"Doesn't matter where she is tonight
Or with whoever she spends her time
If these arms were meant to hold her
They were never meant to hold her so tight [...]"
–Another night in (Tindersticks)
Capítulo 15. D.C.
Aquella mañana de primavera había tenido ya sabor a verano.
La mañana que la acompañó al aeropuerto.
Hace apenas unos días.
– Dios, te quiero, lo sabes – le dijo al despedirse.
Fue solo un susurro, un susurro a plena luz del día, en un espacio abierto, iluminado por el sol. Sin música suave ni sus respiraciones cargadas de sexo, nada que justificara como se sintió Lavinia.
Un susurro frente a la terminal de salidas del aeropuerto John F. Kennedy lleno de personas desconocidas que iban y venían.
Iban a ser solo diez u once días fuera y se dijo a sí misma que estarían bien.
Pero se preguntó qué estaba pensando Stewy. Esperaba, con una sonrisa muy ligera en los labios. Ella se acercó para besarlo muy suavemente, vacilando un momento antes y apretando después con ternura su boca contra la suya.
Lo miró más o menos del mismo modo como él la miraba.
Entonces Lavinia sintió opresión en su garganta y en su pecho. Tenía un mal presentimiento – su corazón latió más deprisa.
Supuso que estaba comportándose como una idiota.
– Te llamo cuando llegue – le rozó de nuevo los labios.
La boca de él se curvó en una lenta sonrisa. – Espera, tengo algo para ti.
Lavinia frunció el ceño y buscó las palabras, seria y sonriente al mismo tiempo, con esa pizca de pudor que a veces sentía bajo la intensidad de su mirada. – Stewy...
Tendría que haberle preguntado antes qué había en el estuche de cuero que llevaba bajo el brazo. En el fondo, había temido esto, así que había ignorado el cuidado con el que él había sostenido el objeto desde que habían bajado de su Bentley.
– Toma. Es para ti – dijo.
– Para mí. ¿Por qué?
– Porque no dejas de quejarte de tu tablet.
Lo miró arqueando las cejas.
Estaba segura de que representaba una fortuna.
– Porque la he roto, la trato fatal. Como el móvil y el portátil…
– Entonces es genial porque este equipo es más un mini portátil que un iPad y es resistente de la hostia. El hardware...
– No, no – ladeó la cabeza y tomó el estuche en las manos con una leve reticencia – No quiero que me hagas regalos.
Stewy frunció el labio.
No esperaba esa reacción. Quería hacerla sonreír, posiblemente sentir sus manos en su cabello cuando lo besara. – ¿No tengo permitido hacerle regalos a mi novia? – preguntó con una mueca de niño.
– Bueno, no me quejé de que me regalaras flores, ¿no? – suspiró – Pero no quiero que te gastes tanto dinero.
La vio examinar el estuche. ¿No iba a abrirlo?
Cuando al final lo hizo, Stewy sonrió.
Ella puso uno de sus pequeños y delicados dedos en el botón de encendido. – Es chulo – aceptó mordiéndose la mejilla por dentro.
La apretó entre sus brazos y buscó sus labios.
Stewy llevaba un traje azul oscuro y una camisa blanca que iba a quedar arrugada si seguía haciendo el tonto.
Iba impecable como siempre. Ella dio un paso atrás y con una sonrisa pasó sus dedos sobre la tela para alisarla.
Sus profundos ojos oscuros la recorrieron con un mohín. – No me harás devolver el regalo, ¿verdad?
Lavinia desvió la vista, pero ya estaba sonriendo. – Me lo pensaré…
Él lo entendía, o creía que lo entendía. Lavinia no quería ser ese tipo de novia.
Sin embargo, a Stewy no le importaba gastar, sabía disfrutar de su dinero. ¿Para qué servía ser jodidamente billonario si no?
Podría haber tenido una buena carrera como su padre, que era ingeniero civil. Una donde se otorgaran premios a la meritoria labor profesional y se ganara mucho.
O una empresa como la de su hermano mayor con negocios en Estados Unidos y Kuwait.
En su casa ya tenían dinero.
Pero Stewy había querido más. Quizás su yo más joven había tenido muchas cosas por demostrar.
Lo había querido todo en el corazón del mundo financiero de América.
Se había estado preparando para forjar su camino en Wall Street y estar en la maldita cima desde Harvard.
Destripar otras empresas como un puto vampiro sediento y devorar los beneficios. Encontrarse siempre en lugares donde fuera fácil enriquecerse, aprovechándose de los mercados.
No tenía problemas con lo más salvaje del capitalismo de la Gran Manzana. Disfrutaba el maldito juego y alimentar la avaricia corporativa.
Había habido otros Vaulters, y Maesbury Capital había hecho lo mismo que Waystar Royco con ellos.
No había lugar para las emociones en la cúspide del capital riesgo.
Hasta el momento la principal prioridad había sido su carrera.
La miró.
Aquel era el día en que se emitiría la entrevista a Weissel.
En aquel instante no sabía cómo eso afectaría al hermano de ella.
Esperaba que poco o nada… pero habían evitado el tema expresamente. Stewy podía decir con certeza que Lavinia estaba preocupada.
Se besaron de nuevo dentro de la terminal, en una especie de tierra de nadie, antes de que ella hiciera cola para pasar los controles de seguridad, frente a una multitud anónima.
Ambos eran conscientes de que estos días habría cierta conmoción, y arrastraron el momento, con ternura, sin querer que terminara. Solo el sonido de la megafonía hizo que sus labios se separaran.
– Ve – dijo ella. – Sandy te espera y yo tengo que coger un avión.
Era afortunado.
Y sintiéndose un hombre con suerte, se fue.
Sandi hija se acercó dos días después en las oficinas de su puñetero padre.
– No tengo ni idea de cómo funcionas…– la mujer sonrió condescendiente y negó con la cabeza.
Stewy quiso borrarle la sonrisa de la cara de un plumazo, intuyendo una segunda intención en su ademán amigable. En cambio, replicó alzando una ceja: – ¿Perdón?
– Después de que Kendall Roy os dejara tirados, pensé que era tu culpa… y la nuestra. Por fiarnos… Cuando pactaste esa primera aparición en la tele... perdóname, pero tenía mis dudas… todo ese rollo de que tu amigo ya no era relevante… estabas enfadado, era personal. … y después… va y aparece esa chica. ¿Está ella al tanto de cuánto tienes que ver con Weissel largando contra su familia o no es tan serio?
La miró un momento con los ojos serios y profundos, una presión sombría en los labios. Cuando no respondió de inmediato, Sandi cambió su bolso de mano intranquila.
En vez de darle el placer de perder los nervios, Stewy siguió recogiendo papeles de la mesa de reuniones.
La mujer se impacientó:
– A mi parecer tiene que ser lo suficientemente serio para que Josh Aaronson vaya diciendo que trabajamos con el nieto político de Ewan Roy…
Stewy movió la barbilla como si estuviera pensando. – No entiendo dónde quieres ir a parar.
La tensión se podía cortar con un cuchillo.
– ¿Su apellido es Hirsch, no? Tendrías que hablar con mi padre porque hay un Hirsch en los informes preliminares del comité del Senado que le han filtrado hoy sus amigos del Partido Demócrata.
A la mañana siguiente entró en la oficina de Sandy Furness muy temprano. Quería terminar de revisar los flecos que iban a discutir en la próxima reunión con el equipo de relaciones públicas de su socio y sacar el tema, pero ni siquiera tuvo que abrir la boca.
– Stewy, ven, vas a querer leer estos emails que Gil Eavis va a incluir en su estrategia – Sandy se apoyó en su silla con una gran sonrisa en la cara.
Algo de la vista en Washington debía ser muy prometedor si Sandy estaba sonriendo. De hecho, sabía que había estado en contacto con la senadora Katherine Gilliard del subcomité del Senado que investigaba los delitos cometidos en Brightstar.
– Son de Tom Wambsgans, el marido de Siobhan – le informó Sandy mientras le entregaba diferentes hojas de papel que tenía sobre la mesa – Eavis los acompaña de un registro que prueba la destrucción de documentos en una fecha tan reciente como el noviembre pasado. Toma. Pinta bien, ¿o no?
Uno de los primeros nombres que leyó fue el de Greg.
Hirsch.
¿Qué narices...?
– Es interesante – respondió, tratando de mantener la voz neutra mientras se construía mentalmente una idea de lo que tenía en las manos.
– Me han dicho que Gil Eavis va a ir a tope con esto. Siéntate, quería hablarlo contigo. – le ofreció.
Stewy se sentó en la silla de cuero marrón que le señalaba y se quedó mirando los papeles.
– Bien, diría que el honorable senador Eavis lo tiene controlado, ¿no? Es una trampa – su socio usó un tono calmado, de negocios, después de un largo momento. Uno que no justificaba que se sintiera tan tenso – Va a castrar al marido de Siobhan. Lo tiene cogido por... los huevos – bromeó. – ¿Quieres leer más? Gilliard me debía un par de favores.
– No, gracias. Esperaré al día de la audiencia sin más spoilers – Pensó que así se protegía. Ellos igualmente no tenían ningún papel en esto – ¿Suponemos que el equipo legal de Logan Roy no es completamente inútil y tendrá la misma información sobre esto que Gil Eavis, no? – chasqueó la lengua Stewy – Novotney and co estaran armándole hasta los dientes.
– Pero es bonito creer lo contrario, ¿verdad?. Me pregunto cómo no borró mejor el rastro de los correos más, no sé cómo decirlo, ¿íntimos? – Sandy sonrió. – ¿Va todo bien contigo, hijo? ¿Supone un problema? Sé que es bastante personal para ti.
Habló como si fuera una especie de mentor o un tío lejano y no su socio.
Stewy había empezado en este negocio de viejos hombres blancos cuando era muy joven y todavía detestaba que lo trataran con paternalismo.
– No, en absoluto – repuso. – No importa.
– Deberíamos hacer como que no tenemos esa información, no querría quedar mal con mis contactos... ...ya te lo dije, estamos juntos en esto. Si puedo brindarte algún consejo… – lo miró expectante.
– No te preocupes.
Sandy asintió. – Parece que también hay una mujer que podría testificar contra 'Mo', pero eso no está cerrado aún. Sabía que Jim Weissel sería la pieza que haría derrumbar el resto. ¿Cuánto habremos invertido en él? ¿50 millones?
Para Lavinia los días en Los Ángeles fueron muy estresantes.
Por el camino perdió muchas horas de sueño y empezó a obsesionarse con la pequeña arruga de su entrecejo.
Era una sensación curiosa. Trabajaba cada día hasta las tantas preparando nuevos ángulos y giros sobre la exposición que querían promocionar, peleándose con el dosier de prensa, y cuando llegaba al hotel no podía dormir.
Se había convertido en la mujer de las tres de la mañana, que no puede decidirse a acostarse, que necesita alimentar a toda costa la sensación de tener un poco de tiempo fuera del trabajo: miraba series, escuchaba música con sus auriculares inalámbricos, actualizaba sus redes sociales…
Una noche de camino al hotel recuperó de su móvil las fotos que había tomado de las rosas que él le había mandado en Nueva York y estuvo mirándolas. Era un ramo tan exuberante que resultaba ridículo. Muchos de los brotes de un rojo intenso casi no le cabían en la mano.
El embriagador aroma de las pobres flores había llenado todo alrededor de su escritorio hasta el punto que Ilhan había estado riéndose el viernes mientras hacían el café de la mañana.
– Es una pena que se estropeen tan rápido. ¿Quieres que les cambie el agua o…? Puedo adoptarlas en tu ausencia.
Lavinia había rodado los ojos mientras sonreía.
Guardó las fotos y exploró los mensajes en su móvil mientras daba instrucciones al taxista que tenía que llevarla al hotel.
Esbozó una sonrisa pensando en los últimos mensajes tontos con Stewy.
