaron – le dio dos palmaditas en el brazo, justo cómo solía hacer. Era un hombre poco cariñoso y algo arisco – De hecho esperaba que me llevaras de vuelta por carretera pasado mañana. Tengo asuntos que arreglar antes en la ciudad.
– ¿Por carretera?
Ewan la observó. – Sí, no me gustan los aviones, tu hermano ya lo sabe. Supongo que serás tan amable de dejarnos tu coche, ¿ehm, Greg? Pero dejaros de historias. Esta noche vuestro abuelo quiere llevaros a cenar. Sospecho que me está permitido…
– Claro – dudó Lavinia – Sólo estaba sorprendida. Iba a dormir en un dos estrellas aquí cerca y a volar mañana para verte.
– Yo, de hecho – empezó Greg – Bueno, pensaba pasar por la oficina antes y…
Ewan le lanzó una mirada disconforme.
– De eso precisamente quería hablar contigo. Y espero que tu hermana aquí presente me ayude a hacerte entrar en razón…
No parecía que fuera a darles mucha opción.
En algún lugar Kendall Roy se planteaba si había sido alguna vez el elegido de su padre. El chico número uno. No sabía si Shiv era más inteligente o Roman más valiente pese a sus traumas pero estas últimas semanas había pensado realmente que por fin iba a recuperar el lugar que se le había prometido.
Podría haberlo perdido todo si los canadienses acababan por no quererle de CEO pero se habría sentido bien matar figurativamente a su padre. Ganar por una vez.
Logan parecía despreciar a sus hijos porque él había surgido de la nada y en cambio ellos habían sido unos privilegiados desde la cuna.
Pero ahora él era algo peor. Un asesino. Ese chico en la fiesta había muerto por su culpa y él estaba atrapado en el séptimo círculo del infierno de Dante o lo que era lo mismo bajo el pulgar de su padre.
Lo había mandado al restaurante a encontrarse con Sandy y Stewy como si fuera uno de esos mapaches podridos y de un hedor horrible que alguien había puesto en la chimenea del palacio de verano.
Como aviso o metáfora.
Ewan invitó a sus nietos a cenar a un coreano. Nada demasiado caro ni de moda, pero ¿cuántas veces los había invitado a comer en el pasado de todos modos?
Marianne solía insistir cuando se acercaban fechas señaladas y Ewan prácticamente nunca cedía.
Excepto esa vez del foie gras cuando Lavinia tenía 12 años.
Ewan estuvo casi toda la cena hablando mal de su hermano y aleccionando a Greg sobre los males del capitalismo pero de tanto en tanto lanzaba miradas a su nieta.
– El collar que te regalé. ¿Qué hiciste con él? – dejó ir de repente.
– Lo traigo conmigo, no quería dejarlo en Bélgica si papá vende su piso. El mío es de alquiler así que…
– ¿No lo has vendido?
– Me dijiste que era la joya preferida de la abuela.
Ewan entrecerró los ojos.
– ¿Eso dije? Mmm. Es bueno saber que alguien escucha alguna vez a tu viejo abuelo para variar. Pero deberías usar una caja fuerte. No sé en ese Flandes de nunca jamás pero Norteamérica está llena de ladrones de toda clase… Los tiempos de los gobiernos son muy cortos y los de la delincuencia largos y azarosos – citó.
– Oh, abuelo…
Entonces, aprovechó que Greg fue por segunda vez a hacer pipí (había bebido un montón de gaseosa en el avión) para someter a su nieta a un segundo grado sobre la boda de Siobhan.
Lavinia contestó lo que pudo. Había intentado recuperar tiempo perdido con Greg, se lo habían pasado de manera aceptable, el tío Logan había hecho una espectacular llegada en helicóptero y ¡ah, sí! el jefe de Greg y marido de Shiv era un poco raro pero no estaba segura si absolutamente terrible.
Tampoco es como si Greg le hubiera dado muchos detalles sobre el famoso Tom.
