N/A: Hola! Estoy muy emocionada por la temporada 4. Cuando empecé el fic iba a seguir un poco más después de Italia y tengo algunas ideas, pero como ¡me han cogido con las manos en la masa! (inicialmente pensé que la serie vendría en mayo), voy a ver como todo eso se adapta aquí.
De momento, por "cositas" de guión pinta que el salto de tiempo en este fic serán dos meses más que tres. Pero como dice Jesse Armstrong: "The time frame is where I have to hold my hands up and say, Look, TV is just really hard", jaja.
Gracias por el apoyo :)
"The smile, the charm, the words, the spark
Everything, you had it
I guess I had a naive heart [...]
you're never gonna be a man
Peter Pan"
– Peter Pan (Kelsea Ballerini)
Capítulo 29. Las campanas dicen
En su cuarto de baño en Tribeca seguía uno de los rojo de labios de Lavinia. Había un cajón con su ropa interior y un par de medias.
Lo cierto era que Lavinia nunca estaba lejos de su mente.
Si sólo estuviera dispuesta a creerle…
En medio del sentimiento de pérdida que le agobiaba había instantes en los que se dibujaba en sus labios un rictus amargo.
El recuerdo de la última vez que la había visto vestirse en esta habitación le resultaba lastimosamente vívido, a pesar de que había sido una de esas mañanas la semana de la junta anual.
Le era fácil evocarla riendo, suspicaz, complacida, ansiosa. En su pensamiento, podía verla dejando subir a su gato a sus muebles con total impunidad y mirándole a él con una sonrisa esperando un mohín de queja para poder besarlo más satisfecha de lo que tenía derecho.
Después quizás acababa por tener que reajustar su traje porque era siempre una tentación mayor de la que podía aguantar verla bajar la mano a su cinturón y desabrocharlo por él... Pensó en esos momentos y la recordó besándolo, aspirar con fuerza cuando él tomaba ventaja de una de sus blusas.
Su mano se cerró sobre el lápiz labial como si fuera algo peligroso. Lo soltó y dio un paso atrás.
No soy capaz de renunciar a ti. No puedo. No puedo.
Volvió a mirarse en el espejo. Siempre le había parecido maravillosa sin importar lo que llevara puesto o estuviera haciendo y ahora… ahora no estaba. Hizo que su estómago se revolviera como cuando ella solía estar demasiado cerca de él, sus dedos rozando su antebrazo a través de su camisa.
Sintió frío bajo el agua caliente de la ducha y trató de recomponerse lo mejor posible, luego salió del baño para comer algo, no quería que nadie notara las manchas rojas en su cuello. Una marca que ya no era culpa de Lavinia. Pero de otra mujer al azar.
No tenía ni idea de cómo mejorar las cosas. Solo estaba tratando de seguir moviéndose. Lo único real que quería hacer era llamarla y decirle que la extrañaba y cuánto lo sentía y preguntarle si podían intentarlo de nuevo, pero no podía hacerlo. Porque ya habían pasado por ello, por eso había vuelto antes de la boda de Amin, y no era justo para ella. Tampoco era justo para él mismo.
Entró en su estudio y se quedó mirando fijamente los papeles esparcidos por la mesa que había recibido del asistente de Joey, sin verlos en absoluto. Probablemente eran importantes, pero le resultaba difícil concentrarse. Su cabeza no estaba del todo clara.
Tal vez me estoy volviendo estúpido o majara, pensó. Tal vez sea el estrés. Debería salir de aquí. Dejarse ir un poco. Tomarse unas vacaciones.
Tal vez solo necesitaba una raya de coca o dos. Eso parecía una opción. Una pequeña raya para ayudarlo a concentrarse por un rato.
En cambio, tomó un cigarrillo del paquete de su bolsillo cuando salió a la calle. Lo encendió e inhaló profundamente y trató de recordar a qué sabía esa marca.
Luego apartó su mente del sabor a nicotina y se concentró en la sensación del humo dentro de sus pulmones y el calor que se extendía por su cuerpo. Lo calmó, alivió un poco su tensión, lo ayudó a pensar con un poco más de claridad y permitió que su mente dejara de divagar.
Para ese momento del día ya había mucha gente cerca del Rockefeller Park disfrutando de la templada mañana.
Todavía esperaba salvar lo que había entre ellos pero esa noche se había sentido maníaco, frustrado…
Se odiaba a sí mismo por haber tenido sexo con otra mujer.
Era como una herida abierta constantemente empapada en vinagre.
Sabía que Lavinia le amaba. Eso no había cambiado. Me echará de menos tanto como yo a ella, se dijo. Pero no se fía de mí. No está segura.
Es demasiado orgullosa, si cambia de opinión, quizás no lo diga.
Era un trago difícil.
Cuando pasaran los días, acabarían preguntándose si ya había perdido el sentido que lo intentaran.
Stewy se pasó una mano por la barba.
Joder, te has hecho un favorazo por ir con la testosterona por delante, campeón. ¿Qué le vas a decir si encuentras la maldita manera de que quiera volver contigo?
Nunca quise hacerlo... Bien, una pena que tu polla no recibiera el mensaje.
Vas a confirmar todas sus tesis.
Deberías volver a hacerte análisis para asegurarte que todo está bien.
Solo hacía unos días que se habían separado y él ya se había acostado con una extraña… Para rematarlo, sin condón. Había sido una aventura de una noche llena de malísimas decisiones, en la que terminó fuera y después se sintió como una mierda. No porque el sexo significara nada, sino porque sabía que objetivamente acababa de matar cualquier oportunidad de recuperarla a ella.
La quería con locura. Pero eso no impidió su falta de juicio.
Lo había jodido espectacularmente.
Por ahora intentaría con todas sus fuerzas el poder sumergirse en trabajo, un propósito.
Y eso puede que funcionara.
Excepto por…
Su teléfono sonó y lo sacó del trance de la nicotina. La pantalla mostró un nombre que reconoció. – ¿Sandi?
– Ya no estoy segura de que hagan ese trato con GoJo –, anunció. – Se reunirán en Milán pero... – Las palabras de su socia se precipitaron a través de su cerebro como si estuviera hablando a través de un altavoz. Se sintió arrastrado de vuelta al presente y fuera del mundo de los sueños.
Su corazón dio un vuelco y de repente la realidad pareció volver. – ¿Puedes repetir eso?
– Apenas sé cómo se han presentado las cosas. Al parecer, Roman Roy lo visitó hace unas horas. Voy a asegurarnos una video llamada con el núcleo duro de Logan para que nos informen de lo que sea que esté pasando. ¿Vienes? – Ella preguntó. – No pareces muy emocionado.
Exhaló una larga bocanada de humo y se preguntó cuánto tardaría en llegar a las oficinas de Furness. – ¿Quieres la verdad? No mucho.
– Oh... – La decepción en la voz de Sandi era obvia incluso sin el oído en el auricular. – Pensé que en secreto te gustaba el estilo de Matsson. Su último tuit le está haciendo ganar mucho dinero –.
Él chasqueó la lengua. – Sí, bueno... supongo. Voy para allí – Dijo en voz baja, ni siquiera seguro de querer que Sandi lo escuchara.
Como cualquiera que hubiera seguido la apertura de los mercados ayer y esta mañana estaba al corriente del movimiento del mogul tecnológico.
Por alguna razón, que prefería no razonar demasiado, no sentía ni una leve simpatía por el tipo en este momento.
– ¿Por qué no tanteas como está la cosa mientras vienes?
No pudo evitar una mueca. – ¿Quieres que llame a Roman Roy? No tenemos esa clase de relación.
– Bueno, como te iba diciendo – dijo la mujer cautelosamente – Cuando mi contacto en Italia mencionó que Roman había viajado con una mujer joven di por sentado que era Shioban. Pero por lo que me dicen… creo que es tu novia. ¿Stewy – añadió – podemos saltarnos un par de pasos y hacerle una llamada?
Hizo un sonido poco comprometido. – Sí. Nos vemos ahora.
No iba a discutir su vida privada con Sandi.
– ¿Estabas al tanto de…
Colgó demasiado pronto pero aunque su dedo sobrevoló la pantalla del móvil, pensativo, no volvió a llamar al teléfono de Furness.
Jodido Roman.
Su opinión sobre Matsson hace una semana habría sido que era un imbécil con posiblemente una gran visión. Un actor influyente pero aún pequeño en un campo dominado por competidores gigantes y bien financiados.
Hasta ayer un pacto con Waystar era un buen negocio para ambas partes.
Luego el tuit había vuelto loco a los mercados.
Stewy se dijo que tenía que centrarse en toda esa mierda.
Vale, quizás Matsson era un visionario chalado.
Pero el hijo de puta era bueno.
Qué se comiera a Lavinia con los ojos no podía ser un factor en su opinión aquí.
Sería un día cálido y soleado, bueno para los negocios y con un poco de suerte su cuenta corriente.
Lavinia estaría fuera de Nueva York por unos días.
Estaban en la situación exactamente opuesta a antes del cumpleaños de Ken.
Ella en el Mediterráneo y él aquí en Nueva York.
Solo que esta vez no había una espera.
Más sobrio, frío, se dijo que eso no podía ser todo..., Lavinia tenía que ver en algún momento lo difícil que era también para él.
No encontraba palabras para expresar cómo de malo era…
Lo único que hacía que pudiera soportarlo era pensar que no se había ido para siempre, que volverían a verse en Nueva York más temprano que tarde.
En realidad esto era un círculo muy pequeño.
Desearía poder hacer retroceder el reloj, te encontraría antes y te amaría por más tiempo.
A veces creo que iría contigo a lugares que antes ni siquiera había podido pensar. Me refiero a…, no ahora, claro, pero… Soy un soberano gilipollas, no quiero engañarte. Se apretó el puente de la nariz frustrado. No importa…
Su parte más egoísta no dejaba de protestar y la que la amaba le torturaba. Y la amaba en cuerpo y alma. ¿No crees que al menos deberías intentar explicarme por qué he de pasar por todo esto? Excepto que ahora después de su falta de sentido común…
Se hizo más difícil y me comporté como un idiota. La historia de mi vida.
Quizás no se podía decir que le había sido infiel.
Pero nada cambiaría como se sentiría ella.
Mierda.
Ella no confía en ti. Ella no cree que puedas comprometerte.
Se daba cuenta que se había hecho un flaco favor.
Quizás había puesto el último clavo en el ataúd de su historia.
Mierda, Livy.
Lo último que quería era hacerla sufrir.
Había sido un comportamiento destructivo y un error alimentado por el consumo de substancias (no era una excusa, sólo la realidad).
Dicho todo esto, todavía la amaba. La amaba a pedazos.
Necesitaba saber si había algo que pudiera hacer.
Si puedo darle lo que necesita.
Se sintió enjaulado después de saber por Sandi de esa reunión en Milán.
No tenía ni idea.
Pero si tuvo una maldita intuición.
Decidió hacer la llamada salió del coche. No por Sandi, sino porque sabía que la siguiente reunión se alargaría y si no lo hacía ahora quizás no iba a hacerlo.
Se preguntó si al menos estaría teniendo un buen tiempo en Italia.
Aunque en Nueva York era por la mañana pudo ver en la pantalla de la conferencia por FaceTime que había una cierta luz de tarde de finales de verano en las calles de Milán.
Lavinia estaba en una cafetería, un lugar demasiado ruidoso, adivinó que ella había preferido esto que esperar en las oficinas en las que se encontraba Logan, Roman, Shiv.
Pero no estaría tampoco demasiado lejos.
Intentó sonar templado.
– Stew… – su tono fue apenas audible.
– Por alguna razón pensé que estarías en la empresa cuando fuimos al consejo – soltó. Iba deprisa y a ciegas como un adolescente que le pregunta a la chica que le gusta por los deberes y se sintió como un cretino.
Lavinia sonrió triste. – Habría sido mala idea, ¿no?
Stewy la miró a través de la cámara del móvil.
– Te llamo para preguntarte sobre Matsson – empezó a decir evocando el perdón en su fuero interno por recurrir a esto – Queremos saber qué pasa.
Lavinia vaciló en el momento de contestar.
– ¿Por qué yo tendría… Oh, entiendo – se forzó a sonreír reacia – ¿Qué puedo decirte?
Él movió la cabeza sin darle una respuesta.
La miró.
A la mierda.
Aunque había dicho que no lo haría no pudo ayudarse a sí mismo. – ¿Realmente estamos rompiendo solo para evitar intentarlo? – Preguntó en un leve tono acusador por primera vez. No fue hasta entonces que no se dio cuenta. Ella estaba cansada. Dios, ella parecía absolutamente desgraciada. Frunció el ceño. – Livy… ¿Te encuentras bien?
– Sí, solo no contaba con estar aquí atrapada en Milán a esta hora. Quiero ir al hotel. No sé si hay nada más que hablar pero ahora no es el momen…
– Liv…
A Lavinia le dolía la cabeza. Había comenzado a media mañana y continuó a lo largo del día con cada dolor de cabeza y cada movimiento que hacía. – Sabes que no puedo hacer esto para siempre, ¿verdad? – Dijo ella con los dientes apretados. – Esto es por el bien de ambos.
– No lo es. Te estás engañando – protestó. Y joder sabía que estaba siendo el mayor hipócrita del universo.
– Stew… Sí, lo es – repuso ella sintiendo una losa en el pecho.
– ¿Entonces no hay nada más que decir?
– Solo que… lo siento – dijo Lavinia.
Si en vez de la gran y sofisticada Milán esto hubiera sido Florencia o Nápoles alguna iglesia cercana quizás habría hecho sonar el toque a muertos justo entonces.
Habría sido oportuno.
Stewy se quedó en silencio. Miró sin fijar la mirada calle allá como si en ella hubiera las respuestas. – La verdad es – comenzó con cautela – No tengo nada más que ofrecerte que lo que ya no te he ofrecido. Ahora no…– su voz se desvaneció. Trató de mostrarse distante pero supo que su intento fue un fracaso ya que ella podía captar en su voz que le era imposible – No te habría llamado pero estamos siguiendo toda esa mierda. ¿Está Matsson aún subido al "barco"?
En ese paseo del centro de Milán todas las flores eran diminutas, como miniaturas de colores muy brillantes. Lavinia miró por la vidriera de la cafetería con la taza de café expreso en la mano.
Respiró hondo.
– No lo sé.
– ¿Qué le dijo a Roman?
Eso la hizo fruncir el ceño. – Stewy…
– Tengo que preguntártelo. Pero no tienes por qué contestar.
– Habló mucho de… igualdad, de iguales.
– ¿Cómo en una fusión?
Asintió humedeciéndose el labio. – Sí, quizás sí. Dijo que ha comprado un montón de derechos de las ligas deportivas, las apuestas, juegos, y va incorporarlo todo a la plataforma. ¿Qué crees que significa?
– Probablemente que se acabó. No lo sé. Eso dividiría el control y tu tío puede estar demasiado fosilizado para ver que debe agitar el árbol de las monedas. No te preocupes. Livy…
– No sé si debería haber dicho nada – sonrió resignada.
Lavinia había bajado la vista pero volvió a alzarla hacia la pantalla.
