"Lavinia, I could die tomorrow
From happiness or sorrow.
Lavinia.

I don't care about you dancing till dawn.
You don't care about my love for electrons [...]".

– Lavinia (The Pinker Tones & Quartet Brossa)

Capítulo 11. Primavera

– Déjame decirte que vales más que esa mierda, Livy – dijo serio, pasándole las manos por la espalda. – ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? Porque si estoy cruzando la línea, tan solo dímelo.

Lavinia cerró un momento los ojos tratando de recomponerse. Su corazón golpeaba fuertemente contra sus costillas. Sus lágrimas empapadas de lápiz de ojos no pasaron desapercibidas a Stewy.

La miró sin palabras.

Lavinia sonrió arrugando el ceño con un gesto a medio camino de la resignación: – No, no. Es que los dos estamos asustados…, no es un gran plan.

No había nada que él realmente pudiera decir al respecto.

Lavinia dejó que siguiera abrazándola. Apretó su cara en el hueco del cuello de Stewy y puso la mano en la solapa de la chaqueta de su traje. El hecho de que él estuviera ahí, sosteniéndola, hizo que todo mejorara. Sus brazos parecían un lugar seguro.

Stewy arrastró los dedos por sus costados.

Fue entonces que Lavinia decidió que quería permanecer en ese momento para siempre. Con gusto se quedaría aquí, de pie, cerca de ese roble, con Stewy envolviéndola contra su pecho.

Se plegó más contra él, con un suspiro.

– Lavinia… – él intentó seguir la conversación.

– Es que… Stewy, – la voz le tembló – tan solo… suéltame poco a poco, despidámonos con cariño…

Lavinia se mordió el labio con el ceño fruncido y las manos a los lados, sintiéndose impotente.

Stewy buscó sus labios sin dejar que terminara la frase porque no quería oírla decir aquello. Borró el rastro de sus lágrimas con la yema del pulgar.

Esto no era un adiós. Stewy se las apañaría para encontrar una solución. Mientras tanto, lo único que pensó que necesitaba era tenerla en brazos…

Había cosas de las que era necesario hablar, cosas importantes que tenían que discutir, pero para otras habría que dejarse guiar por el instinto y el sentido común.

– ¿Cuánto tiempo tenemos antes que te echen de menos? – cuestionó.

– Quizás un par de horas…

Stewy volvió a asegurar sus manos en su cintura, pero esta vez cuando la besó también las subió con suavidad por debajo de la camiseta hasta sus costillas. Presionó los dedos contra su piel, mientras sus labios exploraban su boca.

Ella le puso la mano libre alrededor del cuello y apretó más los labios contra los suyos.

Lo miró a los ojos y le dio la sensación de caerse en un pozo profundo. Notó un nudo en la boca del estómago.

Lentamente, los dedos largos de él se movieron en una caricia y sus manos quedaron en su espalda cerca del cierre de su sujetador.

Stewy hizo un esfuerzo por controlarse y sacudió la cabeza. Ella tenía la piel suave, tibia bajo la tela. Era difícil estar tan cerca sin tocarla, besarla.

Acarició su cabello, su brazo y buscó un poco de piel de su cuello para besarla allí.

– Lavinia, escúchame – le pidió – Buscaremos la manera de hacer que funcione, ¿vale? Quizás necesitamos más tiempo para figurarnos cómo, pero yo no tendré acciones de Waystar y no seré el puto coco para siempre… lo que yo hago, tu abuelo tiene razón… El objetivo es vender una vez tomada la empresa y aumentado su valor… el dinosaurio seguirá maldiciendo mis huesos desde la tumba, pero quizás para tus primos no sea tan terrible. Shiv, Roman, Kendall… … ¿qué van a hacer igualmente?, ¿no dejar nunca las rueditas del triciclo que les compró papi querido? No se irán precisamente con las manos vacías – hizo una pausa – y piénsalo, no habrá más nido de víboras… creo que hay un argumento que hacer allí con tu abuelo… con una buena dosis de paciencia.

Lavinia le observó, contrariada, un poco perpleja.

Oh, era por eso que escucharlo era peligroso.

– Por favor, no me hagas esto, Stewy. Lo haces sonar simple aposta. Sé objetivo, ninguno de ellos está suplicando para que les quiten de las manos Waystar. Los conoces mucho mejor que yo, sabes que no es sobre el dinero. No a esta escala. Es sobre su padre, ellos mismos, el poder...

– Sí – admitió – Vale. Pero no invierto en algo sin un buen ángulo... Si el interés es alto, también el riesgo… Estoy invirtiendo en nosotros, metafóricamente; digamos que… quizás… solo quiera convencerte. ¿Puedo? ¿Me dejas intentarlo?

– ¿Intentar el qué? ¿Hacer trampa con tus argumentos? – se mordió el labio.

– Convencerte.

Lavinia abrió los labios ligeramente, no esperaba la voz de Stewy tan ronca.

Notó una leve estela de ilusión en su pecho, un hormigueo en la punta de sus dedos. Pero él no estaba siendo completamente sincero con su razonamiento, y ella no quería otra cosa que que fuera serio con esto…

La sensación de nerviosa anticipación hizo que su propia garganta se quedara atascada.

¿Por qué estaba tan preocupada de todas maneras?

– Puede que no importe… no lo sé, a ellos no los había visto en cien años, y mi abuelo… quizás se parezca más a su hermano de lo que quisiera… ha proyectado una sombra que sigue afectando a los suyos… a Greg, a mí… a mi madre. Si me deshereda, pues adelante... – se encogió de hombros.

– Joder… No digas eso – protestó Stewy en voz baja.

Trató de aparentar confortable con la conversación, pero su tono fue tenso.

Estudió las facciones de ella. Su melena de medio largo color café levemente revuelta por el aire, que enmarcaba sus bonitos rasgos maravillosamente.

– ¿Qué?

– Lavinia, honestamente, yo no quiero que pierdas tu herencia por mí. No me atrevería nunca a ser responsable de algo así.

– Me da igual el dinero…

Stewy arrugó el ceño.

– No te da igual – le apartó un mechón de cabello de la cara. – Se cuando importa o cuando no, aunque pueda costar de creer, no estoy completamente vacío…, pero Lavinia, no voy a destruir tu futuro por mí, no cuando no puedo prometerte…

Lavinia se impacientó: – Pensaba que eras tú quien estaba dando argumentos a favor…

– Sí, sí – le sonrió un poco – Pero para eso tenemos que ganar los dos. No voy a ser el tipo por el que perdiste 200 millones de dólares… ¿Qué fama de inversor tendría?

Entre las ganas de reír y llorar a la vez, a Lavinia se le escapó una risa acuosa. – Me niego a discutir de la herencia de mi abuelo contigo. Dejémosle eso a mi madre, ¿quieres? – No podía dejar en pausa su vida solo por miedo a defraudar a Ewan, tanto como no podía decirle que hacer a Greg.

Stewy se encogió de hombros, pero se mantuvo serio. – A tus órdenes...

La besó en la frente.

Lavinia notó las lágrimas acumulándose en sus ojos, calientes y furiosas. Fue como si ese pequeño beso, casi insignificante, dada su historia física, las hubiera liberado y fuera incapaz de seguir reteniendo ninguna.

– Lavinia… Livy – Stewy apretó su mano – Sé que no tengo derecho, pero… No llores, por favor.