Omitió, bueno, ¡todo lo que una mujer joven omitiría enfrente de su abuelo en esas circunstancias…!
Pero no pudo evitar pensar en el tal Stewy y en cómo la había hecho sentir: débil en las rodillas, pero absolutamente dueña de su propio deseo. Nunca ningún hombre había hecho eso por ella.
Puede que fuera por la libertad de ser sí misma que otras veces no había tenido, o porque era espectacularmente atractivo, por cómo la tocaba o la manera de besarla… Mientras se vestía esa mañana para irse, sintió que quería volver corriendo hasta la cama y hundirse de nuevo en las sábanas con él.
Lo odió un poco por los dos pequeños besos en la parte baja de su cuello, sus manos cálidas alrededor de su cintura cuando se suponía que dormían. Toda esa ternura era innecesaria, casi cruel, cuando el pacto no hablado ni escrito por el que estaban aquí era que tenían esa noche pero no habría más. Sabía que no volvería a verle cuando saliera de esta estancia.
Lavinia se habría quedado abrazándolo, respirándolo, sintiendo cada ángulo de su cuerpo hasta que el sol brillara en el horizonte, el mundo poco a poco volviendo a su cauce. Quería que aquello durara otra hora, otro día y otra noche, otra vida, pero no era posible.
¿Por qué le iba a permitir él fantasear con lo contrario (aunque fuera por el más mínimo instante)?
Suspiró.
No era en aquel hombre en lo que debería estar pensando en este momento.
"Céntrate, Lavinia", razonó.
Estaba contenta de estar cenando con Greg y su abuelo, a pesar de lo extraño que era todo, del jet lag y de que su cabeza no paraba de dar vueltas a otros asuntos (su padre, Roger, su despido, Stewy — Por lo visto su cerebro traidor estaba decidido a que recordara esa noche con colores vivos y brillantes e inmensa claridad cada vez que bajaba la guardia).
Sintió que se abrasaba por dentro y temió haberse sonrojado.
La realidad la golpeó. Las luces, los sonidos del restaurante parecieron volver a despertar a su alrededor.
Después de tanto tiempo debía enfocarse en el reencuentro con el viejo Ewan. Al fin y al cabo, había volado miles de quilómetros para contentar a su octogenario abuelo.
El anciano la miró apenas moderadamente molesto por su silencio.
– Lavinia.
– ¿Sí?
– Creo que estaría bien que te quedaras una temporada.
– ¿En Canadá? – le preguntó. Luego hizo una pequeña pausa y añadió: – Ahora estoy sin trabajo así que he pensado que podría buscar en el Quebec hasta que papá vuelva de su viaje. Quizás podría escaparme a verte de tanto en tanto si estoy en la provincia…
– No digas tonterías – la riñó Ewan Roy – Sigo pensando que tendrías que haber estudiado Historia del Arte y no esa patochada para engañar a bobos. Pero no estoy sugiriendo Canadá. Tu viejo abuelo se espabila solo… En cambio… – suspiró un poco irritado – en cambio tu hermano necesita a alguien aquí que impida que se vaya por el mal camino o que lo empujen más bien…
Lavinia vaciló.
– Greg tiene 27 años y parece contento con su trabajo…
– Eso es exactamente lo que me preocupa. Yo no voy a ayudarte a ti a buscar trabajo, ya eres mayorcita y tampoco entiendo porque no conservas el que ya tenías, pero si igualmente has de buscar algo, ¿por qué no aquí, cerca de tu hermano pequeño? – masculló dando un sorbo de su vaso de agua del grifo y mirándola fijamente. Lavinia tuvo la sensación que estaba juzgando si le defraudaría –… Y cuando digo "cerca" no me refiero ni lo más remotamente a ese agujero de serpientes que es Waystar Royco… Lo que quiero justamente es que tu hermano deje ese sitio lo más pronto posible y he dejado de entretener la fútil idea que vaya a volver a casa, no ahora que hasta le ha dado una tarjeta de crédito para sus gastos a tu madre. Enséñale que hay vida más allá de esa jaula de oro envenenada. Como dicen por ahí, hay muchos Nueva Yorks, alguno será menos malo que el resto. Estoy seguro que una chica espabilada como tú encontrara algo que hacer que tenga que ver con eso a lo que te dedicas y que no avergüence demasiado a sus mayores. Vinnie, ¿puedo confiar que mantendrás un ojo en Greg y le guiaras? – Ewan la cuestionó con una mueca seria.
