N/A: Bueno, ahí vamos de nuevo. ¡Gracias a todos los que leis esta historia! Espero haberle hecho algún tipo de justicia a la parte médica. Mis únicos estudios médicos son haber visto House :')
¡Todas las opiniones, comentarios, críticas son más que bienvenidas!
"Don't come back, it won't end well
But I wish you'd tell me to
Our love is six feet under [...]
If our grave was watered by the rain
Would roses bloom?"
– Six Feet Under (Billie Eilish)
Capítulo 44. Interludio
El sonido de su sangre subió a su oído como un zumbido incesante para Stewy.
Esto es culpa mía, se dijo, atormentado.
Tantas ganas de hablar de mis mierdas y tantos celos de mi parte en lugar de darle jodida tranquilidad… ¡Idiota!
Has sido un peso muerto para Lavinia todo este tiempo.
Los médicos de la ambulancia la acostaron en la camilla y la subieron en el vehículo, rumbo al hospital. Stewy subió con ella.
Los paramédicos rondaban alrededor de Lavinia, le hacían preguntas, comprobaban sus signos vitales y trataban de aliviar su malestar.
Le palparon la tripa bajándole la cremallera del costado del vestido. Le dijeron que podía ser normal, que no tenía por qué asustarse, pero que iban a comprobar que todo iba bien.
No había hemorragia.
Pero el dolor persistió.
– Pide que tengan preparado un ecógrafo, sulfato de magnesio 4 gramos, presión 160, 40 – dijo uno de los médicos.
Lavinia suspiró y giró la cabeza hacia el otro lado.
Cuando más nerviosa estaba, más notaba que le dolía y hasta le faltaba un poco el aire.
De repente, toda la tensión que estaba dentro de ella había empezado a dar señales que Lavinia podía entender. La sangre le bajó de la cabeza a una velocidad pasmosa y se mareó. Se tocó la barriga, haciendo un esfuerzo por respirar.
Cerró los ojos, estaba teniendo un ataque de pánico.
Hizo un esfuerzo por mantenerse en el presente.
No se trataba de calambres normales.
Pero es demasiado pronto para que se trate de contracciones…
Era aterrador no saber si alguien sería capaz de hacer algo para pararlo.
Ni siquiera los ánimos de Stewy le servían de algo ahora, y no es que no lo quisiera aquí… Estaba muy agradecida a fuerzas en las que no sabía si creía que él se encontrara aquí en este momento para tomar su mano.
Mirándola, Stewy sintió que se le subía el corazón a la garganta y que los nervios se hacían pedazos.
El miedo también había empezado a burbujear dentro de él, una pequeña semilla echando raíces en su estómago. Su mente estaba dispersa y no logró calmarse.
– ¿Se pondrá bien? Por favor, ¿por qué no nos movemos? ¿podemos movernos? – pidió cuando quedaron parados en un semáforo.
– Hay tráfico. Estamos llegando allí.
– Señorita, respire. ¿Puede describir el dolor? – la cuestionó uno de los paramédicos.
El rostro de Lavinia se contrajo de dolor, su mano se frotaba el estómago mientras intentó definir con detalle las sensaciones que estaba sintiendo a petición de éste.
Contó cómo pudo que los pinchazos en el vientre se parecían como a una sensación de opresión donde pensaba que estaba su útero. Iban y venían.
De todos los síntomas que había tenido durante su embarazo, náuseas, vómitos, cansancio, hinchazón, este no podía ser normal.
No en este punto de todas formas. – Esto de aquí – le dijo al paramédico señalando el punto del dolor. Stewy le frotó el brazo en un gesto tranquilizador.
Acercó su rostro al de ella moviéndose hacia delante un momento pese a que oyó una protesta detrás suyo. – Está bien, cielo...
– Por favor, manténgase sentado…
– Es mi culpa… No debería haber seguido a Roman a la calle.
Todo a lo que atinó era pensar qué podría haber hecho mejor para ayudarla a mantenerse menos tensa.
Incluso la arropó con su chaqueta. – Tú no has hecho nada mal. Tranquila, mírame.
– Stewy…
Daba la impresión que se iba a romper en millones de fragmentos tan sólo con tocarla.
Le dolía tener que ver el dolor que estaba pasando.
Estaba aterrado de que esto fuera todo…
Ella perdiendo a los bebés porque era demasiado pronto para siquiera considerar la idea de... ¿Cuántas semanas faltaban para eso?
– ¿Es grave? – Stewy insistió al chico rubio de hombros amplios en frente de ellos.
Pero el equipo de emergencias le dijo que no podían responderle hasta que la examinaran en el hospital.
Apenas se pudo concentrar en la conversación.
Insistiendo en tranquilizarla, puso su mano en la parte superior de su brazo y le dio una presión mínima. Nunca la había visto así, y eso le mataba.
En ese momento su normalmente cabello engominado comenzaba a parecerse a lo que había sido esta mañana antes de peinarse.
Prestaba mucha atención a la presentación.
Nadie tenía más cuidado en su aspecto que Stewy.
Pero había humedad en el aire y no había parado de pasarse una mano por el cuero cabelludo mientras los paramédicos le impedían acercarse a la camilla de Lavinia. Stewy mantuvo su mano en la de ella.
Aunque, durante un largo momento, Lavinia no la apretó.
Parecía estar como perdida en una niebla, no realmente allí. – Livy, habla conmigo. Mírame… Estoy aquí.
– Yo no… Es un dolor agudo. Puede que… Los bebés no están listos... Puede que esté perdiéndolos – Ella habló de nuevo extrañamente quieta, mirando a su regazo, con una mano a su costado. Aguantándose las lágrimas.
– No, no… claro que no. ¿Me oyes? Livy…
Entrelazó los dedos de la mano que la sostenía con los suyos y le acarició los nudillos con el pulgar.
Estaba realmente preocupado.
– Pero eso es lo que significaría ahora un part… parto prematuro – Ella intentó respirar hondo. Estoy justo a mitad del cuarto mes…
No pudo forzarse a decir las palabras.
– Nos llevan al hospital, ¿vale? No te preocupes, ¿sí?
El tiempo se volvió una mancha borrosa.
Stewy se sintió terriblemente culpable. Una y otra vez.
Si ella perdía los bebés tendría siempre el peso de aquello sobre la consciencia.
Sería el final de todo.
Habría rezado si eso fuera algo que supiera hacer. Stewy presionó sus labios en la piel expuesta de la frente de Lavinia.
– No sé qué me pasa. Ellos… ¿Lukas, Ebba…? – preguntó Lavinia.
– No lo sé – se tragó la incomodidad de ese malditonombre – Tranquila, ¿vale?
Cuando, después de una eternidad, la ambulancia se detuvo, las puertas se abrieron y Stewy se levantó frenético, un paramédico lo miró. – Tiene dolor. Ella no puede caminar –, explicó innecesariamente.
– Hemos pedido una silla de ruedas, pero aún no está lista – le respondió el sanitario.
Stewy sintió como si le hubieran succionado toda la sangre, dejando su cuerpo vacío. Una sensación de frío se instaló en su pecho, una opresión en su garganta que no podía superar. Apretó los puños, tratando de estabilizarse.
Se presionó la nariz con los dedos. – ¿Qué alternativa hay? ¿No tienes camilla en la ambulancia?
Stewy suspiró con impaciencia frustrada y se contuvo para no soltar la amarga recriminación que pugnaba por salir.
Aunque ahora no iba a empezar a disculparse por nada.
El paramédico vaciló y mencionó que tenía que recibir luz verde antes de que pudieran moverse. – Tengo órdenes de esperar… Hay un poco de lio dentro.
Oh, por el amor de Dios.
Los paramédicos dudaron, sin saber cómo proceder, pero la determinación de Stewy lo empujó a tomar el asunto en sus propias manos.
Había 200 putos metros hasta la puerta.
Esperar parecía ridículo.
Y nada de lo que tuviera costumbre hacer...
Cualquier cosa que el resto del mundo necesitara detrás de esas puertas de vidrio no era tan importante como ella. – La llevaré yo mismo. ¿Puedo hacer eso?
Sería mejor que simplemente estar sentados en la ambulancia con Lavinia llorando de dolor. ¿Para qué? ¿Algún idiota que había decidido reventar su cráneo contra el escudo de la policía como si de repente el mundo fuera a cambiar la dirección en la que giraba?
Sabía que Lavinia lo reprendería por esto cuando pudiera pensar con claridad.
Pero a Stewy le pareció un plan, así que ignoró al hombre. Se acercó a Lavinia. – Amor, te llevo en mis brazos, ¿vale?
Los habían traído al Presbyterian Hospital.
Se consideraba un buen hospital.
En ese momento, Lavinia lo observaba, todavía blanca como la leche. Estaba sosteniendo su vientre de forma protectora y su rostro estaba contorsionado por el dolor. – Duele mucho. No, no me dejes sola, por favor…
Stewy tenía ahora las manos apoyadas en sus hombros.
– Nunca, ¿vale? Mírame, estoy aquí. Respira – Tocó suavemente su frente y acarició un mechón de su largo cabello castaño. El gesto también lo calmó a él. Y no la soltó hasta que su respiración se estabilizó.
Estaban juntos en esto.
Las lágrimas de ella caían ahora por sus mejillas, su cabello pegado a su cara, empapado de sudor.
Lavinia tenía el corazón a mil por hora.
Se culpaba a sí misma.
¿Los estaba perdiendo? ¿Fue el estrés? ¿Algo en su postura? ¿Llevaba las medias demasiado ajustadas? ¿Estuvo de pie demasiado tiempo? ¿Fue algo que comió en la recepción?
Ella simplemente no sabía qué había ido mal.
Respiraba entrecortadamente entre sollozos que arrancaban de las entrañas y le obligaron prácticamente a doblarse hacia delante.
Volvió a escuchar Stewy preguntar. – ¿Estará bien?
Pero todo estaba sucediendo en una especie de distancia, como bajo el agua.
Supuso que el paramédico le dio una señal positiva a Stewy, porque luego escuchó que decía: – Ven aquí, Ronnie, le ayudaremos a sacarla de la ambulancia.
– Pero el protocolo…
– Ya nos hemos saltado el protocolo. No voy a permitir que pierda a los críos en esta ambulancia, vamos, vamos…
– Stewy…
Stewy le apartó el pelo de la frente, alejándolo de los ojos.
La interrumpió suavemente, haciendo lo imposible para ocultar su propio miedo: – Todo estará bien, mi vida. Eres la persona más fuerte que conozco, ¿vale?
Las cejas de Lavinia se fruncieron con preocupación. – No, no algo anda mal…
Él hizo una gentil inclinación de cabeza. – No te preocupes. Entremos primero – dijo, tratando de calmar sus nervios. – El viaje puede ser un poco accidentado, así que trata de mantener la calma. Estoy aquí contigo.
Lavinia consintió con un gesto, una maleabilidad impropia de ella, él la rodeó con sus brazos y la levantó con suavidad, sacándola de la ambulancia, sus manos aferradas a su cuello.
Su peso lo sorprendió, pero estaba agradecido de que ella confiara en él lo suficiente como para permitirse descansar en su cuerpo. Livy emitió un nuevo sonido de dolor que lo asustó, porque su expresión cambió de repente y la agonía más pura se pintó en su rostro.
Stewy se quedó paralizado por un momento y luego echó a caminar, llevándola hacia el edificio.
Presionó sus labios brevemente contra el espacio entre su oreja y su cabello como si eso hiciera alguna especie de diferencia. – Mierda, cariño, tranquila, te tengo – prometió.
Uno de sus hombros protestó por la mala postura al sostener la mayor parte de su peso contra su pecho pero lo ignoró.
Explicó la situación a las enfermeras que salieron a su paso en la puerta de urgencias.
Había empezado a chispear.
La lluvia hizo que todavía se sintiera más aturdido.
El corazón de Stewy latía acelerado de miedo mientras habló: – Está embarazada y tiene mucho dolor…
Lavinia volvió a quejarse cuando otra oleada de dolor la invadió y la enfermera que les había recibido rápidamente le indicó a Stewy que la pusiera en una camilla.
Se dio cuenta que estaba asustado; había un aire de impotencia a su alrededor que no le había visto antes.
Lavinia, que apenas podía pensar debido al pánico ciego que la atravesaba al imaginar el peor de los escenarios, lo miró.
Este hombre la amaba, haría todo lo que pudiera.
Incluso afrontar el hecho de ser padre en contra de su voluntad.
Dos bebés para los que no estaba preparado.
Ella nunca había sido la única en la ecuación. Tal vez en algún momento había fingido serlo pero ya no podía seguir haciéndolo...
Se había imaginado haciéndolo sola y tal vez pudiera. Pero no lo había hecho muy bien para empezar, ¿verdad?
No guardaste tanto reposo como deberías, pero la doctora dijo que estabas bien, que podías hacer vida normal…
Seguramente la doctora no contó que esto significaba noches interminables de insomnio, trabajo y el corazón roto.
Stewy dejó suavemente a Lavinia donde le habían indicado mientras la mujer se apresuraba a evaluar la situación. Livy seguía pálida como la leche.
Una de las otras enfermeras le puso una mano en el estómago. – Intenta estar quieta, vamos a ponerte una vía, ¿vale? ¿De cuando estás?
– De cuatro… cuatro meses. Es muy pronto… No quiero perderlos…
Cuando las enfermeras entraron en acción, Lavinia estaba sentada en una camilla y su angustia era evidente en cada respiración que tomaba.
– Claro que no. ¿Quién ha dicho eso? Esto es solo para facilitar el trabajo de los doctores. Respira.
La enfermera agregó en tono profesional. – ¿Plural? ¿Dos?
Lavinia tragó saliva. – Sí.
La mujer, bajita y con el pelo corto rojo brillante, miró a Stewy para que la ayudara. Con sus propias manos temblando un poco, Stewy puso las manos tranquilizadoras en sus hombros. – Aquí vamos, nena. Relájate.
