"I don't know which one it is
Is it you, is it me, who's addicted?
'Cause you're the one who wants the fix
But I'm the one who needs to fix it […]"

– Side Effects (Sophie Scott)

Capítulo 26. Corvus

– Livy… por favor – se puso la mano en el pecho – No me hagas esto. No nos hagamos esto por una tontería. Mírame – le cogió del codo como pidiendo permiso.

Ella subió la mirada hacia él.

La había interrumpido con una súplica, pero de verdad temía perderla.

– Es que… tengo tanto miedo – dijo Lavinia en voz baja – tengo tanto miedo de que nosotros no…, de que… Terminarás cansándote de esto, de mí. Te he complicado la vida.

– No digas eso – pidió la voz de él maravillosamente reconfortante – Deja de preocuparte.

Stewy besó a Lavinia acercándose lentamente, mientras la apretaba contra su cuerpo con las manos abiertas sobre su espalda. Ella sintió el beso en lo profundo de su vientre y cerró los ojos por un instante.

Había cosas de este Nueva York de uber-millonarios que ella no sabía si llegaría a entender. ¿Espiar a los adversarios? ¿Apoyar a un loco como Mencken? ¿Y hombres como Joey Stuhlbarg con esas chicas que podían ser sus hijas?

Por alguna razón estando en Virginia había recordado al banquero colega de su tío que los había encontrado a ella y a Roman cuando se habían perdido en Corfú.

Era por algo que había dicho Mencken a Roman y a Shiv que pensó en ello. ¿Cuántos sobones había? Oh, claro ninguno. Mis condolencias, Siobhan.

En Corfú ese hombre viejo le hizo un comentario sobre el bañador que entonces no entendió. "¿Qué es esto de aquí, una fresa?".

Ahora comprendía que le había dado mucho asco y le había hecho sentir incomoda.

Luego, a la llegada, recibieron la bronca de todo el mundo.

Eran unos críos.

Se concentró en el presente.

Le miró, muy enfoscada.

Stewy... Le habría seguido al fin del mundo cuando la miraba con sus ojos marrones profundos. Pero había una parte difícil —

Mierda.

¿Quién diablos tiene la energía para salir de fiesta de esa forma después de todos esos días sin pegar ojo rondando los 40?

La coca, el constante runrún sobre su pasado, lo que asumía había sido una frase ingeniosa, una sonrisa con esa chica que parecía sacada de un desfile de Victoria's Secret…

Una imagen vale más que mil palabras.

Había creído que podía aceptar todo eso de él y ahora se sentía insincera, porque realmente le gustaría pedirle que a la próxima desacelerara un poco.

Se sentía insegura y 100% culpable por ello.

No puedo vivir así. Dudando de ti constantemente, temiendo que al final haya algo o alguien que te aparte porque yo nunca he sido lo que buscabas.

Sin darse cuenta, los dos estaban en una espiral descendente en esta placeta. Ella agobiada por fantasmas. Stewy, impotente.

Dejando de ver al otro de verdad, y mirándole según los propios miedos.

– Livy – Stewy añadió sosteniendo su mirada. Estoy luchando por tu cariño, joder. – Todo esto no es nada. He estado pensando mucho en nosotros y, maldición, deja al menos que lo intente… ¡No me estás dando una oportunidad…!

Me da absolutamente igual que pisoteen por el suelo mi nombre pero tú…

Ella arrugó la nariz.

– Yo no—

Stewy cerró los ojos pese al trajín que había a su alrededor en medio de Nueva York. Bajó los brazos como si se rindiera.

– Livvy, estás insegura, y no tengo ni puta idea de por qué. Sé que esa foto es una putada pero… ¿No he sido siempre muy claro sobre mis sentimientos hacia ti?

Lavinia dejó escapar un suspiro tembloroso antes de admitir:

– Es que no es fácil. No sé hacerlo. Sé que no es tu intención, pero no puedo evitar estar celosa de esas chicas ligando contigo o… Tendrás que ser paciente conmigo. Pero por favor, júrame que no estás jugando, y prométeme que harás todo para estar bien…

– Livy…

Sus miradas se cruzaron un momento en silencio. Ahora era Stewy, serio, quien intentaba descifrarla. Ella curvó los labios, pero no llegó a esbozar una sonrisa:

– El otro día mientras me vestía, mientras estaba ahí sentada con Diego al volante… pensé que podías… Que tú… – musitó.

Imagínate estar en casa preocupándote por tu pareja, son las 3 de la mañana y llama no estás segura si demasiado encocado.

La voz de Stewy fue suave pero también sonó algo ronca: – Aunque no lo creas, no es lo que quería – Frunció el ceño, sus ojos marrones enfurruñados – Joder, no era mi objetivo preocuparte. Tú sabes que esa mierda no me controla. Está bien.

Se mordió el labio. – Todo el mundo dice eso. ¿Lo sabes verdad?

En la mirada de él pudo ver una mezcla de desesperación por hacerla comprender, de vulnerabilidad.

Stewy apoyó las manos sobre sus hombros.

Lavinia le escuchó sin apenas respirar. La manera en que la miraba, con tal intensidad de sentimientos, hizo que le flaquearan las rodillas.

– Pero en mi caso es verdad. Te lo juro, Liv. Cariño, no puedo pedir disculpas por una falta que no he cometido o por… No sé, pero lo que menos quería era esto – Él paró para reconsiderar sus palabras – Lo que se ve en esa foto no es real. No quiero ser ese hombre. No es eso lo que deseo para nosotros. ¡Mierda…, ellos no tenían ningún derecho! Quiero darte algo mejor que esto – repuso y Lavinia quiso poder decir o pensar algo, pero su corazón no dejó de latir rápidamente haciendo presión en su pecho.

Quería creerle con todas sus fuerzas.

– Stew…

Stewy se humedeció los labios con la lengua, y su mirada se quedó clavada en ella, la frente arrugada:

– ¿Crees que lo que siento por ti es mentira? Acabamos de empezar, tendríamos que estar planeando nuestra próxima escapada a Grecia… me quedó pendiente enseñarte Atenas o… joder, puedo llevarte donde quieras. Una cena en París o bailar en una playa en Bali. A donde sea. San Francisco, Berlín, Marrakech…– susurró.

Lavinia levantó las manos. Pero, aunque quiso, no intentó hacer la menor resistencia cuando él la atrajo hacia sí y besó su labio inferior muy suavemente.

Era una montaña de emociones peligrosas.

Las emociones se estaban volviendo más reales, profundas, intensas. Había prejuicios, miedo, a hacerse daño y a hacer daño.

Lavinia meneó la cabeza, mientras él la rodeaba con sus brazos. Pensó fugazmente que ese era un lugar absurdo y poco adecuado para ser besada con tanta convicción como él lo hizo.

– Stewy – se oyó a sí misma murmurar – Me siento una egoísta y una estúpida.

Por no querer compartirte.

Pero también por no haber visto antes que me preocuparía como una idiota por la necesidad de tomar drogas para divertirte. ... O pensando que todas las mujeres y hombres atractivos de esta ciudad quieren meterse en tu cama.

Stewy movió la cabeza como si las sienes le dolieran. Entrelazó sus dedos con los suyos, y Lavinia se quedó observándolos en silencio. – No eres ni egoísta ni estúpida. Sobre todo no estúpida. Eso es lo último que quiero que sientas – le aseguró ceñudo, con un puchero de contrariedad – Y, amor mío…

Alzó la vista.

– ¿Sí?

Stewy no volvió a hablar inmediatamente, pero Lavinia esperó igual.

Intuyó lo que iba a decir y después tuvo el presentimiento que Stewy no se permitía traducirlo en palabras porque pesaban demasiado.

Susurros de lo bonita que habían sabido hacer esta historia…, y de por qué la sola idea, el pensamiento de perderla, le destrozaba. Y eso pese a todas las precauciones que había tomado siempre en sus otras relaciones y que debería haber mantenido aquí…

La constante lucha entre el no quererse atar y necesitarla.

Lavinia cerró los ojos. – Stew…

– Estás bloqueada, cielo. Las cosas son más fáciles… te lo prometo – se conformó en decir Stewy.

Ella apretó los labios. – Solo necesito espacio para pensar.

Lavinia tenía miedo de que sus emociones fueran demasiado confusas y acabara haciendo algo para apartarle que no tuviera vuelta atrás.

Si este iba a ser un tema siempre… Los celos… Stewy con otra gente y consumiendo drogas… puede que no fueran a llegar a ningún lado… Era su culpa que se estaba dejando invadir por sus miedos.

¿Qué estás haciendo? No seas cobarde y mojigata, Vinnie.

Él volvió a protestar, tomándola de la mano que aun sujetaba el móvil al que Roman había enviado la foto.

– Me duele que pienses que sería capaz de algo como esto.

– No es eso. No es…

Stewy sonrió algo sarcástico. Dolido incluso:

– Y pese a ello…

– Stewy – se quejó suavemente.

– Esto es… difícil – él se encogió de hombros – Yo prefiero no engañarte, ni prometerte cosas que ahora mismo no sé si soy capaz de cumplir. Pero estoy siendo serio cuando te pido que vengas a vivir conmigo… me gusta encontrarte en casa.

Casi todas mis relaciones pasadas eran basadas en el sexo, tú eres la única que quiero en mi vida.

Lavinia se mordió el labio. – Ese ya es un demonio de promesa.

Estaba confusa como el infierno con sus palabras.

Es posible que él estuviera luchando por la necesidad de verla cada día. ¿Pero podía comprometerse?

¿Por qué insistía ahora en recordar las promesas que no podía hacer…?

Le había dicho que le haría el amor para siempre, pedido vivir juntos. ¿No era suficiente?

Aunque, ¿cómo podía ella decir que sí a mudarse cuando esto era…

Ocupar su espacio sin aportar más que… ¿qué? ¿sexo? ¿Llevarle una cerveza al sofá al acabar el día con una sonrisa y un beso como geisha por arrozal o una especie de ama de casa?

No podía ofrecerse a pagar la mitad de los gastos ni en este ni en ningún apartamento que él considerara nunca habitar.

Suspiró con exasperación, dando un paso atrás. – ¿Stewy, qué quieres exactamente de esto nuestro?

– Te quiero a ti… En mi vida, en mi casa, en mi cama… – le apretó las manos y el calor subió por su cuerpo.

Se arrepentiría en cuando se agotara la novedad.

Ese apartamento llevaba demasiado tiempo siendo su santuario de soltero.

– ¿Entonces? – él arqueó una ceja.

Tragó saliva.

– No sé si esto es una locura…

La chica de la foto tenía un tipo espectacular, como el de una Barbie, era más joven, no le haría pasar por esto… Las arrugas de preocupación constantemente marcadas en su frente, un gesto contrariado en su boca, eso es lo que ella provocaba en Stewy.

Había miles como ella que le exigirían mucho menos de lo que ella le pedía en esta relación.

Luchar por esto, implicaba un gasto de energía extraordinario, un desgaste que amenazaba de llevarlos por un camino peligroso.

No se lo dijo, pero tenía miedo.

Porque no era sano.

Querer no podía ser tan difícil.

Miró al suelo, avergonzada. Como no decía nada, Stewy con la voz más serena de lo que tenía derecho añadió: – Si te vas, me haces polvo, Lavinia…

– Necesito distancia – susurró – Pero serán solo unos días.

¡Se sentía tan tonta que ahora que había decidido que la foto no era real casi toda la rabia iba dirigida a sí misma!

Muchas de las cosas más hermosas del mundo son frágiles. El amor, cuando hay… inseguridad, miedo, anhelo, todo junto.

Suspiró.

Puede que idealizara a Stewy sí… pero sinceramente a estas alturas le quería totalmente… con esa ternura que no era necesariamente cursi, su hipercapitalismo y sus sombras y contradicciones.

Sus malos hábitos.

Aunque acabaran por causarle alguna noche de insomnio.

Si era verdad que podía parar.

Le asustaba pensar que pondría todo tipo de excusas por él.

Pensó en esos dos extraños días en Richmond.

Por alguna ironía rara, de todas las personas con las que había hablado en esa conferencia, recordó algo que le había dicho Tom. – Últimamente he decidido no jugar demasiado con la esperanza porque así no hay expectativas...

Aunque tampoco era tan raro que fuera algo que éste hubiera dicho y ella hubiera escuchado, realmente escuchado, puesto que había acabado hasta el moño de Greg al que estaba tentada de sacudir hasta que encontrara el sentido común, y de Roman yendo de la mano con ese integrista de Mencken.

– ¿Me dirás lo que haya? – preguntó Stewy.

Nunca jamás había tenido tanto miedo de perder algo.

Estaba jodido, muy jodido.

– Desde luego. Pero Stewy, no es mucho. Voy a intentar teletrabajar un par o tres de días… estar por Tabitha, verlo en perspectiva.

– Claro. Pero Livy, entiéndeme… no quiero que me mantengas al margen de lo que pienses que necesitas de mí. Llámame en cuando puedas. Aunque sea para decirme que… soy un gilipollas. Necesito saber. ¿Lo harás?

Ella afirmó con la cabeza.

¿Se iría a evaporar la nube rosada en la que habían estado flotando?

Una llamada al teléfono de Stewy los interrumpió. Él colgó pero insistieron.

– Contesta – dijo Lavinia al cabo de un instante – Está bien.

Él lo hizo contrariado.

Lavinia le observó el perfil mientras tenía esa conversación de negocios.

No alzaba nunca la voz, en vez de eso escondiéndose en el sarcasmo, pero ahora era fácil notar que estaba fastidiado.

Porque no parecían unas noticias que merecieran su entusiasmo…

Pero también por la interrupción.

– Es demasiado absurdo. ¿Por qué no – la miró a ella mientras estaba al aparato – ¿No puedes deshacerte de ellos?

Alguien debió de contestar que no al otro lado de la línea.

