"Because I dropped your hand while dancing
Left you out there standing
Crestfallen on the landing
Champagne problems
Your mom's ring in your pocket
My picture in your wallet […]"
– Champagne Problems (Taylor Swift)
Capítulo 28. Chiantishire
Lavinia asintió contra su boca. Su aliento era cálido.
Stewy no pudo evitarlo y volvió a besarla.
Su mano se movió a la curva de su cadera y sintió una emoción conocida cuando ella jadeó en su boca antes de devolverle el beso ansiosamente.
Stewy siguió respondiendo con todo el hambre que no se molestaba en tratar de ocultar cuando estaban juntos.
– ¿Lo has echado de menos? ¿Esto? – susurró. Tenía una voz cautivadora, real.
Lavinia rió levemente contra sus labios antes de alejarlo. Luego besó su mejilla rápidamente.
– Han sido solo dos semanas…
Le cogió la mano, la hizo darse la vuelta para que pegara la espalda a su pecho balanceándola con la música, entre sus brazos. – ¡Joder, demasiadas…!
Era, esto lo que le había faltado en Estambul. Que no tenía sus manos, ni esa sonrisa que iluminaba sus ojos de color avellana, ni su tacto.
Stewy la mantuvo cogida por la cintura mientras se movían a través de la multitud. Hasta el otro extremo de la pista llena de bailarines.
Le dio un beso breve en la mandíbula girándola de nuevo hacia él y volvió a hablarle al oído con contrariedad: – No pude dejar de pensar en ti. Me desequilibras, Livy, no sé cómo lidiar con esto. Me está jodiendo la cabeza.
La música estaba muy alta para tener una conversación que fuera mucho más allá.
¿Podía estar todavía más hermosa?
La pregunta resonó en su mente, acompañada de la tormenta que ella causaba en su interior. Sé que tú y yo somos la maldita distancia entre los polos pero no voy a marcharme.
– Lav…
– Siento haberme ido de esa manera pero necesitaba aclararme – le dijo Lavinia con vacilación.
Él presionó contra su cuerpo, manteniéndola allí. – ¿Y has podido? ¿Aclararte?
Lavinia cerró los ojos y apoyó la cabeza suavemente contra el pecho de él, aferrada a su chaqueta. – No estoy segura. Ojalá.
Las manos de Lavinia estaban en su estómago, los dedos presionando suavemente los músculos para calmarse.
– Mierda, necesito que tomes una decisión – Él respiró su olor, inclinando la cabeza para hundir la nariz en su pelo. – Ya no sé si puedo vivir sin ti.
– Stewy…
Stewy no quería rogar. Joder… rogar le había parecido siempre patético.
Pero aquí no parecía tener opción.
Ella suspiró contra él, y él sonrió cuando sus labios se abrieron ligeramente encima de los suyos.
Recordó el miedo a quererla de esos primeros meses, luchar consigo mismo hasta rendirse a la evidencia; que Lavinia era definitiva.
Y que él no sabía cómo hacer algo así.
Pero era demasiado egoísta para desprenderse.
– No me hagas esto – le pidió, despacio. También al oído.
El problema era que quererla era cómo intentar cambiar de opinión una vez que ya estás volando en caída libre.
El puto cosmos amenazaba con doblarse sobre sí mismo si ella le abandonaba. No podía simplemente hacer reset y olvidarse. Mierda.
Hay amores que tienen dientes y este era uno de ellos.
No hay solución si tienes miedo, debes tener el coraje de enfrentar las cicatrices que va a dejarte.
Sus labios sabían a caramelo de Coca-Cola. Lo sintió todo de nuevo, esa sensación de estar perdido en sus brazos, en su olor y la sensación de la tela de su vestido en la palma de su mano.
El corazón de Lavinia latía como un tambor contra él mientras ella le devolvía los besos con avidez en medio de esa fiesta. Todo su cuerpo se sentía electrizado.
Había descubierto hace tiempo de la manera difícil que no se podía simplemente desaprender los mapas de alguien a quien amas.
Eco. Piel. Miradas. Futuro.
Nunca era tan fácil.
Le costaba pensar en su día a día sin ella. Sabía que estaba insegura, sobrepasada y que él tenía parte de culpa.
En la sala de luces frías dónde estaban, sonaba algo con ritmo, pegadizo… algo que no se bailaba pegados, pero por ese momento le dio igual.
Anything de Alison Wonderland. "Those eyes, disguise, I'll hide, bright lights besides the fire…".
Stewy colocó la mano en la parte baja de su espalda firmemente primero, y después pasó su palma de abajo a arriba en una caricia, el calor extendiéndose entre los dos.
La sujetó más contra él, lentamente, con cuidado. Una ligera presión. Una promesa. Dejándola sentir cuánto necesitaba esto. Cuánto la necesitaba. La necesitaba de verdad. La necesitaba para mucho más que la física. La necesitaba para... todo.
Le enojaba en gran medida que se dudara de sus sentimientos o sus intenciones con ella.
Cuando la canción cambió, respiró pesadamente contra su cuello, no pudo evitar que sus manos volaran a sus caderas como si atraerla más hacia su cuerpo fuera posible. El juego de luces de la sala parpadeó. – Puedes confiar en mí, Livy. ¿Okey? Estoy en esto al 100%. Sé que puedes pensar que mi palabra no es suficiente, pero esto es… no un juego o una estrategia de negocio que puedo predecir cinco pasos antes sino tú y yo.
– Amor…
Cogió aire.
– Lo intento. Nena, pongo todo mi empeño en esto, ¿vale?
Su voz fue dolorosamente firme, pero quizás un punto cansada en un intento de no sonar demasiado emocional. De no presionarla.
Lavinia asintió, pero a él le preocupó más no verla convencida.
La miró con aprensión inclinando la cabeza.
Como al borde de un precipicio.
Para tanta insistencia con su hedonismo… ciertamente estaba al tanto de que en esto debía ser a todas luces bastante masoquista.
Todavía estaba hecho de codicia y glotonería.
Pero sin embargo…
Nunca le había gustado tanto su apartamento como estas últimas semanas, con ella bañada por las luces del crepúsculo que entraban por las grandes vidrieras, vestida, desnuda, en pijama…
Cabezota, tierna, dura, feliz y suya.
No tenía una versión favorita.
– Me dices que tenemos que ir con cuidado, ¿pero para qué? Livy… Lo que quiero es que incendiemos el mundo juntos con esto que tenemos – prometió.
Cuando Lavinia quiso darse cuenta los labios de Stewy estaban de nuevo sobre su boca, posesivos. Estaban abrazados, apretándose el uno contra el otro, tocándose por medio de adherencias sutiles.
Le acarició el muslo sobre el vestido, haciéndola gemir suavemente.
La mente de Stewy divagó. La forma en que su cabello olía a frutas del bosque lo hizo respirar hondo. Estaba seguro de que no era siquiera un perfume, quizás la esencia de su champú; era intoxicante.
Como las formas exquisitas de su cuerpo pegadas al de él.
Ella se estremeció y se arqueó ante el movimiento de su mano. Por un momento Stewy pensó que quería sentir el muslo de Lavinia bajo su mano, deslizándose por debajo de su vestido.
No quería precipitar las cosas esta noche. No importa cuánto la ansiaba y la deseaba. Trató de ignorar la forma en que le dolía la polla y se tensaba contra sus pantalones. Solo empeoraría las cosas si no se detenía.
Había ojos sobre ellos… había que ponerle fin.
No era cómo quería proponerle que se largaran de aquí hoy.
Controló la respiración que tenía atrapada en su garganta.
Lavinia estaba encantadora, tan guapa como siempre.
Por supuesto que otros tíos querrían probar su suerte.
Por supuesto que Lukas Matsson querría…
Eres una mujer preciosa. Cualquier hombre estaría deseando llevarte a la cama.
Y mierda…, aquí estoy yo, tratando de dejar de pensar en cómo te anhelo ahora mismo.
Llevaba meses besándola como un hombre desesperado.
Sintió un alivio tremendo teniéndola en su abrazo en ese momento, pero también unas ganas irrefrenables de resbalar su boca sobre la de ella y besarla sin sentido, hasta que ella pudiera borrar cualquier duda respecto a sus sentimientos.
Se resistió unos segundos antes de dejarla ir. – ¿Por qué no vamos a beber algo? – ofreció soltándola despacio.
Ella le miró sin decir nada, haciendo un esfuerzo sobrehumano para dejar que él deslizara sus manos a través de su vestido hasta apartarlas de su cuerpo, sin detenerlo.
Fueron hacia la barra después de quedarse mirando unas milésimas.
En el bar él pidió dos bebidas.
Durante un momento guardaron silencio.
Nunca sería fácil alejarse, dejarla ir.
La quiero, la quiero, joder.
Lavinia bebió a pequeños sorbos el excelente dry Martini que la camarera había preparado siguiendo las instrucciones de Stewy.
Notó la mano de él en la nuca, jugando con los cortos cabellos que se escapaban de su recogido, que resistía aún el trajín de esa noche.
Ese se estaba convirtiendo en un gesto tierno habitual en él.
Volvió su cabeza para mirar a su alrededor con una sonrisa que no era todo lo feliz que debería.
Dejó que Stewy se apoyara en uno de los taburetes y la rodeara con los brazos.
Entonces, inclinó su cabeza afectuosa en su hombro: – No has dicho nada pero… Intuyo que la boda de tu primo fue bien. ¿Tus padres? ¿Todo bien?
Él asintió.
– No creía que llegarías al cumple de Ken – murmuró ella.
– Eso es porque me fui antes.
– ¿Qué les dijiste?
– Que tenía que resolver un asunto.
Lavinia le sostuvo la mirada, apartándose ligeramente de su pecho, y volviéndose un poco rígida: – Ya.
A Stewy le tomó un momento darse cuenta del significado de la mueca que había secuestrado sus labios.
– Livy… No estoy tratando de ocultarte, lo juro. Es solo que ya es bastante difícil no querer defraudarte a ti. En su mayor parte, tengo una buena relación con mis padres, pero no sé comportarme cuando esperan algo de mí.
Y siempre han esperado algo más tradicional de lo que sería capaz…, a poder ser con boda y todo. Y niños.
– Stew…
Lavinia cogió aire, forzándose a contestar: – Lo entiendo, creo.
Stewy la miró como con una expresión que Lavinia no logró descifrar, con ojos escrudiñadores y una arruga en el entrecejo, que indicaba reflexión. – Nena… – murmuró.
– Te quiero – susurró ella, despacio.
– Y yo también, preciosa…
Joder.
Quizás no estoy hecho para convertirme en el marido de la mujer de mi vida pero puedo besarte como él.
Tenían mucho que decir y temía que el tiempo se les escapara de las manos.
Hubo un silencio.
– Tenemos que hablar de qué estamos haciendo… – razonó Lavinia.
– Lo sé, Livy… pero no aquí… Déjame hacer una consulta, un segundo, ¿de acuerdo? – le pidió resuelto pero cariñoso. Después cogió el móvil y escribió un par de mensajes: – Eso imaginaba… – musitó.
Lavinia estrechó la vista. – ¿El qué?
Stewy se humedeció los labios: – ¿Quedamos en que confías en mí?
Ella asintió.
– Creo – dijo observando los tonos ámbar del dedo de whisky que había pedido y a continuación humedeciéndose los labios con él, sin soltarla de su abrazo. Con un pausa – que lo mejor que podemos hacer es salir y tomar un poco de aire puro – Stewy la besó en la boca y entonces sonrió contra sus labios cuando saltó una nueva notificación de su móvil. Ni siquiera miró el contenido del mensaje, se limitó a bañarla con la mirada con determinación: – Esa es nuestra señal de salida… Larguémonos de aquí, pequeña.
– ¿Qué vas a hacer? – preguntó algo preocupada.
Stewy dibujó una leve sonrisa en los labios. – Vamos a coger alguien prestado a tu primo.
Entonces, la besó en la sien y se apartó un poco: – Te ves increíble hoy – susurró suavemente.
Pasó los dedos por los mechones de su cabello recogido y por el costado de su mejilla, luego se volvió hacia sus labios.
– Mm.
Conocía claramente su ruina.
No podía arriesgarse a llevarla a su piso para hablar con ella, no con ese amor angustiado que latía en su garganta. Con las ganas de imaginarla dentro de su pecho.
Porque sería un jodido egoísta otra vez, y era fundamental que entendiese que el hecho de que la deseara en cada puñetera respiración que daba era lo menos importante de todo.
No sé cómo decirte que por verte feliz y dueña de la felicidad que ya estamos notando que no puedo darte sería capaz hasta de perderte.
Aunque me reviente pensarlo.
Aunque no vaya a admitirlo.
Tampoco quería que Lavinia sintiera o pensara que solo obedecía a las pulsiones de su polla… que solo servía para amarla físicamente, respirarla, como un amante aceptable que la hacía gemir con los ojos entornados, calmando su sed egoísta.