– ¿Alguna caída?
– No. Por favor, mire si están bien…
– Ey, primero comprobemos si tú estás bien – Stewy intentó.
Ni siquiera estaba seguro de qué otra cosa podía decir.
Lavinia protestó. – Eso no es…
– Los paramédicos dijeron que tenías la tensión alta – explicó Stewy.
Se mordió la lengua para no preocupar más a Lavinia, pero había leído ese prospecto que le había dado la doctora hacía dos semanas.
Recordó que la presión arterial alta era algo malo.
¿En qué estabas pensando exactamente?
Había en él una marcada expresión de tormento que habría querido disimular.
Se daba cuenta que se había merecido que ella le aplaudiera en toda la cara esa misma mañana en la iglesia.
Y tal vez todos los días que hubo antes de eso. ¿No fue tuya la genial idea de pedirle que fuera a tu apartamento a las 4 de la madrugada la noche de las elecciones?
Stewy estaba tan perdido como lo había estado cuando no estaba seguro de dónde estaba ella la noche en que el retrasado de Reece la drogó.
Parecía que hubiera pasado una vida atrás…
Y esto, esto no parecía algo que fuera a recordar mañana todavía profundamente perturbado pero aliviado. No muchas más veces había sentido ese tipo de opresión en el pecho en la última década y media.
La enfermera les miró con una sonrisa comprensiva. – Nos ocuparemos de los tres al mismo tiempo, ¿de acuerdo? Ahora, confía en mí, querida… Eso es…
Después de respirar unas cuantas veces para estabilizarse, Lavinia cerró los ojos.
Cuando se estiró en la camilla como le habían indicado, sintió que su cuerpo cansado se soltaba un poco, dejándose caer hacia atrás como una pluma.
Quería llorar de miedo, de enfado, de resignación.
Apenas sintió fuerzas para gritar por dentro, solo podía pensar con todos sus fuerzas y desear que de alguna manera esto fuera solo un susto.
Estaba agotada en todos los sentidos.
El respaldo de la camilla no estaba totalmente en posición horizontal. Lavinia parpadeó y abrió los ojos.
Notó la aguja de la intravenosa que le travesaba la piel.
Stewy observó cómo la que estaba junto a la cama le ponía la vía. – Puedo pagar un traslado a cualquier hospital del país. Se lo dije a los chicos de la ambulancia... ¿Es este el mejor sitio para…? No… no sé cómo empezó.
– No se preocupe por eso. ¿Señor?
– Hosseini, Stewy.
– ¿Una colega le pedirá que nos dé su información personal? Yo cuidaré de su esposa.
Stewy apretó la mano de Lavinia y sus ojos nunca abandonaron su rostro mientras el caos de la sala de urgencias se desvanecía en un segundo plano.
Nunca contradijo tampoco la suposición de la mujer.
Lavinia agarró la mano de Stewy, sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que la apretó.
La ambulancia había estado conduciendo durante lo que parecieron horas por la ciudad. Pero ni una vez le había apretado la mano así.
Durante el viaje temió que ella lo culpara por esto. Como lo hacía él mismo.
– Stewy – Ella suplicó.
Le rompía el corazón verla de esta manera. Tenía los dedos sudados pero fríos, estaba rígida de terror. – Iré contigo en un segundo, amor – la sosegó, tratando desesperadamente de mantener la calma.
Stewy se inclinó una vez más y presionó sus labios con fuerza contra su coronilla.
Probablemente no era de mucho consuelo.
Lavinia tenía motivos para sentirse insegura respecto de él, que había vacilado demasiado tiempo sobre el compromiso a que estaba dispuesto con ella.
Incluso cuando estaba, no estaba como ella se merecía.
Se volvió hacia las enfermeras que estaban junto a la cama de Lavinia. – ¿Quién es el mejor médico de este hospital? Conozco a la doctora Trish Penn-Hosseini del NYU. Está en Medicina Intensiva.
Una de las enfermeras sacudió la cabeza. – Solo tiene que registrar a su esposa primero. No se preocupe. Hay los mejores profesionales en urgencias.
Stewy se quedó en el mostrador completando el papeleo en contra de sus propios deseos.
Mientras completaba la documentación necesaria, su mente se aceleró con pensamientos sobre Lavinia y los gemelos.
Sabía que haría todo lo que estuviera en su poder para protegerlos.
Pero aquí no había nada que estuviera en su control.
Nunca en su vida había estado tan poco en control… Hostia.
No, no es que no fuera a usar su dinero en la medida de lo posible para acelerar todo el proceso.
Él y— Matsson tuvieron un estira y afloja con el conductor de la ambulancia cuando les dijeron que había que esperar otro vehículo.
– Ya hay una ambulancia aquí, llévala con ella. Lo siento pero no entiendo cuál es el puñetero problema – presionó Stewy.
– Lo siento, señor, pero esta ambulancia está aquí por las cargas policiales, no podemos simplemente retirarla. La señorita estaba diciendo que se siente algo mejor y mi compañero va a atenderla. Pero ya hemos pedido otro vehículo…
– Ella no se encuentra mejor. Joder… ¿Es una broma?
Matsson hizo una mueca con un gesto con las manos. – Okay… Perdón por interrumpir. Pero si ella espera y, uhm, algo malo pasa, ¿no es algo por lo que ellos te pueden demandar en este agujero de mierda? Tropecientos abogados van a venir a por ti y todos se pelaran el culo para forrarse – le levantó la ceja a Ebba que se había unido al grupo. – ¿Qué?
– Lukas – Ebba lo silenció. – Bara lät honom vara, ok?
(Déjalo en paz).
Su interlocutor era un joven paramédico que parecía sorprendido por las repentinas demandas y que claramente estaba preocupado por mantener su trabajo.
– ¿Necesito llamar a alguien? – Stewy hizo hincapié al paramédico, y luego para asegurarse – Livy…, ¿estás bien?
Seguía abrazándola por los hombros, colocó un beso en su cabeza susurrándole que lo solucionarían.
Finalmente, el sanitario miró a su compañero, quien asintió con la cabeza. – Bien. Métela. Pero va en contra del protocolo y podría tener un lío serio por esto – murmuró.
Stewy subió a la ambulancia con ella cuando los sanitarios la movieron.
Sabía exactamente qué lo había compelido a no escuchar ninguna excusa.
Habría sobornado a quien fuera.
Pero no podía simplemente firmar un cheque para que sus hijos siguieran creciendo a salvo en Lavinia.
Esas dos pequeñas manchas borrosas en una ecografía que habían sacudido su mundo.
Si había aprendido algo en los últimos minutos, era que definitivamente no tenía nada en control. Como si todas estas semanas hubieran resultado ser una columna de sal y no un punto de inflexión en su vida.
Era un jodido castigo del cosmos debido a lo mucho que al principio había querido que ella se deshiciera del problema.
Mierda.
Con el caos de las protestas afuera resonando en la sala de emergencias, Lavinia fue trasladada a un box de urgencias mientras el personal médico evaluaba la situación.
Alguien comentó en voz alta que había habido dos heridos de bala en la Dieciséis, pero los detalles se perdieron en la confusión cuando la enfermera cerró abruptamente la puerta detrás de ellas.
El silencio de esta habitación le resultó de pronto acaparador.
Una auxiliar la ayudó a ponerse una bata después de descalzarse y quitarse el vestido y el resto de ropa.
Le sonrió para darle fuerzas.
– ¿Puedes caminar? Tienes el tobillo hinchado, debes habértelo torcido. Luego te pondremos un poco de crema. Con cuidado…
Lavinia asintió levemente obedeciendo cuando le pidió que se estirara en la nueva camilla.
Esta parte de la habitación estaba casi a oscuras si no fuera por la maquinaria.
Su cuerpo tembló un poco durante un par de segundos más, una combinación de frío, cansancio y los nervios de todo el asunto.
Parecía tener menos dolor.
Vio al personal con batas blancas en una parte iluminada detrás de una puerta hablando de ella.
Intentó borrar el sentimiento de fatalidad que tuvo al entrar.
El miedo a estar sola ante el peligro, tumbada en esa sábana fría en la camilla.
Se sentía un poco mejor pero todavía no estaba segura.
Tal vez tenía una infección de orina o gases o..., pensó, tratando de dejar de lado los peores escenarios que atormentaban su mente.
Stewy llegó un momento después, se quedó en la puerta como se lo habían indicado las enfermeras al otro lado del pasillo.
No ayudaría a ninguno de ellos estar tan cerca en este momento. "No te preocupes, está en buenas manos", le aseguraron antes de entrar. "La mejor manera de ayudar es no estar en medio, ¿ok?".
"Espera un momento", pidió por último la auxiliar que apareció a su lado.
Stewy tragó saliva y se obligó a mantener la calma, pero pararse, esperar, no estorbar no era su estilo.
Se adaptaba a su entorno pero podía ser insufrible.
Lavinia también aquí era la imagen pura de la resiliencia… Aunque ninguno de ellos había tenido de procesar que podía tratarse del peor día de su vida.
Él quería cambiar de lugar con ella, ser él quien estuviera en esa camilla.
Por cualquier razón.
Mierda.
No estuvo seguro de que sus piernas fueran a ayudarlo a moverse en este momento.
Al principio no escuchó una sola palabra del médico, excepto que se presentó como el Dr. Goldwyn.
Stewy no pudo evitar notar la preocupación en el rostro y el lenguaje corporal del hombre.
– Estás muy tensa – comentó el médico mientras acercaba el ecógrafo al vientre de Lavinia para examinarlo. Lavinia notó la incómoda sensación de los guantes blancos de látex en su piel, y entonces el hombre le puso ese gel frío en el vientre para usar la sonda de ultrasonido – Vamos a ver si los bebés están bien… Cuéntame. ¿Qué has sentido? Me han dicho que era un dolor fuerte…
Lavinia asintió.
– Como un pinchazo. Varios pinchazos en la parte baja del vientre – Lavinia respiró hablando al médico.
Ella tenía los ojos húmedos y eso se transmitía en su voz.
El arrullo sonoro familiar de la ecografía llenó la sala, aliviando la tensión.
Stewy sintió que se le quitaba un peso de encima, casi haciéndolo querer recostarse contra la puerta en busca de apoyo.
Una enfermera envolvió suavemente el manguito de presión arterial alrededor del brazo de Livy.
– Es un buen doctor – aseguró la auxiliar a Stewy como para levantarle el ánimo.
Stewy sólo asintió.
– ¿Y duran mucho? ¿esos pinchazos? ¡Por favor, acércate, hombre! La enferma Ryder siempre hace lo mismo, decirle a los padres que muerdo – Bromeó el doctor, levantando la vista amigablemente hacia Stewy, y luego hizo una gesto a una de sus compañeras – ¿Por qué no tenemos más luz? No necesitamos estar a oscuras para esto – La mujer accionó un interruptor que abrió una luz fluorescente que cegó a Lavinia y Stewy por un momento.
El médico continuó su examen, discutiendo los próximos pasos y pruebas. Lavinia sintió una mezcla de intranquilidad y confusión.
Notó la mano de Stewy en la suya un momento después.
A pesar del miedo y lo desconocido, estaban juntos en esto.
Cuando el médico puso un poco de presión para que los gemelos cambiaran de posición en la pantalla, una oleada de emoción la invadió. Sin embargo, el firme agarre de Stewy en su mano sirvió como ancla. A pesar de su silencio, su mirada preocupada transmitía más de lo que las palabras podrían.
No sólo sus ojos eran de una profundidad que la conmovía, sino también los más expresivos que jamás había visto.
Aun así era imposible intentar descifrarlo del todo.
Desde estar muerto de miedo por la paternidad hasta lo absurdo de querer ser su marido tal vez en un intento desesperado de girar el timón, y ahora esto.
Entonces, el médico, de aspecto veterano y barba gris, repitió como sacándola de su sopor: – Los dolores… ¿con qué frecuencia?
– Muy… muy a menudo.
La piel de su palma estaba extrañamente fría ahora.
Podría ser que ella estuviera ardiendo.
– Vale. Veamos. ¿Los habías sentido antes? Necesito que estés segura.
Lavinia se mordió el labio. – No… yo, he tenido alguna molestia pero leí que esos eran dolores del crecimiento.
– Sí, porque el útero se está expandiendo y tus ligamientos también – estuvo de acuerdo el doctor – Pero eso no duele tanto… a ver por aquí… No veo nada fuera de lo común. ¿Pérdidas?
– No. No recientes… Manché una vez en el primer trimestre, yo…
– ¿Hacia el final?
– No, bastante antes.
El médico dio un vistazo a la enfermera que estaba buscando material en un carrito en la puerta de la zona de control.
– ¿Estás segura? – le preguntó a Lavinia.
– Sí.
El hombre le sonrió.
– Nada. A partir de ahora te olvidas de eso. Los movimientos fetales y los latidos del corazón son normales… No hay sangrado. Pero tienes la tensión alta. No me gusta eso. ¿Cómo te llamas? Ah, lo tengo aquí. Lavinia. Vamos a subirte a Obstetricia con uno mejor de estos para tener la certeza que no se nos escapa algo – indicó a la máquina – Quiero hacerte una ecografía interna para ver tu cuello uterino. También haremos un ECG. Pero no nos adelantemos. Le pediré al papá que salga a la sala de espera, ¿sí? Estamos un poco sobrepasados de gente en los pasillos.
Mientras les hablaba bajo y con mucha amabilidad, el médico daba órdenes al resto del personal. Livy se mordió el labio, Stewy le sujetaba la mano con fuerza y su rostro estaba marcado por la preocupación.
Le besó su mano llevándosela a los labios.
En el torbellino de emociones que sintió, la conducta gentil y serena de la enfermera y el firme agarre de Stewy en su mano le brindaron una sensación de tranquilidad en medio del caos.
Ella movió la mano libre a su vientre una vez que se limpió el gel con el trozo de sábana que le dio la enfermera.