– Eso no tiene sentido. Cítales en algún sitio para el almuerzo.

Miró hacia lo alto de los edificios que les rodeaban, molesto.

– Tengo que… está una maldita reunión que no debería cancelar – dijo al cortar la comunicación repentinamente.

– Está bien.

– ¿El miércoles? ¿Estarás de vuelta? ¿Cenaremos?

Ella afirmó lentamente permitiendo que él leyera en sus ojos todo cuanto estos podían expresar.

Ella se apartó de él sabiendo que sería un error dejarse besar más allá de un roce de labios porque así no iba a haber manera de dejarle marchar, pero fue suficiente para notar que él los tenía resecos y que las cosquillas de su barba le erizaran la piel.

No hizo nada para evitar que él le diera un último abrazo y se limitó a apoyar su frente en su hombro y notar cómo su pecho se hinchaba al respirar profundo, cuando Stewy rodeó su cintura con un brazo y le susurró algo en la sien en un idioma desconocido para ella.


Apenas un día antes había estado en medio de aquella reunión tan grotesca.

Ni en la más irreal de la imagen que ella tenía de la política de América se hubiera imaginado esas personas reunidas en una sola habitación aceptando sin sonrojarse que la presidencia del país no se decidía solo en las urnas, sino también en habitaciones de hotel donde uno podía decir las burradas que le diera la gana contra las minorías.

Y, sin embargo, ni siquiera se sintió sorprendida.

Esa segunda noche en Richmond (Virginia) cuando se encerraron para "escoger" presidente, ella no mostró ningún interés en subir a la habitación de Logan.

Apenas había querido volver a ver las fotos que Roman le había mandado.

Es como si desde entonces hubiera seguido aquí en modo automático.

Kendall, Zahra, ese Johnny, todas las mujeres que se le insinuasen… ¡Oh!, era una imbécil absoluta que quería ser la única persona de su vida… y no funcionaba así.

Tenía que poder confiar que él estaba lo suficientemente comprometido con su relación.

Sintió una mano sobre su hombro y cuando se giró vio a su hermano. – ¿No- No vienes?

– Me voy a ir a dormir.

– Eh…, entendido.

Si continuaba un minuto más escuchando a uno de esos hombres viejos opinar sobre la inmigración y el aborto… o bebía un solo gin-tonic más con el móvil quemándole en la mano con esas dichosas fotos… ¿Por qué mandar a alguien a eso? ¡Dios…!

En la habitación respiró profundamente.

Estaba tan atribulada que no podía concentrarse en nada, solo deseaba haberse quedado en Nueva York.

Se había metido un atracón de canapés ahí abajo.

La sensación fue tan repugnante que hizo algo que solo había hecho dos veces un verano de hace mucho, la primera vez que volvieron a Canadá después de todo lo que había pasado con su madre y cuando no podía sentirse peor.

Fue al servicio y se provocó el vómito.

A la Lavinia de 15 años le costó tanto que lo odió, algo de lo que probablemente no estaba lo suficientemente agradecida.

Hoy solo se sintió un poco mejor.

Se dijo que era porque detestaba el huevo de los canapés.

Se lavó los dientes mirándose al reflejo.

No te escondas.

Se mordió los labios, haciendo de ellos un nudo. ¿Cabía la posibilidad que la foto fuera un… poco de verdad?

Un pico perdido o…

No.

Se rió con tristeza frotándose la cara. ¿No era absurdo que lo pensara?

Es autoboicot y no quieres eso.

Después negó con la cabeza y al volver a la cama dio un vistazo a los mensajes de Stewy.

Le había enviado una foto de sí misma que le había tomado en la fiesta de la otra noche.

Pensó en contestar mañana pero al final tecleó un buenas noches.

Lo hizo tragando un nudo de emociones.

Entonces en un impulso envió la foto de Stewy a Monique.

Aunque estuvo tentada de enviársela al propio Stewy.

Para tener una reacción antes de que se vieran en Nueva York mañana.

"¿Cómo sacarme esto de la cabeza?", escribió a su amiga.

En Europa aún no había amanecido, así que supuso que no recibiría respuesta pero su amiga, una ave nocturna como pocas a la que gustaba escribir de madrugada y empezaba su jornada en el periódico al mediodía, no tardó ni media hora en enviarle otro mensaje.

"¿Qué diablos? ¿Es ÉL?"

"Sí, pero estoy segura de que no pasó nada. Bueno, nada más…"

"¿Qué explicación te ha dado?"

"Ninguna todavía. Moni, no le estoy acusando de nada"

"¡No le acuses, cápalo! El tipo tiene 40 años. Ya no es un niño. Vinnie, el otro día dije lo que dije porque una cosa es si es un tío extrovertido, y qué mierda, que ya te haya pedido vivir con él, me pareció hasta bonito, idiota pero bonito, más sabiendo como de colada estás, pero si está coqueteando activamente y siendo irrespetuoso a mi mejor amiga, es otra cosa, ¿quieres que me lo cargue yo?".

"¡No! Solo… no puedo dormir. Está bien".

"Estabas aterrada por su salud mientras esta chica le metía mano, ¿o no? Retiro todo lo que te dije. Intentaba apoyarte pero… Te mereces algo mejor, no dejes que te convenza de lo contrario. El desgraciado de Mark ya te hizo bastante daño".

Exhaló aire.

Monique era protectora.

Sabía que estaba haciendo un esfuerzo para apoyarla en esto.

No debería haber…

"Las dos sabemos que con él es diferente".

"No estás sola, Vinnie, ¿vale?, no importa que tenga que presentarme en Nueva York".

"Solo necesito pensar qué voy a hacer. No estoy bien, pero lo estaré. Te lo prometo".

Apartó el móvil y cerró los ojos para intentar dormir.

Un pensamiento intrusivo le sobrevino.

El problema no es él. Él te ha pedido que viváis juntos pero tú insistes en tus inseguridades.

No, no.

Entonces…

¿Cuándo ha estado equivocada Monique?

Ahogó un gemido de frustración en la almohada.

No vas a llorar como una idiota.

A Lavinia le gustaba coger el sueño gradualmente por las noches y sentir lentamente los sentidos hundiéndose en esa especie de calma antes de quedarse dormida.

Normalmente prefería algo de luz colándose a través de la ventana que dejara pasar el vivificante ruido matinal de Nueva York (o no tantos meses atrás: el delicioso despertar de las calles en Brujas y el agradable bullicio que se elevaba desde el río).

Pero estos días tenía el sueño ligero así que decidió refugiarse temprano en la habitación y se esforzó por mantener el dormitorio en la más absoluta oscuridad.

Las pesadas cortinas de seda con entretelas que colgaban enmarcando los ventanales, estaban pasadas. Eso no lo salvó del insomnio y, por lo tanto, de sentir el teléfono y saltar de la cama casi al primer tono.

Era Kendall.

Parecía ser que el caso abierto contra Waystar era mucho más frágil de lo que él había pensado.

Aunque le había pedido que consiguiera que Tom le cogiera el teléfono, Ken había decidido que no tenía la paciencia para esperar a hablar con él mañana a una hora razonable.

Y dado que tenía Lavinia en el terreno, ¿por qué no pedirle un par de favores?

– ¿Sabes dónde está Tom? Estoy viniendo desde el aeropuerto.

– ¿Sí? ¿Por qué?

– Quiero hablar con él en persona… ¿te acercarás?

– ¿Yo?

– Bueno no te estoy sugiriendo que te sientes en la mesa con nosotros pero podrías asegurarte que tengamos un buen lugar para hablar.

– Pensaba que querías que le convenciera para reunirse contigo en Nueva York. Además…

Kendall pareció francamente confundido. – ¿Hay algún problema?

Apartó el auricular de la oreja y se quedó mirando el móvil antes de responder. Luchaba por reponerse de esa sensación pero se sentía agotada – ¿No está Jess para eso?

– Vengo solo. Vi… ¿qué coño te pasa en la voz?

Se refugió en una mentira blanca: – Estaba durmiendo…

Kendall chasqueó la lengua con una sonrisa. – ¿A las 11?

– Se me ocurren peores cosas…

Lavinia sintió que su malestar interior no se había calmado. Éste era – en mucha parte subjetivo, por la inquietud que la dominaba y la sensación de impotencia e insuficiencia en su noviazgo con Stewy, pero en una pequeña pequeña parte también impersonal, los hombres de ahí abajo eran realmente horribles.

Con sus paternalismos y condescendencias.

Mencken.

Willa prácticamente le había gritado ayuda con la mirada cuando uno de los benefactores de Connor no la dejaba dos minutos sola.

Su primo no parecía lo molesto que debería la verdad.

Se echó para atrás apoyándose en la almohada y contempló por un momento el techo a oscuras; encendió todas las luces de la habitación en un intento vano de ponerse en marcha, vestirse, y poder volver a hundirse bajo el nórdico de esa cama en un tiempo récord.

Lo peor de Kendall era su trato cuando estaba de mal humor, Lavinia estaba convencida que en el fondo era más humano de lo que hacía suponer su personalidad taciturna y sus arranques de euforia.

Suspiró consultando en el móvil lugares de poca monta que estuvieran abiertos a esa hora alrededor.

Se subió a un taxi.

Aquella noche su primo la recibió con un gesto bastante próximo a una mueca.

– ¿Este restaurante?

– Cafetería. Es… popular entre los currantes de la zona. Nadie os verá aquí… si no quieres. Le he pasado la dirección como me has pedido. ¿Habéis hablado?

Kendall asintió, pero pareció pensar en ello.

– Lo justo. Me da algo de pena – sonrió inspeccionando el lugar con la vista – Shiv va a comerse hasta los huesos.

– ¿De verdad quieres trabajar con él…?

La expresión de los ojos de Ken se endureció.

– ¿Querrá él salvar el culo, Vi? – preguntó sarcásticamente y continuó – o prefiere ¿qué? dar con sus huesos en la cárcel por mi padre y mi hermana – Se giró bruscamente y se puso a dar instrucciones a alguien por teléfono.

Lavinia se cruzó de brazos arrepintiéndose de no haber cogido al menos una cazadora.

El coche con Tom no tardó en llegar.

Kendall decidió que iba a esperarlo ya en la mesa.

– ¿D-dónde está?

– Dentro.

– ¿Vas a… entrar?

– Sí, pero no, vais a comer solos…

Tom se mostró nervioso: – Lavinia…Vinnie… no me gusta nada estar aquí.

Ella se apiadó. – Ya lo sé… El sentimiento es mutuo… quiero decir… en esa conferencia. En el hotel…

El esposo de Shiv estaba serio y se mantuvo así un instante más. – Ya… te estaba mirando, ¿sabes? Toda esa mierda. Me di cuenta que te largaste.

– E-Es que es horrible.

Había aprovechado para avanzar trabajo en el portátil.

Notó que estaba incómodo. – Sí, claro… ahm claro.

Lavinia se mantuvo plegada de brazos, notando más el fresco de la noche. – Ken te espera. Tom, suerte…

Él se mofó.

– Sí, gracias. Aunque – se encogió de hombros y por un momento pareció muy triste –… mírate qué emperifollada…, Vinnie, somos… simples cobayas aquí… ¿Qué estás haciendo? ¿De suplente del asistente de Ken? ¿De mascota de Roman?

Lavinia llevaba un vestido negro sobrio que sinceramente, creía, parecía más apropiado para un funeral o un velatorio que esto.

Lo había escogido casi a ciegas antes de salir para aquí y había sujetado su cabello en una cola de caballo simple. Maquillado las ojeras con un poco de base.

Miró a Tom con incredulidad.

– Me temo que no me has mirado bien…

En cuanto a lo de esta familia…

Habría jurado que era demasiado orgulloso para admitir algo así.

Él enarcó una ceja enseguida: – No, claro. Dime… ¿Cuándo cuestan los pendientes? – vio en su cara el momento en que impostaba algo de chulería como hacía a veces con Greg – ¿Te lo puedes permitir Lavinia?

Se llevó la mano a la oreja casi inconscientemente y le miró juntando los labios. – Son… un regalo – dijo y Tom se desinfló de nuevo.

Asintió.

– Oh. Entiendo… No me había fijado antes de hoy.

Lavinia suspiró.

Wambsgans pareció pensativo un momento más. – ¿Somos familia, Lavinia? Quiero decir…

Ella le miró extrañada: – Sí, bueno… Me acabas de llamar la mascota de Roman – fue levemente sarcástica.

La luz de una de las farolas que estaban encendidas de la calle le dio justo en la cara.

La miró con el rostro de un hombre derrotado.

Pero tuvo la cara de reírse.

Aunque fue de una manera forzada.

– Es en confianza, vamos. Siempre quise una hermanita pequeña con quien meterme… supongo que me tengo que conformar con una prima del congelado Canadá. Dicen por ahí que te harás granjera. ¿Hay alces en el Quebec?

Estaba súper raro.

Más incluso que… lo normal.

Le hizo enarcar una ceja. – No estoy de humor, Tom.

Éste se encogió de hombros.

– Da igual. Asegúrate de que quien tú sabes te trata bien. Y si no dile al cabezota de Greg que le meta una paliza, ¿ehm?

Decidió tomárselo con humor: – ¿Querías una hermana para meterte con ella y pegarte con sus novios?

– Al menos vendría a verme a prisión. ¿Irías?

No podía arrugar más el gesto. – ¿A verte a ti?

– A Greg…

Oh.

Lavinia en un momento se sintió tensa.

– Bueno espero que eso no…

Él se puso extrañamente serio:

– No, no te preocupes mucho. Él no… no va a pasar. Yo me ocupo – le puso una mano en el hombro.

Entró a la cafetería detrás de Tom y cuando se apartaba escuchó risas incomodas y algo sobre las extrañas costumbres matutinas de Rasputín en el desayuno para aumentar su resistencia al veneno.