¿Qué volvía a tener? ¿Dieciocho años?
Lavinia suspiró y apoyó la cabeza en el suave asiento de piel.
Lo último que le había mandado era el enlace de un blog sobre esa isla donde tenía una villa.
Paxos.
Él le había hablado de playas de caliza blanca y agua cristalina pero al empezar a leer se dio cuenta que había más. Ese lugar tenía un montón de historia.
El sol, el mar y la espontaneidad del verano en el Mediterráneo...
¡Y algunas de las pinturas al fresco más antiguas y valiosas de todas las islas jónicas en uno de sus pueblos de postal con casas blancas, edificios históricos, capillas ortodoxas y callejuelas estrechas!
Estaba ilusionada, sí. ¿Por qué negarlo?
¿Acaso no se merecía algo así? Algo emocionante y maravilloso con Stewy.
Sabía que se quejaría un poco si lo arrastraba de visita cultural, pero ya lograría compensárselo. Al fin y al cabo era él quien le había mandado el enlace.
No podía esperar a que llegara esa primera semana de julio.
Unos días con él sin tener que hacer filigranas para verse, con todo el tiempo del mundo para conjugar sentimientos y que le hiciera el amor de esa manera que la derretía como el chocolate…
Lejos del ruido que les rodeaba ahora mismo y de manos llenas de problemas.
Luego vendría la junta de accionistas de Waystar. Pasase lo que pasase en ella, ya no tendría sentido esconderse.
Las cosas se estabilizarían.
Su abuelo y sus primos podían ponerse como gustaran. Su vida era solo suya y podía tomar las decisiones que quisiera, equivocadas o no. ...
Como cada día de esta semana, Stewy la llamó puntual pasada la medianoche de Nueva York, cuando eran las 9 y pocos minutos en Los Ángeles.
A veces, como hoy, la enganchaba aún de camino al hotel, a menudo en uno de esos taxis amarillos que también poblaban la ciudad de las estrellas. Le preguntó cómo estaba y ella mencionó el calor que estaba haciendo estos días en L.A.
Stewy deseaba estar allí con ella. Cómo tomándole el pelo, sugirió:
–… Oye, igual te da tiempo a ir a la playa. Necesitaré ver fotos –.
– Sí, como no sea a algún posado del artista de Angela y Kara para el Santa Monica News – se quejó Lavinia al otro lado del hilo.
Esos días atrás Lavinia le había comentado que tendría que comprarse un bikini si se iban al Mediterráneo, y él le había propuesto algo canalla que estaría encantado de ir de compras con ella si era por "una buena causa".
– No te imaginas los problemas que tengo para encontrar parte de arriba. Es un infierno – le había avisado.
A decir verdad estaba bastante interesado en comprobarlo.
No importa qué se pusiera, ella tenía un tipazo.
– ¿Es atractivo? ¿… tu artista? – continuó indagando él.
– Oh, Stewy… mucho – dijo en broma – Si vieras esos músculos californianos…
En realidad el artista en cuestión era alto y delgaducho, con abundante barba, y siempre iba en sandalias chic.
Sin perder la oportunidad, Stewy usó un tono que siempre siempre la desarmaba:
– ¿Vamos a competir por él entonces? – Era fácil imaginarle sonriendo de oreja a oreja como un gato de Cheshire presumido.
– Quizás – ella chasqueó la lengua –… aunque no sé por qué creo que yo tendría todas las de perder.
– Esa idea no me disgusta...
– ¡Corta el rollo, cariño!
– ¿Uno ya no puede hablar de tíos cañón con su novia…? – la provocó, mordaz, esperando ya su respuesta.
– Tonto… – Ella soltó una carcajada – Por cierto, tienes una voz extraña. ¿Estás siendo bueno? – preguntó, porque percibió una nota de algo titilante en su timbre seductor, cálido.
Lavinia intentó fingir un tono de voz despreocupado y divertido, ¡pero a la vez no pudo evitar querer asegurarse de que él estaba bien de verdad...!
Hoy había cenado con Sandy y otros ejecutivos de Maesbury Capital para encarar la recta final de la batalla por Waystar. Una salida de empresa para destensionarse.
Stewy era un animal social.
Le gustaba eso de él.
La confianza en sí mismo y la decisión y seguridad con la que trataba con todo el mundo.
Pero una comida "de negocios" como esa era sinónimo de consumo no solo de alcohol.
De hecho, de camino al aeropuerto el otro día le había escuchado pedir a Diego que contactara con quien solo podía suponer que era una especie de camello.
Es mayorcito, no tienes por qué preocuparte, se dijo.
– ¿Tú crees? Es porque me has oído pocas veces por teléfono... Valee – Stewy admitió después del pequeño silencio de ella. Tanteó, con voz peligrosamente encantadora: – todavía voy un po-co puesto. Acabo de llegar a casa. Ha sido, ya sabes… un tirito – Entonces le quitó importancia, hablándole templado – No imaginas la cena soporífera que he tenido que soportar. Necesitaba despejarme para aguantar la sobremesa y las copas de después. ¿Cuándo vuelves?
Ella suspiró.
– No lo sé aún. El 18 o el 19.
Stewy hizo un ruido de protesta con la boca.
Lavinia lo imaginó despatarrado en el sofá con un vaso de Scotch y el ceño fruncido.
– Es mucho…
– ¿Cómo dices?
– Es mucho tiempo.
Ella se rió. – Menos de lo que me dijeron al principio. No me hagas pucheros, que no vas a conseguir que me apiade.
– ¿Segura? – se puso zalamero.
– Absolutamente.
Stewy estaba convencido de que ella había puesto los ojos en blanco en el otro extremo de la línea.
Estaban bromeando. Se reían, hacían comedia con la complicidad recién conquistada de una pareja. ¿Pero de qué?
Él pensó que para empezar ambos eran lo suficientemente adultos para aceptar que el otro viajara unos días, ¿no?
No tendría ningún sentido que eso lo agobiara o que estuviera celoso.
Era el primero que quería que esto de Dust funcionara para Lavinia. Ella era brillante y sería estúpido que esas mujeres no la valoraran.
Stewy siempre había sido una persona poco complicada.
Pero la sensación que le quemaba las entrañas pareció crecer.
Lo tenían todo al alcance…
Y de repente estaba ansioso, como quien tiene conciencia de haber olvidado algo importante y no recuerda qué. Era una idiotez, una tontería.
Stewy inclinó la cabeza en el sofá.
¿Estaba a punto de fastidiarla?
Estas semanas estaba volviéndose peor en muchas cosas en las que normalmente era bueno.
Quizás porque la tenía metida debajo de la piel.
Había detestado durante días callarse aquel te quiero que al final había vomitado con un «joder». Por eso se había esforzado en repetirlo después.
A veces sentía el impulso de simplemente desaparecer dentro de ella y no salir. Su chica.
Estaba loco por ella.
¿Qué había hecho tan bien como para que quisiera estar con él?
Después de la cena, Sandy había propuesto ir a uno de esos bares exclusivos de Nueva York lleno de aspirantes a los Hamptons y chicas de veintitantos con zapatos de tacón Christian Louboutin, donde tenía un reservado VIP.
La charla allí había seguido siendo sobre negocios y el mundo financiero en general.
Él se había retirado temprano.
No tenía paciencia para aquello.
Podía esperar para ver a su socio en acción cualquier otro día. Tío, eso donde mea, lo mete en otras personas, es jodidamente repugnante.
Vale, esa vez había exagerado. Aun así, no necesitaba ser la niñera de Sandy hoy.
Decidió hacer una última raya para culminar el día. De su reserva personal.
– Dame un momento, amor.
La coca que compraba era buena, un golpe limpio en la corteza del cerebro, como el primer chapuzón en el mar.
Volcó un poco de coca en el dorso de la mano e inhaló. Notó el efecto rápidamente.
No solía mezclar las substancias de manera incorrecta, pero algo parecía no estar completamente bien con la droga que había tomado esta noche. Esperaba que aquel último tiro lo arreglara.
– Ya está.
Había silenciado el micrófono del móvil por costumbre, no por ella.
Pero Lavinia debió percibir la inflexión en su respiración porque inquirió: – Stewy, ¿te encuentras bien?
– Nada, preciosa. Todo bajo control – aseguró, empujando su mejilla con la lengua en un gesto pensativo.
Lavinia…
Stewy sintió que algo le subía por el pecho: un sentimiento que quizás para su sorpresa sí que estaba preparado para afrontar.
No estaba lo suficientemente drogado como para culpar a la coca de lo que sentía.
Ninguno de los dos era una persona distinta a la que habían conocido en la boda de Siobhan, pero estaban aprendiendo a navegar esto suyo, encajándolo en sus vidas como si realmente fueran a ser capaces de darle el lugar que merecía.
Vender su alma por un pedazo de pastel corporativo era su puñetera especialidad. Por eso, necesitaba definir bien las líneas entre su carrera y su relación.
En esta profesión cuando interferían las emociones estabas jodido.
Miró su frío reflejo en la ventana de su comedor y vio los signos de cansancio. A esa hora siempre arrastraba marcas de fatiga en los ojos.
Después de un momento, murmuró: – Te echo de menos, Livy. ¿Crees que podríamos… por teléfono?
No acabó la frase, pero su tono meloso daba lugar a pocas interpretaciones. Ella le riñó, tierna. – No conmigo en un taxi y tú… bueno… así… ¿en serio estás bien? Deberías irte a dormir.
Siempre era más fácil una huida hacia adelante con un orgasmo y ese puntillo agradable que conseguía que la tensión le resbalara, que tener que contestarle la pregunta de qué le pasaba… ¿Cuán enamorado estaba de ella? ¿Le perdonaría ella si la cagaba?
Eran los augurios lo que sorprendió a Stewy. No podía acabar de decir por qué, pero parecía como si le perforaran el pecho. ¿Qué era esto que tenía estrangulándole el estómago?
Se dijo a sí mismo que estaba siendo ridículo.
Habían establecido límites.
Las Vegas y eso.
La adquisición de Waystar era prioritaria.
Él era el tipo de capullo avaricioso que la había mirado a los ojos después de Dundee y le había confirmado con un ligero encogimiento de hombros que no podía parar la gran bola de mierda que estaba a punto de caer sobre su hermano.
Lavinia lo sabía.
Para ser sincero, entonces no se le ocurrió que estuvieran hablando de la destrucción deliberada de documentos importantes y Lavinia no había dado detalles que hicieran pensarlo, pero tampoco habría cambiado nada. ...
La gente decía que era despiadado en los negocios, y era cierto.
Siempre había intentado ser pragmático, frío, cuando se trataba de dinero.
Ella había aceptado su postura casi como si esperar cualquier otra reacción fuera absurdo.
Quizás porque estaba muy enamorada de él.
Mierda.
Sandy no había tenido reparos en compartir con él la información que le había llegado a través de esos contactos suyos del Partido Demócrata que participaban en el comité de investigación sobre Brightstar. Era una trampa bien tendida por Eavis - para el marido de Siobhan. Depende de qué más tuvieran, era solo el aperitivo. Pero… ¿Por qué? Hostia.
Tenía que avisar a Lavinia que el nombre de su hermano salía allí en medio. ¿Qué coño tenía en la cabeza ese chaval?
Sin embargo, estaba de acuerdo con su socio en que Tom Wambsgans tenía ahora muchas probabilidades de meter la pata y hundir a los Roy en esa sala del Congreso.
Joder, lo había visto interactuar en su despedida de soltero y en su boda. El tío se desmoronaba bajo presión cada vez que tenía un miembro de esa familia a menos de cinco pasos.
Gil iba a por él.
Ponerlo sobre aviso era un error.
Habían invertido una fortuna para que Weissel destapara todo el pastel. Cada pieza de Waystar que se desmoronara después les era favorable.
Era injusto contárselo a Lavinia y pedirle que no dijera nada.
La dejaba en una peor situación.