Mantuvo esa palma apoyada en su vientre, procurando que la bata de hospital que llevaba volviera a cubrirla.
No quería quedarse allí sola, asustada, pero no dijo nada… Porque…
Estuvo tentada de rogarle a Stewy que no fuera a ninguna parte, que no quería ir a ningún lugar de este hospital enorme sin él, pero en su mente ese sonó como un ruego infantil y estúpido.
Mientras él se inclinaba para acariciarle el rostro, Lavinia se movió ligeramente y abrió los ojos para encontrarse con su mirada.
Stewy susurró con la voz preocupada:
– Todo estará bien. Ok, cariño, los médicos arreglaran esto.
Lavinia suspiró y extendió la mano para tocarle el brazo en una silenciosa expresión de gratitud. – ¿Y si no se puede?
Él movió la cabeza mordiendo ligeramente el labio inferior.
– Lo harán. Me voy a asegurar que estás en las mejores manos – le aseveró.
Ella quiso protestar a eso.
Se dio cuenta de que era el mantra de Stewy cuando no tenía nada más que ofrecer. Que él deseaba que realmente sirviera.
Se lo había escuchado antes.
Pero era la primera vez que veía tan claramente esa mezcla de miedo e incertidumbre en sus ojos.
No parecía tener la compostura habitual.
– Coge aire – la enfermera fue dulce mientras le extrajo sangre.
Al cabo de un momento, se la llevaron, para hacerle las pruebas.
A Stewy lo condujeron a una salita privada de la primera planta, retorciéndose las manos nerviosamente mientras miraba por la ventana.
El viento soplaba y su mente estaba por todos lados.
Se quedó esperando como un león enjaulado.
Tendría que haber insistido en estar… Ese… en ese momento debería haber sido más contundente.
Desde que subieron a la ambulancia, todo lo que pudo hacer es pensar qué podría haber hecho mejor para ayudarla a estar menos estresada y que entonces no estarían en esta posición.
¡Su estupidez le había añadido mucho estrés!
Sólo desearía haberle ahorrado el dolor tanto físico como emocional.
Esta mujer lo significa todo para mí y no sé qué diablos puedo hacer si me dejan aquí sin saber qué está pasando.
Realmente no tenía idea de qué hacer.
Justo cuando estaba reflexionando sobre su situación, la puerta se abrió, tomándolo por sorpresa. Su expresión se torció en un ceño de confusión.
¿Qué diablos estaba haciendo aquí?
– ¿Pasa algo?
Lukas alzó una ceja mientras lograba mantener un tono cordial.
– Los camilleros también leen la prensa.
La chica que entró con él, Ebba, pareció bastante contrariada.
Pero para sorpresa de Stewy intervino para apoyarlo: – Técnicamente Lavinia estaba trabajando cuando sucedió. Lukas espera que venir no sea un inconveniente. Me iré cuando llegue Oskar. Mantengamos las cosas civilizadas, ¿de acuerdo? Dudo mucho que alguien en GoJo o en la junta de Waystar quiera una escena en un hospital.
Stewy se frotó el rostro con las manos.
¿Y por qué no puede sólo irse a la mierda de una manera civilizada? ¿Cómo suena eso?
Stewy estaba sentado en la incómoda silla de plástico de la sala de espera del hospital, golpeando ansiosamente con su pierna el suelo de linóleo. Las duras luces fluorescentes del techo arrojaban un brillo estéril sobre la habitación, la tensión en el aire era palpable mientras esperaba noticias de Lavinia.
Era un espacio con techos altos y grandes ventanas pero todavía un hospital.
Todo era blanco a excepción de una obra de arte abstracto en una de las paredes. El olor era químico, estéril y le molestaba las fosas nasales. Livy…
En medio de una avalancha de mensajes de texto, Stewy logró responder solo a uno, el de Kendall.
Después, tendría que hacer algunas llamadas.
Éste no era lugar para un octogenario como Ewan. Incluso era temprano para eso.
Ni siquiera tenía ni idea de qué estaba pasando allí dentro con Lavinia.
¿Qué le iba a decir?
También era posible que Greg no transmitiera bien el mensaje.
No le importaba cuántas tonterías le hubiera dicho Marianne, pero definitivamente no quería que Livy tuviera que hacerle frente en un momento en el que era vulnerable.
Parecía tener la necesidad compulsiva de pinchar a su hija pasase lo que pasase.
Tal vez Ken sabría cómo hacerlo.
Decidió contactar con su asistente. Necesitaba cancelar la reunión de Joey para esta noche y conseguir referencias del equipo médico que la estaba atendiendo.
Pedirle que enviara al hospital un cargador, ropa cómoda, un neceser: cualquier cosa que Lavinia necesitara, la quería solucionada.
Era una manera de sentirse útil en este momento.
Intentó llamar a Roman sin mucho convencimiento pero terminó colgando cuando saltó el buzón de voz.
No sabía qué había pasado exactamente entre ellos.
Frente a él, Lukas Matsson estaba sentado con los brazos cruzados y en silencio. El sueco era el jefe de Lavinia, pero ella misma le había confesado que había habido más. Stewy lo odiaba por eso.
Y por la mirada que le lanzaba de vez en cuando.
No es que éste fuera el momento para un ataque de celos...
¿No le cuesta considerarte su empleada cuando a la vez eres otras cosas?
Stewy notó su mandíbula increíblemente tensa. Se pasó la mano por la barba. En cierto modo envidió a Matsson por poder deshacerse de su corbata y con ella de los botones del cuello de su camisa.
Su jersey de cuello alto lo estaba asfixiando. Había dejado su abrigo oscuro de Kiton Blue en el respaldo de la silla vacía a su derecha.
Tenía la americana desabrochada pero el cuello alto todavía le irritaba.
En un rincón, Ebba le murmuraba algo en su lengua materna al tipo corpulento, Oskar, que acababa de llegar, con un café en la mano sacado de la máquina expendedora.
Stewy no pudo evitar pensar que no era necesario que todo el equipo de GoJo estuviera allí. Mierda.
Mientras estaban sentados en silencio, el único sonido era el ruido distante de las ambulancias en el exterior. Se oyeron pasos, pero para exasperación de Stewy, la puerta permaneció cerrada.
Miró a Lukas y reconoció un raro momento de preocupación compartida en los ojos del sueco.
Stewy se dijo a sí mismo que era una estupidez porque eran sus bebés.
El amor de su puñetera vida.
El maldito sueco no tenía derecho a estar aquí cuando toda su existencia pendía de un hilo. Pero intentó dejar de lado las emociones mezquinas por el bien de la mujer que quería. Esa otra chica tenía razón.
No conseguiría nada bueno echándolo de allí.
Quizás incluso se ganaría el odio de Lavinia.
Fijó la vista enfrente suyo y su visión se desdibujó hasta que solo había la puerta cerrada.
El pitido de una máquina que tal vez mantenía el pulso de alguien en algún lugar de ese piso se mezcló con el sotto voce de las enfermeras que pasaban con los carritos por el pasillo.
Los minutos se alargaron hasta convertirse en lo que parecieron horas, y cada segundo que pasaba estaba más abrumado por la incertidumbre sobre el estado de Lavinia.
Incapaz de quedarse quieto, Stewy se puso de pie y caminó de un lado a otro en la sala de espera del hospital, con las manos apretadas en puños a los costados. Después, los brazos cruzados.
Lukas, estaba sentado en la misma posición que el principio, con la mirada fija en el suelo perdido en sus pensamientos.
Puede que repasaba en silencio cada interacción que había tenido con ella.
Era algo fácil de saber.
La tensión en la habitación se volvió sofocante, el eco de los pasos de Stewy rebotaba en las paredes esterilizadas. El miedo a que Lavinia perdiera a sus bebés lo carcomía.
Sintió un peso en el pecho como si fuera de plomo. Finalmente, una residente salió del pasillo y sus ojos cansados pero amables se encontraron con los de Stewy.
– ¿Cómo está? ¿los bebés están bien?
– Descansando – le aseguró, el alivio lo inundó cuando el peso se levantó de su pecho.
Sin embargo…
– ¿Entonces? – insistió a la chica.
La médico se sentó junto a Stewy en esa sala de espera del hospital Presbyterian y respiró hondo antes de hablar.
Lukas los observó atentamente desde la silla donde estaba.
La chica en bata blanca notó esa otra mirada sobre ella.
– Sé que es un momento difícil y preocupante, pero creemos que hemos llegado a tiempo – comenzó amablemente. – Su médico ha propuesto un cerclaje preventivo. Su cérvix está cerrada pero más blanda de lo que debería estar en este punto y el cuello del útero está algo acortado. No para asustarse, ¿vale? Pero es para daros tranquilidad. Se trata de un procedimiento común que a veces se realiza cuando hay amenaza de pérdida o parto prematuro. Es una cirugía normal, muy corta, pero no es dolorosa. Tendrá que hacer reposo un par de semanas.
Stewy escuchó atentamente con las manos tensas sobre el regazo.
– La intervención… ¿qué riesgos hay?
La mujer presionó los labios.
– Es una sutura que se realiza en el cuello uterino para evitar su dilatación. La madre se somete a anestesia para el procedimiento y a las pocas horas le damos el alta médica – la doctora movió la cabeza – Existe una pequeña posibilidad de infección, sangrado o lesión en el cuello uterino que podría suponer la pérdida del embarazo. Quiero ser transparente, pero también quiero enfatizar que estaremos monitoreando de cerca a Lavinia durante todo el proceso para minimizar los riesgos todo lo que sea posible. Hasta hace poco existía poca literatura científica en embarazos gemelares pero el doctor confía en ello.
Stewy asintió, con expresión tensa por la preocupación. ¿Qué hostias significaba eso?
Ni siquiera sabía por dónde empezar. La doctora joven colocó una mano tranquilizadora sobre su hombro y dijo: – Si tiene alguna pregunta o inquietud, no dude en preguntar.
– Necesito que ella esté a salvo – masculló patéticamente sintiendo su garganta apretada.
– Lo está. Y los mellizos. No hay signo de sufrimiento fetal.
Stewy dejó escapar un profundo suspiro y logró esbozar una mueca que bien pudo ser una sonrisa de gratitud.
La residente se puso de pie, pero volvió a mirarle cambiando de mano la carpeta que llevaba.
– Solo… Deberán ayudarla a tomárselo mucho más en calma si quiere que los bebés lleguen a término. Nos ha dicho que ha estado trabajando mucho, que no ha dormido bien y – la joven médico hizo una pausa con un gesto cordial – que ambos han estado un poco nerviosos con la noticia del embarazo… y por supuesto entiendo que hoy fue difícil con el funeral. ¿Su tío, verdad? He visto la tele. Somos optimistas, pero se trata de un embarazo gemelar y en estos casos nos tomamos muy en serio el riesgo de prematuridad. Las contracciones tempranas… Los fetos no estarán maduros ni serán viables hasta dentro de mucho tiempo.
– ¿Contracciones?
– Las Braxton no deberían ser dolorosas en este punto.
Un dardo se clavó en el pecho de Stewy con un ruido sordo.
– ¿Puedo verla?
– Todavía no la hemos llevado a una habitación, le avisamos, ¿sí?
– ¿Y qué debo hacer…?
– Asegúrese que descanse cuando le demos el alta, pero no necesita inquietarse.
Stewy se sintió preocupado por mucho más que los bebés.
Si pasaba algo, Lavinia…
No era él quien había imaginado nombres, les hablaba o les arrullaba al otro lado de su piel…, pero nunca nada tan pequeño le había impactado tanto.
Lukas finalmente rompió el silencio, con la voz tensa.
Murmuró algo en sueco, dejando caer los hombros mientras se pasaba una mano por el pelo. Stewy se volvió hacia él y una expresión de curiosidad cruzó por su rostro.
– ¿Puedes decirle de mi parte que no se agobie?
Y allí estaba: el otro hombre en la vida de Lavinia pidiendo dar algún tipo de mensaje. El hombre del que Stewy desconfiaba.
Stewy no dijo nada, simplemente lo miró fijamente.
Todavía se sentía confundido por esto.
En otras circunstancias tal vez podría aceptarlo. En teoría, se dijo.
Si ella quería estar con otro, Stewy tendría que afrontar que quizás éste era mejor que él. Eso apestaría. La extrañaría pero se aseguraría de estar en la vida de sus hijos.
Sería lo correcto.
Lavinia era su propia persona y no tenía poder para controlar su vida. Él había sido más bien un imbécil en sus veintitantos, pero incluso entonces había sido racional con estas cosas.
Pero Matsson estaba loco. ¡Joder!
Fue un recordatorio de la compleja dinámica que estaba en juego en sus vidas justo ahora.
Más le vale mantener sus sucias manos alejadas de mi familia…
Nunca iba a aceptar ser reemplazado por ese imbécil sueco. Perdería la cabeza.
La idea de perder a Lavinia por otro tipo… un culo arrogante, más rico, poderoso, especialmente tratándose del puto Matsson, hizo que un sabor amargo persistiera en su boca.
Más que si fuera por alguien que fuera mejor persona que él como había pasado con Kendall y Rava.
Si no fuera todo su culpa, se sentiría incluso un poco traicionado.
Si Lavinia quisiera liberarse de él… criar a estos niños como una pareja separada… Stewy no podía quitarle esa libertad, ni siquiera por el bien de los bebés que llevaba en su seno.
No creyó que Matsson fuera del tipo que salía con mujeres que tenían hijos. Pero ese era su propio prejuicio.
Suficiente, pensó Stewy, era suficiente de veras.
Ahora no era el momento para esa discusión, aunque era difícil mantener sus sentimientos bajo control. Respiró hondo, dejando a un lado sus emociones para concentrarse en estar ahí para Lavinia cuando más lo necesitaba.
Stewy sabía que tenía que dejar de lado sus propios deseos y centrarse en lo mejor para Lavinia y lafamilia que ella suponía ahora.