¿Ya sabes que te llaman el árbol de Navidad? – le preguntó Kendall.

Tal vez porque soy alto y alegre…

Tal vez… pero a lo mejor no quieres ser el chivo expiatorio de la empresa cuando no haya elección…

Lavinia se fue hacia el lado contrario de la sala, donde al acabar el día tomaban algo algunos policías de guardia y otros trabajadores de la zona.

Apenas pudo decidirse a beber café, sabiendo por experiencia que en América no consistía más que en un poco de agua tibia, amarga y de color pardo.

No pudo concentrarse mucho.

Se negó a sacar el móvil de su bolso durante un largo momento.

Pero cuando el café se le había enfriado fue inevitable pensar.

Miró la foto de nuevo.

Era Stewy en su salsa, sonriendo, diciendo algo, las bocas juntas pero no tanto para… todavía. ¿Se había apartado un segundo después o…

¿Cómo sería la vida con Stewy después de diez, veinte fiestas como aquella?

Le quería pero no sabía si era suficiente.

Odiaría convertirlo en un desgraciado o despertarse un día y descubrir que seguía sintiéndose asustada de perderlo.

De que la próxima vez sí hubiera un beso de más, una caricia o simplemente demasiado coca.

Se había jurado a sí misma que no tendría otra relación tóxica.

Monique había enviado otro mensaje: "Antes de irte a vivir con él necesitas que te jure que no te está mareando"

Cuando fueron hacía fuera y ella también pagó su consumición, escuchó a Tom advertir a Kendall que, a diferencia de Logan, él iba a lamentar esto.

He visto cómo te han jodido muchas veces. Pero a Logan no he visto que le jodieran ni una sola vez.

Vio a su primo sacar el móvil.

Tomar la foto.

Tom le miró molesto.

Dijo algo que se perdió en el silencio de la noche.

Quizás más resignado que otra cosa.

– Guárdala.

– ¿Perdón?

– La que le he hecho a Tom. Me puede servir luego.

Eso le hizo dibujar apretar los labios en una mueca.

Kendall se dio cuenta: – ¿Qué coño te pasa? Es solo una foto.

– Nada…

– Vamos, larga, Vi… ¿Es… algo que te ha dicho Ro aquí? ¿El qué?


Habló con Greg en el último desayuno en Richmond.

– ¿Dónde están?

– En… en el hall… hay un fotógrafo… se están fotografiando con… con Mencken – dijo su hermano con una mueca.

El flamante portavoz de la extrema derecha.

Provocador a tiempo completo.

– ¿En serio?

– Sí… Eh, bueno. No puede ser peor elección que Connor, ¿no?

– ¡Greg! ¿Por favor, no quieres que tu hermana tenga derechos?

– Muchas de las cosas no las cumplirá… ¿n-no?

Lavinia miró su tostada sin hambre.

Esto era una mierda.

Y futuro político del país aparte…

Tenía que quedar con Stewy, hablar con él, y luego… esta mañana había estado intercambiando mensajes con Tabitha.

Su amiga neoyorquina iba a someterse a múltiples rondas de hormonas antes de la FIV y le había pedido que la acompañara unos días.

No podía ir muy lejos por si la situación de Kendall la obligaba a volver a la ciudad antes pero…

Teletrabajaría.

Observó a su hermano que intentaba partir un croissant por partes.

– ¿Qué te pasa? Si es sobre la herencia, no… – empezó a decir.

Él se lamentó: – Me preocupa la prisión… porque creo que por lo larguirucho que soy voy a sufrir todo tipo de malas pasadas, la noche que llegamos le pedí a Tom si… bueno… ya que parece que va a ir igualmente a la cárcel si fuera posible que me ayudara…

Abrió los ojos. – ¿Qué te ha dicho?

– Que sí…, ehm… es algo bueno – alzó los ojos hacia su hermana.

Lavinia lo contempló un instante.

Porque estaba agotada, dijo sin más: – ¿Sabes? Creo que le gustas… y que genuinamente quiere librarte de esta.

Greg tosió. – En fin, yo… no hago tan mal trabajo – la miró – No… vamos… Es mi amigo y mi jefe… un jefe… ahm más bien regular pero… uh-huh.

– ¿No lo has pensado? Que… no sé – juntó los labios con una pequeña sonrisa – Vamos, le has pedido ese favor… y creo que ya sabías que diría que sí.

Eso pareció incomodarlo.

Era lo último que buscaba Lavinia.

Pensó en presionarlo un poco pero ella misma no se sentía de humor. Así que se rindió, pasándose la mano por la cara.

Greg hizo una mueca. – Estar… tanto tiempo con Roman te afecta… Todo el mundo le odia, uhm, por si no te has-s dado cuenta. Creo que voy a pedir una cita a Comfrey, ¿sabes? Comfrey, mola.


Tropezó con su tío abuelo en el vestíbulo del hotel minutos antes de que dos limusinas negras los recogieran a todos.

Había unos cuervos posados al otro lado de la calle.

Colin en la puerta.

– ¿Cómo está mi hermano? No puede mantenerse alejado por mucho tiempo, ¿eh? – le preguntó Logan.

– Bueno, creo. Ya sabes cómo son las cosas siempre con el abuelo.

Logan sonrió, falsamente afable.

Eso conseguía ponerla nerviosa.

– Eres familia, Lavinia. La nieta favorita de mi hermano mayor. Espero verte más a menudo por estas reuniones familiares, pon sentido común, ¿uhm? – se inclinó hacia ella y le puso una mano en la parte baja de la espalda, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Ella estaba tan cansada. Como si quisiera dormir durante varios días cuando volviera a Nueva York.

– Logan…

– Eres buena chica – le dijo Logan de la misma manera falsamente amable – A la familia le vendría bien una mujer sensible como tú. Al menos alguien familiar llamará si Kendall hace algo desagradable… Y entonces yo me encargaré de todo.

– Es horrible pensar… – dijo – Discúlpame pero… es tu hijo – se atrevió a susurrar y miró a sus bailarinas negras esperando el estallido de una tormenta.

– Deberías mirar hacia arriba – dijo Logan de repente con malicia. Cuando vio que ella se había dado cuenta, continuó: – Mi hijo está enfermo. Por qué sí el problema con esa mierda de las drogas es una enfermedad… Una puta desgracia para su familia. ¿Cómo anda Marianne, uhm?

Ignoró la cuestión sobre su madre.

– Por eso mismo, no es su culpa… – le miró.

– ¡A tomar por el culo! Ser lo bastante débil para recaer en eso… sí lo es. Ya no es un puto niño – sentenció, duro, frío.

Cuando se apartó, Tom levantó la cabeza y sus ojos se clavaron en ella, pero de una forma diferente, no como cada vez que lo encontraba, le miró como si le comunicara algo con la mirada y luego volvió a concentrarse en algo que estaba explicando a Greg.


Después de su conversación en aquella placeta de Nueva York, no la vio en tres días. En cuanto Stewy salió del despacho ese lunes Lavinia ya se había ido de la ciudad con Tabitha.

En lugar de ir a su apartamento, se pasó por el gimnasio que hacía meses que no pisaba. Corrió en la cinta y nadó en la piscina, que era por la única razón que alguna vez se había dejado convencer para pagar una anualidad de ese lugar.

Cuando llegó a casa, estaba muerto, comió pizza, abrió un vino tinto que apenas cató y se rellenó un vaso con dos dedos de whisky, dejó que el puto algorismo de Netflix eligiera algo que ver por él y se acostó.

Al día siguiente, se reunió con Sandi a la hora del almuerzo para discutir su nueva posición en Waystar.

Por la tarde y a la mañana posterior estuvo encerrado en su oficina repasando papeles.

Joey se pasó para comentar las dudas del propietario de un fondo de inversión que trabajaba con ellos.

– Espero que se solucionen pronto los problemas.

– ¿Qué problemas? Eso que veo aquí no es para tanto – le señaló ausente los papeles.

– Los que no te dejan concentrarte. No sé dónde estás, aunque me hago la idea de con quién. Desde luego no aquí – le juzgó.

– Tengo muchas cosas en la cabeza.

– Espero no haber contribuido a eso…

Stewy le dedicó una media sonrisa. – Eso dicen todos.

– Va, Hosseini, más ganas. ¡Que nos estamos comiendo con patatas esta ciudad!

Entrecerró los ojos desviando la vista al móvil.

Todavía nada.

Joder, estupendo.

Se frotó la cara con las manos cuando Joe salió de su despacho.

Sin ella, estaba perdido. No podría ver el camino a seguir. ¿Podría?

Ella había cambiado todo acerca de quién él creía que era, pero siempre estaba la tentación de volver a recomponer el cuidado muro que una vez le había permitido sobreponerse a esto engorroso de los sentimientos.

Era parte de la razón por la que había estado tan concentrado en el trabajo desde su encuentro anteayer en la placeta.

Odiaba la incertidumbre que ese sentimiento le hacía experimentar.

La había llamado unas cuantas veces para asegurarse que hubiera llegado a bien a los Hamptons pero le salió el teléfono desconectado.

Iba a tener que considerar muy bien cómo hacerlo.

Le resultaba difícil incluso pensar que Lavinia podía estar mal por algo que él hubiera hecho.

No importa que estuviera siendo una cabezota.

"No puedes ignorarme dos días enteros. Me estoy volviendo loco. Necesito saber. Coge el teléfono por favor".

Se dio cuenta de que si ella mañana cogiera un avión a Europa no tenía ni puñetera idea a quien llamar.

A parte de enviar a alguien ahí él mismo.

Juntos se habían recluido en una burbuja perfecta, y le gustaba. Pero no le había preguntado por esa chica amiga suya, Monique, u otros amigos, no tenía más que el nombre de una ciudad.

Había hablado con su padre una vez en la peor circunstancia del mundo...

Había mucho más por conocer.

Y se odió a sí mismo por estar a punto de estropearlo todo y perderse lo que faltaba.

Rectificaría aquello en cuánto Lavinia volviera de los Hamptons.

El aviso del móvil le sorprendió y le aceleró el corazón al mismo tiempo.

En menos de un segundo tuvo el teléfono en la mano y abrió el mensaje: "Hablamos mañana en la cena. Es que… esto deberíamos hablarlo en persona".

Stewy se preguntó más de una vez, después de su conversación en la placeta, si las cosas habrían sido diferentes si se hubieran conocido mucho antes.

Un verano, en la boda de Ken…

Si se hubiera enamorado de ella una década atrás.

No podía imaginar otra cosa.

Es como si siempre hubiera formado parte de su vida.

Pero lo más probable era que si hubiera hecho algo diferente en ese momento, no estaría aquí, ahora, loco por ella…

Desde ayer no podía evitar pensar que si no se hubiera empeñado en acercarse a Lavinia, tampoco estaría así.

Seguiría su vida sin ataduras, sin complicaciones.

Pero joder, no podía hacerse a la idea de perderla, porque sería una vida también sin ella.

Cuando estaban juntos… el espacio en el que orbitaban era demasiado bueno para no querer exprimirlo hasta la última gota…

Eso era lo que le había animado a imaginarla en su casa.

Si quiero estar contigo es porque estoy loco por ti. Maldita sea, estás en todos los lados a los que voy y en todos mis pensamientos.

Sabía que necesitaba arriesgarse por esto, de otra forma… no creía que pudiera hacer que para él las cosas volvieran a ser como antes.

Antes de conocerla. Antes de tomar consciencia de lo afortunado que era de tener esta oportunidad de enamorarse sabiendo que esta vez nada ni nadie le impedía presentar batalla.

No su inmadurez.

No ella.

Porque tenía la casi certeza que Livy quería que luchara por ellos. Que le dejaría hacerlo.

Solo tenía que descubrir de qué manera.

No lo has tirado todo por la borda.

Aún. Se dijo.

Pero mierda, Lavinia, no entiendo qué demonios quieres más de mí…

Miró las agujas de su reloj de pulsera dándose cuenta que ya era hora.

Kasra "Cas" le había llamado por sorpresa diciéndole que vendría al mediodía.


Cogió la botella de Pinot Noir que su asistente había dejado en la encimera de la cocina office de la cincuenta octava planta del edificio donde se encontraba Maesbury y llenó impaciente su copa de vino.

Puedes luchar por demostrar que te importa pero no puedes obligarla a creer en ti si ella no quiere…

Mientras su hermano mediano Cas rodaba los ojos y se servía agua de una jarra con hielo que había pedido al entrar.

Había elegido este mediodía para visitarle avisándole a última hora.

– ¿Entonces es un no?

– Comer con Darian y Leila es una cosa. Pero baba… Es lo último que necesito.

Cas hizo un chascarrillo. – Sé cómo acabara esto.

Stewy fue seco con las manos en los bolsillos del pantalón. – Hombre, gracias por la confianza. ¿No tienes un bebé llorón en casa?

Su hermano pareció pensarse mejor el flanco por el que atacar. Curvó los labios de forma cordial: – Iba a decir que mamá se te va presentar en casa en cualquier momento pero… – se encogió de hombros. – Vamos, Sadegh a estas alturas solo estarán agradecidos que les incluyas.

Exhaló aire. – ¿Podrías no… Déjalo correr…

Su hermano le miró en silencio.

– De los tres eres el que menos ha cambiado con los años pero baba te tiene mal calado… Hay quien vive sin comprometerse con nada hasta que un día… pum, lo hace sin más.

Stewy no reaccionó, al menos externamente.

Su hermano siguió: – Supongo que te cogerás unos días para la boda del primo Amin.

Arrugó la nariz como volviendo de un ensimismamiento: – Ni siquiera recuerdo su cara. Es Darian quien hace negocios con él.


Fue un chico en bicicleta que les indicó qué edificio era. En Central Park West. Lavinia sonrió a su amiga mientras ésta encendía un cigarrillo y se lo tendía en silencio.