Si tirabas del tablero a Tom Wambsgans para que arrastrara el resto, ahora mismo Greg se caía con él.
Se dijo que de todas maneras estaba demasiado bajo en el tótem de la empresa para que fuera una caída seria.
Su papel no era substancial.
Ese chico es muy importante para ella…
Stewy se pasó la mano por la cara, miró la superficie lisa de la mesa baja allí donde ponía los pies descalzos.
Se encontraba mejor.
La última raya de coca lo había llevado exactamente a donde quería estar.
Soltó un silencioso suspiro al teléfono.
Le irritaba el hecho de haber sido él mismo quien propuso esa tontería de Las Vegas para mantener separada su posición por Waystar de su historia con Lavinia.
En su lugar podría haber intentado convencerla de que estuviera de su lado sin reservas. Que apostara por él, y no habría límites.
¿Y quién era él para eso? ...
Al menos podría haber ofrecido un puesto de trabajo a su hermano.
Y consejo legal.
Ya convencerían a su abuelo más adelante, ¡qué le dieran a los Roy!
Después de todo Sandy y él iban a ganar sí o sí.
¡Joder! ¡Estaban malditamente bien con Lavinia! Contentos, cómodos, enamorados. Como si llevaran meses juntos y no unas pocas semanas.
Intentó centrarse solo en ellos dos en este momento: – Maldita sea, Livy… No puedo esperar para verte – dijo.
– ¿En serio?
Casi podía verla hacer un mohín al otro lado del país. ¿Es que no sabía que pensaba en ella constantemente?
– Por supuesto... La imagen de ti en una de mis camisas y descalza como el último día que te hice el amor en mi piso vive gratis en mi jodida cabeza…– contestó.
Recordó por un instante la suave piel de sus caderas bajo sus manos.
En el asiento de atrás de un taxi, Lavinia miró las luces de la calle y sonrió.
Ya no era el Los Ángeles ruidoso y anónimo que acababan de dejar, sino un barrio en la propia ciudad en que a estas horas todo el mundo parecía estar en casa.
– Buenas noches, Stewy, amor. Duérmete, ¿vale? – musitó. Lavinia tuvo inmediatamente la sensación de sonar como una niña que juega a las casitas y entonces se aclaró la garganta torpe – Te telefonearé mañana cuando esté en el hotel. Así no me pillas en un taxi y logramos cumplir con alguna de esas malas ideas tuyas…
Él oyó un ruido ligero que debía de ser el del beso que ella le enviaba por el espacio.
– Buenas noches.
Fue un adiós simple, corto.
Su cama estaba vacía y fría. Por eso pensó que ya le estaba bien quedarse en el sofá y tomar otra hasta coger el sueño. Mañana tendría una resaca de caballo.
Las había tenido peores, seguro – pero aun así.
Para ser honesto, empresarialmente apuntaba cada vez más a un triunfo con los accionistas… no importaba lo bueno que fuera Logan Roy escapando después de las repercusiones legales y sacrificando peones.
Joder.
Sus tacones sonaron sobre el mármol de la galería donde se iba a estrenar la dichosa exposición. Se dirigió al piso principal. Angela llevaba evitándola todos estos días, pero había detalles de la inauguración que tenía que comentar con ella.
Dio un paso sobre los cables eléctricos que serpenteaban a través de la alfombra del pasillo y avanzó.
Se encontró con que el socio de sus jefas, George, también había venido.
– Lavinia – la saludó.
– Hola. ¿Todo preparado?
– Casi. Faltan algunos nombres por confirmar en la lista de invitados de la inauguración y me preocupa que no estemos dando con el target adecuado en las redes sociales.
– ¿Por? – se interesó este.
– He detectado que hay una sorprendente buena respuesta de la franja de edad menor de 30 años, pero nuestra campaña digital y para radios estaba pensada para atraer a gente mucho mayor. Estoy pensando en ampliar el foco de algunas publicaciones y cambiar la falca de KOST FM, pero necesito la luz verde de las jefas, ya sabes – gesticuló manteniendo una sonrisa en su voz.
– Bueno, tienes mi aprobación.
– Gracias – dijo con un encogimiento de hombros. – Pero debo comentárselo.
– Lavinia…
– ¿Sí?
– ¡Estás absolutamente fantástica hoy!
– ¿Disculpa?
Alzó una ceja, confusa.
– Perdóname. No quería incomodarte – farfulló – Lo que pasa es que… Kara me ha dicho que andas preocupada por tu futuro en la empresa… y ayer por la tarde te vi bastante estresada y con cara de cansada. Pero hoy estás muy muy guapa.
– Ahm… gracias – hizo una mueca.
Se mostró un poco escéptica. De hecho, el halago no la animó. ¡Lo haría que les pidiera a sus jefas que tomaran ya por fin una decisión...!
Así, no seguiría echando horas sin saber muy bien si en serio contaban con ella o se estaban aprovechando de su trabajo y su paciencia.
Se giró y de pronto notó una mano en la parte baja de su espalda.
Se movió bruscamente.
– ¿Perdona…
El hombre dio un paso atrás como si hubiera sido empujado físicamente.
¿Qué había sido eso?
Angela apareció al fin.
– ¿Necesitas comentarme algo?
– Sí. ¿Podemos hablar en el despacho que hay en el piso de arriba?
– Como quieras. Si no te importa, George, vamos un segundo allí…
El tap-tap-tap de sus tacones la acompañó esta vez por una escalera de caracol que subió con la mano en la barandilla de madera.
Estos zapatos de tacón alto eran nuevos y no quería caerse redonda ahí mismo.
Los había encontrado esta semana en un escaparate de una pequeña tienda por la que tuvo un flechazo un día que se fugó a media tarde a por un café. Eran unos estiletos de color burdeos.
– Puedo darte las instrucciones que quieras sobre el trabajo de esta semana y la inauguración del día 2. Pero si me quieres preguntar por nuestra decisión… aún no está tomada…
– Ya…
– Es que Lavinia… no fuiste sincera y diga lo que diga Kara se podría decir que te has aprovechado de una situación muy complicada en la que nos puso tu primo.
Arrugó el labio. – Kendall no os intentó hundir para que yo tuviera trabajo...
Tenía que admitir que estaba nerviosa.
Solo le faltaba lo que fuera que había intentado el puñetero George allí abajo.
Se negó a siquiera procesarlo.
Cualquiera que fuera la intención, había sido algo completamente inapropiado por su parte.
Resopló.
Tenía dos voces en conflicto en su interior acerca de su futuro en Dust: una le decía que podía salvar este trabajo y seguir creciendo aquí, y la otra que Angela iba a seguir desconfiando de ella, el ambiente se iba a enrarecer y era mucho mejor hacer tabla rasa en otro sitio…
En Nueva York había un montón de agencias de publicidad que trabajaban con carteras de clientes. Tendría que haber empezado a buscar allí desde el principio.
Aunque no eligiera Waystar... sería deshonesto por parte de Kara y Angela si no le daban buenas referencias.
Debería centrarse en decidir sobre aquello.
Supuso que ahora además tendría que dejar claro a George que la había incomodado. Pero podía prever que acabaría pareciendo que estaba todo en su cabeza.
¿Porque en realidad, qué puñetas?
Se encontró con varias llamadas perdidas de Nueva York cuando salió a comer más tarde ese mediodía.
Marcó el teléfono…, y pasó por varias secretarias y minutos de espera hasta que la persona que la había llamado se puso al teléfono.
Cuando descubrió quien la buscaba, se desesperó.
¿Por qué no podía llamarla desde su móvil como la gente normal? ¿En serio era necesario encargarle la llamada a su asistente y este a dos secretarias distintas?
¿Qué quería? ¿Hacerle superar las 12 pruebas de Astérix antes de lograr hablar?
Como si no tuviera suficientes dolores de cabeza.
– Buenas tardes, Vinnie-vi – El tonillo de Roman fue burlón. – La semana que viene el equipo de Karolina va a empezar a dar unas sesiones para preparar a aquellas personas que tienen papeletas de declarar en el Congreso… he propuesto que estés en el campo base que quieren montar en Washington por si necesitan manos. ¿Te animas? Va – puso voz aguda y fingió el sonido de una trompeta – ¿Participa o ha participado usted en la tapadera del escándalo sexual de los cruceros? Ya sabes cómo va. … sinceramente… vi a Hugo y a Jason empezar a preparar a Tom ayer y todavía estoy fascinado por la fe que la gente tiene en sus habilidades… estoy seguro al 200% que Tommy va a cagarla y que la mierda nos llegara a todos a empellones… Ugh. ¿Te vas a perder el espectáculo?
– Estoy en Los Ángeles unos días – se escuchó decir seria. Luego, suspiró – Honestamente, Rome ayudaros a tapar abusos sexuales no está en mi Top 10 de aspiraciones profesionales.
– Oh, vamos. ¿No…? No me jodas. Tabitha me ha contado que quieren echarte y Karolina va como loca contratando minions estúpidos que le hagan las notitas y la recopilación de prensa y de comentarios de redes que no nos importan una mierda. ¡Ah! Sí, y hay tres personas encargadas solo de enviar a joderse a sí mismos a los periodistas cada vez que pidan una declaración ridícula de papá. ¿Cuándo vuelves? ¿Quieres que les diga a recursos humanos que te hagan una entrevista para calmar tu jodida consciencia de clase media? Yo me largo de viaje a Turquía en unas horas, así que bueno adiós, adiós y todo eso. ¿Por qué te haces la estrecha?
– Rome…
– ¿Qué?
–Si la óptica de, ya sabes, mis principios no te convence, también te diré que no voy a hacer que mi abuelo me desherede para subirme al Titanic pirata.
– Haha, muy graciosa – le replicó – Lavinia, escúchame. Es un aviso serio, ¿vale? Tres, dos, unoo… Mientras hablamos, tu abuelo probablemente ya haya nombrado como heredera a una orca raquítica con dificultades para nadar de Seaworld. Y esa mierdecilla de empresa en la que estás no vale la pena. Es así. ¿Dust? Vaya nombre. Que no estén caput tiene solo dos explicaciones: o Ken es un inútil que no podría ni hundir el barco de Lego que le pasó Papá Noel cuando tenía doce años o la relaciones públicas de esta gente es muy buena. Nah, es la primera – aclaró alegremente – No voy a rogarte, soy el puto co-COO de la maldita empresa de medios más grande del planeta. Hay un colega mío, Brian… en los parques. Si quieres te paso el teléfono, te dirá que no soy un mal enchufe. Soy buen jefe. Pero tú misma… Solo piensa en esta propuesta de tu primo favorito, ¿vale?
Ella suspiró.
– Vuelvo después del 18, iré directamente a Washington… puede que aproveche para saludar a Karolina.
Él dio un golpe de aprobación en la mesa.
– Ese es el camino. Solo… necesito que me contestes una cosa más, ¿vale? ¿Te estás tirando a Stewy? Es el puto enemigo… ya sabes… no mola.
Dios mío.
– ¿Y si me lo tirara?
– ¡Oh, vamos! No estoy para nada opuesto a tener a alguien en el reino de Karolina que me cuente cosillas, Vinnie. Pero como comprenderás es feo que te recomiende si te acuestas con él.
– Rome… tu padre me ofreció un puesto exclusivamente para molestar a mi abuelo, ¿y ahora tendría que contarte cosillas a ti? ¿En qué mundo eso tiene sentido?
– Por supuesto que tiene sentido, ¿de qué vas? Es lo mínimo que me merezco por no haberte delatado. ¡Y no es la primera vez! Soy el puto primo del año. ¿Sabes que cuando hurgaban en la basura de Stewy y Sandy les dije que había contratado una prostituta en la boda de Shiv? No me lo agradezcas. Mi hermana está escandalizada. Tendrías que haber visto la cara de Wambsgans.
Puso los ojos en blanco.
– ¿Por qué tendría que agradecértelo?