– Lo siento – se disculpó fregándose los ojos con el dorso de su mano libre – Hacía mucho que no lloraba, pero desde hace una semana parece que no hago otra cosa.

– ¿Es… es por mi culpa? – preguntó. – ¿He hecho algo que…?

Esta vez Stewy sonó genuinamente preocupado.

– Oh, Stewy… no. Soy yo, es mi familia, ésta de aquí, no ellos – aclaró –… es que quiero esto, nosotros, pero sin hacernos daño, hacerme daño en el proceso…

Cerró los ojos rápidamente y sacudió su cabeza.

Stewy la apretó contra su pecho. – Lo siento – hizo una pausa. Respiró el aroma limpio de su cabello y luchó consigo mismo.

Ella apartó su cabeza. –Es mi culpa –susurró–.

–No, preciosa, no lo es… Cualquier otro tío te estaría prometiendo la luna… y yo no sé qué hacer con eso y estoy siendo un jodido egoísta – se humedeció los labios. – Lo que nos pasa… es… es nuevo. Déjame conocer poco a poco a este tío que quiere hacer cosas imposibles contigo, ¿vale?

Lavinia lo miró.

– Creo que puedo apañármelas sin la luna, pero no sé si esto es sensato – sonrió sin ganas –… solo… no me dejes caer muy rápido…

– ¿Cómo iba a hacer eso? No voy a soltarte.

Las palabras sonaron jodidamente tiernas al decirlas. Hasta al mismo Stewy.

Quizás no era tan difícil hacerle promesas después de todo. ¿Pero y si no podía cumplirlas? ¿Y si no la hacía feliz como se merecía?

Buscarían un jodido ángulo para Ewan Roy, y pensó que podía ganarse a Greg… el chico parecía bastante inocuo…, sabía que Lavinia sentía que había fallado a ese chaval y que era importante para ella estar de su parte…

Los demás…, en el gran esquema de las cosas dedujo que era secundario.

El problema no era ella. Era él, que tenía miedo de ese sentimiento que se había enredado en su pecho por ella.

Era él que había disfrutado de la falta de ataduras en las relaciones durante años para no salir herido y ahora no sabía cómo hacerlo.

La primera vez que uno se enamora es de idiotas pensar que durará mucho tiempo, el corazón está libre de miedos y lleno de expectativas imposibles. Es cuestión de tiempo que a la persona a la que le entregas el estúpido órgano sangriento, se le caiga de las manos y lo deje hecho una calamidad…

La primera vez se le había roto en pedazos grandes, de mal ensamblar. Los había unido torpemente y habían quedado las heridas.

Pero la segunda vez, no podía permitirse un terremoto de semejantes características. Intuía que esta vez las piezas serían demasiado pequeñas para hacer nada de bueno con ellas.

Stewy no era uno de esos tipos que se negara a ser emocional. Por supuesto, sí, había hecho del arte del sarcasmo una máscara práctica en Wall Street y había perdido la cuenta de la gente con la que se había acostado, pero era perfectamente consciente de tener sentimientos, emociones, incluso algunas de bastante intensas.

Una mano de Lavinia se fue hacia la cuerda del columpio y trastabillaron un poco, de manera que él se aseguró que mantuviera el equilibrio sujetándola firme con un brazo.

La acercó más y posó sus labios sobre su clavícula.

En ese momento no pudo decir qué había sido antes: un suspiro de ella particularmente largo o su mano acariciando la tela fina del sostén.

Puede que desearse no borrara de un plumazo los miedos de ambos ni barriera todos los obstáculos. Pero quizás solo se trataba de lo mucho que la necesitaba.

De lo que se hacían sentir uno al otro…

Siguió besándole el cuello con suavidad y apartó un poco el cabello para recorrer su piel hasta el lóbulo de la oreja.

Ella se arqueó un poco más contra su cuerpo.

Mierda, estaba poniéndose duro. Y eso era condenadamente bastante inútil.

– Lavinia…, paremos, porque yo…

– Sí. – exhaló.

La tenía apretada contra él intentando buscar una forma física de tenerla más cerca, aunque no estaba seguro que aquello fuera sobre el deseo y no la avaricia. Enredó los dedos en la melena desordenada de ella.

Ese fue un pequeño alivio.

Hubo un suspiro de ella.

Lavinia le acarició la parte de atrás de la cabeza, rozándole la barba con la nariz: – Tu chófer… – dijo por fin en su oído.

– Ven – la alejó entonces del columpio y la movió hacia el tronco del roble donde este se sujetaba, situándoles de manera que sus figuras no fueran visibles desde el camino.

Sus respiraciones estaban alteradas, pero eso les dio la pausa que necesitaban.

– Ves, esa es la pega de ser mega millonario – bromeó ella. – Estamos en el medio de la nada y tenemos un espectador que encima cobra para estar ahí.

– Desde aquí no nos ve…

No estuvo muy seguro que ese pretendiera ser un argumento de algo.

De este lado del roble la tierra estaba aún más húmeda y se proyectaba una sombra tenue que dejaba ver la luz del sol que caía al suelo entre las ramas. Lavinia se mantuvo por ahora a una pequeña distancia. Bajó la mirada y Stewy esperó.

Pensó que ella estaba a punto de mencionar un obstáculo particularmente grave, quizás uno que creía insalvable.

Estaba dispuesto a contraargumentar cualquier cosa.

– ¿Qué pasa, Lavinia?

–… antes has dicho… ¿por qué crees que tú y yo tenemos sentido?

– ¿No es obvio? – hizo una mueca.

– No – ella se mordió el labio. – Yo te… me gustas pero no sé si es algo que tenga porque tener lógica… quizás solo es así. Puede que solo sea química o… ¿Por qué tiene sentido para ti, Stewy?

Él se movió cerca de ella y posó las manos en sus hombros con una sonrisa.

– ¿Es decir… no sabes por qué te gusto? Aparte de mi innegable atractivo y mi irresistible magnetismo natural, supongo – bromeó.

– Oh, vamos… Sé por qué me gustas, es solo que… ¿de verdad crees que tenemos sentido, sentido de un modo real? – protestó.

– ¿Por qué no? Lavinia me tienes en círculos pensando en tu sonrisa, tus ojos, la curva de tus caderas desde la primera puñetera vez. Y creo que ya me había dado cuenta antes, pero aquella noche en el Hudson confirmé que podríamos pasar horas conversando de cualquier tema y solamente querría continuar escuchándote y hablándote. Me encantaría que un día libráramos las mismas batallas porque creo que eres generosa y valiente… y, joder, brillante… y yo un gilipollas al que ganar le gusta tremendamente… …cuando volvíamos al piso esa noche estaba como hipnotizado contigo, hubo un momento que Diego me miró como si me hubiera vuelto majara, pero yo no podía parar de mirarte a ti. … Además, soy muy egoísta, Livy… ¿qué más puedo decirte? …nunca he enredado tanto a nadie como para que se ría de todas mis bromas, incluso cuando son horribles – intentó quitar hierro a la confesión.

Lavinia entrecerró los ojos.

– ¿Valiente? – Ese no era un adjetivo que normalmente asociaría a sí misma.

– Tenías que serlo para decir «basta» siendo una niña y lo sigues siendo ahora en Nueva York – hizo una pausa –… egoístamente me alegra que hayas vuelto, te caíste como del cielo y mi puto universo nunca será el mismo… Pero esa tú de 14 años que se fue, Livy… no tuve el honor de conocerla y aun así estoy estúpidamente orgulloso que lograra escapar de algo que le hacía ese daño… tanto como lo estoy de cómo te está yendo en la ciudad menos acogedora del jodido mundo veinte años después…

Ella estaba relacionada con los Roy quizás solo perimetralmente, pero al mismo tiempo no había conocido a nadie más de esa familia capaz de establecer límites… ni entonces ni ahora.

