"We were good, we were gold
Kinda dream that can't be sold [...]
Built a home and watched it burn

I can buy myself flowers
Write my name in the sand"

– Flowers (Miley Cyrus)

Capítulo 31. Los Munster

Habían pasado días desde que intentó llamarla.

Stewy tuvo el impulso de hacerlo de nuevo.

Se sentía inquieto, irritado consigo mismo y ¡joder! desesperado.

Durante el resto de ese día, el dolor de cabeza se transformó lentamente en una migraña. Pero no dejó que se le notara mientras tomaba decisiones en la oficina.

Ese no era un ambiente en el que se motivara a mostrar flaquezas personales.

Aunque sí era una casa de locos con el signo del dólar. Decían que la avaricia crea adicción como la nicotina o la cocaína actuando en el cerebro como una droga. El objetivo de las firmas como Maesbury era crear capital, muchas veces desmantelando empresas en las que habían invertido. Qué podía agregar.

No se hacía ilusiones sobre la caladura moral de todo ello.

The Economist había llamado a las principales firmas de capital privado los nuevos reyes de Wall Street.

Había estado trabajando el doble de horas.

Dejándose sumergir por gráficos de valor, documentos e informes de analistas.

Se levantaba con la apertura de los mercados y se acostaba tarde, no paraba ni un momento.

No iba a admitir que le costaba concentrarse porque estaba distraído pensando en Lavinia. Ni siquiera al jodido Joey, que bastante pesado estaba.

Stewy se sentía con muerte cerebral la mayoría de mañanas, aunque tenía algunas formas para remediarlo. Las tardes eran sólo ligeramente mejores.

El trato con GoJo les era beneficioso pero estaba de acuerdo con los Furness que los números parecían endebles, se podía obtener más de ese trato.

No habían estado dispuestos a escuchar a los tres príncipes cuando unas semanas atrás intentaron que les ayudaran a oponerse a la venta.

Él ya les había avisado en Italia.

Sandi le recordaba cada dos por tres que iban cortos de tiempo si querían conseguir más dinero por la venta. Ah, genial, sí, lo sé. Gracias.

– Es un buen trato pero eso no debería significar que abra el tarro de las galletas sin un buen precio.

Se excusó de la última reunión, bajó por el ascensor y salió por la puerta principal.

El clima se estaba volviendo más frío dejando paso al otoño.

Lo que Stewy necesitaba era deshacerse de esta pesadez en su pecho.

Se había acercado al apartamento de Livy el primer domingo después de Italia y en su casa se encontró a una amiga de Greg, le dejó un mensaje en el contestador que no respondió. Llamó un par de veces más dos días después y esta vez no hubo respuesta del aparato. Como si su móvil no funcionara en absoluto. Un fallo de la línea. Pensó que estaría en Canadá, seguramente.

Ken lo sabría; sin embargo, sintió que ella merecía el espacio y el tiempo que había pedido antes de que todo se fuese al demonio.

Stewy era bueno en contener sus emociones y sus reacciones.

Era asombroso lo fácil que era estar con Lavinia.

Le salía como algo natural, sin ningún esfuerzo.

Echaba de menos sus conversaciones llenas de complicidad, de bromas, de sonrisas. Besándola con suavidad, tan impaciente a la vez. Le encantaba mirarla, su rostro abierto y radiante mientras hablaba de cualquier cosa y de todo a un mismo tiempo.

Esa tarde el repiqueteo de la lluvia en el paraguas ahogaba el ruido de sus pasos por aquella acera de Nueva York.

Llevaba semanas sin llover así.

Echó el cuerpo hacia atrás bajo una entrada para refugiarse del agua.

Sintió un cansancio abrumador. Quería irse a casa y se dio cuenta de lo poco que de pronto le decía este concepto.

Él necesitaba…, necesitaba…

– Hola – lo saludó uno de sus colegas poniendo una mano en la espalda y él pareció sobresaltado por un segundo. El hombre se echó a reír – Hostia, Hosseini, ¿te he asustado?

Stewy puso los ojos en blanco. – Tío, nunca entenderías el horror de ser atracado bajo una lluvia torrencial – ironizó.

– Como si llevaras la Amex Black encima – bromeó el otro. – Quita esa cara, con lo que ganemos con las acciones de Buonaventura me voy a comprar una mansión y tú un nuevo yate de 50 metros de eslora.

Stewy lo miró escéptico, pero respondió: – A este paso se irán a su casa sin poner los pies en esta oficina para pactar las condiciones. ¿Quieres decir que van a firmar nunca? ¿Te los vas a volver a llevar dos días a Las Vegas? ¿Qué es esto? ¿El puto Stratton Oakmont?

– Se beben un Martini de Absolut cada diez minutos y no hablemos de la gominolas, amigo mío. Pero hoy cerraré el trato – afirmó en tono convincente – Te lo aseguro.

Stewy chasqueó la lengua.

No estaba muy hablador esa tarde. Su colega estaba a punto de preguntarle cuál era la causa justo cuando él dijo: – Ahí viene mi coche.

– ¿No te animas?

– Puede. Te llamo luego – miró hacia donde Diego ya habría la puerta antes de hacer una carrera corta en su dirección – Tú mantén a los nuevazelandeses en la noria – espetó.

El otro abrió la boca para protestar pero no se le ocurrió ninguna objeción.

Stewy tenía una llamada que hacerle a Sandi sobre el jodido Waystar y luego irse a casa para desconectar al menos por un par de horas. Deshacerse de la camisa. Cambiarse de ropa, darse una ducha a mil grados.

Cualquier cosa para liberarse de la tensión en su cuerpo.

Como tantas cosas que tenían que ver con ella, costaba expresarlo con palabras.

Alzó la vista a los edificios antes de entrar en la limusina.

Tenía una llamada perdida de Leila que devolvió mientras Diego encendía el coche y empezaba a conducir en dirección a Tribeca con todo el atasco que se había formado por el mal tiempo.

– Qué maravilloso que contestes el teléfono. ¡No sé cómo te las apañas! – dijo su cuñada en un tono que expresaba a la vez afecto y desespero – Dare creía que ibas a pasarte a comer uno de estos días.

– Así soy yo – replicó con un mohín – el mejor hermano pequeño del mundo.

Leila percibió algo de amargura en su tono.

– ¿Algo va mal? – le preguntó – ¿Cómo está esa chica? ¿Lavinia? Ya sabes que puedes traerla cuando quieras.

Stewy miró al tráfico.

Apretó el puente de la nariz con dos dedos. Toda una escena volvió a su mente.

Nunca olvidaría el tono de su voz cuando le miró a los ojos y le preguntó si se había follado a alguien.

Joder.

La manera como se había ido en Italia.

El portazo.

– He cometido una estupidez. Te lo contaré otro día. Hoy solo pretendo llegar a mi apartamento. Para serte honesto llevo dos noches casi sin dormir.

– No cambiarás nunca, ¿verdad? – le reprendió su cuñada con tono maternal.

No compartió el detalle que aparte de salir se había pasado buena parte de esas noches dando vueltas, pensando. La última, caminó por la casa, revisó la alarma, y luego se sentó en la terraza y sacó un paquete de cigarrillos. Para después, por la mañana, sin dormir, intentar arrancar varias reuniones.

Stewy le hizo una señal a Diego para que se desviara por una de las avenidas para intentar atajar ese caos de coches.

– ¿Acaso hay alguien que cambie?

– Stewy…

Tiró la cabeza hacia atrás sujetando su móvil contra la oreja.

– No sé qué hacer – repuso – No dejo de darle vueltas todo el tiempo, pero no me queda mucha fe en poder hacer las cosas mejor. ¿Esto puede quedar entre nosotros...?

– Claro, cariño.

Él siempre había pensado en el compromiso como un grillete en el pie sobre el que no puedes hacer demasiada presión si no quieres que el otro se caiga de bruces.

Siempre había visto la salida, nunca se había sumergido por completo.

Lo contrario, solo empeoraba las cosas. ¿Si no era divertido… por qué iba a molestarse?

Él ya tenía un deber con la vida que había creado para sí mismo.

Cuando te acostumbras a estar solo, vives mucho más tranquilo. No tienes que estar pendiente de otra persona ni responder ante nadie. Pero esta vez no le valía.

Con ella las cosas habían hecho clic.

Todo había encajado.

Le había pillado por sorpresa pero desde que la conoció, se había quedado colgado de su tesón, su esperanza.

No había habido un solo día que no deseara hacerle el amor.

Más tarde, en casa y con un whisky en la mano, se preguntó cuánto pesaban los errores, su ego personal, toda una vida huyendo del compromiso, y fue incapaz de decidirse.

Estaba claro que iba a joderlo desde un principio.

¡Esto le estaba poniendo años encima, joder!

Quizás no la había buscado en la boda de Caroline bajo la excusa de no hacerle más daño; pero no había insistido después, porque todas las palabras que hubiera podido pronunciar pesaban demasiado y no conseguía hacerlas subir del pecho y hasta la boca.

Era como si le hubieran aturdido con un golpe de gancho en la mandíbula.

Sentía que las palabras que había dejado en su buzón de voz eran insatisfactorias.

Se quedó pensándola: los ojos castaños, la sonrisa herida, el momento en que le acarició el pelo y la espalda mientras su cuerpo se estremecía en sus brazos entre sollozos en esa habitación de un pequeño hotel de lujo en Pienza, sus propias lágrimas contenidas, el beso que se habían dado con insistencia como si temieran que pudiera ser uno de los últimos, de hecho él se había separado con una presteza insoportable antes de decirle que… — y se negó a aceptar que la hubiera perdido.

No le gustaba tenerse por un cobarde pero estaba muerto de miedo que desapareciera de su vida.

No había previsto que se esfumara.

Algunas veces se sentía también resentido. Mierda, Lavinia.

Esperaba que ella se enfadase pero le hería profundamente que no le hubiera dado la oportunidad de explicarse mejor después de esa mañana en la Toscana.

Nos hemos querido mucho como para joderlo, ¿no crees?

Le habría bajado la luna.

Pero no estaba seguro que bastara.

¿Qué estaría haciendo en esos momentos?

De alguna manera lo natural parecía que continuara en su vida.

Pero era por puro egoísmo.

No es mi culpa que me enamorara de ti.

Y todavía estoy noqueado.

No sabría manejar que se convirtieran en un par de extraños que compartían un puñado de recuerdos.

Esa misma mañana había desayunado unas tostadas con queso fresco y mermelada, y había observado por la vidriera cómo despuntaba el día.

Lucy, su empleada del servicio, estaba empezando su jornada y le pidió que le dijera qué trajes y camisas le urgía tener a punto, pero apenas le respondió con monosílabos, como si una parte de él se hubiera quedado parado en la vista de Nueva York, la parte de él que le hacía funcionar.

Había continuado con cierta normalidad con el día a día en Maesbury.

Seguía acabando muchas de sus noches rodeado de modelos, actrices, gente de su mundo, pero había días que se levantaba con muy mal pie.

Un gramo de esto, un trago de licor. Es fascinante cómo unas cantidades tan ridículas pueden cambiarlo todo. Una dosis más baja y no notaras nada, una dosis más alta y esa noche estás en lo más alto.

Le estaba costando mucho.

A estas horas del día, con la luz del sol yéndose y la lluvia incansable sobre los cristales de las ventanas de su ático, no pudo contenerse más.

Tal vez porque había soñado con ella. No de una manera sexual; sólo...

La forma en que deseaba despertar junto a ella, oler su cabello antes de irse a trabajar. La cálida sensación de su mano en la de él o el sabor de ella en sus labios. Su risa cuando él hacía alguna broma tonta. La forma en que ella le sonreía y sus ojos se iluminaban. Estaba en algún lugar donde no habían estado. En algún lugar soleado. Estaba leyendo un libro, acurrucada a él, con un poco de café a su lado, y él no podía recordar de qué estaban hablando. Las palabras seguían desapareciendo de su mente.

