"Every time you come around, you know I can't say no
Every time the sun goes down, I let you take control […]
Yeah, I was lookin' for a way out, now I can't escape
Nothin' happens after two, it's true, it's true
My bad habits lead to you [...]"
– Bad Habits (Ed Sheeran)
Capítulo 6. La habitación del pánico
Ella desvió la mirada hacia la calle. – No puedo estar mucho más, no quiero quedarme fuera – se disculpó.
– Estamos en contacto entonces.
La observó irse, admirando su cuerpo perfecto, reimaginándolo bajo su abrigo. Tenía un culo bonito, unas curvas hipnóticas. Pero ahora mismo no era sólo eso lo que le ponía caliente, ni tan siquiera se acercaba.
Le gustaba su cuerpo pero sobre todo la forma en que se reía, la forma en que le miraba cuando se dirigía a ella, o como los silencios resultaban cómodos entre los dos.
Seguía esperando que algo desaprobara esa realidad. Pero no. Un solo contacto con ella y los peores temores seguían confirmándose: deseaba a esta mujer.
No, era más que eso.
Había encontrado atractivas antes a muchas personas, pero pocas veces se había visto pensando reiteradamente en una cuando debía concentrarse en el trabajo. Menos tratándose de alguien que en realidad acababa de aparecer en su vida.
Quería volver a pasar una noche con ella, conocerla sin más equívocos o double-entendres. Aunque en este caso eso podía venir con el añadido de conocer más jodidas partes de esa familia.
Había tenido suficiente para toda una vida.
No era algo bueno.
Viéndola alejarse, subir las escaleras de la entrada del edificio de ladrillo, apoyado en su Bentley con las manos metidas en los bolsillos como si todo estuviera bien con el mundo, tuvo que contener el necio impulso de ir tras ella, sostenerla y besarla hasta cansarse. ¿Qué narices…?
Stewy estuvo todo el día revisando clips de las noticias en Internet. Waystar era un puto show. Un espectáculo triste.
Empezó a impacientarse hacia las 4 cuando ella no le había mandado ningún mensaje. A las 5 Stewy frunció el ceño y echó un nuevo vistazo al reloj del despacho de Sandi, cada vez más convencido de que Lavinia Hirsch iba a dejarle plantado.
La decepción que sintió lo aturdió.
No estaba acostumbrado a que le hicieran el vacío después de proponer una cita y recibir un sí, y no estaba muy seguro de cómo reaccionar. Había sido rechazado en alguna que otra ocasión y no le había importado mucho. El mar estaba lleno de peces y otras especies o lo que se fuera que se dijese en esos casos. Era solo que le gustaría preguntarle qué había hecho para merecer ese silencio.
Podría haberle dicho que no quería cenar con él. Se hubiera tragado su orgullo. Hasta quizás le hubiera sonreído como un tonto mientras se iba.
No hay para tanto. Era una mala idea desde el principio.
Ella tiene todo el derecho a pasar de ti, Hosseini.
Sandi le miró con recelo, parecía disgustada.
– Algo me huele mal – dijo cogiendo la taza de café que tenía sobre la mesa, tratando de leer su expresión – ¿Estás bien? Te veo distraído.
– Sí, claro. Es solo que tengo un millón de cosas en la cabeza – meneó la cabeza y se reclinó atrás en la silla. Necesitaba concentrarse. – ¿Por dónde íbamos?
– Los Pierce – señaló el iPad – Ese es un problema. Lo de hoy no, eso nos puede ir a favor.
Stewy arqueó las cejas: – No es algo que vaya a emocionar a los accionistas mayoritarios desde luego...
Por supuesto, que los empleados de la ATN se suicidaran, qué mejor ayuda para hacerse con Waystar Royco. Sandi debió ver su expresión porque tosió un poco y añadió:
– Claro que es un acontecimiento dramático. Estamos apenados que haya sucedido pero es otra muestra que la empresa agoniza con Logan Roy al mando.
– Por supuesto. ¿Qué hay de la reunión con el tipo norirlandés?
– Bueno, hemos hablado con su gente. Lo ideal sería ir a Belfast porque tiene el 4%, pero mi padre aún no tiene permiso de los médicos para viajar. Le están haciendo pruebas para lo suyo – dijo tensa – Podrías ir tú, podría acompañarte yo. Vamos a ir hablándolo los próximos días. Lo mismo respecto a Caroline Collingwood, la ex de Logan, pero con ella podemos hablar por teléfono.
– Vale, entonces empecemos a planear el puto siguiente paso.
– Mi padre y tú tenéis un almuerzo mañana con nuestro banquero. Está fijado a las doce en el Eleven Madison Park.
– Esta vez no vamos a cancelarlo, ¿verdad? – El viejo Sandy había estado encontrándose indispuesto. Físicamente estaba bien o al menos lo parecía pero había sufrido varios episodios de dolor opresivo en el pecho con dificultad respiratoria y hemoptisis. Verlo toser sangre había sido la hostia de desagradable y también muy informativo.
Cualquier día él mismo empezaría a creer que se trataba de sífilis en vez de bronquitis crónica.
Joder.
– Hemos cancelado las tres últimas citas. No podéis faltar. Gartner es un ególatra. Si fallamos, podría ponernos problemas.
– Bien entonces veré a tu padre mañana.
– Oh, pensaba que podías esperar. Está reunido con otro asunto pero quería reunirse contigo esta tarde.
Stewy se puso a dar un vistazo al móvil para hojear el calendario. Había resuelto sus otros asuntos por el día confiando en tener tiempo de pasar por casa a ducharse y arreglarse antes de la cena. Los Furness lo tenían aquí todo los días.
Empezaba a parecer que no tenía oficina propia.
– ¿Tienes tiempo? – insistió la mujer rubia – Hay esos informes de N&L Detectives por revisar. Hemos pedido a nuestra gente que nos haga un resumen y papá quería comentarlos contigo.
Cómo olvidar a los tipos que Furness había contratado para olfatear la mierda de Logan Roy. Cómo si no la tuviera escondida en alguna caja fuerte de vibranio o debajo de los restos zombis de algún idiota que le había querido tocar las narices antes que ellos.
Genial.
– ¿No podemos dejarlo para mañana? Mantenemos una reunión casi diaria antes de la hora del almuerzo.
– Normalmente estás interesado.
– Sí, lo estoy. Es que esperaba no tener que cenar con Logan Roy atragantado en la garganta por un día. En especial si mañana vuelvo por la mañana y almorzamos con Gartner al mediodía. Pero vale, me quedo – aceptó alzando las manos al aire.
– Fantástico.
Entonces Stewy relajó los hombros y miró a su móvil.
En aquel momento vio que al fin había recibido su mensaje.
"Por favor, perdóname por escribirte tan tarde. He tenido un día muy complicado. ¿El plan sigue en pie? L xxx", le había escrito.