– Es una información de puta madre – dijo él agradeciéndolo con un movimiento de cabeza.
Los dos se quedaron en silencio como si despedirse después de una llamada que en otras circunstancias habría sido normal entre dos personas cómplices, dos personas que solían hacer el amor, fuera de repente imposible.
No pierdas el tiempo intentando olvidarla. No vas a conseguirlo. Ella es a la que tú quieres, así que más vale que lo intentes y lo logres.
– No quiero esto, Livy – le confesó en voz alta.
– Ni yo – dudó. – Pero no puedo más con mi cabeza, estoy muy cansada… Y no sé qué más me pasa, tengo ganas de llorar, me falta el aire… ¿No querrías… al menos decir que respetas mi decisión?
Estaba desesperado por protestar.
Pero cualquier cosa que dijera ahora no sería la pintura entera.
– No. No puedo, lo lamento – se defendió.
Odió el regusto que eso le dejó en la boca.
Seguía creyendo que tenía derecho a ser feliz con ella.
Para Stewy el peor pecado sería negarse a algo que le hacía jodidamente feliz.
No era tan suicida para confesarle por teléfono a miles de kilómetros de distancia su desliz.
Necesitaba al menos tenerla enfrente.
Esto es real, esto somos tú y yo.
La siguiente llamada fue con Comfrey.
Lavinia suspiró.
– Hola.
– Hola – la voz de la compañera de Berri parecía impaciente – Ken insiste que no hubo nada serio en, bueno… lo de despedirte; y yo Lavinia, si vas a volver necesito ayuda ahora mismo. Ayer llamamos a la Vanity Fair pero no tengo tu… eso que haces…
Apretó los labios genuinamente confusa. – ¿Qué hago?
– Ya sabes… ser amable y directa sin sonar impostada por mucha estupidez que te suelten. La mujer, Rebeca, está obsesionada con hablar contigo y no puedo decirle que ya no trabajas con nosotros si Kendall sigue diciendo que sí.
– Dejó ir a Lisa Arthur por mucho menos. Me despidió él. No puedo hacer nada, Comfrey – protestó.
– Ven. Pásate por la casa donde estamos. ¿Vienes a la boda, verdad? Establecemos un calendario de transición, no puedes dejarnos tiradas.
Técnicamente sí podía pero se mordió la lengua.
– Haré lo que pueda. ¿Por qué tanta prisa de todos modos? ¿Hay alguna petición para estos días?
– No, no. Pero hay unos antiguos periodistas del Globe que hacen como un podcast. Ellos les… bueno joder no, os comparan con los Kennedy. Ya sabes a la familia. Hablan de la madre de Connor, de Logan y hay una historia con una tal Rose que tu primo no ha hecho mucho para aclararme quién es y del tema de los suicidios.
Rose.
Fijó los ojos en la catedral de Milán que al final había decidido coger un tranvía para visitar mientras Rome aparecía.
– Ella es… era la otra hermana de Logan y mi abuelo. Una de esas cosas que nadie habla en las familias, no puedo decirte mucho más.
– Ya – Comfrey pareció aclararse la garganta incómoda – Vale – le explicó como si por un momento dudara si podía decir algo más.
A veces era extraño. La separación entre iglesia y estado. Eso de que técnicamente fuera colega pero también la prima de Kendall Roy.
Berri no había parado en toda la semana de quejarse sobre la situación de su despido.
"– Me enfado y ahora no juegas conmigo, ¿hasta qué? ¿el fin de semana? Cuando podíamos haberlo asumido todo, nos recortó las atribuciones y ahora tengo que estar poniendo excusas a Beca Wolff sobre por qué no le llama siempre la misma persona".
Lavinia se mordió el labio con el teléfono en la oreja y la vista fija en una de las espectaculares gárgolas de la fachada de la catedral. – Bien, pásame los nombres de los periodistas, buscaré otros trabajos que hayan hecho, para ver de qué palo van. Rose… es decir, fue hace mucho mucho tiempo.
– Están preguntando a toda la familia. ¿No-no te había llegado nada?
– No.
– ¿Puedes indagar también si… no sé, han llamado a tu madre o?
– Claro.
– Gracias. Mierda, Lavinia, estamos en Italia. ¿Por qué no salimos esta noche? ¿Habrás llegado?
Lavinia vaciló. – ¿No has quedado con mi hermano?
Eso hizo toser a Comfrey. – Bueno, no… no me ha invitado.
Roman guardó silencio durante todo el viaje en jet a la Toscana.
Había pasado algo pero todavía no sabía muy bien qué.
Lavinia respetó ese silencio.
Luego llegaron a la casa en la que se alojaban los invitados de Caroline.
Esta recibió a sus hijos con comentarios sardónicos, algo sobre el programa de fiestas, y luego, la miró.
Lo hizo con la nariz arrugada.
No estaba segura si era por su vestido granate floreado algo arrugado del viaje o sus ojeras. – Caramba, Vinnie. Pensé que ya no vendrías. Ayer tuve una despedida de soltera deliciosa. ¿Solo llevas esa maleta? ¿Oh, y vienes sola, había escuchado rumores… Que estás con… ese chico.
No quería tener esta conversación.
Tuvo la sensación que por alguna razón acaba de decepcionarla.
Aprovechó para felicitarla por el matrimonio.
– ¿Bueno, y cómo está tu padre? Greg me ha dicho que está recorriendo el mundo de… mochilero – Caroline hizo un gesto, como si debajo la nariz tuviera algo que olía a demonios.
Oh, y estaba eso otro claro.
– Bien, espero verle pronto en América.
– ¿En serio? Supongo que no le pillaran ni loco en el mismo país que la querida Marianne…
¡Dios!
Entonces la miró de arriba abajo otra vez.
– Espero que para esta noche tengas un vestido mono… hay un último ensayo y otro pequeño refrigerio en el jardín. Está lleno de muchachotes. Tómate un chianti en la terraza, es la mejor cura para el jet lag.
Apretó los labios con el rictus de una sonrisa educada.
– Claro. Gracias… En la maleta caben más cosas de las que parece.
– Bien...
Luego Caroline suspiró mirando a su hija Shiv.
Ella aprovechó para decir que estaba cansada y escaquearse en ese instante.
– Esa chica… habría resultado encantadora si se hubiera criado en Inglaterra. Eurydice. Eso decían de mi cuñada Louise. Logan claro… pensaba que era la fulana del pueblo. Por lo general las canadienses son muy guapas.
– Bueno ya la tienes aquí. Puedes sacar la casa de muñecas y dejar que Roman y ella las aterroricen. Aunque creo que eso casi mata a papá una vez, ¿no? Su hijo con una muñeca en la mano. Empieza a llamar a los SWATS.
– No seas así… ¿Qué le ha pasado a tu hermano? No ha abierto boca…
Shiv hizo una mueca. – Pregúntaselo a él en serio.
– Vale pues… tú misma. No compartís nunca nada con vuestra madre – se quejó.
Los invitados a la boda de Caroline se alojaban en una villa de 1.400 hectáreas en el sur de la Toscana en la Val d'Orcia.
Kendall estaba en otro lugar pero Comfrey había insistido en escaparse después a Siena a cenar y callejear un poco.
Solo aceptó porque… estaba harta de echar de menos a Stewy. Sintió mariposas en el estómago… y no de las buenas.
Había estado prácticamente catatónica durante los primeros días de la separación y aunque ahora ya se estaba moviendo, seguía deprimida.
Necesitaba saber si el dolor que sentía en los huesos se aliviaría cuando lo viera y de alguna manera comprobara que el mundo no se acababa porque no seguían estando juntos.
Hasta entonces estaba aquí varada.
¿Tenía tiempo para darse una ducha?
Dio un vistazo a la absolutamente deliciosa habitación de la villa renacentista. Imaginó cuánta gente habría pasado por aquí desde que se construyó en el siglo XVII.
El suelo era de mosaico y el techo alto. Había una gran cantidad de muebles. Un retrato de Caterina Sforza. La joven duquesa que para sobrevivir en la turbulenta Italia del siglo XV aprendió el arte de la intriga y no dudó en ponerse al frente de sus tropas. Una vez mantuvo la defensa del Castillo de Sant'Angelo, la fortaleza vaticana, empecinada en defenderla con uñas y dientes.
Su cabello tenía algo de pelirrojo, como Shiv.
Lavinia vagó por el cuarto por si guardaba alguna otra sorpresa interesante.
Contra una de las paredes había un pequeño piano vertical. Tomó una novela que había sobre una de las mesitas de noche y la sopesó. Era sobre Florencia. Se preguntó quién habría estado aquí antes.
Las riquezas en Nueva York eran jets privados, edificios altos, asfalto, mansiones en los Hamptons, limusinas… no le decían mucho.
Sí, era guay pero…
Mucho tiempo disfrutando de los sitios donde vivían los ricos aquí y empezaría a repensarse eso de denunciar a Greenpeace para comprarse una casa aquí, pensó irónica.
Decidió cambiarse de vestido como le había indicado Caroline; bañarse primero, después también lavarse la cabeza.
Llamó tres veces a la puerta de Roman. Llevaba un vestido plisado negro de una tienda vintage del que se había enamorado cuando había empezado a vivir en Nueva York y un mantón floral crema como algo de abrigo para los hombros.
Unos pendientes que no eran los de Stewy.
– ¿Estás bien?
– No quiero hablar.
– ¿Me vas a contar que ha pasado en Milán?
– No te importa.
– Vale…
Salió al jardín un poco destemplada después de eso.
Decidió caminar al pueblo para dar una vuelta y enseguida se encontró a Tom.
– Lavinia – su tono fue casi provocador – No nos hemos saludado en Milán.
– No, ni en el avión – se mostró solo un poco distante. – ¿Todo correcto?
– ¿Excepto por el cebollino de tu hermano tratando de convertirse en el rey más torpe de Europa? – su pose fue como pensativa – Mañana tengo una entrevista con Forbes. Estoy convirtiendo la ATN Citizens en una máquina de hacer dinero y quieren saber cómo lo hago.
Se le quedó mirando.
– Felicidades.
– Hombre, gracias – Esta vez su sonrisa fue casi genuina.
Había algo torpe y asustado en Tom, pero pensó que debía tener sus golpes ocultos si era verdad que le entrevistaba Forbes.
En Virginia, se había esforzado en ser desagradable con ella durante algún momento, con la misma facilidad con la que le había dicho que no tenía por qué preocuparse por Greg.
Había pasado por varias etapas respecto a lo que pensaba de él.
Tenía sus teorías sobre esa especie de tensión con su hermano.
Pero si Greg insistía que era ella que veía cosas raras entonces…
– ¿Caminamos?
Preguntó Tom pensativo después de un momento.
– Sí.
Greg no era estúpido. Vale, Lavinia sabía que esa era la suposición fácil. ¡Porque Greg era un manejo de nervios y alto como una torre pero no exactamente en control de todos sus reflejos! Pero no. Greg no era estúpido y además, mírale, lo lejos que había llegado él sólo en la empresa. Los papeles del demonio, Logan, Kendall, los abogados… Era imposible que no se hubiera dado cuenta de cómo Tom lo miraba o de por qué exactamente le había bastado con poner esos ojos de cordero degollado suyos para que Tom se ofreciera a cargar también con su parte.
Tom era cruel, inseguro e impredecible, pero parecía no tener intención de cumplir con sus amenazas cuando se trataba de Greg.
Se sentía aliviada que ninguno de los dos fuera a ir a la cárcel.
Puede que su hermano apenas tuviera la posición de asistente, sin embargo… Tenía su plan bien trazado. Quería ser jefe de los Parques. Estar en casa los fines de semana.
Para un chico que a veces lograba parecer un cervatillo asustado no estaba mal.
Había más en Greg.
Sólo confiaba que lo soltara al mundo para bien.
Lavinia esperaba resolver lo de la herencia con su abuelo de manera que olvidara esa tontería de llevar Greenpeace a juicio.
De la forma que su abuelo había dejado estipulado el dinero para ella, si no cambiaba nada, no es que tuviera mucho margen de maniobra para llegar a un compromiso con su hermano, no los primeros cinco años después de la muerte de Ewan. Algo que esperaba que no pasara en muchos muchos años. A ella realmente le gustaría acercarse a su abuelo antes. Tratar de entender algunas de sus elecciones.
Dependiendo de que hiciera con su vida a partir de ahora podía visitarlo más a menudo. Esos días habían sido extrañamente lánguidos pero también le habían permitido ver el rancho con otra cara.
Quizás recuperar un poco la inocencia de cuando era niña al respecto.
No sería su hogar pero si Ewan sólo pudiera… si la dejaba sólo existir en contraste con el paisaje, las pequeñas cosas que hacer, una rutina, entonces era un gran lugar al que volver de vez en cuando.
– Mira eso – le pidió Tom mientras caminaban por el paisaje polvoriento de la Toscana. Lavinia arrugó la nariz y tardó un momento en reaccionar por lo que Tom insistió – Mira dónde estamos. A los aristócratas ingleses les vuelve locos este lugar.
Lavinia sonrió.
– Por cierto… – insistió Tom.
– ¿Mm?
– Creo que Greg lo ha pillado realmente. Todo esto. – dijo Tom, burlándose, pero no del todo, mientras se detenía frente a una de las casas de piedra con balcones llenos de macetas. La miró con una sonrisa: – Podríamos conseguirle unos gemelos de oro, una buena camisa de seda y convertirle en conde.
– Eso es ridículo.
– No le has visto intentar ligar con esa princesa.
Tom rió pese a que su mirada se perdió por un momento hacia los jardines.
Lavinia sonrió. Tom no estaba bromeando exactamente, lo sabía, pero aun así sonaba tan ridículo. Aun así, había algo casi... atractivo, encantador en la idea.
Tal vez no lo suficiente como para superar el cariño que este hombre mostraba claramente por su hermano pequeño.
– A él le encantaría.
Tom levantó una ceja. – ¿Lo conoces siquiera? En dos días tropezaría con la herencia de un ducado por pura suerte.
Ella se convenció de que a Tom la idea le gustaba cada vez menos mientras seguía hablando y hablando en broma.
Estaba atardeciendo así que pensó que era el momento de tener esa conversación con Kendall y después irse de cena de chicas a Siena con Comfrey.
No se podía decir que fueran amigas. Pero sí habían estado trabajando juntas estas semanas y necesitaba tener la cabeza ocupada, no pensar. De lo contrario… pasaría la noche pensando en Stewy.
Ya no le quedaban lágrimas.
Él la había llamado esta tarde solo por… motivos de trabajo, ¿verdad? No quería examinar de cerca la conversación que habían tenido en caso de que empezara a llorar de nuevo. Había mejorado en eso desde que llegó a Italia. Pero las lágrimas siempre amenazaban cuando pensaba en él. O incluso, peor, en el final de su relación. Por eso evitaba esos pensamientos como la peste.
No hizo nada raro.
Solo subir una de las calles empinadas que rodeaban la plaza central para tomar un atajo de vuelta.
Lavinia de repente tuvo vértigo.
– Vinnie, joder, tienes mala cara.