Así no era como arreglarían ese desaguisado.
Lavinia estaba impresionante en ese vestido y él conocía tan malditamente bien como su cuerpo se plegaba a su tacto… pero también la quería mañana en pijama en el sofá con los pies descalzos, gélidos, entremetidos en sus piernas buscando el calor mientras enterraba su rostro en su cuello, y simplemente se quedaba allí.
Apretó su mano para indicarle que le siguiera.
Joder, tenían que saber hacerlo.
– Allí está – le dijo.
– ¿Quién?
Le besó en la comisura de la boca antes de disculparse un momento.
Esquivó un par de personas para hablar con un tipo maduro de cabello blanco que parecía un poco contrariado. Había música y demasiado ruido para escuchar la conversación.
Stewy alzó la cabeza y sus ojos como pensativos se encontraron con los de ella a esos pasos de distancia.
Una expresión genuina en su cara. Preocupación. Afecto. Una sonrisa. Lavinia sintió a lo largo de su cuerpo el peso de una intensa ternura hacia él.
Oh, Dios, es que me siento tan enganchada… pillada por ti, a todo tú…, maldita sea.
De todas las personas de la fiesta, su hermano eligió ese momento para aparecer. Aunque tropezó con ella más que verla.
– Mierda – casi volcó el Martini – ¡Greg!
– Ho-hola, Lavinia. Me alegro que aún estés aquí. Ken me acaba de insultar… me ha dicho parásito. Es tonto del culo – juntó las cejas – y luego ha decidido suspender bueno, lo que sea, que iba a hacer en el escenario. Comfrey dice que es un alivio pero – tropezó con las palabras – Es muy raro desde luego. ¿Has visto a Shiv? Está muy liberada hoy… ¿no?
– ¿Estás bien?
No le contestó enseguida.
Pero sonrió con algo que pareció sincero.
– Sí, estoy contento. Es decir… Le he pedido una cita a Comfrey y— y ha dicho que sí… Es una chica, uhm, fantástica pero creo que ha aceptado porque está picada con Ken – razonó.
Lavinia le observó desde abajo. Parecían kilómetros de distancia.
– ¿Vamos a hablar algún día tú y yo, Greg… de no lo sé… todo? Últimamente ha sido raro.
Greg asintió con el ceño fruncido: – Sí. ¿Has hablado con el abuelo?
Lavinia apretó los labios.
– Con Finnigan y Pugh. La última semana para lo del apartamento.
Greg parpadeó. – Ya… bueno…
Fue un momento incomodo.
– Tengo que estar cuando manden un servicio de limpieza. El abuelo quiere donar todo lo de valor pero hay libros y cosas de la abuela que se tienen que mandar a Canadá. ¿Por qué no te vienes?
– Cla—claro. – Greg dio un trago a su cocktail y reconoció a Stewy que acababa de aparecer detrás de su hermana.
– Hey, tío – este le saludó poniéndose al lado de Lavinia. – ¿Cómo andas?
– Bien… iba a… Voy a ver si doy otra vuelta. Tom ha tomado varias drogas esta noche y… ah. Creo que no está de humor – dijo atropelladamente – ¿Tú cómo estás? Te hacía… lejos. ¿Irán?
– Estambul esta vez.
– Cla-claro.
Un tío mío vivió años en esa ciudad después de irse de Irán por Tabriz y Maku...
Le sonrió de lado sin dar esa información. – No podía retrasarme más. Nada mal lo de Greenpeace, colega…
Lavinia le miró primero con cariño y después desaprobadoramente.
"Tú encima no le animes", entendió en esos ojos marrón claro que había aprendido a leer bastante bien. Lavinia iba a priorizar siempre a su hermano. Algo que podía respetar.
Honestamente, fue cuando Stewy se contuvo de añadir un comentario mordaz.
Tío, tu movida parece sacada de algún villano del Capitán Planeta. ¿Mirabas esa mierda en los 90…
Se mordió la lengua para complacerla.
Estaba bella como nunca bajo esa luz.
Quizás cuando más alejada, más imposible, más hermosa le parecía.
Greg aparentó nervioso por un segundo.
– Ya sí… bueno… – esperó que su hermana dijera algo pero Lavinia solo cogió aire – Entonces te llamo, Vinnie. Para quedar. Hasta— hasta luego.
– Vale… y comemos juntos. ¡Te invito!
– Sí…, sí…
Lavinia cogió aire.
Stewy la observó.
Toda esa distancia con Greg era por lo de su abuelo… y mierda, ella no estaba nada contenta con ello.
¿Por qué Ewan Roy no podía ponérselo más fácil a sus nietos?
Stewy quería apoyarla en eso.
Sabía que era más fuerte de lo que aparentaba, pero aún así se sentía frágil.
Puso su mano cálida en el codo de su chica.
– Liv…, vamos a un sitio – le guiñó el ojo él cuando se giró para mirarle.
– Pero…
Stewy retiró un pequeño mechón que se le había escapado del recogido detrás de la oreja con ternura. – No vas a arrepentirte. Te lo prometo.
– Debería despedirme de mi primo… creo…
Él hizo un movimiento de negación con la cabeza.
– No, nadie sabe dónde está Ken... Lo que, dando un vistazo a este enorme despropósito, no me parece extraño.
Lavinia exhaló. – De Berri pues… para que sepan que me voy.
– Envíales un mensaje.
Desde que Kendall le invitó por primera vez Stewy supo que esta fiesta sería una mierda como un piano de grande.
Cualquier pretensión de otra cosa se había esfumado cuando por fin recibió la invitación electrónica. Cómo si no tuviera sus propios follones.
Todas las fiestas de Ken desde Harvard habían acabado bastante mal. No es que estuviera en condiciones de juzgar.
Pero esto de hoy era otro nivel.
Lo cual, para ser honesto, era un logro incluso en sí mismo.
No podía recordar cuándo Kendall había tenido una buena noche de verdad en una fiesta. A los 21 tenían buenas juergas.
Pero podía ser que fuera porque entonces se engañaba a sí mismo, soñando con el mundo a sus pies. La libertad y las posibilidades que algún día daría por hechas.
Pensaba que estaba ayudando a Ken a escapar de su padre.
Hoy Stewy había querido ahorrarse ser testigo de esta fiesta con todo ese rollo freudiano de la caseta del árbol.
Pero al parecer este no era un universo donde podía quedarse en casa intentando ignorar la nueva espiral de su amigo.
¡Joder! Estaba intentando no estropear su propia jodida vida aquí.
¡Hazlo bien de una puñetera vez!
Entre las sombras y las luces de la sala pudo percibir los miedos y dudas de Lavinia.
Memorizarla a ella y cada pequeño significado en sus gestos había sido tan sencillo como respirar.
Stewy apretó la mano de Lavinia y hizo un mohín con la boca. – Venga, cariño… qué les den. Por hoy ya has hecho tu trabajo, ven conmigo.
Lavinia hizo un gesto de indecisión, mirándole a los ojos.
Esos ojos de Stewy profundos, oscuros y vivos.
Dios, ella podría hacer largos allí.
Acabó cediendo.
– ¿Adónde?
Los dos salieron de la fiesta pasando junto a desconocidos que bebían, sonreían con aprobación y charlaban unos con otros.
A Lavinia le pareció ver a Connor y a Willa a lo lejos. Él aun llevaba su abrigo crema y estaban hablando con Comfrey. Y luego casi en la puerta se tropezaron con Nate Sofrelli que saludó a Stewy con una sonrisa burlona. Iba de la mano con una chica rubia que supuso que era su mujer.
Stewy contuvo una mueca, apretando sus dedos entre los suyos. – ¿Mierda, me permites un segundo?
Se giró cambiando el ademán.
– Hombre…
– No me digas que has venido a poner veneno en el ponche – se burló Sofrelli.
Stewy mantuvo su rictus apenas con una sonrisa. – No quería tener que leer los detalles escabrosos en Page Six.
– Ya… Qué irás a decir. Todos estuvimos en esa farra que montaste en Shanghái. Al menos yo. ¿Quieres decir que esto puede superarlo? Aun me acuerdo del puto Mint con el jodido acuario de tiburones.
Alzó una ceja, sarcástico.
– Nadie murió, ¿verdad? – La mirada en el rostro de Nate dijo que no pero que probablemente alguien había estado a punto de aparecer con un tatuaje en la cara a lo Mike Tyson en la azotea. Se encogió de hombros y continuó. – Bueno, más tarde brindamos por eso.
– Muy gracioso – Nate se rió fingidamente – Tío, he estado a punto de no venir pero… – negó con la cabeza como si la razón tuviera que ser obvia y a la vez no – En fin. ¿El resto de los Roy que no son Kendall están…
– Por ahí.
– Claro.
Se despidieron con un apretón de manos.
Le puso una mano en la cintura a Lavinia y la guió fuera.
Stewy y ella comenzaron a andar calle abajo cuando le preguntó por éste: – A ese chico… Creo que le vi en esa cena del Comité para la Protección y el Bienestar de los Periodistas. Pero es… ¿lo conozco de algo más?
– Estoy seguro que tendrías… era el noviete de Shiv y trabajó con Ken en Shanghái hace un siglo. Estaba en la boda en Inglaterra. Tenía entendido que ya no pisaba los eventos de los Roy.
– ¿Por?
Stewy rodó los ojos.
– Probablemente terror a tu prima. Vete a saber – la miró mordiéndose el labio con una sonrisa socarrona.
Lavinia asintió arrugando las cejas e hizo un esfuerzo por no quedarse atrás cuando atravesaron de la mano la avenida. El vestido largo y los tacones no la ayudaban.
Stewy se giró para buscar su mirada. – En un concurso de idiotas quedaría empatado con Carson.
Apretó los labios. – ¿Qué pasó en Shanghái?
Stewy la miró sonriendo. – Nada que no aprobarías.
Lavinia apretó más su mano porque eso le hizo pensar en…
– ¿Es verdad que te pegaste con Johnny Carson y con Reece? La noche después de la junta anual…
Stewy tiró de su mano para avanzar hacia el coche que les esperaba. – Eso también fue una idiotez… Supongo que perdí la compostura por cómo ese desgraciado hablaba de ti.
Le asaltó el amor por él en el pecho, pero también la preocupación. Después de una pausa le preguntó: – ¿No quiero saberlo, verdad? Lo que dijo…
Stewy se paró delante de la puerta de su coche. Serio. – No es necesario.
Lavinia arrugó las facciones y se plegó de brazos.
Sujetaba el abrigo que había recuperado y el chal que más tarde o mañana se las tendría que arreglar para devolver a ese chico que era camarero.
– Cuéntamelo.
Stewy hizo un mohín. – Nada bueno, Livy. Preferiría que me rompieran la cara que dejar que te mencionaran con sus sucias bocas. Aunque mi cara es mi mejor baza – intentó bromear pasándose la mano por la barba – Ellos son basura. Solo es eso. – Se acercó y le dio un beso fugaz en los labios. – ¿Vale?
Lavinia asintió contrariada. – Stew…
– No es que esté orgulloso pero tú no estabas ahí para defenderte.
– ¿Qué dijo? – insistió.
– Un montón de mierda, Livy. No podía escucharle un momento más… sobre la droga, tú… Ese Reece es un jodido baboso. Supongo que soy malditamente humano, a parte de un imbécil…
Ella asintió con una mueca en la boca.
Stewy arrugó los ojos. – Por favor no me des un sermón.
Pero en vez de eso, Lavinia murmuró: – Gracias…
De inmediato, suspiró. Stewy…
– Ahora dime… ¿Por qué el coche? ¿Dónde vam—?
Stewy le abrió la puerta del coche con una mueca más contenta. – Saluda a Diego. Hola, jefe. Vamos a los muelles…
Sin entretenerse, Stewy le tocó la mano, dio la vuelta al vehículo y cerró la puerta del coche al entrar.
– Pero…
– Solo quiero un lugar para hablar donde después no vayan a aparecer ni Carsons ni Sofrellis ni ninguno de tus jodidos primos.
Entrecerró los ojos. – ¿En el agua?
– No, en el cielo. Aunque técnicamente sigue el río, las compañías que despegan desde la misma ciudad no pueden sobrevolar Manhattan.
Parpadeó. – ¿Qué estás diciendo? Un momento… ¡Stew! – protestó.
Él sonrió levemente.
Se volvió hacia ella y le cogió ambas manos. Lavinia experimentó una breve sensación de alivio en sus muñecas y en los dedos que él sujetaba con convicción.