Sus manos estaban apretadas tan fuertemente a su iPhone que los nudillos estaban blancos, pero cuando habló al contestador su voz fue resignada:

– Hola, supongo que no escucharás este mensaje, pero por si acaso, Livy, quiero que sepas que lo entiendo… soy un idiota, la he cagado un montón, y lo siento mucho. Hazme un favor, cielo, avísame cuándo estés en la ciudad, ¿sí?

Había noches como las dos anteriores en las que estaba rodeado de gente a la que no conocía, y mientras tanto, su fantasma seguía apareciendo en el fondo de su mente. Y luego iba a la barra y pedía un whisky irlandés por el placer de hacerlo y en días como ayer trataba de no beber demasiado rápido y usar la coca justa porque necesitaba estar sobrio para impresionar a los clientes que habían venido con Joey.

Su cabeza todavía estaba lo suficientemente clara para dosificarse.

Ella regresará. Solo dale el tiempo que necesita.

Si después está dispuesta a hacer lo que dice, intentarás olvidarla.

No dejaría que terminaran odiándose porque se hacían sufrir. Prefería quedarse con la idea de que lo intentaron. Jodidamente lo hicieron.

Tal vez en algún momento en el futuro se sentiría normal sobre ello.

Cuando la conoció pensaba que a estas alturas lo tenía todo bajo control, que preveía los siguientes pasos… salvo a Lavinia, que era directa y a la vez no, y que en un principio le acojonó del todo.


Lavinia se pasó el día que siguió a la falsa alarma que la había llevado al hospital en el sofá de Monique mirando fijamente por la ventana, viendo cómo diluviaba sobre las calles brumosas de Bruselas. Era el típico tiempo de Bélgica, en ese momento dudó que hubiera algo más deprimente.

¿Desde cuándo prefería Nueva York?

El odor de la basura cociéndose en las aceras, las prisas, la acera de su calle que se encharcaba cuando llovía.

Era más difícil de ver cuando solo te movías por Manhattan.

Y de todos modos…

Se prometió que ese sería el último día que se permitiría la autocompasión.

Aunque no es que Monique fuera a dejarla quedarse en el sofá para siempre.

En algún momento recordó que había dejado a su amiga sola en ese restaurante con Lukas Matsson.

Monique había llegado después del cierre de edición ayer por la noche.

– ¿Por cierto, como fue la comida… – preguntó en tono de disculpa mientras Monique encendía la televisión.

Monique suspiró dramáticamente.

– Cuéntame – insistió.

Su amiga hizo rodar los ojos.

– Bueno, claramente no le intereso yo… Colaboró en acabar de pulir algunas cosas del perfil pero creo que solo para que no te hablara mal de él – sugirió con un ronroneo sugerente y continuó – De hecho, dijo exactamente eso. ¿Por cierto eres consciente que es una pesadilla para su publicista, no? Es un agente del caos. ¡No me dejo na-da en la entrevista que publicamos hoy! Y sabes su renuencia a hablar sobre los rumores que circulan sobre su trato con Waystar y su resistencia a aclarar las historias contradictorias que se han escrito... A veces su padrastro se suicidó, a veces es un catedrático en algún sitio. Oh, y que de acuerdo con él, su estilo de vida le aisla… "Es un poco grosero ganar tanto dinero". Pobrecito – zanjó Monique con malicia.

Lavinia se quejó, con tono de culpa pero dejándolo estar inmediatamente – Pensé que no ibas a preguntar sobre… – suspiró – Es igual. Al menos no me odias, ¿no?

Monique torció la boca con una disculpa:

– No quería pero en Twitter había periodistas americanos comentándolo cuando se compartieron las primeras crónicas de la conferencia. Habría sido extraño. Escucha, él es un poco raro y desconcertante e hizo unos comentarios un poco así hacia el final. Pero es un raro rico y buenorro— ¡No le des más vueltas a tu desliz! En plan que te quiten lo bailado, ¿no? – su amiga dijo y se rió con un guiño– Ese espera que tengas una vagina mágica, amiga. Creo que cuando le entrevistaba a mí ni me miró y eso que llevaba mi minifalda favorita. Es broma, es broma…

Lavinia alzó una ceja hacia su amiga y suspiró profundamente.

– Estoy como para eso… ¡además estoy embarazada, en tres o cuatro semanas solo voy a interesarle a pervertidos y ginecólogos…!

Monique soltó una carcajada.

– Por Dios, que exagerada eres. ¿Y sobre el trabajo?

Se encogió de hombros.

– No lo sé. O Kendall y Roman hacen una propuesta o necesitaré otro trabajo por lo menos hasta que tenga a… va haber bastantes facturas. Tengo unos meses hasta que se note – se tocó el vientre superficialmente.

Monique la miró preocupada: – Pero y, ¿después de…? ¿Tienes un plan?

Se mordió el labio. – Tendré algún derecho a baja, ¿no?, sé que aquí había ayudas para madres solteras… quizás sea mejor volver pronto… encontraría un piso más grande que pueda alquilar por menos dinero… Todavía tengo contacto con la familia de Roger, me echarían una mano buscando.

Su amiga la cortó:

– Sea como sea vas a tener que decírselo… a ya sabes quién… algo tendrá que aportar.

Lavinia torció el gesto.

Se sintió un poco a la defensiva.

– Voy a decírselo pero no voy a pedirle un solo dólar si no está con nosotros… y su nombre es Stewy. ¿Puedes llamarlo por el nombre? ¿Por mí?

Su amiga la estudió. Ella le haría pagar hasta el último céntimo.

Pero ella habría abortado. Así que…

Probó con una táctica diferente. – Vale. Pero si Stewy— si se comporta como un idiota, lo capamos, ¿mm? Le tengo un montón de ganas y no en plan sexy.

Lavinia tuvo sentimiento de culpa.

Tenía los sentimientos hechos un lío.

– Oh, Moni… me siento mal por hacerte despotricar de él. Stewy es… un buen tío pese a lo que nos hemos hecho. Quizás no un… novio perfecto pero…

Él nunca le había dado a entender otra cosa.

Pero estaba tan enfadada…

– Cariño… Aun así, si la pregunta que vas a hacerte toda la vida no es me engañará, sino cuándo… ¿No te preguntarías dónde está, si un día tarda? Yo solo quiero que seas feliz. Por lo que me cuentas, sus ex están por todas partes…

– Habíamos roto – meneó la cabeza – Supongo que eso ya da igual. Es mi elección seguir adelante con… el embarazo, así que no tiene que quedarse si no quiere – puso las piernas bajo el culo en el sofá para girarse hacia su amiga– Pero te prometo que si lo conocieras no serías tan dura… Cuando empezamos a vernos en Nueva York estaba nerviosa como una quinceañera.

Había estado furiosa pero… La verdad era que, en muchos sentidos, él era apasionado, encantador, inteligente, cariñoso.

Sería casi el hombre perfecto si ella no tuviera miedo de su estilo de vida.

Si no estuviera insegura.

¿Qué era lo que había pasado con esa modelo cuando ya no estaban juntos sino su maldita profecía auto cumplida?

– Amiga…– le disputó Monique.

Lavinia se adelantó.

– Pase lo que pase no voy a convertirme en mi madre. He estado pensando que si no me llaman de ningún empleo en Nueva York… quizás tenías razón antes, no estaría de más hacer esa entrevista de trabajo para GoJo.

– Bueno, yo no he dicho exactamente… ¿Te irías a Estocolmo? ¿ahora? ¿así?

Fue sincera. – No lo sé. No tengo nada en contra de GoJo. Pero yo que sé… Tú misma lo has dicho, ha de ser una pesadilla ser su publicista. Además ya tiene una y creo que Matsson dijo que quería matarle. No sé yo si ese trabajo es para mí...

– ¿Por…?

– Porque ni siquiera sé si funcionaría después de la cagada de Italia… – se puso las manos en la cara – Joder, me sentía fuera de control y metí la pata. Matsson… todo ese rollo enigmático… ¿y si resulta que su sótano es como el de Barba Azul?

Monique se puso seria pese a su sonrisa, compartió una mirada con Lavinia.

– A mí me parece bien que pienses las cosas con cuidado… Sabes que te querría más cerca pero no quiero que te precipites. Estás pasando por muchas cosas, sé que ahora me contradeciré, ¿de acuerdo?, pero estás en una situación muy vulnerable, y sé que eres muy fuerte, pero eres humana, permítete tomar aire antes de cualquier decisión. Respira. – le acercó un vaso de agua cuando tomó la jarra de la nevera – Por cierto, ¿qué te dijeron en el hospital? Todo está bien… ¿pero…? Has estado muy callada, me tienes preocupada.

Lavinia intentó coger aire sin flaquear, apretó sus nudillos.

Apenas daba crédito a haber tomado por fin esa resolución.

– Todo está bien. Es solo que me he dado cuenta que es hora de que vaya pensando en volver a Nueva York y hay muchas decisiones para tomar. Quizás no la más importante, pero hay otras…

Lavinia no podía hacer nada para controlar la decisión que acabaría tomando Stewy, así que lo mejor era arrancarse esa tirita lo antes posible.

– Por mí puedes quedarte tanto como quieras. ¿Vas a estar bien?

– Creo que sí – se sinceró – Sé que esto no es lo que Stewy querría, pero lo único que tiene sentido es contárselo ya.

– Tal como lo defiendes… Vale que soy un poco bestia… Pero es pronto para darlo por perdido, ¿no? – intentó animarla su amiga. – Deja que se haga a la idea. Los tíos a veces… no hagas mucho caso de lo primero que suelte por esa boca.

Lavinia se quedó pensativa. – Intento no hacerme ilusiones…

Había tenido tantas ideas preconcebidas de este momento vital.

Pero nunca se había imaginado tan sola.

Siempre habría pensado que habría alguien cogiéndole de la mano para no dejar que se paralizara hasta la muerte.

Que se sentaría en un sofá mirando a otra persona en silencio y empezando a dibujar noches sin dormir, lloros, cuentos y una tercera personita colándose en la cama por el terrible monstruo del armario.

Casi al momento que conoció a Stewy dejó de pensar que ello sería parte de su plan.

Sería feliz con un gran amor y una carrera. Se convenció que estaría dispuesta a renunciar al resto. Y ahora…

No había sido una decisión fácil.

Le esperaba una vida que iba a ser muy diferente de lo que había soñado.

¿Y si no era buena madre…? Ni siquiera tenía un ejemplo que seguir.

Pero estaba decidida, no iba a cambiar de opinión.

No había tenido una familia normal mientras crecía, pero ese bebé sería finalmente algo de ella.

Todavía había una pequeña parte de ella que estaba aterrada de no poder dar un padre a ese niño. Puede que estuviera siendo increíblemente egoísta.

Ella no necesitaría un hombre para sentirse realizada y ser feliz, pero esa criatura…

El bebé aun no era mucho más que una semilla. No se distinguía más que un pequeño aumento de peso en su figura que podían haber sido perfectamente por los gofres que preparaba Monique los viernes. Pero por alguna razón, se encontró recordando la sensación de sus pies en la arena griega… y se imaginó dando la mano a un pequeño él o ella que se parecía mucho a Stewy.

Era muy consciente que la manera en cómo aquello, a todas luces, parecería amenazar la libertad que tanto apreciaba Stewy y su rutina, sería suficiente para poner en aprietos una relación sólida y ellos no la tenían.

Su nuevo plan no encajaba con la vida de Stewy, con su triplex, los jets privados, las reuniones interminables y las fiestas increíbles.

«Si crees que es algo más. Tengo que decirte esto, por mi hermano, el mundo no funciona así. Los hombres como él… Lo sé, quizás te vas con una buena chica a los 20… pero a los 35, a los 40 ya no. Demasiadas distracciones».

¡Dios, no quería escuchar esa voz en su cabeza!

Maldita sea.

Tampoco a Roman cuando hace meses le había dicho: «No es que no crea que no sea guay... ¡la hostia de guay de fiesta!».