Tamborileó con los dedos contra el brazo de la silla consciente de que estaba sonriendo, aliviado y avergonzado al mismo tiempo.
¡Dios, eres un auténtico imbécil!
Sandi lo observó con los ojos entrecerrados.
– Vale. Bueno, si hemos acabado voy a pedir otro café a tu asistente mientras espero a tu padre. ¿Es todo? – Stewy cortó el momento por lo sano, ignorando su mirada.
Stewy llegó con el tiempo justo al restaurante. Había llamado al mediodía, horas antes de recibir su mensaje confirmándole que la cita seguía adelante, para reservar una mesa en un rincón tranquilo donde les molestaran el mínimo posible.
Pretendía tener a Lavinia sólo para él durante la cena.
No, preferiblemente toda la noche.
Lo primero era al menos asumir la verdad consigo mismo. Sabía cómo la quería, cuándo y dónde. Si pensaba con la polla como el capullo egoísta que se decía que era, la quería en su cama, entregada a él hasta la médula. Deseaba follarla despacio hasta que despacio no fuera suficiente para ninguno de los dos. Embistiendo y aspirando el olor de su piel y el del maldito sexo. Pero en este instante, oírla reír durante una cena… mierda, ¡también le apetecía como el demonio…!
Se cuestionó si estaba preparado para eso.
Lavinia no sólo era una mujer guapa, era lista, imprevisible, divertida y tenía algo tierno. Cualquier tío se daría con un canto en los dientes por ella.
… qué cagada.
El local era un lugar tranquilo y elegante, situado en un chaflán con vidrieras a la calle. La decoración minimalista con sillones de cuero de diseño y la suave melodía de un piano.
El comedor estaba tenuemente iluminado. Entregó su abrigo al maître, encargado de recibirlo y acompañarlo hasta la mesa que había reservado.
Había intentado cumplir con la condición de ella sobre el precio del restaurante pero no sin indecisión. Conocía antros con auténticas delicatesen de esos que se abrían en zonas como Brooklyn que seguramente disfrutarían. Pero eran bulliciosos y populares, y dado su historial con ella como descubrir durante una noche en Rhomboid que no solo no era escort sino la prima de Kendall, le apetecía que conversasen.
Quería conocer quién era Lavinia más allá de la chica europea misteriosa de la boda de Shiv o la prima Vinnie de su memoria borrosa.
Se preguntaba si ahora que tenían las cartas sobre la mesa, ella pasaría a mirarle como el enemigo de su tío abuelo o bien el terrible vampiro capitalista que decía odiar su abuelo y al que ella más o menos veladamente ya se había referido, o seguiría dándole la oportunidad de ser sólo ese tipo de Nueva York con el que compartía una conexión obvia y una atracción sexual que, desde luego, él hacia tiempo que no experimentaba.
– Gracias – dijo al maître entregándole un billete en mano. Se sentó mirando hacia la entrada y pidió un gin-tónic. Cuando llegó la bebida tomó un sorbo y vio llegar a Lavinia entre atribulada y embelesada, con el abrigo en las manos.
El mozo se acercó, dejando la carta de vinos y el menú.
– Oh, Stewy. Discúlpame. Lamento mucho llegar tarde – dijo al acercarse a la mesa – Ha sido un día muy raro.
Stewy habría sonreído si hubiera podido hacerlo. En cambio, verla fue como recibir un puñetazo en la boca del estómago.
El pelo castaño caía más allá de sus hombros y el vestido negro que llevaba era absurdamente comedido pero abrazaba una figura que conocía demasiado bien como para que no fuera una distracción.
– No te preocupes, no llegas tarde – replicó Stewy, al tiempo que se ponía de pie y le daba a Lavinia un beso en la mejilla. La piel de su brazo estaba erizada y fría. Se alejó lentamente y le preguntó: – ¿Estás bien?
– Sí – sonrió, recuperando el aliento – Es solo que llevo corriendo todo el día. Pedí salir del trabajo un par de horas esta mañana y he tenido que recuperar todo el tiempo perdido porque tenía que presentar una serie de documentos en la reunión de esta tarde, – y después como si acabara de leer sus pensamientos, ¡como no había hecho la conexión antes!: – Supongo que has visto las noticias. Fui a almorzar con Greg cuando pudieron salir. Cuando me envió el primer mensaje, pensaban que había alguien disparando dentro. Estaban asustados.
Waystar.
Era evidente cómo de preocupada había estado por su hermano en la mañana y lo estresada que había pasado la tarde para ponerse al día y llegar primero a la reunión y, después, aquí al restaurante.
Le tomó ambas manos: – Relájate. Estás tan tensa como una cuerda de arco. ¿Te apetece una copa de vino blanco? Puedo recomendarte uno que te gustara si te van los vinos con notas frutales –.
– Por favor – le sonrió.
Un camarero distinto al que había visto hasta entonces le apartó a ella la silla para que pudiese sentarse y se llevó su abrigo con gesto educado.
Ambos tomaron asiento.
Un instante después el maître le sirvió la copa de vino que había pedido Stewy y también se marchó.
Por fin estaban solos. Ella reforzó su sonrisa y la luz de una pequeña vela que había en la mesa iluminó sus ojos con chispas doradas.
– Lo siento. Por las pintas, la falta de aliento… Llevo corriendo toda la tarde para poder llegar…
Apenas había tenido tiempo para darse una ducha, ya no digamos para encontrar algo qué ponerse.
– No, deja de disculparte – repuso él mirándola, y luego para animarla añadió con una sonrisa: – Creo que tu vestido es sensacional. Estás maravillosa.
Era jodidamente cierto. Estaba preciosa.
Sus labios pintados de carmín temblaron al sonreírle. Vio anhelo y algo de incredulidad en ellos y se dio cuenta que por fin había empezado a relajarse un poco.
– Me temo que éste ha sido un cumplido provocado – admitió Lavinia con una sonrisa avergonzada – Pero gracias de todas formas. Tú también estás sensacional.
– Oh, sí. Mi traje espacial – hizo broma ligeramente sarcástico. Él vestía un traje gris de muy buen corte que probablemente costaba más que el alquiler de medio año de su apartamento. Llevaba un polo negro debajo la americana que no era tan formal como una camisa pero le quedaba igual de elegante.
Lavinia pasó un dedo por el borde de la copa y lo miró concentrada: – ¿Cómo ha ido tu día? Háblame de ti. Quiero decir… – se mordió el labio, sonriendo – las cosas que puedas contar sin tener que lanzarme al río Hudson. ¿Cómo es la vida en Wall Street?