– No tengo ningún plan trazado, nena – Stewy elevó la comisura de los labios un regusto amargo en la boca – Pero si te hace sentir mejor, hoy tu novio no está tratando de impresionarte. Créeme, sé que no funcionaría... Para ser honesto que seas una Roy en todo menos en el nombre ha ayudado a que el tipo me haga un favor a estas horas... Podría haber usado la app de Blade pero nos habrían tenido 45 minutos esperando en el Pier 6. Después te llevaré a casa y pondremos un broche de oro al día, mostrándome galante y diciéndote buenas noches. ¿Okay?
– Un favor… – repitió escéptica.
Stewy se encogió de hombros. – Bueno, esa era una forma de decirlo. Le pagué por las molestias, así que estamos en paz.
– ¿Y qué hay… sobre Ken? ¿No es su empleado?
– Tiene su propia empresa. Una flota pequeña, sólida.
Lavinia asintió todavía con preocupación en sus ojos. – ¿Pero le has avisado? Hasta donde sé Ken alquiló sus servicios todo el mes después de que le negaran usar los helicópteros de Waystar.
Sonrió como un niño al que han pillado en una mentira. – Más bien acabo de informar a su jefa de prensa… aunque ese detalle no hace falta que lo divulgues.
– Oh, Stewy… ¡No puedes hacer eso!
– Nos llevara en un trasto nuevo. El mes pasado lo usaba un oligarca ruso. Es un Sikorsky S-76. ¡La puta hostia con hélices! No estamos haciendo nada malo. Le he pagado a Marcuse un montón de dólares para ello.
– Cariño…
– Ken no iba a usar un helicóptero esta noche, tranquila. Solo había invitado al tipo como ha invitado a su antigua niñera. La he visto.
Miró por la ventana del coche mordiéndose el labio.
– Nos va a matar por esto…
Los labios de Stewy se arquearon en un rastro de sonrisa y ella le miró atraída por el gesto.
Su piel tostada brillaba a la luz ténue de la ciudad de noche.
Estaba más bronzeado que antes de irse a Estambul.
Este hombre hermoso que juraba estar loco por ella... como una polilla a la llama.
Inclinándose hacia ella, Stewy sacó de su recogido un par de horquillas, sus dedos liberando su pelo. – Stew, cariño…
– Me gustas de todos modos, pero estaba deseando hacer eso.
Miró hipnotizada como su mano se movía de nuevo para acabar de soltar su recogido hábil con sus dedos.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral, haciendo que su corazón latiera con fuerza. Se sentía maravilloso... como si nada más pudiera tocarlos.
– Tengo que contarte algo.
Sonrió extrañada y colocó las manos en su pecho. Él pudo sentir el calor de sus manos a través de la camisa.
– ¿Es importante…
– Sí.
– Dime – presionó a media voz.
Él resiguió con dos dedos la forma suave de su oreja.
– ¿Has pensado lo de venir a vivir a casa conmigo?
Le miró.
– Esa… no es mi casa, Stewy. Es tu apartamento. No sé si a la larga eso funcionaría.
Ya esperaba esa respuesta.
– Encontraremos otro entonces.
– ¿Cómo si no te encantase tu ático en Tribeca…?
– No más de lo que lo haces tú, Livy. Mira… Mi tío quiere invertir en el negocio inmobiliario. Ha comprado un par de edificios nuevos cerca del puente de Manhattan frente al río. Me pidió una opinión pero pensaba… Que le jodan a mi piso. ¿Por qué no buscamos algo que nos guste a los dos? Es el East River pero tiene… Te pega… NOS pega un montón. – desplegó un papel guardado en su americana en el que había un dibujo. – Se lo pedí a la oficina de mi tío, no le di detalles pero no creo que piense que me voy a vivir solo con tu gato.
Entrecerró los ojos.
– Stewy…
– No voy a presionarte, ¿vale?
Stewy encendió otra luz dentro de la cabina de la limusina y puso delante de sus ojos el plano que probablemente había dibujado uno de los arquitectos que trabajaba para su tío.
Si a veces me ves hacerme el duro contigo, es solo para no sentirme como un idiota...
Fijándose en los detalles a media luz, Lavinia pudo identificar a través de varios garabatos que el apartamento del boceto tenía techos altos, 16 ventanas, ladrillo visto y suelo de madera. Tres habitaciones, tres lavabos. Cocina-comedor. Chimenea de leña. Solo 370 metros cuadrados.
Pensándolo bien, Stewy había buscado algo más a su gusto que al de él mismo.
Por loco que pareciera, él podía permitirse algo mucho más disparatado.
– Stew, no.
– ¿Por qué?
– No es que… yo… – No encontraba las palabras, quería decirle que sí pero se resistía – Mierda, Stewy… Es que todo es muy complicado.
No me hagas esto...
– Vale… de acuerdo… Te he agobiado. Perdóname.
Hizo una mueca.
Lavinia miró hacia los asientos delanteros.
Quería decirle que sí, que si estaba construido, que cuando se iban a vivir allí, pero por alguna razón no pudo.
– Te dije que necesitaba tiempo para pensar – le susurró. – y yo… mi cabeza es un caos.
– Cuéntame en qué piensas – su voz suave, un poco ronca. Sus dedos dibujando formas invisibles en la piel suave de su antebrazo.
Al final hubo un trecho en lo que Lavinia pensó y lo que encontró voz para decir.
Porque había llamado a su contestador desesperada por su voz como una cría, pero se escuchó explicándose muy seria, incluso nerviosa: – Stew… cabe la posibilidad que hayamos estados tan concentrados en las ganas que nos tenemos que… no nos hayamos dado cuenta que no funcionamos.
¿Quién creía ya en príncipes azules que no destiñen?
– Claro que funcionamos.
Lavinia tragó saliva.
Quería explicarse, pero era muy difícil.
Era difícil, porque detrás de su reticencia, una tímida excitación amenazaba con echar por tierra toda su prudencia.
Porque no estaba segura si se protegía o se estaba auto boicoteando.
¿No era igual de malo esperar que todos los finales fueran infelices?
– A la larga, necesitarás más. ¿Por qué no lo ves? Un ritmo de vida determinado, más cosas que a mí.
La miró especulativamente, tomando una profunda respiración.
Stewy fingía sostener las riendas de la situación, pero sus ojos líquidos dejaban escurrir la máscara.
– Eso no es cierto…
Lavinia suspiró.
Pero entonces Diego bajó el vidrio oscuro que les separaba de la cabina del conductor y anunció que estaban llegando.
– ¿Preparada? – preguntó Stewy con una pequeña suplica.
Ella frunció los labios.
Dios, estaba segura que sabía qué efecto tenía en ella.
– ¿Cuánto tendrías que pagar? Por el loft – murmuró.
– 5,9 millones. Pero me lo alquilarían si estás más cómoda – dijo.
– Joder. Stew… – protestó.
Él quería vivir con ella... ¡Quería un lugar de los dos!, se dijo. Pero, ¿qué pasaría después?
Si dejaba que Stewy asumiera todos los gastos. Habría un desequilibrio en su relación, antes o después.
¿No era esa la primera lección que había recibido una chica de su edad de los adultos?
Nunca funcionaría fuera de las novelas victorianas o de las canciones de Lana del Rey.
Lavinia respiró hondo.
¿Por qué tenía que pensar en eso? Stewy no la había hecho sentir nunca como si fuera una chica más incluso cuando su novia era otra. Eso suena horrible.
En el fondo solo quería centrarse en lo que tenían en el presente.
Puede que no fuera todo lo que había soñado, pero una parte de Lavinia no quería perder eso, sin importar lo que le deparara el futuro.
Ella sabía bien que una relación verdadera no siempre se daba de natural, que se tenía que trabajar en ella.
¿Estaba dispuesta a renunciar al único hombre que hacía creíble la idea de que alguien estaba enamorado de ella y la amaba?
Cuando bajó del vehículo no pudo evitar pensar en esa vez que fueron en barco.
Esta vez todo era más complicado. No habría suficiente con responder algunas preguntas sobre antiguos ligues mientras bebían un buen vino.
Miró el helicóptero y el resto del espacio donde estaban.
Luego su cara, Stewy registrando con cuidado sus expresiones.
– Estoy segura de haber leído datos de mortalidad de helicópteros no hace mucho, ¿sabes?
– Es seguro. He visto pilotar helicópteros desde antes de dejarme barba y no ha caído ninguno en el que yo fuera.
Eso le hizo gracia a Lavinia.
Negó con la cabeza: – Va a hacer mucho ruido para mantener una conversación.
– Te prometo que no. Es como los que usa tu tío… Podrías conspirar para tumbar un imperio allí dentro.
Subió ayudándola con el vestido.
Una mano siempre en su cintura.
Lavinia sonrió levemente y se tocó el cabello mirando por la ventana después de que el piloto se comunicara con la torre de control y le confirmaran que podía despegar en los próximos minutos.
– Te ayudo – se inclinó para abrocharle el cinturón. Lo hizo con una delicadeza tan incierta que casi hizo temblar a Lavinia, excepto que sus manos se sentían cálidas en las de ella. El calor de su cuerpo contra el suyo y su respiración en su cara. Fue cuando Lavinia se fijó en la pulsera de hilos de colores que llevaba en su muñeca izquierda.
Necesitaba un segundo para ella. Sólo un momento más. El aire a su alrededor, la cabina, el silencio.
El helicóptero comenzó a moverse. Podía ver la isla haciéndose más grande mientras volaban.
Las luces de Nueva York de repente cada vez más pequeñas desde esta altura, como millones de pequeños faros.
Y la noche se extendió frente a ella.
Echó un vistazo a la ciudad, el viento azotando las ventanas.
Stewy la miró expectante. Era una invitación a hablar. Ella asintió y puso su mano sobre la de él. Él le devolvió el apretón ligeramente. Su corazón latía con fuerza en sus oídos. La cercanía. Todas las promesas. Permanecieron en más silencio por un rato, solo se tomaron de la mano y escucharon el zumbido de las hélices.
Entonces Stewy tomó la palabra: – ¿Estás bien? – Preguntó en voz baja.
Sus dedos se entrelazaron con los de ella.
Esbozó una pequeña sonrisa y se volvió para observar la dirección del vuelo.
– ¿De dónde has sacado la pulsera? – preguntó curiosa.
Creía saber la respuesta y eso le hizo sonreír.
– Mi sobrina. Es una chiquillada.
– Es un detalle muy bonito que lo lleves.
Stewy se enfurruñó un poco pero aprovechó para acariciar su muñeca con el pulgar. – ¿Creías que era un ogro?
– ¡No! Solo – rió pese a si misma en la semi oscuridad de la cabina – Es difícil imaginarte en ese papel.
Chasqueó la lengua con un mohín. – Siempre piensas lo peor de mí…
Ella se puso seria apretándole la mano: – No es cierto.
Stewy la miró durante varios segundos en la penumbra, luego sonrió y se inclinó para besarla en la frente.
– No es que no me gusten los niños. Bueno está bien… – Frunció el ceño pero luego su boca se abrió ligeramente como si estuviera tratando de decir algo. Pero no salió nada y parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos por completo. – Quizá les guste más yo a ellos que al revés… Puede que sea mi encanto o mi sonrisa natural, ya sabes – bromeó.
Se mordió el labio, con la broma marcada en su mirada: – No, yo creo que son las orejas. Me gustan tus lóbulos – le acarició el oído con los dedos.
Stewy lanzó una carcajada y susurró que eso era un golpe bajo. Volvió a dar un apretón a su mano.
Maldita sea, maldita sea mi vida.
Pasaron callados diez minutos, hasta que las luces de la ciudad se acercaron más.
– Lo siento.
– ¿Por?
– Toda mi mierda, Livy. Pero encontraremos nuestro camino a través de esto. Juntos, ¿de acuerdo?
Vio sus ojos parpadear hacia ella cuando dijo eso y pensó en lo fácil que hubiera sido besarlo de nuevo ahora. Pero tenían que hablar en serio.
– Eso espero… – respondió ella en un susurro. Los ojos de Stewy se suavizaron, las esquinas de ellos se arrugaron. Nunca lo sabrían realmente si no comenzaban allí.
Existía la posibilidad muy real de que su amor no fuera suficiente para superar una profunda incompatibilidad. Sin embargo…
Lavinia se mordió la comisura de la boca, con fuerza. Stewy volvió a mirarla. Ella notó que él tenía el ceño fruncido. – No permitiré que nada se interponga entre nosotros. Lo juro. – dijo él con terquedad.
Lavinia sintió que se le encogía el estómago.
Su voz vaciló, pero no se permitió dudar.
Debería confiar en este hombre, especialmente considerando cuánto se preocupaba por ella. Se tragó el nudo que tenía en la garganta y le dedicó una débil sonrisa.
– ¿Y si no puede ser?
Una parte de Lavinia se sentía aterrorizada, lo cual era ridículo pero… dado que las dos veces que había confiado en alguien más no le habían provocado más que dolor…
Stewy parpadeó sorprendido por un momento, obviamente procesando su pregunta.