Aunque no era muy diferente de la opinión de Monique.

No podía haber tres personas más distintas en el mundo, y aun así…

Sólo la idea de perderlo como amigo, cómplice y amante, a él y los planes de futuro que pudieron haber sido ya era desoladora…

Monique temió tener que sacudirla por los hombros después de su silencio pero acabó reaccionando. – ¿Lavinia? ¿Estás bien?

Se frotó la cara.

– Nunca me había dado cuenta lo enganchada que estaba al café – murmuró.

– Uno descafeinado no té hará daño, ¿no?

– Supongo que no.

– Lavinia…

Lavinia lanzó un suspiro. – Me ha dicho la ginecóloga que lo más probable es que cuando me quedé la píldora fallara, que no tiene que ser porque hice algo mal. Hacía apenas dos meses que había empezado a tomármela.

– Bueno…

Levantó la vista para mirar a su amiga. – ¿Sí?

– Si lo miramos así… me alegra que no fuera ese otro idiota con el que estuviste aquí. Y aun no sé qué pensar de tu novio… ex… pero mírate cuando dices su nombre y te pones a contarme que es buen tío, aún le quieres un montón, y eso es bueno, ¿no? Podrás contarle a esa criatura cosas buenas de él después de que su tía Monique se lo cargue.

– ¡Moni!

– Lo siento, lo siento… Tía, yo solo quiero verte bien.


Veinte minutos.

No parecía mucho tiempo pero mientras estaba sentada frente al ordenador en plena videollamada con Roman y su primo leía en silencio el borrador final de ese informe sobre los medios digitales americanos en Indonesia, que no tenía ni idea como había acabado en sus manos, pensó que estaba tardando toda una vida.

– Mmh.

– ¿Mmh? ¡Rome! Esta no es mi área de trabajo.

– Ya se nota… ¿Eso no es una falta ortográfica?

– Oh, por favor… No hay ninguna falta, lo he revisado ochocientas veces.

Había examinado todo los documentos que el autor original del informe había incluido en la biografía, analizado las estadísticas, revisando los patrones para sacar conclusiones. Después había rastreado en línea para comparar con otras investigaciones sobre el tema, añadido referencias y por supuesto hecho una revisión final.

Preferiría la parte donde participaba de la estrategia de publicidad pero al parecer eso estaba en manos de un grupo de cerebritos de Columbia.

Vio a Roman alzar las manos a través de la camera.

– Está bien, está bien. Veo que incluso has hablado con Osmond.

Lavinia suspiró.

Pero como Rome estaba ahora distraído con algo que pasaba detrás de la pantalla tuvo que verbalizar la respuesta.

– Sí, quería asegurarme que en los gráficos había las últimas cifras. Él escribió ese libro, que tituló "La ironía del desastre comunicativo indonesio" y que al parecer recibió una ayuda económica de la embajada. Casi provocan un conflicto diplomático. Lo explicaba en las notas del primer borrador… He hecho los deberes.

Solo quería que dejara de mirarse el pdf y pudieran hablar de su situación laboral.

Todo lo que sabía de Kendall es que decía estar reconvirtiéndose al budismo y que había mandado a Jess a rechazar cualquier propuesta de la prensa.

Trabajo por el que de momento todavía la pagaba a ella.

Al parecer la actual propuesta es que se incorporara de asistente en el equipo de comunicación lo que habría aceptado en Waystar CON Karolina; pero sus superiores aquí serían unos chavales imberbes cuyo mérito era decir que sí a todo a sus primos y tener un diploma guay.

No había preguntado de donde los habían sacado. Al igual que Tellis.

Solo sabía que eran ejecutivos ambiciosos y bien vestidos de veintitantos años.

No es que ella tuviera un gran ego, pero hombre… a estas alturas Kendall tenía que haber visto que servía.

No iba a dejar hacerse de menos.

Estaba algo dolida. Quizás era porque estaba sensible… ¡No, ni de coña!

Era porque no podía seguir esperando a hacer algo con su carrera.

Era literalmente ahora o nunca.

– Roman…

– Mmh…

– ¡Roman!

Al final le hizo levantar la cabeza molesto. Con un tono algo infantil – ¿Quée?

Contente, Lavinia.

– Hice un buen trabajo en Dust y con tu hermano. Pregunta por ahí. Yo también me saqué la carrera con las mejores notas. Y acabé un máster de dos años en solo uno… un año y medio.

Él hizo una mueca.

Habían casi tenido esta conversación antes.

– En una universidad pública.

– Que figuraba como la 24 del mundo en un ranking de 2019. Que no vayamos a estar pagando la deuda de nuestros estudios hasta que nuestros hijos se gradúen no quita ningún valor al título...

– Oh, ¿ya piensas en bebés?

Cerró los ojos un segundo.

Oh, Dios. Bufó: – Era un decir.

– Podrías ser mi asesora…uhm, consultora temporal en todo ese rollo – propuso.

Lavinia suspiró.

– No es exactamente así como funcionan las cosas. No quiero caridad.

Roman frunció el ceño.

– Es que ellos son jóvenes y entusiastas…

– Yo soy más joven que tú.

A veces era demasiado directo. Un auténtico idiota.

Pero se limitó a conceder: – A mí me gusta tu trabajo. Yo que sé… Todavía falta para el lanzamiento pero te inventamos un cargo de consultora y te ponemos en el equipo que lo prepare. Como en paralelo. Desde mi oficina…

– No tienes oficina.

– Me acabo de comprar una súper casa en Los Ángeles. Puedo tener 200 oficinas. Ya me has entendido… No te estoy pidiendo que seas mi becaria. Aunque… – Ahora estaba burlándose.

Guay, lo que faltaba…

Bueno, pero de buen rollo. Asintió indecisa.

Intentó pensar en cómo se vería todo eso, pero no consiguió visualizar más allá del tiempo que esta semana había dedicado a esos gráficos.

– Voy a llegar a Nueva York el lunes – anunció.

– ¿Oh, sí?

– Sí, es hora de recuperar mi piso – Sonrió. Roman volvió a mirar a otro lado.

– Ey, podemos hablar luego…

– Oh, no, no. Es Kenny, está aquí haciéndome caras.

– Ah, qué bien. ¡Hola, Kendall…! – dijo aunque no le vio.

No iban a darle un respiro, ¿verdad?

– Hola – escuchó la voz fuera de pantalla.

– Hablé con Jess dos veces la semana pasada.

– Sí, me ha pasado un resumen.

¿Hacía falta uno?

Jugó con un bote de frutos secos que tenía sobre la mesa.

Intentaba comer sano pero no lo conseguía siempre.

Tenía mucha hambre. No es que la ansiedad la ayudase.

– Ya – le dijo a Kendall. Pero antes de que tuviera la oportunidad de responder el móvil vibró encima de la mesa. Era esa aplicación sobre el embarazo que se había bajado y que le anunciaba que esta semana su embrión era del tamaño de una frambuesa. –… ahm, no hace falta repetir las cosas entonces – añadio algo distraída.

Ken por fin mostró la cara en la pantalla.

Iba con una gorra marrón que estaba segura que era tontamente cara.

– ¿Sabemos algo del podcast?

– Nope.

– Vale, vale… – hizo una mueca – ¿Tienes que pasar por Nueva York sí o sí? Podrías venir y hablamos de tu nuevo puesto. Esto es una mezcla de MasterClass, The Economist, Substack y el New Yorker. Presentaremos a los mejores especialistas hablando sobre la actualidad. Te encantara.

Lavinia arqueó las cejas. No es como si el encuentro no pudieran tenerlo de nuevo por Zoom porque… En fin.

Le miró con resignación.

– En realidad… me vendría bien arreglar primero unos asuntos en Nueva York…

– Bueno, tú misma. Aún estamos en la fase inicial de, ya sabes, convencer inversores, añadiendo ideas al plan continuamente. Así que ve a Nueva York y luego llamas a éste – le puso las manos en el hombro a Roman en broma.

– Sí, claro.

Lavinia inclinó la cabeza a un lado apartándose el pelo con una mano, disimulando la repentina jaqueca.

Esperaba que recordaran que ella no tenía un avión privado para ir dando vueltas y no le hicieran perder el tiempo.

Esa era una de esas ocasiones donde podía ver que el único motivo por el que Kendall acababa de proponer eso era porque estaba de buen humor.

Esperaba que fuera una indicación que todo iba viento en popa y no algo que fuera a cambiar de aquí que llegara a América.

– Max te caerá bien – dijo sobre el cabecilla de sus nuevos publicistas – Es un buen tipo. Está motivado con su trabajo y se lo toma en serio.

– Lo que digáis – cedió. Levantó la vista – Tengo que ir cortando porque tengo la maleta por hacer, así que… hablamos cuando esté en Nueva York.

– Eso es.

– Pasad un buen fin de semana.

Cortó la videollamada con un suspiro.


Mientras estaba en la barra de ese club alguien le cubrió los ojos con las manos y le dijo: – Buenas noches, Stewy.

– Zahra.

Su ex sonrió: – ¿Cómo va la vida?

Por alguna razón, tuvo la urgencia de sincerarse con un mohín, quizá por el alcohol que circulaba por sus venas a esa hora.

– Como una mierda. Tú sabes cómo va eso.

Zahra se rió: – No lo sé. Pero te ves bien. ¿Entonces qué hay de nuevo? ¿Estás saliendo con alguien? – Ella preguntó sugestiva.

– De hecho... Sí.

Zahra lo estudió con una sonrisa que no decayó. – Ya veo. ¿Sigue siendo ella?

Stewy asintió. Aunque… ¿era así?

– Guau. ¡Felicidades! – Su voz sonaba tan sincera que dolía. Podía oír lo feliz que estaba por él. – ¿Ella está aquí? No quiero que te metas en problemas – alzó las cejas, cómplice.

Cogió la copa de gin-tonic que acababa de servirle el camarero. – No, ella no está aquí.

Zahra le dedicó una sonrisa amistosa: – Ella debe ser muy especial – le puso la mano en el brazo. – Espero que descubras cómo hacerla feliz. Y cuando lo hagas… – agregó en voz baja, mirándolo directamente a los ojos, como si supiera algo que él no, pero que era evidente para ella, – Asegúrate de decirle que le deseo todo lo mejor. Buena suerte. Diviértete.

Él sonrió alzando las cejas. – Gracias.

Su ex palmeó su brazo y le dio un apretón. – Buena suerte. Y si necesitas algo, solo llámame – volvió a guiñarle un ojo. – En plan amigos. Me gustaban nuestras aventuras.

Con eso, la vio alejarse.


Stewy llegó a casa y se sentó en su cama pensando durante horas antes de finalmente quedarse dormido.

Por la mañana se despertó con la peor resaca que había tenido desde que lo había tirado todo por la borda y se preguntó si debería tomar algo fuerte.

El viento había cobrado fuerza afuera y no le apetecía para nada pasar por el gimnasio a primera hora.

En vez de eso, abrió el portátil para mirar su correo y dar un vistazo a la apertura de los mercados.

Su asistente le había enviado un mensaje con varios links. Lo hizo, claro, sin fijarse en lo que le estaba mandando.

Solo por quien aparecía en el titular.

Era una noticia escrita la tarde antes.

Era imposible que se hubiera fijado en lo mismo que vio él en una de las imágenes que habían metido al final de un artículo de ese periódico digital francés bastante cutre.

Un anuncio cubría la mitad de la foto y, para ser honesto, solo cuando alcanzó a hacer clic en la imagen se dio cuenta de por qué le había llamado la atención.

Podría reconocerla casi a ciegas.

Pero esa era una de sus blusas favoritas. Una de azul claro que lo volvía un poco bruto.

Se trataba de una instantánea de Lavinia y el jodido Lukas Matsson al acabar una absurda conferencia en Europa. Juntos.

Apenas había un pie de foto donde se identificaba a Lavinia como alguien de la prensa.