Se sintió mal, mucho peor que hasta ahora.
Puede que el jet lag pero…
– No, esto… Discúlpame. Voy a ir y sentarme. – había un pequeño restaurante con terraza cerca de ellos y se sentó un instante en una mesa vacía. Lavinia estaba a punto de levantarse cuando otra ola de nausea la golpeó, esta vez con mucha más violencia que la anterior. Jadeó y se dejó caer hacia atrás en su asiento inmovilizada.
Tom la miró con preocupación.
– ¿Vinnie, estás bien?
Trató de concentrarse en cualquier cosa que pudiera distraer su mente, pero no funcionó. Parecía que no podía concentrarse. Ella solo quería quedarse aquí por un rato hasta que todo dejara de dar vueltas.
La camarera vino con un vaso de agua, que le dio un Tom muy preocupado. Ella bebió con avidez. Pareció ayudar un poco.
Iba a llegar tarde a la villa de Kendall, donde Comfrey la estaba esperando.
– ¿Puedes llamar a un taxi? – le preguntó a Tom.
– Claro, Vinnie.
Lavinia se sintió agradecida por la presencia de Tom, que tuvo que haber entendido lo mal que se sentía, porque esperó pacientemente con ella hasta que el taxi llegó allí diez minutos después. – Vinnie, ¿estás segura de que puedes estar... sola? ¿No deberías… volver?
– No. Estoy… mejor.
Lavinia le dio a Tom una sonrisa débil que no fue tan tranquilizadora como le gustaría. – ¡Ve!
Tom asintió y se fue. Vinnie estaba solo en el coche ahora. Ella cogió aire. ¿Y si volvía a tener una ola de nausea como aquella? Esos sándwiches probablemente estaban malos.
Tontamente pensó en los pobres patos del jardín de Lukas.
Lavinia cerró los ojos y apoyó la cabeza en el cristal. Sus ojos se sentían tan pesados que a punto estuvo de dormirse. Estaba demasiado cansada. Nunca antes había estado enferma así. Excepto con esa droga... pero esto era otra cosa. Un virus, una intoxicación alimentaria…
Sus pensamientos se detuvieron en seco cuando el taxista dijo algo en italiano como con sorpresa.
Fue cuando se dio cuenta que había una ambulancia en la entrada de la villa donde se alojaba su primo.
Comfrey estaba en el camino con los dos chicos.
Sophie e Iverson.
Kendall estaba consciente pero con una mascarilla de oxígeno en una camilla que conducían hacia la ambulancia. Lavinia sintió que se le encogía el estómago por el miedo de que esto fuera algo serio.
El conductor de la ambulancia hablaba en italiano a uno de los sanitarios cuando se acercó.
Pensó automáticamente en lo que le dijo Logan en Richmond.
"Al menos alguien familiar llamará si Kendall hace algo desagradable… Y entonces yo me encargaré de todo".
Él se lo había dicho tan tranquilo. No tenía derecho a estar tan tranquilo al respecto.
Lavinia miró a Comfrey pidiendo respuestas que no quería verbalizar con los hijos de Ken aquí.
"¿Drogas?" Comfrey negó como si la hubiera entendido pero con una mueca en la boca.
– ¿Está bien?
– No sé, no sé italiano, pero seguro que no es nada, niños. Está despierto – dijo probablemente por vigésima vez a Sophie e Iverson. Ellos asintieron, con caras un poco asustadas.
Luego, se llevó a Lavinia unos pasos adelante y le susurró: – Estaba en la piscina, no… no sé qué intentaba… Había bebido, se cayó de la colchoneta.
Lavinia asintió, incapaz de hablar. La comprensión de que esto estaba sucediendo aún no del todo asimilada. ¿Había intentado…?
Tenía pocas nociones de italiano y lo poco que entendía era por puro conocimiento del francés pero probablemente no era suficiente para coser a preguntas aquellos hombres de la ambulancia. Preguntó a uno adónde iban, si tenían que preocuparse.
Le dijeron un nombre de hospital y repitieron muchas veces – Guarda non preoccuparti, signorina.
Comfrey se ofreció enseguida para ir con Kendall en el vehículo pero le rogó, y tal como estaban las cosas no tuvo valor de decirle que no, que no la dejara sola por mucho tiempo.
– Si aparece la prensa no voy a saber qué hacer.
La miró.
Los niños insistían en ir detrás en un coche, pero esto no parecía una gran idea. Estaba segura de que había una niñera en alguna parte.
Cómo fuera, se mostró reticente a dejarles allí hasta que no llegara nadie más.
Se mantuvo lo más serena que podía, su cabeza en modo de resolución de problemas a falta de más noticias.
– Llamaré a Roman y cuando todo esté arreglado, vengo. Envíame la ubicación por teléfono – le dijo a Comfrey.
– De acuerdo.
Así que hizo todo lo que tenía que hacer.
– ¿Qué quieres pesada? – le respondió Rome al teléfono después de varios tonos.
Cogió aire. – Es… Kendall.
– ¿Kendall qué?
– Joder, Rome… Está en el hospital. Tengo los niños conmigo.
Hubo un pequeño silencio.
Lavinia se dio cuenta que Roman estaba intentando formular una pregunta que a la vez quería evitar a toda costa.
Probablemente, en el fondo, una llamada como esta siempre había sido una posibilidad.
Quizás había pasado antes.
Con Rava, con las drogas…
– Está bien – aclaró casi en la misma respiración.
– Joder. – sonó lo suficientemente preocupado para que Lavinia lamentara no poderle tranquilizar más.
O estar allí para al menos darle un apretón en el hombro.
– Ha caído de la colchoneta en la piscina. Estuvo bebiendo – ofreció.
Pudo escuchar respirar a Roman al otro lado del teléfono. Reírse nerviosamente con algo vicioso que no era comedia en absoluto sino enfado. – Es idiota, mierda,… es idiota.
Por la breve vacilación en su voz adivinó que la noticia era un mazazo.
– Él no… no lo habrá, yo que sé, ¿hecho expresamente? – le preguntó dudando.
– No…, no lo sé.
Los hermanos Roy podían engañar a primera vista pero sabía que esos tres (cuatro) se querían… lo que sea que significara.
No pudo evitar pensar en Argestes como Kendall intervino para que toda la ira de Logan no cayera sobre Roman o Shiv.
Entonces pensó que era un testimonio de sus dinámicas de críos.
Escuchó a Roman inhalar aire forzadamente.
Todo el dinero del mundo no compensaba la falta de amor o el tener que pelear por él con uñas y dientes cuando debería darse por sentado.
– ¿Qué quieres que haga ahora?
Roman dudó. – ¿De qué?
Ella fue comprensiva, paciente.
Podía intuir que Roman se sentía simultáneamente grogui, profundamente preocupado..., incluso disgustado con su hermano.
– No sé si debería dejar a los chicos aquí – señaló gentilmente.
– ¿Vamos a quedarnos? – le preguntó Sophie extremadamente educada, casi solemne, cuando hubo hecho aquella llamada.
Lavinia suspiró.
Apenas conocía a los dos chicos, pero reconoció en la niña esa quietud de cuando, incluso si algo te molesta, sabes que no va a cambiar mucho que decidas comunicarlo abiertamente a los adultos.
Cuando la ilusión de que los padres son esa figura invencible, omnipotente, ya ha sido rota.
– Creo que sí. Hasta que os vengan a buscar. ¿Habéis cenado?
– Pizza.
Asintió.
– De acuerdo, ¿os ha dado tiempo a comer algo de postres? Estoy segura de que no hay ningún congelador que se precie en Italia sin gelato de… ¿macadamia? – Les sugirió intentando mantenerse animada – Vamos a investigar mientras cuidan de vuestro padre, ¿ok?
Hubo una pequeña reticencia en el gesto de los niños.
Lavinia volvió a decir: – Ken estará bien, ya habéis escuchado a Comfrey. Solo ha sido un pequeño accidente. ¿Queréis mejor que juguemos a algo?
– ¿Puede ser el parchís? – Iverson preguntó abruptamente.
– Claro – le sonrió.
Por un momento se sintió un poco fuera de lugar, estos niños eran mayores y más tranquilos de los niños a los que había tratado alguna vez, y dudó si tenía que darles algún otro tipo de reafirmación sobre Ken o era mejor ir con la corriente.
Estaba segura que Rava estaría furiosa con él, aunque seguramente también terriblemente asustada por… Dios, Ken…
Estaba intentando descifrar lo que les estaba contando una enfermera.
Llevaban horas esperando que les dijeran algo desde que habían entrado a Kendall en los boxes de urgencias.
Afuera en el mundo exterior se estaba haciendo de día.
Con el vuelo y todo, hacía más de veinticuatro horas que no dormía.
Asintió al entender que la mujer les decía que le estaban dejando descansar pero que no se admitían acompañantes hasta las 9 am.
Comprobó el reloj y calculó rápidamente qué hora sería en Nueva York.
La 1 de la madrugada.
Stewy todavía estaría despierto.
Era mejor contárselo por la mañana cuando Kendall ya hubiera sido dado de alta.
Se sintió muy estúpida cuando se encontró a sí misma mirando sus fotos de Instagram. Había estado trasteando su móvil cuando más por masoquismo que por inercia acabó en su perfil.
La mayoría de publicaciones eran antiguas.
Llevaban saliendo meses y lo único que había publicado desde entonces era una foto de su estúpidamente atractiva cara en algún tipo de evento y alguna foto ocasional de un restaurante con la ciudad al fondo. Un año atrás había estado colgando una serie de gráficos sobre inversiones y había encontrado la publicación sobre una cena de recaudación de fondos de caridad a la que había asistido con Zahra.
Que tenía mucho más sentido que…
Había una foto del mar en Grecia.
La había hecho mientras la tenía abrazada en uno de los barcos a los que la había subido. Se dio cuenta que recordaba aquel momento perfectamente.
La imagen le llegó con el olor del jardín de la villa de Stewy en Grecia mezclada con la del mar.
Comfrey se sentó a su lado en las incómodas sillas del hospital y le dio uno de los dos vasos de café que llevaba.
Tenía buena pinta para ser de máquina. – Había con sabor a avellana – anunció la chica.
Pero fue cuando volvió a sentir nauseas.
– Voy a refrescarme la cara – se disculpó.
El hospital no era demasiado grande, así que llegó a los lavabos rápidamente.
Cuando entró por la puerta al baño se sintió mucho mucho peor. Dejó el café que le había dado Comfrey encima del lavamanos.
Estaba limpio pero tenía un olor fuerte a lejía que acabó de revolverle el estómago.
No había comido nada desde esa tarde en el Lago Como aparte de aquel expreso en Milán.
Se apoyó contra la pared. Podía sentir su cabeza palpitando cada vez más hasta que todo se volvió negro. Ella cayó al suelo. Ni siquiera escuchó la conmoción a su alrededor. Cuando volvió en sí, todavía estaba en el baño, frente a los lavamanos. Una enfermera estaba arrodillada junto a ella. La miró preocupada.
– Signorina…
– Estoy bien – la mujer la ayudó a levantarse. Su toque fue gentil, increíblemente amable. Habló lento en inglés para que la entendiera. – Solo estaba mareada.
La mujer negó con la cabeza y la llevó con una mano en el brazo hasta una sala de espera.
Era diferente a la que había estado previamente.
Se sentía como si se estuvieran moviendo bajo el agua. Se sentó y luego se recostó contra la pared. No había nadie allí, excepto algunas enfermeras que iban y venían y otro hombre que hablaba solo. Parecía muy agitado.
Se abrió la puerta de una de las consultas.
– Lo siento, se supone que no debes entrar todavía. Enseguida subirá un médico. –Alguien habló inglés. Un sanitario joven.
Le había prometido a Roman que estaría con Kendall. – No hace falta. Necesito un minuto… Solo un momento y tengo que volver – dijo, en mal italiano.
Lavinia cerró los ojos y trató de recuperar el control de su respiración, pero no funcionó. De repente sintió la mano de alguien en su frente. El hombre le habló en su italiano nativo. – No tienes fiebre. Esto va a llevar un poco de tiempo. Estamos haciendo todo lo posible para ayudarte. – le sonrió. – No te preocupes – la tranquilizó. – ¿Recuerdas lo que pasó?
– Sí… Estaba allí en el baño… Parece que no puedo concentrarme en nada. – ella negó con la cabeza levemente. Su cabello se movió con el movimiento.
Sonrió amable, – Has recuperado un poco de color. Come algo de las máquinas mientras esperas. Vamos a mirar tu presión. ¿Puede haber alguna razón que ya conoces…? – le preguntó con cuidado.
Negó con la cabeza.
– Comprendido.
Todo lo que hicieron fue controlar su nivel de azúcar en la sangre y su presión arterial varias veces y observarla con un estetoscopio.
Tomaron sus datos de contacto y entendió que querían que volviera para algo más exhaustivo, francamente ella solo quería llegar a la villa donde se alojaban y dormir hasta la hora de la boda de Caroline.
– ¿Dónde estabas? – Comfrey parecía nerviosa.
Lavinia no quiso que esto fuera sobre ella.
Era el agotamiento, el estrés.
– Me he mareado un poco y me he tenido que sentar pero ya está. ¿Has sabido algo de Kendall?
De hecho, Comfrey hizo cara de circunstancia.
– ¿Qué pasa?
– Te dejaste el móvil sobre la silla al ir al lavabo. No iba a cogerlo pero… bueno no estabas y él insistía.
Frunció el ceño. – ¿Él?
En vez de explicarse, Comfrey empezó a disculparse: – No me di cuenta. No caí hasta después de hablar con él que son amigos. Solo lo cogí y lo siguiente que supe es que no tendría que haberle dicho que estábamos en un hospital.
Stewy.
– ¿Qué le has dicho?
– Le aclaré que tú estabas bien pero como no quise desvelarle mucho sobre Kendall habrá llamado a Roman.
Joder.
– Son las 2 de la madrugada en Nueva York.
– Ya lo sé, lo lamento. Será mejor que le llames. Querrá escuchar de su novia que todo va bien.
Ex novia.
Mierda.
Detestaba la sonoridad de esa palabra.
Dolía casi como si su corazón roto fuera algo físico.
¿Te das cuenta de que puede que sea el final?
Dio al dial pero él no cogió esa llamada ni la siguiente.
Poco después su teléfono se quedó sin batería.
Kendall insistió que no había pasado nada y aseguró que en ningún momento había querido suicidarse.
No era la impresión que tenía Comfrey ni los sanitarios que le habían auxiliado.
Lavinia le miró seria: – ¿Vas bien?
– Por supuesto que voy bien, Vinnie. Ha sido un accidente. Estoy genial, todos lo estamos...
La gravilla hacía ruido bajo sus pies cuando llegaron donde estaba el resto de la familia jugando al Monopoli.
Habría matado a Roman cuando dijo aquello del Kurt Cobain de la colchoneta sino supiera bien lo preocupada que había estado.
El único motivo por el que ayer no habían ido al hospital era porque se había considerado que cuando más grande se hiciera aquello más posibilidades había que por la mañana hubiera periodistas.