Luego hizo una pausa y prosiguió: – Eres la hija mayor de Marianne, ¿mm? Como nieta mía tengo que pedirte este favor, no querría, pero tengo que. Ya tendrás tiempo de pasar tiempo en Canadá, más adelante. Al fin y al cabo solo os tengo a vosotros dos y a vuestra madre. Me gustaría que quien herede mi rancho evite que Marianne lo queme hasta los cimientos y ahorre a mis caballos ser vendidos como carne y a mis terneras acabar degolladas en un matadero de la hipervaquería de Ontario. Es solo una parte de mi herencia, y si tu hermano no se comporta aún no descarto dejar una buena porción de mis fondos a los ecologistas y la beneficencia pero… en fin, recuerdo que tú disfrutabas de ese lugar…
Una vez su padre había especulado que el rancho de Ewan estaba valorado en 20 millones de dólares a finales de los noventa.
– Abuelo… uh… no es que importe pero pensé que dijiste que si me iba con papá no iba a… bueno… – empezó a decir entre descolocada e incómoda. Porque, ¿cómo hablar de un tema que los dos habían evitado expresamente durante casi 20 años? Además, no quería que pensara que le importaba más que… bueno… ¡que verle…!.
Se había sentido muy muy diminuta el día que él le había dicho que iba a desheredarla. No porque con 14 años supiera lo que significaba heredar o no una parte de 250 millones de dólares y acciones de un gran conglomerado como Waystar… pero porque en su cabeza había sonado a que de algún modo dejaba de formar parte de la familia… ¡Que por el momento era otra decepción más para su abuelo! Una desilusión.
De pequeña solía adorar a Ewan pese a ser un cascarrabias, al fin y al cabo era su abuelo.
Lo único que había querido aquella vez cuando era adolescente era que mamá dejara de odiarla tanto y que papá no se olvidara de ellos. No había tenido en cuenta que podía perder a Greg y algo parecido al cariño de su abuelo en el proceso…
Durante mucho tiempo había dado por hecho que eso era exactamente lo que había ocurrido.
Lavinia no podía ganar si tenía que escoger entre uno de sus padres porque siempre iba a perder a alguien. Pero irse había parecido la única opción para aprender a aceptar que quizás mamá no la quería realmente y sobrevivir.
Aún se sentía triste y sobrepasada y otras muchas cosas cuando recordaba la voz de Marianne acusándola de haber sido desgraciada por tenerla. Cuando era pequeña solía ir a su dormitorio por las noches a darle un abrazo y siempre la encontraba encogida a un lado de la cama. Leía una revista con gafas y el pelo revuelto y cuando la veía entrar se quedaba mirándole en silencio. "Buenas noches", le decía tensándose mientras su hija la abrazaba torpemente. "¿Dónde está tu padre? ¿No ha llegado, verdad?", le preguntaba a veces. El abrazo que no lo era pesaba tanto como las palabras hirientes de años más tarde. Hubo una época en que Lavinia fingía que todo en casa era normal.