Parecía sorprendida con el flash y Matsson tenía su maldita mano en su brazo como si tuviera algún maldito reclamo sobre ella.

Le cambió la cara. De puta madre, de puta madre joder.

No había nada bien con esa fotografía…

Se puso tenso pero realmente no tenía ninguna razón para protestar, aparte del puto Matsson poniendo las manos encima a su chica.

No le gustó como se sentía, no quería sentirse así por una puta foto que no decía nada. Puede que fuera porque todavía le ponía enfermo recordar la manera como él se había acercado en el cumpleaños de Ken.

La miraba como si efectivamente fuera a follársela.

Se humedeció los labios pero se le quedó en la boca el sabor amargo de los celos.

Ahora mismo Stewy tenía un montón de sentimientos en el pecho, reprimidos.

Era su persona.

La deseaba más que cualquier otra cosa. Por supuesto que se sentía de cierta manera acerca de hombres como Matsson volando en círculos a su alrededor.

No es que tuviera ningún derecho.

Pero joder, Lukas Matsson, estaba como una puta cabra. Una vez tuiteó sobre ángeles a la hora del desayuno.

Se dejó caer contra el respaldo de la silla y se frotó la cara. ¿Por qué diablos…?

La idea de ese tío tomándose esa libertad con ella le disgustaba con una fuerza que no había esperado.

Eso no le pegaba en absoluto.

Stewy estaba seguro que el sueco había actuado como un capullo cuando se dirigió a ella en la pista en el cumpleaños de Ken.

Cuando él les interrumpió.

¿A qué se creía que estaba jugando con Lavinia? ¿Qué buscaba?

Sabes perfectamente qué quiere de ella.

Tampoco se explicaba qué hacía Lavinia en Europa y eso le puso nervioso. ¿La habrían enviado sus primos para uno de sus geniales planes? ¿Era ahora un cebo?

Roman había parecido creer que había cierta conexión en Italia.

Lo único que tenía ganas de hacer al pensar, por primera vez, que podía haber algo de cierto en ello era vomitarse encima.

Sí, porque otras veces hacer caso a Roman sobre lo que Lavinia hace o no te ha ido tan bien...

¡Para, hostia…! Era Bruselas, quizás ella solo había vuelto a casa. Tan difícil como era aceptarlo ahora.

Estúpidamente pensó que ella podía follarse a quien quisiera.

A cualquiera.

Eso fue incluso peor.

Una bofetada en toda regla.

Todo parecía literalmente detenerse en esa idea horrible.

Pero tenía que tener claro eso en su cabeza. Es tan libre como tú para hacer lo que quiera. No importa si no es Matsson… seguro que en Bélgica habrá algún tío que se alegre pronto de tu estupidez.

Le reventaba pensar que otro pudiera…

Cómo le quemaba aquello en la boca del estómago, eso lo convertía seguramente en el mayor hipócrita de esta ciudad.

¿Qué viaje mental te habías montado para ignorar esa posibilidad?, se preguntó sarcásticamente.

Llamó a su teléfono pero estaba desconectado.

Con todo, trató de mantener la calma.

Exhaló un suspiro.

Lo había jodido bastante. Sí, claro.

Odiaba sentirse injustamente enfadado con ella de todas las personas.

La frustración era absoluta.

Por… No estaba seguro.

Por lo que fuera que transpiraba esa cercanía con Matsson.

Por no responder sus dos mensajes.

Los celos tomaron lo mejor de él esa mañana, lo que le hizo sentir peor. Un poco patético. La quería mucho más de lo que deseaba ser un neandertal tozudo.

La foto que le habían tomado a él con esa veinteañera había sido años luz peor.

Acusatoria de verdad.

Pero era otro ejemplo que Lavinia era mucho mejor persona que él.

Hoy iba a almorzar con Sandi porque Logan había empezado a meterles a Karl hasta en la sopa en vez de atenderles.

Inspiró hondo y soltó el aire a poco a poco.

Tal vez era bueno poder concentrarse en sacarle el mayor dinero posible a ese idiota sueco. Durante la tarde, intentó centrarse en el trabajo, quería dejarlo todo al día.

Intentó llamarla pero le saltaba el buzón de voz.

Fue por la noche que empezó a contemplar la idea de viajar él a Bruselas.

Como todavía no sabía nada de ella, Diego lo llevó al apartamento de Greg a última hora. Fue una decisión impulsiva cuando ya estaba en el coche. Pero era más seguro que permitirse quedar como un completo imbécil con uno de los Roy o dar la impresión del ex denostado en la puta nueva sede de la ATN.

Eran las 11 y media de la noche.

Una chica alta con un mini vestido salió del portal del bloque de pisos que pertenecía a Kendall.


Greg pareció sorprendido al abrir la puerta.

– Uhm. Ho-hola. ¿Qué te lleva hasta mi portal? Es decir…ah. ¿Te puedo ser de ayuda?

Stewy suspiró, humedeciéndose los labios para hablar.

– Mira, tío. Lo siento pero necesito saber cómo encontrar a tu hermana. ¿Todavía está en Bruselas? ¿Tienes una dirección?

Greg dudó.

– Ella tiene, uh, teléfono.

Exhaló aire. – Sí, lo sé tío, pónmelo fácil, podría enviarle cien mensajes pero no creo que eso funcione muy bien. Realmente necesito hablar con ella en persona, la he llamado y no da señal. Necesito arreglar… algo. ¿Me puedes hacer ese favor?

Greg pareció inseguro acerca de responder. Miró por encima del hombro al apartamento.

Stewy se preguntó quién estaría al otro lado.

– Ella me matará. Ni siquiera quiero saber cómo. Además va a volver mañana o pasado, quizás ya esté en el avión...

Después de escucharlo Stewy se mordió el carrillo, torciendo la boca.

– Entiendo. Vale, sólo dile que he estado aquí, es algo importante.

Hubo otra pausa. – Sí. Cla-Claro.


Greg cerró la puerta cuando Stewy había llamado al ascensor.

– Y allí se va un hombre hecho polvo – sonrió Tom algo seco.

Greg pensó que quizás estaba proyectando porque su estado de ánimo era bastante lamentable.

Por lo menos Stewy había parecido bastante entero pese a que era evidente que le urgía saber algo de Lavinia.

– uhm.

– ¿No te sientes mal por él?

– Bueno yo, es mi hermana con quien… Ella parecía muy triste cuando me llamó ayer. ¿Vamos a pedir cena

– ¿Cena, Greg? ¿A medianoche?

Éste sonrió idiotamente.

– Para recuperar las fuerzas.

En cambio Tom hizo una mueca de disgusto.

Desde que se había ido esa chica que no le miraba a la cara.

– Greg, júrame que nunca volveremos a hablar de eso que ha pasado allí dentro.

– Vale. Pero…

– Júramelo, Greg.

Greg se encogió de hombros tan alto como era. – Que sí… Pero el mote que propusiste mola un montón, ehm, los hermanos cabrones.

– Creo que me voy.


Lukas Matsson intentó ponerse en contacto con ella después de Bruselas, la llamó, le dejó un mensaje en el contestador sobre su oferta de trabajo. Como no pudo obtener respuesta, le mandó varios mensajes con emoticonos que Lavinia no acabó de descifrar.

Un gesto de ok. Una lengua. Una planta de maíz. Alienígenas. Un teléfono.

Pero muchas veces.

Lavinia decidió contestarle mientras seguía jugueteando con su teléfono pensando qué decir a Stewy.

Había momentos que su roaming fallaba como una escopeta de feria.

Había algo mal con su terminal.

O con su conexión.

De todos modos… con Stewy necesitaba… necesitaban verse en persona.

Estuvo muy a punto de llamarle pero se arrepintió.

No puedes decírselo por teléfono.

Contestó a Matsson:

"No hablo código"

"Si estás interesada en el trabajo te mando la invitación para una primera entrevista con Oskar"

"¿Oskar?"

"Es el procedimiento habitual con las personas que trabajan en mi equipo más cercano".

Dudó.

"De… acuerdo".

La verdad es que le ofrecía algo que ahora mismo no le estaban ofreciendo sus primos ni ninguna empresa a las que había enviado el currículum en Nueva York, porque parecía que quería ver lo que aportaba profesionalmente.

Pero no era estúpida.

Podía ser… eso otro

No quería líos.

Definitivamente no fue Oskar quien apareció en el Zoom esa tarde.

Le miró sarcástica. – Hola, Oskar…

– Me parece que ya te lo he dicho pero soy muy malo con los límites.

Lavinia lo miró con las cejas arqueadas y una expresión de duda.

– Ya, pero… No sé si eso es muy protocolario la verdad. ¿Puedo serte sincera? No quiero que haya malentendidos.

– Esto es sobre trabajo – Matsson aseguró sonriendo con ese tonillo como si le hiciera gracia. – Además te caigo seguro mejor de lo que lo hará Oskar.

Ella frunció el ceño pero intentó concentrarse.

– ¿Buscáis a alguien… para hacer?

– Busco jefe de comunicación.

– Me suena que dijiste que ya tenías.

– Está harta de mí.

– Eso me temo…

Él se rió.

– ¿Así se habla a tu futuro jefe? – repuso. Oh, le encantaba eso. ¿Ah qué sí?

Pero no podía decir si se la tomaba en serio.

Se quedó mirando a la pantalla sin saber muy bien cómo proceder con aquello.

– Lukas, quiero ser clara. Necesito un trabajo como este, no quiero líos y déjame ser un poco bruta pero hay alguien en mi vida – Pensó: "Por lo menos alguien muy muy pequeño que tendré que cuidar" – Si eso es un problema…

Él pareció escucharla.

– Claro que no. Te he visto trabajar. ¿Para la fiesta de Kendall, recuerdas? Creo que eres buena. Relájate, podemos hablar, soy yo.

Frunció el ceño. – ¿Por qué yo?

– Para empezar me gustó como le hablaste a Josh Aaronson. Lavinia, necesito alguien cercano para esto. Ya te imaginaras que una vez que vaya a tope con Waystar un puñado de americanos idiotas van a ir a por mí. Yo también voy a ser sincero. No sería inmediato, tengo que encontrar otro puesto para Ebba – hizo una pausa – Es complejo, no puedo despedirla. Pero no tan complejo. Lo solucionaré en un par de semanas o a lo sumo un mes. El 18 organizamos una movida en Londres… Es una mierda realmente pero es una presentación de nuevo contenido, ya sabes, que se estrenara en nuestra plataforma – Hizo una mueca – Le ayudas con eso y Andreas, mi agente de prensa, te avaluaría. Exploramos si encajas.

– Hablo inglés, francés. Pero no sueco.

– Somos una compañía internacional. ¿Tienes unas horas la semana del 18 o no?

Se cogió las manos y flexionó los dedos, nerviosa.

Había tomado una decisión.

– Creo que será mejor que no, Lukas… No puedo meter más la pata más con mi carrera y después de lo que pasó sería inapropiado.

– Solo me interesa tu trabajo. Podrías ser una heroína – dijo.

Lavinia negó con la cabeza con escepticismo: – ¿Cómo…?

– Haciendo de esto algo más interesante.

Un silencio.

– Pensaba que el éxito te aburría.

– Tonterías. No estoy todo lo entusiasmado que mi junta querría, pero creo que lo que dije exactamente es que me excita la probabilidad de fallar. De todos modos te dije que no tienes que escuchar siempre todo lo que digo.

– Eso es otra cosa.

– ¿El qué?

– Tus tuits. Me van a volver a loca, me voy a dar a la bebida. ¿Eso es lo que le ha pasado a Ebba? No sé si es buena señal que tu jefa de comunicaciones no te quiera ver – sonrió pero se sintió algo fuera de juego. Él puso una cara.

– ¿Eres siempre tan resistente a una buena oferta de trabajo?

Tom le había preguntado una vez algo parecido en Argestes.

Se encogió de hombros cogiendo el ratón del ordenador para no seguir dando golpecitos en la mesa.