– Seguiremos intentándolo. Pase lo que pase, somos… más fuertes. Eso es lo que quiero, de todos modos. – Su voz sonaba tensa. Luego prosiguió: – Pero no tenemos que decidirlo todo hoy.
Lavinia asintió.
Cerró los ojos y trató de no decirse que sí que seguirían intentándolo, pero tarde o temprano uno de los dos se dará por vencido y entonces…
No, no.
Una mueca tiró de la comisura de sus labios. No se atrevía a mirarlo a los ojos.
Fue como si Stewy leyera sus miedos.
– No soy bueno dándome por vencido, Lavinia. Y ciertamente no me rendiré contigo.
Incluso sin atreverse a mirarlo, podía decir que él creía en esas palabras. Por alguna razón, ella encontró eso reconfortante.
Respiró hondo y trató de dejar de sentir miedo ante la perspectiva de perderlo.
Debe haber otra forma.
No necesitaba levantar la mirada para saber que sus labios rozaron su sien. Se apartó de él y volvió a mirar la ciudad. Podía escuchar su respiración detrás de ella.
El viaje pareció más largo en la negrura silenciosa del helicóptero.
– Stew… No quiero ser la novia que tienes descalza y… en casa. Me encantaría vivir bajo el mismo techo pero… no puedo permitirme tu nivel de vida. No quiero ser una novia trofeo. – dijo finalmente.
No puedo ser tu mantenida.
Su «putita». Ese pensamiento intrusivo tuvo la maldita voz de Roman, mofándose.
Como una profecía autocumplida.
Esperaba que él protestara sus reticencias, pero en cambio, sintió sus dedos entrelazados con los de ella nuevamente.
No respondió por un rato, solo se sentó con los ojos cerrados como si estuviera perdido en sus pensamientos.
Luego los abrió de nuevo y habló en voz baja. Sonaba como si le hubiera costado mucho esfuerzo.
– ¿Ese es el problema, no? Te preocupa que te trate como… ¿una novia trofeo? Livy… – dijo lentamente. – ¿En qué momento te he hecho esto? – musitó más para si mismo que para cualquier otra persona.
El helicóptero estaba virando y casi no lo pudo oír.
– No, por favor – le interrumpió rápidamente –… Solo quiero decir… No es por ti, Stew. Lo sabes. Quiero aportar algo a una relación… Es ya lo bastante difícil bajo mi… experiencia.
– Pero yo solo te necesito a ti. – su pulgar recorrió su palma. – Encontraremos la manera. Ey— Pedirle a tu jefe que te suba el sueldo es un proceso muy parecido a pedirle a un inversor que apueste por ti. Puedo ayudar con eso o sobornar a Ken – bromeó. Dios, eres idiota.
No le gustaba que la situación se hubiera vuelto tan tensa, pero sabía que no había alternativa. Enseguida, Stewy hizo un mohín serio en respuesta al gesto nervioso de ella: – Lo siento. ¿Qué tenías pensado?
Lavinia miró sus pómulos iluminados por la luz del monitor.
– No tengo ni idea.
Su teléfono vibró en su bolso.
Le escribió un mensaje de texto rápido a Roman:
"¿Todo está bien?".
Ninguna respuesta.
Suspiró.
Con otra pareja su preocupación había sido qué pasaría si perdían el trabajo o no podían encontrar donde vivir.
Aquí si quería solo tenía que dejarse llevar.
– No sé que tengo pensado – le repitió pensativa.
Luego Stewy se inclinó más cerca hasta que sus frentes se tocaron.
Era como darse cuenta de que todo lo que alguna vez quisiste, estaba justo ahí, delante de ti.
Te deseo terriblemente. Más de lo que tú supones.
Él exhaló aire.
– ¿Quién estará contando dinero? Yo no. Livy… trae lo que quieras de tu piso. Deja las cosas a tu gusto, compra sushi los jueves, haz ese café pendiente con Kara y escogeremos un par de cuadros raros que te gusten, no me importa, no voy a tener una relación transaccional contigo. Por favor, por favor, tampoco seamos de esas parejas que analizamos demasiado su relación en vez de disfrutarla – pidió.
– Cariño…
Él la evaluó con la mirada, de mejor humor. – Sólo no traigas ese frigorífico tuyo al piso. Pero podríamos buscar una bañera parecida con esas patas tan…, mejor, ¿mm?. Mientras haya un jacuzzi en otra habitación…
– Stewy…
El helicóptero sobrevoló Staten Island después que hubiera pasado cerca de la estátua de la libertad. La ciudad aún estaba cerca, detrás de ellos, su resplandor se desvanecía en el cielo oscurecido hasta que lo único que quedaba visible era el parpadeo de las luces de los puentes que conectaban las islas.
Con toda honestidad, no sabía qué más decir: que estaba nerviosa. Pero el agarre de Stewy se apretó tranquilizadoramente en su mano. Ella le devolvió el gesto con sus propios dedos apretando su mano con más fuerza.
– ¿Qué te parece? Afuera…
– Es maravilloso – dijo Lavinia – Alucinante. Tengo que… reconocer que cuando más me gusta la línea de los rascacielos es al atardecer… ¡desde tu apartamento o cuando atravieso Central Park y se ve desde allí recortándose sobre el cielo violeta! Aún hecho de menos otras ciudades más ya sabes… las calles empedradas y los canales… Pero no habría pensado que llegaría a coger el truquillo a esta.
Stewy movió la cabeza. – Lo sé.
Siguió mirándola con sus ojos castaños y envolviéndola en su cariño.
Volvió a hablar: – ¿Sabes las mañanas que me he despertado antes que ti, mirándote dormir en mi cama y pensando en todas las cosas que quisiera hacer contigo…? Iremos cruzando puentes cuando aparezcan. No hay nada perfecto, Livy.
Su boca dibujó una mueca. – Lo era en mi cabeza… En Grecia – Susurró, su mirada fija en algún lugar a media distancia, evitando mirar sus rasgos.
Lavinia sintió que su mano libre acariciaba suavemente su hombro, como si la calmara, luego se movió hacia arriba para ahuecar su rostro con cuidado, las yemas de sus dedos rozaron la piel sensible en la comisura de su boca.
Inhaló bruscamente, conteniendo el aliento. – Entonces no olvides aferrarte a ese sentimiento.
Sintió el calor de su boca en la frente.
Luego sus labios se movieron hasta la punta de su nariz, sus párpados, demorándose allí el mayor tiempo posible.
Cuando él se apartó, su aliento le hizo cosquillas en la oreja. Y luego la besó suavemente en la mejilla. Sintiéndose extrañamente confiado en el futuro.
Era el tipo de intimidad que te deshace las costuras.
– Eres la única. Lo prometo. ¿La he cagado para siempre? – Volvió a besarla, luego la miró seriamente y le sostuvo la mirada. Lavinia podía ver alguna emoción en sus ojos que no podía descifrar del todo, pero no iba a presionarlo. Si este hombre podía amarla a pesar de que le sería mucho menos complicado no hacerlo… Pero, Dios, Dios, no quería pensar en las implicaciones de esto. Stewy analizó su silencio – Di algo.
– No… no. Es solo… jesús, ¿qué se supone que debo responderte? Te quiero.
Necesitaba síes rotundos…, sus necesidades cubiertas, sus inseguridades borradas… pero para eso ella también tenía que poner de su parte.
No toda la responsabilidad era de Stewy.
En algún momento, sus labios dejaron de dejar rastros de besos en su cuello. Su voz sonaba distante cuando dijo: – Ahora prepárate, nos volvemos a acercar a Nueva York.
Lavinia abrió los ojos. El rostro de Stewy estaba a centímetros del suyo. Apenas podían verse a través de la oscuridad.
Se mordió el labio: – Stewy… creo que lo sé, pero necesito que lo digas. ¿Qué esperas de nosotros? ¿Cuál es tu plan? Sí, vivir juntos. Pero me refiero…
Estamos empezando y quieres dar el único paso que parece que estarás nunca dispuesto a dar y…
Él tiró la cabeza hacia atrás, protestando, su mano fregándose el rostro: – Tú y yo, no hay otro plan.
– Stew…
– Estaremos bien. Mierda, Liv, estoy contigo porque tienes algo que me encanta y te amo por eso. Juntos exploraremos lo que venga. Necesito que veas que es real aunque siga siendo un idiota en muchas cosas.
– No digas eso… – se quejó.
– Quizás lo disimule bien pero yo… el solo pensamiento de alguien tocándote… Da igual, somos adultos podemos navegar a través de eso, ¿okay?
Lavinia tragó con dificultad. Porque… mierda… – El daño que nos estamos haciendo, Stew… yo… no creo que sea nada bueno.
Él hizo un rictus sin un ápice de sonrisa:
– No te lo tomes a mal, Livy, pero si crees que me hace alguna ilusión tener la cabeza hecha una mierda… Uno nunca quiere enamorarse así. Joder, yo menos que nadie.
Lavinia cogió aire.
Ahora sí los latidos de su corazón en su garganta y en su vientre.
– Últimamente en esta ciudad me siento como uno de esos insectos que va acabar aplastado contra el vidrio de uno de los rascacielos y esto… yo no…
La interrumpió: – No tienes ningún motivo.
– Pero es cierto…
– Livy…
– Yo solo… Dímelo… – se cogió con una mano al cinturón.
No supo exactamente a qué se refería, pero prometió:
– Te quiero.
Dicen que es mejor haber amado y perdido, que nunca haber amado en absoluto.
Eso podría ser un montón de mierda.
– No, – cerró los ojos – da igual. Me encuentro fatal la verdad… ¿podemos volver?
– Claro, sí, sí…
Contuvo el aliento.
Ella se inclinó hacia él, mareada.
Él vaciló por un momento antes de tomar su rostro entre sus manos. Sus labios encontraron en un beso. Lavinia cerró los ojos con insatisfacción y sus dedos se hundieron en su cabello.
Cuando se separaron de nuevo, ella susurró: – Lo siento.
Sintió que destruirían lo especial de lo que tenían si no lo paraba.
Él la miró extrañado, sorprendido. – ¿Por qué? ¿Qué quieres decir?
– No puedo hacer esto.
– ¿No?
– ¡No!
Batalló internamente.
Lavinia, mierda.
– Nena, solo dime qué quieres y lo haremos. Lo haremos.
Ahí iba la parte de la negociación. De él y sus miedos, su cobardía, su torpeza…
Se quedó mirando las luces de abajo y la oscuridad del cielo.
– ¿Por qué el helicóptero? – preguntó inesperadamente.
– ¿Por qué no? Mira allí, Nueva York… nuestro mundo, Lavinia. Tu casa. Nuestra casa por el resto de nuestra vida o hasta que nos cansemos. Y podemos verla desde el maldito cielo. Déjanos vivir esto.
Poco después recibió la contesta de Roman.
– Matsson se reunirá con mi padre. Lo hice…, que les jodan, Vinnie. ¿Dónde demonios estás?
El helicóptero descendió.
Tenía una llamada de Comfrey.
Mierda.
– ¿Qué pasa?
– ¿Tienes el teléfono de Samuel Stein del New York magazine?
– No. Está en mi agenda.
Oh, Dios, se dio cuenta que había dejado en algún momento la libreta sobre alguna superficie detrás del escenario ayer por la noche.
¿Había alguna posibilidad que aún siguiera allí?
Notó la mano de Stewy en su rodilla. – Livy…
– Tengo que volver… ¿Te importaría esperarme para llevarme a casa? Lo siento yo…
Él asintió. – No, claro…
Todavía estoy aquí. Contigo, nena.
Stewy la miró resignado durante un momento.
No encontrarle cuando lo había buscado con Comfrey y luego el maldito Matsson acechando alrededor de Lavinia le había impulsado a decirse que bastaría con mandarle un mensaje al final de la noche.
Ya no importaba, simplemente no lo hacía.
Pero…
– Livy…
– ¿Sí?
– Creo que tendría que hacer algo para localizar a Ken… felicitarle. Puede que tengamos una conversación pendiente.
Asintió, humedeciéndose el labio. – Sí, entiendo. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
– Solo 50 minutos.
Aterrizaron de nuevo en la pista cerca del río. Lavinia se sintió un poco extraña.
Al final se trataba en si eran lo suficientemente valientes o no.
Podría haber sido un instante fantástico pero de momento sería otro recuerdo agridulce. Quizás con el tiempo…
Stewy la miró.
Se había cruzado de brazos y eso le hizo sentir preocupado.
Alguien abrió la puerta del helicóptero y Stewy bajó. Luego la ayudó a ella.
Estaba pálida incluso bajo las luces de las farolas.
– ¿Tienes hambre?
– No, vayamos, volvamos a la fiesta antes de que sea tarde. Luego quiero ir a casa.
Lavinia tenía que ver claro.
Se dijo que él podía contribuir despejando el ambiente del todo.