Sus intentos por evitar perderla los habían llevado a este hospital donde todo parecía estar a punto de ir cuesta abajo y era una terrible pesadilla.
Había estado temblando de frío desde que la habían dejado en esta sala.
Necesitaba algo más que esta bata.
Tenían puesta la radio de fondo.
Una tertulia de voces llenó el aire, hablando de Mencken, los disturbios y el funeral.
Se sintió cada vez más irritada con que el mundo continuara girando mientras ella estaba aquí sentada en una silla de ruedas, blanca como la leche, con toda su melena recogida en un moño torcido que una de las enfermeras le había ayudado a hacer para que no se le enredara.
Había estado intentando guardar la calma pero era inevitable no dejar correr su cerebro en ocho direcciones diferentes al mismo tiempo.
Estás teniendo un colapso nervioso… Pero aun no te han dado ningún motivo real para preocuparte. Mierda, Vinnie.
Por favor, estad bien.
Le había salido un moratón en la vía.
Tenía una piel delicada, siempre había sido propensa a las marcas.
Una auxiliar le había traído un batín cuando se dio cuenta que temblaba.
Hubo un llanto de bebé en algún lugar del corredor, al otro lado de la puerta que permanecía cerrada por donde habían salido el doctor y un enfermero hace un momento.
Esta vez no hizo nada para frenar todas esas lágrimas que bajaron por sus mejillas. En el fondo, sabía que todo ese miedo, era sólo su instinto maternal el que actuaba.
El médico volvió a entrar en la habitación con una expresión de simpatía pero no hizo falta que ella dijera nada. Lo vio suspirar.
Está cogiendo carrerilla para soltarme la noticia...
– Lavinia – comenzó con un tono amable pero serio – estamos considerando un procedimiento de cerclaje preventivo para proteger a tus gemelos y reducir el riesgo de parto prematuro. ¿Cómo ves eso?
Los ojos de Lavinia se abrieron alarmados ante la mención del procedimiento.
Entendió la importancia de garantizar el bienestar de sus bebés, pero la idea de cualquier intervención médica invasiva la puso nerviosa.
Lavinia sintió que una oleada de inquietud la invadía como un maremoto.
Necesitaba hacer preguntas pero estaba demasiado asustada para escuchar las respuestas.
– Sé que ahora te sientes abrumada, pero dado lo temprano de tu estado creo que es lo que nos dará más tranquilidad – continuó el médico, con calma – Estamos aquí para apoyarte y garantizar el mejor resultado tanto para ti como para tus bebés. Lavinia. Escúchame… En el caso de un embarazo gemelar, puede haber consideraciones y desafíos adicionales de los que te informaré a continuación, pero tengo confianza en el procedimiento.
– ¿Es seguro?
– Como te decía hay riesgos pero también los hay si esperamos. Te pediré que reposes una semana después de la operación y luego podrás reincorporarte a la actividad con calma.
Lavinia asintió lentamente con la mente llena de aprensión. Deseó que Stewy estuviera aquí. Acompañándola. Diciéndole que todo iría bien por enésima vez.
Apretó una de sus manos sobre su falda y se la quedó mirando.
– Además, hemos notado que tu tensión es un poco más alta de lo que nos gustaría, probablemente debido al susto y a tanta bata blanca – añadió el hombre con expresión comprensiva – Monitorearemos de cerca tu presión arterial y es posible que necesitemos introducir algunos medicamentos para ayudar a estabilizarte antes de la intervención.
– Queremos asegurarnos de que estés lo más cómoda y segura posible, Lavinia – dijo el doctor en tono tranquilizador cuando ella se mantuvo muda.
Lavinia respiró hondo, preparándose para las decisiones médicas.
Se negaba a ser una cobarde.
No era una cobarde.
Ella ya sabía que a partir de ahora se asustaría por cada pequeña cosa que pareciera fuera de lo común.
Su cerebro ansioso no dejaría de pensar en el riesgo de un aborto espontáneo…
Aceptar que había cosas que no podía controlar había sido su batalla personal desde que vio las dos líneas rosas, una más para agregar a la lista entonces.
Eran tan pequeños... pero crecían justo en el objetivo, dijo el doctor.
Esto todavía era traumatizante, devastador y el peor miedo que jamás había sentido en su vida.
Pero con la guía y el cuidado del equipo médico… haría todo lo que estuviera a su alcance para mantener a sus gemelos preciosos en el único lugar donde por ahora podían estar para seguir madurando…
Puede que estuviera asustada, pero estaba decidida a afrontarlo de frente, por el bien de sus pequeños.
– Quiero que sepas que no es una situación desesperada, Lavinia – añadió el doctor – Estoy recomendándote esto por precaución. Cuando hay un acortamiento del cuello uterino puede haber peligro de parto prematuro en el periodo de un mes pero no es lo que pensamos que sucederá aquí. Ni siquiera te voy a recomendar reposo absoluto, ¿vale? Sólo calma. ¿Quieres que le pida a alguien que se vaya a casa? Emma, mi residente, me ha informado que tienes a todo tu equipo en la sala de espera, incluido tu jefe. Y el otro hombre, el que vino contigo…, ¿tu marido?
– El padre. Y un amigo. Está bien – dijo pero con un gesto inseguro.
El médico pareció pensar por un segundo. – De acuerdo. Sólo ten en cuenta que haremos que se vaya quien tú quieras en cualquier momento. Mi prioridad es que estés cómoda.
Roman escuchó confundido la perorata de su hermano por teléfono hablándole sobre Lavinia. Ya era bastante malo que ella estuviera en el hospital con dolor, pero el hecho de que él la hubiera dejado sola en medio de las protestas hizo que su estómago se revolviera de culpa.
Aunque se dijo que no era eso.
Recordó su acalorada discusión como dos segundos antes de haber saltado esa valla, y las duras palabras que habían intercambiado aún flotaban en el aire como un regusto amargo.
Roman se había marchado furioso, dejando a Lavinia parada en la esquina de la calle.
De postres ahora tenía la cara hecha un mapa y se sentía como un despojo.
Dios, eres un inútil…
Kendall simplemente dijo lo que dijo y colgó.
Tenían que hablar del voto, blablabla.
Mientras Roman estaba sentado en casa, con la mente consumida por el querer desaparecer de este puto mundo por un sinfín de razones y tal vez, quizás, algo de…, mierda, arrepentimiento por esto de Lavinia, tomó su teléfono y comenzó a escribir un mensaje.
Lo borró varias veces.
"Hola, Vi. Sé que las cosas se fueron de las manos antes y lamento haberte dejado sola y eso. No debí haberme marchado así, especialmente con todos esos locos. Espero que estés bien… Kenny dice que seguramente lo estás. Así que… Por favor, avísame si necesitas algo. Puedo joderles la vida a esos malditos médicos si no te tratan bien a ti y a los dos mini-goblins, ¿uh?. Estoy aquí, bueno ya te diré". "No respondas para decir 'que te jodan'. Ya me siento como una mierda yo solo, ¿vale?".
Cuando presionó enviar las dos veces, Roman sintió una oleada de alivio al saber que su mensaje llegaría a Lavinia, incluso si no iba a ir al hospital.
Eso sería absurdo.
No era a vida o muerte. Buh.
Esperó ansiosamente, pero se dijo a sí mismo que en realidad no esperaba una respuesta de su prima.
Joder, como ardía la herida en su ceja…
Pasaron los minutos, que parecieron una eternidad, hasta que finalmente, una notificación apareció en su pantalla. Lavinia había respondido.
"Ro, gracias por tu mensaje. Entiendo que ambos dijimos cosas que no queríamos decir en el calor del momento. Me dolía mucho pero los médicos me están atendiendo. Una enfermera me ha dejado tener mi móvil con la condición de que lo usara para jugar al Tetris mientras espero resultados aquí. Dice que no debería ponerme nerviosa… Espero que podamos hablar de todo cuando me sienta mejor. ¿Estás de una pieza?"
Roman no respondió a esa pregunta, su culpa fue momentáneamente mitigada por su maldita amabilidad.
¿Por qué ella tenía que ser tan insoportablemente así?
Mierda, Vinnie.
Trató de no dejar que su orgullo volviera a interponerse en el medio.
No quería ver a sus hermanos en ese momento, ni a Tabitha… y tenía muy pocos amigos.
Tal vez ninguno.
Pensó en hacerle saber que se dirigía a la casa de su madre en el Caribe para esconderse avergonzado, pero Stewy estaba con ella.
Así fue como Kendall se había enterado en primer lugar.
El jodido Matsson estaba seguro también al acecho.
Entonces no, no se lo dijo.
Después de una hora que a Stewy le resultó interminable, los médicos les informaron que por fin la habían llevado a una habitación privada. En este momento había una tormenta eléctrica en el exterior.
Con un aleteo nervioso en el pecho, subió con ascensor hasta el piso designado, esperando ansiosamente antes de que le concedieran permiso para verla.
La enfermera que lo guió por el pasillo lo hizo pasar con una sonrisa.
Livy estaba en esa habitación, sola. Se encontraba consciente, pero tenía el rostro pálido y el tobillo izquierdo vendado. Él pensó que tenía todavía menos color que antes.
No sabía exactamente para qué servían todos los monitores, ni a qué tipo de suero estaba conectada, pero Stewy sintió una opresión en su garganta al verlo.
Cuando sus miradas se encontraron, Stewy tentativamente extendió la mano para tocar el hombro de Livy, sin estar seguro de su reacción.
Ella tenía todo el derecho a culparlo de este susto.
No pudo distinguir bien que había en sus ojos. – Stewy…
La miró a punto de decir algo.
Pero antes de que pudiera hablar, la enfermera intervino:
– No le convienen demasiadas emociones – le aconsejó con amabilidad – no es nada bueno para los bebés. El doctor le ha recetado tabletas de labetalol de 100 mg dos veces al día aunque aquí le hemos puesto el suero. Vamos a recoger muestras de orina en la próximas 12 horas para verificar la presencia de proteínas y también análisis de sangre para detectar enzimas hepáticas elevadas que nos ayuden a descartar el peligro de preeclampsia. Aunque es solo para no dejarnos nada.
Después, tomó el informe que estaba al pie de la cama, leyó algo en un folio de papel rosa y alzó la vista.
Un trueno sacudió la habitación y Stewy sintió la agitación en las entrañas.
– Esta noche tendrá que permanecer en observación. – informó la enfermera, y miró a Stewy para asegurarse de que la escuchaba – Sólo le hemos dejado entrar porque su esp… – la mujer dudó.
– No import… Lavinia – Stewy sacudió la cabeza, sin perder a la madre de sus hijos de vista.
– Porque la señorita Hirsch, Lavinia… acaba de llegar de urgencias – La mujer continuó mientras sus ojos se movían entre la pareja – El horario de visita comienza a las diez, así que tendrá que volver a esa hora. Mientras tanto, os dejo diez minutos – añadió disculpándose.
Él asintió con un gesto de cabeza antes de que la mujer mayor los dejara solos por un momento.
Un profundo sentimiento lo envolvió.
¿Cómo pudo ser todo tan simple? ¿Lo que habían sentido al principio?
La determinación lo rebasó, al darse cuenta de la gravedad de todo esto.
Hoy podrían haber perdido a los niños… De hecho todavía podían perderlos. Lavinia había pasado por mucho estrés los últimos meses y era su culpa…
No se recuperarían de esto si pasaba lo peor. Cada vez que lo mirara, lo recordaría. Les dolería.
Ese viejo dicho de que el tiempo lo cura todo no serviría de nada aquí.
Stewy se negó a pensar que era siquiera una posibilidad.
Pero pasase lo que pasase, de alguna manera… supo que este momento siempre formaría parte de ellos. Tenía que asegurarse de que fueran padres de dos bebés vivos sanos y salvos.
Así que no había más cabida para más conversaciones estúpidas ni más nervios.
Mientras miraba a Livy, Stewy encontró una nueva fuerza dentro de sí mismo.
Hizo un voto silencioso de proteger a su familia a toda costa. A la mujer de su vida, que estaba ante sus ojos, embarazada de sus bebés.
Tomó aliento, sintiendo que aquel instante era vital para su existencia.
Stewy se acercó un poco más. – Livy, lo siento. Lo siento mucho… Tienes que creerme…
Con la cara contraída, Lavinia hizo entonces un esfuerzo por hablar.
– Dicen que todo está bien pero deberé estar más controlada – contestó en voz vacía. – Me siento aturdida. Soy una madre terrible… Se supone que mi cuerpo debería poder hacer esto sin más… – se quejó.
Parecía pálida y las bolsas bajo sus ojos eran algo visibles.
Conservaba un rubor por la temperatura de la habitación en su rostro.
Las sábanas blancas de la cama le llegaban hasta el pecho y tenía las manos por encima. Stewy reconoció su móvil encima de la mesita.
Contuvo el aliento.
– Espera… Serás una madre increíble – Stewy respondió. Con un gesto lento, Lavinia se puso una mano en el vientre. Pero siguió callada. Si no estuvieran hablando pensaría que estaba medio sonámbula por las medicinas. – Lavinia, yo…
Livy lo interrumpió señalando el suero.
– Han querido ponerme esto, me preocupaba que afectara a los bebés pero el médico dice que es lo mejor…
Cogió la chaqueta que llevaba en las manos y la puso sobre una silla cercana.
Había visto al pequeño grupo de enfermeras reunidas al final del pasillo. Stewy calculó que pasarían más de diez minutos antes de que alguien volviera.
– ¿Puedo? – preguntó él.
Livy lo miró y detectó un destello de dolor en sus ojos en la penumbra de la habitación. Entonces, Stewy se sentó en la cama y colocó una mano sobre la almohada. Le estremecía darse cuenta de lo cerca que habían estado de perderlo todo.
Un escalofrío recorrió su espalda.