Enseguida que había llegado al centro hospitalario las noticias que daban los médicos eran que Kendall estaba perfectamente bien y solo necesitaba reposo.
Comfrey era la única que podía agradecer un poco de asistencia con el idioma
Pero aparte de eso…
– ¿Estás bien hermano? – preguntó Connor.
– Os pido que no hagamos un mundo de esto.
– ¿Qué quieres decir? Casi te ahogas.
– Solo se cayó de la colchoneta – intervino Shiv de pie.
– Demasiado limoncello – insistió Kendall.
– Ya.
Ken no quiso que los niños se quedaran allí, habló de sus abogados nuevos, de la Vanity Fair, de que debería volver a casa hoy mismo…
– Lavinia, joder, ¿cómo lo has visto? – soltó Roman en cuando su hermano se fue con sus hijos.
Greg tanteó: – Está bien. Parece…
Shiv percibió su suspiro y le echo otra mirada. – No lo sé… honestamente, no estoy segura – confirmó.
Lavinia cerró los ojos para que le tocara el sol de cara por un largo momento.
Comfrey estaba admitiendo en tono de confidencia que eran ellos los que habían llamado a la revista Vanity Fair.
– Creo que voy a dormir unas horas – dijo en un susurro.
Entonces recordó: – Ro, ¿acaso sabes algo de Stewy?
Éste le puso los ojos en blanco. – Sí, que llamó con voz de cordero degollado, preguntando por ti, por Kendall… Me colgó. ¿Crees que iba… – hizo un gesto con su dedo índice y la nariz.
– Claro que no – le defendió. No la preocupó. Porque Stewy siempre mantenía el control. Siempre había sabido mantener el control hasta el punto que uno pensaba que siempre iba a estar bien.
Y puesto que no había ni un momento de descanso con esta familia, su tío surgió de la villa gritando a Karl por teléfono. Gerri les explicó calmadamente que la Fiscalía iba a ponerles una multa histórica y GoJo acababa de superarles en valor de mercado.
Roman no le hizo ningún tipo de broma directamente a ella cuando se largó con su padre.
Era obvio que el ambiente no daba para más después que Logan anunciara su partida:
– Me voy a ver a Matsson que me explique.
– ¿Quieres que yo vaya contigo? – se ofreció Roman.
– No, tú quédate jugueteando con tu pito.
Pero fue y media hora después el mismo Rome no pudo estar de enviarle un par de mensajes:
"¿Algún mensaje para quién tú ya sabes?" "¿Puedo darle tu teléfono si me lo pide?"
Con su tío allí era obviamente broma.
"Sólo… mucha suerte".
Logró estirarse en su cama y cerrar los puñeteros ojos poco después.
No podía comer, no podía dormir...
No importa lo que después dijera Roman al respecto.
Esa noche solo había bebido dos dedos de whisky cuando salió de esa reunión de Maesbury. Sólo… había pretendido disculparse… despedirse de ella.
Érase una vez un hombre con dignidad y encanto.
Sé que no debería, que quedamos en que ya estaba, todo eso, pero… solo quería confesarte que no hay nada que vayas a hacer que no vaya a apoyar, aunque me mate el intento. Siento si ha parecido lo contrario esta tarde y ni siquiera voy a pedirte que vayas con cuidado con el órgano sangriento que dejo en tus manos. Solo estoy agotado, cariño. Todo estará bien—
Su objetivo prioritario era que ella lo supiera.
Daba bandazos.
Entonces Comfrey le contó sobre Kendall… a trompicones.
Su reticencia a darle detalles… el hecho de que Lavinia no estuviera disponible el teléfono… los tres intentos que le hicieron falta antes de que Roman respondiera su móvil… durante 10 largos minutos temió lo malditamente peor.
De pronto fue el hombre con el corazón roto de 39 años y el de 19.
Era una puta batalla.
Hay pocas cosas más complicadas que llevar con tranquilidad una espera como esta.
Odiaba reconocer que había recreado la posibilidad de la llamada que esperaba ahora otras veces: ¿Le llamaría Roman para contárselo? ¿Shiv? ¿o Rava, quien no secretamente le culparía?
Cuando pensó lo que pudo haber pasado… se sintió enfermo.
Su lucha fue siempre tener la aprobación de su padre. El sueño, tenerlo todo.
El aire de la noche era todavía cálido en Nueva York. La brisa era casi inexistente.
Hizo que la temperatura se sintiera más como a principios de julio. Se desnudó, tratando de no pensar. Se quedó en calzoncillos y camiseta aún con el móvil en la mano.
Había una alarmante fragilidad en el comportamiento de Kendall durante su cumpleaños. Autocompasivo y humillado.
¿Pero no la había habido siempre?
Después de lo del abrazo del oso, le había sorprendido qué vacío de emoción parecía. Triste, en un nuevo punto bajo. Miraba a alguien a quien conocía desde muy muy niños y apenas lo reconocía.
Hubo destellos del Ken de siempre cuando estaban en la fiesta con Joey y Naomi después de la reunión anual, pero no, no del todo.
Todavía estaba seguro que algo se le escapaba.
Roman actuó por teléfono como si no pudiera importarle menos darle una respuesta.
Joder.
– ¿Cómo está Ken?
– Oh, te refieres a nuestra pálida Ofelia… a punto de ahogarse… en un vaso de agua.
– Ro-Ro, puedes ser un poco más explícito. ¿Qué mierda ha pasado?
– Nada.
– Qué te den, colega. Ayúdame un poco, ¿sí?
Stewy estaba apoyado en una silla y se encontró apretándose la rodilla levemente flexionada con la mano, intentó concentrarse en la presión que hizo con los dedos.
– Había un inflable… y su lamentable trasero resbaló. No voy a enviarte el informe médico. ¿Lavinia ni siquiera te coge el teléfono, uh? ¿Por eso me llamas a mí?
Lavinia estaba acostada en la cama, vestida con una camisola. Permaneció por un momento tensa, concentrada en las cenefas del techo.
El balcón estaba abierto de par en par y por él le llegaban los ruidos de la fiesta que se celebraba en el jardín.
No pudo impedir un sentimiento de fatalidad inminente. Hasta el cielo parecía oscuro. Miró hacia la ventana: el cielo estaba oscuro.
Había pasado todo el día en cama.
Después de estar despierta más de veinticuatro con un sándwich y medio en el estómago. No puedes hacer estas cosas.
Estos días se tenía que obligar a ingerir algo de comida.
Dios, le dolía el coxis de la caída en el baño.
Se dio cuenta que había dormido todo el día.
Tumbada todavía buscó el teléfono en la mesilla palpando con la mano.
Tuvo que tragar el nudo de emociones que se empeñaba en subir por su garganta.
Su móvil estaba lleno de notificaciones.
Lo había encendido al llegar a la habitación y había recibido esos mensajes de Rome, pero se dio cuenta de repente que había de anteriores que entonces no habían saltado.
Mierda.
Tendría que haberle extrañado que él no insistiera después de que su llamada la cogiera Comfrey, pero había tenido tanto sueño…
Notó que tenía la cabeza mucho más clara.
Se incorporó lentamente. Augh.
Se puso un vestido de lino con mangas de kimono que había dejado en una silla el día antes al llegar. Poco podía hacer con el pelo hasta que no se lo lavara mañana pero se lo trenzó para un lado, sujetándolo con una goma que llevaba en el bolso.
En el jardín se oía un murmullo de personas, seguramente algunos huéspedes cenando a la luz de la luna la noche antes de la boda.
Le devolvió las muchísimas llamadas a Stewy pero no tuvo suerte.
Inmediatamente había quitado importancia a las palabras de Roman.
Sí, quizás estaba de fiesta cuando había llamado, ¿y qué? Ni siquiera significa que tuviera que ir puesto. Pero se preguntó qué debería haberle querido contar.
Fuera lo que fuera lo que estuviera pasando entre ellos, él siempre había respetado sus tiempos antes.
Incluso cuando sabía bien que le había dolido esperar.
Como esas últimas semanas. Richmond, los Hamptons, Estambul…
Lavinia bajó el último peldaño de la escalera y miró el interior de la casa, lujosa, cuadros, decoración recargada pero elegante, un par de mesas clásicas y unas cortinas de terciopelo, mármol y paredes blancas.
Su móvil sonó en ese momento.
Leyó su nombre en la pantalla y lo descolgó con una punzada en el pecho.
– Stewy…
– Joder, Livy. ¿Me estás evitando? – le preguntó a bocajarro.
Le dio la impresión de estar genuinamente preocupado.
Sintió su enfado y frustración a través del teléfono.
– No, Stewy…, yo no te estoy evitando. Ayer fue un día muy largo – explicó a la defensiva.
– Ya. Pues… Mierda, Livy, no quiero agobiarte pero cuando llamé a tu móvil, y esa publicista empezó a decir que estaba en el hospital, me llevé un susto de muerte…
– Él está bien – susurró.
– ¿Y tú… cielo—… Livy, cómo estás?
Lavinia se apretó el puente de la nariz con cuidado. – Bien… Yo no estaba allí cuando pasó. Fue Comfrey quien le sacó del agua.
Le oyó tomar aire, y ella suspiró.
– Livy, solo... perdóname, ¿vale? ¿Sabes qué pasó?
– Había una piscina. Estaba en ese inflable, bebiendo… Los niños habían entrado dentro y no lo sé puede que sea verdad que se quedara dormido. ¿Has hablado con él? Puede que… no sé.
Stewy absorbió la información.
– ¿Es por eso que no respondías al teléfono? Ayer cuando estabas en Milán, me quedé preocupado y luego parecías exhausta… deberías haber ido a descansar.
– Está todo bien. Prefería quedarme – le aseguró. Se mordió el labio. – ¿Por qué llamabas? Antes de…
La voz le sonó menos tensa.
– ¿La verdad? No tengo ni idea de lo que quería decirte. No… enteramente. Solo que… no tendrás que preocuparte por mí. No hasta que tú lo decidas — Pero escúchame, las últimas horas – siguió. Lo imaginó inspirando aire, afianzando los pies en el suelo – ha habido cambios. Se están moviendo cosas. Sandi considera que se están tomando decisiones sin ningún input del consejo y ha sugerido que un par de nuestros sherpas cojan un jet y se planten en Italia mañana para ver qué pasa. Aunque… mierda, estoy barajando subir a ese avión. Estás tú, quiero hablar con Ken, y ahora tengo una maldita razón para no permanecer atascado aquí. Hasta dónde sé esta noche han viajado todo un equipo de asesores financieros y el jodido Jaime Laird.
Lavinia abrió los ojos de par en par, aunque no la viese. – ¿Por qué? ¿Para la fusión?
– Eso es lo que me gustaría saber. Voy a alojarme en un hotel. No tenemos por qué vernos… solo piénsalo.
Se pasó una mano por la cara.
– Stew…
– Por supuesto que respeto tu decisión, ¿vale?
Lavinia no le respondió de inmediato incapaz de seguir hablando.
– Vale – musitó.
Seguía al pie de los escalones, miró a la alfombra del suelo y luego a la puerta abierta que daba a la animada cena en los jardines. Compartieron un silencio.
– Tengo que hacer unas llamadas pronto, – dejó la frase sin terminar. La voz llegó hasta Lavinia como un susurro casi inaudible.
– Lo sé. Cuídate, Stewy. Yo… espero verte, pero no sé si deberíamos forzarlo.
– Liv.
– ¿Me odias? – le preguntó ansiosa.
– Nunca – Stewy repuso. – Solo me alegro de que sigamos hablando. Ten cuidado. Odio… haberte decepcionado.
Lavinia se sintió muy mal.
Con un nudo en la garganta. – Yo también… también creo que he metido mucho la pata, ¿vale?. Cuídate.
La mera idea de cerrar todas las puertas entre ellos era como ser cortado en dos.
Pero Lavinia estaba agradecida que al menos fueran capaces de esta conversación, así que se reprimió las lágrimas y respiró hondo.
Al otro lado de la línea, en Nueva York, Stewy quiso decirle muchas cosas. Me vas a despreciar por ellas.
– Adiós, Liv. Tengo que irme ahora – En vez de eso dijo suavemente antes de terminar aquella llamada. Con esta se cortó toda la sensación de proximidad y conexión de ese momento.
Lavinia se quedó allí de pie, mirando al infinito por un largo largo momento.
Necesitó un minuto para volver en sí.
Stewy se sentía desalentado. Trasnochado. Flexionó la mano que le dolía tanto como su amor propio de apretar el teléfono con una tensión excesiva.
Se pasó un dedo por el cuello alto, agobiado.
No quería hacer esto nunca más si no lo arreglaba con Lavinia.
Sabía que seguiría con su vida tal y como era antes de conocerla.
Pero no habría otra persona con quien se volvería a sentir así.
Tendría que verla a menudo. Era inevitable si los dos continuaban en Nueva York. Un día habría conocido a otra persona. Iría de la mano de un tipo que no la necesitaba como él pero que la haría más feliz.
Y se verían y se daría cuenta que no había podido sacársela de dentro.
No podía pensar en eso.
Tenía trabajo que hacer, llamadas que realizar, reuniones. ¿No es lo que siempre se decía? Habían invertido en su posición en Waystar unos recursos que podrían estar dedicando a algo que no fuera una empresa con una estructura moribunda.
Se apoyó en la barandilla del balcón donde estaba, juntando las manos.
Joey acababa de mandarle un mensaje que quería verle antes de que se subiera a un avión para que le pusiera al día.
Había más movidas que Waystar en Maesbury.
Aparentemente sus consejos valían más si se daban en persona. Intuyó que iba a estar muy ocupado con Waystar en los próximos días.
¿Qué iba a hacer Livy? Tal vez continuaría trabajando para Kendall o por fin recibiera la oferta que se merecía.
Puede que tuviera que haber intervenido estas semana para correr la voz.
Pero ambos habían estado demasiado absortos en su relación en el presente, los Roy, la junta anual de accionistas…
No estaba especialmente contento con la idea de que ella aceptara esa oferta de Roman pero no estaba en condiciones de decir nada.
La puerta se abrió y apareció Sandi. – ¿Vienes?
Su socia le examinó durante un momento. Stewy llevaba un traje azul con un polo debajo, su barba un poco menos arreglada que de costumbre, como si hubiera pasado más de un día desde que se la cortó.
– ¿Listo para entrar? Mi padre nos está esperando.
– Sí, por supuesto.
Era importante tener el cuerpo y la mente ocupados, así esta última no tendría energía para ir por libre.
Lavinia se mezcló con los invitados de la soirée de Caroline para la víspera de su matrimonio.
No vio a ninguno de sus primos.
Una pequeña orquestra tocaba música indeterminada mientras los camareros pasaban entre los grupos de personas que charlaban.
Estuvo unos minutos escuchando conversaciones sin substancia.
– ¿Cómo está el viejo Miller?
– Oh, Miller, sigue como siempre, ya sabes.
Comió un par de canapés.
Tomó una mimosa.
Stewy, ¿me quieres? ¿y si no quiero para nada que respetes mi decisión? ¿Y sí…?
Odio sentirme tan vacía sin ti.