Esa jodida familia…
– ¿Qué andas tramando? ¿Qué pasa? ¿Estás con Matsson?
Roman encaró a Shiv, burlándose de ella por el baile. – ¿Estás bien? Me han comentado que habías sufrido una especie de ataque.
– Estaba bailando.
– Pues se ve que parecía un grito desesperado. La danza del hada del amargor – se rió.
– Qué te follen.
– En serio…
– Te hablo en serio, lo hablaré con papá y él sabrá si te quiere informar, a veces le gusta informarte.
Y entonces:
– La cuestión es que Lukas y yo tenemos un trato y no sé qué pintas en medio.
Después se metió con ella por no estar feliz que Tom se librara de la cárcel: – Quizás pensaste que papá también iría, hasta yo y como Kendall está… – la acusó – Pensaste noche de chicas y que pondrían tu canción pero te equivocaste, todos los tíos se han juntado en el club de hombres y han decidido "Cariño todo está bien" o sea que…
Se estaba comportando como un imbécil.
Solo faltaba que se sumara Kendall.
Y no tardó en irrumpir.
– Sois unos falsos de mierda. Habéis venido aquí a joderme a mis espaldas, sois unos monstruos y dais asco. ¿Podemos sacarlos de aquí?
Por eso, la cosa acabó mal.
– No has venido aquí para verme, ¿verdad Shiv?
– Bueno, no nos hemos llevado muy bien últimamente, ¿así que tú que crees, te sorprende?
– GoJo fue idea mía. Me robó mi idea.
– ¿Qué tienes seis años?
– ¿Te gusta espiar Shiv a mi hija, a tu sobrina?
Había un pequeño descalabro en la zona VIP cuando Stewy y Lavinia entraron cogidos de la mano.
Pero tardaron unos segundos en encontrar la fuente de los problemas.
Kendall estaba allí discutiendo con sus hermanos. – Lo sabes, ¿no? No eres una persona real.
Roman lo empujó.
Todo pareció ralentizarse por un momento, incluso los gestos en las caras.
Fue cuando Stewy intervino.
– ¿Estás mal de la cabeza?
– Oh, joder. El que faltaba. Nuestro caballero de armadura plateada favorito.
Naomi ayudó a Kendall a ponerse de pie de inmediato pero parecía más un espectro que una persona viva.
Stewy se giró preocupado. – Ken, ¿estás bien? – le puso la mano en el hombro. Alzó la vista hacia uno de los empleados. – Tú. ¿Puedes… Gracias.
Resultó ser Sasha, el camarero que había hecho amistad con Lavinia en la casa del árbol.
– ¿Eh, vosotros? – llamó la atención a los curiosos – Circulad. Aquí no ha pasado nada. Cero. Nien.
El chico le guiñó un ojo a Lavinia antes de hacer una cara de sorpresa exagerada para imitar la piña de gente.
Stewy detuvo a Ken con una mano firme en su brazo. Que rechazó su gesto como un resorte – Espera. Feliz cumpleaños, hombre.
Pero después de todo Kendall estaba en algún tipo de trance.
Miró a Stewy después de un largo segundo, y de que éste apartara la mano. – Vete a la mierda. ¿Has venido a joderme?
Stewy le estudió. – No – dijo seco.
Sabía que habría dicho en otra circunstancia.
¿Joderte, Ken?
Pero no estaba en condiciones de arriesgar más esto que tenía con Lavinia.
– ¿Entonces? Te has dignado a venir. Recibí una llamada de Jess sobre el helicóptero, ¿sabes? Que te den – dijo con una mirada inexpresiva.
Stewy mantuvo la calma.
– Te he buscado. No estabas aquí, tío – explicó. – Honestamente sentía curiosidad por esta mierda.
Kendall se rió sin muchas ganas.
No. No conocemos a la gente.
– ¡Te has llevado al maldito Marcuse y al helicóptero! Para seguir engatusando a Lavinia de todas las cosas. ¿Qué mosca te ha picado?
– Solo disfrutando de la noche… Los grandes 40, colega. Vamos… Te invitamos a una copa.
– ¿Tú y quién más? Solo vete de aquí, ¿de acuerdo? Vete a la mierda. Stewy... ¡Ah! Hazme el favor y no folléis en el jodido lavabo. Es asqueroso que te folles a la hija de mi prima, al menos no lo hagas en mi puta fiesta…
Stewy frunció el ceño con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón.
Luchó un momento consigo mismo pero ya no importaba.
– Colega…
– Ni siquiera te dignaste a responder a mi invitación de cumpleaños... ¿o viniste aquí por Matsson también?
Stewy arrugó más el gesto.
Notó a Lavinia suspirar con frustración detrás suyo.
Livy. Testigo en primera fila de todo el intercambio entre ambos.
Ken siempre había actuado raro con esta relación con su prima, pero a ella no le gustaba que metiera a su madre. De algún modo sentía que eso la infantilizaba.
Stewy insistió: – Ken…
– No me jodas, Judas, no te quiero aquí, ¿de acuerdo, Sr. Jodido estoy por encima de todo esto?
– Ken…, escúchame. Solo escúchame un segundo, te pido... – empezó a decir Stewy, tan serio…
– ¡Y yo que te vayas a tomar por el culo! Falso de mierda.
– Vete al diablo...
– Kendall… – Lavinia quiso decir algo.
– Hombre, prima Vinnie… ¿Crees que le importas? Me das un poco de pena. Él nunca va a… No es esa imitación pálida de Boy Scout que se esfuerza en pintarte. ¡Ah! Y estás despedida.
La voz de Roman se coló por detrás.
– Ya verás tú que problema. Estás contratada, Vinnie.
– No puedes hacer eso – le recordó Kendall. Su voz plana.
– Puedo hacer lo que me plazca porque ahora soy el hijo favorito de papá.
– Tú eres tonto… – le rebufó Shiv.
Naomi intentó llamar la atención de su novio al que estaba sujetando por los hombros. – Ey… vamos.
– Chicos, por favor – Connor aún intentaba poner paz entre sus hermanos.
Lavinia se pasó la mano por la cara.
La ancha palma de Stewy extendida en su cintura de nuevo su único punto de equilibrio.
– Da igual. Despídeme.
– Hecho.
– Hecho.
Stewy movió la cabeza, mirando de reojo a Lavinia.
– Déjalo, ya, ¿vale?, Ken…
– Mira quién vino a hablar. Stewy, el Maravilloso. Vi, tía... Si supieras a qué puto vampiro metes en la cama, no volverías a dormir jamás. ¿Te has enamorado de él? Es inútil. Es todo mentira.
Lavinia se mordió el labio.
– Oh, vamos – protestó.
– Ken… por favor.
Stewy abrió las manos hacia arriba. Su voz era baja, como si estuviera tratando de evitar atraer una atención no deseada.
Por ejemplo, no necesitaba que Roman metiera más cucharada.
– ¿No crees que he vuelto a esta fiesta por otra razón que no sea verte llegar a la mediana edad rodeado de imbéciles, colega? ¿Has visto esta mierda?
Ya no estaba siendo sutil acerca de su disgusto por la situación.
¿De verdad sigues pensando que tu sufrimiento es una calle de un solo sentido? ¡No lo es! Es exactamente lo jodido contrario.
Ahora mismo estás rodeado de gente a quien le importa.
– Eres un mal amigo. Y vosotros unos hermanos de mierda – bufó Ken quieto.
Todo el mundo se había acabado girando para mirar lo que pasaba.
Vio a Naomi tirar de Kendall con fuerza para sacarlo de allí cuando se encaró a Connor a continuación.
Willa también intervino.
Menudo pifostio.
Lavinia se sintió como si hubiera tenido una experiencia extrasensorial y hubiera visto la escena fuera de su cuerpo.
– Y tú… Quítate el abrigo, quítate el puto abrigo…
– Basta ya...
Su primo no sentía lo que estaba diciendo, estaba como ido.
Como un zombi.
Probablemente solo había buscado una reacción en sus hermanos.
Stewy no dijo nada hasta un momento después, estaba muy concentrado en un punto fijo a quilómetros de allí.
Ya le había visto así en el avión de vuelta de Paxos.
Luego se giró, volviéndose despacio hacia ella, con la lengua en las muelas. – Larguémonos de este sitio, por favor.
Pero no llegaron muy lejos.
Se vio a si misma sentándose en un sofá en la sala principal una vez que había conseguido recuperar su agenda.
Aunque le quedaba claro que Kendall acababa de despedirla.
"No contéis con el teléfono del tío del New York Magazine. Kendall me ha despedido. No lo encuentro en la libreta y la verdad… no voy a buscarlo. Lo siento".
Comfrey le contestó de inmediato: "Tía, no. No puede despedirte. Berry y yo no podemos con todo. Cuando se le pase… ya sabes, verás que rectifica".
"No. Fue un error aceptar el trabajo de todos modos. Además, por mucho que me moleste decirlo y que él… bueno, sí, eso ha sido un ataque de pánico, en el fondo tiene razón".
Puso una mano en la barba de Stewy a su lado, que seguía pensativo.
– ¿Mejor? – preguntó.
– No.
Ella se pasó la mano por la cara. No le parecía buena idea no preguntar pero sabía que en eso él a veces era mejor dejarlo solo.
Una vocecita interior cruel pareció encontrar placer en el dolor de tener razón. ¿Te das cuenta?
En realidad no, no has visto lo que le había afectado hasta este instante.
– Lo siento – ofreció.
Él alzó la vista hacia su rostro.
– ¿Qué quieres decir?
– Sé que te preocupa y que te ha dolido lo que ha dicho.
Stewy negó con la cabeza como intentando contenerse. – No, es solo que…
– Querer a las personas que nos han importado es humano – sugirió, terca.
– Lo sé, pero no es eso. Es que…, a ver, Livy…
– Dime…
– Tiene jodida razón. Soy un vampiro, en los negocios por supuesto, pero también… en esto. No disfruto de hacerte daño. Pero es que me ciego. Con mi egoísmo y con el dinero y con las ganas. Joder, Liv, no puedo quererte más. ¡Si muero, quiero que me entierren a tus pies... hostia! Pero no me hago ilusión alguna de sobre qué puedo ofrecerte… y sé que quizás no es todo lo que necesitas. ¿Qué quieres que te diga, nena? Otro te diría que te deja libre para que encuentres quien lo haga… pero yo soy un jodido cobarde.
Cogió aire. – Stewy… en serio, eres… un alma hermosa, más allá de tu trabajo. Para mí. Eres una buena persona, una de fuerte. Ojalá... Tal vez no hay forma de que logremos encontrarnos en… medio del camino sin que cause resentimiento al otro, pero…
– Liv…
Su mano se movió a su cintura, su boca desencajada. Dejó escapar un pequeño suspiro y cerró los ojos. Su toque hizo que se le pusiera la piel de gallina en la espalda.
Ella no dijo nada.
Stewy le susurró con tono de disculpa: – A veces te miro y sé que entiendes todas mis tonterías y… me digo "más vale que vayas tras ella porque es de las buenas". Pero luego me doy cuenta que, afrontémoslo, no te merezco. Lavinia, mis gustos en cuestión de horizontes son muy distintos. No sé si voy a poder darte todo lo que quieres, pero quiero intentar acercarme lo que pueda.
«Todos los días de mi vida», reflexionó.
– Dios, Stewy…
Stewy inclinó la cabeza y le besó los dedos.
Las fantasias, Vinnie… Esas que sabes que tendrás que mantener a raya como precio por quererlo…
Pero había más.
Desde la discusión con Ken, parecía estar atrapado en su cabeza.
– ¿Qué crees que le pasa… a mi primo?
– No lo sé. Pero sea lo que sea siempre tiene que ver con Logan.
Ella cogió aire.
– Necesito saberlo, Stewy. ¿Qué te ha molestado más… ¿que sea verdad o que Ken…
– Déjalo, Livy, por favor.
Lavinia se sintió cansada. – Bien, yo…
Puso la mano en su muñeca.
– No, joder. Es difícil de explicar. No quiero que pienses... Nuestra jodida amistad es lo que es. Él era parte integral del idiota que fui una vez. – Él chasqueó la lengua y ella apoyó la cabeza en su hombro. – Te amo – dijo en voz baja. Liv sintió la tensión en su cuerpo. Estaba luchando por ocultar algo y ella quería llegar hasta él. – Te amo, Liv. Desde la primera vez que te vi. Me importas y lo harás para siempre. Esa parece ser mi parte del trato con esta familia – fue sarcástico.
– Cariño…
Stewy levantó la cabeza y la besó en la frente. – ¿No volverás a irte, verdad?
Pero Lavinia no tenía una respuesta.
Ella suspiró. – Stewy tú y yo tenemos algo muy especial pero no sé si puedo continuar. Me gustaría tener valor para quedarme a tu lado, pero me da miedo, Stew. Me da miedo que todo se estropee aún más…
¿Qué estás diciendo?