Y pese a todo…
– Uno de mis mejores amigos de hace 50 años es abogado. El viejo Pugh. Otro Roger como tu padrastro. Tu madre quería que lucháramos para que no se te llevaran a Bélgica. Me llamó cada día durante meses. ¿De verdad piensas que hubiera dejado que te fueras con esos dos si no me pareciera como mínimo aceptable? … – Lavinia intentó hablar pero no pudo. Ewan la cortó en seguida –… uno a veces debe crecer lejos. Vuestra relación no era buena para ninguna de las dos… No pude hacerlo mejor con Marianne pero me alegra ver que eres una mujer hecha y derecha. Una a quien se le puede decir que algo vale más de lo que cuesta y realmente lo entiende. Si es que es cierto que aún tienes el collar, eso es. Procura no fallarme ahora.
– Claro que es cierto, abuelo. No te mentiría… – susurró sintiéndose de repente como esa cría adolescente a la que un día había entregado la joya.
Greg volvió en ese preciso momento. Ewan puso la palma de su mano encima de la mesa para que no siguieran con ese tema.
– ¿Todo bien?
– Sí.
– Claro, muchacho. Come, se te va a enfriar.
Esa noche Lavinia se registró en el hotel, entró en la habitación, dejó su bolso en la cama e hizo algo inusual en ella, asaltó el minibar y se puso un whisky en uno de los vasos que había al lado de la televisión.
Ni siquiera esperó a descalzarse para abrir la pequeña botellita con el deseado líquido de color ámbar.
No era su estilo. Eso de beber sola.
Era un poco lo que se diría una bebedora social, bebía en reuniones, fiestas, lo justo, para sentirse menos incomoda.
Había bebido ese cóctel de los Romanov que le había ofrecido Stewy casi de un trago para calmar los nervios en esa fiesta previa a la boda de Shiv. Pero la copa no era muy fuerte no importa qué cara hubiera puesto él.
Se necesitaba bastante más que eso y una copa de champagne para que se le subiera a la cabeza.
Esto era diferente.
Joder.
Su mano tembló una de les veces que vertió el líquido en el vaso. Estaba al borde de las lágrimas.
No lloraba por la Lavinia del presente sino por esa niña que había sido hace media vida. Con 14 años y el peso de creer que al irse estaba decepcionado a todo el mundo. A su abuelo, a Greg, a su madre.
Respiró un poco a la vez que se estiraba en el colchón.
Su abuelo le había dejado tener la ilusión de estar al mando de una decisión tan brutal como aquella.
Pero había sido un engaño.
Sí, había querido escapar de la rabia y la tristeza que le producía el trato de Marianne, aferrarse a su padre, pero si hubiera sabido que Ewan lo aprobaba, no se habría pasado años sintiéndose como una basura por ello…
No se habría sentido como un pequeño monstruo egoísta cada vez que lo llamaba durante los últimos 20 años y era recibida por su tono seco y sus desplantes.
Ni tan mal por pensar que a la larga le iba a agradecer de algún modo que no se deshiciera del collar, quizás devolviéndole su aprobación y afecto, cuando una parte de ella sabía que lo más simple era venderlo y se debatía en hacer precisamente eso.
¡Le habría permitido tener efectivo por unos meses para arriesgar más en sus elecciones profesionales...!
Encendió la tele mientras tomaba el último sorbo de whisky y ¡Dios! ¿no iba tan borracha, verdad?
No tanto como para estar imaginando a Stewy en la pantalla.
Dio un salto dejando torpemente el vaso vacío en la cama, probablemente manchando la sábana, y buscó frenéticamente el mando a distancia por la habitación.
Consiguió subir el volumen, después de batallar con el aparato y soltar un pequeño grito de frustración cuando en vez de conseguirlo cambió de canal un momento.
Mierda, mierda, mierda.
– Lo que digo es que Kendall Roy ya no es relevante.
Leyó el título de la pantalla donde se explicaba que eran imágenes de una entrevista de esta mañana y luego un titular sobre las intenciones de Sandy Furness de tomar la empresa, las promesas a los accionistas, todo ese rollo económico.
Pensó que era eso lo que estaban haciendo en Inglaterra con Kendall. Preparar la toma de Waystar. Obligar a Logan Roy a entregar su cetro.