A golpe de besos y mordiscos, de pequeñas complicidades, había sido lo más intenso que había vivido nunca.
Le asustaba pensar que nunca se recuperaría.
Entonces tropezó con Connor, que parecía… mustio.
– Hey. ¿Cómo vas?
– Bien. ¿Y Willa?
– Ha ido a cambiarse los zapatos. Le hacían daño después de todo el día. Mañana vamos a… hacer una intervención a Kendall por lo de la piscina ya sabes. Todos los hermanos.
Lavinia asintió con una sonrisa.
– Desde luego… espero que os escuche.
Recordó la inexpresividad en los ojos de Kendall cuando salieron del hospital. El vacío de emociones. Era algo distinto a su ataque de pánico en el cumpleaños.
Connor levantó su vaso, con un gesto resignado: – ¡Salud!
Entonces Lavinia se distrajo un instante.
Un hombre se les acercó. – ¿Es usted la señorita Lavinia Hirsch?
– Sí.
– Hay un coche para usted fuera.
Entrecerró los ojos. – ¿Nos conocemos?
– Tenga. – le dio una caja rectangular envuelta para regalo con una nota.
Connor la miró preocupado cuando la vio tensarse.
"Alguien me dijo ayer que encontraría Florencia insoportablemente aburrida".
– ¿Está todo… bien? Puedo intervenir.
– No. Es… – se quedó callada con el papel en la mano.
Abrió el regalo con cuidado sopesándolo.
Era una pulsera ancha con cierres de oro pero, gracias a Dios por los pequeños favores, cristal de murano multicolor.
Entonces miró a su teléfono.
Había recibido un mensaje.
"¿Te animas?".
Frunció el ceño y marcó la tecla de llamar de la aplicación. Tomó una respiración profunda, casi irritada.
Él respondió al segundo timbre. Con tono contenido, tranquilo. – ¿Eso es un sí?
– Si necesitas un guía no soy la persona adecuada.
– Solo pretendo cenar fuera de mi villa. ¿Qué te ha parecido el regalo?
– Es súper bonito y no puedo aceptarlo.
– ¿Demasiado caro para un hombre joven? – fue sarcástico.
– Sé que no es muy caro. No es eso.
Casi pudo escuchar el atisbo de sonrisa a través del teléfono.
– Estamos solo a 50 minutos.
Entonces su confundido cerebro registró… – ¿Estamos? Espera un segundo, ¿cómo tienes mi teléfono?
– Roman – fue lo único que dijo.
– ¿Hoy?
– Me lo dio en el cumpleaños de Kendall.
Iba a matarlo.
Lo cortaría a trocitos y luego yo que sé.
Con una sacudida, aclaró su cabeza. – Oye, mira. Eso es absurdo.
– Lavinia… ¿has cenado? Solo un par de horas. Vamos, no muerdo. Como… amigos.
– Estoy trabajando – se excusó.
– ¿Para tu primo? Estoy seguro que puede prescindir de ti hasta la medianoche.
La conversación sobre Florencia había sido mientras su servicio les servía unos sándwiches en la mesa del jardín.
Roman y él se habían puesto a hablar de cambios en el diseño de la app de GoJo y la interfaz todavía más dinámica que había anunciado meses atrás; pero era todo una ensalada de palabras y ella había estado distraída en sus pensamientos.
– Dime, Lavinia. ¿Qué harías si pudieras estar en cualquier otro lugar ahora mismo?
Sin pensar y porque no podía decirle la verdad dijo: – Florencia.
– A Vinnie le chiflan las piedras y los cuadros – le informó Roman cínico.
Suspiró.
– Adiós, Lukas. Gracias por la propuesta pero voy a rechazarla.
– ¿No puedo hacerte cambiar de opinión? – Esta conversación no estaba saliendo como él esperaba. – ¿Estás acompañada?
– De mi primo Connor.
Su tono fue impertinente, pero volvió a imaginar su sonrisa ambigua: – ¿Quieres que le invitemos?
Se sintió con humor de ser tan puntillosa como quisiera. ¿Qué demonios…?
Se apartó unos pasos de Connor dedicándole una sonrisa de disculpa.
– No. Lo que pasa es que…– se mordió el labio. – Mira, no es personal pero creo que sería una terrible manera de acabar el día.
¿No lo sabes?, es mucho mejor que me quede llorando en la habitación. Ya se me pasará, lo prometo.
Lo pensó pero las vísceras le empujaron a no colgar aún.
– ¿Por qué?
– No salgas con tipos ricos, Lukas. Ellos son… una mala idea – ironizó – Y realmente no estoy para tener citas.
Río con una carcajada.
– Te dije que no era una cita. Solo… una cena con un amigo. Pero si crees que no te vendría bien distraerte… Ya sabes… como una tregua.
Frunció el ceño aunque él no podía verla.
– ¿Cómo regresaría?
– ¿Qué quieres decir?
– Me imagino que has enviado un coche con tu chófer o tu asistente o tu guardaespaldas, lo que sea.
Matsson soltó ahora una risa corta. – ¿Por qué no sales y lo compruebas? ¿De qué otra manera vas a devolverme el regalo?
– Dándoselo a tu hombre que está aquí plantado.
– Le he prohibido que te lo coja.
Fantástico.
Suspiró, se alejó más, y se frotó la cara.
Sintió una tristeza muy profunda en el pecho.
Pensó en su conversación por teléfono con Stewy apenas una horas y apenas contuvo las ganas de llorar. Era una maldita guerra consigo misma.
Se limpió una lágrima furiosamente con la mano.
Estaba tan triste, enfadada con Stewy, con ella misma, con y sin razón, frustrada, confusa y deprimida.
– ¿Lavinia?
– Hoy no.
– Eso no es un nunca.
– Tampoco lo contrario.
– ¿Puedes salir igualmente al aparcamiento?
Respiró hondo.
– Solo para devolverte la pulsera.
– Si insistes…
Salir hacia el estacionamiento le hizo plantearse de nuevo la cordura de esto.
Frunció el ceño con un suspiro.
Seguro que en el fondo Lukas Matsson era un tipo terrible.
Estaba convencida que secretamente le entretenía tenerlos bailándole el compás para su entretenimiento.
¡Já! Si quería diversión… encontraría un montón descubriendo los vértices de esta familia.
– Señorita Hirsch.
Se sorprendió cuando el hombre abrió la puerta del SUV negro y le vio a él sentado en el asiento trasero.
– ¿Entras? Prometo no morder.
Le extendió la caja para que la cogiera.
Él lo hizo chasqueando la lengua.
– ¿Qué haces aquí?
Matsson dejó el regalo a su lado en el asiento del coche con una leve sonrisa. – A mí tampoco me gustan las joyas.
Lavinia apretó los labios y luego asintió con una mueca resignada, de pie delante de la puerta.
– Lukas…
Él alzó las manos como para defenderse. – Voy a cenar solo y rechazas mi regalo. Está todo entendido.
– ¿Entonces?
– Por favor, entra, no quiero que me vean aquí.
Lo hizo frunciendo el ceño cuando él se movió para hacerle espacio.
¿Qué posibilidades había que fuera un psicópata aterrador a media jornada y genio multimillonario la otra media?
Se sintió lo bastante obtusa.
A parte de la caja de su regalo, entre ellos quedó un libro
No era una novela negra como el que había criticado en su casa pero sobre código informático.
Parpadeó hojeándolo por encima y le miró.
– Está lleno de garabatos.
– Me ayuda a pensar, siempre leo así.
Ella movió la cabeza.
– No entiendo por qué has venido.
Él ladeó la cabeza.
– En serio quiero que aceptes mi regalo, Lavinia.
– ¿Por qué? ¿Qué haces? – Se sobresaltó cuando él se movió unos centímetros en su asiento. En realidad se inclinó hacia el asiento del conductor.
– Da una vuelta por aquí cerca. ¿Te parece bien que nos movamos? – le pidió a ella, girándose. – ¿Paseas conmigo?
Apretó los labios como única afirmación.
Él se tiró hacia atrás, uno de sus codos en el reposacabezas, girado hacia ella, sin molestarse en el cinturón.
– ¿Ya somos… amigos? Lo dije en mi villa, Lavinia, apuesto en seguida por la gente que me gusta. Pero también los exprimo – juntó las manos como cuando había dado esa explicación por primera vez.
– ¿Mm, conocidos?
– ¿Suficiente para que mañana cenemos en la habitación de mi hotel?
Ella chasqueó la lengua incrédula. – No te pases.
Lukas movió la cabeza de lado mirándola y le envió por mensaje una ubicación de Florencia sacando su móvil de un bolsillo. – Si cambias de opinión sabes dónde estoy.
Entrecerró los ojos leyendo. – En el Palazzo Medici… un momento, ¿por qué?
La miró con una sonrisa breve.
– Tengo que confesarte que he instalado a parte de mi equipo allí. No puedo darte muchos detalles.
– ¿Habéis llegado a un acuerdo por la fusión?
Él sonrió levemente. – No puedo decirte nada.
Ella meneó la cabeza.
Pero acabó asintiendo.
– ¿Por qué no en Milán?
Él respondió con otra sonrisa. – Tengo alguna gente en Milán. Aquí estoy más cerca del cuartel general de tu tío. Es más discreto que la zona financiera del norte. No quiero que me vean ahí. Oh, y alguien me dijo que Florencia me aburriría porque era demasiado perfecta y me lo tomé como un reto.
Le dio una señal al chófer.
Que se metió por una carretera de gravilla y polvo que rodeaba la finca por fuera de los jardines pero estaba bien iluminado.
El coche paró más allá lejos de ojos curiosos de la finca.
– ¿Salimos a tomar el aire?
Lo miró dándole el gesto para que guiara el camino cuando salieron del SUV.
Estuvieron callados durante un momento.
El único ruido la fiesta de dentro y el sonido de sus pasos por la tierra.
– Me gusta tu primo.
– ¿Rome?
– Sí. Aunque no estoy seguro si es el mejor de los hermanos. ¿Qué tal… Kendall?
Se rió. – ¿Hablas en serio? ¿Me has intentado invitar a cenar para indagar sobre ellos? ¿Es eso?
La comisura de sus labios subió un poco. – En parte. No. Pero soy un hombre práctico.
Meneó la cabeza. – Y yo una tumba…, no te voy a hablar de mis primos…
– Ves, pero te he distraído, ahora sonríes un poco – dijo. – ¿Tienes hermanos?
– Sí, uno pequeño. Pero solía vivir con mi madre y yo me pasé la adolescencia con mi padre y su pareja.
– ¿Una madrastra, ahm?
Negó con la cabeza. – Padrastro.
– ¿En serio?
– ¿Por qué? ¿No tendrás prejudicios?
– No, solo… suena muy poco conservador.
Se encogió de hombros. – ¿Y tú?
– Hijo único. Pero no digas que se nota… todo el mundo lo dice. Pero no estoy de acuerdo, es el éxito.
Frunció el ceño.
– Eso es tremendamente arrogante…
– Puede. En realidad creo que no me gustaría nada tener hermanos – dijo como cuestión de hecho.
Lavinia puso los ojos en blanco. – Eso lo imaginaba. Pero, mm, nunca te lo diría a la cara… sería muy grosero.
Él se rió.
– En parte también hubiera estado bien… para que mi madre no centrara toda su energía en mí… Odiaba a todas mis novias en la universidad.
Alzó una ceja. – ¿Y ahora?
– Me aburren las relaciones normales.
Eso la hizo bufar con una risa sorda. – Debe ser un tipo de virus.
Lukas se humedeció el labio con la punta de la lengua. – Creo que no me has entendido. Si voy en serio… las cosas a medias no me valen. ¿Volvamos?
El coche hizo el corto trayecto de retorno.
– Si te lo repiensas…
– No lo creo… pero gracias.
Se había dormido abrazada al cojín de una de las butacas cercana al ventanal.
Pensando.
Hoy se casaba Caroline.
El pueblo más cercano era Pienza y consideró ir a dar una vuelta.
Pero estuvo mucho rato sin siquiera levantarse a por un café.
Tenía ganas de llorar, no moverse, hasta de que se acabara el viaje.
Él iba a estar aquí.
"Si estuviera a mi lado, y pudiéramos ver esto juntos... ¿Me habría acompañado a Canadá? ¿Habría venido a Italia conmigo?".
Nunca te mintió, no te prometió nada que no pudiera cumplir.
Era estúpido torturarse porque había sido su elección.
Por eso, era necesario que dejara de pensar tanto.
Tenía que arrancárselo de la cabeza y la piel.
Al menos por un día.
Estaba consiguiéndolo de pena.
Tenía trabajo que hacer. Siempre había más dinero que ganar, un ángulo qué encontrar.
Mantuvo a Lavinia en el fondo de su mente esta mañana, mientras intentaba enterarse de qué iba toda esta movida en Milán.
Luego alguien le contó que Lukas Matsson ni siquiera estaba ahí.
Empezaron a sonar rumores de una adquisición.
Habló con Gerri Kellman pero no le dijo nada.
Estuvo tentado de llamar a Ken pero primero quiso hacer otro par de comprobaciones por su cuenta.
Una venta favorecía a los accionistas.
Era objetivamente más provechosa que lo contrario.
Si se hacía bien.
Puede que Sandy pensara lo contrario.
Si era bueno para Logan Roy entonces su socio… Debía llamar a la hija de este.
Tenía muchas cosas que hacer.
Y otras que quería hacer… pero absolutamente no debería.
Una era Lavinia.
La otra reñir a Ken y meterle él la cabeza de chorlito en el agua por su estúpido intento de suicidio. ¿Qué coño estaba pensando?
Stewy apretó los labios. Eso era lo que le faltaba.
Salió de esa oficina en Milán y se dirigió al coche que lo esperaba en la calzada. De allí subió a otro avión privado.
Aunque primero había cogido un hotel en Milán, luego cambió de opinión y acabó encontrando una habitación en un hotel cerca de donde se celebraba la boda.
No supo qué había esperado.
Se había dejado caer en su asiento con el portátil abierto para revisar el correo electrónico.
Hasta que cuando el coche paró en el centro del pueblo primero vio a Roman de lejos, y luego su mirada se fue hacia una mujer.
Se protegía los ojos con la mano de la luz del sol.
Era guapa, el sol la había bronceado un poco.
A contraluz tenía el pelo castaño con un deje cobrizo. Semejante a una visión. Algo le azotó dentro.
Sonrió sin ser consciente de que lo hacía, y después borró la expresión de su cara.
Iba a perderla…, espectacular, contraria y tierna como era y él iba a dejarla marchar.
Intentó actuar con la cabeza. – Es dos calles más allá si puedes… – empezó a decir. Pero…
Mierda.
– ¿Sí? – El chófer estaba esperando instrucciones.
– Espérame aquí… será solo un momento.
– Cómo diga.
Salió del coche con las gafas de sol en la mano, pero no se movió.
Si ella le veía y seguía su camino, entonces…
Lavinia salió a la calle y lamentó no haber desayunado algo. Acababa de ver a sus primos conversando muy seriamente con Kendall en una terraza que quedaba un nivel superior al de esta plaza.
Pienza era como un laberinto de calles que subían y bajaban.