Fijó la mirada en los ojos de Stewy, que le levantó las cejas con una sonrisa. – Ese es un punto que aún tengo un poco borroso en el coco, ¿qué coño decirte sin un abogado presente, ehm? Puedo hablarte de Wall Street, ese interesante mundo donde el gato gordo sigue comiendo ratoncillos sin explotar… ¡estoy totalmente a favor del puto gato!. Pero luego claro está mi gran proyecto con Sandy Furness, del que no te puedo contar mucho, excepto que veo demasiado a ese hombre para que sea algo sano… – admitió – ... soy Han Solo contra el Imperio Galáctico...
– Uh, no.
– ¿No?
– Eres Boba Fett.
– Me ofendes – dijo él y se llevó la mano al corazón dramáticamente –.
– No, en serio. Es que quiero saber más de ti. Es decir sé que te dedicas a los fondos de capital privado, lo que sea que signifique eso – dijo con sus ojos marrones cálidos – Que te graduaste en Harvard, pero creo que te he explicado más cosas sobre mí que al revés.
– Si por explicado quieres decir soltar una bomba nuclear en mi cabeza en la forma del primo Greg…
Bajó la cabeza riendo con un mechón de pelo sobre la cara. – Siento eso de verdad, no fue mi intención.
Stewy se encogió de hombros con una floritura, hizo una mueca, y se inclinó en la mesa. – Me está bien empleado por dar credibilidad a Roman.
– Es un pequeño cabrón.
– ¿Seguís siendo uña y carne?
Ella pareció extrañada.
– ¿Con Roman? ¿Perdona? – rió estupefacta – No sé de qué me hablas.
– Erais bastante cercanos de pequeños.
Tuvo que rebobinar lo que decía Stewy en su cabeza para estar segura que lo había entendido bien.
Sus recuerdos de la infancia eran demasiado borrosos. Sí, recordaba las fiestas sociales con los Roy como si tuvieran la textura de una nube lejana, pero sobre todo lo que vino después, la ausencia de su padre, los silencios y también lo hiriente de las palabras de su madre.
– ¿Cómo sabes tú…?
– Estaba ahí. Una vez – recordó a Logan definiendo esa insana amistad con el jodido Kendall, y dijo instintivamente: – Soy el amigo de borracheras del colegio de tu primo el Principito después de todo...
La voz pareció cargar la frase de algo más.
Lavinia notó en su mirada una especie de aprensión que no supo interpretar.
Stewy no quería realmente que hablaran de los Roy. Su día era mejor cuando se olvidaba de ese circo. Le apetecía saber quién era ella fuera de ese vórtice que avanzaba con la fuerza de un castigo apocalíptico, si es que eso era posible.
Quizás hasta había esperanza para que alguien lo suficientemente incontaminado como ella escapara de la fuerza de atracción de aquel puto agujero negro...
El camarero llegó antes que Lavinia pudiera decir algo. Estudiaron la carta unos minutos y pidieron. Después volvieron a estar solos. Lavinia lo observó.
Quería preguntarle por lo que había sucedido con Kendall después de la boda de Shiv, pero algo en Stewy la refrenó.
No necesitaba conocer todos sus secretos pero tenia curiosidad.
Se dijo que le gustaba, pero sus sentimientos eran provocados por el sexo y esa pose suya suave y compuesta, hormonas, un conjunto de reacciones químicas que no podía controlar, en lugar de por algo genuino que tuviera fundamentalmente que ver con quienes eran como personas.
¿Pero quien era Stewy? A ella le parecía un tío capaz, brillante. Quizás algo engreído pero directo, asertivo.
Una relación no era algo factible entre ellos, ni siquiera algo que quisiese, y aun así…
De repente ella volvía a estar nerviosa. Se sintió como en el mito de Sísifo cayendo una y otra vez en su sonrisa.
– No te recuerdo en absoluto.
– No, yo apenas tampoco, la verdad. ¿Cómo eras de niña?
– Bastante curiosa pero queda claro que muy poco observadora… – apuntó. ¿Cómo podía haberse cruzado ya con él y no recordarlo? – Supongo que no se me permitía ser lo suficiente traviesa en casa y era emocionante cuando íbamos a esas mansiones con esos jardines, niñeras a las que hacer trastadas y juguetes para aburrir...
Había venido aquí con la esperanza de desengancharse de este hombre. ¿Pero como iba a hacerlo si le sonreía como si estuviera fascinado por ella y su perorata idiota?
Si había algo de verdad en cuanto a los amores de Lavinia era que había sido una chica con poca suerte con los hombres.
Esta vez solo quería cerciorarse de que él no era tan distinto a cualquier otro que hubiera conocido, confirmar que su fuerte conexión se basaba en una idea ficticia de esa primera noche.
Tenía que tener defectos que hicieran que le gustara menos.
Aunque no estaba segura que hoy fuera a encontrarlos.
Lavinia ladeó un poco la cabeza.
–... pero créeme, actualmente no tengo ninguna relación con mis primos aparte de intentar que Greg no se meta en líos...
Stewy asintió. Hubo un pequeño silencio.
– Eso suena genial. Porque ahora mismo soy el puto enemigo, vamos a la guerra con todo Lavinia – dijo.
Lavinia estaba convencida que ese asunto le era indiferente.
Le daba completamente igual Waystar Royco.
Greg era apenas asistente ejecutivo en la ATN. Ella ni siquiera cruzaba por esa acera excepto por el susto de hoy.
No estaba segura de cual era la verdadera postura de su abuelo.
Su problema era otro. Uno de ridículo pero suyo de todos modos. ¿Qué te pasa? ¿Quieres encariñarte de alguien con quien no tienes futuro, sólo porque adoras su presencia y el sexo?
Era una receta para el desastre.
– ¿Cómo encontraste dónde estaba la residencia donde me alojo?
– Me diste prácticamente todas las pistas y que estabas en Chelsea.
– Ya.
Stewy la miró preocupado por su gesto serio. – Quería encontrarte y supongo… supongo que pensé que querías que te encontrara. ¿Fue un error?
– No, no – Lavinia se resistió un poco al decir aquello – En absoluto. Me alegro que lo hicieras.
Estaba aquí diciéndole la verdad y eso lo hacía mucho peor...
Su parte más racional le gritó que se quedase callada. Porque luego cada vez que él añadía la frase adecuada o sonreía de una determinada manera, le gustaba más. ¿Estás tonta? ¿Qué narices te está pasando?
¡A ver, has venido a la cita y pareces boba…!
Stewy la miró y colocó la mano sobre la suya a través de la mesa. Y otra vez, sintió esas mariposas. El estómago dándole un vuelco cuando le sonrió antes de apartar sus dedos largos de su piel y atender un momento su móvil.
Era un mensaje que le sacó una mueca. Por la concentración con la que contestó, Lavinia pensó que era de trabajo. Aunque a estas horas es más seguro que sea su novia. Los celos le mordieron por dentro.
– ¿Todo bien?