¿Cómo había llamado su abuelo durante la cena a esos que querían arrancar Waystar de las manos de su hermano Logan? Oh, sí, alimañas, maquinadores, egoístas, obsesionados consigo mismos, peores que una plaga de langostas, teniendo en cuenta que para su abuelo la plaga de langostas era Logan, sin duda.
A su abuelo ni siquiera le caía bien Kendall porque decía que era un niñato desagradecido.
Miró a la pantalla pero apenas pudo dar sentido a lo que Stewy estaba explicando.
Sus ojos se centraron en sus manos.
En su boca, esa maldita boca. "¡Oh, vamos, Lavinia! ¿Qué te pasa?". Aún sentía el nudo en el estómago al pensar en lo que le había hecho con esos labios.
Fue notoriamente consciente que necesitaría de toda su fuerza de voluntad para enterrar bien hondo en su subconsciente lo que había ocurrido con ese hombre.
"¡Déjate de tonterías!", se reprochó a sí misma.
Sin embargo, cuando más tarde descubrió que no podía conciliar el sueño, cerró los ojos e intentó recordar la forma de su cuerpo contra el suyo.
El recuerdo de su respiración pausada en su cuello al final de la noche.
Siempre había dicho que era injusto que se pensara que porque una chica tenía sexo con alguien tenía que engancharse emocionalmente a esa persona.
No funcionaba así.
Puede que no hubiera tenido muchas aventuras pero incluso ella tenía el mínimo sentido común para saber cuándo no pillarse.
¿Qué coño le pasaba?
Había sido una cosa de una noche. Sin condiciones.
Ella lo había sabido en todo momento.
Al levantarse esa mañana en Nueva York, Lavinia se sintió como si un puto tanque le hubiera pasado por encima durante la toma de alguna ciudad. Su boca era como de papel de lija y su cabeza dolía como si hubiera algo perforando su cerebro.
Tardó unos segundos en recordar por qué estaba durmiendo en una cama desconocida, mientras movía los brazos y luchaba por abrir los ojos. Las cortinas estaban corridas pero las luces y la televisión seguían encendidas. El chip chip de la lluvia que comenzaba a caer golpeaba contra la ventana y el ruido de un aspirador era una molesta constantes en el corredor. Voces de una pareja de mujeres riéndose en la otra habitación.
Los muebles de cerezo de la habitación eran los propios de un hotel corriente.
Una cadena de hoteles con un edificio insulso a tiro de piedra del aeropuerto. Un lugar nada presuntuoso. Pero limpio. Correcto. Con las paredes grises y grandes ventanales en la recepción.
Una alfombra verde sospechosa de contener todos los ácaros de la ciudad en el pasillo y en el suelo de las habitaciones.
Apretó su cabeza contra la almohada para que la cabeza no le explotara pero no logró amortiguar todo el sonido.
Lavinia Helen Hirsch se prometió que no volvería a beber nunca más, como cuando era una estudiante haciendo estupideces en Ámsterdam.
Mientras desayunaba buscó a Tabitha en Twitter.
Si tenía que encontrar trabajo en Nuevo York tendría que conseguir contactos de algún lado. Técnicamente eso no iba en contra de las instrucciones de Ewan.
Tabitha era la novia de Roman pero también había parecido conocer a mucha gente fuera del círculo de los Roy.
Podía simplemente empezar a enviar currículos y esperar, pero no había manera que pudiera mantenerse en esta ciudad más de un par de semanas si no encontraba pronto empleo.
Tenía que intentar quedar con ella antes de ese viaje por carretera de ida y vuelta al rancho de su abuelo. ¡Que por cierto, de lo de la vuelta, Greg aún no tenía ni idea!
Excepto que suponía que esperaba que le devolviera el coche antes de supuestamente volar de vuelta a Europa.
Su hermano la mataría.