– Podría haber dicho la verdad.
– Eso no os serviría para lanzar mierda – razonó.
– Depende. Su especialidad es dar cuerda a cierto adicto con problemas con papaíto, pero… – puso voz dramática – Podríamos contar como ha engatusado a una chica vulnerable de una pequeña ciudad francesa con una madre adicta a las pastillas y un padre... bueno, tu padre.
– Roman, ¿engatusado?. Tengo 33 años no 17. Y no he vivido nunca en Francia, lo sabes, ¿verdad?
– Si insistes...
Cogió aire de forma brusca. Por una vez quería tener la fiesta en paz.
– Ten buen viaje, ¿vale? ¿A qué te vas a Turquía?
Roman silbó.
– Esa es información confidencial. ¿La tiene gorda? Porque mi teoría es que cuando se tiraba a Kenny...
– Vete a la mierda.
– Yo también te quiero, primita. ¡Ah! ¡Viva los Hibs!
Lavinia le colgó.
Hacía mucho calor ese día en California. Un par de gotas de sudor le recorrieron la espalda por debajo del vestido.
– ¿Y si quieren que testifique? – le preguntó Greg al teléfono – Ahora mismo no han dicho nada pero... – su hermano salía en ese momento de Waystar y esperaba un Uber que lo llevara a casa.
– ¿Crees que saben que Tom te mandó destruir esos documentos? ¿Os han contado algo? ¿Greg, está tu nombre en algún sitio? – Lavinia frunció el ceño con el móvil en la oreja, apoyándose contra la pared blanca de la galería – ¿Por qué me has estado evitando? Al final aún tengo esas copias en casa. Escúchame bien, Greg, porque no las quiero en mi casa. Las voy a… no sé… a reducir también a cenizas o algo.
– Bueno, ehm, ¡no! Dame unos días… hasta que acabe lo del Congreso y eso… Por otro lado, es solo una comisión de Comercio, Ciencia y Transportes a cargo de… eh, políticos, quiero decir, por mal que vaya…, como de mal puede ir, ¿no?… He estado leyendo sobre la regulación de labor investigativa de las comisiones de la Cámara de Representantes y del Senado... No es como un juicio o algo… – hizo una pausa esperando su complicidad.
Lavinia suspiró.
Greg no había contestado a todas sus preguntas.
Era algo bastante corriente en él últimamente.
Pensó en el susto que se había llevado la ex de Stewy hace unos días y en que debía estar enloqueciendo si se planteaba en serio arriesgar su herencia por una empresa que hacía esto en su mejor día.
Waystar estaba corrompida hasta los cimientos. Era una mala idea.
Aparte de que su relación lo convertía en una locura. ¡Ya había escuchado lo que había dicho Roman!
Se movió un poco buscando una corriente de aire que la aliviara.
Un par de amigas del artista al que representaba Dust pasaron y la miraron de arriba abajo, muy finas y esnobs.
Qué imagen debía dar susurrando en un rincón.
Hoy además su cabello era un desastre y lo odiaba.
Soltó un suspiro frustrado.
Céntrate, Vinnie.
La familia Roy al completo y su círculo íntimo estaban preparándose para negar, denigrar o silenciar por completo cualquier esfuerzo por responsabilizar a Waystar de abuso sexual generalizado, y hasta de posibles ahogamientos bajo su supervisión..., habían intentado obstruir a la justicia preventivamente triturando documentos y quien sabe qué más.
Su hermano había colaborado en ello. ¡Joder…!
El trabajo de una relaciones públicas era si no mentir, al menos maquillar...
Pero una cosa era ayudar a tapar la metida de pata con la carne de caballo de su exjefa en la empresa de catering…, y la otra aceptar como normal en la América corporativa esa historia en la que habían violado a mujeres, tirado personas al mar.
– Todo esto de los cruceros es muy grave – le recordó a su hermano.
– Tengo que marcharme ahora, pero, ¿vendrás?
– ¿A?
– A apoyar a… todos.
Ya había pensado en ello.
No le dijo que sí enseguida.
Aunque era una decisión tomada desde hace días.
–Tom y Gerri empiezan el 20 – prosiguió su hermano.
Arqueó una ceja con un poco de humor. – ¿Los presentarán así, Tom y Gerri?
– ¿Cómo?
– Déjalo. Tengo la inauguración el 2...
– ¿Pero ibas a volver… antes… no? Dijiste que estarías diez días en L.A. y después diez días más en casa.
Había una semana a finales de junio en la que estaba previsto que trabajara desde la oficina de Nueva York.
Esos días, Kara planeaba irse sola a visitar unas amigas a San Francisco, y Angela se quedaba en L.A. e iba a pasarse el día llamando a su novia por videoconferencia.
Ella era la única que volvía a la costa este.
Si avanzaba un par de cosas, podía montárselo para una visita relámpago a Washington.
El único problema era que le costaría un pequeño dineral.
– Puede que necesite que me prestes algo de dinero si he de costearme la diferencia del billete de Los Ángeles a Nueva York, que me pagaba la empresa, por uno a Washington; o si acabo subiéndome a un tren cuando llegue. No tengo ni idea hasta cuando tendré trabajo y si he de tomarme esos días… Bueno, tengo que estirar mis ahorros todo lo que pueda...
– ¿No puedes pedírselo a él? – protestó Greg.
– ¿Para venir a verte a ti a D.C.? ¡Greg!
– Vale, vale – gimió. – Pero no me dejes solo allí, ¿quieres? El abuelo no me coge el teléfono.
– Haré lo que pueda.
Tan pronto como Greg colgó, habló con Kara.
No le dejó opción. Y la verdad, se sintió mejor por ello.
Era hora que empezara a imponerse.
Le gustaba tener responsabilidad, las noches de trabajo, las mañanas bebiendo café, pero esta situación de impase se estaba alargando demasiado.
– Es un asunto familiar, sé que vais a tomar una decisión pronto y que quizás esto me perjudica – dijo – pero coincide con parte de los días en que tenía que trabajar desde Nueva York. Esa semana vosotras no estáis e Ilhan tiene varias reuniones con los bancos. Honestamente, pienso que puedo trabajar desde cualquier sitio con el portátil. Es Washington. Si hay algo, puedo estar en Nueva York enseguida.
– Te necesitamos aquí la vigilia de la rueda de prensa y después en la inauguración.
– Lo sé.
– Vale. Angela me va a matar, pero vale. Intenta no salir en la tele al lado de Kendall Roy, ¿quieres? Si no le va a dar un patatús.
– No va a pasar, créeme.
–… y aún tienes el pelo húmedo de la ducha. – sonrió – Si estuviera ahí, pasaría mis manos por tus rizos oscuros y ese mechón gris tuyo encantador. Me arrodillaría delante de ti en la cama y…
– Si estuvieras aquí – dijo Stewy, interrumpiéndola, con una voz que hasta a él le sonó ronca. Si se saltaban los preámbulos acabaría antes de empezar – te estaría besando. Te besaría contra la pared de mi habitación, y te llevaría a la cama donde deslizaría mi boca en cada rincón húmedo de ti hasta que ninguno de los dos pudiera aguantarse más las ganas. – respiró – y sería solo el comienzo. Voy a follarte largo y duro, pero antes…
Lavinia dejó de acariciarse la piel del muslo un instante. Su mano aún no había llegado donde él quería que la tuviera, pero bordeaba el lugar con una parsimonia indecorosa. – No sé si puedo soportar que sigas diciendo eso…
– Tócate para mí, Lavinia…
– Pero lo que quiero es tenerte dentro de mí… – protestó.
No podía evitar imaginárselo a su lado, riéndose con ella, hablándole al oído, besándola, acariciándola.
Estaba espléndido con una toalla envuelta en la cintura.
Con la cámara solo había apreciado destellos de ello.
– Ya lo sé. No puedo esperar... Me estoy volviendo loco, pequeña.
Ella se mordió el labio inferior y sonrió ampliamente al otro lado de la videollamada. Sofocó una carcajada con los ojos brillantes.
Stewy frunció el ceño.
Ella llevaba los labios pintados de un rojo anaranjado y vestía solo la parte de arriba de un pijama veraniego en tonos tierra.
– Stewy…
– ¿Sí?
– Esto del teléfono…
– ¿No te gusta?
– ¡Sí! Pero seamos sinceros… a veces las cosas suenan más incómodas que sexys. Y tú nunca me llamas 'pequeña'– se pasó la lengua por los labios, incrédula.
– Vale, vale – aceptó con un mohín – Pero es divertido. Además, da igual lo que digas… cada vez que pienso en ti, me pongo muy cachondo. Por lo que a mí respeta, solo has dicho palabras calientes. Incluso eso de que te gustaría sentir mi lengua en todo tu cuerpo… especialmente eso – razonó con una sonrisa.
– ¡Eres un liante! – irguió un poco la postura con una sonrisa – De todas maneras, menos de seis días más y soy toda tuya.
– Serían dos días si…
– Tengo que ir a Washington… ya lo hemos hablado.
Él cogió aire. – Sí. Lo sé…
Habían estado intercambiando mensajes toda la mañana.
Esperaba que ese chaval fuera consciente de que tenía una hermana de la hostia.
¿Y él era o no el peor novio del mundo?
La había dejado barruntar acerca de si lo de la comisión en Washington iba a durar unos días o toda la semana sin contarle que sabía por Sandy dónde había metido la pata Greg.
– A mí también me gustaría venir directamente a Manhattan… – ella hizo una mueca. – Pero solo son unos días más.
– Lavinia… – dijo después de un momento.
– Dime…
– De Washington…, quizás hay algo que debería contarte…
– ¿Sí?
Dudó.
– No estoy seguro de que sea buena idea. Es decir... tendría que pedirte que no dijeras nada. A na-die. Por favor – dramatizó, poniéndose una mano en el pecho.
Ella no se sobresaltó, se acomodó con naturalidad contra los cojines de la cama. Por un momento el móvil enfocó solo al techo – Es sobre nuestras infames Las Vegas, ¿no? – su perfecto rostro volvió a aparecer en la imagen.
– Algo así…
Stewy no podía esperar a que todo este proceso acabara… junta de accionistas incluida.
– ¿Qué sabes? No, olvídalo – Lavinia tomó una respiración profunda. – Rome quería que echase una mano al equipo de Karolina, tipo becaria o algo. O su espía personal. ¿Puedes imaginarte?
Sus cejas se juntaron más.
– ¿Qué le has dicho?
– Que no. Bueno, técnicamente que pasaré a saludar en Washington. Quiero estar allí para acompañar a mi hermano… Rome ha estado haciendo preguntas sobre tú y yo, ¿sabes?… Por suerte Tabitha no le mantiene al día.
Lavinia pasó su mano por la nariz. Se encogió de hombros, quitándole importancia.
Stewy ladeó la cabeza en la pantalla. – ¿Tú estás bien? – quiso saber.
Ella suspiró suavemente. – Sí.
Los pensamientos de Lavinia corrían desbocados. Era el trabajo, el tener que ir a Washington...
No quiso agobiar más a Stewy con sus problemas.
En vez de eso, preguntó de vuelta: – ¿Y tú, cómo estás?
– ¿Aparte de echándote de menos y con una erección de la hostia? Perfectamente.
Bebió de la imagen de ella riendo, lo hermosa que estaba con el rubor en sus mejillas.
Se convenció de que todo iba bien.
Al demonio con los correos electrónicos de Wambsgans y los registros paralelos.
Si hubiera hablado, como había estado a punto de hacerlo, los habría puesto a ambos en una situación imposible.
A veces el éxito dependía del momentum.
¡Dios! Era una imbecilidad arrogante que los amigos demócratas de Sandy estuvieran filtrando ese tipo de información a quien no dejaba de ser una parte interesada.
Cualquier gafe de la comisión podía servir perfectamente a Logan Roy para desmontar todo el caso.