No importa cuánto de ese merito se otorgara Ewan Roy a sí mismo.

La miró y volvieron a besarse. Esta vez las manos de ambos se deslizaron sin prisa por la figura del otro. Había retrocedido un poco y ahora sus manos estaban sobre su camiseta gris claro. Su respiración controlada.

– Stewy… deberíamos buscar un lugar si…

– No.

– ¿No? – Las manos de él bajaron por sus brazos poniéndole la piel de gallina.

– Antes tenemos que acordar algo – pidió.

– ¿El qué?

– No sé qué vaya a pasar pero… esto… la próxima vez que lo hagamos, no quiero que sea el polvo de despedida…

Lavinia parpadeó.

– Pero…

–… necesitamos figurarnos cosas, pero no nos vamos a retirar sin dar guerra. Y esa sí es una jodida promesa.

La mano derecha de él pasó por su cintura y de allí bajó a su pantalón corto tejano, atrayendo su cuerpo contra el suyo. El sonido que arrancó de Lavinia cuando la besó en el cuello con una de sus manos en su cintura y la otra en el pliegue de la tela entre el muslo y la nalga hizo que su propio corazón se acelerara.

– Me estás volviendo loco… – susurró.

Sus cabezas giraron y sus besos se volvieron mordisqueos. Mientras se besaban, ella tiró de su polo, de su cinturón sin acabar de deshacerlo. Él le besó la garganta, empujando su cabeza contra el árbol, y ella le tiró de la chaqueta.

Stewy se apartó, luego volvió a acercarse y ella le mordió fuerte en el labio inferior.

– Stewy…

– Vayamos al coche – propuso dispuesto a rogarle algún tipo de clemencia, aunque supo antes de acabar de decirlo que no era una idea exactamente razonable.

– ¿Entonces quedamos que al chófer le dejamos marcar el ritmo o le decimos que vaya escuchando la radio? – Lavinia lo besó allí donde le había mordido antes de mirarlo con un pequeño puchero.

– Joder… le pido que se pierda durante un rato… le decimos lo que tú quieras…

– Pobre hombre, no voy a dejarte hacer eso… Además, – ladeó la sonrisa – me preocupa que hayas venido a casa de mi abuelo tan preparado como para…

Stewy tardó un segundo de más en comprender el significado de sus palabras y luego no pudo sino querer comérsela a besos por como hizo rodar los ojos para dar sentido a lo que acababa de decir.

– Muy Roman de ti... empiezo entender esa amistad…

– Oh, no desvíes el tema. ¿Llevas… condones?

Lavinia lo vio pasarse la lengua por el labio inferior concediéndole que tenía razón.

No es que no fuera siempre listo para eventualidades… pero no…

Mierda.

… a un viaje con Sandy Furness a convencer al hermano de Logan Roy sobre su voto en la junta de accionistas… definitivamente no había traído condones.

Stewy no era exactamente alguien que necesitara llevar siempre la cartera encima.

– Tú… ¿por casualidad…?

– No.

Ella le pasó la mano por la barba tupida y miró hacia arriba, levemente entretenida por su expresión.

– Vas a matarme, ¿lo sabías? Un día de estos, – murmuró Stewy, pero no fue en serio.

– Tonto…

Chasqueó la lengua, aceptando el insulto con afecto en los ojos. – Al menos déjame que os lleve de vuelta a Nueva York. Esta noche podemos estar en casa… en mi casa…

Ella le estaba examinando ahora con una mirada curiosa.

– ¿De vuelta, con Greg?

– Lo dejamos en su piso.

– Pero… – Lavinia se mordió el carrillo.

– Él ya sabe que nos vemos. Puedo manejar a tu hermano un par de horas – prometió.

– Tengo que devolver el coche de alquiler y…

– Haré las gestiones para que alguien se encargue…

– ¿Y mi abuelo?

– ¿Cuándo ibas a marcharte?

– Mañana… él no es muy de tener compañía por mucho tiempo, acabaríamos todos agobiados…

– Te daré un par o tres de horas para que cenéis y os despidáis de él. Le dices que es por trabajo.

Lavinia le sonrió.

– Lo tienes todo planeado, ¿ahm?

– Solo quiero tenerte para mí. Ha quedado claro que no puedo hacer eso aquí…

Cuando Lavinia volvió la cabeza para mirar hacia el camino, Stewy captó una vaharada que le recordó el olor a hierba recién cortada.

Estaba tan absorto por esta mujer que no le había importado mojarse los zapatos y los putos pies de camino hacia aquí. No solía andar por lugares donde, de hecho, necesitaras calcetines.

– ¿Qué te pasa? – preguntó Lavinia mirándole.

– Nada que no tenga solución en un lugar más seco. Ven aquí – Entrelazó sus dedos con los de ella y se dedicó a darle besos perezosos desde su mejilla hasta la mandíbula, apoyándola en el árbol.

– ¿Crees que esto es prudente? – le preguntó en un murmuro.

– Sí, estamos bien.

Lavinia cerró los ojos en sus brazos y se dio cuenta de que su cuerpo había estado increíblemente rígido todo el día porque en ese momento se ablandó involuntariamente y pareció que se hacía de gelatina contra sus manos.

Se besaron por un largo periodo de tiempo, sin ninguna intención. Después, casi a regañadientes, pensó Lavinia, él se separó.

– ¿Me perdonas? – Había una broma bailando en sus ojos castaño oscuro, pero de entrada no supo cuál era. Una pequeña sonrisa se instaló en sus labios.

– ¿Por qué? – Lo miró.

Poco a poco la sonrisa creció. – ¿Por dejarnos con las puñeteras ganas?

– Te he pillado a traspiés. ¿Eso es algo así como histórico, o no? – se rió Lavinia. Todavía le preocupaban muchas cosas, pero Stewy tenía la capacidad de sacar eso de ella.

– No te rías de mí, mi problema ahora mismo es serio – farfulló.

– Aún hay una solución a eso… – Lavinia sugirió moviendo la mano hacia la hebilla descolocada de sus pantalones.

– Es una puta faena decirte que no, Livy, pero en realidad puede que me ponga que te corras primero y quiero hacértelo con ciertos estándares en mi ático – confesó con un gruñido que dejaba entrever que él mismo dudaba de la sensatez de sus palabras. – ¿Sabes? Tengo algunas ideas…

– Y yo que empezaba a sentirme mal por ti…

– ¿Por el dolor en mis pelotas? – negó con la cabeza fingiendo una sonrisa inocente.

Tiró de ella abrazándola… … aguantándose las ganas de partirse de risa y de otras mil cosas que si hacían ahora de forma desordenada puede que después tuvieran que lamentar.

Se quedaron en silencio durante minutos, absorbiendo la presencia del otro.


No sin reticencia, Lavinia dejó a Stewy atrás en el coche. Quedaron de aquí tres horas en el pueblo más cercano. Ella llevaría el Volvo y lo dejaría aparcado donde alguien pudiera hacerse cargo y él los recogería a ella y a su hermano y los llevaría a la ciudad de Quebec donde cogerían un avión.