– Sí – masculló. Y entonces: – Es mi padre. Nada que no pueda esperar unas horas. Quiere asegurarse que voy a pasar por casa antes que mi madre pida que me pongan en busca y captura. Llevo semanas sin ir. Normalmente intento que no pase tanto tiempo como esta vez, tendré que compensárselo de algún modo...
– Eso es dulce, en realidad – sonrió. – ¿Viven lejos?
Él chasqueó la lengua.
– En Manhattan.
– Oux.
– Soy un hijo horrible. No me mires así… Menos mal que mis hermanos son mejores que yo en eso de pasar por casa y le han dado nietos a los que consentir… en vez de disgustos...
Tenían que tener mucho dinero. Por supuesto no como los Roy, pero el suficiente para tener un hijo en Buckley y Harvard, y metido en el entorno de Kendall Roy en general, pero en ese momento su familia sonó tan corriente, que le pareció casi algo extraordinario.
Le pasaba también a veces cuando Monique hablaba de sus padres pero sobretodo cuando el tema era su madre. Cariñosa, con la lengua avispada y algo excéntrica, pero orgullosa de su hija. Era un concepto completamente alienígena para ella.
Titubeó pero puso su mejor cara. – ¡Ve a verla, no te hagas de rogar!
Sus nervios disminuyeron pero no consiguieron disipar esa sensación de vértigo cuando se miraban. La conversación fluyó porque escucharle era fácil, se sentía natural.
Lavinia levantó el tenedor y empezó con su ensalada de queso de cabra. Él probó su tartar de atún rojo. Estuvieron en silencio unos minutos, mientras comían.
– Dime, Vinnie, ¿te está gustando la cena? –preguntó él en tono de broma.
Su nombre de la infancia sonó raro en sus labios y eso la sobresaltó. No pudo resistir la tentación de reprenderlo un poco: – ¿Vinnie? ¿En serio?
– La verdad es que yo también prefiero Lavinia – dijo Stewy, con una sonrisa.
Le encantaba decir su nombre completo. El sonido de la l y la v, pero sobre todo la manera como ella le miraba en respuesta.
Vinnie no sonaba igual de bien.
– Por cierto que he intentado cumplir con sus requisitos señorita Hirsch pero… – alzó una ceja estudiando su reacción.
Lo había visto al mirar la carta. No era extremadamente caro pero tampoco nada barato. Suponía que el límite para Stewy estaba en si alguien había tenido nunca que vender su cuerpo a la ciencia para pagar la cuenta o sólo un riñón.
Decidió no ser mala con él.
Era un lugar verdaderamente bonito y todo estaba exquisito.
– Me gusta mucho.
– ¿Cómo te va a ti en el trabajo? ¿De qué va todo ese rollo del arte que dijiste?
– Mis jefas compran arte a artistas jóvenes y las venden a inversores. Les dan un sitio en galerías, colecciones privadas… – apretó sus labios. Qué fuera lo que Dios quisiera – la empresa se llama Dust.
– Me suena…
– Me temía que fuera así.
Stewy abrió los ojos con la realización. – Lavinia… ¿cómo?
– Tabitha lo sugirió y no tienen ni idea que tengo algo que ver con Kendall.
– Eso suena como una idea terrible.
– Lo sé... – admitió ella.
Él se rió y añadió con una expresión un poco malvada. – Dime que vas a poder salvarles el culo…
– Más o menos... creo que sí...– contestó, sonriendo – no me atrevería a decir que es solo merito mío, pero ahora mismo hay muchas posibilidades que salgan adelante, sí...
– Me encanta. Es decir, su modelo de negocio me parece limitado, por no decir nulo de interés para el capital privado si se trata de los garabatos de unos estudiantes y no del puto Banksy – rodó la vista – Parten con cero capital propio y una dura competencia. Galerías, mecenas… Yo no lo veo, pero espero que vendan los jodidos cuadros hasta en marte. ¡Qué le den a Ken...!
– Eres muy duro sobre Dust... – con Kendall la verdad no lo sabía – y no son sólo cuadros... – éste era él en su pose de inversor y, dios, le gustaba aún más.
– ¿Acaso es una organización no lucrativa?
– Sabes que no. Eres un capitalista recalcitrante, ¿ehm?
Él chasqueó la lengua.
Ella se rió. En ese momento él habría pagado cientos de miles de dólares por oírla reír lo bastante frecuentemente para familiarizarse con ese sonido. Quizás, a diario: mañana, tarde y noche.
Porque querer perder dinero es algo que tú harías de gusto, Hosseini.
Qué puto miedo.
– No lo decía como crítica a tu trabajo. De hecho, ¿sabes en lo que sí que creo que hay recorrido para invertir? En las relaciones públicas. Algún día podrías montar tu empresa…
– Oh, sí, claro...
El tiempo pasó muy deprisa mientras hablaban. La conversación fluía con naturalidad y las risas se repetían.
Tomaron café, pero antes él quiso postre y luego insistió en compartirlo. – ¿Cómo no vas a pedir postre? – le preguntó casi como acabara de agraviarlo gravemente.
Ella pensó en besarlo. Sólo un beso tonto. La expresión de él le hizo sospechar que su pensamiento iba por el mismo camino.
Cuando terminaron de cenar, Stewy preguntó: – ¿Nos vamos?
Lavinia supo lo que quería decir con esa pregunta. No se refería sólo a salir del restaurante. Le estaba preguntando si quería irse a casa con él.
Ella intentó brevemente recordar todas las razones por las que debería negarse.
– Sí – dijo.
Lo deseaba.
–¿Me permites pagar?
–Puedo darte mi parte…
–Insisto.
Suspiró, dejándole ganar también esa pequeña batalla.
Quizás esos 180 dólares por cabeza fueran calderilla para él, pero suponían una enorme fortuna para ella. La próxima vez no podría dejarle pagar. ¿La próxima…? Bien, Lavinia, ahora estás empezando a desvariar...
Después, él la ayudó con el abrigo y la tomó de la mano, salieron del local y llamó a su chófer.
–Lavinia…
Stewy la miró al llegar a la calle. La cogió de la cintura y respiró en su nuca.
Luego, le puso las manos en las mejillas, se inclinó y la besó.
Primero sintió el roce de sus labios. Su aliento dulce como el helado de chocolate que había insistido en comer, intenso como el café que habían tomado después.
Era una noche fría y despejada.
Lavinia suspiró y entreabrió los labios, saboreando su boca como él saboreaba la de ella.
Se sintió como una mujer colgando del precipicio y, antes de que se diera cuenta, ya estaban en la parte de detrás de su largo coche negro.
Sus labios estaban en todas partes, en su boca, mejillas, nariz, párpados, frente, barbilla.
Se sentía vulnerable. Este hombre le gustaba demasiado.