Esperaba que ese Gil Eavis - que para más inquina había sido jefe de Shiv - fuera muchísimo mejor estratega que sus colegas a la hora de ir soltando migajas de pan sin ton ni son para que fueras completando el puzzle.
¿Qué otra gran idea tendrían? ¿Dar en bandeja la testigo clave a los Roy para que pudieran escapar de rositas?
Lavinia miró el reloj de su móvil mientras esperaba que el coche que había tomado en el aeropuerto de Washington llegara a su destino y frunció el ceño.
Debía tener paciencia. Pero no estaba de humor para ser paciente.
Tenía que haber estado aquí desde ayer.
Pero a Kara se le había ocurrido que se encargara ella de recibir a una actriz y productora de cine que iba a comprar una de las piezas de la exposición por seis cifras. Sus jefas tenían una reunión, así que le habían dejado la responsabilidad de atender a esa mujer.
– Somos una empresa pequeña… al final todos tenemos que poner de nuestra parte – le había rogado Kara.
Lavinia no era la marchante, si no la relaciones públicas de la empresa. Además, la clienta era de esas personas que sabe muy bien lo que quiere y hace muchas preguntas. Preguntas que en su puesto de trabajo no tenía por qué conocer al detalle y para las que había que leer y documentarse bien.
No deberían pedirle cosas así.
Aunque para ser sincera había disfrutado del momento.
Existía una cierta clase de gente que te trataba peor cuando sabía que eras la chica de las notas de prensa y el Twitter.
No era el caso si hacías negocios con ellos.
La clienta se había ido de la galería satisfecha, diciendo que la pieza iba a decorar perfectamente su casa en West Hollywood, donde vivía sola por convicción, sin marido ni hijos.
Lavinia no conocía su trabajo pero por el nombre sabía que era bastante famosa.
Una mujer de éxito.
Tenías que serlo para poder acceder a una exposición de arte incluso antes de haberse inaugurado. Era morena, unos años mayor que ella, con un peinado a lo viejo Hollywood y los labios muy pintados, acento británico marcado.
Aparte de glamurosa y guapa le pareció inteligente y un espejo en el que mirarse.
Habían tenido una conversación interesante sobre arte contemporáneo mientras la atendía.
El autor de la exposición se había podido unir al final a ellas y había rematado la visita contando todas esas cosas fantásticas sobre moda y cuadros famosos que él mismo había plasmado en la galería junto a piezas de vestir con diversidad de siluetas, patrones y telas, dibujos, pinturas y distintas instalaciones artísticas, como la escultura abstracta que la mujer se llevaría a casa en unas semanas.
– ¿Qué sería de los estudiosos del traje sin el legado de los grandes maestros pintores de retratos? – había empezado su explicación este.
– Son los pintores italianos renacentistas los que inician esa tendencia de describir con minuciosidad la belleza formal de la ropa de sus contemporáneos... –.
Al aterrizar, Lavinia había decidido saltarse el desayuno y aún no había hecho un solo café para intentar llegar a la comparecencia de Gerri y Tom.
Se pintó los labios de carmín en el coche. Llevaba una camisa rosa palo con cuello redondo y unos pantalones negros de vestir que probablemente estaban algo arrugados del viaje.
Haría el check-in en el hotel primero y después iría hacia el Congreso.
Waystar, su tío Logan, estaban en la cuerda floja.
Diez minutos malos por televisión en Washington y todo se iría al garete.
Era extraño estar aquí hoy.
En parte la hacía sentir como una pequeña traidora descastada.
Porque eso último era indudablemente lo que Stewy esperaba que pasara, y sinceramente cada vez le era más y más difícil no querer que él ganara.
Sería de ayuda que su abuelo se alegrase un poco que sucediera. Pero todos esos flashes y el intríngulis político no parecían su idea de justicia.
Y luego estaba Greg y su mala cabeza…
Sonrió cuando el nombre de Stewy se reflejó en la pantalla de su teléfono.
– Ahora mismo estoy haciendo el check-in de Washington – le anunció mientras esperaba que la mujer de la recepción encontrara su reserva.
– Voy a venir – dijo él con total naturalidad.
Lavinia suspiró suavemente.
Muy a su pesar, su rostro no se iluminó como respuesta.
– Stewy, me encantaría – le aseguró – pero no estoy segura de que sea buena idea... No voy a estar más de 36 horas y la mayoría metida en el Congreso con Greg. Después voy a ir directa a Nueva York y estaré allí hasta el 29.
– Déjame sorprenderte, ¿vale? Me las apañaré.
Eso le hizo alzar una ceja.
– Si me avisas no es una sorpresa.
– Solo dime el hotel y estoy allí esta noche…
Lavinia se pinchó el puente de la nariz.
Definitivamente, necesitaban esas vacaciones.
– Es el Park Hyatt – explicó. – Pero es en serio Stewy, no puedes venir. Te quiero pero no puedes. Es el mismo hotel donde está Greg, y Shiv y Tom. Me acabo de cruzar con Naomi Pierce. Sería raro.
Lavinia se mordió la mejilla por dentro. Quería poner en palabras el por qué creía que se arriesgaban demasiado con eso, pero era difícil. Sobre todo, porque detrás de su reticencia, había unas boyantes ganas de verle que estaban a punto de echar por tierra toda su prudencia.
– Livy…
– Te llamo más tarde, ¿vale? Te quiero.
¡Él la había echado de menos!, se dijo, contenta, solo tenían que esperar unos días más.
La mujer de la recepción esperaba que colgara con una sonrisa amable.
– Lo siento, es mi novio. Hemos estado casi dos semanas uno en cada punta del país… – se disculpó. Han sido solo doce días, Lavinia.
– ¿Y la viene a ver? – la empleada indagó sociable. Era su culpa por hablar de más. Sonrió entre tensa y abrumada por su interés – Tenemos habitaciones más bonitas y grandes para una pareja. En la reserva tenía apuntada una persona, pero se puede modificar… Es señorita Hirsch, ¿verdad?
– Sí. Pero no. No se preocupe. No puede venir – se encogió de hombros. – Nos gustaría a los dos, pero ya se sabe… C'est la vie. Además, tiene trabajo.
– ¡Ay! El amor. Esa cosa tan rara y tan bonita – le dio la tarjeta de su habitación con un guiño.
Cuando bajó del coche enfrente del Congreso, el ancho pavimento bordeado de árboles estaba lleno de periodistas y manifestantes con pancartas hostiles hacia Waystar.
Agradeció poder subir las escaleras como alguien alieno a todo ese follón.
Esta ala del Capitolio era un lugar imponente. Todo de mármol, techos altos, y escaleras.
Se identificó y pasó uno de esos controles de seguridad como los de los aeropuertos.
Se encontró primero a Connor.
– Vinnie, ¡qué alegría verte! Mostrando tu apoyo a la familia, ¿eh? – le sonrió.
Ella le dio un beso en la mejilla y Connor la engulló en un abrazo.
Intentó no sentirse fuera de sitio.
De todos modos estaba aquí solo por Greg.
Era lo que se repetía todo el rato. No había razón para sentirse mal por sus primos.
Era una verdad incuestionable, sencilla. Nadie debería sentirse mal por lo que pasara con la empresa, no después de lo que habían hecho a esas mujeres.
Respiró hondo.
– ¿Sabes dónde tenemos que ir? – preguntó a su primo.
– Claro. Una de las cámaras del Senado. Estoy como en mi casa aquí – explicó, no estaba segura que en broma – Bueno, ya sabes... Después de todo voy a ser presidente... Resulta que hay muchas personas que me apoyan por estos lares.
– ¿De verdad? – intentó contener el tono de incredulidad – Es decir, qué bien… ¿no? Me alegro.
– Ya ves. Tu primo Connor, Presidente de los Estados Unidos de América… – le sonrió de oreja a oreja.
Los pasillos estaban llenos de gente.
Varias personas detuvieron a Connor para saludarle y transmitirle el apoyo a su padre.
Connor, por su parte, saludó a un señor mayor, Bill, que sonreía mucho y llevaba un café en la mano.
– La nieta de Ewan, hace siglos que no le veo – se interesó este.
Al parecer, lo que se estaba discutiendo aquí merecía que Logan Roy recibiera el calor de un montón de amigos y conocidos.
Entraron en la sala donde estaba llevándose a cabo la sesión de la comisión de Comercio con varios senadores y tomaron asiento.
– Siéntate aquí conmigo – insistió su primo.
– ¿No estamos demasiado cerca de la primera fila?
– Mucho mejor.
No pudo saludar a Greg, porque apenas él entró en la sala con otras personas de Waystar, la sesión empezó. Su hermano le hizo el signo de la victoria desde su asiento.
Ella sonrió y asintió levemente.
A diferencia de la parte del edificio que había visto hasta ahora, aquí todo era de madera noble y había unas grandes ventanas en un lateral.
El ambiente en la sala viró dos o tres veces de la sorpresa a la absoluta perplejidad.
Gerri sobrevivió con galones, pero la declaración de Tom fue una catástrofe.
– Senador Eavis, dispone usted de cinco minutos…
– Señor Wambsgans, si lo he pronunciado bien. Recapitulemos sobre el señor Lester McClintock. ¿Asume que ofreció empleo a chicas jóvenes a cambio de acostarse con él?
La voz de Tom tembló. – Sí, parece que fue así, pero la empresa no era consciente y eso fue mucho antes de llegar yo, por otra parte. Sin embargo, Bill Lockheart, mi predecesor…
– Ya… no obstante, en las altas esferas de la compañía y de la familia, a Lester se le conocía como "Mo". ¿Me equivoco?
– Pues no… Yo es que soy… relativamente nuevo en la familia.
– En este email usted llama Mo a Lester McClintock. ¿Por qué?
Lavinia no acababa de entender cómo le habían preparado.
Ella había trabajado con Tom en Argestes. Quizás se ponía nervioso y a veces no escuchaba, pero no era un absoluto patán.
La completa incapacidad de Tom para organizarse en el estrado le pareció surrealista.
Solo tenía que mentir. Decir que no algunas veces. ¿Por qué hacía esto? ¿Quién le había dicho que no parara de hablar?
El marido de Shiv estaba destrozando su intervención más allá de cualquier calificativo.
No hacía ni diez minutos que había empezado la sesión y esto ya era un absoluto desastre.
– Senador, le diré que quizás podía llegar a dar un poco de mal rollo… a veces… Pero el hecho de que le apodasen Mo Lester no quiere decir que… Era una broma de mal gusto, ¿sabe?
Acabó admitiendo que Lester aparentaba ser un pervertido.
Meterlo con chicas jóvenes y clientes vulnerables de cualquier edad, probablemente les pareciera normal… ¿En serio?
Gil Eavis sacó a la luz los registros de un montón de cajas de archivos que se habían volatilizado y que constaba POR ESCRITO que Greg había sacado de circulación.
– Lo hizo Gregory Hirsch. ¿Es alguien de quien tenga constancia, señor Wambsgans?
– No, lo siento.
Desde donde estaba sentada al lado de Connor podía ver como la cara de Greg se contorsionaba.
Tom se rió (forzadamente) de esos 67 correos electrónicos del infierno del 13 de marzo. "No se puede hacer Tomtillas sin romper unos Gregvos". ¡Oh, y además no negó usar mobiliario humano!
¿Quien compartía algo así en un correo de trabajo?
Si su hermano no había estado en serios problemas antes, lo estaba y mucho a partir de ahora.
Mierda.
Las cámaras empezaron a enfocar al público para sacar una imagen de Greg.
Lavinia se hundió en la silla durante parte del resto de la intervención.
– No tengo más preguntas – anunció Gil Eavis.
Cuando todo acabó, Tom ni siquiera esperó a Gerri.
Salió de allí como alma que lleva el diablo.
Greg le siguió.
Casi ninguna otra persona había abandonado todavía la sala cuando ambos atravesaron la puerta de salida. Aunque todo el mundo estaba ya de pie.