– Lo siento de veras. Nunca debería haberte sobrecargado con mis sentimientos de esa manera…
– Stewy…
Se estiró en la cama con ella, sosteniéndola silenciosamente acomodando un brazo a su alrededor. Dejando sus zapatos Oxford en el suelo. Lavinia no respondió.
Pero apoyó la espalda contra él y acomodó su cabeza sobre su almohada mientras se acariciaba el vientre, buscando consuelo en saber que sus bebés estaban bien.
Algunas lágrimas espesas comenzaron a brotar de sus ojos y se encogió más si era posible. Sus hombros temblaron un poco.
Stewy colocó su mano sobre la de ella, con cuidado de no lastimarla, pasando su pulgar suavemente sobre la tirita que sostenía la vía intravenosa. – No llores… amor mío. Tienes que estar tranquila, ¿vale?
– Es que si pasa algo… son muy pequeños. No habría ninguna posibilidad.
Él le apretó la mano.
– Por eso ponen esa seguridad extra, ¿sí? He hecho preguntas y he estado leyendo en Google, si todavía hay riesgo de la semana 24 en adelante pueden ayudar con la maduración pulmonar con inyecciones…
Lavinia sintió todo tipo de cosas por su tono seguro en este momento.
– Para eso quedan demasiadas semanas…
– Sht, el tiempo vuela, ¿sí? Kian y Mini V, ¿recuerdas? Son cabezotas como mamá y papá…
Lavinia intentó contagiarse de ese optimismo.
Fuera lo que fuera lo que había sentido en el pasado sobre su embarazo, por mucho que estuviera enfadada, él de verdad se preocupaba y quizás ahora intentaba respetar sus deseos.
– ¿Mini V?
Los labios de Stewy se curvaron en una sonrisa juvenil que duró solo un segundo.
Chasqueó la lengua con una expresión genuina aunque ella solo pudo intuirla, porque se mantuvo quieta en el abrazo.
– Puede ser un segundo chico, pero quiero que se parezcan a ti… Los dos. Aunque sería genial si uno también se pareciera un poco a mí… qué puedo decir, soy un maldito ególatra – se burló.
Lavinia asintió un poco, mordiéndose el labio mientras salía una pequeña risa.
– ¿Sabes? Quiero, quiero que tengan una vida genial, maravillosa, fantástica...
Ella tembló un poco como si hubiera contenido un sollozo, pero Stewy solo atinó a consolarla con un suave: – Sht, sht… Estoy aquí, no va a pasar nada.
Durante un rato le acarició los dedos y le susurró palabras tranquilizadoras al oído.
Luego, dejó su mano sobre la cálida de Lavinia, que la tenía tendida sobre el vientre.
Ella pareció relajarse con su contacto, lo que le proporcionó un extraño alivio porque era insoportable verla en ese tormento.
Stewy estaba eternamente agradecido de que todo indicara que fueran a salir de aquí sólo con el susto en el cuerpo... Pero si dijera algo ahora, su voz también estaría anegada.
No osó.
En vez de eso, inhaló el olor característico de su cabello castaño, su fragancia le enloquecía y le obsesionaba. Con suavidad también le acarició la espalda en un intento de darle consuelo con su mera presencia.
Había echado de menos la textura de su pelo, su olor, y cómo, en mitad de la noche, siempre acababa enredando sus piernas con las de él.
Hubo el estallido en el cielo y por un momento menos brillo fuera de la ventana, pero las luces del hospital no parpadearon. Probablemente el edificio del Presbyterian tenía uno de los mejores generadores del estado.
Stewy intentó pensar en qué podía decir. Se obligó a sí mismo a aceptar la realidad; a asimilar el día.
A que su voz sonara estable. – ¿Qué tal el tobillo?
– Se curará – Ella giró la nuca para mirarlo a los ojos oscuros iluminados por la vacilante luz de las máquinas – ¿Has hablado con los doctores?
Stewy le presionó la mano como gesto afirmativo.
– Me han explicado en que consiste la intervención. Todo estará bien…
Lavinia intentó buscar confort en eso. – Lo hará, ¿verdad? – le pidió para asegurarse.
Hubo un silencio pesado.
– Oye… déjame cuidar de los tres. Por favor – dijo finalmente, Stewy, eligiendo sus palabras con la mayor cautela. – Sé que me he ganado a pulso que no quieras venir – agregó sin quitar su mano de la de ella – Pero podemos intentarlo en mi apartamento y si no funciona… Yo mismo llamaré a Matsson…
Las ganas de llorar de Lavinia iban disminuyendo.
Stewy la abrazó muy fuerte, como había sabido hacer otras veces.
Antes de que la vida les cambiara. Cuando todavía tomaba fotos mentales de cada momento, porque quería guardar cada segundo de ese verano en su memoria en caso de que no durara.
Continuó abrazándola, medio vuelta hacia la ventana, depositando suaves besos en su hombro. – Te quiero, ya eres una madre asombrosa.
Necesitaba que ella dijera algo, lo que fuera.
Ya sabía que no aceptaría su propuesta…
– Stewy… ya lo intentamos…
– Y la fastidié, lo sé.
Tal vez la había estado asfixiando, con su prisa por arreglar lo que él mismo había estropeado. Tal vez no era más que el imbécil que creía que estaba luchando por los dos y sólo le estaba arruinando la vida…
– Aprovecharan para hacerme las analíticas del NIPT. ¿Crees que… Puedes decir eso de antes de nuevo?
– Lo que quieras…
– Prométeme que todo irá bien.
– Lo hará. Funcionará, ya verás – dijo.
Notó la vacilación en el cuerpo de Lavinia. Se quedaron abrazados sin moverse.
Ella giró su mano dentro de la de él y acarició el vello sobre sus venas.
Pasó sus dedos distraídamente por su reloj. Le encantaba esa maldita cosa.
Su IWC Portugieser.
Te decía hasta la fase lunar.
Él ajustó mejor el brazo izquierdo debajo de su codo, y se apretaron los dedos de ambas manos para sentirse tal vez anclados a ese momento.
– ¿Quieres que pongamos la tele?
– No… no.
Lavinia, por fin, pudo cerrar los ojos y se quedó dormida, intentando convencerse de que no había nada que temer. Mientras dormía con la respiración tranquila, Stewy no pudo evitar sentir una oleada de emociones. Decidió quedarse velando su sueño hasta que lo echaran de allí.
Sin moverse ni un centímetro, los dos permanecieron entrelazados, con la respiración sincronizada. La mano de Stewy se deslizó suavemente sobre el vientre embarazado de Lavinia, su dedo recorriendo la piel desnuda que asomaba desde el pijama de dos piezas que había pedido que le trajeran al hospital.
En voz baja habló a sus hijos: – No sé si podéis oírme o si conocéis mi voz, si lo hacéis quizás odiéis mi trasero por ponerla triste, pero os quiero, ¿vale? He roto muchas promesas y estoy intentando no romper ninguna más. Tenéis que manteneros a salvo aquí con mamá… ¿Hecho? Os prometo que esto de aquí es mejor de lo que parece... especialmente con ella. Solo esperad cuatro meses más y veréis que tengo razón. Cuando descubráis la sonrisa de mamá no vais a querer mirar a otro sitio…
Stewy deseó que el tiempo fuera para atrás… pero no podía hacer nada al respecto. Ojalá pudiera retroceder y tomar otras decisiones…
Lavinia se removió en la cama, agitada. Estaba soñando. Esta vez, sin embargo, podía oír cosas a su alrededor. Palabras suaves, alguien más respirando a su lado.
La habitación del hospital estaba débilmente iluminada y el suave brillo del monitor arrojaba una luz tenue sobre las figuras dormidas. Stewy se movió con el brazo rodeando protectoramente a Lavinia y su vientre hinchado apoyado contra él. Ella se había girado inquieta en sueños.
Su cabeza descansaba en el hueco de su cuello.
Afuera la lluvia había amansado y golpeaba con suavidad la ventana.
Ambos parecían tranquilos ahora, a pesar de que Stewy se encontraba entre el sueño y la vigilia.
Había acabado dejando también la americana al pie de la cama.
La puerta se abrió con un golpe de aire y una enfermera de rostro amable entró en la habitación, con pasos silenciosos sobre el suelo de mármol. Se acercó a Stewy con suavidad y le puso una mano en el hombro para despertarlo de su ligero sueño.
– Señor, lo siento, pero no puede quedarse aquí. Ella necesita descansar – susurró la enfermera, con la voz llena de simpatía.
Stewy parpadeó adormilado, con la mente nublada por el cansancio. – Lo siento, yo— Podría moverme a la silla por si necesita algo. No me moveré.
Estaba preocupado y desaliñado.
La enfermera suspiró, sabiendo que no podía dejar que se quedara.
Después de un momento de contemplación, habló en voz baja: – Entiendo que se preocupe. No puedo dejar que se quede ahora, pero más tarde en la madrugada, una vez que comience el nuevo turno, no pasara nadie a revisar la vía hasta por la mañana. Monitorizaremos a los bebés a las 3 pero dejaremos que descanse hasta las 7. Tenga cuidado y por favor, no en la cama, ¿de acuerdo?
Los ojos de Stewy se abrieron con gratitud, mientras se liberaba suavemente del abrazo de Lavinia.
La enfermera se aclaró la garganta.
Un ceño de desaprobación marcaba su rostro, pero estaba claro que había decidido compadecerse. – El sillón es reclinable.
– ¿Qué? – al principio no entendió de lo que estaba hablando.
Puede que ni siquiera que le hablaba en inglés.
Tal vez porque él mismo estaba cansado.
– Recline el sillón cuando vuelva. Estoy segura de que ella agradecerá la compañía cuando despierte…
La enfermera le dedicó algo parecido a una sonrisa.
Se dispuso a salir de la habitación, inquieto, aunque en teoría lo que le harían mañana era solo una pequeña sutura.
Trish coincidía en que el médico que había atendido a Lavinia era una eminencia. "Tiene un enfoque conservador pero es el mejor", decía su mensaje.
Volvió a Livy, acariciándole la cara aunque ella no se despertó. – Livy, Livy, cariño… Oye cosa bonita, vuelvo después.
Stewy buscó refugió en una de las terrazas de la azotea del hospital cuando las enfermeras lo obligaron a dejar la habitación.
El aire exterior le golpeó con toda la fuerza y respiró hondo, disfrutando del frío en su rostro.
Las gotas persistían en el aire, mezclándose con el sonido distante de las bocinas y sirenas de los vehículos.
La tormenta había amainado.
Desde allí, Stewy tenía una vista panorámica de Nueva York. Las luces del horizonte, el río y las formas oscuras de los vehículos que llegaban a los bajos del hospital.
Perdido en sus pensamientos, Stewy no podía deshacerse del sentimiento de culpa que pesaba sobre su pecho.
En ese momento lo único que le apetecía era tomarse algo fuerte de beber.
Buscó a tientas su teléfono y le envió un mensaje de texto a Sandi, con la esperanza de explicar su repentina desaparición. El teléfono se sintió extraño en su mano.
El corazón de Stewy se le subió la garganta y apretó el dispositivo dolorosamente.
Cuando acabó, deslizo el móvil en su bolsillo y centró su atención en tratar de arreglar su cabello revuelto. Entonces Ken apareció de la nada.
¿Cómo siquiera lo había encontrado aquí?
– ¿Quién te ha dicho…
– Recibí los mensajes… Es mi jodida prima, Stewy. Eres mi mejor amigo. ¿Cómo está?
– No sabemos muy bien… pero parece que no va a ir a más. Mañana le harán una pequeña… una pequeña intervención y la mandaran a casa.
Eso alarmó a Kendall por un segundo. – ¿Cómo?
Stewy se pasó las manos por la cara, abatido. – No… dicen que no es nada. No lo sé joder, Ken. Me he hecho el fuerte allí dentro pero estoy acojonado. Para variar, hostia.
– Stew…
Se frotó los ojos. – Es por mi culpa.
– No.
– Es por mi culpa – se tiró hacia atrás. Esta vez como si no supiera qué hacer consigo mismo.
– Pero Stewy no. ¿Qué dices? Por supuesto que no.
– Ha estado sometida a mucho estrés. Esa médico dijo que la angustia emocional era mala para los bebés. Esto no hubiera pasado si no fuera por mí…
– No – se acercó Ken – Escucha, podría ser eso y muchas cosas más. No quiero que pienses más en eso, ¿me oyes? Se va a poner bien y punto.
Stewy se secó la humedad que le picaba en los ojos.
– Joder, Ken, joder… – Su voz estaba ronca por el esfuerzo que hacía para mantenerla firme.
– Vale, vale – Ken lo tomó por los hombros. Puso la palma de su mano detrás de la cabeza de Stewy para llamar su atención, aunque le faltaba práctica. – Stewy, ¿quieres que busquemos una segunda opinión? Puedo…
Cogió aire, tratando de recomponerse. Dio otro paso atrás.
Sus manos en su propio cabello, despeinándose.
– No, no, está bien… Trish, mi cuñada, dice que ese hombre es el mayor obstetra de la ciudad, catedrático en Columbia, casi una celebridad…
– ¿Desde cuándo tu cuñada es médica?
Stewy dejó escapar un suspiro, agarrándose a la baranda que le servía de apoyo. La ciudad detrás de él.
– Mi otra cuñada. La mujer de Kasra. No tengo mucha relación con ellos, apenas le veo excepto cuando aparece para darme el sermón… Pero ella está en el NYU. Si dice que este hombre es bueno es que es verdad.
Kendall asintió. – Está bien. Me aseguraré de que sepan que Lavinia es nuestra prima, ¿de acuerdo? Que reciba la mejor atención en este sitio. ¿Quieres venir a dormir a casa? Hay habitaciones de sobras. Hace frío aquí afuera…
Stewy respiró hondo para recuperarse, y dijo: – No, no podría pegar ojo. Me quedaría en esa maldita sala de espera si no estuviera invadida por los suecos, así que creo que está bien aquí. Además – agregó con una juguetona inclinación de cabeza, recordando algo que Kendall dijo una vez. – Colega, ya no estamos en Buckley…
No estuvo seguro de qué lo causó.