Paseó hasta la plaza sintiendo que los pies le pesaban casi tanto como el corazón.
La presencia de un coche negro enorme en un lugar donde no había tráfico rodado la hizo girarse. Al darse cuenta de quién era, sintió un nudo en el estómago.
Stewy estaba saliendo del vehículo pero solo alzó la vista para mirarla.
Un remolino de emociones la paralizó un segundo.
Se apoderó de ella un sentimiento de felicidad totalmente insensato.
Pero al momento su buen juicio hizo su alegría pedazos.
Así no podrían.
No habría manera.
Estuvo segura de que si se iba él no la seguiría.
No iría a la villa por ella.
Pero era absurdo.
Estaba interligado con la empresa, con…
Iban a verse muchas muchas veces y si era seria con su decisión debería aprender a controlar sus sentimientos.
Se acercó ella con el corazón en un puño.
La voz le sonó tensa, casi inaudible. – ¿Podemos hablar, Livy? ¿Una última vez?
– No sé si hay algo más por decir.
– Entonces solo… voy a dejar las cosas en mi habitación. ¿Podemos simplemente… "estar"? No voy a... Estás segura – Alzó las manos – Lo prometo. Joder Lavinia, me tienes tan trastornado que ni siquiera sé si podría…
Ella sintió afecto. Compasión por los dos.
Cerró los ojos, desbordada porque dolía.
No hizo ademán de tocarla cuando le hizo una señal con la cabeza para que le siguiera. Sólo notó el fantasma de su mano cerca de su brazo.
Cuando entraron en la habitación él dejó un maletín y el ordenador encima de la mesa.
Lavinia se quedó quieta en la puerta.
Stewy se frotó la cara y se dejó caer en una butaca amplia que quedaba cerca de la puerta del baño.
Cuando habló al fin su voz era ronca y le ofreció la mano.
– Ven, siéntate aquí conmigo – le pidió.
Ella se mordió el labio.
Pero cuando estuvo allí y se dejó guiar solo la envolvió con los brazos sin decir nada, apoyándola contra él.
– Hoy he tenido un sueño extraño – confesó.
Stewy apartó con cuidado los mechones de pelo de su cara, estudiándola. – Todo estará bien. Danos un momento. Solo… dos minutos. – la conminó a volver a cerrar los ojos pasando sus dedos sobre sus párpados.
Abrazándola.
Su palma acarició su espalda hasta que Lavinia descartó las sandalias y se acurrucó en posición fetal en sus brazos sollozando sin control.
Stewy no había llorado nunca fácilmente porque habría aprendido pronto que no era algo que se esperara de él en una escuela de élite para chicos, pero luchó él mismo contra las lágrimas. – Livy… – intentó hablarle en un tono lavado. – No llores, por favor. No llores…
Miró al techo ignorando como le temblaron las manos.
Dios, Livy, vas a ser mi causa de muerte.
Lavinia se limpió los ojos y sorbió.
Casi impulsivamente, Stewy se inclinó hacia delante y la besó con absoluta perdición. Lavinia le devolvió el beso, dejando escapar un suspiro de sorpresa.
Su beso se volvió descuidado cuando Stewy notó que se le escapaba el control de sus emociones, y tuvo que separarse para concentrarse.
El gusto del beso, salado por las lágrimas.
Un momento después Lavinia percibió sus labios arrastrándose en su hombro y su cuello.
En vez de rechazarlo, Lavinia suspiró y le devolvió el beso cuando Stewy volvió a sus labios, mordiéndolos suavemente. Y luego hubo otro beso. Y uno más. Pronto ambos estaban jadeando uno contra el otro.
Permitió que sus dedos se arrastraran por su clavícula, sintiendo el calor.
Él se moría de ganas de… pero no podía hacerlo… y no solo porque no confiaba en el estado de su cabeza.
La voz de Stewy fue más grave.
– Tengo que contarte algo…
Lavinia se incorporó alertada por su tono, le miró con las mejillas empapadas:
– ¿El qué?
– Si fuéramos a romper la promesa que te he hecho antes… si quisiéramos…, deberíamos cuidarnos —
Abrió los ojos, poco a poco comprendiéndolo.
Lo miró tan serio delante de ella… se resituó en la butaca y ella se soltó de él delicadamente.
– Sé un poco más concreto.
– Livy… creo que ya sabes que quiero decir – confesó en un susurro.
Estaba empezando a agobiarse.
– Pero quiero comprobar si puedes decirlo tú…
No vuelvas a llorar… deja que no sea un cobarde y diga…
– Livy…
Entrecerró los ojos.
– ¿Has estado… follando por ahí?
Le vio hacer un gesto casi de dolor con la cara.
– Fue una vez, un error. Intentaba…
– ¿Intentabas… Solo han pasado unos días – musitó.
– Intentaba sacarte de mi cabeza.
Se frotó la mano por la cara y casi… casi no notó como su mano le acariciaba la cintura con la yema de los dedos.
Lavinia quiso pedirle que saliera de la habitación, que se esfumara, que desapareciera.
Recordó que era la habitación de él.
Tendría que irse ella.
Se alzó de la butaca y se mordió el labio sin moverse ni un ápice.
– No quiero saberlo.
La mano de Stewy la cogió suavemente de la muñeca. – No significó nada…
– Me voy. Prefiero estar sola ahora mismo. Fue una mala idea…, no sé si quiero tener esta conversación ni que estés aquí.
Ya de pie, razonó:
– Tú me dejaste….
Se rió sin ganas. – No hace ni una miserable semana.
– Lo hiciste y te he echado de menos. Tu piel…– intentó decir sin saber cómo continuar.
Lavinia no quería hundirse de nuevo frente de él. – No sigas – rogó.
Habían sido muchas horas de tensión.
– Estás nerviosa, pero podemos hablar de esto. Livy…
– No utilices ese argumento. Y yo que… Dios, ¿sabes lo culpable que me sentí por siquiera pensar… en salir de este sitio y dejar de… llorarte dos malditas horas?
– ¿Dónde…
Lavinia se mordió el labio.
– No cambies el tema.
Stewy luchó por pensar con claridad.
Había calculado mal lo dolido que estaba por cómo lo había apartado de ella, de ellos… de esto…
– Ni siquiera estoy seguro de qué estamos hablando ahora – la interrumpió con tono de leve reproche.
Ella hizo una mueca de dolor.
– De qué te ha faltado tiempo para metérsela a otra – musitó enfada.
– Lavinia te juro, que no fue así.
Ella movió la cabeza enérgicamente. – No, no. Me hiciste creer que era especial pero estabas tan dolido que no has podido evitar follarte a otra…
De repente, se sentía confundida, furiosa y triste…
Él se humedeció los labios, sin palabras, y volvió a hablar: – Fue solo sexo, pero contigo… Livy… por favor… nunca podría acercársele.
– No.
Nunca lo había visto así.
– Livy, joder. Si crees que soy incapaz de comprometerme, ¿por qué estabas conmigo para empezar? – le imploró.
Ella se encontró mal. Enferma.
Él quería responderle, explicarle que su dura acusación era equivocada.
Pero esta vez no iba a escucharle.
Estaba más y más enfadada.
– Me voy. Está claro como acabaríamos… Supongo que voy a aprender de esto.
Los ojos oscuros de Stewy la estudiaron. – ¿De lo decepcionada que estás?
– Sí – susurró con voz trémula.
Stewy dejó caer las manos.
¿Cómo podía hacerle entender que nunca habría llegado a ello si no…
– Por favor… Livy… Antes de hacer lo que va a destrozarnos… piénsalo. Digamos que no me hubiera acostado con nadie desde el momento en que rompiste conmigo hasta hoy. ¿Ahora confiarías en mí? ¿De repente creerías que podría comprometerme en la relación? – preguntó desesperado.
Contuvo otra ola de emoción. – No. No creo.
– Ahí lo tienes. Soy de carne y hueso, ¿sabes? Yo también sangro. Te ofrecí vivir conmigo y, joder, hacerte el amor toda mi vida...
Lavinia quiso herirlo al menos tanto como había logrado él. – Eso suena… muy juvenil, ¿no crees?
Stewy se giró y dio dos pasos hacia ella, pero se detuvo con un rictus roto en la cara. – No seas injusta…
Ella contuvo un sollozo.
No podía estar ni un momento más en este lugar.
Las paredes se cerraban sobre ella con cada segundo que pasaba en la habitación y no había nada que pudiera hacer al respecto. Necesitaba salir, lejos de aquí, lejos de él.
Lejos de todo.
Ambos estaban en silencio mientras ella intentaba borrar con furia las marcas del llanto. Luego Stewy preguntó en voz baja: – ¿Me dejarías explicarte? ¿Por favor? Solo escucha – Podía oír la desesperación en su voz.
Ella miró directamente a sus ojos suplicantes y dijo: –No –. Intentó no estremecerse.
Él no trató de detenerla mientras ella se alejaba. Y luego cerró la puerta detrás de ella. El portazo resonó con fuerza en el silencio.
Resonó contra las paredes blancas y vacías de la habitación como un disparo. Luego se calmó. Un eco hueco.
Cuando ella desapareció detrás de la puerta de roble, él se sentó en la cama. Sus piernas se sentían como gelatina. ¿Qué voy a hacer ahora, Liv? No habrá forma de arreglar las cosas… Miró impotente al vacío. ¿Qué está mal conmigo? Todo lo que siempre quise fue poder dárnoslo todo... Ahora se acabó. Se reclinó hacia delante y se cubrió la cara con los brazos. Cuando los volvió a bajar, sus ojos brillaban. Mierda... mierda, amor.
No se vio con fuerzas ni ganas de ir a la boda. Sabía que acabaría rompiéndose y prefirió hacerlo estando sola.
No quería que nadie la viera tan herida ni con las mejillas empapadas de rabia.
Lanzó el vestido sobre la cama enfadada.
¡Stewy se había acostado con otra y apenas hacía unos días que no se veían! ¿Cómo podía haber sido tan estúpida de pensar que no sería así?, se reprendió a sí misma.
Porque se ha pasado todos estos meses susurrándote al oído que no quería follarse nunca a nadie más que no fueras tú…
Antes de haber decidido qué hacer el reloj marcó la una.
La ceremonia de Caroline probablemente ya había empezado.
Había escuchado marcharse a los últimos coches a través de la ventana abierta.
Quería estar sola.
Necesitaba salir de aquí…
Miró en Google Maps.
Le entraron ganas de reír.
Una risa mojada, sin ganas.
Había dos buses a un lugar llamado Montepulciano y luego a Chiusi y de allí podía coger un tren a Siena o a Florencia.
Era un viaje estúpidamente largo.
Estaba muy enfadada.
Bajó hasta la entrada con la intención de que alguien del servicio le consiguiera un coche. Ella frunció los labios y luego asintió con una mueca de resignación cuando confirmaron un Uber para ella.
Solo sentía vacío.
Toda su historia, sus promesas, desmoronándose en su pecho como un castillo de arena.
No quería imaginarlo con nadie más. Follándose a otra con toda la destreza de que era capaz. Sus cuerpos empapados en sudor, jadeando.
Dejando a la desconocida temblando después del clímax, igual que él. Puede que Stewy incluso se hubiera apoyado en un codo en el colchón para admirarla al acabar.
Estaba segura que había sido una de esas modelos.
Dijiste que yo era especial pero has tardado… ¿qué?... ¡nada!, como si lo nuestro no valiera una mierda.
La saliva se le acumuló en la garganta, espesa.
En el fondo sabía que él tenía derecho a hacer lo que le diera la gana si no estaban juntos, pero había pasado muy muy poco tiempo.
¿Cuál era tu plan? ¿Meterla en caliente por todo Nueva York hasta que convencieses a la tonta de Lavinia? ¿De qué?
¿De que no necesitas MÁS? Es obvio que es mentira.
Envió un escueto mensaje a Roman.
"No me encuentro bien. Discúlpame con tu madre, ¿sí?"
El viaje hasta la ciudad fue un poco movido. Lavinia suspiró. Había ido bien hasta que ese hombre salió de la autopista y empezó a hacer giros por una carretera a las afueras de Florencia.
El coche aparcó en segunda fila delante de la estación de Santa María Novella.
Ir a donde quisiera y perderse por las calles de la ciudad hasta quedar exhausta, no pensar... ese era su único objetivo.
Su corazón era un caos.
Pero Lavinia sintió una extraña tranquilidad al llegar.
No disfrutaba de lamerse las heridas, pero no podía hundirse.
Durante unas horas quería intentar no pensar en Stewy.
Tampoco en sus besos de judas y ese algo tan especial en sus ojos que no iba a encontrar en otra mirada...
No iba a parar enfrente de Santa María del Fiore y verlo a él en su imaginación, se dijo. Probablemente ningún hombre por ideas bonitas que le hubiera metido en la cabeza se merecía estropearle la belleza de la plaza del Duomo.
No lo echaría de menos cuando contemplara la cúpula gigante de Brunelleschi, ni cruzara el Ponte Vecchio esquivando veinte mil turistas.
No pararía para coger aliento subiendo al Belvedere con su risa en la cabeza.
Si una sobredosis de belleza renacentista no era suficiente, bueno… No lo sabía. Pero al menos podría intentarlo... o terminar el día con una botella de vino blanco a solas en la Plaza de la Signoria.
Una bonita puesta de sol sobre Florencia.
– Señora, ¿está bien?
Lavinia afirmó con la cabeza. Pero no, definitivamente no lo estaba. El conductor la miraba con preocupación y ella sabía que estaba pálida. Al hombre no le gustaba esperar a que la gente pagara por el servicio.
Probablemente ya le esperaba otro cliente.
– Está bien. Gracias – Ella le entregó la tarjeta de crédito.
– ¿Está segura? – preguntó de nuevo mientras ella bajaba del coche.
– Sí.
Se alejó. Lavinia volvió su atención hacia la ciudad que la rodeaba. Le evocó sus días de instituto, aquella excursión de final de curso años atrás.
Y recordó lo emocionada que había estado la primera vez, esa vieja guía en neerlandés con detalles de cada rincón que encontrar en Florencia. El Palazzo de los Pitti, la Galería Uffizi, el David de Miguel Ángel... nunca se había sentido más importante o más maravilloso saber que tales cosas existían.
Ahora caminaba sola por la calle, no muy interesada.
La gente estaba en todas partes con colores y ropa brillante. Era tan fácil imaginar el mundo en constante movimiento como si en realidad no quisiera desaparecer.
Pero había algo de Florencia que...
Ella le había dicho a Lukas que probablemente lo aburriría, para molestar a ese yo suyo taciturno que la hacía rodar los ojos incrédula…, pero le parecía imposible que fuera verdad…
Algo sobre la ciudad…
Y algo en la forma en que las nubes pasaban sobre la luz que se reflejaba en el agua.
Algo en la arquitectura…
Lavinia se detuvo y se puso las gafas de sol. No necesitaba las miradas de la gente preguntándose por qué la dama extranjera tenía el aspecto de haber estado llorando desconsoladamente durante horas.
Entrecerró los ojos y miró hacia el cielo.