– Solo una calada – sonrió – Es como una despedida.

Luego lo volvió a tomar entre las manos antes de apagarlo contra una pared y deshacerse de él y dijo:

– ¿Qué estamos esperando? ¡Dirán que tengo mieditis! – se rió – ¡y hoy solo me van a recetar un montón de medicamentos!

Tabitha rodó los ojos y la tensión se relajó un poco.

Ella le sonrió.

Lavinia se quedó mirando un momento a su amiga, a la que no le importaba lo que pensaran los demás, cuyos padres tenían una casa de 30 millones en los Hamptons pero que hacía esto para ayudar a unos amigos y vivir una experiencia que no se veía viviendo de ningún otro modo, y luego cuando esta asintió, caminó hacia el interior del edificio y cogieron el ascensor.

Iba dando un vistazo a la larga lista de alimentos que Tabitha tendría prohibidos una vez que se quedara.

– ¿Esto es siempre así? Porque es de locos…

La rubia chasqueó la lengua: – Claro que es siempre así, a diferencia de lo que piensa Rome no voy a gestar un alíen. Tendrá sus piececitos y todo eso. ¡Pero por suerte no seré yo quien tenga que cambiar pañales!

La cabeza de Lavinia iba a toda velocidad pero se limitó a admirar la recobrada tranquilidad de Tabitha.

– ¿Tus amigos…

Tabitha miró el reloj.

– Ya deben estar dentro – se cogió de su abrazo – Cuando empiece de lleno el ciclo de FIV voy a obligarlos a llevarme al restaurante más obscenamente caro de la ciudad. ¿Por qué no te apuntas?

Lavinia sonrió.

– ¿Te has fijado en los techos de este lugar?

Era una casa palaciega construida a finales del siglo XIX por alguno de los primeros millonarios del país.

Apenas habían sobrevivido unas pocas de estas mansiones al constante cambio de Nueva York.

Los Vanderbilt, los Rockefeller, los Morgan, los Carnegies.

Lavinia sabía que su tío resentía esas antiguas fortunas tanto como esas familias le habrían mirado por encima del hombro si ese chico escocés que había sido una vez no se hubiera convertido en uno de los hombres más ricos del país.

Lo que no excusaba en absoluto nada de lo que había hecho.

– Sí, son una pasada…

Una chica les abrió la puerta.

– ¿El doctor Baker? – preguntó Tabs.

– Sí. Pueden pasar por aquí.

Cuando entraron, abrió una puerta a la izquierda del recibidor y las metió en una sala de espera.

Las fundas blancas de sillas y sofá estaban muy nuevas y brillantes.

En las mesas había revistas sobre embarazos.

Lavinia rebuscó desinteresada hasta encontrar una Vanity Fair aunque era un número anterior.

Salió una enfermera. – Tabitha Hayes…


Quedó con Kendall que estos días teletrabajaría.

En realidad, más bien le informó de ello. No es como si no hubiera estado dando el máximo durante días pese a haberse cogido ya un día con lo de Virginia.

Pero le sorprendió que ni siquiera parpadeara.

Por alguna razón que se le escapaba la había librado del grueso de los preparativos de su cumpleaños.

Tenía que hacer un par de llamadas a la prensa para filtrar lo 'guay' que sería su fiesta.

Pero Ken había involucrado al resto del mundo en preparar el evento y a ella le había dejado una tarea ligera.

Pensó que quizás no quería que sus hermanos supieran los detalles.

Pero eso no tenía sentido porque había sido insistente en enviarles invitaciones y dejarles claro que sería un fiestón.

Sumida en la necesidad de salir de la actual trampa de su cabeza, agarró el libro de poemas que Tabitha estaba leyendo y repasó el comienzo de un capítulo.

Pensó en lo que le había dicho Stewy en uno de los dos mensajes que le había dejado en el contestador.

Lavinia, esto es especial. No estoy jugando… – murmuró. Por detrás se oían pitidos de coches y ruido de tráfico de algún atasco. – Joder, no tengo todas las respuestas, pero Livvy eres lo mejor que me ha pasado… ¡Maldita sea, créeme!... ¿Vale?

Le había prometido que le llamaría pero es que… flaquearía en cuanto escuchara su voz como ahora… y necesitaba pensar.

La voz de Tabitha la interrumpió. – ¿Es la lectura lo que te hace estar tan concentrada? – Le preguntó señalando la portada del libro.

– No. Pero es un buen libro…

Hacía apenas una hora que estaban en esta casa pero al llegar Tabitha se había acostado un momento en el piso de arriba mientras dejaba que ella se instalara.

Iba con una bonita bata de seda de estilo kimono.

Se atusó el pelo mientras se apoyaba en el marco de la puerta.

– Sí, yo lo leí de un tirón, pero me intriga ese brillo en los ojos. ¿Todo bien con Stewy?

Lavinia suspiró.

– Sí. ¡Pero quedamos que no hablaríamos de hombres! Estamos aquí por ti. Comemos, vemos alguna peli de chicas y más tarde ponemos música en la piscina.

Tabitha rió.

– Eres un ángel. Pero te olvidas del sushi. Tengo que comer todo el que pueda ahora antes de que me lo prohíban – dijo.

Lavinia no pudo evitar una sonrisa.

Hoy en la consulta se había hablado de punciones, hormonas… pero la cantidad de cosas que recomendaban no comer seguía haciéndole arrugar la nariz.

A pesar de sus diferencias de opinión sobre la gestación subrogada, no iba a soltar prenda si no era para estar al lado de su amiga.

Estaba aquí para apoyarla.

Daba igual qué haría ella o no en una situación así.

Tabitha tendría que lidiar con todo lo que implica tener un bebé, la leche, el parto, la recuperación, pero sin… bueno, quedarse el bebé…

Sentía que era una prueba imposible…

¿Qué más daba el ADN enfrente a… cada patada, hipo, malestar…?

Para.

¡Como si tuvieras puñetera idea…!

No sabes nada.

Su amiga no haría nada que no hubiera pensado largamente.

Tabitha levantó las cejas al verla pensativa. – Al final no me pediste que me pasara por tu casa. No me habría importado dar un vistazo el fin de semana.

Lavinia se encogió de hombros.

– Stewy insistió en mandar a alguien de su oficina. Tampoco estuve tantas horas fuera… Estoy segura de que no habría pasado nada, dejé comida a Toffee para un regimiento.

– ¿Y hoy y mañana?

– Le he instalado una fuente de agua… lo tengo vigilado con una camera y una app que le chivó un amigo a Greg. Y Stewy ha encontrado una agencia que se dedica a cuidar mascotas. Ha mandado el contacto en uno de los mensajes – se mordió el labio y miró a Tabitha – ¡Pero está bien de hablar de mí! Toda la tarde en esa clínica. ¿Estás bien?

La rubia rió negando con la cabeza, se giró hacia la cocina y luego volvió sentándose en el sofá con una bandeja de cócteles sin alcohol:

– Como si un tren me hubiera pasado por encima. ¡El efecto secundario de esas hormonas me está matando! ¿Qué hacemos? – sonrió y le apretó el brazo.

Lavinia pensó en lo agradable que era estar con una cara amiga.

Se tiró atrás en el amplio sofá con el libro que leía entre las manos. – Entonces no hacemos nada, nos quedamos aquí apalancadas.

Tabitha dejó escapar una pequeña risa y también se puso cómoda.

–Oye, no te importe que te lo diga, pero ¿por qué no haces algo con esos pelos? ¿Por qué no te lo recoges, dejando las orejas al aire?

Hizo lo que le decía y se quedó esperando su aprobación. La mujer rubia la miró despacio, torciendo la cabeza.

– No – hizo una mueca – así estás peor. Es demasiado serio, regio. No te sienta. ¿Qué te parece si me lo aliso yo? Un alisado permanente. Con el embarazo sería más práctico.

Lavinia observó la cabeza rizada de su amiga acomodándose más en su parte del sofá.

Se lo pensó un segundo. – ¡No! Envidio tus rizos, no hagas eso.

– Puede que tengas razón. Además si esto resulta me voy a instalar en la casa de la playa de mis amigos en California para que me traten como a una reina.

Se echó a reír y Lavinia lo hizo con ella.

– Más les vale.

Envidió a Tabitha por haber tomado esta decisión con tanto aplomo.

Pensó en lo agradable que resultaría tener siempre las cosas tan claras.

No conocer la indecisión, ni el quedarse ansiosa, asustada, como ella, mordiéndose las uñas, sin saber que estaba haciendo, cuando tocaba disfrutar del momento.

Ser pragmática.

– De momento nuestro objetivo estos días es comernos todo el sushi y las porquerías que no podré catar en meses. Le he prometido a mis amigos que me portaré bien y solo comeré comida orgánica – Tabs sonrió.

Lavinia miró su camisa caqui y sus pantalones tejanos.

La otra mujer volvió a reír para sí misma. – ¿Quieres saber algo bochornoso? La primera vez que encendí el horno tenía 20 años – bromeó Tabitha.

Parpadeó.

– Venga… ¿De verdad?

– ¡Nunca había hecho nada! Bueno le preparaba cócteles con pasoa a mi madre cuando veníamos aquí y nos íbamos a pasear por la playa. ¿Pero en la cocina? – la miró – Había personal. Cuando querías hacer lo que sea, encender el microondas para calentar la leche, había alguien que lo hacía por ti.

Lavinia sonrió mirando la amplitud de la casa donde estaban. La cocina americana, las ventanas que daban a la costa.

Estuvo a punto de preguntarle si nunca la habían alquilado para una película.

Estaba convencida de que había una larga lista de filmes con actrices vestidas en jerséis blancos paseando con un atractivo galán de mediana edad por la playa de abajo.

Tenían las ventanas abiertas y se podían escuchar las olas del mar y se veía la arena de la casa. La brisa de esta época del año era agradable.

– Parece una tontería de pobre niña rica. Lo de que mi primer novio me enseñó a hacer una tortilla que no se me quemara. ¡Pero es un poco un engorro no poder sobrevivir por ti mismo! ¡No poder cuidar a la gente que quieres! ¡Así que me espabilé! – siguió hablando Tabitha. Hizo una mueca – Sé que ibas a hacerme el favor de acompañarme igual pero no comprendo por qué pareces tan triste. ¿Qué ha pasado? – preguntó de repente.

– Nada. Hemos quedado que no hablaríamos de él – insistió.

– Eso lo has decidido tú, cariño. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hablar de hormonas mañana y tarde? Puedes hablar de Stewy si quieres. Me gusta.

– Tabs… – protestó Lavinia. – Son sólo tonterías. Es que… no quiero convencerme a mí misma que es de una forma conmigo y después… nadie cambia fundamentalmente y menos, ya sabes, en plan cuento de hadas… Hubo una fiesta, chicas… nada nuevo, pero eso no quiere decir que no tenga miedo…

– ¡Uy!… Pero quizás él sí quiere cambiar el chip contigo, ¿no? La última vez que lo vi en tu cumpleaños… No te enfades, pero ese hombre bebe de tu mano… ¿No te habrá puesto los cuernos, no?

– ¡No! No… – detestó contestar a la defensa, con tanta convicción y más por la urgencia que sentía de añadir todas esas otras virtudes que tenía Stewy con ella. – No es eso.

– Entonces relájate… Está enamorado de ti.

Tabitha encendió la tele y puso una serie de gente sonriente y alegre en la enorme tele plana del comedor de esa casa enorme de sus padres en los Hamptons.

Se quedaron un momento en silencio. – Vamos a la piscina – dijo de pronto aburrida – Vamos a sacar una sillas y sentarnos a tomar el sol. ¡Quién sabe si nunca más voy a usar esta tallar de bikini! – se echó a reír, guiñándole el ojo.

– Si sirve de algo yo probablemente nunca haya usado esa talla…

– ¿Tú estás contenta? – Tabitha la interrumpió.

Reflexionó.

– Lo quiero, pero últimamente no está resultando fácil.

Salieron fuera y se sentaron cerca de un castaño en unas tumbonas que Tabitha había pedido que sacase alguien del servicio.

La exnovia de Roman se tumbó boca arriba con un sombrero tapándole los ojos y un precioso bikini azul.

Lavinia siguió leyendo su libro.

– Por cierto – escuchó hablar a Tabitha – ¿Qué tal Roman?

– ¡Psé! Pues no estoy muy segura. Su madre se vuelve a casar pero no te sabría decir cómo se lo ha tomado.

– Ahm. Y… ya sabes… – tanteó.

– ¿Y…

Esta vez se subió el sombrero por encima de los ojos y la miró. – ¿Está con alguien? A ver sé que oficialmente no le ha dicho a nadie que me he mudado pero…

– No… no que yo sepa. La primera noche en Richmond no paró de buscarme las cosquillas, pero luego se distrajo con algo más entretenido e interesante que yo.

Tabitha sonrió. – ¿La abogada?

– Un político… uno de horrible.

– Eso es muy de su estilo. Al menos… ¿te lo pasaste bien?

– Bueno la comida estuvo formidable. Y bebí, bastantes, demasiados gin-tónics – confesó mordiéndose el labio.

– Así que… regular. Bastante aburrido.

Mirando el móvil se dio cuenta entonces que había recibido un correo electrónico urgente.

Era Roger Pugh.

Había encontrado comprador del apartamento de su abuelo y necesitaba que se pasara por su oficina.

Tendría que esperar porque tenía planes para un par de días.

Se pasaron ahí buena parte de la tarde.

Cenaron una cena ligera y se sentaron en el sofá a beber zumos que Tabitha insistía en llamar mockteles no sin retintín.

– ¿Ponemos el Lobo de Wall Street? – bromeó su amiga en un momento dado de la tarde-noche, mientras una luz grisácea iluminaba la terraza.

Sonrió mordiéndose el labio por el atrevimiento.

– Ni de coña.