Lavinia sugirió que podían tomar un avión comercial aunque fuera en primera clase, pero Stewy insistió en su plan.

Voy a subirte a ese jet conmigo, Livy – le dijo sonriendo. Terco como una mula.

Oh… qué mandón, tengo que decirte que no me va nada el rollo Christian Grey – le pellizcó un brazo en broma.

No sé nada de ese tipo – Stewy se hizo el longuis como si no hubiera estado viviendo en este planeta hace tres años – pero estoy seguro de que no estaría hasta los tobillos de barro canadiense – se quejó con un mohín.

Ella se rió, besándolo.

Sandy se había ido más temprano desde Sanguenay en un jet privado alquilado para este viaje por Maesbury Capital.

El mismo avión volvería a por ellos en unas horas para recogerlos en la ciudad de Quebec.

Intentó no tener idea de a cuánto carburante de avión derrochado equivalía eso.

Cuando se acercó a la casa de su abuelo vio a Greg hablando con dos chicas que parecían un par de excursionistas.

No se había parado a pensar si su hermano era guapo y si le pidieran que lo describiera Lavinia seguramente diría que era muy alto y tenía unos ojos azules muy bonitos que había heredado del abuelo, pero una de las chicas debía pensar que era como mínimo atractivo, y muy divertido. Al menos por la manera exagerada en cómo se reía y su mano tocándole el brazo.

Contempló la escena. Ella estaba flirteando y él parecía superincómodo. Lavinia no creía que su hermano fuera tan gracioso.

– Ey – levantó la mano saludándolos – ¿Dónde está el abuelo?

Greg mostró alivio al verla, se despidió como pudo y se dirigió hacia ella a zancadas. Su ansiedad, evidente – Dentro, supervisando unos papeles de la granja con el señor Finnigan. ¿Has pensado a qué hora nos iremos mañana? Ellas son… ahm… – dijo señalando a las desconocidas que ahora parecían estar inspeccionando una guía – unas turistas que se están por la zona… me estaban pidiendo unas direcciones.

– Sobre la vuelta, – sugirió, intentando reunir el valor antes de añadir: –… he pensado que sería mejor que nos marcháramos después de cenar.

– ¿Quieres conducir toda la noche?

Lo miró. Tenía el ceño fruncido.

– En realidad – se quedó con la mirada fija en el camino y permaneció en silencio intentando que no se enfadara – Vamos a ir en avión.

– ¿Ahm, quieres que pague el billete? – se rascó la nuca, un tic nervioso que tenía a veces, y luego resopló: – No es que no quiera pagar, pero mamá me ha pedido dinero para una reforma y…

– Greg, no – intentó que su voz fuera suave, relajada, ojalá, no pareciera demasiado nerviosa – Vamos con Stewy. Se ha ofrecido a llevarnos a casa…. – dijo.

Se sintió rara al decir su nombre en voz alta en una conversación casual con su hermano.

– ¿Qué?

– Eso… vamos con él en avión.

Respiró hondo al ver su cara de horror.

– No podemos, ahm... y si… ¿y si alguien lo sabe? ¿Tienes idea de quien es Sam "el folla ratas"? ¿y si piensan que soy un espía? Tom me mataría, estaría acabado, Lavinia. Nos iban a despedazar y tirar a los cocodrilos a los dos…

Lavinia mantuvo una leve mueca.

– ¿Cómo iban a saber que hemos volado a Nueva York con él?

Greg movió la pierna y golpeó un par de veces el reloj que llevaba con dedos nerviosos. – Ahm… porque le estarán espiando o algo… no puedes pedirme eso.

Eligió ignorar que lo que decía su hermano tenía hasta sentido en ese jodido mundo en el que vivían los Roy.

– Es solo subir a un avión – ahora estaba rogándole. Fantástico – Iremos con cuidado al salir del aeropuerto, coges un taxi a casa en vez de que te llevemos… ¿Lo harías por mí? ¿Por favor?

Greg dudó.

– uh… ¿qué pasa exactamente entre tú y el amigo de Kendall? – preguntó.

Fue entonces que ella frunció los labios y miró a otro lado, encontrando algo interesante que ver lejos de la cara interrogante de su hermano.

– Se llama Stewy. … y es genial, me gusta ya que lo preguntas. Toda esa cosa de la empresa… a mí no me va ni me viene, ¿no?...

Observó a su hermano de perfil cuando él movió el rostro con una mueca. Al hablar se le movía un pequeño músculo por encima de la línea de la mandíbula.

Pareció arrepentido de abrir la boca incluso antes de hacerlo: – Bueno… ahm… técnicamente… no, pero… es que no parece tu tipo de persona… Quiero decir… … no lo digo de una manera despectiva, Vinnie, pero… ah… bueno, eres mi hermana…

Lavinia se cruzó de brazos.

– Agradezco tu preocupación, Greg, en serio, pero no es necesaria.

Greg movió las manos como si quisiera borrar las palabras cuando intuyó la mirada de Lavinia.

– Vinnie… – puede que fuera demasiado tarde para reconducir la conversación.

– Sabes que me puedo defender sola, ¿verdad? Soy adulta. ¿Además, qué tienes en contra de Stewy?

Greg recordaba vagamente haberle pedido ketamina a Stewy en la estúpida despedida de soltero de Tom porque Ken le había hecho bullying para conseguirla. Éste se había limitado a alzar una ceja y desearle suerte apenas prestándole atención.

Aunque tenía motivos para pensar que le habría podido ayudar si hubiera querido.

Tampoco le había caído bien cuando fue a recoger a una Lavinia medio borracha a ese lugar del demonio.

Vale, puede que no le gustara.

– Ah… no, no, tranquila, Vinnie. Solamente digo que… con otro tipo… que no fuera, ah, ese… ahm, quizás, no sé… y no tendrías que escabullirte de Sam "el folla ratas", ¿sabes?. Ni yo, uh, dado el caso – se interrumpió y hecho un vistazo al porche antes de bajar la voz hasta continuar en susurros –… ¿y si él te mete en un lío? ¿O quiere que yo le explique cosas de la empresa? Tengo un buen trabajo ahora mismo en la ATN… y Kendall es mi casero.

– Él no quiere…, no te va a preguntar nada de la empresa. Confía en mí – le pidió.

– Vale.

– Greg…

– ¿Sí?

– Stewy es un buen tío. En lo que importa, estoy convencida de que lo es.

Pudo ver el escepticismo nervioso en la cara de su hermano. De pronto, se oyó el ruido de llaves de la puerta de entrada.

– ¿Por qué habéis tardado tanto?

La voz de su abuelo la sobresaltó. En su tono, había una clara nota de mal humor.

– Lo siento – se disculpó, apresurándose a hablar antes que Greg – Estábamos conversando sobre que quizás sería mejor marcharnos después de cenar… para estar mañana en el trabajo.

Su abuelo la miró. – Pensaba que te habían dado vacaciones.

– Hay mucho trabajo y como igualmente nos íbamos mañana…

– Claro. Ganarse el jornal honradamente es lo primero. ¿Tú también vas a tomar nota de tu hermana o…? – frunció el ceño.

– Bueno… como… vinimos juntos hasta aquí… sí… creo que sí – Greg no pareció muy convencido. – ¿Cómo… cómo vamos a quedar para, ya sabes, el viaje a Escocia?