Mantuvo los labios apretados en una fina línea. – No creas, una chica tiene que comer.

Lukas pareció satisfecho con eso.

– Ves, te pagaré una tarifa encantadora.

– Ya. Pero serás un jefe aterrador y acabaré en la calle… – respondió ella.

Preferiría dar con una solución mejor.

Donde no pudiera haber… ningún malentendido.

– No seré peor que tus primos y no será menos apropiado que trabajar porque eres de familia. ¿Tu amiga belga no me encontró cautivador…?

Se calló, mordiéndose la mejilla por dentro.

Luego, se puso seria, otro segundo:

– Hay algo que debería decirte si vas a emplearme, pero no puedo. Pero es algo por lo que… quizás prefiero estar cerca de lo que ya conozco. Es complicado.

– No he entendido nada de lo que has dicho. Ahora, no me voy a conformar.

Se rió un poco escéptica. – Bueno, donde vivo todavía se puede decir que no a las ofertas de trabajo…

Lukas Matsson chasqueó la lengua, pensativo.

Le dijo: – Quizás necesito a los puñeteros mejores en mi equipo de comunicación y estoy convencido que eres tú. No querrás decir que no cuando veas la cifra. Vamos, Lavinia, fui muy bueno, le concedí la entrevista a tu amiga, no me dejes tirado.

Inspiró aire algo insegura.

– Lo siento, supongo. Hay muchos factores ahora mismo.

– Siempre haces eso, Lavinia. Me dejas preguntándome qué habrá más. Voy a hacer llegarte una oferta, ¿ok? Me siento muy muy curioso…

Ella desvió un momento la vista del portátil.

– No sé qué quieras que diga.

– Que sí.

– Yo… Deja que lo piense – respondió pero estuvo casi segura que lo decía para que no insistiera – Oye…

Él la miró un segundo. – Dime.

– Los emojis… ¿qué hay con eso?

– ¿No quieres descifrar que significa el maíz? – ofreció.

Se permitió rodar los ojos, fingiendo que no estaba al tanto de ningún doble sentido. – Creo que no. Mejor no me envíes más.

Sonrió socarrón: – Vale.


Lavinia se plantó al día siguiente de llegar de nuevo a Estados Unidos en la sede de Maesbury en el distrito financiero.

Llovía y la acera estaba abarrotada de personas con paraguas.

Faltaba un mes para la boda de Connor y Willa.

Ella estaba de 9 semanas.

Debería haberle llamado primero, pero no había sido capaz. No tenía ni idea si Stewy estaría en esa oficina ese martes a aquella hora. En el peor de los casos, podía esperarle.

Quizás se acobardara y le dejara la carta que había escrito en el avión y que llevaba en el bolso. En ella, le decía lo que le necesitaba decir.

Solo la había escrito porque era lo que le había recomendado la terapeuta que Monique le había convencido que visitara por lo menos una vez antes de irse de Bruselas.

Deberías planear qué le dirás – le aconsejó la mujer que al parecer era muy buena en lo suyo – Puedes escribir una carta, léela y ve cómo se siente. Mereces ser apoyada y tener la capacidad de descargar todo ese exceso de emociones, ideas…

Lavinia vaciló.

– Sé que tengo la última palabra en esto, pero… no dejo de pensar que tendría que haberle dado la oportunidad de dar una opinión.

La terapeuta asintió. – Se la darás ahora.

Pero pudo ver en su mirada que la mujer pensaba que en el fondo ella esperaba que milagrosamente Stewy pudiera ver más allá...

Y lo supo porque ella también se lo dijo a sí misma.

Tal vez aún no estaba listo para ser padre, ¿pero y si no tenía que dejar que se alejara por completo de su vida…?

Quizás se acostumbraría a la idea.

Se llevó una mano al vientre cálido bajo su jersey. Era solo un… montoncito de células y ya le estaba poniendo la vida del revés.

Lavinia hizo una mueca con una mezcla de emociones que la cortaban como cuchillos.

Su noviazgo había terminado de un modo que ninguno de los dos había previsto. Ella detestaría hacer de Stewy un desgraciado.

La recepcionista le informó que no estaba.

Quizás hoy no volvería al despacho.

Intentó recordar si le había hablado de algún viaje programado por esas fechas, pero hacía tanto tiempo que estaban mal que no recordaba que lo hubieran hablado.

Entonces cuando salía caminando del edificio, una voz de mujer la hizo girarse. Al darse cuenta de quién era, se sorprendió.

Hasta ese momento no habría sabido decir ni siquiera si sabía su nombre.

– Sandi.

– Hola, – la mujer le dio un beso en la mejilla como si la conociera de siempre – Si le buscas no está aquí. Acabo de hablar con él por teléfono. A veces parece que le monopolicemos pero esta empresa – miró al edificio – es muy grande. De hecho voy a encontrármelo en una hora. ¿Quieres que compartamos coche?

Se dio cuenta por la manera que la estudió que la mujer intentaba adivinar cuál era su situación con Stewy.

No es que esperara que Stewy fuera llorando por las esquinas pero no dejó de dolerle un poco que no fuera más evidente.

Aunque estos días no se fiaba mucho de su criterio calibrando las emociones.

– No, gracias. Quizás le llame más tarde…

– Cómo quieras…

Al final no había dejado ninguna carta.

La seguía llevando con ella.

Vislumbró a uno de los asistentes de los Furness con Sandy al final de la calle.

Joey estaba allí.

No tenía ninguna razón para que no le gustara el hombre.

Pero pensó que parecía el tipo de colega que no tardaría en sugerir que había engañado a Stewy de forma deliberada para atraparlo con un niño.

Puede que fuera injusta.

Era una idea cruel.

Tenía una llamada perdida de Greg que últimamente parecía muy ocupado por las noches.

Cerró los ojos, desbordada.

Lavinia sacudió la cabeza y miró hacia la calle donde había un atasco.

Estaba escondida debajo de la entrada del edificio esperando que dejara de lloviznar.

Tienes que cambiar el chip…

Habla con Stewy y luego déjale asumirlo.

Ve y desahógate.

Le envió un mensaje para quedar.

"¿Podemos vernos?"

"¿Ya estás aquí? ¿Cómo estás?"

Resonó una risa despiada dentro suyo. "Mal, Stewy. No puedo más. Tengo a mi amiga Monique revolucionada. Están pasando muchas cosas y necesito hablar contigo".

"Déjame llamarte".

"No. Por favor. Espera a que nos veamos. Ahora mismo estoy plantada delante de tu oficina".

Sabía que le estaría costando un mundo no marcar su teléfono.

"Livy, nena. No puedo marcharme de la reunión en la que estoy pero espérame en mi apartamento y salgo para allí en cuanto acabe".

La mano con la que sujetaba el móvil tembló un poco. "¿Nos vemos en las escaleras del MET? Prefiero que sea al aire libre".

Y el MET desde su cumpleaños tenía un significado especial para ellos. Al menos para ella.

Nunca olvidaría esa noche. Lo que hacía mucho más que un shock desesperadamente triste pensar en que el hombre con el que la compartió, en lugar de quererla más la querría menos por lo que le iba a decir.

"Hablamos pronto, preciosa. ¿Sabes que lo siento muchísimo, verdad?"

Hablaba de su discusión en Italia.

"Sé que no querías verme mal".

Que a los dos nos ha dado miedo que todo lo que nos pudiéramos decir lo hiciera todavía más doloroso.

Quizás creas que por eso eres un cobarde pero, tranquilo, que no eres el único.


Stewy salió del restaurante y se dirigió al coche que lo esperaba en la calzada. El cielo se había nublado y olía a lluvia. Apretó la mandíbula. Tenía más reuniones concertadas pero desde que ella le había enviado el mensaje no pudo pensar en nada más.

Le había preocupado cuando Roman le dijo la noche de la boda de Caroline se había ausentado hasta el punto de que todos ellos habían asumido que estaba con él.

Pero estaba muy dolida y no intentó buscarla. No quería que aquello se les siguiera rompiendo en los dedos.

Aquella tarde incluso pidió a su chófer que se diera prisa para llegar.

Ella estaba vestida como lo hacía muchas veces durante la semana en Nueva York. Una blusa y unos pantalones de vestir negros.

Cuando la vio, parecía agotada.

Pero eso no evitó la sensación de alivio al tenerla enfrente.

– Livy…

Lavinia se sintió paralizada un momento.

Había tenido esa conversación una y otra vez en su cabeza.

Lo había escrito en una carta sin derrumbarse... excepto al final.

Puedes mantenerte al margen, sin sentimientos de culpa. Voy a criar sola este bebé.

– Hola – quiso fingir naturalidad. Empezó a angustiarse – ¿Cómo estás? – sonó muy impostada.

¿Cómo iba a decírselo?

Stewy se preocupó. Estaba blanca como la leche.

– Livy, ¿qué pasa?

Intentó contestar pero algo en la garganta no se lo permitió, le salió una voz temblorosa que no era la suya. – No sé si puedo – susurró.

Lo intentaba pero se dio cuenta que estaba bloqueada.

Empezó a entrar en pánico.

Se ahogaba, no podía respirar.

Lavinia se sentó en uno de los escalones, sintiéndose mareada. Aunque esta vez eran más los nervios que tenía metidos en el estómago y que no le habían dejado comer desde que le había enviado el mensaje que un efecto del embarazo.

Cada vez tenía menos nauseas durante el día.

Stewy se puso de cuclillas enfrente de ella. Estaba empezando a sentirse aturdido pero intentó que ella le mirara primero poniendo las manos sobre las suyas.

– Amor, ¿qué te pasa? – preguntó.

– Es que…

– Estoy aquí. Cariño, respira conmigo – pidió.

Ella negó con la cabeza.

Le venían muchas cosas encima que creía que no podría asimilar.

– Livy…

Las lágrimas y un hipo no le permitieron contestar con voz clara. – No puedo.

– Liv…

Cerró los ojos y respiró profundamente. – Perdóname… Tenemos que hablar y deberíamos hacerlo antes de que me vuelva loca con todo esto. Últimamente no me encuentro bien…

Notó que sus manos cogían con más fuerza las suyas, eran cálidas. – Livy, tienes que escucharme yo… – Entonces Stewy repitió sus palabras en su cabeza: – ¿Estás enferma…? Dime qué pasa.

Por su mirada cruzó la preocupación que se reflejó en la voz.

Ella cerró los ojos, él le apartó el pelo de la cara. Su tono comenzaba a convertirse en un tono de súplica. – Liv…

– Stewy, estoy embarazada. – musitó.

– ¿Qué

Stewy se quedó inmovilizado.

Estaba demasiado impresionado para reaccionar.

Todo lo que pudo hacer fue sentarse allí, mirarla sin pestañear ni mover el cuerpo. Su cabeza daba vueltas. Todo a su alrededor pareció girar por la impresión.

Se quedó mirando un punto de la plaza sin definir.

Dios, Dios, Dios…

Enseguida pensó que eso no era posible.

Levantó la vista y, con un repentino cambio de humor, intentó forzar una sonrisa:

– Livy, si no hablas en serio dilo ahora, joder, no se bromea con eso…

Pero su voz vaciló en la última palabra.

La miró de nuevo con los ojos muy abiertos e incrédulos mientras ella sacudía la cabeza ligeramente con una mirada de disculpa.

En la boca de él desapareció cualquier rictus, aunque su rostro era un espejo de sus emociones y sus ojos no mentían.

– Stewy – usó un tono que lo atravesó como una flecha.

– ¿Estás segura?

Lavinia se humedeció los labios. – Sí. Me he hecho las pruebas, he estado en el médico – intentó hacerle llegar el mensaje con toda la serenidad que pudo conseguir dadas las circunstancias – Es real.

Stewy la miró fijamente dejando ir sus manos. Se puso de pie y dio un paso atrás.

– Por favor, di algo – Lavinia suplicó.

Respiró hondo tratando de despejar su mente. ¿Era posible?