Después, salieron por la puerta dos o tres personas más.
Toda esa gente importante parecía apreciar el pequeño ritual de socializar entre ellos una vez acabada la sesión. Pero a decir verdad en el ambiente también había una cierta estupefacción.
Políticos conservadores que apoyaban a los Roy se entretuvieron a hablar con gente de la empresa, un genuino fan de la carrera política de Connor se acercó para felicitarle por sus opiniones sobre no pagar impuestos, otros cuchicheaban sobre el "patético" marido de Siobhan Roy…
Lavinia tomó la determinación de ir a buscar a su hermano apenas medio minuto después del fin de aquel espectáculo.
– Enseguida estoy con vosotros – le dijo Connor cuando le tocó el hombro – Quiero hablar con ese hombre de allí sobre mi campaña.
– Claro, no te preocupes.
Siguió hasta el fondo del corredor y bajó por unas escaleras laterales hasta una planta del subsuelo.
Un hombre del personal de seguridad le pidió la identificación que le habían hecho en la entrada y después de consultarlo con alguien por walkie-talkie la dejó seguir por otro corredor vacío.
Suponía que la acreditación que le había conseguido Greg no era totalmente inútil.
A Tom y Greg se los encontró al fondo de este pasillo delante de una de las puertas. Las voces que venían del interior de la habitación quedaban sofocadas por el sonido de los teléfonos.
Algo dentro de Lavinia apretó su estómago en un puño.
– Debería haber tomado la herencia de mi abuelo – Greg estaba reprochándole a su jefe.
Tom casi ni le prestaba atención.
Estaba blanco como el papel.
Pero entonces…
El marido de Shiv tembló visiblemente.
Lavinia no pudo despegar los ojos de cómo miró de repente a su hermano.
– Van a degüello a por mí. Nadie me ha dado a qué agarrarme. Yo esperaba: "Tengo aquí un correo electrónico enviado por el jefe de la división de cruceros de 2001 a su asociado Mo", "¿y qué me dice de los acuerdos con ex empleados? ¿era esto dinero para el silencio?" Hubiera dicho "oh, señor senador, esto fue mucho antes de mí", "Bill tiene que saberlo". No esto, no esto – murmuró. Negó con la cabeza y su mano se dirigió decidida al pomo de la puerta para entrar a la habitación donde medio Waystar los esperaba. La detuvo un segundo en el aire, alzando la vista al ver a la hermana de Greg allí plantada. – ¿Tú, Vinnie… crees que sabían que ese hombre haría esas preguntas? ¿Qué coño está ocurriendo? Creo que me están jodiendo. ¿Van a por mí?
Rome había dicho…
¿Le habían preparado bien?
No tenía una respuesta para eso.
– Yo no lo sé… – le aseguró.
Greg estaba igual de agobiado.
Lo vio ponerse una mano en la cara y negar con la cabeza.
– Greg… – intentó hablarle.
– No, no. No digas nada. Tu novio también ha contribuido a este completo desastre. Voy a acabar en la cárcel.
Por suerte, Tom no parecía estar escuchando a nadie más que a algo ininteligible que balbuceó para sí mismo…
Se tiró del cabello muy frustrado.
Lavinia sí se fijó en que Connor acababa de llegar y la miraba, pero su primo mayor no dijo nada.
Tom movió el pomo de la puerta para entrar a la llamada sala de máquinas de Waystar en medio de lo que parecía una crisis nerviosa. Empujó la puerta de madera como si se estuviera concienciando de atravesar las puertas del Hades.
Lavinia pudo distinguir un segundo la cara de Hugo y que la sala tenía moqueta azul.
– Greg…
Fue inútil.
Le vio cruzar la misma puerta que Wambsgans mientras se seguía lamentando.
A Lavinia ni se le ocurriría entrar allí.
No en este momento.
Pero desde fuera escuchó más voces.
Algunas lo bastante claras.
Tom volvió a preguntarse si la misma Waystar le había metido en la ratonera. Esta vez mucho más angustiado.
Hubo varios murmullos.
Su móvil sonó.
Se extrañó en comprobar que por primera vez en dos décadas quien la llamaba era su madre.
– Hola mamá.
– ¿Dónde está tu hermano?
– Está… está ocupado.
– ¿Puedes decirle que me conteste los mensajes y me coja las llamadas?
– Claro.
– Dile que quería que trabajara para su tío, pero no así, ¿qué ha hecho? ¿está tonto?
No estaba muy segura qué tenía que decirle.
– Mamá…
– No le pierdas de vista, ¿quieres? Y ya que tú debes ser la única a la que el abuelo aún coge el teléfono… llámalo por favor… a ver si consigues que se apiade de ese cabeza de chorlito…
Frunció el ceño.
– No creo que me haga caso.
– Si no te lo hace a ti estamos más que apañados – dijo Marianne – Llámale, ¿ehm? Prométemelo. No olvides que es tu hermano pequeño. Tienes una responsabilidad. No le dejes tirado, ¿quieres?
– Sí, vale…
Menudo desastre.
Cuando colgó, su hermano había vuelto a salir de la sala.
Lo había oído gritar. – Eres un hijo de puta. Acabaré en la cárcel de por vida por tu culpa…
El «fuera» de Logan también había resonado hasta aquí.
– Greg…
– No me hables. ¿No ahora, vale? Quiero estar solo.
Vio a Connor encogerse de hombros. – Eso ha sido malo…
– Sí.
– ¿Lavinia?
– Dime.
– No se lo tengas en cuenta. Todos estamos nerviosos…
Su cara debió ser de absoluta preocupación.
Porque Connor añadió: – Greg va a estar bien. Es de la familia – dijo. – Y tú también, Lavinia. Recuerda que la familia es importante. Ya sabes que dicen… La sangre es más espesa que el agua, quizás por eso nos peleamos con los nuestros con más fuerza, ¿no?
Lavinia no estaba segura que eso funcionara así en esta familia en particular pero no quiso contradecirlo.
– ¿Cómo está Willa?
– Bien. Estamos esperando… ya sabes… que más gente vaya a ver la obra.
– Claro.
– ¿Estás bien? – Naomi intentó sonsacarle a su novio.
– Sí. Pero después de lo de hoy, Sandy y Stewy parecen santos ante los accionistas… Estos no van a estar de nuestra parte.
– ¿Por eso salís tú y tu padre al final del día, no? – le animó ella.
Lavinia que había estado un rato buscando a Greg se los encontró de cara en un corredor.
– Vinnie…
– Kendall. Hola…
– Estabas allí en la sala… cuando Tom… – le dijo siendo incluso amable.
– Sí – suspiró. – Ha sido toda una experiencia…
No pareció molestarle que ironizara sobre la situación.
De hecho, le sonrió.
Aunque no hizo contacto visual.
– ¿Cómo está Greg?
– ¿Greg? Pues no lo encuentro… creo que me evita…
– Mi padre le ha gritado y lo ha echado de ya sabes… el cuartel general… pero todos estamos nerviosos – le excusó.
¿Por qué era tan amable con ella?
– Ya…
Kendall mantuvo una sonrisa incomoda un momento más. Naomi, en un bonito traje chaqueta granate, lo cogió de la mano y también le sonrió. – Esta es Naomi Pierce.
– Encantada.
– ¿Qué le has hecho a tu hermano? – rió la chica.
– ¿Disculpa?
– Es normal que esté cabreado con Tom… ha sido todo lo bastante impresionante – prosiguió –… pero tu… ¿por qué te evita?
Desvió la mirada. – No lo sé… ya sabéis…
– Hermanos pequeños… – Kendall hizo un gesto amable con las cejas.
– Sí… hermanos pequeños… – asintió ella.
– ¿Vas a quedarte al resto de declaraciones?
– Al parecer puede que le pidan a Greg que comparezca en algún momento… así que sí… sé que vosotros vais luego. A las 5. Suerte.
Kendall asintió.
– Sí. Por cierto, Lavinia…
– ¿Sí?
– Estoy al tanto de lo tuyo…
Alzó la vista extrañada con la voz constreñida – ¿Ah…
¿Estaba hablando de Stewy?
Su cara debió reflejar su perplejidad, porque la expresión de Kendall cambió un poco.
– No hagas esa cara, Vinnie. Aunque…, ¿Dust? Son unas millennials pretenciosas. ¿Qué es eso de democratizar el arte mientras cobran miles de dólares a pardillos? ¿No creerás tú también en esa patraña? Quiero decir ellas tienen veinti¿cuántos?, pero… joder…
Parpadeó.
– Tabitha me dijo que buscaban a alguien y yo necesitaba trabajo.
– ¿Porque trabajar en Waystar está por debajo de tus expectativas?
Ahora no sabía si estaba bromeando.
Estaba sonriendo pero…
¿Kendall bromeaba? Quizás de la mano de Naomi sí.
Estuvo a punto de decirle que bueno… sí… esto que tenían montado aquí no era exactamente el sueño de una relaciones públicas.
Pero prefirió callarse.
Estaba intentando hacerse el colega… o ser amable o algo así.
Bajó la cabeza y la meneó. – La herencia de mi abuelo… tiene condiciones… ya sabes…
Parecía que era el único lenguaje que todos ellos entendían.
– Claro, claro. Perdona… Nos vemos después, Vi.
– Sí. Ahm… suerte… en la sala.
– Gracias.
Confundida y algo nerviosa, Lavinia frunció el ceño.
Stewy estaba viendo el directo de televisión que emitía desde el Congreso en su despacho.
Eavis empezó a hablar de carpetas vacías.
Sugirió que llegaron a existir más de 40.000 registros electrónicos y en papel del periodo en el cual se habían producido los abusos y que no se les facilitaron.
Gerri aseguró que se habían eliminado en limpiezas rutinarias para la gestión de datos.
Su móvil vibró con varios mensajes de Sandi.
Hasta para el más tonto eso sonaba a maniobra de encubrimiento. Discos borrados, cajas desaparecidas en Acción de Gracias del año pasado.
Los Furness estaban prácticamente celebrándolo.
– Verá que en el apartado 34 del documento que les hemos facilitado indica que las cajas comprendidas entre la 2918 y la 3125 ahora están vacías. Cajas que en agosto estaban llenas, pero que cuando fueron incautadas, no estaban disponibles y en el informe fueron extraídas. Si se fija en el registro del dosier 15B, fue un tal Gregory Hirsch.
Ya sabía qué saldría su nombre.
Que existía uno o más registros.
Pero esto era una especie de culto del maldito suicidio.
Eran más de 200 cajas de maldita evidencia, y había firmado su retirada como quien firma un albarán.
Tiró su móvil en la mesa.
De alguna manera la intervención de Wambsgans lo estaba incluso empeorando.
– Lo hizo Gregory Hirsch. ¿Es alguien de quien tenga constancia, señor Wambsgans?
– No, lo siento.
Vale.
Ese tío era tonto de remate.
Que era exactamente algo que tendría que alegrarle en este momento.
No cabrearle.
El puñetero hermano de Lavinia estaba detrás de él.
Lo estaba viendo todo el país.
– No, perdone. Sí, sí – Wambsgans se puso nervioso – Que si tengo constancia de él… en ese sentido… sí.
– ¿En qué sentido?
– En el sentido de que… creí que se refería…
– ¿Qué había entendido?
– Si me constaba que obró mal. Pero sí, sé quién es. Le conozco, en persona.
Cuando Gil Eavis empezó a contar lo de los malditos correos con recipiente ridículo, Stewy salió de su despacho para buscar a su asistente. – Voy a estar fuera esta tarde.
– ¿Qué reuniones anulo?
– Las que no pueda entrar por teléfono, por favor. Di que me he puesto enfermo.
Se sentía un poco enfermo de verdad.
Lavinia le iba a odiar si ese chico acababa en la cárcel.
No podía hacer nada.
Solo verla.