Lavinia se gritó a sí misma, interiormente, que no quería despedirse nunca.
Es lo mejor.
Esto va a hacerte daño.
Si no hacemos algo pronto me volveré loca, hay ese ruido sordo en mi cabeza todo el rato.
He olvidado lo que es levantarse descansada por las mañanas.
Lo miró a los ojos y por un momento sintió que algo se rompía en su pecho.
– ¿Le quieres?
– No de esa forma. La última vez que dolió fue… hace tiempo.
Ella hizo una mueca.
Stewy la miró durante un momento.
Maldita sea, Livy.
Entonces protestó: – No me hagas esto…
El monstruo verde siempre ganaba.
Sin darse cuenta, a Lavinia se le habían llenado los ojos de lágrimas. Su visión era borrosa.
Tenía que salir de allí.
– Es lo mejor – dijo, contrariada.
Agobiada, cogió el bolso, y trató de esquivar a las personas que aún había en la fiesta.
– Livy… – él la llamó plantado delante del sofá – Espera.
– Necesito aire.
Se encontraron en la acera de pie, mientras empezaba a llover, la gente se refugió en la puerta o pidió un taxi a la carrerilla.
Pero Lavinia no se movió pese a estarse mojando.
Stewy se quedó a pocos pasos de ella. – Ven, vamos, voy a llamar a Diego.
– No.
– ¿No?
Se sintió ridícula, casi una parodia de sí misma.
– Antes quiero que estemos seguros.
– Vale, pero ven.
– Es que…
– Nos vamos a mojar.
– No vengas. Voy a coger un taxi…
Él la ignoró, fue hacia Lavinia y la envolvió en los brazos.
– ¿Qué puedo hacer si no?
Fue sincera pese a que eso no tenía sentido. – No lo sé.
El agua había empezado a empaparles.
– Vámonos a casa.
– No Stewy… yo…
Puso sus labios sobre su boca y empezó a besarla sin notar más la lluvia o el aire cálido.
– Cariño…
En un momento separaron sus labios, pero él la tomó de la mejilla y la volvió a besar, esta vez con más énfasis.
Lavinia tenía el corazón encogido, los ojos empañados.
La limusina que conducía Diego aparcó cerca de ellos.
De repente Stewy comprendió que si no hacía nada, ella se iba. Incluso por un par de días más sería una eternidad.
– No quiero renunciar a ti, Livy. ¿Me escuchas?
– Stew…
En ese momento sus ojos eran infinitos…, y la besó tan fuerte que cuando apretó firmemente la boca contra la suya sus dientes chocaron. Lavinia no protestó.
Se quedó sin aire mientras la besaba con todas sus fuerzas.
Con un poco de suerte ella tampoco le dolería durante toda la vida, aunque no había manera de anticipar cuánto tiempo pasaría antes.
El mundo no se iba a dejar de girar sólo porque le hubieran roto el corazón. No se había salido antes de su eje, ¿o sí?
El amor se tuerce. Pasa a diario...
Stewy la llevó contra la puerta del coche, deslizó una pierna entre las suyas y le rozó con la rodilla.
Siguió con su mano en la cintura y Lavinia se apretó contra él.
– Quiero quedarme contigo, – le dijo mientras continuaba besándola. – ¿No lo ves?
Desplazando la mano hacia abajo, su mano encontró su cadera. Ajustando la posición de su rodilla, puso más presión en ella de forma sensual mientras la retenía contra la puerta.
Lavinia exhaló aire.
El peso de su pierna contra ella despertó su deseo. No podía creer que estaba actuando de esa manera.
Aunque lloviznaba había otras personas en la calle.
Dios, Diego, qué vergüenza…
– ¿Y si te aburres de mis miedos? – susurró a Stewy en sus labios.
– Eso es imposible.
Tomando su rostro entre sus manos, Stewy volvió a pegar sus labios a los de ella, esta vez más despacio, con picos cortos, igual de exigentes. – Me escuchas, imposible…
Frustrada, teniendo que controlarse, Lavinia enterró el rostro en su cuello.
Él hizo un esfuerzo por recuperar el ritmo de su respiración.
Podría jurar que sintió al animal moverse dentro de él, tratando de salir, pero Stewy había tomado su decisión al respecto antes de venir.
Cuando se recompusieron, dio un paso atrás, pero sus manos siguieron sujetándola por los brazos.
– Te diría que siguiéramos pero no quiero que pienses que es lo único que tengo para ti. – sonrió casi dolido – Una sucesión de calentones, una polla admisible – La follaría siempre, para siempre...
– Dios, Stewy… no seas animal.
– Mierda, quisiera hacerte el amor hasta borrar el límite entre los dos, pero eso no es todo, ni siquiera una pequeña parte de lo que quiero de ti.
Hubo una pausa.
– Stew—
– Solo es que no conseguirás que no me importe estar sin ti, joder. ¿Me escuchas Liv?
Lo que habían compartido había sido demasiado bueno como para dejarla marchar por el miedo a que se estropeara.
¡No era posible que Livy quisiera que lo que compartían se acabara!
Cerró los ojos y la apretó con fuerza contra su pecho.
– Fui muy claro contigo desde el principio. Que te quiero para siempre. Es solo que no me van las convenciones. Pero no me opongo a replantearme… un montón de cosas… ¿me escuchas?
– Stewy no… No, no puedo.
Le invadió una honda emoción que no sabía cómo catalogar. Solo sabía que la mujer que quería le estaba diciendo que no.
– ¿Qué es lo que no puedes? Si no quieres ni decir en qué he fallado. ¿Por qué me lo estás poniendo tan difícil?
Lavinia hizo de tripas corazón y controló las ganas de llorar. Se soltó de sus brazos.
Lo único que le faltaba era echarse a llorar para terminar de arreglar la noche. – Me tengo que ir.
Sorteó el resto de las personas, girándose, y siguió caminando por la avenida pese a que escuchó llamarla. Contuvo un sollozo y caminó rápido.
Cuando estaba en el interior de un Uber, llorando, recibió un mensaje en su móvil, que no quiso leer hasta estar en casa abrazada a Toffee en el sofá. Era Stewy. "Soy un gilipollas pero te esperaré".
"No lo hagas".
El ya no tan pequeño gato naranja se quejó un poco para que lo soltara y saltó al respaldo del sofá después de acariciarle en el lomo.
Fue entonces cuando estalló en un llanto desesperado e histérico que, aunque intentó retener entre las manos, no cesó durante un rato.
Es como si de repente te amputaran un brazo, tienes que aprender a hacerlo todo con el otro.
Esta mañana había tenido los ojos hinchados como una plañidera después de pasarse otra noche llorando.
Pero había logrado salir de casa, mínimamente maquillada y decidida a cumplir con la palabra que le había dado a su abuelo.
Iba a ayudarle a poner las cosas en orden con ese apartamento.
Sentada en una de las cajas del apartamento de Ewan Roy en Nueva York, mirando todos esos paquetes y mientras Greg pedía pizza por Uber Eats, pensó en lo que daría ahora por coger un avión o un tren y desaparecer.
Pero no sabía qué hacer, ni adónde ir.
Miró al móvil y se dio cuenta que había recibido un mensaje de un número que no conocía.
Era un enlace de una oferta de trabajo en una frutería.
¡Ha!
Suspiró.
"Qué gracioso que eres, Ro"
"¿No buscas trabajo?"
"Capto la broma, ¿sabes? Pero no estoy de humor. De hecho quiero hablar con Ken, como adultos. Así que no cantes victoria aún"
"¿Vas a ir a la empresa mañana?"
"Pugh insiste pero… no. Podéis informarle a él de los detalles en los que mi abuelo está interesado".
"¿Pugh?"
"El abogado de mi abuelo. ¿Qué te pasa?"
"Solo tenía curiosidad. Vinnie…"
"¿Sí?
No volvió a contestar en un rato.
No estaba de humor.
Apenas habían pasado unos días del cumpleaños de Kendall y no se sentía bien en absoluto.
Mentalmente, estaba hecha un desastre. Físicamente, tan embotada como después de una enorme resaca.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida?, se reprendió a sí misma. Podían estar planificando la entrada al piso del boceto… No tenía que haberse negado a su proposición.
Así habría podido pasar más tiempo con él.
¿Cuánto tiempo más? ¿Un mes? ¿Tres? Y, luego, ¿qué?
Al final hubiera ocurrido lo inevitable porque Stewy quería algo con ella pero… …sin implicaciones. No realmente.
Su cabeza era un campo de batalla.
Estaba sobrepasada por sus propias decisiones. Tenía que alejarse… para recuperar un poco de juicio.
Se sentó al lado de su hermano que ahora metía con problemas unas copas de cristal delicado en una caja.
Lavinia apartó la mirada con una mueca angustiada antes de morderse el labio. Contuvo el impulso de pedirle que fuera con cuidado.
Tenía ganas de llorar.
Pero solo se iba a permitir hacerlo en casa, a solas.
Era una adulta, y había tomado sus propias decisiones.
– Es injusto.
– ¿El qué?
– Este piso. Podríamos haber vivido aquí todo este tiempo.
– Eso es cierto.
Greg se quedó un momento callado.
– ¿Qué ha pasado con Stewy?
– No quiero hablar de ello.
Una notificación. Otro mensaje.
"¿Qué planes tienes este fin de semana?"
"Canadá".
"¿Sí?"
Su móvil sonó a continuación.
Pugh.
– Lavinia, qué alegría encontrarte…
Ella cogió aire.
– No entiendo porque mi abuelo no viene él mismo si tan interesado está…
– Bueno, tú tienes sus poderes y como vas a llevar esas cajas al rancho.
– Ya he hablado con Finnigan. Voy a enviarlos por una compañía de mensajería y volar con un par de maletas con las… cosas de más valor. Lo siento, Roger, pero no puedo hacer 12 horas de coche. No estoy… estoy muy cansada para eso.
El hombre se quedó un momento callado. – ¿No tengo que decirle a tu abuelo que estás enferma, no?
– No, claro que no. Solo no en condiciones de conducir todas esas horas sin parar.
La separación de Stewy la hacía sentir enferma.
No estaba orgullosa de haberse pasado esos días encerrada en su piso.
Hubo un pequeño silencio por parte de Roger Pugh.
– Vale. La verdad es que tu abuelo pensó que era una posibilidad… Te mando el billete esta tarde.
Frunció el ceño. – ¿De avión?
– Sí.
Parpadeó.
– ¿En serio?
– Ewan está contento de la visita aunque no me creas, Lavinia.
– Vale. Eso está bien – reconoció todavía un poco sorprendida.
– Pero hay una cosa – dijo el hombre.
– ¿Sí?
Se encontró con Roman en un bar en la Gran Manzana.
– Gracias – murmuró.
Él sonrió. – Nada. Yo te doy todos los detalles y le cuentas al plasta del tío Ewan.
Suspiró.
– ¿Por cierto que le ha pasado a tu viejo número de teléfono?
Rodó los ojos. – No es de tu interés.
– Ya, supongo que puedes tener 500.
Roman hizo una mueca.
– ¿Sabes a quien le haces tilín?
Lavinia pareció despistada, cansada. – No sé que me cuentas…
– Sí lo sabes. ¿Vas a venir a Italia?
Le estudió.
– Con un día de retraso. Mañana por la mañana vuelo al Quebec y después volaré a Milán. Me ha costado un ojo de la cara por cierto.
– ¿En avión comercial?
– Sí. ¿Vas a proponer que me desinfecten? Te comportaste como un gilipollas en la fiesta de Ken – apretó los labios.
– Bien que has quedado conmigo…
Suspiró.
– Tabitha está en California y tenía que salir de casa. A un lugar sin Greg… por unas horas – rezongó.
Roman, que estaba de un extraño buen humor, puso los ojos en blanco. – Ya veo.
Se quedó mirando la puerta distraída.
Su agotamiento era dolorosamente obvio.
– O sea que Tabs tiene razón…
Le miró: – ¿Has hablado con Tabitha?
– Sí, me pidió que te vigilara. Es de la opinión que el luto por el jodido Stewy va a pillarte duro. Pst. ¿Habéis roto o no? Tenías que haber visto vuestras caras en esa fiesta.
Se sintió mal. – Oh, gracias…
– Eso es un sí. Va, se sincera contigo misma, a estas horas, Hosseini se ha tirado a media ciudad y se ha esnifado en coca el peso de la otra media.
– No quiero saberlo – masculló.
Pensó que afuera hacía una noche maravillosa contemplando la esfera luminosa del reloj que había en el bar.
Eran casi las doce. A esta hora otro día habría estado dormida entre sus brazos. Sus brazos, su cuerpo, su calor, su voz… su voz.
¿Qué estaría haciendo Stewy…?