– ¿Quedar? – preguntó su abuelo como si la pregunta fuera absolutamente ofensiva –quieren meterme en uno de esos aviones que van a fletar… no quería ir, pero esa mujer ha sido muy insistente, irritante diría yo, y después de todo, es Dundee y el nombre de mi madre el que van a tirar al barro con ese absurdo homenaje…

– ¿Vas a ir también a ver la casa donde vivíais? – se atrevió a inquirir Greg.

Su abuelo solo meneó la cabeza. – Ya veremos… ¿Vosotros vais a pasar a cenar o a quedaros aquí plantados?


Lavinia salió del coche haciéndole un guiño alentador a Greg.

Su hermano aún no parecía muy convencido de porque había aceptado venir con ella. Aparte de porque la alternativa era conducir más de 10 horas o pagarse un billete en un avión comercial.

– Aquí estáis – Stewy ya los estaba esperando en la calle, le dio un beso y la cogió de la mano. – ¿Todo bien?

– Sí – miró a su hermano – Ya conoces a Greg…

– Sí…– sonrió particularmente encantador – Hola Greg, no creo que nadie se haya molestado aún a presentarnos formalmente – le ofreció la palma abierta.

– Ahm, bueno – Greg se la dio incómodo – No, no exactamente.

– Genial – Stewy volvió toda su atención a ella – Tendrías que haber visto el sushi que he conseguido encontrar para cenar en este pueblo… increíble…

Él le sujetaba la mano como si nunca quisiera soltarla.

Sus ojos oscuros recorrieron su rostro haciendo una pausa en sus labios, en ese momento lo único que impidió a Lavinia besarlo en la boca acaloradamente fue la mirada de Greg.

– Volvamos rápido al coche. Tenemos una tirada hasta el aeropuerto – ofreció Stewy después de un segundo.

Ella le dio un breve beso en la mejilla antes de subir al coche.

Durante el camino, Greg miraba por la ventana intentando no sentirse como el pez pequeño al que se comerían los tiburones por culpa de su hermana. Pero entonces pareció rumiar algo. Puede que después de todo fuera bueno estar abierto a… a opciones. Por si lo de los accionistas acababa funcionando para Stewy y su socio.

Greg revoloteó sus dedos en la puerta en la que iba apoyado y comenzó a intentar ofrecer torpemente una charla sobre el tiempo de verano en esta latitud de Canadá que Stewy siguió graciosamente.

Era una limusina amplia, pero Stewy se sentó a su lado y no movió su mano de su rodilla como si fuera lo más natural del universo. De vez en cuando la apretaba suavemente, solo para hacerle saber que no se había olvidado de ella.

El coche los dejó cerca de la pista de aterrizaje.

Hizo subir a Greg primero al avión y durante un segundo aprovechó para abrazarla por detrás y besarla en el cuello. – ¿Estás bien? – le susurró. – En menos de dos horas estaremos en Nueva York.

– Sí, ya lo sé – le dijo con una sonrisa.

– Tengo muchas ideas para después – sugirió él, buscando su complicidad con la mirada. Su pulgar, delicado, pero firme, le acarició la muñeca izquierda y subió un poco por su brazo. – Vamos, no hagamos esperar a tu hermano…


La llamada de Sandi hija lo sorprendió.

Los motores se habían encendido, y ya estaban a unos 10.000 pies del suelo, cuando su móvil empezó a sonar.

Se levantó de su asiento desenredando su mano de la de Lavinia, compartió una mirada con ella y caminó hacia la cola del avión. El cielo estaba oscureciendo fuera.

Por un momento pensó que a su socio le había pasado algo en su viaje de vuelta a Nueva York. ¿Debería haberle acompañado?

Pero en realidad el piloto ya se lo habría dicho y el tono de su hija no parecía ser el preludio de una mala noticia de esas características.

– Caramba. No sabía si lo cogerías – dijo la mujer.

– Encantado de atenderte como siempre, Sandi. ¿Qué sucede?

– No estoy segura – hubo un silencio – ¿Por qué no me lo explicas tú?

A Stewy no le gustó nada su tono.

– Bueno, creo que acabaremos antes si me dices que es lo que quieres saber.

– No lo sé… ¿Tu situación va a comprometer lo que estamos haciendo?

Stewy aspiró aire profundamente. – Por supuesto que no.

– Escúchame, sé que uno de los motivos de mi padre de asociarse contigo es que tenías contacto con los Roy, pero me preocupa que uno de ellos vuelva a jugar contigo como un violín y esto se vaya a pique.

Me cago en la puta.

Que Kendall se hubiera acobardado les había estropeado el abrazo del oso. Desde entonces nada había sido tan fácil como habían planeado.

– Ella no es una Roy – dijo cerrando una puertecilla que separaba este compartimiento. Vio la mirada curiosa de Greg puesta en él y bajó la voz tanto como le fue posible – Los hermanos Roy no se hablan. Los viejos Roy. Logan y su abuelo. Créeme apenas forma parte de su círculo. No es un problema. Si no se lo dije antes a tu padre fue porque es solo una cuestión personal.

– ¿Es tu novia?

Stewy contó mentalmente hasta diez.

Le tocaría tener buena relación con Sandi si la salud de su socio seguía deteriorándose.

– ¿Importa?

– Por lo que cuenta mi padre, ese hombre, Ewan, tiene una especie de código de honor que atañe incluso a un hermano que considera peor que la peste. Solo me preguntaba si la pareja de su nieta decantaría la balanza si fuera necesario…

Encontró aquella charla especialmente irritante… sucia.

Lavinia no se merecía aparecer en una conversación de estas características. De alguna manera él la había puesto en esa posición aunque fuera sin querer y eso le incomodaba.

Sería un error considerarlo. El fin.

Era aquí donde marcaba la línea.

Su voz fue firme: – Sandi, ella no forma parte de esto, no voy a meterla por un mísero 1%. Es incluso menos que eso. La cantidad de stock de Ewan Roy es tan ridícula que si dependiéramos de él ya nos podríamos dar por muertos. ¿Quieres que me tire a Josh Aaronson? – hubo un sutil deje de escarnio en su pregunta – Porque eso sí nos puede hacer ganar el puto Jackpot… ¿Pido una cita a Caroline? ¿Soy un jodido gigoló ahora para vosotros o…?

– Vale, vale – Sandi se impacientó – Mensaje captado. No te enfades, Stewart, no iba por ahí.

– Bien…

– Y cuídate, ¿quieres? Solo te he visto con esas ojeras después del putadón de Kendall Roy y esta pasada semana.

Esa mujer era surreal.

– ¿En serio te preguntas por qué hago ojeras cuando recibo llamadas como esta a las 11 de la noche?

– Lo siento, ¿vale? – insistió ella. – descansa.

– Buenas noches a ti también.

Cuando colgó pensó que lo primero que haría al llegar a su piso, antes de hacerle el amor a Lavinia como si se acabara el puto mundo, sería lanzar el móvil por la ventana para que los Furness no le interrumpiesen hasta media mañana; pero la verdad ahora mismo no iba a sobrevivir a un juicio si mataba a alguien con él.

– ¿Todo bien – le preguntó Lavinia cuando volvió a su asiento.

– Sí, ¿por qué no bebemos un whisky a nuestra salud? ¿Quieres, Greg?

– Cla… claro.


La última media hora del viaje se le hizo eterna, la salida del aeropuerto era más rápida en un avión privado, pero aun así se impacientó.

Nueva York olía a polvo de tubo de escape, café de franquicia y a humedad como en muchas de las noches lluviosas de primavera que ya había pasado en la ciudad. Sin embargo, Lavinia se sintió reconfortada de estar aquí.