Tabitha se encogió de hombros. – Aunque si ha de ser una película de Dicaprio y seguís con ese rollo de Romeo y Julieta igual mejor El Gran Gatsby – la pinchó con una mueca divertida.

Lavinia chasqueó la lengua aceptando la broma pero mordiéndose el carrillo. – Dicaprio hizo Romeo y Julieta…

– Hostia, sí.

Tabs se rió.

–Oye... ¿no será mejor que te vayas a la cama? Pareces muy cansada. Ha sido un día muy largo – le sugirió Lavinia al cabo de un rato.

Aunque lo dijo seriamente, pensando en su amiga, cuando se metió en la cama, fue ella la que sintió las piernas dormidas y un dolor en la espalda.

Debió de quedarse dormida en el momento que su cabeza tocó la almohada.

Las sábanas eran casi tan espectaculares como las del piso de Stewy, para lo poco que entendía podían estar hechas de gatitos, y había un montón de sales de baño diferentes en el baño que aprovechó aunque se sentía bastante desanimada. Era completamente de día y las cortinas habían abandonado sus esfuerzos para detener el sol. La luz entraba a raudales por la ventana abierta, trazando cenefas en las paredes.

Abajo en el jardín unos hombres arreglaban las rosas.

El día anterior se había quemado un poco por el sol.

Cuando bajó a desayunar se encontró a Tabitha ya en la mesa del jardín.

Decidió dejar el móvil en su habitación en un esfuerzo por tomar realmente distancia de la situación.

Es demasiado pronto para llamarle y no haces más que mirar si te ha vuelto a escribir.

Necesito un poco de tiempo.

Necesito estar segura que puedo enterrar la inseguridad y el miedo. Ver que todo va a ir bien.

Tabitha la esperaba afuera: – Estaba pensando en Caroline Collingwood.

Alzó una ceja.

– ¿Por?

– Es una vieja zorra lista – soltó una carcajada. – Italia es el mejor sitio de la tierra. ¡Deberíamos escaparnos allí por supuesto sin que coincidamos con las nupcias reales! No creo que Roman me invite. ¿Qué tal en abril, el año que viene?

Lavinia sonrió. – ¿Cuándo van a… – hizo un gesto en la barriga – Porque a mí me parece que si contamos 9 meses…

– ¿Y quién dice que no puedo comerme todo el gelato de Italia para entonces?

Ella dio un bocado a uno de los croissants de chocolate que había en la mesa. – ¿Sabes? Stewy quería ir a Venecia el próximo Carnaval…

– ¿Sí? Eso suena genial.

Bajó la cabeza recordando aquellos días en Paxos, prometiéndoselas muy felices. – Lo es.

– ¿Y qué vas a hacer?

Frunció el ceño.

Sabía que le estaba preguntando por Stewy, no por ese viaje.

– Pensé que habíamos quedado que no hablábamos de hombres – Pero Tabitha alzó una ceja conminándola a continuar – Bueno… No lo sé. Lo quiero tanto que creo que no es justo para ninguno de los dos – dijo Lavinia.

Tabitha soliviantó el gesto un poco bebiendo su zumo y luego en vez de protestar se rió: – ¡A la mierda con lo que sea justo! Me encanta vuestra historia, pero debes decidir si él te puede dar todo lo que quieres, que está realmente preparado para la relación que tú quieres. Sino dolerá aún más después.

Se frotó la cara con las manos.

¡Estaba segura de que le quería a él! Con lo que fuera que ello comportara… Menos esta ansiedad.

Pero debería tener derecho a entrar en pánico después de todo.

– Me ha pedido que me vaya a vivir con él pero se mantiene diciendo que no puede hacer grandes promesas y es… mierda, es confuso. Vivir juntos ya sería algo enorme.

Tabitha le miró preocupada. – No es que pueda decir algo porque… bueno, Roman me lo pidió a las pocas semanas de salir pero… ¿no es un poco rápido?

Lavinia exhaló aire: – Eso creo… Realmente quiero, pero estoy aterrada.

–Me parece que está intentando… ya sabes, por una parte, tenerte… y por la otra, no cambiar demasiadas cosas de su vida como la conoce. No digo que quiera acostarse con otras u… otros, solo que no quiere dejar de hacer lo que ha hecho todos estos años. ¿Pero tú estabas bien con eso, no?

– Puede… y creía que sí, es solo, la maldita inseguridad.

– Mi consejo de amiga es que lo hables bien con él. Por cierto, aunque no vayamos a Italia, deberíamos hacer esto más a menudo…

– ¡Claro!

– Además, tenemos que hablar de negocios…

Lavinia le miró extrañada y Tabitha dibujó otra vez una sonrisa clara.

– ¿No te habrás creído que no voy a hacer nada más que comer fresas y bañarme en piscinas en California los próximos meses, ¿no? Porque… tengo una propuesta para ti. Creo que al fin sé lo que quiero hacer con mi vida después de esto… A parte de ir a hacerme la manicura y la pedicura con masaje incluido. ¡Y comprar cantidades ingentes y perturbadoras de ropa!

– ¿Qué?

– Quiero participar en esa idea fantástica que me contaste por teléfono del vino de altura quebequés. ¿Por qué no le dices a tu abuelo que nos deje meter baza a nosotras a esa parte de las reformas? El próximo verano. No va a tener que soltar un duro, tu… bueno… el abuelo Ewan pone las tierras y unos pocos viñedos y yo uso mi fondo fiduciario. Sería algo muy muy pequeño pero guay. ¿Qué me dices?

Lavinia se rascó la mano. – No lo sé… A distancia es complicado. La verdad es que ahora mismo Canadá – exhaló aire con una sonrisa – me parece muy lejos.

– Piénsatelo. Sería algo de más, – propuso con una sonrisa – puedes seguir amargándote con las Relaciones Públicas entre semana y yo bueno les demostraría a mis padres que puedo hacer algo con mi vida a parte de – se señaló – esto que va a pasar temporalmente aquí para ayudar a esos amigos – enarcó una ceja.


¿Qué es lo que quieres tú de él? ¿Qué necesitas más de él para que la cabeza te pare de dar vueltas?

Firmó unos papeles que le indicó el abogado de su abuelo sobre el apartamento.

Pugh le advirtió que debía estar allí cuando visitaran el piso.

Y luego habían quedado para cenar.

Era el restaurante del hotel Mandarín Oriental, situado en el Columbus Circle, quizás uno de los hoteles de Nueva York con mejores vistas…, tanto a Central Park como a la ciudad y el río Hudson.

Stewy le había asegurado que además su cocina era de la mejor de la Gran Manzana.

Caminó hasta verle esperándola y, sin saber cómo, se encontró con la cabeza apoyada en la chaqueta de Stewy y rodeada por sus brazos, antes de que hubiera tenido tiempo de mirarle a la cara. Él había dado dos zancadas hacia ella.

Unos instantes después notó que Stewy le sujetaba la barbilla y le obligaba a levantar la cabeza. Cuando le dio el beso de bienvenida, Lavinia sintió que le invadía una oleada de pánico. Su olor… cómo he echado de menos su aroma y han sido solo unos días…

– Preciosa, como siempre – se humedeció los labios, serio.

La besó en la punta de la nariz y ambos atravesaron la calle de la mano. Él apretó sus dedos con fuerza y ella devolvió el gesto débilmente.

Lavinia miró a su alrededor, recorriendo con los ojos la apariencia superficial de la planta noble del restaurante, mientras luchaba con los pensamientos más amargos del mundo, que le recordaban que aún se sentía inquieta, estaba frustrada…, pero no sabía con cuál de los dos, si con él o con sí misma.

Sientes demasiadas cosas.

Es magnífico estar con él y oír su voz, que te rodee su aroma fresco con notas picantes, pero lo vas a perder por tu inseguridad.

Stewy no necesitó las palabras para actuar: – ¿Quieres tomar un cóctel antes de que nos sentemos a cenar? Te hará bien.

– Una copa de vino blanco.

– Vale.

Stewy colocó su mano sobre la nuca de Lavinia, bajo el cabello que ella llevaba por debajo del hombro. Ella volvió la cabeza rozando la mejilla con la manga de su chaqueta como en una caricia.

Durante un momento guardaron silencio, intercambiaron miradas.

Stewy retiró la mano de su nuca con reticencia para ir a por las bebidas, arrastrando la yema de los dedos por su piel, su tacto reconfortante. – Ahora vuelvo.

Lavinia agradeció que se quedaran en el bar tomando algo porque así no tendrían esta conversación rodeados de mesas con otras personas. Bajó un poco la cabeza para mirarse las manos.

Esta noche su mirada era brillante, triste y un poco perdida, aunque iba a hacer su mayor esfuerzo para que no hubiera lágrimas.

Se acercó a un ventanal alejado de otra gente mientras él pedía dos copas de vino, porque de algún modo se sentía más segura al resguardo de la infinita amplitud de la ciudad y se quedó allí de pie.

A través de las ventanas cerradas, llegaban los ruidos de la avenida de Broadway, los autobuses, los taxis.

Estaba contemplando Central Park desde el otro lado del cristal y recordando su cumpleaños hace un mes y pico, cuando oyó la voz de Stewy junto a ella. – Cariño, no sabes cómo odio esto.

– Stewy…

Él se pegó a su espalda, le rodeó la cintura y la apretó contra él dándole una de las copas. – Dime que he hecho mal, ¿ehm?

– Nada.

Él movió su cabello con suavidad y le dio un beso detrás de la oreja con la ligereza de una mariposa. Las luces de Nueva York delante de ambos a través de la ventana.

– ¿Entonces por qué me castigas? ¿Dudas de tus sentimientos?

El corazón amenazaba de salirse de su pecho.

Por un momento, Lavinia fue incapaz de hablar y prácticamente de sostenerse en pie. Agradeció la fuerza que sus brazos le proporcionaban.

Aspiró lentamente y consiguió reunir la valentía para empujar su voz a través:

– No, por eso necesito tiempo, ordenar mi cabeza.

Él la dejó ir con una nueva caricia en la barbilla y mantuvo una mano en su cintura, mientras la hacía girar hacia él con levedad. – ¿Más tiempo?

– Stewy, no sé si debería haber venido. Perdóname – se escuchó a ella misma sin sorprenderse de su propia voz, apagada.

Stewy se separó un paso de ella y su gesto se torció: – ¿Por qué? No tienes nada de qué preocuparte. Vamos, háblame, nena…

De algún modo la seguridad de Stewy creó un nudo en su garganta.

Que volviera a abrazarla por la cintura lentamente le hizo sentir el peso de una intensa ternura hacia él.

Lavinia le miró y estuvo a punto de rompérsele definitivamente la voz. – Stew – musitó con las manos las solapas de su chaqueta – No sé qué hacer. Solo que… te quiero. Tú lo sabes, ¿verdad?

– Claro, eso nunca ha necesitado explicación entre nosotros.

– Cariño…

Necesitaba poner en orden sus expectativas.

Esa distancia puede ayudaros a ver las cosas con mayor claridad.

Stewy alzó los ojos al techo un instante inconforme, y un instante después volvió a mirarla. Livvy…

– ¿Podemos olvidarnos de esa maldita foto? No hice nada, pero concedo que no debo haber llevado las cosas bien si aún dudas que eres mi única chica, mi persona – dijo suavemente –, sería una gran idea que olvidáramos todo ese asunto.

La besó cariñoso en el pelo. – ¿Qué me dices? ¿Estamos bien?

Ella sonrió apretando los labios, casi triste. – No lo sé, no lo tengo muy claro. Es también culpa mía, de mis inseguridades.

Enseguida vio un atisbo de duda y preocupación en las facciones de Stewy. Una de sus manos impaciente en su brazo.

Su mirada no perdió de vista sus expresiones.

– Joder, cariño. Te he echado de menos como un demente. Tienes que confiar en mí.

La besó en el cuello, subiendo hasta su oreja y la mandíbula, la comisura de sus labios. – Aquí no – le pidió ella con la voz entrecortada.

– Podemos irnos. Pedir para llevar la comida.

Entonces, ella murmuró:

– Te necesito. Pero me siento confusa, Stew…

Stewy contestó algo para tranquilizarla, pero sus palabras no fueron audibles porque tenía la cara enterrada en su cabello. A ella no le importó.

Entonces él tuvo que hacer un esfuerzo físico para recordar que estaban en un lugar público.

Le cogió la cara entre sus dos manos y colocó los dos pulgares sobre sus labios.

La miró intensamente, con la súplica pintada en su iris: – No puedo dejar de pensar en ti en todo el día. Día y noche… ¿Qué es lo que quieres de mí?

Percibió que ella se ponía rígida y entonces la apartó ligeramente de él, con cuidado.

Lavinia hizo un nuevo movimiento para mirarle, pestañeó titubeante:

– No quiero que nos roben esto, pero no sé si estoy lista. No por ti, sino porque mis inseguridades son mi punto débil – dijo – Ha sido todo muy intenso. ¿Y si no… deberíamos?

Él juntó mucho las cejas, estudiándola.

Un momento más y Stewy volvió a romper el hielo, diciéndose que solo tenía que tranquilizarla: – No necesitas ser siempre la valiente de los dos. Esta vez – los dedos de Stewy se deslizaron entre los mechones de su pelo – puedo tragarme yo el miedo para que tú estés segura. ¿Claudicaremos o me ayudarás?

Sonaba a promesa.

Lavinia negó con la cabeza.

– ¿Tú crees que funcionaría?

Se resistió durante unos segundos a mirarlo a los ojos, pero luego subió la mirada.

– Claro, tienes que meterte en esa cabeza que no hay nadie con quien pretenda estar más que tú, preciosa. Esto es… especial y es nuestro. – Stewy dijo resistiendo las ganas de volver a besarla. Se humedeció los labios – Creo que cuando te toco incluso me da la corriente... Estoy enamorado como un gilipollas al que le falta el aire cuando no estás, así que por favoor, no me obligues a rogar. ¿Qué quieres que haga? Sería más piadoso dejar un puto náufrago a la deriva, Liv…

En vez de apretar sus labios contra los de ella, recorrió su rostro con las manos.