Se apartó un poco recostándose en el asiento mullido, Stewy emitió un gruñido de protesta. – Tienes un chófer muy callado – susurró ruborizada.
– Hace su trabajo.
– ¿Y no nos puede ver de alguna manera? – señaló al cristal semioscuro de separación de la limusina.
– Sólo estoy besándote – replicó divertido, colocando una mano en su pierna con una leve caricia, moviéndose hacia ella y presionando sus labios contra su cuello. Su mano subió un poco más de la rodilla por el muslo.
– Corrección: estás besándome y manoseándome en tu coche con ese pobre hombre ahí – murmuró ella con la respiración agitada.
Stewy no pudo evitar reírse. La mano de ella estaba en el cuello de su chaqueta – Tú estás correspondiéndome. Además, si no hacemos ruido Diego no puede escucharnos, y te juro que no puede vernos...
Distintas corrientes eléctricas se originaban con su tacto y recorrían furiosamente todo su cuerpo y eso que apenas le había acariciado unos centímetros de piel, colando la mano por el abrigo y manteniendo la palma abierta justo en el límite de su vestido.
Mientras su mano pasaba sobre la piel suave de su muslo y volvía a besarla en la boca, ella fundió la boca con la de él y le rodeó el cuello con los brazos.
Era un abril frío pero agradeció haber prescindido de las medias para su atuendo de esta noche. Su tacto era cálido y firme.
Por lo general a Stewy no le iba el desorden. Bueno, excepto al parecer cuando perdía la cabeza absoluta y totalmente por alguien. Todo era alucinantemente caótico mientras seguía besándola en el coche...
Se sintió intoxicado por la intensa química entre ellos hasta el punto en que el ahora y el ella y yo eran todo lo que le importaba. Ni el futuro, ni el estrés de estos putos últimos días ni otras personas tenían cabida en este instante.
–... quiero tocarte, apretarte contra el maldito colchón, quitarte la ropa y estar tan jodidamente dentro que...
– Shh. No digas nada. Sólo bésame – le pidió Lavinia.
– Pero…
La voz de él nunca antes había sonado tan sexy. Con los ojos cerrados, Lavinia casi pudo oír la sonrisa que estaba esbozando.
– Estoy, estoy viniendo contigo a tu piso. Bésame… – no seas injusto: no hagas que te quiera más.
En el ascensor de rumbo a su ático él desabrochó su abrigo con urgencia y exploró su cuerpo a través de su vestido, una mano sobre su cadera y deslizando la otra por la cintura. Ella gimió al sentir sus manos en la piel desnuda.
Entonces subió su palma abierta por sus costillas acariciándole un pecho por encima del sujetador. No dejó de besarla y lo hizo cada vez con más intensidad. Magia, la secuela de un flechazo. Su vestido hecho un lío en su cintura.
Ella le acarició el cabello y le dejó tomar la iniciativa pero enseguida supo que no era suficiente. Necesitaba tocarlo y sentirlo tanto como necesitaba respirar. Jadeó. Buscó su mano con la idea de animarle a que profundizara la caricia por debajo de su sostén.
Él luchó para desabrocharle la cremallera trasera del vestido con la mano derecha mientras con la izquierda al fin frotó su pulgar sobre su pezón erecto, ganándose un suave gemido.
Apenas acertó a bajarle un poco el vestido por las mangas y subirle el sostén. Tiró de ella para llevar sus pechos a su boca. Ella se estremeció sobrepasada por la sensación y pronto le obligó a dejar de retorcer su pezón rosado y besarla en la boca, acariciándose a sí misma el pecho, moviendo la cadera hacia adelante. La presión de su rodilla entre las piernas.
Su respiración entrecortada. Su sexo empapado bajo la ropa.
Le necesitaba, le necesitaba cuanto antes, pero si le dejaba hacer, enseguida sería incapaz de algo que no fuera plegarse a sus caricias. Decir que sí, que sí, que por favor y cerrar los ojos dócil.
Quería más, más que eso.
Llevó una de sus manos entre sus cuerpos para masajear su erección sobre la ropa. El bulto evidente en sus pantalones, una invitación.
– Lavinia… – Él cerró los ojos cuando ella le desabrochó el cinturón con alguna dificultad y metió la mano por la cintura de sus calzoncillos de seda. Empezó a moverla rítmicamente a lo largo de su pene.
– Estás…
– Dilo – le animó él – Quiero escuchártelo…
No podía dejar de ser un poco exasperante ni en este momento. Maldito él.
– Estás muy duro, hostia – gimió antes de contestar, moldeándolo con los dedos. Él continuaba amasando uno de sus pechos, un pezón entre sus dedos – Dios…
– Mi nombre es Stewy – bromeó.
– Oh, joder. No seas tonto. ¿Paro?
– Mierda, no, no – gimió en su boca. – En algo estamos de acuerdo, estoy muy duro y te deseo mucho – gruñó.
– Tócame – le suplicó entonces Lavinia, y vio como su mano se colaba debajo de sus braguitas de inmediato. El dedo corazón, directo a su clítoris. Uno, dos dedos en ella.
Stewy movió los dedos suavemente y con intensidad como había hecho las otras veces. Empezaba a memorizar sus reacciones. A memorizar su piel.
Stewy se apoyó más en ella y ella se arqueó un poco entre la pared del ascensor y su cuerpo pero ninguno dejó de tocar el sexo del otro.
– Espera, espera – le pidió él de repente poniendo una mano en su vientre y separando sus cuerpos. Stewy murmuró aquello con un tono tan suave y a la vez tan ronco que era imposible de creer. – Estamos en el puto ascensor. Quiero llegar al menos a entrar a mi piso – se quejó con la voz pastosa y atropellada por el deseo.
Le iba a volver loco.
Pero no iba a correrse en los boxers como un quinceañero. No hoy.
La alzó a horcajadas y entró a su piso trastabillando un poco, sin dejar de besarla.
Arrodillándose en el sofá de terciopelo gris oscuro, Stewy se deshizo rápidamente del abrigo y con rapidez le quitó el vestido y lo tiró a un lado hecho una bola con el sostén.
– Ayúdame.
Ella colaboró en desabrocharle la camisa y acabó de bajarle los pantalones. Estaba igual de ansiosa que él. Era un ático enorme, amplio. Tenía una jodida macrotele en ese comedor y unos ventanales desde los que estaba segura que se podía ver todo Nueva York. Pero apenas dio un vistazo a su alrededor.
Puso las manos en sus hombros y tiró para que se levantara y se pusiera a su altura. Pero él estaba de rodillas en el sofá y tenía sus propias ideas de lo que seguía. La contempló un instante casi desnuda. Podía mirarla para siempre. Luego, apoyó el rostro en su vientre y fue descendiendo.