Ambos habían hecho un esfuerzo por no tocarse insistentemente durante el viaje, no más allá de sus dedos obstinadamente entrelazados.

Había mirado un rato por la ventanilla fascinada por los nubarrones y la extraña sensación de estar a todos esos metros de altura en un avión que volaba solo para ellos.

¡Era horrible lo maravilloso que era estar aquí…! Un coche les había llevado hasta la pista de aterrizaje, nada de esperar en ninguna terminal, ni colas sin fin, ni lavabos de higiene dudosa, o niños pequeños llorando en brazos de padres desesperados; y el interior de este trasto era como el escenario de un anuncio del whisky que se estaban bebiendo. Los asientos de piel, las superficies relucientes.

Escuchó decir a Greg algo sobre que lo mejor de tener dinero era la diversión y usar Uber en vez de taxis, incluso cuando subían las tarifas.

Una vez que el avión había tocado suelo, había otro coche esperándolos, justo donde bajaron a tierra. Le entregaron la bolsa que había llevado consigo y notó la mano de Stewy en su cintura.

– ¿Vamos?

Metieron a Greg en un Uber. Se despidió de ellos mientras insistía en taparse la cara con un pañuelo tubular que le había prestado Lavinia, aún preocupado sobre Sam "el folla ratas". Como si su altura no le delatara por sí misma, dado el caso.

Cuando por fin estuvieron solos en su coche, Stewy la besó. Ella se separó un poco al cabo de unos minutos y lo miró a los ojos, su mano derecha acarició la mejilla áspera, sintiendo su barba tupida y notando su abrazo.

– No podía esperar a llegar a esta maldita ciudad – susurró él en un tono suave.

Stewy agradeció que la limusina que había hecho venir contara con un vidrio semioscuro de separación entre ellos y el conductor. Porque ya no podía hacer mucho para seguir aguantándose y mantener sus manos a distancia.

Deslizó lentamente una mano bajo su camiseta, pero a diferencia de esa tarde, en cuánto se aseguró por su pequeño gemido que tenía su aprobación, no quiso cortarse más. Apoyó la mano posesivamente sobre su pecho derecho, amasándolo. Su pulgar abriéndose paso en el sostén y rozando el pezón una vez y otra.

Lavinia jadeó, conteniendo la respiración. Concentrándose en las manos que acariciaban su cuerpo. Después de un instante de vacilación casi inapreciable, deslizó los labios contra los de él. – Ten un poco más de paciencia… – murmuró sin apartarle.

Al entrar en el piso, el brazo derecho de Stewy la rodeó por la cintura y terminó de acercarla a él. La ropa que ambos llevaban puesta se había empezado a convertir en un estorbo en el momento que habían entrado en el ascensor, pero apenas habían hecho nada al respecto. Él había vuelto a poner la atención en sus pechos, ella había maniobrado a través de su bragueta para acariciar la firmeza de su calentón.

Stewy le había dicho una vez que fantaseaba con tenerla contra el ventanal de su comedor, pero en ese momento su único objetivo fue llevarla a la cama. Tenía grandes planes allí.

Le susurró palabras y deseos, de cómo se lo haría despacio y suave y luego todo lo contrario. Pero cuando llegaron al dormitorio seguían demasiado vestidos. Ella iba a quitarse por fin los pantalones cortos cuando Stewy se lo impidió. – No, espera.

Lavinia se sentó al borde de su cama y él se arrodilló ayudándola con la cremallera.

Había adoración y hambre en sus ojos, eran las únicas palabras que se le ocurrían para describirlo, pero también algo más, algo le preocupaba desde hacía varios minutos.

Se quedó mirándolo. – ¿Estás bien?

Antes de poder responderle, Stewy se volvió a inclinar hacia delante para besarla y Lavinia enredó los dedos en su pelo para no perder el equilibrio. – Mírame, Lavinia – le pidió.

Ella asintió con una bocanada de aire.

Todo lo que deseaba era hundirse dentro de ella, tranquilizarse a sí mismo y certificar que la tenía definitivamente en sus brazos… en su piso… con él. …aunque no era posesión lo que le rondaba por la cabeza. Si no tacto, piel.

Puede que fuera como tener otra adicción, solo que está tenía más probabilidades de matarle que la cocaína.

Pensó que una raya le ayudaría a mantener la cabeza clara… pero para eso habría tenido que apartar las manos de ella.

– ¿Sabes que lamento ahora? No haberte tenido en mi habitación en Argestes, la cama era de agua – confesó a Lavinia deslizando sus pantalones y sus calzoncillos por sus piernas.

El polo y su chaqueta habían acabado en el suelo del pasillo minutos antes.

– Prefiero que estemos aquí – le aseguró ella.

Lavinia alargó una mano para acariciarle de nuevo la erección, pero él la detuvo.

– Lavinia – dijo, y su voz la hizo estremecer – Recuéstate.

Ella se echó atrás en el colchón. Él se preguntó si simplemente estaba retrasando el subidón del sexo en una tortura autoinfligida o tratando de ahogar en desesperación la increíble vulnerabilidad que había sentido en el ascensor cuando su mano se había cerrado sobre él.

Una imagen nubló la vista de Stewy. No era un recuerdo, sino una fantasía…, algo que iba a procurar cumplir a continuación. Lavinia debajo de su cuerpo, con las piernas abiertas, recibiendo embestidas y su dedo pulgar en la boca. Ambos húmedos y gimiendo.

Habían follado siempre con cariño y besos… hecho el amor, si quieres. Incluso al principio. Pero sintió que de esto de hoy no había vuelta atrás.

La ayudó a liberarse de sus shorts tejanos, le besó el vientre y los muslos, y hundió su cabeza entre sus piernas, apartando la ropa interior que la cubría para besarla entre sus rizos con reverencia.

Su lengua no tardó en hundirse en ella, cavando profundamente en su humedad, dándole tanto placer que sus gemidos se volvieron súplicas inconexas. Las manos de ella buscaron un punto de equilibrio en las sabanas y arqueó la espalda, perdiéndose en todo lo que su boca parecía ofrecerle, pero justo cuando iba a experimentar el orgasmo, él se detuvo un momento.

– Sht… – le acarició la pierna.

Lavinia soltó un gemido de insatisfacción, pero entonces lo vio prepararse acariciándose a sí mismo, alejarse hasta la mesita de noche a por el preservativo y acercarse, desnudo y empalmado. La besó con una sonrisa mientras le quitaba la camiseta y se deshacía de su sujetador, una de sus manos descartando sus braguitas y perdiéndose en su piel caliente para apaciguarla, la otra en él mismo en una exhibición de sensualidad que la hizo temblar de anticipación. Segundos después, Lavinia sintió como entraba en ella cortándole el aliento.

Él comenzó a entrar y salir, esforzándose en no romperse demasiado pronto, en mantener la cordura; sus manos firmes en sus muslos. Lavinia, desamparada, gimió y tiró de sus hombros para abrazarlo, reencontrando su propio sabor en cada beso, mientras sus movimientos se volvían frenéticos.

Hubo un momento en que le levantó una pierna, desesperado por hundirse más en ella. Lavinia abrió la boca un poco cuando se introdujo esta vez y después hubo un cambio de ángulo que aumentó el placer para ambos. Su pulgar en sus labios. Inclinó la cabeza para besarla. Estaba tan ajustada a él y él tan al límite del maldito precipicio que ya apenas podía pensar en nada más que los sonidos que emitían sus cuerpos. Sus caderas, sus gemidos.