Puede que egoístamente necesitara asegurarse de que todo seguía bien entre ellos.
No quería renunciar a ella. Sin importar la codicia o lo que fuera que estuviera pasando en sus dos mundos.
Brillaba el sol encima de Washington.
Encontró a Greg en un banco en la calle.
– ¿No tendremos problemas por haber salido? – intentó.
Su hermano la miró. – Oh, vete. Dame un respiro.
– ¿Fumas?
Lo vio toquetear un cigarrillo que aún no había encendido.
– Sí, no... No estoy muy seguro – masculló. – Ahora mismo fumaria… Ehm, le pedí uno a uno de los cámaras que hay en la entrada, pero no tengo fuego. No fue muy buena idea… si me hubiera reconocido de, bueno, estaba literalmente detrás de Tom todo el rato... ... debe ser que tengo una cara muy común...
Eso la hizo sonreír.
¡Su hermano medía 2 metros!
No era exactamente fácil pasar desapercibido.
– ¿Y ya que te habías arriesgado, no pediste fuego?
– Déjame en paz…
– ¿Puedo sentarme? – gesticuló.
– Vas a hacerlo igualmente.
Fijó su mirada en los periodistas que seguían en la entrada del edificio, a los que claramente Greg había sabido dar esquinazo.
– ¿El abuelo ha dado señales de vida? – preguntó a su hermano.
– No me responde las llamadas.
Lavinia cogió aire y lo dejó escapar de entre los labios.
– Lo siento.
Un silencio se instaló en el banco donde estaban.
– Tom me ha jodido de verdad.
Lo miró.
– A mí me da un poco de pena.
– ¿De veras? Si al principio siempre le insultabas… – respondió con un hilo de voz. Entrecerró los ojos – Y estoy así por su culpa… bueno, ehm,… y tu novio – dibujó las comillas en el aire – y su socio no han ayudado…
Lavinia frunció los labios.
No necesitaba esas comillas. No le había explicado que salían oficialmente…
… y este definitivamente no era el momento.
– Ellos dos no han hecho nada…
– Pagar a ese tipo para que nos hundiera – repuso Greg.
Juntó las manos en su falda. – Vamos, sabes que otro podría haberlo hecho… lo malo es que es verdad. Hubo abusos todos esos años atrás e intentaron ocultarlo. Cuando Tom llegó a ese puesto tenía que haber, no sé…
– ¿Convocado una rueda de prensa?
A Lavinia le extrañó la seguridad con la que Greg asumió que esa era la respuesta, aun formulándola como una pregunta.
– Sí, por ejemplo. Habría parecido que la empresa asumía lo que otras manzanas podridas habían hecho en el pasado, dado credibilidad a la postura que la dirección no lo sabía y que ese Bill lo intentó ocultar por su cuenta…
Lo vio pensativo.
Sin saber que muy al principio una charla suya con Gerri había prevenido a Tom de hacer exactamente eso.
– ¿Pasa algo?
– No. ¿Qué me espera ahora, Vinnie? No quiero ir a la cárcel…
– Di la verdad o mejor sal al estrado ese y no digas absolutamente nada. Tú seguías ordenes… no me malentiendas – negó con la cabeza – no tendrías que haber firmado nunca ese libro con tu nombre… ¡pero es Tom quien tiene que responder por destruir evidencia! ¡Tom o quien fuera quien mandaba entonces en la empresa…!
– Creo que era Kendall.
Lavinia no dijo nada durante un instante.
– ¿Alguien más sabe que aún tienes documentos?
– No. Bueno… se lo dije a Ken en la boda de Shiv… pero eso fue antes que Tom les prendiera fuego… así que…
Estaba cansada y se le cerraban los ojos mientras se bebía un café, de manera que se fue al hotel a descansar un par de horas hasta que fuera el turno de Logan y su primo de comparecer en esa comisión.
Decidió tomar una ducha porque pronto descubrió que no podía conciliar el sueño.
Se había hecho muy tarde y ya no llegaba a tiempo. Un suspiro escapó de sus labios mientras dejaba las huellas de sus pies húmedos en el suelo.
Alguien golpeó su puerta.
Pero no se molestó en abrir porque pensó que sería personal del hotel. Podían volver más tarde.
Entonces varios mensajes aparecieron en su móvil casi a la vez.
"¿Estás bien? ¿Dónde estás?"
Era Stewy.
"En Washington".
"¿En el Congreso? ¿Crees que podrías salir de allí?"
"No, estoy en el hotel".
¿De qué iba esto?
Alguien volvió a golpear en la puerta con un poco más de urgencia.
Se le ocurrió que…
No podía ser.
Se secó bien con la toalla y se colocó la ropa que había traído al baño. Una camiseta blanca y unos tejanos desgastadísimos.
Quería usarlos para bajar al bar del hotel donde esperaba que hicieran sándwiches, que probablemente le iban a costar un ojo de la cara en un cinco estrellas como este.
A esta hora todavía no había comido.
Tenía el cabello mojado, desordenado.
"Stewy, cariño, ¿no estarás aquí, verdad?"
Abrió la puerta todavía con el móvil en la mano.
Se quedó de piedra donde estaba. Casi sin pestañear.
No le esperaba.
Le había dicho que no viniera… era una mala idea…
– Stewy…
Él no dijo nada, solo la miró con ojos intensos y muy serios, se frotó la barba y la boca, y dio un paso adelante.
Lavinia pasó la vista por su rostro frunciendo el ceño y se apartó a un lado, aún insegura. – Habíamos quedado… – no acabó la frase.
Hubo un momento de silencio entre ellos en el que Lavinia sintió mil cosas distintas.
Stewy cerró los parpados y se mordió el labio con aire de disculpa. – Sé que dijiste que era una mala idea, pero...
Ella quiso estar enfadada.
En realidad comprobó que lo estaba. – ¿Quieres que me maten?
Él la estudió quietamente. Suspiró cuando se dio cuenta de su expresión grave. Lavinia fue a decir algo más, empeñada en no flaquear enseguida. No tendría que haber venido.
… pero el brazo de Stewy le rodeó la cintura y terminó acercándola.
Miró su nariz perfecta, elegante, sus labios.
A pesar de sí misma, se relajó un poco en sus brazos. Apoyó su frente en su hombro y notó como su pecho se hinchaba al respirar profundo.
Quería decir muchas cosas, pero no estaba muy segura de entender ninguna.
Stewy volvió a buscarle los ojos interrogándola. Acercó su rostro al suyo.
Lavinia no le dejó tiempo para decir nada ni poder besarla. Su corazón latía con fuerza, ella ignoró ese sentimiento.
Retrocediendo levemente, empujó la puerta con una mano hasta abrirla de par en par. Daba a una antesala minúscula, donde había dejado su maleta y ropa.
– Entra – le rogó – En el pasillo pueden verte… Greg está en esta planta, ¿sabes?..., y otros empleados de la empresa…
– Espera… – Sin soltar su cintura, Stewy acarició con la punta de la nariz una de sus mejillas. Después, asintió – Sé lo que dijiste esta mañana pero tenía que venir después de lo de Wambsgans.
– ¿Por?
– Lo de tu hermano…
Se separó solo un poco de ella para mirarla: – Necesitaba saber que estás bien – se explicó.
– Stew… – cambió el peso de un pie al otro, descalza.
Probablemente estaba siendo estúpida.
Stewy flexionó los dedos, tratando de reprimir el impulso de volver a tocarla. Ella titubeó.
Lavinia quería que la apretase más contra su torso, la pegara a su pecho, la rodeara con sus brazos… Todo, no quería un resquicio de su cuerpo sin su abrazo. Y también gritarle: – Joder, Stewy. No, no.
El dedo de Stewy pasó un segundo por su brazo y separó los labios. Había afecto en sus ojos, una disculpa. Ella dejó que la besara brevemente. Vacilante, cauto. Su piel de gallina. Y luego: – Para...– le pidió.
Tomó más distancia de él y se movió hacia el interior de la habitación, un poco ansiosa.
No podía dejar de pensar en Greg y todo lo que estaba mal en este momento con su hermano. No habrían llegado a este punto sin esa entrevista al estilo «60 minutos » a James Weissel que habían propiciado Furness y él.
Todo esto no había ido nunca de conseguir justicia para las víctimas.
La calma del cuarto, en el que les recibió la lámpara encendida, tenía cierto aspecto a irrealidad. Las imágenes de un informativo de la PGM se deslizaban por la pantalla muda de la tele. Era de día, pero Lavinia había pasado la cortina para coger el sueño.
Las habitaciones de esta planta eran elegantes pero no muy lujosas. Prácticas y funcionales, decoradas con buen gusto. Estaba segura que la suite que habían reservado Tom y Shiv era distinta. Híper lujo vacío.
Encima, ni siquiera la usarían porque podían coger un helicóptero y estar en casa esa noche.
Era solo por si querían pasar estas horas muertas.
Aquí solo se quedaban de verdad los empleados y al parecer Naomi Pierce.
Tenía la cama deshecha, con la forma aún de una cabeza hundida, en la almohada; las sábanas arrugadas; el pijama que había estado usando en Los Ángeles, las zapatillas, la ropa más formal que había llevado esta mañana sobre una silla…
Stewy se quedó muy quieto cerca de la entrada. Durante todo ese momento, su mirada fue suave, un velo de preocupación hacia ella surcando su rostro.
Lavinia pasó por detrás para cerrar la puerta que había dejado abierta. Después, tocando su brazo con la mano, dijo simplemente. – Quítate la americana. Hace calor aquí, el aire acondicionado me estaba poniendo mala.
Entonces él le sonrió un poco con un gesto de alivio apenas confesable en la cara. – ¿No me vas a dar un beso como Dios manda?
Ella se mantuvo dónde estaba mirando hacia él. Posó los labios sobre los suyos con un suspiro.
Lo besó, con las manos atrás de su cuello, tocándole el pelo. – Mi hermano está en un buen lío – dijo.
– Ya.
Ella estaba preocupada. Stewy lo sabía sin necesidad que añadiera mucho más.
– Sé que te preocupas – aceptó – Pero ¿qué podrían atribuir a Greg que salvaría a alguien? Él no trabajaba para la compañía cuando esto sucedía. Incluso si entregaran personalmente una cinta de video de Greg destruyendo documentos, él nunca estuvo en una posición de poder cuando ocurrieron los encubrimientos…
Lavinia asintió poco convencida.
– ¿Quieres algo de beber? Hay licor en el minibar… – ofreció con el ceño fruncido cruzando la habitación.
Stewy dio un pequeño asentimiento, aunque sintió un vuelco en el estómago en cuanto ella se apartó. – Lo que quieras estará bien.
Se apoyó en la puerta del armario y cruzó sus brazos mientras la esperaba.
Lavinia cogió dos vasos y sirvió un par de dedos de Eva Willians, un whisky que en la etiqueta indicaba que era de Kentucky. Arqueó una ceja. – ¿Tú sabes si el whisky de Kentucky es bueno? – preguntó.
Stewy le devolvió la mueca.
– Toma.
– Livy…
– ¿Qué ocurre?
Él dio un trago y miró el líquido dorado como si estuviera ordenando las ideas en su cabeza hasta que por fin empezó a hablar.
– Cuando supe lo de los correos de Tom Wambsgans a tu hermano y esos registros de Acción de Gracias, me pareció bastante surrealista, es un error garrafal. ¿A quién se le ocurre firmar con su nombre?
Sabía que se arrepentiría de haber pronunciado esas palabras, pero ahora ya era demasiado tarde.
Lavinia le miró confundida.
– ¿Tu sabías que saldría? ¿Que Greg aparecería en los dosieres de hoy…
Volvió la expresión hacia ella, en sus ojos una sombra de resignación.