Al principio, sintió la necesidad de soltar una carcajada, una buena carcajada.
Una sensación de risa comenzó a burbujear dentro de su pecho, pero rápidamente se transformó en una abrumadora oleada de lágrimas que se estrellaron sobre él como una ola implacable ganando fuerza. Temblando por la conmoción retardada, hizo un esfuerzo por coger aire y se encontró incapaz de contener los sollozos, encorvado, con la cabeza inclinada y las manos sobre el rostro.
Al intentar detenerlo sólo sintió que el dolor se intensificaba, dejándolo en un estado de confusión. Y pensó: Joder.
¿Mierda, qué he hecho?
Ken lo miró horrorizado.
– Stew… no pretendía… Stewy – dijo. Su mano en su espalda, un abrazo incomodo, un poco sin saber qué hacer, un breve beso en la frente. – Stewy ella está bien. Eres familia, hombre. Finalmente. ¿O es por eso que lloras? – El intento de Ken de mostrar humor, aunque débil, pareció llegar momentáneamente a Stewy.
Stewy hizo una pausa, sus lágrimas disminuyeron lentamente mientras las secaba con torpeza. – Capullo… – murmuró suavemente, con un atisbo de sonrisa jugando en sus labios.
Ken sonrió vacilante.
– Está bien. Vamos. Hagamos que esta gente te encuentre una habitación con café y televisión para ti Stewpot. Y podemos... intentar que pongas tu cabeza en otro sitio... Planear el funeral vikingo.
Stewy arrugó la frente.
– No… no lo sé… Hoy no. Voy a intentar volver a entrar en un rato.
– ¿Has llamado a Ewan? ¿Greg?
Kendall le apretó el brazo una vez más como consuelo antes de dar un paso atrás.
– ¿Crees que tú podrías…? No creo que… su madre, Livy no necesita esto ahora… Y si lo he entendido bien antes… se hospedan en el mismo hotel… Tendrías que haberla escuchado, piensa que soy lo peor, pero está claro que no le falta razón…
Miró a su amigo.
En cierto modo hacía tiempo que creía que si se encontraban en un hospital sería porque Kendall había cometido una estupidez.
Él estuvo muy cerca un par de veces.
– Llamaré a Greg. Mañana ¿sí? ¿Qué pasa con Liam?
Ni siquiera había pensado en el padre de Lavinia.
– No, no tengo el número. Ni el de su mejor amiga… Monique.
A Stewy se le revolvió el estómago. Claro, por supuesto.
Seguramente el idiota de Matsson sabía cómo localizar a esa chica.
– ¿Por qué no le pides a Jess…
– Jess se ha despedido.
Puso una mueca. – ¿Qué cojones le has hecho? ¡Ken!
Alguien había traído flores, sin duda de la oficina de Stewy, con su nombre escrito. Un hermoso arreglo de 50 rosas rojas con cuatro girasoles. ¡Y qué flores tan bonitas!
Lavinia tembló levemente acostada en la cama del hospital, la fina sábana ofrecía poco calor. Estaba empapada de sudor frío. Miró hacia la silla donde Stewy había dejado su abrigo y extendió la mano, cogiéndolo y acercándolo a su cuerpo.
Mientras se acurrucaba en el calor del abrigo, buscando consuelo en su toque familiar, se percató de un bulto en uno de los bolsillos que despertó su curiosidad.
Lavinia metió la mano en el bolsillo y sus dedos se cerraron alrededor de algo duro y frío. Lo sacó y aguantó la respiración al ver lo que descansaba en su palma: un hermoso anillo con un rubí brillante rodeado de un halo de pequeños diamantes meticulosamente engastados.
Su corazón se hundió mientras miraba el anillo, su mente acelerada por la preocupación. Sabía que Stewy la quería profundamente, pero las cosas se habían torcido demasiado.
Todavía tenían que descubrir como encajaban como padres.
Ella sintió que lo que le dijo en la iglesia todavía era cierto. La crianza compartida es lo que necesitaban, se verían en los escáneres y en Waystar.
Esperaba que él pudiera entender eso.
Sintió que se le cerraba la garganta de nuevo.
Oh, Stewy…
Lavinia percibió que la duda la invadía y nublaba sus pensamientos.
Él la había sometido a mucho estrés.
La incertidumbre sobre su futuro y su capacidad como padre pesaba mucho sobre ella.
Cansada y abrumada, lo único que Lavinia quería era sentir algo parecido a la paz. Pero con las emociones a flor de piel que la hacían perder el control, sentía que estaba arriesgando su salud.
La idea de poner en peligro su embarazo debido a la confusión emocional entre ellos la llenó de culpa.
Ella también estaba cansada.
Lo único que quería era estar bien; dejar de sentir que estaba triste y que no avanzaba.
Quizás esto había sido una advertencia.
En ese momento, Lukas entró a su habitación, con una mezcla de preocupación, alivio en su rostro al verla despierta.
Se detuvo en seco cuando vio el anillo en su mano y sus ojos se abrieron con sorpresa.
Puso una mueca.
Pero Lavinia se limitó a sacudir la cabeza.
– Estás fuera del horario de visita – dijo suavemente – ¿Cómo te has colado?
– Bueno, Ebba es persuasiva cuando quiere – respondió Lukas con un dejo de diversión, intentando aligerar la atmósfera pesada. Lavinia arqueó una ceja ante la mención de Ebba, sin saber qué hacer con ello.
– ¿Ebba?
– Era una mejor opción que Oskar. ¿Cómo estás? – se adelantó para darle un abrazo superficial.
– Nerviosa. Pero dicen que no tengo que preocuparme…
– ¿Debería felicitarte? – Lukas se humedeció los labios.
Señaló el anillo que aún tenía en la mano, sus ojos azules interrogantes.
Lavinia instintivamente cerró el puño a su alrededor.
Tenía continuamente la sensación de cuando estás en una montaña rusa, y tu corazón late más fuerte a medida que subes, como si fueras a caer al vacío justo después… Y esta vez, podría perder más cosas de las que podría soportar…
– Sólo… Lo encontré por accidente… En su chaqueta – explicó de más.
Lukas la miró, apoyado en el poste que llevaba los sueros, luciendo un poco incómodo debido a su enorme altura. Su mirada estaba enfocada, estudiándola cuidadosamente.
Lavinia siempre había admirado su franqueza y su actitud audaz, pero desde su confesión en el funeral, llevaba un semblante cabizbajo que era difícil pasar por alto.
Quería decirle que lo sentía pero no era algo que Lavinia pudiera resolver en unas pocas frases.
– He estado pensando, Lavinia – comenzó Lukas, mesurado. – Has pasado por muchas cosas… últimamente, y está claro que necesitas tiempo para descansar, ¿uhm?
Lavinia frunció los labios porque sabía que era verdad. Había estado poniendo cara de valiente, pero en el fondo estaba al borde de su punto de rotura.
Después de esto, era visible para todos.
Lukas, con una mirada amable pero un pelín oscilante, habló en voz baja:
– Por eso quiero ofrecerte algo – continuó – ¿Por qué no te quedas en mi apartamento por un tiempo? Trabaja de forma remota, sigue las indicaciones de tu médico y tómatelo con calma. Tengo unas oficinas vacías en Nueva York, pondré a todo el equipo a trabajar allí, nadie te molestará. Podemos hacer arreglos para que Greg vaya a buscar a tu gato y te lo traiga. Quédate en la cama lo que necesites, haz lo que puedas… Ebba y Michiko se encargarán del resto.
Lavinia estaba un poco desconcertada, pero Lukas aún no había terminado. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios animándola, habló rascándose la mejilla.
– Y una vez que te sientas mejor y lista, incluso podemos tomarnos unas pequeñas vacaciones, bueno no exactamente vacaciones no. Tengo una propiedad en Styrso a primera línea de mar. Es un lugar perfecto para trabajar de forma remota, hacer lo que mola. Además, me dará la excusa para estar lejos del caos aquí mientras reestructuramos las cosas. Podríamos relajarnos, disfrutar del aire fresco y escondernos de la prensa. Tendrás toda la paz y tranquilidad que necesitas… Porque, seamos realistas, las primeras semanas haremos enfadar a mucha gente.
Lavinia lo consideró, antes de asentir lentamente:
– ¿Styrso?
– Es una isla cerca de casa en Gotemburgo, y creo que la disfrutarías mucho.
Lavinia enarcó una ceja. – ¿Ya no quieres que nos empleemos a fondo?
Lukas se frotó las manos en broma un guiño.
– Claro, sí. Pero una vez que todo esté arreglado aquí, podrás trabajar desde Suecia sin ningún problema. Luego, ya veremos. Puedo retrasar el despido de ese tipo gruñón del equipo de Karolina hasta Navidad. Pero al final, tú eres la que manda en esto. ¿Qué te parece? Me siento un poco culpable – admitió señalando a su alrededor. – No puedo imaginar cómo será lidiar con esta, uhm, montaña rusa, mientras una multitud que rebuzna afila sus horcas metafóricas. Con lo que haremos y tal. Si se te ocurre alguna manera de – entrecerró los ojos con connivencia – suavizarlo, me vas diciendo.
Ella vaciló, confusa.
Lukas tragó nerviosamente, su mente acelerada mientras intentaba pensar en la mejor manera de convencerla.
– Piénsalo. Es por una buena causa, ¿verdad? Ahora tengo que… Las enfermeras mencionaron que necesitas dormir.
Lavinia se humedeció los labios. – Lukas, un momento… ¿Cómo amigos? – preguntó.
– Amiga, empleada, confidente. Dependo de ti. Para ir a través de eso… – él aseguró. Hubo una pequeña pausa. – Por cierto…
– ¿Sí?
– Creo que te pueden gustar estos – Le entregó una caja pequeña que contenía dos tulipas grandes blancas preservadas. Una nota se deslizó de la caja a sus manos.
"Perdóname. Por mi parte en tus dolores de cabeza. Tuyo. Lukas".
Una máquina pitó de fondo, aunque el sonido no le resultaba familiar. Lavinia se recostó entre las sábanas y cerró los ojos hasta que todo se desvaneció.
Al volver, Stewy supo que Matsson había estado aquí por las flores en la mesilla.
Junto al ramo que había hecho mandar él.
Sintió sus músculos en tensión, le llevó varios segundos percatarse de que lo que sentía era rabia.
Decidió ignorar esa compulsión.
Stewy respiró hondo y dejó a un lado sus sentimientos. Ahora no era el momento de los celos o la ira. Lavinia lo necesitaba y él tenía que estar allí para ella, pasara lo que pasara.
Se quedó dormido en un sillón en la esquina de la habitación de Lavinia alrededor de las 4 en punto, después de pasar una larga hora pendiente de su respiración en el silencio del hospital.
Las arrugas en la frente por la concentración.
Cuando finalmente despertó, escuchó el familiar zumbido de la máquina expendedora de bebidas en el fondo del pasillo donde había visto otra especie de salita de espera.
Estirándose, se levantó y tomó su teléfono, olvidándose momentáneamente de lo que lo rodeaba. Todo volvió a él rápidamente cuando la enfermera de Lavinia entró con una cálida sonrisa en su rostro.
Lavinia. Los bebés.
Al principio no se dio cuenta que la mujer le estaba hablando.
– Vamos a entrarla a quirófano ahora. En cuanto salga, podrás pasar.
Stewy asintió murmurando un agradecimiento. Se frotó la cara e hizo una mueca cuando sintió la saliva húmeda en la comisura de la boca. Stewy buscó a tientas de nuevo su teléfono. – ¿Qué hora es?
– Pronto serán las 7 – confirmó la enfermera.
Miró la forma de Lavinia durmiendo.
Se acercó para despertarla presionando un suave beso en su frente, con una mano en su pelo, murmuró: – Cariño es hora. Estaré esperando abajo. Lo prometo, ¿vale?
Apoyó su frente en la suya.
Ella parpadeó con sueño en la voz. – Stewy…
– Os quiero muchísimo.
Puso una mano con cuidado en su vientre antes de retirarse.
– Vamos a sedarte – la anestesista le dijo preparándole el brazo con agua oxigenada para pincharle con una aguja a la que no se atrevió a dar más que un vistazo pero notó que el líquido picaba. – Todo saldrá bien, Lavinia. Y ahora piensa en algo bonito…
Ella intentó arrastrar las palabras para contestar antes de perder el conocimiento.
El suave ruido de la maquinaria y la charla entre los médicos que acababan de entrar en el quirófano la rodeó mientras la anestesia la arrullaba lentamente.
A medida que la medicación hizo efecto, su consciencia se perdió y se encontró en un sueño barrido a negro.
Justo cuando el velo de la anestesia amenazaba con levantarse, se produjo un cambio.
Se encontró paseando de la mano de Stewy a la luz de la luna. El aire de la noche era fresco contra su piel y el suave resplandor de las estrellas iluminaba su camino mientras se movían juntos a través de unas antiguas ruinas parecidas al Partenón, bañadas por el suave resplandor de la luz de la luna.
Parecieron cobrar vida en la oscuridad, haciendo eco de los susurros de los siglos.
Stewy envolvió su brazo alrededor de su cintura, acercándola mientras contemplaban la ciudad, las luces parpadeantes de Atenas extendiéndose como un mar de estrellas ante ellos.
La noche era cálida y balsámica, el aire estaba lleno del aroma de las flores en flor y el sonido distante de las risas que llegaban desde las bulliciosas calles en algún lugar de abajo.
¿Cómo sabía dónde estaban?
¡Oh!, Stewy había querido llevarla a la capital griega por su cumpleaños antes de que Kendall apareciera en su villa. Con toda esa locura de los documentos sobre los cruceros.
No reconoció el vestido verde de verano que llevaba.