Estaba más exhausta de caminar que de ver realmente algo. Fue fácil porque sorprendentemente recordaba casi de memoria el mapa de calles de la ciudad.
Acabó en Santa Croce.
Entonces buscando algo en su bolso encontró la pulsera de Lukas. ¿Cómo había…?
Frunció los labios.
Sopesó la pulsera.
Debería concentrarse en planear su vuelta a casa.
Casa…
¿Qué sentido tenía volver a Nueva York?
Nueva York no era su casa.
Nunca volvería a estar en casa…
¿Qué estaba mal con ella? ¿Realmente iba a vivir en otro lugar? Tal vez debería considerar encontrar finalmente un nuevo trabajo. Un verdadero trabajo Donde pudiera ganar su propio dinero y no depender únicamente de los cambios de humor de Kendall.
¿Era realmente tan ingenua?
Tenía un salario más que decente aunque no tuviera el trabajo de sus sueños a corto plazo.
Quizás ese trabajo no existía.
Para eso, tendría que abandonar por completo las Relaciones Públicas y estudiar (quizás) algo sobre arte, pero se sentía como alguien de un millón de años para empezar una nueva carrera ahora.
34 años.
Tal vez debería ir a Canadá... hacer a su abuelo moderadamente contento.
El sol desapareció detrás de algunos edificios.
Miró su móvil y encontró varios mensajes de texto de Kendall y Roman. "¿Está Stewy en Italia?", "¿Dónde estás?", "¿Te ha dicho lo que está pasando?"
Tenía ganas de gritar ante el mero pensamiento de discutir lo que fuera que quisieran de él.
En cambio, cerró las notificaciones una a una y envió una respuesta directa a Roman. "Stewy está aquí. No conmigo, lo siento. No, no sé qué está pasando".
Parecía que no iba a responderle en absoluto.
Y luego porque ella era una blanda: "Pase lo que pase sí sé que una parte del equipo de Lukas está en Florencia".
"¡¿COMÓ LO SABES?!"
Ella parpadeó. Ok, wow Roman.
"Hablamos ayer", escribió.
Una respuesta simple.
Hecho. Revisó su correo pero no había nada extraño.
"¡¿Qué mierda te dijo?!"
Dejó vagar su mirada por la plaza donde estaba. Vio a dos hombres sentados uno al lado del otro, bebiendo cerveza en latas. Uno llevaba un sombrero rojo. El otro tenía el cabello rubio rizado. Turistas.
Estaban hablando y riendo juntos mientras bebían sus cervezas.
"Nada", respondió ella.
Tuvo que esperar.
Después de media hora, Rome envió otro mensaje de texto: "Te alegrará saber que Kendall ya ha hablado con Stewyy".
Lavinia resopló y puso los ojos en blanco. "No, no lo hace. ¿Qué está pasando?".
Roman no respondió.
De hecho al cabo de unos minutos tampoco le cogió el teléfono.
Fenomenal.
Su pulgar se cernía sobre la pantalla. Tal vez el problema era más grande de lo que imaginó al principio.
Se iba a tener que quedar con la duda.
Cogió su móvil mientras esperaba en la cola para que le dieran una mesa donde sentarse a comer algo.
Para aliviar el aburrimiento se quedó mirando los números en su lista de mensajes. ¿Quién la llamó la última vez? ¿Stewy? No, eso fue antes.
Después había otro número.
Matsson. El hombre del momento, ironizó.
Imaginó que estaría demasiado ocupado para atender una llamada estúpida. Oh, seguro que tenía algo ver con todo ese rollo críptico que se llevaba todo el mundo.
Si no quería ser molestado debería no haberle dado su número.
Ni ir abandonando pulseras en bolsos ajenos. ¿Qué diablos se había creído?, pensó un poco irritada.
Lavinia, vamos. ¡Él ni siquiera es el millonario gilipollas al que querrías sacudir con fuerza...!
¿Para qué narices Stewy no podía estar una semana sin sexo?
Hasta deseó volver atrás, a marzo.
No haber estado en el pub ni haberse tropezado con él después en la boda de Shiv y Tom.
Todo este tiempo habría sido solo el ex idiota de Kendall.
Puede que ni siquiera se hubiera enterado de ello. No, algo los habría atraído uno al otro.
Habrían cometido los mismos errores.
Presionó el botón de llamada en un impulso. Lukas respondió al cuarto timbre.
– ¿Lavinia? – Estaba sorprendido de escucharla. No tanto como ella de llamarlo.
Alzó una ceja pensando que habría interrumpido algo muy importante.
– Sé qué estás haciendo – aventuró.
– ¿Ah, sí? – Su tono era tan, pero tan burleta… como siempre parecía encontrar cierta diversión en su interacción.
– No – admitió rodando los ojos a nadie en particular en la fila para tener una mesa en esa plaza de Florencia – Pero has revolucionado a todo el mundo.
– ¿Quieres decir? ¿Para bien? – La estaba provocando deliberadamente – Tu voz suena rara – dijo divertido.
– Tú eres más raro – le acusó ella. Lavinia se mordió el labio, arrepintiéndose un poco de haber hecho la llamada – Lo siento no tengo nada contra ti. Solo sentía curiosidad si cogerías el teléfono.
¿Quién era Lukas Matsson de todos modos? ¿Un genio? ¿Un tío solitario que buscaba una conexión? ¿Alquien que estaba jugando con ellos?
Él hizo un sonido que pensó que podía ser una risa. – Tengo una hora libre antes de que mis abogados y los de tu tío me cubran en papeleo. Yo estoy aún más curioso… ¿dónde estás? –.
– En una plaza.
– ¿Cuál plaza? – sonó hasta complacido de hacer la pregunta. Maldita sea.
– Una de Florencia.
– ¿Cómo volverás?
– Ya veremos.
– ¿En qué plaza estás? – insistió.
– Estaba pensando en el otro día en tu villa…, ¿no es muy cliché un sueco leyendo novela negra?
Por primera vez su voz fue exasperada: – Lavinia… Tengo solo una hora. Dos… si me permito volver un poco más locos a los abogados. Ayúdame.
Ella vaciló.
En cierta manera se sentía reacia.
Esto era una malísima idea.
– Santa María de la Croce – se encogió de hombros.
– Iré a recogerte – dijo.
Ella alzó una ceja. – No es necesario.
– Lavinia… nos vemos ahora – soltó con cierta arrogancia y colgó.
Dudó seriamente que no fuera de farol.
Este hombre tenía otros problemas más importantes.
Así que pidió igualmente la mesa que tenía planeada y se sentó pidiendo un agua fría y una bolsa de patatas para picar.
Se sintió un poco abrumada cuando recordó su conversación.
Pensará que estás mal de la cabeza...
Eso que todavía no vas pedo. ¿Deberías pedir vino?
¿Por qué le has llamado?
Alzó una mano hacia uno de los camareros para pedir también una copa de rosado.
¿Oh, qué te pasa?
Lo reconoció enseguida que entró en la plaza porque era muy alto e iba con una especie de escolta vestido en traje.
Su teléfono volvió a sonar.
– ¿Dónde estás?
– Pues…
Lukas caminó como si no le importara nada en el mundo y se sentó en la silla libre a su lado.
La miró con una sonrisa petulante.
Lavinia entrecerró los ojos, en un gesto defensivo. – Estaba a punto de pedir. Hola a ti también.
– Tengo una invitación para ti. El Palazzo Medici. ¿Qué dices?
–Matsson, mira…
– Lukas.
Respiró hondo. – Lukas— siento haber llamado, estaba siendo estúpida.
– Hacemos que nos traigan algo que comer dónde estoy. Eso me dará más tiempo. Hay cincuenta personas más conmigo en ese lugar, y meh, soy bastante respetable. Dependiendo de a quien preguntes – medio sonrió – No me he comido nunca a nadie, ¿te apetece?
Ella frunció el ceño.
Señaló al hombre de seguridad que se había quedado en la plaza:
– ¿También cenará…?
Lukas chasqueó la lengua. – No. Tengo un coche esperándonos. ¿Vienes o me pido un vodka tonic?
– El Palazzo Medici, ¿eh?
Arrugó la nariz.
Él no era muy hablador y ella tenía la cabeza en otra parte.
– ¿Quieres contármelo? – le sugirió cuando ella se quedó distraída mirando su copa.
Se mordió el labio inferior. – No es importante.
Él la retó con sus ojos azules. – ¿No?
– He terminado con mi novio… pensé que era evidente. Ya ves, nada que vaya a cambiar el curso de América… – perdió el hilo, siguiendo sus pensamientos.
Lukas hizo una señal al camarero para que le sirviera otra copa. – Tómate esta y vamos.
Lavinia intercambió una mirada con él.
No lo contradijo porque por primera vez no tenía ganas de desafiarlo. ¿Debería? Era una distracción bienvenida.
No estás haciendo nada malo. Es… una cena.
Puede que te enteres de qué está pasando.
– ¿Nos vamos?
Cuando llegaron al lugar donde estaba aparcado, Lukas le abrió la puerta y subió a la parte de atrás de su SUV eléctrico BMW de color negro.
Ella lo miró.
Se estaba comportando educado desde que habían dejado la terraza del bar atrás, solo que ligeramente distante.
Abstraído.
No estuvieron más de cinco minutos circulando por calles claramente peatonales.
Lukas pidió a alguien por teléfono que llamara a un restaurante y dio instrucciones sobre el menú.
– ¿Te importa si escojo?
Negó con la cabeza quietamente. – No.
¡Joder, Lavinia tenía ojos en la cara!
Lukas Matsson era atractivo incluso vestido como iba de forma casual con una camiseta blanca y pantalones negros tejanos.
El SUV se metió por calles estrechas y el chófer se paró detrás de unas motos estacionadas en batería cerca de su destino. Lavinia hizo el amago de salir del coche.
– Espera.
Él salió del coche caminando con gracia con sus piernas largas, rodeándolo, le abrió la puerta, con esa pose contenida suya.
El cielo había acabado de oscurecerse mientras hacían este corto trayecto.
Acababan de encenderse las luces centelleantes de la calle.
Pero ahora no había tantos turistas en este punto del casco antiguo.
– No es nada especial, ¿mm? – De pronto su voz estaba en su oído.
Lavinia dio unos pasos hacia el espectacular edificio que durante siglos había sido la residencia principal de los dueños de la ciudad.
Miró hacia arriba, a la fachada de piedra y las enormes ventanas.
Luego, se mordió el labio.
Matsson estaba siendo insolente aposta.
Vamos, no te obliga nadie, ¿por qué no pones un poco de tu parte?, se dijo.
Él le ofreció la mano para ayudarla a sortear las baldosas de la calle con las sandalias.
A esta hora la verdad es que estaba deseando quitárselas.
Pero aún tendría que esperar para volver a la villa de Caroline.
Entraron y recorrieron varios pasillos evitando el obvio murmullo de la gente de GoJo.
La condujo por un corredor hasta que llegaron a lo que parecía ser una biblioteca, con un sofá noble, las cuatro paredes tenían estanterías con hileras e hileras de volúmenes.
Había una puerta de madera en el lado opuesto y Lukas la abrió mostrándole un balcón que daba a un jardín trasero con árboles y estátuas.
Enseguida entró el aire fresco y la temperatura se hizo más agradable en la habitación cerrada.
– ¿Qué te parece?
Ella dudó. – Es… un buen lugar.
Lukas se apoyó en la puerta del balcón y se colocó muy cerca cuando ella pasó por su lado.
Al principio la sobresaltó un poco, pero luego Lavinia se dio cuenta que no había mucho más espacio.
– Soy inofensivo – insistió el sueco, leyéndole el pensamiento.
Ella estornudó sin querer, cubriéndose con una mano.
Sonrió como disculpa.
– En realidad, no te conozco de nada.
– No es verdad, nos hemos visto ya varias veces.
Los ojos avellana de ella le estudiaron y luego miraron hacia el jardín desde el balcón: – Ya…
Acabó de salir a él para observar una pareja de empleados que hablaban cerca uno del otro.
Lavinia pensó en Stewy y se sintió culpable, aunque se dijo que era una tontería.
¿Por qué tenía que pensar que estaba traicionando a un hombre que ya se había acostado con otra mujer?
Hubo un momento de silencio. Luego, les interrumpió alguien anunciando que acababa de llegar la comida.
Tres mujeres del servicio pusieron la mesa.
De reojo distinguió pasta y verduras cocidas y crudas con sorbete de tomate y melaza de higo. El vino era tinto y de dejo amaderado (como descubrió después).
Suspiró.
Estaba agradecida por la compañía. Solo…
Ni siquiera tenía hambre.
– Siento no ser una compañía muy habladora esta noche.
Lukas la dejó en el balcón y sirvió las copas. – Bah. Era parte del trato – dijo. Abrió también una ventana que daba a una calle transitada.
Los ojos de Lavinia se suavizaron, sus labios se curvaron en una cálida media sonrisa resignada:
– Aun así… ¿Vas a fusionar tu empresa con la de mi tío o es otra cosa?
La miró curioso, mientras ella se acercaba a la mesa. – Pensaba que no querías que habláramos de negocios. Además tengo motivos para no darte mucha información.
– ¿Por qué se lo contaría a...? – indagó. Bromeando dijo: – ¿Quién es quién no puede saber tus secretos?
– Un poco todos. Incluido…– la miró – Estoy celoso.
Chasqueó la lengua incrédula. – Sí, seguro.
– Si fuera él no tendrías esa cara triste y esto acabaría muy diferente.
Eso la removió aunque no quería.
Joder, Lukas.
– Eso es cruel – dijo rígida.
Él alargó la mano para atrapar la suya a través de la poca distancia que había ahora.
– Me disculpo.
Ella se estaba comportando más seca que un sarmiento.
Le era obvio por qué. Claro.
Lavinia asintió mordiéndose el labio y estudió los platos.
– ¿Te parece si empezamos por los postres?
– ¿Los postres?
– La panna cotta te pondrá de mejor humor.
Se sentó tomando la cuchara que él le ofreció.
El dulce le abrió un poco el estómago.
Jugó un poco con el cubierto y el caramelo que lo cubría.
Se alegró al oír música en la calle. En una época la había adorado, pero últimamente casi había desaparecido de su vida.
Debía ser algún artista callejero.
Alzó la vista, para mirar a Lukas.
Aunque se sentía mal le hizo sonreír el gesto que hizo al apartar un mosquito de su brazo. – Malditos bichos… no sé cómo ha entrado.
– Hace calor, era agosto hace dos días, has abierto cada ventana…
– Ya. ¿Qué esperaba, no? ¿Qué? – la retó con la mirada – Sé sincera, Lavinia… piensas que soy un gilipollas sin modales.
Ella se pasó una lengua por las muelas.
– En realidad… Eres muy callado y creo que imaginas que resulta increíblemente seductor…, y misterioso, pero es un fastidio – dijo, pero sonrió más de lo que lo había hecho hasta ese instante.
Matsson la estudió un momento antes de asentir.
Cuando se levantaron de la mesa, él abrió una cerveza.
– ¿Quieres?
– Creo que es mejor que no.
Lukas sonrió.
Lavinia no dejaba de sentir un poco de culpa.