– Bueno – se apretó el puente de la nariz con dos dedos e hizo una pausa – sí, conocía los emails desde hace unos días. Recibimos una filtración. Me dijeron… vi que había registros con su firma… no tenía todos los detalles. Pero sinceramente, de tenerlos, no me habría podido creer que había firmado con su nombre y apellido la destrucción de 200 cajas de documentos.
Lavinia dudó, se sentó en el sofá de la habitación, mirándolo. Después de un largo silencio, parpadeó.
– No me dijiste nada de esto. – sus ojos castaños se encontraron con los de Stewy – Podría haber... no lo sé… ¡Greg podría ir a la cárcel por ello! – su voz se perdió en sus pensamientos – Pero no podías avisar. Los accionistas… por supuesto...
– Es…
– Para vosotros solo un negocio.
¿Qué estás haciendo, Vinnie? ¡Ya sabías que esto iba así!
La voz de Stewy interrumpió sus pensamientos: – Ha sido mucho más complicado de lo que imaginas…
Ella se esforzó por no reaccionar mal. Había aceptado que no se contaran estas cosas. Lo habían hablado, ¿no? Debía calmarse. Hablarle en un tono de voz que resultara razonable.
Él había escogido callarse esto deliberadamente.
– No me imagino nada… – frunció el ceño – pero estoy segura de que si me lo propusiera podría… imaginármelo… cualquier cosa complicada que sea que hagas con Sandy Furness.
– No quería decir eso.
– ¿Qué querías decir?
¿No iban a discutir, verdad?
– Ha sido complicado no avisarte. Te quiero, Lavinia, no te miento al decírtelo. Pero entiende que…
– Lo entiendo, claro…
Ella fijó la vista en el suelo, quizás durante demasiado rato.
– Lavinia… – Stewy insistió. Se sentó a su lado, buscándole la mirada y ella de entrada se la rehuyó. Juntó las manos – Esto, los negocios, tú. Necesito como el infierno no mezclaros. Puede que no sepa hacerlo mejor, pero eso no quiere decir que no me importes… o que no me preocupe.
La miró como si fuera obvio. Tal vez debería serlo.
Lavinia sintió de repente la necesidad de llevarle la contraria: – Claro que sabes, pero no te apetece arriesgarte. Mi hermano va a pagar todo ese sinsentido corporativo y tomaste la decisión de no decírmelo. Pero es lo que quedamos, ¿no?. Las Vegas… Era esto – dijo.
– No. No lo era. No así… – Él protestó – No me hagas esto, Livy.
Nunca había querido ser el causante de la mirada que ella le lanzó. Por eso su voz fue más contrita de lo que Stewy pretendía.
Quiso consolarla con desesperación pero probablemente ella estuviera pensando que era un imbécil.
Los dos estaban tensos. Ese pacto entre ellos tenía que protegerlos, no al revés.
Stewy se cubrió la cara con las manos, y el corazón se le encogió en el pecho. Lavinia se mordió el labio inferior.
El cambio en el tono de él había sido tan repentino que la hizo sentir peor.
Estaba enfadada con él… consigo misma. Le avergonzaba que las víctimas de aquella historia no le importasen más después de haber estado en el Congreso un día como hoy…
Solo sentía vacío, inquietud por Greg y ahora mismo un dolor que era como arenas movedizas que iban desmoronándose dentro de su pecho.
En la tele encendida, pero sin voz, Kendall estaba hablando.
Tomó el mando y subió el volumen.
Se fijó en la mirada de Stewy.
– Si me permite, creo que se confunde, senador. En este país el periodismo, ya sea el Times o la prensa sensacionalista, está para ganar dinero. No hay medios estatales, como sabe para eso tendría que irse a China o a Rusia.
Eavis insistía en que la explotación y la mentira generalizada en la división de cruceros de Waystar era toda la base de su modelo empresarial.
– Naturalmente discrepo con usted… – dijo su tío abuelo – Pero en lo referente a los antiguos… los antiguos casos de malas prácticas…
¿Qué era esto? ¿Estaba jugando la carta del señor mayor?
–… En aquel momento – continuó – me parece que mi hijo dirigía esas operaciones, ¿no?
Santo cielo…
¿Le estaba tirando a los lobos?
Kendall volvió a tomar la palabra.
Lavinia miró como Stewy mantenía su atención en el televisor.
Puso el vaso de whisky sobre la mesa de centro y pasó la lengua por los dientes, reflexivo.
–…dejémonos de chorradas, porque estoy a empezarme a darme cuenta de que toda esa operación no consiste en supervisar los estándares, códigos y normativas de las líneas de cruceros, ni de incidentes tan repulsivos como los aislados de hace 20 años, lo que hay detrás es un odio de usted hacia mi padre, un odio ideológico subyacente a sus periódicos, a sus canales de noticias…
Un senador republicano cantó alabanzas a los cruceros de Waystar Royco y a su tío y a Ken. Hubo una especie de cambio en el ambiente de la sala.
Ella suspiró.
Arqueó una ceja olvidándose por un segundo que estaba enfadada con Stewy: – ¿Y eso es todo? ¿Ya tiene convencida a la clase política de este país?
Él movió la cabeza.
– A los conservadores ya los tenían convencidos de entrada, esto únicamente lo constata.
– Pues qué mierda…– dijo contradictoriamente.
Ella quería que pagaran los culpables, solo no Greg.
La sonrisa de Stewy se inclinó a un lado. – Pero los accionistas son un poco más inteligentes, Livy… La idea de que la empresa siga en manos de los Roy está quedando muy tocada…
Solo esperaba que ese no fuera el caso de su relación con Lavinia. No podía perderla.
Ella paró el televisor bruscamente y se puso de pie. – Felicidades, entonces. Supongo.
– Lavinia...
Stewy la observó intensamente, inmóvil.
Era todo confuso. No sabría qué añadir aunque quisiera.
Se pasó los dedos por el labio inferior como si estuviera buscando las palabras.
Después de un silencio largo, se aclaró la garganta y sugirió: – Han ido bastante deprisa. Podrías volver conmigo a Nueva York esta noche… y regresar cuando declare tu hermano.
Su ceño se volvió a fruncir, mirándolo.
– El hotel está pagado, tengo el portátil para trabajar, da igual donde esté ahora mismo – murmuró.
Estaba cansada después del largo viaje desde Los Ángeles.
Solo deseaba que acabara este día.
Stewy comprendió que no quería que insistiera.
– ¿Entonces…
– He quedado con Greg – suspiró en tono de súplica – Tengo que ir. Yo…
– No. Es justo. No me esperabas.
Cogió una muda más adecuada y se fue a vestir al baño.
De reojo le vio ponerse de pie y pasarse la mano por el cabello.
El pánico la dominó por un momento estúpido. ¿Y si esto era el fin? Él se iría a Nueva York y entonces... Estuvo a punto de volver a la habitación, decirle que se quedaba... Enterrar la cabeza en el hueco de su cuello y dejar que el mundo explotara alrededor de ambos si era necesario.
Se sintió desnuda, vulnerable. No era así como quería sentirse con él.
Tampoco era como se comportaban las personas razonables. Intentó recordárselo a sí misma. Tienes derecho a estar enfadada, Vinnie.
Cuanto más lo pensaba, más devastada se sentía.
Tú... no querías implicarte. Fue también tu decisión. Pero él sabía que se trata de tu hermano…
¿A quién le importa eso si hay un maldito accionista más que le da su voto?
Permaneció mucho rato enfrente del espejo del lavabo.
– Siento no quedarme y hablar las cosas, pero me esperan – dijo cuando salió ya vestida y con el pelo seco sujeto en una coleta.
Stewy seguía de pie, cruzando los brazos sobre el pecho. Lo vio hacer la tentativa de moverse. – Lavinia...
Ella se puso los zapatos con un poco de dificultad.
– Nos vemos después, ¿vale? – suplicó.
Lavinia humedeció los labios y respiró hondo.
Sin darse cuenta, se le habían llenado los ojos de lágrimas. Como una autómata, salió al corredor y se dirigió al vestíbulo del hotel.
– Lavinia… – se encontró Greg en el bar del Congreso con el resto de los Roy – ¿Dónde estabas? Hace rato que te buscaba. Karolina me ha preguntado por ti…
– En el hotel… necesitaba refrescarme.
La situación era irónica, cuando menos.
¡Aplaudieron a su tío cuando entró!
Su familia, empleados de Waystar y políticos republicanos.
Pero aun así…
Era de locos.
– ¿Así vas a tener que declarar? – preguntó a su hermano.
– Sí. Mañana tengo una sesión de preparación con Jason.
– ¿Jason?
– Es del equipo de Karolina.
Lavinia frunció el ceño. – ¿Hugo y ella están demasiado ocupados?
– Bueno, ehm… no sé…
– Dile a Jason que voy a estar.
– Pero…
– Rome quería que me involucrara… pues bien… voy a firmar todas las cláusulas de confidencialidad que quieran. Pero ni de coña voy a dejarte en manos de ese tal Jason…
– Gra-gracias, creo.
Cuando volvió no estaba de humor para decir nada. De repente se sintió triste.
Ni siquiera había estado segura de que él seguiría allí, pero se había quedado trabajando a través del móvil.
– ¿Quieres que pidamos cena al servicio de habitaciones? – le preguntó Stewy tentativamente mientras ella dejaba el bolso sobre la maleta.
– No tengo hambre… pero por favor cena tú algo…
– Livy… – se acercó y le retiró el cabello de la cara.
– Voy a picar algo de tu plato si se da el caso, ¿vale? Es solo que no tengo apetito.
Él puso la mano en su mejilla y la acarició con el pulgar. – Livy...
– ¿Podemos no hacer esto ahora?
Stewy asintió. Tratando de controlar sus emociones, se acercó al teléfono fijo y llamó a recepción para pedir la cena.
Joder, Livy.
Aquella noche durmieron en los brazos del otro como en la sala de espera de una estación o como en un coche averiado al borde de la carretera.
Ella cerró los ojos y se acurrucó en sus brazos. Él la apretó con fuerza contra su pecho.
Stewy se levantó a primera hora dándole un beso en la comisura de la boca.
–Me voy a ir, ¿vale? Tengo..., reuniones a las que no puedo faltar.
– Vale – asintió aún en posición fetal entre las sábanas y con las piernas ligeramente flexionadas en la cama.
Stewy la miró con incertidumbre.
No podía fallar a una reunión de Maesbury Capital con un grupo de empresarios rusos.
– ¿Te veo en Nueva York? – preguntó.
– Sí.
Entonces se incorporó del todo.
Lavinia se quedó en la cama escuchando como se tomaba una ducha.
Cuando salió, mientras se vestía, no pudo ayudarse a sí misma.
Se movió entre las sábanas y a través del espacio donde él había dormido.
Quería, no sabía exactamente qué quería.
Colocó la mano sobre la suya cuando se inclinó hacia una de las mesillas de noche para colocarse el reloj de pulsera.
– Perdona, es que es todo tan…
– Ya lo sé…
– ¿De verdad?
Su mirada se clavó en ella. Sus pupilas tan grandes y oscuras que podría ahogarse en ellas.
– Odio verte así y que una parte o todo sea culpa mía. Pero voy a tener su empresa y quiero estar contigo… quizás deberíamos contárselo desde ya. No me da miedo que lo sepan.
Ella lo miró como sin comprender. Era la primera vez, abruptamente, que las palabras no tenían para ellos el mismo sentido.
– No es el momento – dijo cuándo pudo entender bien lo que él proponía.
– No será mejor momento cuando me haga con su imperio – razonó ceñudo – ¿Puedo preguntarte una cosa sobre tu hermano?
– Pues según qué cosa, la verdad. No quiero que se meta en más problemas… – apretó los labios.
Estaba dolida.
Stewy asintió, volviéndose a sentar en el colchón, con la lengua en sus muelas.
– Vale. Mensaje captado – dijo. – Supongo que me lo merezco.
Se acercó y la besó en los labios para despedirse, pero ninguno de los dos estaba exactamente ahí, en ese momento.