Ella estaba tomando la píldora.

– ¿Embarazada? – preguntó finalmente.

Lavinia asintió.

– Sí.

A Stewy le daba vueltas la cabeza, se alejó unos pasos de ella.

Pero, de repente, estaba de nuevo cerca sentado en la escalera para no caerse de bruces. Se pasó las manos por el cabello repetidamente, luego se cubrió la cara con ellas, frotándolas con dureza.

– Liv, necesito un minuto – murmuró.

Lavinia asintió preparándose mentalmente para la expresión de descontento que seguro vendría.

Él simplemente sacudió la cabeza, y miró hacia abajo.

Después de un momento, Stewy se recompuso lo suficiente como para hablar de nuevo, mirándola, tratando de ocultar cualquier señal de su conmoción.

– No lo entiendo…

Pensó que ella tomaba la píldora, que le había dicho que ya era efectiva cuando empezaron a no usar condón… Pensó en lo seria que había parecido siempre con aquello, Dios mucho más que él.

¿Cuándo…?

Lavinia se puso de pie y él siguió su movimiento con la mirada.

Entonces Stewy también se levantó y avanzó hacia ella para agarrarla por los hombros pero ésta se apartó de su alcance.

– Livy… – insistió.

Lavinia fue levemente consciente de que toda la atención de los peatones que cruzaban por la plaza estaba ahora accidentalmente puesta en ellos, moduló la voz.

La de él nunca subió de tono.

Como era Nueva York todo el mundo siguió con su vida con más o menos curiosidad.

– Stewy, quiero que sepas que no te voy a pedir nada… No tienes que hacer nada. Es mi bebé, mi responsabilidad. No eres responsable de nosotros…

Su jodida cabeza ni siquiera funcionó correctamente en ese momento.

– ¿Qué quieres decir? Livy… – No estaba entendiendo qué le decía. Una parte de su cerebro se quedó estúpidamente bloqueada. Se le heló el pecho – No lo entiendo, joder. Decías que tomabas las pastillas. ¿Cómo ha podido pasar? – algo subió por su garganta – Liv, ¿es mío?

Ni siquiera era lo que había pretendido decir, pero una vez que lo soltó reverberó en sus malditas vísceras.

Se sintió impotente por no tener el poder de rebobinar ese momento.

Lavinia notó la rabia paralizá un paso atrás.

– ¿Cómo te atreves…? ¿Qué clase de pregunta es esa? – balbuceó.

Sus ojos estaban llorosos y él podía ver lágrimas brillando.

Stewy supo enseguida que no necesitaba que respondiera en absoluto, pero era tarde para retractarse.

Lavinia temblaba.

– Dios, no. Yo, lo siento. Esto…– le puso una mano en el brazo pero ella estaba rígida. – Mierda, Liv. No puedes venir y decirme...

– ¿No? – se burló – ¿Y qué propones? ¿seguir adelante sin decírtelo? Porque es un hecho que estoy embarazada y es tuyo.

Lavinia lloraba y se revolvió cuando intentó abrazarla.

Un tío calvo con malas pulgas les interrumpió.

– ¿Está bien, señorita?

Lavinia pareció sobresaltada.

– Sí. Oh, Dios, lo siento…

El desconocido insistió: – ¿Estás segura? ¿Te molesta tu novio? ¿Tienes algún problema con él? Puedo hacer venir a los guardias del museo – llevaba su teléfono en la mano.

– No, no haga eso – Lavinia pidió muerta de vergüenza, pero aun con las manchas de lágrimas y rímel en las mejillas.

– ¿Seguro? Puede que te haga daño o algo. Puedo ayudarte.

Stewy se sintió violentado.

No porque alguien intentara comprobar que todo iba bien pero por cómo le miró fijamente.

– Tío, estamos teniendo una conversación privada.

Ella asintió firme con la cabeza.

No le gustó como el tipo se negaba a moverse.

Como antagonizó a Stewy.

– Estamos bien, gracias. Por favor, esto no es necesario, ¿de acuerdo? Es mi culpa…

El hombre se alejó dando un gruñido.

La mujer que lo esperaba le dijo algo y se fueron discutiendo. – ¿Contenta?

Lavinia se cubrió la cara con las manos.

– Mierda, lo siento, lo siento…

Él la abrazó en cuanto ella se inclinó para apoyar la cabeza en su hombro. – No pasa nada… sht, Liv…

Estuvieron así quietos por un minuto.

Stewy se sintió como una mierda, no quería sentirse así.

– ¿Has decidido qué vas a hacer? – murmuró intentando recomponerse – No puedo ser padre, Liv. Nena, joder.

– Pensé en no seguir adelante. No… no quería estar embarazada. Me sentí – Lavinia confesó después de unos minutos pero no pudo acabar la frase. – joder, llevo un mes muerta de miedo.

Fingiendo no estar acojonado, saltó al modo planificación para que ella pudiera sentirse reconfortada:

– Vale. Lo superaremos – Le respondió, asintiendo lentamente – Haremos que nos informen cuál es la mejor clínica de Nueva York para… resolverlo. No me moveré de tu lado – ofreció en voz baja.

Era él quien sentía nauseas ahora.

Lavinia cerró los ojos.

Stewy apartó el cabello de su rostro lentamente con las manos.

Ella hizo una mueca de dolor como respuesta.

– No voy a abortar, Stew – Su voz se quedó atrapada en su garganta. Luego meneó la cabeza como si quisiera espantar sus propios pensamientos: – Lo pensé pero no quiero abortar. No es que esté en contra pero es que siento…– Lavinia lo miró con el rostro lleno de lágrimas, los labios temblando.

Él no apartó la vista de su rostro lloroso.

Se dio cuenta de que ya había meditado la cuestión a fondo, y no le había contado el problema hasta tener una solución.

Stewy se sintió demasiado apabullado como para expresar ningún tipo de sentimiento durante un largo momento.

Estaba embarazada. Embarazada. Con su hijo.

– Entonces ya lo has decidido tu sola…

– Stewy…

No podía ser el responsable de algo tan indefenso como una criatura.

Nunca iba a funcionar.

Lavinia lo sabía. ¿Por qué le hacía eso?

Tuvo el instinto de volver a apartarse pero algo lo retuvo clavado donde estaba. Dios mío, desearía hacerlo mejor...

– Joder, Livy. No puedes sacarme de la ecuación. Yo no… no puedo ser padre.

Lavinia no reaccionó. Sabía que él estaba muerto de miedo, pero como todo el mundo, ¿no?

Si ella iba a hacer esto sólo podía afrontarlo de frente.

Pero a él todavía le estaba dando opciones.

La angustia le hizo volver a respirar rápido como si necesitara más aire.

Después de unos momentos, Stewy le tocó la barbilla suavemente antes de tomar su mano entre las suyas y acariciarla, tratando de aliviar su tensión.

– Lavinia por favor, cálmate. Ey – acabó poniéndole las manos en las mejillas – Ven aquí. Estás temblando. Lo siento, ¿vale? Perdóname. Hablemos.

Lavinia podía seguir mintiéndose a sí misma, pero había hecho las paces con su decisión hace días.

Tragó saliva. – Voy seguir con el embarazo, Stewy. Pero lo último que quiero es que te sientas atrapado. No te molestaremos. Sé lo importante que es para ti tu libertad… – dijo.

– ¿Y no crees que deberíamos, no sé, hablarlo antes?

– Estoy dispuesta a cuidarlo sola.

Por muy doloroso que le resultara, todo todo lo demás era… imposible.

– Livy, joder…

Ella cerró los ojos y se apartó el pelo de la cara con las dos manos para susurrar:

– No entiendo lo que hicimos… como las píldoras me han fallado así... Pero no te preocupes, no te voy a pedir nada ni emocional ni económicamente...

A veces poner fin a una fantasía es más difícil que acabar con una realidad. Su silencio le dijo todo lo que necesitaba.

Stewy seguía intentando acallar el ruido en su cabeza.

Estaba procesándolo.

Habría sido más inteligente pedirle que le diera un minuto antes de seguir esta conversación.

Ella lo miró todavía llorando con lagrimones pero esta vez haciendo un esfuerzo por contener la voz.

– ¿Crees que algún día querrás ser padre?

Hizo el ademán de cogerle la mano pero se abstuvo en el último segundo.

– No es… No se me daría bien, cariño. Jodería a ese niño.

Lavinia pensó que no valía la pena añadir mucho más a eso.

Asintió apretando los labios en una línea. Entonces, se sentó en otro escalón sin dejarle tocarla. Poniendo sus brazos como barrera cuando Stewy lo intentó.

Él se arrodillo apoyando las manos en las piernas de Lavinia.

– No, yo no estoy diciendo… joder, Lavinia. No puedo… Necesito que me des un momento. No estoy rehuyendo esta conversación, solo necesito… ¿Por qué no me lo has contado antes? ¿Cuándo hace que… – maldijo – Mierda.

Lavinia lo observó en silencio.

No tenía que habérselo dicho. ¿Para qué? Para que se sintiera en la obligación de soltar el discurso que hace semanas que esperaba.

Había pasado ya una y mil veces en su cabeza.

– Te estoy dando una salida…

Stewy se cubrió la cara con las dos manos. Inspiró aire, un poco de oxígeno para salir del trance.

La miró con frustración.

– Mierda, Livy. Todos los padres que conozco están más resentidos que encantados con sus mocosos. Quiero decir, definitivamente no Dare y Leila. – hizo una mueca – Pero… son literalmente los únicos. Mi otro hermano… no para de quejarse de la mierda y los pañales. Y he visto a Ken, joder… y movieron cielo y tierra para tener esos críos. No me veo siendo el padre de alguien. Lo estropearía. No puedo – y se desinfló – Tenía un montón de planes para nosotros. Sé que eres tú la que debe tomar la decisión final, de verdad. ¿Pero podemos… hablarlo?

Lavinia notó que el corazón le bombeaba rápidamente. La mente embotada.

– Lo siento… – ofreció ella en voz baja.

– Cariño….

Sabía que de los dos ella tenía la última palabra.

Solo desearía que le hubiera dejado participar en el proceso antes de lanzar la bomba sobre su cabeza.

Miró a su alrededor.

Lavinia se secó la humedad de los ojos con una mano y murmuró: – Lo siento… por ese hombre de antes… Ha sido horrible…

Stewy se sintió irritado.

– Sinceramente no estoy seguro que pienses mucho mejor de mí que él...

– Stewy…

Soltó aire y se sintió vacío.

Tenía el conflicto plasmado en la cara.

Tener al crío implicaba unas obligaciones y responsabilidades que no quería.

Ella estaba desbordada.

Quería darle algo.

Lo que fuera.

– No sé si puedo cuidar de nadie. Pero tendrás todo lo que necesites… No tendrás que preocuparte por el dinero, ¿vale? – dijo haciendo un esfuerzo por ser práctico.

No estaba listo para ser padre.

La idea, de hecho, era absurda.

Nunca había pensado en ser padre porque simplemente no encajaba en sus planes, pero no estaba seguro de poder empezar a explicar por qué le parecía tan mala.

Probablemente ni siquiera sabría cómo ayudar a mantener algo tan malditamente frágil con vida.

Lavinia lo observó en silencio.

Primero pensó que… pero pronto comprendió qué estaba diciendo…

Toda pequeña esperanza pulverizada.

– Te puedes quedar tu dinero. No lo quiero. Te olvidas que mi abuelo me va a dejar mucho dinero – añadió con un tono hiriente, orgulloso.

Entonces, Stewy se quedó inmóvil, contemplándola con expresión indescifrable.

Miró a la mujer que quería… que estaba… embarazada. Demasiado exhausto para encima explorar eso que le acababa de atravesar el pecho.

– Sería un padre de mierda, Livy… Soy un egoísta que ni siquiera quiere compartirte con… ese niño. ¿No lo ves? No puedo inculcar nada bueno a nadie.