Esta vez no podía llamarle.
Decirle adiós, buscar algun tipo de cierre parecía superfluo.
Ya había sido un adiós.
– Me voy a casa. Directa – anunció a su primo. – Te digo algo… sobre cuando voy a llegar… a Italia.
– Ok.
En casa esa noche se puso un pijama como una autómata, y después de batallar con el sueño, cerró ojos en la posición en la que habría dormido en los brazos de Stewy hasta que logró que sus pensamientos empezaran a divagar como lo hacen cuando por fin te duermes.
Hubo varias imágenes y sonidos que no recordaría y luego llegó hasta ella otro sonido, profundo, càlido y vibrante como su voz.
Lavinia se plantó bajo el sol radiante de esa mañana de septiembre en Canadá, admirando el impresionante paisaje de la zona. A su alrededor, las nuevas habitantes del rancho, unas ovejas que su abuelo había incluído en las últimas semanas en un campo con un riachuelo que serpenteaba hacia el horizonte.
Había sido una urbanita un poco idiota al no valorar realmente esto la última vez.
No pudo evitar pensar en como se había reencontrado con Stewy justamente aquí una vez. Había sido fabuloso.
¿Por qué no podía bastar?
Estaba decidida a estar ocupada cada momento del día. Tenía cosas que hacer.
Hablarle a su abuelo de la propuesta de Tabitha sobre el viñedo, la bodega.
No tenía que ser muy grande.
Tony les echaría una mano.
Vendría más a menudo que una vez al trimestre. "Si él estuviera aquí conmigo, y pudiéramos haber vuelto para demostarle al abuelo que se equivocaba… Ni siquiera le pediste consejo…".
Le imaginó hablándole al oído, abrazándola, mientras bromeaba.
Lo había echado de menos en Nueva York, esos días después del cumpleaños de Kendall que se había limitado a existir en su pequeño piso, Toffee cerca de ella en el sofá o en la cama, dejándose hacer carantoñas como si supiera que debía tener un poco de paciencia con su humana caótica, insegura.
Dios... Lo echaba demasiado de menos.
Pero era su culpa. Por eso, era necesario que lo aceptara, que dejara de atormentarse con esos pensamientos.
Siguió un par de horas parada contemplando la naturaleza maravillosa de este lugar. Luego, caminó.
Era importante tener el cuerpo ocupado, así la mente no tendría energía para funcionar.
Había nacido cerca de aquí.
Pero no sentía que hubiera llegado a un hogar.
¿Y en Nueva York sí que te sientes en casa?
No tenía ningún sentido.
Era doloroso tener que ahogar el cariño inmenso que había hechado raíces en su pecho. Tener que tragárselo en este momento sin inmutarse ni mover un solo músculo.
Le alimentaba la esperanza de que ella recapacitara y le atosigaba el pensar que la había perdido y de que anoche él mismo se había encargado de estropearlo sin remedio.
Seguía siendo difícil para Stewy reaccionar.
Porque la noche del cumpleaños de Kendall fue como si hubiera recibido una hostia con la mano abierta.
Había estado enamorado de Lavinia durante meses.
Lo seguía estando.
Obsesionado con sus labios, sus curvas. Su voz, su sonrisa.
Tuvo la certeza que aunque consiguiera que Lavinia volviera a él no lo perdonaría.
Habían quemado los cartuchos muy rápido y ahora…
Intentó permanecer frío, en calma, casi indiferente, en Waystar esa mañana con Sandi.
Incluso cuando Logan pidió verles antes del consejo en su despacho.
– Bien, nos corremos todos del gusto – fue irónico – ¿Qué es esto?
Roman se lo aclaró. – Es que ahora mismo estamos en conversaciones para adquirir GoJo.
Hizo como que no tenía ni idea. – Caray… ¿muy avanzadas?
– No…
– O sea que mogollón de avanzadas.
Una puñetera emboscada lo negase Logan o no.
Mantuvo sus manos en los bolsillos. – No, ya, claro. Si te tiras sobre alguien por la calle en mitad de la cabeza y le gritas "no es una emboscada", es una emboscada igual.
Lo peor era que en condiciones normales la idea de GoJo transformando la vieja empresa del demonio le hubiera gustado.
Sí, quizás se sintió como cagando en un museo durante la junta.
La puta vista de Logan Roy clavada en ellos.
Pero tenía peores problemas.
Había hecho algo muy estúpido la pasada noche.
Muy muy estúpido.
Había tenido sexo con... ni siquiera sabía su nombre... para olvidar a Lavinia. Para soltar frustración.
Era una desconocida que había visto alguna vez en un show en los que participaba Zahra.
Le pidió si llevaba algo de coca encima.
Había sido algo desordenado, alimentado por las drogas, una puesta en escena sépia, inconexa, incluído el que ella le pidiera que se la metiera por todos lados antes de que terminara la noche y le jurara que le gustaban los juegos bruscos, pero... él encontrara irremisiblemente inconveniente el hecho de que la desconocida era demasiado ruidosa, su piel era demasiado caliente y su cuerpo anguloso en los lugares completamente equivocados.
Necesitaba más que un poco de mierda. Una distracción. Algo. Cualquier cosa menos pensar en Lavinia. Así que se había tirado a esa modelo. Tan rápido y duro como era posible, sin ninguno de los sentimientos habituales ni siquiera de lujuria. Sin pensamientos reales sobre ella o por qué sentía que no podía respirar.
La mujer le llamaba tú y cariño. Pero no fue eso el por qué se sintió enfermo consigo mismo. Su corazón latía contra el interior de su pecho. Todo lo que hacía con ella en esa habitación le provocaba náuseas, mareos y mareos. Ni siquiera estaba seguro de cómo habían llegado aquí. Estaba sudando. Podía sentir el calor acumulándose debajo de su piel.
Su pene latía dolorosamente. No era lo mismo. Ya no. Pero tal vez... tal vez eso era exactamente lo que necesitaba. Tal vez si seguía teniendo sexo con ella y empujándola y haciéndola esperar por él... si seguía siendo tan malo con ella como ella le pedía entre gemidos, si la alejaba... tal vez superaría a Lavinia. Eso es lo que pensó.
Ella debió haber entendido cómo se sentía porque lo sacó directamente de sus pantalones y lo empujó hacia abajo sobre el colchón de esa habitación del apartamento al que lo había llevado y lo besó.
Su boca sabía a alcohol, tabaco y sexo y sus manos estaban en todas partes a la vez, pero a él no le importaba. Esto fue suficiente. Al principio ella lo tocó de la manera correcta. La forma en que quería ser tocado. Sus pechos eran pequeños, casi planos y empezó a follarle antes de que ninguno de los dos se quitara la camisa.
Sin embargo, después de tres embestidas ya no lo tocaba como hasta ese momento. En lugar de manosearlo bruscamente, le puso la mano suavemente en el hombro y le pasó los dedos por el pelo. Sus uñas estaban pintadas de negro.
La habitación le dio vueltas.
Aunque no quería parar. Quería seguir. Su polla se retorció violentamente. Si se detuviera, todo desaparecería en un instante. E incluso si continuaba, tal vez nunca lo encontraría de nuevo. Las excusas que se había contado para llegar a este punto durante la noche. El negar esa voz que le dijo que era exactamente esto lo que hacía cada vez que no había funcionado con Kendall en el pasado. Joder incluso en la recepción de su boda con ese tipo al que habían pagado para hacer las fotos. Así que continuó. Y luego se apartó de ella, jadeando y jadeando. La mujer… la modelo… ¿Tina? ¿Anne? no hizo ningún movimiento para parar. Chupó y besó el piercing apartando la camisa mientras tanteaba su pecho. Stewy pudo decirle que se detuviera, pero no sería suficiente para hacer que esta noche no tuviera ganas de vomitarse a si mismo.
La necesidad de liberación ya estaba tomando el control.
Así que optó por un nuevo ángulo. Él la empujó de costado, agarró un seno, apretó con fuerza hasta que ella gimió en voz alta, se mordió el labio, agradeció que se pusiera a gatas, que dejara de llamarle por un nombre equivocado. Luego empujó profundamente en ella. Duro. Una y otra vez. Mientras ella le decía lo mucho que quería que acelerara y le pedía que envolviera su coleta en su puño y tirara, que le dijera alguna guarrada aparte de gruñir.
– Así. Joder, sí.
No se vino enseguida. Temblaba como si tuviera fiebre. Le dolían los músculos. Ella quemaba.
Todo lo que vio fue a ella, su espalda arqueada mientras sus ojos se cerraban, sus mejillas enrojecidas. Se preguntó si ella lo quería ver correrse. ¿Quería oírlo gemir? ¿Pensaría ella que lo estaba disfrutando? ¿Qué era suficiente?
Cuando salió de la desconocida y finalmente se corrió, pudo sentir fluidos tibios acumulándose entre sus piernas. La chica volvió a levantar la espalda, abrió los ojos, se volvió hacia él.
Lo estudió con cuidado.
El dolor se desvaneció eventualmente en Stewy. Sabía que mañana por la mañana tendría moretones, pero valió la pena por esta noche. Valía la pena olvidar la sensación que se había estado acumulando dentro de él como una nube de tormenta, amenazando con romperse sobre su cabeza.
– Me ducho yo primero y luego me largo. ¿Aun tienes un poco de esa mierda de antes?
Stewy frunció el ceño. Si esto no era testimonio de este puto trance… – Es tu piso.
Ella se rió sin ninguna inhibición. – Joder, claro. Lárgate tú entonces.
La verdad es que no esperaba que Roman viniera él mismo a buscarla al aeropuerto.
Sonrió al chófer que le había mandado y solo empezó a extrañarse cuando pasó de largo los cruces que indicaban Bolonia y Florencia.
– ¿Dónde vamos?
– Como, señorita.
Alzó una ceja. – ¿Está Roman allí?
– Sí.
Joder, Rome.
Solo quiero llegar a la Toscana y encerrarme en la habitación del hotel.
Ni siquiera sé por qué no llamé a Caroline y puse una excusa. Total me perdí la despedida de soltera de anoche.
Con un poco de suerte, solo esperaba contar anécdotas sobre mi padre después del quinto limoncello, así que…
Cuando bajó del coche enseguida vio a Rome al lado del agua del lago.
El sol bañaba el paseo, haciendo brillar el agua delante de ellos. Había un par de terrazas de restaurante donde algunas personas disfrutaban del desayuno con una deliciosa brisa.
El lugar, la casa señorial a su espalda que estaba segura que era un fabuloso hotel.
Los pinos que se mecían, la cola de coches en la carretera que atravesaba el pueblo presidido por una esglesia, el sonido del agua y los patos chapoteando cerca de un muelle.
– ¿Qué es esto?
– Necesito tu ayuda.
Entrecerró los ojos para evitar mirar al sol directamente.
– Tendrás que explicarte mejor porque, en serio, Roman
– ¿A qué no sabes quien vive en el lago?
Alzó una ceja.
– ¿Gollum?
– Nuestro amigo Lukas Matsson.
Puso los ojos en blanco.
Se subió al barco un poco contrariada.
– Dime, ¿de qué va esto?
– Nada, probablemente se haya pasado con la ayahuasca, ¿sabes?
– Oh, qué bien – ironizó.
Roman se quitó las gafas de sol para hacerle una mueca.
– No, no. Necesito que me eches una mano. Creo que le caigo bastante bien. Pero quiero asegurarme que está… interesado. Que no va a mandar a la mierda el acuerdo.
– Rome…
El viaje en la lancha estaba siendo un poco movido.
Lavinia tragó saliva, mareada.
No recordaba que navegar en Grecia en este tipo de embarcación le hubiera hecho ese efecto.
Pero tampoco iban a apagar un incendió allí.
– ¿Puedes decirle que no vaya tan rápido?
– Si te opones yo… – se interrumpió – Joder, Vinnie, ¿no vas a saltar al agua ni a vomitar? ¿Qué coño te pasa?
Se encogió de hombros. – ¿Tienes un cubo por si acaso?
– Oh, vamos, no me jodas… Tío, – le dijo al hombre que conducía ese trasto – ¿Cuánto falta? Ve más lento que pota.
Lavinia cerró los ojos y se sintió un poco mejor cuando el hombre aminoró los nudos.
– Vinnie... ni se te ocurra…
– Estoy mejor, ¿vale? Es que no sé porque me tienes que meter en este lío. Para tu información voy a hablar con Kendall, técnicamente todavía soy su empleada.
– Ey tía – Roman le sacudió el brazo – No te enfades, no tengo solo una bala en la recámara. No tienes que hacer nada, aunque si lo piensas…
Subió la cabeza apretando los labios.
– Vete a la mierda…
– Vale, tú sigue en duelo por Hosseini. No creo que lo merezca pero…
– Déjame – se quejó.
No quería hablar sobre él.