– Puede que prefirieras tener más libertad…—Lavinia sugirió haciéndose la valiente.

—Es que no es así… no es el caso y lo sabes —suspiró hondamente.

Ella se mordió el labio, mirándolo. — Pero habrá más fiestas a las que tú querrás ir y yo que no faltes… y, ahm, yo a lo único que quizás aspiro es a una vida tranquila con mi novio, a hacer un plan los viernes.

— Nos apañaremos. Un día de estos vendrás conmigo y te darás cuenta que todo el mundo habla de lo espectacular que debe ser la novia de Hosseini. Siempre que quieras, te llevaré conmigo. Y cuando no, te compensaré de todas las maneras posibles. En lo mío los clubes, las fiestas… ayudan a los contactos.

— Haré preguntas y tú me acabarás diciendo que apenas has tomado esto o aquello. Me mentirás para que no te torture.

Negó con la cabeza con un puchero — No te mentiré. Escucha, Livy, no puedo… — se cortó a sí mismo. Chasqueó la lengua, tocándose la barba – Es solo un poco de diversión. Si llega el momento que ya no es divertido, pararé.

Lavinia no pareció convencida.

Joder, te bajaría la luna.

Cuando ella había accedido a esta cena él se dijo que tendría la oportunidad de explicarse, de decirle todo, ¡contarle por qué era importante!

No la dejaría marchar hasta que escuchara todos sus argumentos.

Lavinia tragó saliva. – Stewy…

Se encogió de hombros.

– Te quiero y necesito que lo sepas. Voy a meter mucho la pata, creo que ya te lo dije en una ocasión o quizás lo haya mencionado una decena de veces. Pero necesito que me des una oportunidad. Te juro que pondré todo de mí para…

Ella apretó los labios. – Stewy… ya lo hablamos, yo…

Él la contempló pausadamente.

Su voz fue una promesa: – Nunca besaría a nadie de la forma en que lo hago contigo. Y… te juro, te juro – le besó cerca del pómulo, hablándole de cerca – que controlo, ¿vale?

Sus ojos eran tiernos, y ella estiró la mano y le acarició la mandíbula áspera.

—No puedo pensar en nada que no te perdonara. Y eso parece perfecto, pero es – movió nerviosa toda la parte superior de su cuerpo – no debería ser así. Es lo que me asusta más... Me rompería el corazón que esto no sea la historia de amor que merece ser... que le demos el golpe de gracia antes de tiempo.

Inhaló nerviosamente por la nariz y lo expulsó por la boca.

Fue un momento antes de que Stewy le rodeó el cuello con los brazos y sintió su respiración en su garganta. Era impresionantemente guapo, pero de alguna manera sus ojos bonitos y su barbilla no hacían justicia a como de apuesto le veía ella… A él y a su espíritu genuino.

Estaba segura que si rompían no volvería a sentir esto por nadie.

Lavinia inclinó la cabeza hacia un lado, mientras él bajaba las manos a su cintura.

– Yo nunca abusaría de ese privilegio, Livy, lo juro.

Lavinia sonrió a medias. Se sintió empequeñecer al admitir: – Siempre me he preguntado qué viste en mí la primera vez y qué hizo que quisieras acostarte conmigo.

– Eres preciosa, cariño. Perfecta. ¿Qué tipo de pregunta es esa? Me encantaste, Livy, me vuelves loco en todos los sentidos – dijo enfurruñado.

– Stew…

Stewy pasó su lengua por su labio inferior, sus manos recorrieron las curvas de su cuerpo, descansando en las caderas. – No vuelvas a huir de mí. No te escondas – pidió.

La presión que sintió en el pecho Lavinia fue casi insoportable.

No tenía ningún apetito de cenar y si él no hubiera estado allí no hubiera comido en todo el día.

Un camarero le hizo una seña a Stewy para que supieran que tenían su mesa preparada.

– ¿Vamos?

– Espera – Él se paró expectante.

– Ni siquiera sé lo que te estoy pidiendo – murmuró – Quiero que esto no duela, no estamos haciendo un buen trabajo para resolverlo juntos…

Stewy asintió, dejando su copa y la de ella en una superficie del bar y metiendo las manos en los bolsillos. – Eso ya no es posible. Dolerá, porque estamos hasta las trancas y eso es lo que pasa si lo echamos a perder – respondió muy serio.

Lavinia tragó saliva con dificultad mientras se negaba resueltamente a ceder: – Sabes que ya pasé por una historia de terror. Y no soy masoquista, es… más complicado.

– Esos no somos nosotros.

Stewy dio un par de pasos en la sala, y se frotó la cara. Exasperado. – No entiendo nada, Livy.

Lavinia frunció el ceño. – ¿Qué… plan tienes? ¿Para esto? Si…

– Te lo dije, ven a vivir conmigo. No hay otros planes, los haremos juntos.

– Me siento asustada.

La desesperación de Stewy fue palpable en la voz al interrumpirla: – ¿De mí? No me hagas esto, Livy – Se apretó el puente de la nariz, tirándose un poco atrás para mirarla. – ¿Qué propones…

– No de ti. Hace medio año trabajaba para una empresa de catering donde lo más emocionante que me pasaba era acompañarlos a la semana de la pastelería en Amberes o a una conferencia de médicos en Lovaina, y alquilaba un piso pequeño en Brujas, – se permitió una pequeña caída de ojos – y hace cuatro años, me hacía cada vez más pequeña hasta el punto que incluso dudaba de mí misma al conducir. Tengo miedo… del vacío que puede dejar lo nuestro si se rompe.

– Lavinia…

El odio que guardaba a ese capullo desconocido de Mark le hacía hervir la sangre.

¿Cómo podía…

Con ella no.

Lavinia merecía que la quisieran hasta morirse, lo contrario era inexcusable.

Pensar en ese hombre sumergido en su piel y no valorando su suerte… el daño que le había hecho…

Mierda.

Lavinia suspiró. – Quizás necesitamos estar un tiempo separados. Antes de que lo estropeemos, para tener idea de qué estamos haciendo. Te quiero más de lo que puedo soportar pero…

– ¿Qué? ¡No!

Stewy pensaba que su corazón había tocado fondo antes. Al parecer, quedaba aún un abismo por el que caer.

Se sintió en shock.

De una manera que aniquiló su idea anterior de lo que era el frío.

– Es lo mejor – Lavinia insistió, mientras le miraba.

Parecía como si él tuviera que decir algo, lo que fuera, para que se quedara. Como si hubiera fallado un test que no conocía.

Los fracasos que había tenido antes no serían más que arañazos al lado de esto…

Aquello no podía estar pasando.

Porque ella era todo cuanto no quería joder como un imbécil.

– Livy… ¿Me dices que te importo más de lo que puedes soportar y ahora quieres romper conmigo? – protestó.

– Yo no estoy rompiendo. Simplemente… necesito trabajar en esto… aclarar la cabeza antes de volverte loco a ti.

– ¿Cómo lo contrario a qué…? ¿A hacerme perder la puta cabeza por ti ahora?

– Stewy…

– No sé si piensas de verdad que alguno de los dos se merece esto pero…

– No digo que lo merezcas. Yo…

– No es justo.

– Pero no puedo más…

Él se apartó más como si le hubiera traicionado con aquello. – Vas a destrozarnos con esta jodida ruptura. A los dos, Lavinia.

– Si prefieres llamarlo una ruptura pero yo… solo te pido unos días.

– Yo no quiero llamarlo de ninguna manera… ¡No quiero que ocurra!

– Stewy…

Lavinia suspiró.

Lo miró, se irguió un poco y hizo el ademan de apartarse. – Lavinia, Lavinia, joder – Stewy interpuso su cuerpo en su dirección. – Escúchame…

– Lo hago por los dos, si me quedara habría peticiones que yo no puedo hacerte, y tú no podrías cumplir…

– Porque no confías en mí.

– ¡Lo hago también por ti! ¿No lo ves?

Se sintió desesperado. Dispuesto a dar cualquier promesa.

Admite que eres gilipollas, tío…, pero que harías cualquier cosa por ella.

Pero de momento, Stewy inclinó la cabeza más cerca de la de ella, sus narices se rozaron entre sí.

Pronto sus labios estuvieron sobre los de ella, besándola ferozmente. Sus manos en la parte de atrás de su cuello, tirando de ella, mientras Lavinia suspiraba.

Le habló con un hilo de voz ronco: – No puedo renunciar a ti. Vámonos a un lugar donde podamos estar solos, por favor. Eres la única para mí, ¿de acuerdo?

Su respiración fue entrecortada.

Ella le puso una mano en el pecho, parándolo. – Es bastante difícil sin… sabes que va a ser maravilloso, pero no va a solucionar ninguno de nuestros problemas…

Se le notaba acelerado, desesperado. – No puedes pretender que te deje ir como si no importara verte así. Mierda…

– Hablemos la semana que viene… Por una vez…, Stewy, hazme caso y dejémoslo así. Lo necesitamos.

Stewy sintió su respuesta como una bofetada.

Pero no iba a bajar los brazos. – Tú ya has tomado la decisión por ambos. Tiempo, distancia, ¿cuál de los dos?

– No habría venido si fuera así… ¿no lo ves?

– Por favor – Stewy pidió – Trabajaremos en ello. Juntos. Trazaremos un plan…, pero no quiero dejarte ir. Livy… Todo lo que quiero en este momento es esto – Arrastró su mano hasta su mejilla, su pulgar trazando suavemente formas sobre su piel. Insistió: – Puede que te sorprenda pero soy lo bastante egoísta para suplicarte que te quedes para siempre. No me importa un comino si eso hace esto menos sano o si tenemos que encontrar un puto genio que nos conceda los deseos. Pero sí. Quédate conmigo. Por favor.

Cerró más la distancia entre ellos, presionando sus labios contra los de ella en el beso más dulce que pudo darle.

Ella se separó de él después de lo que pareció una eternidad, descansando sus manos sobre sus hombros mientras lo miraba a los ojos.

Sus ojos se clavaron en ella con la mirada llena de cosas… y a continuación, le rogó: – Larguémonos de este lugar. Necesito hacerte el amor…

La protesta de Lavinia no sonó como ella quiso. – ¿A dónde?

Me refiero a que no podemos—

– A algún lugar privado. Donde podamos estar solos y no preocuparnos por nadie más, ¿de acuerdo? – Su voz era baja y suave, su tono suplicando su aquiescencia a pesar de que ya habían hablado de esto. Ambos se sentirían mejor después de tener sexo, pero no habrían solucionado el problema, ella lo sabía. Tenía que admitir que la idea de estar en sus brazos la hacía sentir reconfortada, consolada. – Solo di qué quieres y lo haremos. Podemos hablar mañana. Te prometo que lo haremos. Pero ahora mismo…– Sus ojos eran un pozo líquido, su expresión llena de determinación.

Las manos masculinas se deslizaron por sus brazos hasta que se posaron en su cintura.

La forma en que la atrajo hacia sí, casi posesivamente, hizo que su corazón se acelerara. La conmovió hasta la médula, eso la hizo vacilar

Stewy tomó su mano izquierda entre las suyas, entrelazando sus dedos, apretando suavemente. – Liv…

Salieron de la sala y recorrieron el pasillo, dirigiéndose al vestíbulo del hotel donde él pidió una suite cuyo precio estuvo a punto de hacerle recobrar el sentir común, y luego la condujo al ascensor y a una habitación.

En el pasillo que daba acceso a la suite Stewy se acercó, cogió su cara entra las manos y la besó en los labios impetuoso.

Ella no opuso resistencia, aunque añadió más ternura a sus gestos, calmándole, haciéndole de bálsamo, con una mano en la barba.

Cuando entraron en la habitación, Stewy se quitó la americana y apartó una de las sillas Versalles que había en la inmensa estancia para sentarse, guiándola con él, quería hacérselo de la forma más erótica y tierna posible… que se sintiera adorada.

No quería que fueran a la cama.

No todavía.

Le extendió los brazos para que se acercara y cuando la tuvo delante le acarició la espalda por encima del vestido con la mirada fija en ella.

La sentó en sus rodillas, sosteniéndola contra él, depositando besos suaves en su cuello. – ¿Te quedas la silla tú? Tienes unos modales espantosos – bromeó Lavinia.

– Es tu culpa que haces que el corazón esté a punto de salírseme por la boca.

– No te rías de mí – murmuró ella.

El cuerpo de Stewy era cálido y reconfortante y Lavinia se sintió bien pese a todo.

Un brazo rodeándola, saboreando su lengua, su boca llena de ganas, de promesas.

Sus siguientes besos fueron rápidos y sucesivos, distintos a los más apasionados y prolongados que le había dado en el pasillo.

Stewy sonrió aunque no se le iba una cierta expresión de espera. – Te quiero, princesa.

Te quiero y estoy acojonado con lo cerca que parezco estar de perderte.

– Stew…

– No me dejes… No quiero un puto fin.

– Lo sé pero tenemos que hacer algo.

Lavinia llevaba un vestido azul, cortado de un modo que enfundaba todo su cuerpo como si se tratara de un guante, sin ninguna señal perceptible que indicara por dónde se introducía. El escote que dejaba ver el nacimiento de sus pechos y la línea de la cintura que se unía sin costuras con la falda marcaban sus curvas.

Puso dos de sus dedos en sus labios estudiando su expresión. Lavinia tenía la boca ligeramente abierta y los labios húmedos.

Stewy ladeó la cabeza intentando quitarse del cuerpo una mala sensación.

– Ahora mismo yo quiero hacerte el amor.

– ¿Pero después?