Le gustaba su espacio, sus escapadas nocturnas. Había algunas actividades suyas que definitivamente nadie quería cerca de un bebé.

Vio como estropearon la relación y el matrimonio de Kendall.

Ella lo odiaría mucho antes.

Lavinia no pudo responder, lo miró con la cara contraída. Se alzó primero.

Dio un paso atrás.

Tenía que alejarse de él…

Se giró hacia la calle de forma imprudente y logró parar un taxi.

Otro coche pitó porque tuvo que dar un frenazo por la manera como se detuvo el taxista.

A Stewy casi le da un ataque al corazón.

Se quedó durante mucho tiempo parado en aquella acera.

En el coche, Lavinia se acarició el vientre, buscando consuelo. Lloró todo el trayecto hasta Queens.

Lo criaría sola.

Tendría que bastar.

– ¿Está bien?

– Sí, por favor, no se preocupe.


Stewy había estado sentado encerrado en su oficina durante unas tres horas. Su mente iba a demasiada velocidad para quedarse quieto.

Solo había un número de veces en que podías pensar 'qué, hostia' antes de quedarte sin aire en los pulmones. Así que había estado caminando por su despacho como un animal encerrado, tratando de ordenar sus pensamientos a través de la confusión.

Un gráfico con números de los valores de Waystar en su ordenador.

¡Pero ese no era el problema!

El tema era que Lavinia le había dicho que estaba embarazada, de su bebé.

Está embarazada y está sola y enfadada. No pudo evitar pensar que eso era su culpa. Si él no fuera un capullo, todo sería más fácil. Y ahora ella tenía este bebé dentro de ella y crecería sin él. Lavinia se merecía algo mejor.

Todo era una mierda y Stewy ni siquiera sabía cómo procesar nada de eso.

Se sentó en esa silla de escritorio antes de decidir que debía ir a verla. Probablemente aún no estuviera lista para enfrentarlo.

¿Pero de qué había servido tanto silencio estas semanas?

Noventa minutos después, subía las escaleras del edificio donde vivía Lavinia. Cuando volvió a abrirle la puerta aquella chica amiga de Greg tuvo una enorme decepción; pero entonces ella solo compartió una expresión resignada antes de dejarle pasar.

Se cruzó de brazos. – Está en el baño.

Stewy atravesó la puerta abierta que conducía directamente al baño donde Lavinia estaba sentada en el inodoro cerrado, con la cabeza entre las rodillas, llorando.

Su cabello estaba enmarañado alrededor de su frente, y sus hombros temblaban con cada sollozo, había lágrimas en sus mejillas. Ella no hizo ninguna señal de haberlo oído entrar, pero Stewy intuyó que lo habría escuchado en el recibidor.

Se merecía que lo ignorara, sentirse culpable.

Ella finalmente levantó la vista cuando él se sentó a su lado en la bañera, mirando al suelo. Había huellas de lágrimas secas en sus mejillas que estaban manchadas en manchas de rímel. Se limpió la nariz con el antebrazo. – ¿Qué haces aquí? – preguntó en voz acusatoria. Su garganta sonó áspera.

– No vuelvas a darme un susto como cuando te has tirado hacia ese taxi, Livy. Casi me sale el corazón por la boca – Stewy dijo en voz baja, inclinándose hacia ella.

Su mano se cernió sobre la de ella y dudó por un momento antes de apretarla suavemente.

Lavinia tomó una respiración profunda.

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? El embarazo – Stewy pidió. Ella sonó agotada y cansada: – Durante una semanas – respondió quietamente.

Stewy asintió.

La verdad era que no tenía mejores respuestas de las que le había dado esta tarde.

Nadie en su sano juicio le querría a él como padre.

Era solo una persona irresponsable; alguien con no particularmente una brújula moral. Pero ella ya había visto eso, ¿verdad?

Los ojos avellana de ella lo miraron implorantes, rogándole que no dijera nada. Era obvio que se había hinchado a llorar.

Stewy sintió su pecho oprimido como por una losa de plomo. – Todo estará bien... Lo estará. Estoy seguro de ello – trató de tranquilizarla.

Intentó buscar las palabras.

– Estoy aquí – Su labio tembló: – Pero —

Lavinia meneó la cabeza.

– No importa. Ya lo sé – dijo en voz baja. – su mano se soltó de la de él, demorándose en el aire por una fracción de segundo antes de apartarla. – Gracias por consolarme, Stew. Necesito descansar ahora – Él no respondió.

No podía hablar, tenía miedo de sonar patético.

Stewy maldijo para sus adentros.

Lavinia había tenido esas conversaciones consigo misma cien veces desde que supo que estaba embarazada. Por eso, después de mirarle a las manos, los nudillos apretados contra sus propias rodillas, pudo decir:

– Me temo que ya sabía que estabas enfocado en tus metas y prioridades personales y que éstas no incluyen tener bebés. No serías feliz. Y no puedo permitir que mi hijo sufra ese tipo de rechazo cuando crezca. Es mejor así, estaremos bien.

Se sintió enfermo al pensar en eso. ¿Cómo era justo para cualquiera de ellos?

Stewy la miró demasiado tentado a volver a cogerle la mano: – Déjame ayudarte – dijo en su lugar – Déjame hacer las cosas más fáciles. Lo entiendo – agregó, sintiéndose levemente herido por lo rápido que se desvaneció su sonrisa – Lavinia – continuó suavemente – Me encargaré de todo para que estés cómoda. Lo prometo.

Lavinia volvió a apartar la mirada, y él sintió que le dolía el pecho aunque ella no abrió la boca.

– No, por favor, no me mires así... No puedo ser el padre de alguien, pero te juro que haré todo lo posible para que tengáis todas las necesidades cubiertas. Sólo déjame ayudarte hasta que estés situada. Por favor. – A Lavinia se le escapó un sollozo y todo su cuerpo se estremeció. – No llores, Liv. Te lo ruego, deja de llorar.

Entonces sí, Stewy llegó a Lavinia y ella se inclinó hacia adelante para llorar en su hombro.

Se odió a sí mismo aún más que cuando notó los pequeños espasmos del llanto, porque quería consolarla, pero no tenía nada que ofrecer excepto sus inútiles perogrulladas y promesas vacías.

Si alguien sabía mejor que él lo mucho que podía meter la pata, era ella.

Lavinia tenía que saber que él nunca sería capaz de ser responsable de otro ser humano. Demasiado malditamente egoísta. Y, sin embargo, de alguna manera, ella todavía lo amaba, lo suficiente para no haberle dado una patada en el culo cuando entró por esa puerta.

Eso lo puso furioso consigo mismo, se dijo amargamente. Habría sido más feliz sin mí.

Mierda, mierda, mierda. Sintió un ligero escozor en los ojos. Intentó frenar su vacilación sin conseguirlo. No quería que ella se diera cuenta.

Se quedaron así un rato más, doblegados contra el otro pero sin que fuera exactamente un abrazo, hasta que ella se calmó de nuevo.

– ¿Por qué no te bañas? Le preguntaré a la amiga de Greg qué puedo preparar para la cena, ¿de acuerdo? Hablaremos tranquilamente. Pero no necesitamos seguir hablando esta noche. Ambos estamos cansados – Stewy se puso de pie y le ofreció una sonrisa temblorosa, esperando que su voz no fuera tan ronca como la primera vez que habló. – Sal cuando estés lista – Sugirió tentativamente.

Ella asintió.

– Bien. – dijo.

Él se levantó y unos pasos, tocando el marco de la puerta, luego giró sobre sus talones y se fue. En el pasillo exterior, se detuvo y respiró hondo y exhaló lentamente.

Quería pedirle que no siguiera adelante con el embarazo.

Harían planes, le daría el mundo, le bajaría la luna.

Pero no tuvo las agallas.

¿Y más adelante?

Eso es algo enorme a lo que estaría renunciando por mí.

La imagen de ella acurrucada en la bañera y sollozando no salía de su cabeza.

Empujó sus puños contra la humedad de sus ojos y siguió distrayéndose en la cocina con las mangas de la camisa subida. Su chaqueta en una silla del comedor.

Toffee decidió hacer guardia con él en la habitación cuando llevó una bandeja de comida allí.

La amiga de Greg tenía un colchón inflable puesto en el comedor aunque ella había desaparecido mientras estaban en el baño. Había dejado una nota que salía a cenar fuera, seguramente para darles intimidad.

Al parecer Lavinia le había dejado quedar un par de días extras hasta que se acabaran las obras de su piso.

La chica había llevado algunos de sus muebles porque hubo un problema con las cañerías.

Stewy estudió el pequeño apartamento.

Era diminuto.

A ella le gustaba la bañera sacada de una novela de Austen pero lo demás parecía más bien viejo a secas.

Lavinia debería conseguir un apartamento mejor. Algo más cerca del centro.

Habrían podido mudarse los dos al East River.

Pero ahora…

Ella tenía razón.

Crear expectativas con ese miedo que acojona sería mezquino…

Esperó un tiempo prudencial antes de interrumpir su baño. – Lavinia, ¿estás lista…

Ella estaba completamente dormida en la bañera, se veía tan agotada. Hizo que su corazón se sintiera culpable: había estado actuando como un idiota desde que esta tarde ella le dijo que estaba en estado.

Necesitaba dormir más que nadie en este momento.

Lavinia sería una gran madre, como mínimo ese bebé tendría esa suerte.

Si Lavinia seguía adelante con el embarazo de aquí unos meses habría una criatura con su carga genética.

Trató de rechazar ese pensamiento confuso. Necesitaba sacar a Lavinia de la bañera. Ella podría coger algo, y tal vez no era saludable para el mocoso, no es que él tuviera idea.

La levantó lentamente de la bañera con una toalla grande y ella se movió.

La sintió respirar un poco más fuerte, abrió los ojos lentamente pero todavía aturdida. – Voy a buscarte un albornoz.

La colocó en la cama, ayudándola a secarse y tiró de la manta sobre ella.

Estaba tan cansada que ni siquiera protestó.

Luego, buscó sin mucha suerte el albornoz. La miró durante un rato.

Debía estar exhausta.

Su cara estaba más pálida de lo normal. Su piel parecía brillar con la luz, haciéndola lucir increíblemente bonita a pesar de todo el agotamiento, al menos según su opinión. Le acarició la cara con cariño con una mano, mientras que con la otra le subió la manta hasta la barbilla. Ella se inclinó hacia la mano. Cerró los ojos de nuevo.

Stewy se sentó a su lado en la cama.

Estaba empezando a sentirse muy cansado también.

Sus párpados se estaban volviendo más pesados.

Pero decidió desocupar el colchón y sentarse en un sillón que no recordaba que hubiera estado aquí.

Pensó que lo habría traído la amiga de Greg.

La mente de Stewy se distrajo por un instante hacia lo que pretendía Lavinia, ¿cómo se hará cargo sola del bebé? Las cuentas, el cuidado, todo. ¿Cuánto tiempo hasta que encontrará un trabajo en casa? ¿O un hombre, un amante?

No estaba listo para esto.

Su pelo estaba mojado como una rata ahogada. Pensó en levantase del sillón y ayudar a secárselo un poco, pero se durmió poco después. Lo siguiente que supo fue el sol en su rostro.

Él y Sandi tenían programado una reunión en Waystar esta mañana y al menos tenía que ir a casa para cambiarse.

No había dejado ningún traje aquí.

Dadas las circunstancias supo que no podía irse sin despertar a Lavinia. Lo intentó suavemente.

– Lavinia…. Vamos, cariño… – dijo con suavidad pero con urgencia.

Lavinia parpadeó lentamente para abrir los ojos. Se los frotó con fuerza y se sentó en la cama.

Lo vio y sonrió débilmente mirando a su alrededor. La otra parte de la cama estaba intacta. Revisó la habitación – ¿Dónde has dormido? No tenías que dormir en el sillón, Stewy...

– Está bien. Me quedé dormido. Me tengo que ir ahora. – Él suspiró – ¿Estás bien para quedarte sola?