Empujó hasta que no hubo aire ni para respirar.

Hasta que se dio cuenta de que era tan codicioso que iba a llegar antes de lo que había querido. Sin ella.

– Livy – jadeó.

Cerró los ojos. Joder.

– Dime que estás cerca… —murmuró. Ella asintió, pero no encontró su voz – Voy a acariciarte, ¿vale? – gimió Stewy – No te he impedido hacerme una paja tántrica contra ese puto árbol esta tarde para correrme primero como un idiota…

Pese a estar ahogándose al límite del placer, Lavinia consiguió soltar una risa con la respiración en la garganta. – ¿Tántrica? Creo que confías demasiado en mis habilidades, Ste… Stewy – jadeó, perdida.

– Hey. – Se desaceleró y sus manos abandonaron su cintura y fueron hacia abajo, a través de su estómago, hasta que encontraron su clítoris. – Relájate y siénteme.

Un profundo gemido retumbó desde lo más profundo del pecho de Lavinia. –Eres preciosa. Y sexy y… – él embistió de nuevo.

La besó ahogando un te quiero en su boca. Uno que se había tragado como podía, pegándolo a sus labios, envolviéndolo en su lengua.

El orgasmo de ambos fue tan demoledor que Stewy se quedó inmóvil mientras sentía los últimos espasmos de ella, que tembló incontrolablemente bajó sus manos. Tuvo que recomponerse un poco para desenredarse de sus brazos y no castigarla con su peso.

De lo siguiente que Lavinia fue realmente consciente fue de estar tumbada en el colchón, mirándolo de lado. Él la rodeaba con los brazos y su cabeza encajaba en el hueco que dejaba su cuello. Las piernas de los dos, flexionadas, se acoplaban y seguían el mismo recorrido sobre la sábana. A ella aún le parecía que sus rodillas se habían vuelto de gelatina.

La mano de él apretaba una de las suyas con fuerza y ella miró sus dedos y acarició el vello de su brazo.

Lavinia hizo un esfuerzo casi físico para no decirle que le quería así a lo loco cuando le acarició la mejilla.

– Ha sido fantástico… – dijo, en cambio.

–Tú eres fantástica – le replicó él con una sonrisa, besándole el cabello y apretándose contra ella.

Se quedó dormida en sus brazos poco después.

Él la observó un momento tratando de absorber todos los detalles.

Olían a ellos, a sexo, a calma. Aún sentía ese puto miedo. La fina sábana con la que ella se había tapado se había movido un poco y uno de sus pechos estaba a la vista. Stewy reconoció el irrefrenable deseo de acariciarlo, besar su pezón perfecto, pero se contuvo para no interrumpir su sueño.


Lo primero que vio al despertar fue a Lavinia enrollada en la sábana y completamente dormida en su cama. Tan dormida que su respiración podía ser considerada un pequeño ronquido.

Stewy sonrió satisfecho para sí mismo. Extendió el brazo y le acarició el hombro con la yema de los dedos, incapaz de reprimir las ganas de sentir su piel. Ella se despertó, y le sonrió al darse la vuelta y verle, aún soñolienta.

– Buenos días – le susurró.

– Firmaría ahora mismo que mi primer contacto humano por la mañana fuera siempre este y no mi desayuno diario con los Furness. Creo que ya he sentido mi móvil vibrar un par de veces – él le sonrió.

Estaba a punto de besarla cuando esta vez escuchó perfectamente su puñetero móvil trepidar en la mesilla de noche. Tendría que haberlo parado como se prometió.

– Dios, son las nueve y media, Stewy. Me prometí que pasaría por Dust para decirles que puedo reincorporarme antes y tú tienes que trabajar.

– Tonterías – dijo, resistiéndose a la evidencia – ¿Qué te parece si nos duchamos juntos y después pedimos un buen desayuno?

Lavinia se mordió el labio. – Acepto la ducha, pero los dos tenemos obligaciones después, ¿no? Tendrá que ser un café rápido.

Odiaba el puto mundo real que se empeñaba a seguir girando mientras ellos estaban en esta habitación.

– ¿Por qué no te vienes aquí cuando acabes de Dust y nos vemos esta noche?

– ¿En serio?

Stewy se encogió de hombros.

– Puedo llamar a un chef que hago venir a veces… que nos prepare algo especial para cenar.

Lavinia dudó. – Si tienes trabajo, no quiero ser una molestia.

– No lo eres. ¿Ducha juntos entonces y cenamos esta noche?

– Vale – aceptó.

Se ducharon juntos. Con más besos y caricias que juegos sexuales, pero aun así con manos resbalando por la piel del otro para repartir el jabón y saciarse bajo el agua tibia.

Se olvidó de todo, salvo del hombre que la tenía en brazos, que la miraba como si quisiera devorarla, pero también como si fuera algo muy muy preciado.

Ella se secó con una toalla grande que él le prestó, se vistió deprisa con un vestido primaveral que llevaba en la bolsa que había arrastrado a Canadá y de vuelta a Nueva York, y se hizo una coleta con el cabello mojado. Estuvo un rato mirando ensimismada como él se peinaba, aplicando gel en un cabello que de otra forma era ensortijado.

Le gustaba esa versión de Stewy.

– ¿Me vas a contar nunca la historia de ese piercing que llevas? – sonrió con una taza de café en la mano que él le había preparado en su prístina cocina unos minutos antes.

Stewy chasqueó la lengua y la miró a través del espejo del baño que apenas empezaba a desempañarse.

Ninguno de los dos podía esconder la sonrisa de oreja a oreja de sus caras.

– A cambio de algún secreto tuyo.

– ¿Oh, la historia de tu piercing en el pezón es un secreto? – hizo una expresión astuta.

– Qué va. Te prometo que encontraras la historia muy aburrida…

Ella arqueó una ceja, bromeando. – ¡No…, entonces es trampa pedirme un secreto a cambio…!

Él no pudo evitar sonreír sintiéndose especialmente ligero y satisfecho. Ya casi había olvidado la llamada de Sandi de ayer. – ¿Es una competición de anécdotas que nos hagan poner rojos?

– No lo sé. Quizás.

– Livy, – ladeó la cabeza – debo advertirte que cuando se trata de competiciones y juegos siempre gano.

La besó en la boca, un beso largo, profundo.

Algo que volvió a repetir de manera casi idéntica cuando sus caminos se separaron en una concurrida acera de Manhattan esa mañana.

La mano de Stewy era suave, de largos dedos, y oprimía la suya con calidez. Lavinia lo miró largamente antes de subirse a un taxi pensando en las horas compartidas.

Fue un milagro que aquel día pudiera concentrarse en el trabajo.

Kara le estuvo explicando que Angela y ella iban a ser comisarias de una exposición sobre moda inspirada en pinturas famosas que había ideado uno de sus artistas emergentes. El artista en cuestión también expondría algunas de sus instalaciones contemporáneas en el contexto de la exposición. Su jefa le entregó un catálogo que tenía La Primavera de Boticelli por portada y le informó que querían que las acompañara a Los Ángeles durante dos semanas a finales de junio.

Se pasó todo el día preparando una base de datos de periodistas a los que contactar para dar visibilidad al proyecto.


Lo observó quitarse la corbata del cuello mientras seguía hablando por teléfono.