– No lo sé – admitió – Mañana veremos las cosas distintas – Stewy la miró de tal modo y con una expresión tan contradictoria en los ojos, que ella se apoyó hacia atrás en el brazo que la rodeaba y no pudo apartar la mirada de él. Las facciones del rostro de Stewy expresaban una tensión no natural en él, una que podía dar a entender que en realidad no estaba seguro, pero bajo las arrugas de su frente adivinó una ternura aún más profunda que la que había mostrado hasta ahora.

Entonces de repente él movió la cabeza sonriendo:

– ¿Saldrás por ti misma de ese extraordinario vestido o prefieres que proceda?

Lavinia se mordió el labio todavía insegura. – Es por aquí – dijo volviéndose de espaldas – Está entre los hombros y yo no llego con las manos. – Una cremallera que Stewy no había visto discurría a lo largo del traje, de arriba abajo.

– Me gusta – dijo Stewy acariciando con los labios la espalda desnuda de Lavinia, mientras iba abriendo la cremallera. – Ven aquí. Así – Ella se giró poniéndose de horcajadas en su regazo mientras el vestido resbalaba de sus hombros. Stewy la miró ensimismado, tratando de apartar otros sentimientos.

Lavinia inclinó la cabeza y cogiendo su mano izquierda colocó la palma tibia contra su mejilla.

– ¿Crees que… tal vez deberíamos probar con un consejero de relaciones? – Preguntó en voz baja, disfrutando del beso que él le dio cerca del cuello.

Se mantuvo muy quieta en su regazo, sintiendo sus anchas manos en su espalda.

– Lo que sea que quieras, Livy, – Había un deje de algo más en su voz – Pero espero que podamos encontrar a alguien que sepa que hablo en serio cuando digo que no puedo vivir sin ti. Si no, estoy bastante seguro de que estoy jodido… Probablemente mereces a un tipo mejor.

– Sht, no digas eso. No he ido nunca a un terapeuta…, pero pienso que podría ayudarnos.

Stewy decidió bromear: – Eso díselo a Joey. Su primera esposa está casada con el tipo que iba a arreglarles el matrimonio.

– Oh, vamos…

Stewy acarició su cadera ligeramente.

Entonces se la quedó mirando serio.

La honestidad era probablemente la mejor baza que tenía.

Pero no supo porque de pronto decía aquello.

Quizás porque quería que no planara más la duda por encima de ellos.

– No soy del tipo que firma papeles – dijo juntando sus cejas – Quiero ser tu amante, tu pareja. Quiero cuidarte, apoyarte y estar ahí para ti, pero si quieres otra cosa, debes decírmelo ahora. Livvy… Eso no significa que vaya a irme nunca. Es una promesa. – Su mano se apretó ligeramente en su cintura mientras hablaba. – Te necesito, Liv. – suspiró, sumergiéndola en un beso más. Ella tenía las manos en sus cabellos. – No te voy a perder – Stewy se prometió en voz baja, mirándola a través de los párpados caídos. – No nos vamos a dejar ir nunca, porque nada puede cambiar esto. – Sus ojos brillaron intensamente, oscuros. – Nada ¿Me entiendes? – Besó la punta de su nariz. – Di algo.

Ella asintió lentamente, acariciándolo.

Stewy se conformó con su mirada.

– Voy a mostrarte exactamente lo que sucede cuando haces que te eche de menos así – dijo esto, ayudándola a maniobrar en la silla, y le abrió el sujetador antes de bajar el vestido hasta su cintura. Lavinia acompañó su movimiento ayudándolo con los brazos a librarse de la tela.

Las manos de él se movieron hasta la parte inferior de sus senos cuando hubo apartado de su camino las dos piezas de vestir que la cubrían allí.

Palpó sus pechos, sopesándolos y amasándolos, admirando sus pezones rosados. Los juntó entre sus manos antes de volver a besarla.

Lavinia tiritó un poco por el aire acondicionado de la habitación. Medio desnuda en brazos de Stewy que aún iba vestido.

Con la mano en su cintura la animó a moverse encaramada sobre él.

Su excitación empezaba a ser obvia.

Se besaron a mordiscos.

Lavinia extendió un brazo alrededor de su cuello para mantener el equilibrio y entonces su otra mano bajó por su camisa y palpó el bulto que sobresalía en los pantalones de Stewy. Jadeó.

Estaba hecha un flan.

Él la admiró enamorado.

Pero ella no había venido a esto. Es una equivocación. – Stewy…

– Sht.

– Espera… – se apartó un poco – Hay mucho que discutir y….

– Lo sé.

Volvió a besarla otra vez y a las dos les faltó el aire.

Nadie la había besado ni la besaría jamás así.

Por alguna razón se sintió inexplicablemente contrariada, triste.

– Para – le pidió.

Stewy pudo darse cuenta de que estaba inquieta, casi desesperada. De repente parecía vulnerable, así a medio desnudar en sus brazos.

Haría lo que fuera para tranquilizarla. Borrar esa arruga en su entrecejo.

Lamió sus labios en un beso tierno y después de un instante se mantuvo quieto, sin aliento.

– Regálanos esto, te prometo que… sé que necesitamos decirnos cosas. ¿Sí?... – su preocupación creció, estudiándole el gesto – Livy, si de verdad no deseas que lo hagamos, joder..., perdóname – Stewy hizo el intento de cubrirla con el vestido que aún llevaba liado en la cintura.

Ella sumergió los dedos en la mata de su cabello cada vez más desordenado y sintió alivió físico.

Negó con la cabeza sin decir una palabra y le besó: – Te quiero. Dios, he echado de menos esto…

Es que no quiero… no quiero decirte que no.

Stewy pasó la mano por su estómago, y a través de su ropa interior llego al triangulo de vello cuidadosamente recortado de su intimidad, tanteó con los dedos, esperó su aceptación.

Entonces besó su cuello casi como si fuera narcótico, bajando lo que quedaba de su vestido por su cuerpo hasta llegar a sus rodillas. Ella maniobró con las piernas para que pudiera retirarlo.

Lavinia gimió suavemente, ayudándole con los botones de la camisa mientras él se desvestía. Volvió a amasar sus pechos con mimo.

Ella se mordió el labio con un pequeño gemido.

– ¿Estás aquí conmigo? – le preguntó mirándola con las cejas arqueadas.

– Sí – musitó.

– Livy… No quiero un puto polvo de despedida – Una de sus manos se deslizó hasta su trasero por encima de sus braguitas mientras seguía rozando su bulto con ella con los pantalones puestos, ella se retorció en su regazo por las sensaciones.

– No, yo tampoco.

Stewy suspiró con una sonrisa. – A ver si te gusta esto…

La cogió en brazos y la llevó con las piernas envueltas en su cintura hasta la cama, sus manos en los muslos. Tras depositarla en el colchón abrió la cremallera de su pantalón, se quitó los zapatos y procedió a bajárselo hecho un lío con sus calzoncillos.

El pene le sobresalía entre la fronda del vello rizado negro.

Lavinia sintió el deseo de besarlo, empezando por el pecho y bajando hasta allí. En seguida.

No se dio cuenta que él había dicho algo más hasta que dejó de besarla. Un atisbo de duda en su rostro y una ligera preocupación.

– No es ningún adiós. Dilo – repitió. – Livy…

– No, no lo es.

– Déjame verte.

Ella sonrió.

– Sí.

Antes de él nunca había experimentado algo así, nunca había podido encontrar a alguien que estuviera dispuesto a luchar por ella.

– Joder… – jadeó Stewy en su cuello al inclinarse sobre ella, sus manos de repente en sus labios inferiores, en su vello rizado, apartando su ropa interior. Después de un momento, apoyó la punta de su pene sobre su sexo y lo restregó.

Estaba húmeda y resbaladiza.

Tuvo que hacer un esfuerzo físico para no maldecir al intentar contenerse, se mordió la lengua maldiciéndose. – Mierda.

Para alargarlo, le puso una mano entre los muslos obligándola a abrirse y metió la otra mano debajo de su propia camisa. Lavinia admiró el movimiento de su mano en sí mismo.

Luego, inclinándose, Stewy dejó un reguero de besos por su mandíbula, por su cuello y a lo largo de la curva de su clavícula. Le mordisqueó suavemente el lóbulo de la oreja, haciéndola temblar y apartarse de sus labios para respirar, mientras dejaba que notara sus ganas, frotándose. La excitación casi podía hacerle perder la cabeza.

Ella puso la mano en su pecho – Sigue…

Se lamió la punta de los dedos haciéndole el amor con la mirada y entonces frotó una de sus palmas entre las piernas de ella. Le metió los dos dedos con expresión audaz.

Ella gimió.

– Livy… Necesito oírte decir que no vas a huir de mí. – murmuró, besando el punto sensible de su garganta.

Luego volvió a sus labios otra vez. Fue un beso exigente.

Sus pechos se volvieron pesados bajo la ligera presión de una de sus manos, sus pezones estaban duros desde que los amasó por primera vez pero ahora aprovechó para besarlos como si fuera a devorarla.

Hizo una breve pausa y ella buscó su mano, poniéndola encima la suya e instándolo a continuar ahí abajo; o la libraba de ese deseo o iba a desaparecer.

Stewy la detuvo, irguiéndose para poder mirarla a los ojos desde encima suyo.

Esperaba que él hablara en ese instante, pero no lo hizo.

En lugar de eso, le tomó la barbilla para permitir que sus miradas se encontraran. Fue cuando dijo: – Te amo, Livvy. – Hubo mucha determinación en su tono. – Nunca te dejaré ir. – Stewy se tiró hacia delante de nuevo y plantó un largo y persistente beso en su boca, su lengua explorando suavemente la de ella. Ella respondió de inmediato, profundizando el beso, deslizando su lengua sobre la de él. – Dios, te amo tanto.

Lavinia lo acercó más a ella, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello y jalándolo hacia abajo, sus lenguas bailando.

Sus cuerpos se rozaban uno contra el otro, una combinación de necesidad, deseo, placer y desesperación.

Rompió el beso para quitarse la camisa desabrochada y deshacerse de sus braguitas.

La atmósfera se volvió eléctrica, la intensidad crecía.

Ella sintió un vacío, frío, cuando el cuerpo de Stewy se apartó. Se acariciaba a sí mismo mientras miraba el cuerpo femenino. Sus pechos, la curva de su cadera, el pubis cubierto de un vello ralo color castaño.

Sus labios se arrastraron por el vientre de Lavinia, mordiendo suavemente su piel, enviando un hormigueo por su columna.

Lavinia gimió.

Lo deseaba desesperadamente. Lo necesitaba.

Sus labios encontraron los de ella otra vez, su lengua lamiendo dentro de su boca. Ella rogó un "por favor" en voz alta, tirando de su cabello para acercarlo aún más.

Stewy presionó otro beso húmedo, caliente y con la boca abierta en su hombro, mordisqueando ligeramente con los dientes mientras lo hacía, provocando otro gemido de ella.

Stewy ajustó su posición, luego se detuvo.

Se movió, presionándose contra ella y ella gimió de nuevo, su pene empujando con más firmeza en su ya hinchada entrada, su pecho palpitante. Lavinia jadeó cuando él entró empujando con un gruñido, sus caderas se levantaron, buscándolo más profundamente.

Su interior se contrajo mientras le daba la bienvenida, sus paredes ajustadas a él cuando empezó a moverse.

Gimió su nombre.

– Buena chica – bromeó al tiempo que la embestía.

– Ah.

Los dedos de Stewy se clavaron en su carne, dibujando diminutas marcas rojas en su piel.

Lavinia ahogó su respiración, arqueándose, sus uñas clavándose en sus hombros, tratando de que se moviera más rápido, más duro. Desesperado por más, Stewy le cogió una pierna levantándola frente su tronco, para disfrutar de aquella visión extraordinaria que era su chica mientras aumentaba el ritmo.

Los impulsos constantes producían a Lavinia sensación de placer. Se escuchó a sí misma dar pequeños jadeos excitados cada vez que se juntaban cuerpos. Sus pechos saltaban mientras se movía.

Tumbada en la cama gimiendo por el deseo, apartó cualquier pensamiento que no fuera esta sensación.

Lavinia no había planeado esto pero, Dios, Dios… Stewy dejó caer casi todo el peso de su cuerpo sobre ella y la besó con pasión. Ella hundió los dedos en su espalda, haciéndole moverse cada vez más de prisa, más desordenadamente.

Tenerlo a él dentro la hizo casi enloquecer de placer.

Abrió los ojos mirándose en los de él pronunciando su nombre.

De repente no fue suficiente. – Espera…

La mano de Stewy se deslizó por su estómago y entre sus piernas, tocando suavemente su humedad. Tenía aquella parte inflamada y sensible por el deseo y el roce fue electrizante.

Lavinia aprovechó la pequeña pausa para moverse con él haciéndole poner de rodillas en la cama. Besándolo, se colocó con movimientos lentos en su falda y fue ella quien le condujo esta vez a su interior. Su pene henchido en el terciopelo húmedo de su cuerpo, las respiraciones suaves...

Él la abrazó más cerca, pero cuando ella comenzó a moverse, el primer golpe de caderas hizo que ambos jadearan por la intensidad.

Sus dedos se entrelazaron. Lavinia se inclinó para besar sus labios nuevamente mientras él entraba profundamente y ella suspiró sin aliento.

Sintió la tensión de su canal alrededor de su palpitante polla y eso también le cortó la respiración a Stewy.

Lavinia gimió en voz alta mientras su cuerpo se estremecía y temblaba.

– ¡Por favor! – repitió ella, sus uñas cortando sin querer su mejilla, jadeando pesadamente, con los ojos cerrados con fuerza por la anticipación.

– No… Aún no. – jadeó él de vuelta, sus dedos deslizándose por su pecho, luego presionando contra su clítoris, entre sus cuerpos.