Lavinia asintió levemente. – Stewy – dijo con una voz baja – Creo que es mejor si mantenemos la distancia hasta que averigüemos qué quieres hacer. Será menos doloroso. Me encargaré de todo por aquí – se tocó el vientre reposicionándose en la cama – y quiero concentrarme en cuidar de mí también un poco… – su voz se quebró un poco. Intentó sonreír, pero le salió triste.

Él la miró con cuidado y luego asintió contra su propio instinto.

– Hay una reunión en Boston a la que tengo que ir, pero pasaré después, ¿vale? ¿Podemos cenar y hablar?

– Lo hablamos, ya veremos, ¿sí?

Él le dio un rápido beso en la frente. Y fue hacia la puerta reluctantemente.

Se giró solo una última vez.

Tenía que preguntárselo aunque fuera el peor momento del mundo.

Porque la duda se lo estaba comiendo por dentro.

– Vi una foto en una conferencia de Matsson en Europa. ¿Por qué fuiste…?

Y en su silencio allí estuvo ese ligero parpadeo.

– Monique, mi amiga… es periodista. Le hizo un perfil… una entrevista. Fue un poco un desastre… creo.

Stewy asintió. – Ya. Entiendo. Tengo que irme… Mierda, Livy. Por favor, cuídate.

Lavinia intentó no sentirse peor.

Le vio marcharse. Coger su chaqueta de anoche, abrir la puerta de la entrada y salir.

Se hundió de nuevo contra las almohadas.


Recibió varios tests de Andreas para una prueba aunque todavía no le había dado una respuesta en firme a Matsson.

Archivó el chat algo mosca.

Greg también le había mandado un mensaje preguntándole si asistiría al cumpleaños de Logan.

Lo que no tenía claro.

Tuvo ganas de apagar su móvil y simplemente ignorar a todo el mundo.

No quería afrontar nada de nada ahora mismo.

"¿Quieres cenar?"

Miró el mensaje de Stewy durante un largo momento.

Podían hablar pero no iba a cambiar nada.

En este punto solo iban a regodearse en su corazón roto, ambos.

No le había prometido nada.

Solo sabía que… el día siguiente a verlo pasó horas en la cama hecha polvo.

Fue a Los Ángeles el fin de semana para explorar y trabajar con sus primos.

Convenció a Roman para que también le dijera algo a Tabitha y intentó hacer de tripas corazón para que no se le notara como de mal estaba.

El restaurante estaba lleno de lugareños que cenaban temprano.

Parecía un buen lugar para tener una velada tranquila.

– Hola – Ella sonrió cuando se acercó el camarero. – Estoy aquí para encontrarme con alguien. Roman Roy.

– Sí – respondió el camarero en voz baja. Miró a su alrededor. – Sígame.

– Sí – dijo ella. – Déjeme revisar mi teléfono. Espere... – Ella revisó su teléfono. Tabitha llegaba tarde. Se acercó a la mesa con Roman ya en ella.

– ¡Ey! – le saludó tocando la espalda de Roman mientras se sentaba.

– ¿Qué estamos esperando? – Roman chasqueó la lengua y se volvió hacia el camarero. – Tráigame la carta, ¿sí? Oh, lo siento. No me di cuenta de que estabas aquí – bromeó a Lavinia.

El camarero vaciló.

– Estamos esperando a alguien – dijo. – ¿Podemos tener tres menús?

– Por supuesto. Ahora mismo – Les trajo las cartas y los dejó solos de nuevo.

Cuando finalmente su primo captó su mirada, ella asintió levemente.

Roman preguntó casualmente. – ¿Por casualidad no irás al cumpleaños de mi padre?

– ¿Mi trabajo está en riesgo si es así?

– Bueno...

Lavinia sonrió con aire de culpabilidad. – No lo creo.

Hubo un silencio.

Román suspiró. Podía ver sus labios torcerse en una mueca, abrió la boca y luego la cerró de nuevo. – ¿Qué quieres beber? – preguntó. – Tabitha va tarde por lo que veo.

Lavinia dudó. No quería que su primo se diera cuenta de su embarazo. Era demasiado pronto. Todavía estaba tratando de adaptarse a la reacción de Stewy.

Ni siquiera estaba de suficientes semanas.

– Agua va bien.

– ¿En serio?

– ¿No te has enterado de mi pequeña aventura gracias al amigo de tu hermano? Reece – se excusó. – Hago vida sana ahora.

– ¿El drogadicto de los relojes?

– Bueno... Pero explícame sobre The Hundred. Para ser honesta, he estado ayudando aquí y allá con el documento indonesio y esos power points de áreas operativas, pero dado que no estoy oficialmente en el equipo de comunicación, no estoy muy bien informada de lo que estáis haciendo.

– ¿Estás preguntando sobre todas las reuniones y esas cosas?

Ella asintió. – ¿Va a alguna parte?

– Claro – aseguró Román. – Todavía no has visto muchas cosas, pero Ken ha pasado semanas buscando inversores y viajamos a Dubai poco después de Italia. Tenemos mucho material para lograr un progreso real. Es potente, lo único que me da miedo es como no se le ha ocurrido a nadie antes.

– ¿De veras?

– Pues sí. No te rayes – enarcó una ceja – Hemos dado un cargo a esa gente que es la hostia. Pero ahora necesitamos el aporte de otras personas, para que nos lleven a un lugar que esté más cerca de encontrar lo que necesitamos. Por eso estoy contento de que hayas venido. Estoy feliz de tener tu jodida opinión, ¿vale? y Ken también y Shiv. Ken quería venir pero está de ahí para allá.

Pidieron las bebidas y continuaron hablando.

– Está bien. Entonces, ¿cuáles son las últimas noticias? ¿Hay una fecha de lanzamiento?

Tabitha les interrumpió cuando llegó con grandes noticias. – Mandé a la mierda a mis amigos obsesionados sobre la comida orgánica. Soy libre. Felicitadme, chicos.

Se rió a carcajadas.

– ¿Ya no vas a tener un engendro del diablo?

– No lo creo, Rome – le dio dos besos – Tal vez si me convencieran de que van a ser personas decentes en un año más o menos. ¿Cómo estás Lavinia? ¡Dulce libertad!

Ella sonrió, levantándose para darle un beso en la mejilla.

Si Tabitha estuviera sola podría... pero no ahora.


A la salida del restaurante, se quedó sola con Roman en la acera de la calle mientras Tabitha saludaba a unas conocidas.

Su primo debió notar algo.

– ¿Estás bien? No sé… ¿Quieres hablar? Mejor te doy el teléfono de mi terapeuta pero habla o algo – sonrió alzando una ceja.

Ella frunció los labios. – Tonto.

– Un poco de respeto que estoy a punto de hacerte consultora de comunicación global de The Hundred.

– No estoy convencida que eso quiera decir nada.

– Tu puesto de trabajo sería tocarle las pelotas a Max por lo menos una vez a la semana y reunirte conmigo con ideas, ser un refuerzo que no nos lama las posaderas – dijo alegremente. – Está de puta madre. Estamos empezando a mirar los putos logos.

No estaba segura.

– Ro, tú no necesitas abuela ¿mm?…

– A ratos. – puso los ojos en blanco – Por cierto, ¿a quién te follaste por última vez? – la chinchó de pronto.

– Déjame.

– Fue en Italia. ¿Stewy? ¿el capullo de Matsson? Hace semanas. Seguro que se te ha vuelto a cerrar.

– Idiota.

– Sí, como los agujeros de los orejas. Si pierdes un pendiente, se cierran. ¿No lo sabías?

Se giró buscando a Tabitha con un gruñido.

Después volvió a mirarlo porque ¿qué demonios? ¿Se le notaría el embarazo? No, imposible – ¿Y a qué viene eso sí se puede saber?

– No lo sé. Para cambiar de tema… es que estás muy pesada… como si no te creyeras que The Hundred es una idea genial – ella le miró mal. Roman confesó: – Vale, vale. Me preguntaba si se la habías comido al sueco, mientras papá y mamá nos follaban, como no estabas con el jodido Stewy…

Jugueteó con su móvil.

Mierda.

Una notificación.

Hablando del rey de Roma...

Cerró la pantalla del móvil precipitadamente.

Pero la curiosidad pudo más.

"Hola. Soy Lukas. Estocolmo. A las 8 am del jueves"

"¿Para una nueva entrevista? No puedo atravesar la mitad del mundo para tu proceso de selección. Estoy segura de que lo entiendes", respondió ella, tecleando rápido.

"Puedes venir con nuestros abogados en mi jet. Vuelan el miércoles por la tarde", ofreció mientras ella seguía escribiendo. "No estaré allí. Estoy muy ocupado".

Ella suspiró y se inclinó hacia adelante preocupada de que su primo no pudiera leer los textos. "¿Siempre hacéis en GoJo eso por un nuevo empleado?"

"¿Tú qué opinas?"

"Sé que es un no..."

"Sigues a Andreas por todos lados. Tiene varias reuniones programadas ese día. Uno con la prensa generalista. Dos con lobistas británicos. Tres con un par de revistas".

"¿Y luego?".

"El viernes vuelas de regreso a casa. Lo decidimos. Todavía no he decidido cuál es el mejor curso de acción sobre [puso un emoji de un demonio lila enfadado]"

"Tu jefa de prensa"

Ella siguió escribiendo: "¿Qué diablos pasa con eso?"

"Nada de qué preocuparse"

"Tendrás que ser más abierto si pretendes que trabaje en tu departamento de Comunicación"

"Pero eso no es una decisión ya tomada [un emoji de una lengua]"

Sí, tal vez tenía una mazmorra de Barba Azul. Él no lo diría. Tenía un poco de miedo de que a él le gustara el hecho de que era lo suficientemente bonita y aparentemente sabía cómo hablar con la gente.

No era la mejor fundación para una relación de trabajo.

Ella podría quedarse aquí. Con los chicos, haciendo lo que fuera.

Había leído algunos informes sobre la nueva empresa. "La puesta en marcha de un medio global que quiere ser un centro digital y que ofrece toda la información esencial necesaria para navegar el ahora". "El antídoto contra el malestar moderno de la sobrecarga de aporte de calorías vacías en las noticias"

Básicamente, clickbait con personas famosas.

Una ensalada de… ideas.

Mientras cenaban alguien se había acercado a Roman y ella había entendido por la conversación que Shiv ya estaba colaborando con el equipo de Jiménez, el candidato de los Demócratas en las elecciones.

Sintió una especie de pavor por su carrera. Otra de esas cosas que necesitaba estar mucho más en su lugar cuando llegara el "futuro".

Y el "futuro" ahora mismo… la hacía sentir hinchada y con acidez estomacal.

Estaba fallando por todas partes.

Cada vez se sentía más ansiosa y con vértigo de no tener un plan serio a tiempo.

Le debían quedar como dos noches sin dormir más para verse llamando al abuelo y pedirle que se replanteara los términos alrededor del dinero que había dicho que le dejaría. Explicarle la nueva situación, rogar que a una parte pequeña de él le hiciera gracia ser bisabuelo, y todo fuera rodado… o en su defecto ir al cumpleaños de su tío y no sé: "¿Oye tío Logan, no sabes de ningún puesto en la ATN? Sé cómo funciona una cámara. Nos enseñaban todas esas cosas inútiles de periodistas para rellenar currículum en la universidad". No, ni de coña.

Stewy…

Mierda, Stewy había sido dulce la última noche en su piso pero estaba convencida en no flaquear respecto a su resolución.

Si él se quedaba, aunque fuera solo en la periferia de su vida, si había visitas o regalos, también habría expectativas y desilusión cuando estas no se cumplieran.

No podía hacer eso a un niño.

Pero quizás todavía podía disfrutar de la compañía de Stewy durante un tiempo.

Mientras su pequeño no naciera.

Es una idea terrible.

Roman y Tabitha se pusieron a cuchichear y reír a su lado.