No es que Lukas Matsson no fuera un hombre muy bien parecido, una buena compañía.
¿Qué hacía aquí?
¿Qué es esto? ¿Tu orgullo herido?
Suspiró. – ¿Puedo descalzarme? – se señaló los zapatos – Me están matando.
– Claro.
Lavinia se deshizo de sus sandalias, esforzándose por olvidar cuan diferente se había sentido esa mañana acurrucada en sus brazos.
¡Stewy se ha acostado con otra como si estos seis meses no hubieran significado nada, y tú eres tan niña que no puedes parar de pensar en él…!
Lukas se quedó observándola.
Comprendió que fuera lo que fuera que habría pasado con ese novio suyo era la única razón por la que ella estaba aquí. Pero por fin se relajaba un poco.
Apretó la palma de la mano en la suya y cerró sus dedos atrapándola.
Notó como Lavinia daba un respingo.
De inmediato, ella apartó la mano.
Estaba convencido que tenía una inteligencia viva e inquisitiva de la que solo podía ver destellos.
No es que el exterior no le interesara.
Vestía un vestido azul pálido, suelto, pero él solo era capaz de pensar en el cuerpo que se escondía debajo.
En cuanto Lavinia se perdió en sus pensamientos Lukas supo que estaba pensando en Stewy Hosseini.
Quizás tratando de imaginar qué diría él, donde la habría llevado, de esta ciudad.
Una ciudad que ella había visitado una vez con el colegio y otra con una amiga, según le había contado mientras jugaba con la pasta de su plato, tenedor en mano, distraída.
Él le habló de la cabaña que había mandado a construir con vistas a los fiordos mientras rellenaba sus copas.
Lavinia se había sonrojado por el vino. – Dios no beberé vino tinto nunca más – hizo un mohín.
– ¿Estás bien?
– Creo que sí.
Lavinia encontró su mirada y aspiró aire: – ¿Y ahora qué…?
Lukas había estado tentado de besarla varias veces durante la última hora, pero cada vez ella parecía estar librando algún tipo de batalla interna.
Esta vez sí inclinó la cabeza y acercó su nariz para probar su boca.
Era un hombre ambicioso, incluso avaro.
Quería hacer esto con ella, muchísimo.
Movió una de sus manos para acunarle la mejilla y sintió lo cálida que estaba su piel contra sus dedos.
Cuando ella no se apartó, él se inclinó aún más hasta que finalmente presionó sus labios contra los de ella, sintiendo su forma, su calidez...
Sus dientes chocaron levemente cuando sus narices toparon entre si, ella no respondió enseguida, pero él no pensó mucho en eso mientras la besaba.
La sensación para Lavinia fue sofocante.
Su aliento era cálido y le proporcionaba algún tipo de alivio pero…
Antes de que fuera plenamente consciente, él tenía un férreo agarre sobre una de sus muñecas, manteniéndola sobre su cabeza, y estaba casi clavándola contra la pared utilizando sus caderas.
Su lengua se abría paso en un baile erótico todo mordiscos y choque de dientes… sintió su erección sobre su vientre.
– Lukas no, no debería – Lo empujó un poco, pero era una pared de músculo duro. – Deberíamos parar.
– ¿Por qué? – Dio un nuevo paso cerca y al verla dudar siguió besándola. Su pulgar recorrió la línea de su mandíbula. – ¿No quieres que te folle como te mereces?
El corazón se le salía del pecho y se preguntó si debía hacer esto que no era más que rabia mal digerida. Mierda, mierda.
Necesitó respirar hondo, con la esperanza de que el aire que corría por la habitación la liberara.
Repasó la noche en su mente, cuestionándose qué pensaba que consiguiría aquí. ¿Sentirse menos tonta?
Estaba decepcionada, humillada y sola.
Lukas separó sus labios y se quedó contemplándola, todavía sujetando su cintura firmemente.
Observó los labios de ella, sus ojos avellana brillantes, contrariados.
Podían escuchar el sonido de voces de su equipo en la distancia. Teléfonos sonando sin parar en otra sala.
– No estoy segura de que sea buena idea…
– Somos dos adultos. Tengo cuarenta, Lavinia. Puedo aceptar que me uses un poco – le respondió.
Ella intentó respirar con naturalidad ante su toque, pero fracasó.
– ¿Por qué?
– Porque me gustas.
Levantó su mano para sujetar su barbilla y sostenerla en su lugar. – ¿Es aceptable para ti? – Bajó el dedo hasta su garganta. Era un capullo… y algo así como un maldito adonis.
Tuvo un pensamiento oscuro, puede que por todo el vino que había bebido, aunque no se sentía ebria.
Oh, es posible que hasta Stewy… como con las modelos y los tipos de finanzas.
Y, maldito fuera, Lavinia sentía la estúpida y juvenil urgencia de castigarlo por ello.
Echó la cabeza para atrás, y suspiró. – Creo que no quiero que pares – dijo.
Cerró los ojos por un momento, tratando de concentrarse, pero no pudo. Parecía imposible de hacer. Estaba atrapada bajo la mirada de Lukas Matsson, su maltrecho orgullo enviando su mente en espiral.
Joder, Stewy.
¿Qué nos hemos hecho?
Lukas pasó la punta de su dedo por su cuello lentamente. – ¿Entonces estamos bien?
Asintió y tragó saliva.
Matsson sonrió, satisfecho.
Hábilmente se las arregló para moverla con él hasta la librería, cogiéndola casi a peso, más alto y fuerte que ella.
Se inclinó para apoyar su frente contra la de ella. Su voz, áspera: – Lavinia...
Lukas estaba deshaciéndose de su vestido por la cremallera, la falda subida por el rifirrafe de sus cuerpos. Ella se peleó con su cinturón intentando encontrar el foco. Él mismo se sacó la camiseta y la descartó en el suelo.
Lavinia respiró hondo cuando su mano se paseó por su espalda desnuda. – Voy a quitarte eso… – murmuró abriendo el cierre del sostén.
Aunque no acabó de quitarlo. Dejó la prenda suelta en sus brazos sin quitar los tirantes.
Su cabello rubio estaba desaliñado, y había una extraña intensidad en sus ojos.
Lukas arrastró su boca por su hombro, mordió su piel.
Le miró el pecho, y murmuró al ver sus pezones hinchados: – Mierda Lavinia, podría engullirte entera.
Bajó por su piel tomando su pecho derecho en su boca, dio lametazos paseando su pulgar por su pezón duro. Ella mostró cierta incomodidad. – Lo siento.
– ¿Te duele?
– No sé por qué.
Se movió hacia su pecho izquierdo y le acarició el pezón suavemente antes de retirarse con reticencia.
Buscó un mejor ángulo. Ella arqueó la espalda ligeramente, gimió más de alivio que de gusto cuando la mano que sostenía su pecho subió más arriba.
Lo ayudó a desabrocharse el cinturón, que quedó clavándose en su cadera.
Jadeó. – Lukas…
Él puso un dedo en sus labios.
– No me importa en quien pienses ahora – arrastró su voz – Pero veamos qué puedo hacer para que cambies de opinión.
La besó de nuevo y luego pasó sus manos por sus curvas, sintiendo cada centímetro bajo su vestido atrapado por debajo de su cintura.
Después de una vacilación casi inapreciable, ella volvió a dejarse a besar.
Lukas apoyó las manos contra la librería a ambos lados de su cabeza con la respiración acelerada. Hundió los dedos de una mano en su pelo.
Con la otra, rodeó la parte de atrás de su vestido y subiéndolo un poco pasó las manos por la piel de sus muslos.
Ella dio un respingo casi imperceptible. ¿Estaba interpretándola mal?
Hizo una pausa.
– ¿No quieres que me detenga verdad? –preguntó contra su cuello, sus dientes raspando su piel.
Negó con la cabeza, pero no pudo hablar.
Casi abruptamente la apretó más contra la librería y le levantó la pierna para que le rodeara con ella la cintura.
Había algo de irresistible en su sonrisa que compensaba la insolencia.
Le bajó las bragas y se soltó el pantalón.
Frotó una mano entre las piernas de Lavinia sin ninguna solemnidad. – Buena chica – dijo al tiempo que metía un dedo dentro de ella.
Lentamente comenzó a empujar hacia adentro y hacia afuera. Ya estaba mojada. Había más que hacer para llegar ir allí, pero era un buen comienzo.
Lukas sintió la suavidad de ella debajo de las yemas de los dedos y su ritmo se aceleró con dos dedos, aumentando la velocidad cuando Lavinia comenzó a gemir con los ojos firmemente cerrados.
Luchó contra el impulso de dejar los preliminares y follarla tan a lo bestia que no solo olvidara ese maldito hombre sino su nombre.
Quería follarla como un puto animal. Empezando por frotar su pene en su coño suave y resbaladizo.
Pero no quería que lo enviara a la mierda.
Siguió bombeando dos dedos dentro de ella y frotando en círculos. A medida que el placer aumentaba, Lavinia sintió que se sofocaba más. – Quiero que estés más húmeda para mí… empapada – arrastró las palabras.
Lavinia intentó concentrarse en su cuerpo en lugar de en otra cosa.
La boca de Lukas se presionó contra la suya.
– Te voy a dar un minuto para que pienses cuánto quieres que te folle – susurró.
Ella deslizó la mano a la entrepierna de él, forzándose a sí misma a sentir, a actuar.
Cuando la besó por primera vez pensó que le costaba ponerse en situación porque era algo nuevo… Pero todavía no estaba segura de qué estaba haciendo…
Sus dedos se envolvieron alrededor de la cabeza de su pene y lo apretaron ligeramente. No fue un apretón fuerte o invasivo. Lavinia incluso vaciló ligeramente.
Lukas respondió presionándose contra su palma con más fuerza, pero no permitió que lo distrajera de su actual misión.
No paró los movimientos con sus dedos buscando ese punto que haría que se corriera en su mano. Ella se movió insistentemente contra el movimiento como si fuera su único medio de acercarse al placer.
La presión en su vientre creció hasta hacerse insoportable, pero no fue el clímax lo que la abrumó.
No lo hubo.
Entreabrió los labios.
Pero todo le pareció muy cuesta arriba.
A pesar de que Lukas la sostenía con su cuerpo, ella tuvo dificultades para mantenerse erguida.
La miró a los ojos, observando su respiración. Le había quitado el cabello de la cara para que pudieran mirarse a los ojos, observando cada detalle.
Sintió los dedos de Matsson deslizarse de nuevo sobre su cabello ralo y jadeó. – No puedo – suplicó entre un grito y un jadeo ahogado.
Empujó sus hombros para alejarlo de ella con tanta fuerza como pudo.
Matsson retrocedió cuando vio su cara angustiada.
Una expresión de confusión cruzó su rostro por un segundo, pero tomó su barbilla en la mano.
– ¿Qué pasa?
Ella sacudió su cabeza. Lukas dio un paso atrás y esperó su explicación.
Lavinia resopló secándose las lágrimas – Lo siento, estoy siendo estúpida… Es estúpido… – murmuró.
Se levantó, subiendo su roba interior, alisándose el vestido, ordenando su pelo, abrochándose penosamente su sujetador.
Lukas la estudió. – ¿Qué ha ido mal?
– Yo solo... no puedo – dijo frunciendo el ceño. – No puedo –.
Lo había estado disfrutando, estaba seguro.
– Hey, respira… – sugirió, su erección también perdida.
– Esto – Ella le señaló. – Si me tocas así, no sé... – Su ceño se hizo más profundo.
Él asintió, serio.
Miró a uno de los relojes de la habitación.
– Lavinia… Tengo cosas que resolver. Si te esperas, voy a asegurarme que vuelvas sana y salva. Esto…, prácticamente no ha pasado, ¿vale?
Lukas sintió quizás un desdén exagerado por el tal Stewy Hosseini en ese momento.
Pensó que estaría más molesto con ella por haberlo llevado hasta aquí y dejado así pero comprobó que no era de esa manera.
Ahora la había probado, un sabor condenadamente bueno, y era mejor de lo que esperaba.
Había querido sexo descuidado, saliva, follar con ella desde la primera vez, eso era algo que podía manejar.
Sin embargo, no había resultado así. En cambio, había tenido una mujer caótica, hermosa, casi abrumadora, que lo había hecho sentir curioso y determinado. Estaba más interesado en saber más. Y luego ella se había asustado, y ahora él no podía volver a tocarla. Y eso era inaceptable.
Alguien golpeó la puerta de la sala casi al momento.
Era uno de los miembros de su equipo.
El deber le llamaba.
Lukas se separó de la puerta y escuchó sus pasos alejarse. Se fue sin más un momento después de haber hablado con uno de sus asesores.
– Mi chófer estará listo en media hora. Te llevara donde quieras. Cuídate – Había dicho. Solo se volvió una vez – Lavinia, mi asistente te dará los datos de dónde compró la pulsera. Es un regalo pero puedes cambiarla por cualquier otra cosa, ¿sí?
Ella le miró confudida.
Acabaría descubriendo con una búsqueda rápida en Google que el brazalete era de diseñador. 900 euros.
Calderilla.
Lo peor era que en este mundo era tal.
Se abstrajo por la ventanilla todo el camino a la Valle de Orcia.
No era la razón por que cuando llegó a la villa no se entretuvo en la fiesta que aun había en los jardines ni buscó a nadie, aunque se había pasado una hora sentada en el coche buscando una manera de dar una explicación que pareciera razonable para su huída.
Inspiró aire, calmando como se sentía.
Agradeció que la bañera antigua de su habitación tuviera teléfono de ducha porque prefirío lavarse así.
Dios, Lukas olía fantástico, pero ahora no podía soportarlo. Sentía repulsión por los rastros en su piel. El olor que se adhería a su ropa y cabello. Se restregó con fuerza para limpiarse hasta que le dolieron los dedos.
No quería sentir autocompasión pero sintió en los huesos que ese era el final de la que había sido su relación con Stewy, cada vez con más razón era más tóxico, no había vuelta atrás.
Pese a haber…, aún deseó que llenara el otro lado de la cama esta noche, poder volver abrazarse a él entre lágrimas sin tener que decir nada.
Sin que él tampoco intentara poner excusas.
¿Pero de qué valdría una escena boba de película? Si no confiaba en él. Y él… no, no tenía ningún derecho a tener una opinión sobre ella.
Cuando salió eligió una camisola pero pensó que estaría más cómoda con su sostén.
No había sido una excusa.
Debía ser que estaba a punto de tener la regla porque le dolían los pechos.
La había tenido por su cumpleaños y luego a principio de agosto se le había adelantado.
Tenía un pequeño retraso.
Excepto que en Canadá y esta mañana, había sangrado un poco, las dos veces pensó que le empezaba… pero era obvio que algo más estaba pasando con ella. No se sentía como un período normal. Tampoco uno de los de mentirijilla de la píldora. Tonterías. Solo quería un poco más de tiempo para descansar hasta que todo se calmara un poco. Así que se fue a dormir después de su baño y durmió la mayor parte de la mañana hasta que Greg golpeó la puerta de su habitación como si el mundo estuviera en proceso de hundirse.