Lavinia gimió en voz alta, sus ojos se abrieron cuando las sensaciones la abrumaron, el brazo derecho alrededor del cuello de Stewy para la estabilidad. Otro gemido bajo salió de sus labios, su cuerpo temblando violentamente. Sintió que se acercaba su orgasmo.

Él recuperó el ritmo, sus dedos clavándose ahora en sus caderas mientras sus vaivenes cobraban velocidad, volviéndose los de ambos frenéticos y urgentes.

Continuaron, su respiración rápida y áspera, sus cuerpos moviéndose más rápido juntos.

Sus bocas se encontraron de nuevo, besándose con avidez, pasión, frenéticamente, cada fibra de su ser gritaba por estar cerca el uno del otro, por estar juntos, por compartir piel. La invadió una oleada de placer y luego otra.

Sintió convulso el cuerpo de él, al tiempo que dentro de ella se derramaba un chorro cálido que la enardeció más haciéndola estremecerse.

Se derrumbaron uno contra el otro, sus pechos subiendo y bajando rápidamente, su respiración dificultosa y desigual.

Lavinia se aferró a él desesperadamente, tratando de acercarlo aún más. Él rodó a su lado, su brazo alrededor de su cintura, sosteniéndola firmemente contra él, desmadejada y quieta.

– Dios, Stewy…

– Mi chica – murmuró.

– Ha sido increíble…– dijo en voz baja, todavía enganchada a él y a su sudor, su voz mezclada con agotamiento – lo que no es una novedad…

Stewy se rió, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja, presionando un suave beso en su frente. – Me ha encantado, me encantas.

Ella asintió adormilada.

Ahora se rió de nuevo, sus dedos acariciando su espalda suavemente. – Ha sido fantástico.

Lavinia le miró enrollando los dedos en uno de sus rizos.

Suspiró. – Uno de tus mensajes decía que te ha visitado tu hermano.

– Oh, sí, Cas – chasqueó la lengua. – Quería convencerme de convertir la cena en casa de Darian y Leila en una cena con mis padres…

– Uhm…

Le besó la frente. – ¿Vamos a cenar con tus padres entonces?

– No, no quiero te hagan un tercer grado. No es necesario…

Levantó una ceja.

Él la besó, apaciguador. Te quiero, mi reticencia no tiene nada que ver con nosotros.

– Vamos, Livy, te prometo que, si vinieran, me darías la razón. Está bien, ya soy la oveja negra.

Se mordió el labio aunque intentó que esto no fuera una preocupación más. – ¿Crees que no iba a gustarles?

– Estoy seguro de que sí y entonces querrían que fuéramos más a menudo para poder interrogarte sobre mí – le besó en los labios – Te prefiero para mí solo, ¿uhm? Además, igualmente deberemos dejar lo de casa de Dar para de aquí unos días. Tengo que ir a la boda de un primo mío, once putas horas de avión, un coñazo.

Ella se mordió el labio, pensativa. – ¿Qué quieres decir una boda? ¿Y el cumpleaños de Kendall?

Stewy emitió un gruñido sin comprometerse y le besó la frente: – Ya veremos…

Se quedaron dormidos después de un rato de carantoñas.

Cuando Lavinia se despertó tuvo que cerrar los ojos enseguida porque el sol le molestaba.

Debe ser tarde, muy tarde.

Stewy seguía acostado a su lado con un brazo sobre la mitad de su cuerpo. En cuanto levantó la cabeza de la almohada se dio cuenta que tenía un montón de llamadas perdidas de Comfrey.

Suspiró.

Debía ducharse e irse.

Cerró los ojos y hizo memoria de la sensación de compartir una ducha con él. La piel, sus manos acariciándola con reverencia.

Dio un vistazo a la habitación y a él.

Lo que sientes por él te sale de las entrañas pero puede que acabe devorándote entera.

Él te quiere pero tú no estás segura que bastará, y no sabes qué hacer con eso.

Cuando uno se enreda en otra persona así…, no hay nada que haga más daño.

Necesitaban hablar pero sabía que si se quedaba a desayunar flaquearía, buscaría excusas para ceder a la primera.

No hablarían realmente. ¿Cómo iban a hacerlo si no sabía exactamente que es lo que le estaba pidiendo?

Estaba enamorada de él como una niña.

Escribió una nota corta esperando que él lo entendiera. Era un papel de un bloc de notas pequeño que desde que trabajaba para Kendall siempre llevaba en el bolso.

Gracias por esta noche. Livy.

Livy, que era como él la llamaba…, que ya era algo un poco de los dos.

Hablarían.

Pero no en un restaurante o un hotel como este.

No cuando olía a sexo y el cuerpo le pedía seguirle ciegamente.

Se frotó la cara con las manos saliendo en silencio de la cama.

Sé paciente. Añadió en el reverso del papel que besó con su pintalabios una vez se hubo refrescado y maquillado.

Stewy busca a alguien con quien estar cómodo, a quien besar con muchas ganas, pero tú, en algún punto querrás más… se sentía un poco triste, como si hiciera el duelo de las fantasías que ya no tendría cuando se abrazara a él desnuda en su apartamento, recién acabados de follar, aún oliéndose, como ayer.


Kendall estaba siendo insistente con que consiguieran que varias personas VIP confirmaran su presencia en su cumpleaños.

Uno de ellos era Lukas Matsson.

Pero su asistente no le devolvía la llamada a Comfrey por mucho que insistiera.

– ¿Necesitas ayuda?

– Pues si tú tienes alguna idea de cómo hacer que no me vuelvan loca…

Se encogió de hombros mordiendo un boli que llevaba en la mano, intentando concentrarse.

– Uhm… No tengo ni idea.

– Es que – Comfrey lamentó rodando los ojos – Nos han devuelto el sobre con la invitación que le mandamos. ¡No entregado! No sabemos si lo ha rechazado él o su asistente… Una mujer sigue insistiendo en que deje un mensaje y nos llamaran.

– Que le llame personalmente Kendall. Estoy segura de que tiene los contactos, ¿qué problema hay?

Comfrey se movió incomoda.

– Sí, solo… está la Conferencia de Inversión Baron en el Metropolitan Opera House esta semana. Es… exclusiva. Estará también el tío de Spotify… y Jeff Bezos. Técnicamente Ken estaba interesado en asistir, pero creo que sería un poco… ya sabes… – bajó la voz – humillante si se encuentran, le habla del cumpleaños y no tiene ni idea. ¿Tu novio no…

Sintió algo en el pecho que se le encogía.

Stewy no la había llamado desde el hotel o enviado un mensaje.

¿No era lo que querías?

– No puedo pedírselo.

– Oh, por favor… pero Baron es el barón rojo de las criptomonedas y uno de sus fondos de inversiones tiene el 45% de Hostinger Atlantic, la de los coches, estoy segura que Hosseini – Comfrey se calló al ver su mirada – Bueno, yo tengo que estar en el lugar de la fiesta… van a instalar el equipo de sonido…

– Jess lo manejará.

Comfrey hizo una mueca.

– No, tiene su padre enfermo en el hospital.

Joder.

Suspiró preguntando con poca convicción. – ¿Y Berry?

Negó con la cabeza. – No.

Vale.

Genial.


La conferencia fue agotadora.

Kendall era el tipo de persona que hacía que cada evento fuera más estresante de lo que debería haber sido y los otros tipos de las empresas tecnológicas no eran la excepción.

De hecho, algunos de ellos eran francamente hostiles hacia su primo. Fue una larga noche.

Lavinia había logrado contactar a alguien del equipo de Matsson aquí para informarles que Kendall quería saludarlo.

Era el tipo de trabajo que habría hecho Jess.

Maldita sea.

Lukas Matsson probablemente también era una pesadilla. Pero, de nuevo, la mayoría de los hombres aquí lo eran.

Pasando por delante de un espejo vio claramente su mala elección en el vestido pantalón de un gris apagado con un gran cinturón que en algún momento le había parecido elegante.

Oh, y estás demacrada.

El perfecto look profesional, pensó irónica.

Ahora, estaba encantada de no tener que soportar a la gente con la que Kendall llevaba un buen rato hablando en el hall del Metropolitan Opera House

Cuando Kendall se había separado ya de ella, se dirigió sola a la barra. Entonces una voz la saludó con un: – Buenas noches, señorita Roy.

– Es Hirsch – dijo casi automáticamente con sonrisa cordial. Era claramente la asistente de alguien.

– Soy Phyllis. Greenbergh. Siento informarle que el señor Matsson tiene que irse, no podrá atender a su jefe después.

Fantástico.

Entrecerró los ojos. – Bien. Por cierto…

– ¿Sí? – dijo la mujer.

– Le hemos mandado varias invitaciones de cumpleaños con un pequeño presente. La última nos la devolvieron. No estamos seguras de que…

La mujer puso una expresión condescendiente. Tenía el cabello oscuro y el rostro muy pálido, casi cadavérico. Era seca, con una afectación de dureza. – Le aburren las fiestas pero dígale al señor Roy que no se preocupe, tendrá su respuesta.

Estupendo.

Ahora tendría que manejar las expectativas de Kendall.

Su indignación duro poco rato. Como no encontraba a Kendall, se dirigió sola al segundo salón del elegante bar y pidió algo en la barra. Entonces una voz la interrumpió:

– Es una mala elección.

Se giró hacia el hombre. – ¿Perdón?

– La ginebra.

Se encogió de hombros. – Bueno… ya es tarde.

Tomó un sorbo de su bebida y trató de mantener las manos relajadas.

– ¿Has venido aquí sola, entonces? ¿Estás en tecnología? ¿coins? – preguntó el hombre, sentado en el taburete dorado que quedaba a su derecha, uno de sus brazos en la barra – Eso es valiente de tu parte. Esto es una cueva de lobos…

– No realmente, estoy trabajando. Relaciones públicas – dijo.

Él le dio la primera sonrisa desde que llegó aquí, pero con un ligero matiz de ironía. – Por supuesto que sí.

Hizo algo con la lengua, como una burla y dio un trago a su copa.

Su mirada se movió hacia el cuerpo de ella.

Entonces Lavinia lo miró, realmente lo miró. Por el amor de Dios.

Lukas Matsson.

Qué apropiado de alguien como él.

¿Dónde diablos estaba Kendal? ¿Por qué no estaba allí?

¿Por qué su jefe/primo del infierno aún no se había encontrado con Matsson si este estaba justo aquí?

Parecía bastante inofensivo. Si un poco lleno de él mismo.

Aburrido de estar aquí.

Era muy alto, rubio.

De la edad de Stewy y Kendall o así.

Ella bebió de nuevo.

– Acabo de hablar con su asistente, señor Matsson. Phyllis – le informó.

Sus cejas se levantaron. – ¿Lo has hecho en serio? ¿Por qué?

Ella frunció el ceño ligeramente: – Kendall Roy, mi jefe, – omitió el hecho de que Ken también era su primo – quería saludarle señor Matsson. Y reiterar su invitación a su cumpleaños.

Matsson se rió a carcajadas por lo absurdo de Kendall. – Espero que no hagamos enojar a tu jefe, pero dime, ahm – hizo una pausa – ¿Por qué debería ir?

– No lo sé – respondió ella sintiéndose molesta. – Pero si toma una decisión sobre ello, no dude en llamar a Kendall y aclararlo.

Él levantó su copa hacia ella. – Gracias por informarme, agradezco la preocupación.

– De nada – refunfuñó ella con una leve fricción en su voz. A mi me da igual. Apretó los labios y tomó otro trago de gin-tonic. – ¿Pero por qué no contestó ninguno de nuestros mensajes?

Esta vez, Lukas Matsson pareció profundamente desinteresado aunque no la perdió de vista.

Las comisuras de su boca se torcieron ligeramente.

– Porque mi bandeja de entrada estaba llena, o tal vez esperaba más originalidad de Kendall Roy.

Ella lo miró fijamente. – ¿Perdóneme? –.

De nuevo el hombre se rió. Obviamente algo le divertía, ella podía verlo. Lo que sea de lo que se estaba riendo. Sus ojos la miraban sarcásticos.

– Lleva tiempo localizar a un tipo como yo, ¿no es así? ¿Cuántas veces has llamado a mi asistente esta semana?

Lavinia no se molestó en aclarar que había sido Comfrey no ella quien había hecho esas 50 llamadas.

Bebió otro trago de su copa ignorando su ademán de burla.

– Bien – zanjó – Mi tiempo es valioso, pero me alegro de que Kendall la haya enviado, ¿señorita?

– Lavinia – Dijo ella brevemente.

– Lavinia. Me gustaría estrechar tu mano. – Le ofreció la mano. – Lukas Matsson.

Lavinia extendió la mano lentamente, enarcó una ceja. – Soy consciente. – Su agarre fue firme.

Ella no tenía tiempo para ser el entretenimiento de nadie en este sitio.

Ni siquiera tendría que haber accedido a acompañar a Kendall. Si su asistente tenía una emergencia familiar, podía… buscar a alguien más.

Lavinia tenía un motivo para querer estar encerrada en casa, apagar las luces y solo existir…

Stewy y ella estaban suspendidos en un tangible silencio que parecía que iba a tragárselos.

¿Y si Stewy había entendido mal su intención?

¿O realmente le estaba dando tiempo para pensar en ellos?

– Debo irme, Lavinia. Parece que los dos vamos tarde.

Ella parpadeó y luego se dio cuenta de que lo había soltado demasiado abruptamente. – Claro. – Agarró su bolso – Adiós entonces. – Dicho esto, salió del bar.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, llamó a Kendall sin dudarlo.

– ¿Hola? – respondió su voz.

– Tienes a Matsson aquí pero se está yendo – dijo simplemente.

Hubo un breve silencio. – Mierda, ¿por qué no lo has parado? – fue la respuesta de Kendall. Entonces la línea se desconectó.

Lavinia suspiró pesadamente. Kendall la iba a matar.