– ¿Dónde está la gente? – la pregunta de Lavinia resonó en la madrugada, con un brillo en sus ojos.
Esto era maravilloso.
Los ojos de Stewy, cuyo rostro iluminado por la suave luz de la luna, se reflejaban con picardía. Él le sonrió, mientras la miraba, su sonrisa iluminaba la oscuridad que los rodeaba.
– Por la noche está cerrado.
Sin embargo, algo andaba mal.
Ella sabía que lo hacía…
Ellos no habían estado allí, sino en el MET.
Eso fue antes de quedarse embarazada.
Antes de…
– Te prometí que vendríamos aquí juntos – susurró el Stewy del sueño, en voz baja y teñida de arrepentimiento.
Ella le apretó la mano y sintió el calor de su tacto filtrándose en su piel.
– Ojalá hubiéramos hecho ese viaje.
Al girarse, buscó la presencia de Stewy, sólo para encontrarse con el vacío.
Era extraño porque aun así todavía sentía su tacto como si le hubiera tocado la cara con las manos.
Otra voz, distante pero insistente, la llamó por su nombre, sacándola del laberinto de su subconsciente. En un abrir y cerrar de ojos, la habitación del hospital se materializó a su alrededor, la niebla de la anestesia se disipó.
– ¿Lavinia?
Se sintió agitada pero fue solo como caer de un sueño.
Parpadeó tratando de recordar dónde se encontraba. Estaba segura de que acababa de despertar hablando, pero no era inglés. Era neerlandés, pensó.
Los efectos de la anestesia aún persistían en su mente, logró recordarse con éxito.
Y entonces recordó sorprendida.
Sus bebés.
Estúpidamente, su mano fue directa a su vientre para comprobar si todavía estaban a salvo... si todavía estaba...
– ¿Cómo… ha ido… yo…
Una enfermera se acercó con dulzura.
– Eh, querida, ¿entonces estás despierta? Todo está bien. Tienes tres caballeros muy ansiosos esperando afuera. ¿A cuál te gustaría llamar? – su sonrisa era genuina.
¿Tres?
¿Oskar?
La mujer probablemente no pensó en ello de manera retorcida.
Podrían ser amigos, familiares.
Se dijo a sí misma que tenía que decidir si aceptaba la propuesta de Lukas.
Sería mejor que estar sola en Queens.
Si algo salía mal en el apartamento de Lukas, estaría rodeada de gente…
Stewy también se ofreció, pero eso era… ella no estaba lista para eso.
Debía explicárselo.
– ¿Puedes llamar al papá? Stewy. Hosseini. Vine aquí con él.
– Por supuesto.
Mientras luchaba por ordenar sus pensamientos, la enfermera la ayudó a ponerse un cómodo chándal que le habían traído con sus cosas, recordándole las reglas posteriores a la cirugía: nada de levantar objetos pesados, nada de correr.
Con un poco de cuidados postoperatorios, seguramente todo volvería a su lugar.
– No te preocupes, vuelve a sentarte – la ayudó la enfermera con su mano en el brazo mientras la ayudaba con el suéter blanco. – Tienes que quedarte en casa durante 7 días y reposo relativo durante 14 días, ¿sí? Y sé que da un poco de miedo cuando estás embarazada, pero debes tomar las medicinas que te han recetado. Los médicos saben lo que hacen – La mujer continuó explicando, pero Lavinia no estaba segura de poder entenderlo todo.
Lavinia todavía estaba un poco fuera de sí… Sus pensamientos todavía no estaban completos.
Cuando se quedó sola fue cuando le entraron ganas de llorar, fue como si toda la tensión de las últimas horas saliera de repente.
Sabía que el miedo que había pasado ayer no se le pasaría del todo hasta que los bebés empezaran a ser viables.
Al cabo de unos minutos el rostro preocupado de Stewy se asomó a través de la puerta, una mezcla de emociones bailando en sus rasgos mientras contemplaba a Lavinia.
¿Qué tan guapo estaba tan preocupado?
La sala estaba en silencio, salvo por el suave pitido de las máquinas. La única señal del incidente su tobillo vendado.
– Livy, amor… – La voz de Stewy era tierna mientras miraba a Lavinia, que estaba sentada en el borde de la cama del hospital
Una enfermera lo abordó, con aire maternal pero firme.
– Ella está bien. Pero tiene que reposar hasta que el doctor lo indique. No debería sufrir ningún tipo de estrés, ni físico ni emocional. Podría hacerle daño a ella y a los pequeños que lleva, ¿entendido?
Una expresión de alivio y preocupación apareció en los rasgos de Stewy.
Lavinia no pudo evitar sentir una punzada de tristeza, incluso cuando la presencia de Stewy era bienvenida.
Él la abrazó con fuerza y besó su mejilla.
Su colonia, la sensación de su barba contra su piel, su voz reconfortante en los días fríos: todo inundó sus sentidos.
Miró sus grandes y hermosos ojos marrones cuando se apartó.
Stewy dejó escapar un suspiro de alivio. – El médico dice que estás lista para que te den el alta…
– Vi el anillo en tu chaqueta – dijo sin proponérselo. – es muy bonito.
Sus ojos oscuros la miraron con sorpresa.
Recordó las palabras de la enfermera.
– No puedo imaginar la vida sin ti – confesó. – Pero quiero hacerlo bien. Escúchame… Ya podemos irnos a casa. Llamaré a Lucy para que esté ahí para ti... Mantendré la distancia.
Lavinia supo que tenía que tomar una decisión difícil. Necesitaba priorizarse a sí misma y sus bebés.
Él la desestabilizaba.
– Stewy…
Stewy se mordió el labio, decidido a encontrar el mejor camino a seguir para Lavinia y sus hijos por nacer. – Encontraré la manera que te sea más fácil para gestionar – prometió.
Stewy era consciente que necesitaba darle espacio a Lavinia.
El amor que compartían todavía estaba ahí, pero necesitaba dar un paso atrás y concentrarse en lo que era mejor para ella y sus bebés.
Stewy respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar sus sentimientos.
Lavinia, exhausta pero decidida, suspiró. – Te quiero con todo mi corazón. Pero a veces me asusta cuánto daño podemos llegar a hacernos. ¿Piensas que eso tiene sentido?
Deseaba que las cosas pudieran ser diferentes, que pudieran encontrar un camino de regreso el uno al otro.
Stewy pudo ver el cansancio en los ojos de ella.
Le dolía el corazón al pensarlo, pero sabía que apartarse era necesario para su bienestar. Mientras estaba de pie junto a la cama de hospital de Lavinia, sintió una oleada de emociones invadirlo. No quería dejarla ir, pero ¿qué otra opción tenía?
– Entiendo. Eh, lo hago – la tranquilizó cuando vio la reticencia en sus ojos.
Ella no supo si creerlo.
– Stewy, yo… quiero estar lista – susurró – Quiero querer tu vuelta pero no siento… Sé que no te parece bien – explicó en voz baja. Muy, muy recogida.
Stewy, lidiando con su propio conflicto interno, tomó suavemente su mano, sin querer soltarla.
– Tengo todo el tiempo del mundo – garantizó Stewy, con una promesa grabada en su tono. – Sé que me equivoqué… Pero no puedes estar en tu apartamento sola – intentó clarificar.
Lo miró mordiéndose el labio.
– No estaré sola. Me voy con Lukas. Es… como el cuartel general de GoJo. Parece más fácil… lo necesito más fácil... por un tiempo.
Él le devolvió la mirada tratando de encontrar las palabras.
La responsabilidad de no hacer esto horrible sobre sus hombros.
– Livy…
Lavinia se levantó un momento apoyada en la cama. – Cualquier novedad sobre esto te digo, ¿vale?
Intercambiaron un silencio.
Sosteniendo firmemente la mano de Lavinia, se prometió hacer las cosas bien, mejorar sus vidas, no empeorarlas.
Mientras Lavinia luchaba por contener las lágrimas, Stewy se arrodilló ante ella y le plantó un tierno beso en el vientre, subiéndole el suéter blanco.
Apretó su mejilla sin afeitar contra la suave curva de su vientre. Ella acarició su oreja y pasó su mano por su cabello.
Le gustó la sensación contra su piel suave.
– Stewy…
El amor que todavía sentía por él era innegable, pero también lo eran las dudas.
Apartó la mano de su cabello permitiéndole alejarse un poco y alzar la vista y mirarla a los ojos, olvidando todo lo demás que quería decirle.
Stewy se levantó con la mano en su cintura.
Se detuvo ante la mirada de ella de ligera fascinación.
– ¿Puedo pedirte sólo una cosa?
– ¿Qué es?
– Matsson… Por favor, no.
– Stew… Trabajo con él, es un amigo, y necesito ayuda. ¿Qué? Tampoco puedo dejar el trabajo totalmente, no ahora... ya lo sabes.
Stewy la miró, dispuesto a defenderse. Pero…
Lavinia se forzó a esbozar una sonrisa conciliadora y continuó: – Creo que esto es lo que tiene que pasar y que ahora es lo mejor para mí…
Hablaban quietamente, tratando de mantener el delicado equilibrio.
Stewy no quería agobiarla.
Ser una carga.
Lavinia no quería hablar de él con él, ni tampoco le apetecía que la sintiera enredándose en algo que a la larga fueran excusas.
Él sacudió la cabeza: – No estoy pidiendo eso. Lo más importante es que debes cuidarte... Es sólo… Sólo te pido que no me borres por completo. No cierres la puerta aun...
Ella se dio cuenta que Stewy estaba tratando de tranquilizar su propia mente sobre Matsson.
Apartando la mirada después de que él terminó de hablar, ella murmuró: – Stewy…
En este momento, lo único en lo que necesitaba concentrarse era en averiguar cuándo podría regresar al trabajo.
Lo último que necesitaba era el estrés añadido de reconstruir una relación con Stewy. Pero ella no estaba interesada en comenzar una relación con nadie más.
¿Por qué no decírselo? ¿Prometerle a Stewy que no empezaría otra relación, sólo para ofrecerle un poco de tranquilidad?
No, ella no le debía ninguna promesa.
Su estrés era el resultado de sus decisiones y no era su responsabilidad aliviar ese peso. Tenía más que suficiente en su plato.
Por otro lado, era mejor mantener un poco de distancia por ahora.
No de inmediato, pero tal vez se debía a sí misma poder avanzar adelante en el futuro...
Él tomó su rostro entre sus manos, su tacto era tierno, con remordimiento. – Todo lo que quiero es que seas feliz.
Asintiendo levemente, Lavinia se mordió el labio. – Lo sé…
Hubo un silencio, una pausa.
Stewy se mordió la lengua antes de salir de la habitación del hospital, dejando atrás un pedazo de su corazón con la mujer que amaba.
Ella iba a estar bien, físicamente.
Se pasó una mano por la barba derrotado y le dijo: – Mantendré mi teléfono encendido.
Lavinia tenía gente aquí y Kendall se encargaría de llamar a Greg, a sus padres… Aunque ganaran las olimpiadas a la familia más jodida.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Lavinia respiró hondo y trató de dejar de lado las dudas y los miedos que nublaban su mente. En el fondo, esperaba que pudieran encontrar la manera de volver a estar juntos pero, por ahora, todo lo que podía hacer era aferrarse al recuerdo del amor de Stewy y la calidez de su beso en su tripa.
En este momento necesitaba una vida ordenada sin sobresaltos.
Con Stewy todo lo sentía a chorro.
El estómago de Stewy se revolvió bruscamente cuando la imagen de lo que podría haber sido apareció borrosa en su cabeza y luego se hizo más nítida hasta esfumarse.
Se forzó a caminar por el pasillo.
Stewy no estaba en ningún lugar a la vista cuando la enfermera le entregó los papeles del alta y la llevó a la recepción. No había señales de él por ningún lado.
Lukas le dedicó una sonrisa. – ¿Puedo…?
Ella pareció confundida. – ¿Puedes? – empezó a preguntar, pero antes de que pudiera terminar la frase, Lukas se inclinó para darle un beso incómodo que aterrizó en algún lugar cerca de su mejilla.
– He escuchado que os vais a quedar cocinando un poco más – bromeó, pidiendo con la mirada permiso para descansar su mano allí. – Portaros bien, ¿vale? Mamá está en buenas manos.
Sin embargo, se sorprendió al ver a su abuelo.
– Abuelo.
Él suspiró. – Le pedí a tu madre y a Greg que se quedaran en el hotel. Kendall me llamó. ¿Cómo estás?
Ella dudó. – Bien.
– Y – Ewan miró desconfiado a Matsson – ¿Es verdad que quieres irte con el señor Matsson? Ya no tengo piso en la ciudad pero aún puedo pagar una habitación de hotel céntrica para mi nieta y quedarme, y –se aclaró la garganta– buscarte ayuda.
Ella sonrió.
Miró a Lukas. – Seré buena. ¿Me visitarás? ¿Te quedas en la ciudad?
– Hasta la votación. No quiero molestarte demasiado.
– No lo haces.
El hombre asintió con un gesto incómodo.
No era bueno para… no sabía cómo abrazar a la gente.
Normalmente lo haría ella, pero ahora se sentía demasiado pesada para hacer todo el esfuerzo de levantarse a pesar de las horas que había pasado inconsciente.
El aire fresco de noviembre golpeó a Lavinia con más fuerza que la noche anterior, lo que le obligó a respirar profundamente. Los recuerdos del susto y la intervención inundaron su mente, mientras Lukas le rodeaba suavemente el hombro con el brazo durante el viaje en coche.
Lavinia hundió la cabeza en su pecho sin decir una palabra, y Lukas no pudo evitar mirarla perplejo.
Estaba siendo cabezota ahora.
Tal vez consigo misma.
Lukas… no estaba orgullosa pero tampoco se castigaba.
¿Qué derecho tenía Stewy?
Ella habló a través de la niebla de los medicamentos y el agotamiento.