Frustrada, se dijo que lo último que quería era verse atrapada aquí.
Automáticamente, sacó su móvil y revisó su correo electrónico.
Comfrey había quedado en escribirle.
Ninguna novedad.
Tenía que ser paciente. Oh, no estaba de humor para tener paciencia.
Cuando llegaron Lukas ofreció la mano a Roman primero.
– No, quita.
Lavinia pensó en hacer lo mismo.
Pero había sido un viaje del infierno hasta aquí y preferiría no caer al agua.
Por eso, dejó que Matsson le echara una mano y la ayudara a salir del barco. Era mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista. Lavinia notó que él se ponía rígido. Él también debió haberlo notado porque agregó un poco más de presión por si acaso antes de soltarse y dar un paso atrás para dejar pasar a Lavinia por su cuenta.
Ella se aseguró de mantener la distancia entre ellos cuando llegó a tierra. No había mucha elección. Miró a Roman que sonreía. Después de todo, estaban en su puñetera villa.
– Pedazo de sitio – elogió Roman de la villa.
Pero Matsson no pareció muy entusiasta.
Lavinia miró por primera vez a la casa. El edificio era antiguo frente al lago, pero muy bien construido. El techo tenía tejas y la puerta principal estaba abierta, invitando a los visitantes a entrar aunque no en realidad. Estaba pintado de un marrón cálido que hacía juego con sus sandalias de cuero. Algunas flores blancas florecían en macetas en los escalones. Había una piscina.
El agua era azul y cristalina. Una pequeña fuente brotaba de detrás de la casa. Una estatua de mármol se alzaba junto a ella de perfil mirando hacia el lago. Tenía alas sobre su cabeza y una sonrisa en sus labios. Lavinia se preguntó quién era el artista.
No había letreros que indicaran cómo se suponía que se llamaba este lugar, pero a Roman no parecía preocuparle. Subió las escaleras. – ¡Vamos! – instó.
Matsson con las manos en los bolsillos y gafas de sol no dijo nada.
– Perdónala. Ella y mi hermana parecen haberse quedado atrapadas en el círculo del infierno de la resaca del cumpleaños del idiota de Kendall.
Se quitó las gafas para mirarla con una leve sorpresa. Había bebido agua con él.
– Ya…
– Es una casa bonita – repitió las palabras de Roman.
– Psé. De momento duermo en el suelo en una colchoneta de cámping mientras investigo cuál es el mejor colchón del mundo.
Eso la hizo entrecerrar los ojos.
Era la única que no llevaba gafas de sol y eso la hacía sentirse también un poco desnuda.
Lukas les guió por el borde de la piscina. – O sea estoy bien. Pero tampoco del todo – le dijo a Roman. Era obvio que habían tenido antes esta conversación por teléfono.
Su primo hizo una mueca. – Mejor dejemos el tema sentimientos al margen porque de ahí no me sacarás nada.
– Vale. Aquí tenemos vistas al lago.
– Ya. Agua y barcas no te lo pierdas.
Lavinia sonrió a su primo a su pesar. Hombres... Aunque Lukas parecía mucho más reservado que Roman.
– ¿Qué opinas Lavinia? – interfirió Lukas.
Lavinia se giró para mirarlo. La pregunta la sorprendió, aunque era perfectamente razonable. Miró a su alrededor. – Definitivamente no está mal. – trató de seguir su ejemplo con el tono de la conversación.
Lukas asintió una vez.
Román resopló.
– Ignórala. Ella acaba de venir del rancho del abuelo.
Lukas la miró de nuevo pero tampoco dijo nada.
Lavinia sintió que podía tirar a Roman al lago. ¿Por qué la quería aquí si tenía que ser un idiota tan persistentemente?
– Decidme… ¿Qué es lo que peor se os da?
– ¿A mí? ¿Peor? – reaccionó Roman.
– Sí. El éxito es algo que ya no me interesa es demasiado fácil Es solo análisis, capital y ejecución. Es una chorrada… Cualquiera puede hacerlo. Pero el fracaso…Eso sí es un secreto. Fracasar todo lo que puedas lo antes posible, quemarlo todo.
Lavinia alzó las cejas.
Él gesticuló con las manos pero ella no podía decir si estaba hablando en serio. Matsson golpeó un puño sobre la palma para enfatizar su punto. Una sonrisa extraña.
Roman no se inmutó. – Yo no te pienso contar ni una sola de mis debilidades nunca, nunca, nunca jamás.
Y como el humor del día parecía ser desviar la atención hacia ella, luego dijo: – Pero a Lavinia no le va muy bien eso de trabajar con Kenny. ¿Al final te ha echado no? Bueno, es una crack dimitiendo. ¡Ah! Y tiene un gusto un tanto raro para los hombres…
– Qué te den.
– Hacéis muy bien. No me lo contéis… A las personas las vacío, las exprimo como naranjas. No en serio… Me involucro mucho con la gente y luego me decepcionan…
Tuvo que darle un golpe en las costillas a Roman cuando este se burló en el momento que Matsson se había girado de espalda.
Le miró acusadora.
Luego se pusieron a hablar de la empresa durante un momento.
Despidos y meritocrácia y su tuit de Macao.
– He pensando en hacer una criba este trimestre en la empresa.
– ¿Ah sí? Despedir a gente es el 85% de mi motivación diaria. Pero… te quería preguntar por ese tuit si no te importa.
– Oh, ese…
Lavinia mantuvo la vista en el lago un momento más dándoles privacidad.
Rome insistió: – ¿Tratabas de aumentar tu valor de mercado tuiteando información no verificable fuera de los canales de difusión habituales?
Matsson se burló aunque dejó claro que miraría por sus intereses.
– ¿Es que soy un poco sueco. Me pone la igualdad
– Vale.
– Me mola meterme en la cama con la peña pero compartiéndola equitativamente.
Fue la primera vez que su primo mencionó tener que ir a Milán esa tarde a cerrar la transacción con su padre y los banqueros.
Parecía que su objetivo de encerrarse en una habitación de hotel en la Toscana y quedarse allí hasta la recepción de Caroline estaba aun más lejos.
Intentó no sentirse irritada.
Roman no la había obligado a venir y además parecía importante. Ella no entendía mucho de este negocio pero estaba segura por el leve gesto de su primo que algo había cambiado.
– Voy a hacer una llamada a Gerri – anunció en uno de los momentos que Lukas no estaba pendiente.
– Podemos irnos.
– No, comemos aquí. Tengo que pensar antes de sacar conclusiones.
Asintió apretando los labios.
Matsson se ofreció a darle una vuelta por la villa mientras Roman se disculpaba con el teléfono.
Entraron en una sala de la casa con ventanales abiertos.
Ella miró el libro que él tenía tirado en el sofá. – Crímenes Duplicados… Eso suena… turbio.
– Es aburrido.
– Más bien… dime como acaban las mujeres de ese libro – le retó resignada.
Él alzó una ceja y movió levemente la cabeza instándola a seguir.
Ella hizo lo mismo con el fantasma de una sonrisa. – No, di.
– Me temo que no hace falta – concluyó Lukas.
Arrugó el labio. Se sintió molesta por la forma cómo la miró. – A mi me parece como sí quisieras decir algo…
– Cena conmigo… Roman y tú, los dos, quedaros a cenad.
– No creo que Roman…
– Los tres… podemos relajarnos y os váis al atardecer. Yo también me voy mañana…
– ¿A dónde?
– A Asia. He comprado los derechos de las principales ligas deportivas de Asia y las meteré en la plataforma. Te invitaría pero probablemente no se vería bien con tu primo, así que…
Movió la cabeza. – ¿Por qué me invitarías? Ni si quiera me conoces.
– Porque soy un poco raro…
Eso la hizo soltar una risa sorda.
Cambió de tema.
– ¿La gente se baña? ¿En el lago?
Él le sonrió. – Tu puedes darte un baño – le ofreció con una leve sonrisa.
El sol brillaba a través de la ventana, pintando dibujos sobre el suelo.
Sintió la suave caricia de la luz contra su piel a través de una de las ventanas. – ¿Dónde crees que se ha metido Roman?
– Todavía al teléfono.
– Oh.
Su mirada se dirigió a una de las ventanas y notó que estaba mirando hacia el oeste. No podía distinguir ningún detalle del paisaje exterior, pero lo que llamó su atención fueron las nubes. – Parece verano otra vez.
Me pregunto si el tiempo cambiará… pensó. ¿Llueve en Italia?
Lukas la miró. Se preguntó cuándo exactamente su vida iba a tener algo más que simples placeres con todo ese dinero. Cuando supiera lo que quería, lo perseguiría, pero por ahora... se permitió disfrutar el momento. – ¿Te sientes bien?
Podía ver su mente divagando.
Se preguntó por qué y preguntó. – ¿Qué sucede contigo?
Ella sonrió resignada. – Todo.
– ¿Mm?
– Solo pensando en todo – respondió ella distraídamente y supo por su expresión que Lukas Matsson no estaba buscando una respuesta. Puede que tuviera una idea ligera de lo que la preocupaba, o más bien quién. Sin embargo, no dijo nada.
– ¿Qué has estado haciendo en Canadá? ¿De qué va eso? – finalmente le preguntó.
Y luego ella dijo que realmente quería oír. – Del futuro. ¿Has escuchado hablar del vino de hielo?
– ¿Necesitas un socio?
Negó con la cabeza, una sonrisa que le decía que no lo tomaba en serio.
– Ya tengo una amiga que está interesada. Es algo pequeño. Algunas botellas aquí y allá y…
Lukas asintió. Podía entender la necesidad de soledad.
De que los demás no interfirieran.
Él no iba a interferir. Incluso si se sintiera atraído por ella... bueno, podría esperar.
– Le pediré a alguien que os busque ropa de baño a Roman y a ti.
Ella parpadeó. – ¿Tienes un bikini escondido aquí o vas a enviar a alguien de compras?
Él se rió y respondió. – No, no estoy escondiendo un traje de baño. ¿Pero tal vez un juego de bañador de hombre? ¿Shorts?
– Sí, no, pero paso.
Roman entró en la habitación con el móvil en las manos.
– Estoy listo. Vamos a comer.
Después de comer los últimos bocados de su sándwich, caminaron alrededor de la isla de Matsson. El agua estaba tranquila y clara, justo a la temperatura adecuada para nadar.
Llegaron a una especie de playa al borde del lago, un lugar perfecto para sentarse y disfrutar de la vista.
Se sentaron en uno de los pequeños bancos de piedra que rodeaban el diminuto espacio. Miró hacia la orilla del otro extremo del lago donde varios botes subían y bajaban, pero ninguno de ellos parecía acercarse.
Lukas hizo traer una botella de vino tinto y se la ofreció. – ¿Quieres un poco?
Ella se mojó los labios con una copa en la mano y se volvió hacia él. – Aunque me gustaría nadar… No lo he hecho en mucho tiempo.
Pero no iba a tirarse al agua.
Matsson era el único que se había cambiado para venir hasta aquí.
Ella llevaba el mismo vestido de verano con el que había llegado.
Roman en camisa de vestir y pantalones.
Lukas la siguió mirando cuidadosamente. Le gustaba observar a mujeres hermosas, aunque la forma en que se movía y el brillo de sus ojos le hacía desear aprovecharse de ella. Un poco. Se levantó del banco, se quitó la camiseta y saltó al agua. Dejando la botella de vino apoyada en unas rocas. Después de acostumbrarse al calor, el agua fría no lo molestó por mucho tiempo. Se sumergió más profundo y resurgió.
Todavía no se habían quitado la ropa. Ni ella ni Roman. Él se burló cuando volvió a la superfície:
– ¡Vamos!
Salió del agua y ella se sobresaltó. – ¡No te acerques! ¡Aléjate...!
Él se detuvo, a solo un par de pasos de ella, mojado.
Lavinia había estado tirando migas de un trozo de sándwich que se había guardado a unos patos que merodeaban cerca.
– Esto es malo para ellos.
– No es mi culpa que sean idiotas – le tiró otro trozo de pan a otro par de patos.
Él permaneció de pie y la miró fijamente.
Hubo el ruido de una barca cercana.
Lavinia pudo observar a unos chicos de la zona que iban en la embarcación a lo lejos.
Tenía la sensación que veía a Stewy en todas partes.
No tenía ni idea cómo iba a sacárselo de la cabeza.
No se supone que tenía que hacer falta.
Se sintió fatigada.
Como si hubiera estado caminando en círculos. Tan cansada.
Todo esto estaba mal.
Lukas la miró preocupado.
Entonces le golpeó por primera vez la idea.
Ella era de ese tipo…
Con todo ese corazón, toda esa rabia.
Tomó un respiro profundo. Se acercó – Estás pálida.
– Me siento enferma.
Roman observó esta escena con diversión. – Vosotros dos parecéis terriblemente incómodos juntos.