Ella aferró su cabeza y acarició su pelo cuando besó los rizos que cubrían su sexo. Le quitó las braguitas negras de encaje pero en vez de tirarlas como había hecho con el resto de su ropa, las mantuvo un momento en su puño.
Lavinia gimió y repitió su nombre cuando la besó en los pliegues de su piel hinchada. Su mano en su cabello, enredando sus dedos y murmurando su nombre.
Estaba como en trance hasta que llegó al éxtasis apenas un minuto o dos después, sus piernas temblaban. Lo siguiente que supo fue Stewy alzándose sobre ella, acariciándose a sí mismo. Ya se había puesto el preservativo. Era la puta imagen de uno de esos dioses de las mitologías antiguas. Viril. Sexy. Con su piel de canela, sus ojos intensos y esa sonrisa.
No estaba segura de poder soportar esa intensidad, su orgasmo aún vibraba a través de su cuerpo, su clítoris sensible.
Tironeó de él, valiente, un poco temeraria, enredando sus piernas en su cintura y apretando el abrazo. Las manos masculinas en su espalda, en todos lados.
Stewy apretó la boca contra su sien. Ella giró el rostro, su nariz rozando el lóbulo de su oreja, buscando su beso, sus labios en su barba, oliéndolo. Sus bocas se tocaron. Stewy gruñó cuando se posicionó en su entrada. Se introdujo en ella de un tirón y se quedó quieto. Intentando retener el control.
– Ah… maldita sea.. No sé lo despacio que voy a poder ir – gimió al moverse un poco. Estaba tan apretada, caliente y húmeda como la recordaba. Las terminaciones nerviosas de los dos en alerta.
Se quedó un momento inmóvil para poder controlarse pero Lavinia protestó moviendo sus caderas haciéndole cerrar los ojos y empezar las embestidas. Ella gimió.
– Sigue… sólo quiero…
– ¿Qué quieres?
Sus pensamientos ya no tenían lógica alguna.
– A ti.
Él se echó a reír mientras se atrevía a volver a entrar y salir de su cuerpo. Una, diez, veinte, treinta veces. Adoraba esta mujer. – Me tienes, estoy muy muy dentro, joder.
Se mecieron juntos.
Alternó los besos a su boca y a su pecho que temblaba al ritmo del sexo. Tenía unas tetas bonitas, maravillosas.
Mordió su cuello levemente.
Lavinia estaba segura de que él iba a dejar un moratón ahí donde acababa de arrastrar sus dientes y su lengua. Pero ella le estaba clavando las uñas en la espalda como si tuviera miedo que fuera a desaparecer, y no le apeteció quejarse.
A ninguno de los dos parecía importarle menos llevar marcas después de esto.
Ella llegó al orgasmo y luego él la siguió con una embestida particularmente certera. Si hubiera habido un terremoto, ninguno de los dos lo habría notado. Lavinia se acurrucó contra su pecho en el sofá cuando consiguió que su respiración se normalizara.
Podía volverse adicto al sexo con ella, sino lo era ya después de hoy…
La sujetó por la cintura con los dos brazos.
– Mi espalda agradecería que te lleve a la cama…
Ya no tenía 20 años. ¿Por qué ya no tenía 20 años?
Ella sonrió contra su hombro.
– Tu famosa cama, ¿ehm?
– Cada superficie de esta casa va a ser famosa cuando te haya tenido en ella… – musitó.
Los dos se miraron con complicidad pero apenas se movieron, instalándose cómodamente en la languidez del momento.
Al cabo de unos minutos, el móvil de Lavinia sonó molestamente.
Eran unos malditos correos electrónicos.
– Es un jodido psicópata – rebufó al ver el emisor. ¿Por qué le escribía? Era más de medianoche.
– Se te está enganchando eso de decir palabrotas – Stewy la había dejado mover un poco para tomar el aparato pero volvió a tomarla posesivamente de la cintura. – ¿Quién es? ¿Una de tus jefas? Dile que se busque un esclavo.
Se giró para besarle la nariz. – No, no. Es el psicópata del jefe de Greg. Hoy ha aparecido mientras comía con Greg. Está fatal. Un poco solo… y fatal.
– ¿Y te escribe a ti?
– Ha ascendido a Greg y se ve que eso incluye no dejarlo en paz. ¡Ja! – suspiró. – Y está preparando no sé qué presentación para la que quiere opiniones externas y de la que probablemente no te tendría que hablar. Le he dicho que no es mi problema, pero en fin, es un poco obsesivo…. Ya lo ves.
Greg apenas había parpadeado cuando había aparecido en la cafetería donde estaban. ¡Qué la asparan si entendía qué se traían entre manos esos dos!
Stewy la miró fijamente un momento. – Pasa de esa mierda – dijo acariciándole el brazo.
Egoístamente, la quería lo más lejos posible de esa empresa.
No tienes puto derecho a decirle nada, Hosseini.
La besó rehuyéndose a examinar de demasiado cerca ese pensamiento.
– Stewy...
– Te quiero en mi cama, en mi colchón. Ahora. – susurró ayudándola a alzarse con un brazo – Ven…
Cayeron en la cama, entre las sábanas, sin que ella apenas tuviera tiempo de procesar como habían llegado allí. Hubo un momento que Lavinia pensó que acabaría aprisionándola contra la escalera. En otro, se lo imaginó haciéndoselo desde atrás con su cuerpo pegado a la pared.
Atrapó sus labios con ímpetu y, después de una avalancha de besos, jadeos y caricias sobre el colchón, ella se subió a horcajadas sobre él riendo.
– Compórtate – sacudió la cabeza entre risas porque él le había mordido el lóbulo de la oreja con los dientes.
– Me estás matando… – masculló Stewy, tirando la cabeza un poco atrás. Dejando su cuello expuesto, su nuez desnuda.
Lavinia le miró un momento.
– Quizás ése era mi plan – sonrió con suavidad, un pequeño temblor en su labio. Sintiéndose alegremente impúdica.
Bella y desesperante a los ojos de él.
Era demasiado para no caer rendido. Para no correrse, para no estar también un poco asustado.
¡Qué espectáculo tenerla encima! ... verla sostenerse sobre él desnuda...
Hicieron el amor una segunda vez esa noche.
O se lo hizo ella mientras él sólo empujaba hacia arriba bienmandado, joder...
... ajustando el ritmo al suyo... Los últimos resquicios de control, escapándosele.
Más tarde, se durmieron abrazados debajo del edredón de pluma, exhaustos, la cabeza de Lavinia apoyada en el hombro de Stewy, las piernas enredadas.
Ya dormidos, se movieron un poco, ella acabó de espaldas, pero el cuerpo de él acompañó su movimiento sin soltarse.
Lavinia se despertó temprano a la mañana siguiente. Mientras se desenmarañaba del sueño, durante unos segundos, no cayó en donde estaba. Fue como cualquier otra mañana. Escuchó el golpeteó de la lluvia en la ventana y vio que por la persiana entraba una luz grisácea. Otro bonito día de lluvia en Nueva York.