– Esto… no quiero que pienses…
– No te preocupes…
Mientras Oskar hablaba por teléfono sentado detrás de ellos, la limusina pronto se detuvo en el apartamento de Lukas. Un grupo de paparazzi había invadido la entrada, armados con teleobjetivos. Lukas no perdió tiempo en ordenar a su equipo de seguridad que los ahuyentara antes de escoltar a Lavinia al interior.
– ¿Puedes caminar hasta el ascensor?
– Eso espero. Déjame al menos llegar a la cama por mi propio pie.
– Hecho.
No la llevó a su dormitorio sino a otro en el mismo piso que tenía la misma gran vista de la ciudad que la cocina con sala abierta a la izquierda del pasillo.
La habitación tenía una cama gigantesca adornada con almohadas de gran tamaño, un espejo de cuerpo entero que reflejaba el piso de madera recién pulido que brillaba a la luz del sol.
Lukas arrojó los almohadones al suelo, retiró la colcha, le indicó que se sentase en la cama y luego se puso a su lado. – Prometí a las enfermeras que me aseguraría que descansaras – Dijo Lukas, ayudándola a acostarse y arropándola con un edredón que parecía hecho de nubes, nubes ridículamente caras.
– ¿Qué pasa con la compañía? – preguntó, tratando de mantener la conversación ligera.
– No soy un salvaje – bromeó acabando con un guiño. – Iré a buscar tu portátil. Mañana, o mañana pasado.
Ahora tenía que hacer reposo, aunque tal vez estaba bien.
Porque solo quería hacerse bola y pasarse el día esperando notar por fin esas burbujas que precederían a las patadas de sus bebés.
Se repitió que necesitaba estar calmada. Todo esto había sido para ayudar a que sus bebés aguantaran, maduraran, crecieran…
La opción más responsable para mí es centrarme en mi salud y estos bebés.
Sólo respira.
La culpa y la ansiedad que lo carcomían no se disiparon mientras se apresuraba a ducharse y a vestirse de nuevo. Lavinia estaba bien, él solo necesitaba refrescarse.
Tenía a gente con ella.
No podía… no podía obligarla a quererle allí.
¿Qué derechos tienes a imponerle tu presencia?
¿A pedirle que…
Cuando el nombre de Joey apareció en la pantalla de su teléfono alrededor de las diez, resistió el impulso de ignorar la llamada. Cogió el teléfono y dijo: – Lamento no haber venido a la reunión.
– No, no. Sandi dijo que te dejó con Matsson. ¿Hablaste con Lawrence?
– En realidad, no. He tenido una emergencia familiar. De hecho acabo de llegar a casa del hospital.
– ¿Tus padres?
– No. Fue… Iba a llamar a Sandi. Necesito la mañana, colega…
– ¿Tu chica?
– Ha pasado la noche en el hospital.
– ¿Está bien?
Stewy hizo un sonido afirmativo, pero poco expresivo.
Joey pareció aceptarlo sin estar convencido.
– Bueno, adelante. Dúchate, cámbiate. Pero tenemos una reunión con los ejecutivos de Amber esta tarde y después me tenéis que explicar que os dijo Matsson ayer. Sandi ya me ha dado alguna pista.
Respiró hondo y ordenó sus pensamientos.
A lo largo del día, Stewy se mantuvo ocupado con reuniones y activos de bolsa, tratando de mantener su mente ocupada. Tomó la primera reunión de la tarde desde la parte trasera de su coche camino a su oficina, terminándola en el estacionamiento.
Eres mi corazón, mi amor, mi todo. Mierda, Livy.
Puede que lo llevara gravado en la cara porque Diego lo miró con simpatía antes de bajar del vehículo para dejarle acabar.
Más tarde, estaba revisando el teléfono cuando Sandi lo atrapó en uno de los ascensores de Maesbury.
– ¿Lavinia está bien?
Stewy levantó la vista del teléfono con el tic de humedecerse los labios. – Necesita descansar.
Miró la pantalla de arriba que indicaba en qué piso se encontraban. En este momento este ascensor no podría ir más lento.
– Claro. ¿Vas a estar en forma? Para la recta final de todo esto – le cuestionó la mujer rubia mirándole.
– Sí, sí… por supuesto.
El trabajo lo pondría todo en perspectiva. Porque era algo en lo que sabía manejarse.
Con problemas imprevistos apareciendo durante todo el día, parecía como si Stewy estuviera constantemente apagando incendios. Cada día acabó siendo una agotadora maratón. Pero todo lo que ansiaba era acurrucarse en su cama, apoyar su nariz en el vientre embarazado de Liv y respirar su reconfortante aroma hasta quedarse dormido.
Ahora estaba evitando oficialmente a Kendall.
Había habido una reunión con Lawrence, aunque aparentemente Matsson se había enfríado con él estos días y Sandy y Sandi insistían en salirse.
Esa noche, después de una agotadora jornada laboral de 16 horas, Stewy finalmente recibió las cajas de muebles que había encargado para la habitación de los bebés. A pesar de su falta de habilidad y confianza para montar muebles, y mucho menos unos que pudieran sostener algo tan frágil, decidió echar un vistazo. Pasó minutos absurdos examinando cada pieza, imaginando cómo se unirían para crear el espacio perfecto para sus dos bebés. Incluso cuando Lavinia y sus hijos no iban a estar aquí pronto. Antes necesitaba ganarse su perdón.
Solo en la habitación, no pudo evitar sentir una especie de vértigo.
Habría leído el libro que obtuvo cuando le compró el detector fetal a Lavinia pero no pudo encontrar el foco.
Él también estaba hecho un desastre.
Sus aliados habían sido sus dos taburetes, uno para la cocina y otro para la ducha. Se secaba el pelo sentada, trabajaba desde la cama.
Monique había estado aquí los primeros días.
Y Greg trajo a su padre antes de coger el avión de vuelta.
Lukas solía aparecer de vez en cuando.
Y hablaban constantemente por teléfono y mensajes de texto.
"¿Quieres que cocine tortitas?"
Lukas entró en la amplia y luminosa cocina, con la impresionante vista del horizonte de Nueva York extendida ante él. La suave luz del atardecer arrojaba un cálido resplandor sobre todo, resaltando el rostro cansado pero aún hermoso de Lavinia que estaba en el sofá, con el portátil abierto.
– Hola, dormilona – la llamó Lukas desde el pasillo, mostrando su sonrisa más encantadora mientras se dirigía a la isla de la cocina. – ¿Cómo está mi paciente favorita hoy?
Lavinia suspiró y dejó el portátil a un lado, mirándolo. – Oh, ya sabes, simplemente disfrutando el lujo de estar postrada en la cama o en este sofá con estos dos. Es el nuevo reto de moda, ¿no lo sabías?
Lukas se rió entre dientes y se puso a trabajar en la cocina mientras tomaba los ingredientes para los panqueques que le había sugerido esa tarde. – Bueno, escuché que todos los niños guays lo están haciendo estos días... Y hablando de niños guays, espero que tengas hambre porque estoy intentando hacernos esas tortitas. Prepárate para la aventura culinaria.
– Solo tienes que coger ese bote con la mezcla y añadirle leche – sugirió.
– Jaja…
Mientras Lukas buscaba y tropezaba en los fogones, Lavinia no pudo evitar reír mientras lo veía quemar la mitad de ellos. – Bueno, lo que cuenta es el pensamiento, ¿verdad? – Él bromeó, alcanzando uno de los panqueques ligeramente carbonizados. – Estoy seguro de que sabrán mejor de lo que parece.
Lukas sonrió y le sirvió un vaso de zumo mientras ella se sentaba en uno de los taburetes de la cocina. Las luces parpadeantes de la ciudad creaban un telón de fondo para su cena improvisada.
A medida que avanzaba la noche y las luces de la ciudad brillaban como estrellas, Lavinia no pudo evitar sentirse agradecida por la presencia de Lukas; rieron y discutieron sobre Lawrence y sus reuniones con Simon y Sonya y el almuerzo con Diane Liu.
No volvieron a hablar de la confesión en la iglesia ni de Styrso.
El único plan ahora mismo era tirar adelante la firma.
Y hubo mucho trabajo, lo que sorprendentemente la ayudó. Había estado hablando con Ebba y el equipo de Karolina sobre la presentación a la vieja escuela.
Si la firma iba adelante.
Y entonces hoy recibió el visto bueno para volver a la actividad, sin exagerar.
Decidió bajar al piso de abajo donde estaba Lukas.
Había una conversación con Shiv.
Mucha actividad pero esto era el centro de todo.
Lukas había respetado su palabra toda esta semana y apenas había habido actividad en el apartamento, pero hoy todos estaban nuevamente aquí.
Abogados y asesores.
Después de todo, estaban a las puertas de la votación.
Lavinia se sintió mal por haber estado fuera de juego estos últimos días.
Shiv estaba en el centro y sintiéndose con plena fuerza, entre llamada y llamada.
– ¡Bueno! ¡Creo que han perdido a Stewy! Está loco. Creo que tenemos a Ken en el maletero atado y listo para despeñarlo.
Su corazón dio un salto.
Siempre su nombre.
¿Pero iba realmente a no votar con Ken?
Lukas pareció un poco inquieto. No del todo concentrado.
¿Qué era?
¿Era por qué se acercaba el gran momento?
– Jaja. Das ist gut.
Lukas dijo en sueco. Lo dijo a nadie en particular, pero la miró.
Shiv se giró.
Estaba de buen humor. No fue falsa. ¿Quizás incluso empática? – Oh, estás de pie.
– Sí. – Lavinia sonrió. Y a Lukas: – ¿Estás preocupado?
Eso pareció falso. – No. No. No. Bien.
Shiv lo analizó un momento y claramente notó que necesitaba que lo tranquilizaran.
Lavinia esperó.
Shiv tenía una pizarra. Cogió un rotulador y anotó.
– Porque me tenemos a mí, obviamente. Simon, Frank. Sandy y Sandi están cerrados. – Shiv la miró entonces – Creo que Stewy no va a partir peras con los Sandis. Dice todo tipo de mierdas y sí, tal vez ahora sea personal. Disculpa Vinnie...
– No no. No te preocupes.
– Bueno. Ah. Sí, dice mucha mierda. Pero al final hay el dinero, ¿uh? ¿Diane Liu, Sonya? Estamos ahí. Vamos con margen. Tenemos a Lavinia aquí… ¿entonces Ewan? ¿Tú crees? ¿Nos conseguimos a Pau, Dewi? Podría terminar siendo simplemente el puto Ken. Y Roman en contra. Y Roman igual ni sale del zulo en el que estará con cualquier dominatrix. ¿Sabes algo sobre mi hermano?
Lavinia se sentó en el brazo del sofá. – No, no. Lo siento…
Matsson le dio una pequeña sonrisa.
Lavinia se preguntó por qué él no parecía más feliz.
Pero ella pensó que sabía qué pasaba.
Le dedicó una sonrisa extraña a Shiv.
Exagerando dijo: – ¡Sí, esto me hace feliz! La victoria. ¿Bueno? Lo siento. Simplemente me gusta mejor hacer... mis cosas. No soy mucho de esas maniobras.
Shiv estuvo de acuerdo: – Bueno, sí. Seguro. Para eso estoy yo. Y Ebba. Y Lavinia, si está reincorporada. Entonces. Mi lista es: ¿Te has mirado el borrador revisado de la firma? ¿Karl lo ha enviado?
Lavinia intervino mordiéndose el carrillo. – Hablé con él. He estado trabajando. Justo en la torre – recordó con una sonrisa – Todavía estamos haciendo lo de las fotos a la vieja escuela.
– La princesa en la torre. Ven aquí – Lukas extendió su mano. – Acércate. Lavinia ha sido insistente todos estos días en las fotos para la prensa.
Ella se sentó a su lado.
– De acuerdo. Fotos. Tú y yo, como director ejecutivo de los Estados Unidos – resumió Shiv.
Empezaron a hablar de Tom y la ATN.
Se palpaba el amor y todo eso...
Lavinia tomó la revista que estaba sobre la mesa.
Sí, sobre esto…
Intercambió una mirada con Matsson.
– ¿Te parece bien el artículo ese chorra? – preguntó Shiv.
– Es graciosa. Me gusta – hizo un momento el payaso.
– Puedo conseguir que el periodista lo retire, a lo mejor en Internet.
– No, no, me resbala. Siempre están intentando, chas, chas, chas, atacarme – explicó.
Estaba súper mal sentado en el sofá.
Alguien llamó al teléfono de Shiv.
Dijo que era un asociado que sabía dónde estaba Roman.
– Tu gran perfil en Vanity Fair – sugirió Lavinia con cuidado cuando ella se marchó.
La ilustración era Shiv moviendo los hilos.
La expresión de Lukas fue seria durante un momento.
– Sobre esto… – empezó.
Compartieron una mirada más.
– Tengo los datos del dibujante. Les dije que no nos gusta nada y como de incomodo sería para ti darles más acceso. Lo han puesto detrás de un muro de pago y puede ser que desaparezca esta misma tarde de la web. Pero si hubiera sabido que te encantaba… Puedo volver a llamarlos – lo pinchó un poco en un susurro.
Él la miró con una sonrisa de aviso.
– Gracias.
Se rió. – De nada.
– ¿Cómo estás?
– ¿Después de estar atrapada en esa cama toda la semana? Empezaba a soñar con quemar el colchón absurdamente caro y ponerme a reír como una loca. Ha sido aburrido y exasperante y otra vez aburrido – Y luego sonrió: – Pero recibí una llamada esta mañana. No puedo correr un maratón y mi cérvix todavía no puede hacer mucho, pero… soy libre.
Estuvo tentada de explicarle otra cosa, pero decidió que quería que alguien más lo supiera primero.
Era algo bonito...
– Seguro que han sido las tortitas.
Ella suspiró negando con la cabeza.
Lukas miró a la pizarra.
– ¿Piensas que Hosseini…?
– No, no lo sé.