Se quedó extrañamente quieto mientras la persona al otro lado del auricular le hablaba. Luego dijo moviendo los labios en silencio: James Weissel.

Al otro lado de la línea, se podía intuir la voz aflautada por la edad de Sandy Furness.

Lavinia repasó los mensajes del tipo "anoche… fue increíble" que habían compartido durante el día para que no pareciese que estaba demasiado pendiente de su conversación de trabajo.

Más tarde, el chef que Stewy había contratado sirvió la cena y les estuvo explicando en que consistían los platos. Risotto, dumplings de langosta, huevos rotos trufados con timbal de patata y boletus, Pana cotta con café...

Stewy le dio las gracias antes de que se marchara. Cuando desapareció de la vista, él ya había colgado el teléfono a Furness y Lavinia le sonrió.

– ¿Todo bien?

No parecía muy entusiasmado, pero en ese momento no quiso darle importancia.

– Nada que no vayamos a solucionar ahora mismo con un buen Borgoña, un Domaine d'Auvenay, por ejemplo.

– Espero que no pretendas emborracharme porque mañana no puedo ir a la oficina con resaca.

Stewy entrecerró los ojos sonriendo: – ¿Por quién me tomas? – preguntó, fingiéndose herido. Ella alzó las manos con las palmas hacia arriba.

Lavinia había pasado por casa antes de venir aquí esta noche, para cambiarse de ropa y coger una muda para mañana.

– Van a ser unos días de locos.

– No hay paz para los capitalistas, ¿ehm? – ella bromeó.

Mientras ambos cenaban tuvieron una charla trivial que incluyó a Lavinia explicando por qué adoraba Italia y la Pana cotta y a él concediéndole que despotricara contra el capitalismo de Wall Street y la crisis económica de hace 10 años.

El capitalismo tiene sus fallos, pero, joder, Livy... – le replicó en algún momento.

Hablaron de verse para comer al mediodía cuando pudieran coordinarse, y ella le tentó de bajar del mundo olimpo al terrenal pasándose un día a cenar por su apartamento de Queens.

Stewy la observó descalzarse de los tacones rojos que llevaba horas usando. Lavinia subió un poco una de sus piernas para acariciarse el tobillo adolorido y le sonrió.

Estaba absolutamente deslumbrante. ¿Cómo había podido vivir sin ella todo este tiempo?

– Ven aquí...

Lavinia lo miró, provocadora, divertida, y se pasó la lengua lentamente por entre los labios: – Oh, tú solo... Stewy, cuéntame más de lo que imaginabas hacerme contra esa ventana… – dijo. Hostia…

Esta mujer le traía loco.

Stewy blasfemó mientras la invitaba a alzarse de la silla. Sus manos ya enredadas en la tela de su vestido de color crema, subiéndole la falda del mismo alrededor de la cintura y sentándola en la mesa. Fue a pasar un dedo por la tela de su ropa interior en ese lugar suyo íntimo que adoraba y se encontró con su piel. – Livy, joder, ¿en qué momento te has quitado…?

Ella inclinó la cabeza a un lado y se rió. – Cuando he ido al baño – lo ayudó a desabrocharse la camisa. – ¿Por qué no me vuelves a contar cómo imaginabas que lo haríamos?

En ese punto su erección se encontraba dolorosamente tensa contra la cremallera...

… y ella estaba haciendo trampas adrede.

Quería tenerla contra la vidriera, con las luces de Manhattan a sus pies. La llevó a horcajadas hasta el ventanal, las manos en sus muslos y luego apoyó su espalda contra el vidrio para acariciarla hasta tenerla en el punto que quería. Dos, tres dedos en su interior.

Las piernas de Lavinia se tambalearon cuando volvió a poner los pies en el suelo, toda su mitad inferior temblando mientras él seguía entreteniéndose en su piel, moviendo los dedos de arriba abajo y haciendo sonar todas sus notas. Lavinia puso una de sus manos en sus bíceps para no caerse.

– Stew – suplicó.

La colocó de espaldas a él con las manos en el cristal y ella jadeó suavemente. – Creo que tú también has tenido fantasías con esto – Stewy dijo mientras le besaba el omoplato.

Volvió a acariciarla, bebiendo de la imagen de Lavinia con su vestido en la cintura, sus muslos de seda, sus piernas haciéndole espacio.

Lavinia ladeó el rostro para que la besara.

Inmóvil y con los puños apretados intentó mantener el control como pudo al entrar en ella, sus manos extendidas en sus caderas al embestirla. Más. Más, maldita sea. Fue brusco y tierno a la vez.

Lavinia gimió su nombre, y él respondió separándole un poco más las piernas, y penetrándola de nuevo.

Estaba demasiado cerca, era demasiado pronto cuando la notó estremecerse de placer. Aún no, no... Quería que esto durase más para ambos.

– Desde la última vez que estuviste aquí…ah... antes de Argestes...– dijo mientras empujaba – he perdido la cuenta de las veces que me he masturbado pensando en ti.

– ¿Justo así?

A Stewy se le trabaron en la lengua todas las obscenidades que le quería decir.

– Justo así – aceptó. Y luego prometió: – Esta noche no voy a salir de ti, Livy, no hasta que estemos exhaustos...

Cuando llegó al clímax, solo unos segundos después de ella, Stewy se corrió con tanto ímpetu que por un momento de locura temió haber jodido el condón. Mierda.

Una vez que comprobó que se trataba de una falsa alarma, la abrazó.

Borró con un beso esa pequeña arruga en su ceño asegurándole que no tenía de que preocuparse y recuperaron el aliento en el sofá.

– Follar contigo es literalmente mi nueva actividad favorita – le susurró, fingiéndose un poco más canalla de lo que se sentía en este momento.

Lavinia se limitó a quedarse abrazada a su pecho, sus piernas entrelazadas, sintiendo aún su cuerpo resbaladizo contra el de él.

El amanecer los sorprendió sudorosos, agotados, colmados de placer, como él había prometido.

Lavinia suspiró cuando se dio cuenta de que tenía varios mensajes en el móvil, pero para sorpresa suya no eran del trabajo ni de su hermano.

Willa la invitaba al preestreno de su obra en Broadway.

Notó a Stewy pegándose a su cintura sobre el colchón y besándola detrás de la oreja. – ¿Novedades?

– Solo planes para de aquí unos días.

– ¿Qué tipo de planes? – Él dibujaba círculos en su piel. Ella todavía la sentía en carne viva.

– La obra de teatro de Willa.

– ¿La novia de Connor? – inclinó la voz de una forma que ella sobreentendió unas comillas en la palabra "novia".

Lavinia se giró para mirarle. – No seas malo, ellos hacen una pareja decente… y me parece que él se ha gastado mucho dinero en esa obra…

– Uhm… – la besó. – Es probablemente parte del trato, ¿no?

Ella se encogió de hombros. – Supongo.

– ¿Qué día es esa cosa?

– En una semana más o menos.

– ¿El jueves?

– Sí, ¿por qué? – le miró.

– Lawrence Yee da una fiesta para presentar su nuevo proyecto. Esperaba llevarte conmigo.

Lavinia se levantó un poco, su codo sobre la almohada, para mirarle mejor. – Stewy, ¿estás seguro de que quieres que nos vean juntos?

Él también se alzó un poco.

– Después de cómo implosionó Vaulter, te puedo asegurar que no habrá ningún primo tuyo invitado a ese lugar.

– Aun así…