Entonces hizo memoria.
«Stewy. Oh».
Se quedó inmóvil, mientras las imágenes de la noche anterior volvían poco a poco su mente: juegos sexuales en el ascensor, en el sofá. Y en esta cama, donde estaba.
No sabía exactamente qué la había poseído. Pero él había estado más que dispuesto a dejarla tomar las riendas, con las manos en llamas en su cintura y acariciándole la espalda, dejándola marcar el ritmo de ambos, hasta que no pudo evitar descompasar su cadera, echar la cabeza hacia atrás y el clímax los fulminó. A él, primero.
Giró la cabeza y allí estaba él, tumbado a su lado. Tan guapo que dolía. ¿Por qué no podía hacerle el favor de ser menos atractivo por una vez?
–Buenos días – dijo.
– Buenos días.
– Llueve.
– Sí.
Él estiró los brazos para aprisionarla un poco más contra él. – No tenemos la puñetera suerte que sea domingo, ¿verdad?
Ella sonrió. – No, me temo que los dos tenemos que irnos a trabajar. Yo, por un sueldo, lo que lo hace un poco más apremiante...
Intentó levantarse pero Stewy opuso resistencia contra su cintura.
– Shtt. Dame cinco minutos y desayunamos – le mordisqueó el hombro y después su lengua caliente, le acarició la piel.
Desayunaron en la mesa de su comedor, observando la clara penumbra de la mañana y la ciudad a sus pies.
Habían pasado antes por la ducha donde no habían tenido mucha suerte despegándose uno del otro. – Esto es lo que me haces, joder. Lavinia – le había dicho observándola transfigurado mientras ella lo tomaba en la boca. Cada pasada de sus labios, cada círculo que dibujaba en su piel sensible lo hacía estremecer.
Habían perdido mucho tiempo y ella se había resignado a ir a trabajar con el vestido de ayer o bien a comprarse un jersey o algo que disminuyera su obvia caminata de la vergüenza esa mañana.
Le contempló atenta.
Él la miró con una minúscula taza de café en las manos.
– Voy a volver a verte pronto ¿de acuerdo?
– Stewy...
– Va a parecerte una locura – dijo –, pero no quiero que esto acabe ya y joder tengo un fin de semana complicado... – tenía que visitar a su madre y ese evento con Zahra al que desearía no haberse apuntado –… y un par de semanas peores por delante persiguiendo a los putos accionistas por todo el país. ¿Crees que… sería posible que vinieras conmigo, la primera semana de mayo?
–¿Ir contigo? –repitió ella, insegura. – ¿A dónde?
– Hay ese foro económico… al que tengo que ir. Pero podría mandar a alguien a recogerte el sábado o el domingo cuando el circo esté acabando y de allí podríamos irnos a dónde tú quieras un par de días. Es una locura, lo sé. Pero llevo toda la noche pensando en cómo convencerte.
– Oh.
Él le cogió la mano para tranquilizarla. Ella se sentía confusa. – Eh, puede que no quieras. Pero pensé que al menos debería probar – dijo, sonriendo.
Sería maravilloso decir que sí. Hacer una maleta y marcharse con él unos días. Pero no estaba segura que pudiera hacer eso y a la vez evitar sentir lo que ya sentía, o incluso sentir más en el futuro.
Tenía que dejar de pensar que era lo suficientemente fuerte para manejar esto.
Quién sabe, quizás éste era el momento de irse como si se tratara de la heroína huyendo de una explosión nuclear al final de una película y salvar el poco amor propio que pudiera.
Puede que ahora mismo necesitara su propia habitación del pánico.
– No estoy segura que sea buena idea – balbuceó.
– Lo entiendo – dijo él sin cambiar de postura. Hizo un chasquido con los labios y, de nuevo, la miró pensativo: – Va, cómete esos croissants. Son deliciosos. ¿Sabías que si te comes el segundo lo suficientemente rápido no coges las calorías? ¡No engorda! Te lo prometo.
Lavinia se rió, su corazón un poco encogido por tener que irse ahora ya en cualquier momento.
Él insistió en llamarle un Uber pero Lavinia apenas dejó que el conductor atravesara unos metros una de las avenidas principales en hora punta.
– Voy a bajar aquí – informó al hombre que la miró extrañado. No había parado de llover desde primera hora.
Necesitaba caminar.
Estaba cansada, confusa, frustrada consigo misma, asustada. Podía olerle en ella, sentirle en ella. Si su cuerpo hubiera sido una escena del crimen, encontrarían su ADN por todas partes.
Iba a esbozar una sonrisa y a actuar con normalidad cuando llegara al trabajo.
Si antes había habido alguna posibilidad que se lo sacara de la cabeza en un futuro próximo, ésta se había esfumado.
Paró de camino para comprarse un jersey abierto de estilo un poco hobo que la ayudara a adaptar el look para hoy.
– Oye, Lavinia – le dijo Kara en una de las primeras reuniones de la mañana - ¿Tú estás un poco nerviosa, no? ¿Cita anoche?
– Estoy bien. Sólo necesito más café.
Su jefa le sonrió.
Tabitha la llamó al mediodía.
– ¿Supongo que no te olvidas que el sábado nos vamos de compras con mis amigas y Willa? – su voz sonó decidida a través del teléfono. – Ha de ser éste porque el siguiente o el otro tengo un horrible compromiso con Roman y toda la familia… ya te contaré.
Al menos le estaba dando un poco de tregua antes de preguntarle por su cita.
– No me olvido de ello. Nos veremos en la Quinta a la 1. Vamos a comer algo y luego os acompaño de compras.
– No pongas esa voz. ¡Una de las chicas tiene descuento en un par de boutiques porque cuelga sus modelitos en Instagram! Va a ser divertido.
Lavinia se pasó una mano por el cabello intentando no agobiarse. El teléfono apretado en su oreja. – Estoy segura.
No quería parecer una desagradecida.
De pronto hubo un silencio en el otro lado de la línea. Sabía perfectamente qué venía ahora.
– Tía… – dijo – ¿Vas a contarme como fue anoche?
– No hay mucho que…
– ¿No os habéis enrollado otra vez? ¿No te llevó a su piso?
– Bueno, sí.
– ¡Lo sabía! No me cuentes detalles… porque lo último que necesito ahora mismo es tener imágenes guarras en mi mente de otra gente follando… pero dime, ¿estuvo bien? Porque no haces la voz de alguien que ha tenido sexo salvaje toda la noche y esté satisfecha.
Lavinia se humedeció los labios y respiró hondo.
– Estuvo genial, es solo que…
– ¿Qué…?
Puede que necesitara sacarlo de algún modo. Pero no, no podía decirlo en voz alta porque entonces aún sería más real.
– No sé… quizás estoy un poco agobiada, mucho trabajo. Es como si últimamente no tuviera el control de nada – Eso al menos también era verdad.
Hubo un pequeño silencio en la llamada.
Dios, Tabitha era demasiado lista.
– ¿Estás colgadísima de él, verdad?
A Lavinia el corazón casi se le para.
– Sí – sintió su voz muy pequeña.
Tabitha debió notarlo porque pareció algo agitada: – Oh, y se ha comportado como un patán, ¿no?
– No – se odió un poco por la prisa en defenderlo – De hecho… ahm, habló de vernos cuando haya resuelto el trabajo que tiene estos días… de hacer una especie de escapada… pero…
– Pero tiene novia y tú piensas demasiado las cosas, cariño – Tabitha la interrumpió – ¿Sabes? ¡Qué le den a las compras y a los tíos que nos complican la vida! El sábado vamos a buscar hombres solteros y sin traumas por esta ciudad. ¿Alguno habrá, no? Digámosle a Willa que nos lleve de copas con esa gente de Broadway.
Unos días después quedó con Greg en un Starbucks cercano a Waystar.
– ¿Hoy estás seguro que vienes solo? – bromeó al abrigo de un café pasable con caramelo.
– Sí… es solo que… el otro día pasaron muchas cosas… todos estábamos nerviosos… - Greg titubeó.
Lavinia le miró. – No lo sé. He estado recibiendo sus emails. De pronto resulta, y cito, que "soy de la familia…". ¡Está como una cabra!
– Bueno… ahm… lo eres...
– Sí, pero no suena a "¡ey, eres la prima de Shiv!". Más bien a "estoy acosando a tu hermano y como pasabas por aquí, pues..." – puso los ojos en blanco. Siguió con una sonrisa – ¿Sabes a quien me recuerda un poco?
– ¿A quien? – preguntó.
– A Dan, tu amigo del colegio y el instituto. Tú, ese otro chico y él erais inseparables. Así que un día decidió que siempre jamás daría mi nombre como contacto para que sus padres no se enteraran cuando hacia pellas, ¡eso siendo un mocoso! y una tarde hasta acabé yendo a rescatarlo al despacho del director... puedes imaginarte la cara del señor Forster cuando vio llegar a una niña de 13 años… ¡que no era su hermana!
– Tom no es Dan.
– No, claro – bromeó – Dan era monísimo, rubísimo, y siguió contestándome las llamadas mucho después de irme a Bélgica… ¿sabes que odiaba a esa Sarah con la que salías en noveno...? En serio, creo que le gustabas. ¿No acabó casándose con un joven promesa del Partido Liberal de Ottawa? ¡Con la cantidad de hierba que decía que fumaba me parece imposible que se casara a los 25!
Eso hizo fruncir el ceño a su hermano. – Todo el mundo decía que él y yo, bueno… pero era solo porque papá era…. bueno, papá... y Dan se tiró a medio equipo de hockey en el viaje de invierno a Vancouver...
Lavinia suspiró.
Nunca hablaban de cómo le había afectado a Greg la marcha de papá.
– No habría sido algo malo que os gustarais, pero te concedo que tenías unos compañeros de clase francamente horribles – le miró – ¿Tú estás bien? Te noto raro esta mañana… más que de costumbre – le pinchó.
– No es nada grave. Preocupaciones del día a día, trabajo, ahm – le respondió Greg, bebiéndose su café. – Y para que conste me gustan las chicas... – masculló.
– No he dicho nada –alzó las manos al aire – Y centrándonos en el presente, sabes que puedes contarme lo que sea que te da vueltas en esa cabeza, las penas compartidas son menos penas – le insistió Lavinia, jugando con los sobres de azúcar que no había usado para su bebida. – Y estoy en tu equipo...
Greg pareció contemplar seriamente esa posibilidad. Tanteó: – Bueno, digamos, si hipotéticamente, yo tuviera unos papeles que...
Pero entonces Lavinia se pasó una mano por el pelo con ademán distraído, y su hermano le vio la pequeña marca morada en el cuello.
– ¿Cómo te has hecho eso? – le preguntó.
«Mierda. Había abandonado el foulard en el respaldo de la silla sin pensar en el motivo por el que lo llevaba...».
– ¿Qué? – dijo intentando hacer como que no sabía de qué estaba hablando Greg.
– Ahm, bueno, eso – la señaló.
Bendito Greg y su parquedad de palabras.
– Eso no es nada.
– Ese nada… ahm… ¿no habrá sido ese hombre, uh, ese amigo de Kendall, no? ¿os estáis viendo?
– ¿Por que dices eso? – preguntó a la defensiva.
– Bueno, en la boda y luego en ese sitio de pesadilla…– se rascó la cabeza – Sinceramente no se, no se si es buen o mal tipo pero es como… el enemigo…
– No el mío… Ninguno de los dos vamos a heredar esa empresa o algo – se plegó de hombros – ¿Qué más te da?
– Solo es que… quizás querrá saber cosas… como para incriminar a gente y luego… ¡bam! matar al gran jefe y a quien encuentre en el medio… ahm, figuradamente… pero gente así como… inocente, ¿sabes?
Arqueó las cejas.
– Greg… en serio… no te comas la cabeza. Uno, yo no sé nada y él lo sabe; dos, no soy completamente imbécil; y, tres, suponiendo que él fuera quien me ha hecho esto, ¿tu crees que es porque estábamos dedicados a hablar del tío Logan?
Puso rojo a su hermano. Fantástico.
– Uh. No quiero saberlo.
– Bien. Y tu, ¿me ibas diciendo…? sobre lo que te preocupa… del trabajo o… – quiso reconducir la conversación.
– No, olvídalo... Era una tontería.
Ese sábado Zahra lo miró curiosa mientras se hacia el nudo de la corbata para acompañarla a un desfile.
– ¿Has echado un polvo con una tigresa? Te he visto las marcas – le preguntó riendo.
Eran abiertos con sus relaciones. Mientras ambos tomaran las debidas precauciones para la salud del otro, el cielo era el límite.
Por eso, no tenía sentido que le incomodara responder a una broma que normalmente hubiera hecho él mismo...
– Puede – dijo mirándola a través del espejo con una sonrisa poco comprometida. – Ya estoy listo, ¿nos vamos? – anunció.
Su novia asintió.
Fue en el ascensor cuando sacudió la cabeza, suspirando para sí mismo. No estaba muy seguro de dónde diablos se había equivocado pero estaba cayendo por un camino lleno de minas y ni siquiera sabía si le importaba.
Si Lavinia hubiese aceptado hacer esa escapada, ese hubiera sido un error. Un error recurrente que cometen otros, no él.
Sin embargo, se encontró enviándole un mensaje.
