Mente tóxica Parte 3
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Luz inhaló profundamente, esforzándose por asimilar el impacto de lo que acababa de oír.
—¿Y qué harás al respecto? —preguntó.
Camille cruzó los brazos, mirándola con severidad, pero también con una angustia que no podía ocultar.
—Lo que hay que hacer —respondió con un tono seco, pero cargado de determinación—. Cuando regresemos, no tendré más opción que llevarla al Refugio del Fénix.
Luz la miró fijamente, incrédula.
—¿Refugio del Fénix?
Camille asintió, endureciendo aún más su expresión.
—Es un lugar donde estoy convencida de que podrán ofrecerle la ayuda que necesita. No obstante, será un desafío tanto para ella como para mí. Allí, el aquelarre de curación se dedica a trabajar con jóvenes brujos y demonios que han sucumbido a hábitos oscuros como este, guiándolos con paciencia y sabiduría hacia una mejor vida.
La pequeña consciencia de Lusine, que hasta ese momento había permanecido en silencio, dejó escapar un sollozo que llenó el aire de una tristeza desgarradora.
—¡No! —gritó con voz aguda, sus ojos llenos de lágrimas mientras retrocedía tambaleándose—. ¡No quiero ir allí, mami!
Camille se inclinó hacia la niña con los brazos extendidos, pero Lusine dio un paso atrás.
—Lusine, por favor... entiende que es lo mejor para ti —dijo Camille con voz firme, aunque sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas.
—¡No lo es! —chilló la pequeña, sacudiendo la cabeza mientras las lágrimas corrían por su rostro—. ¡No quiero que me encierren!
Antes de que Camille o Luz pudieran reaccionar, la pequeña consciencia de Lusine se giró y salió corriendo hacia un árbol cercano. Con un ágil salto, atravesó el cuadro que colgaba del tronco, como si fuera un portal. La superficie del lienzo estaba desgarrada y salpicada de quemaduras.
—¡Lusine! —gritó Camille, extendiendo una mano como si pudiera detenerla.
Sin dudar, Luz y Camille la siguieron, cruzando el lienzo desgarrado.
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La Botica se encontraba sumida en una penumbra profunda, apenas iluminada por el resplandor titilante de unas lámparas antiguas, cuya luz vacilante proyectaba sombras largas y danzantes sobre las paredes. El aire, pesado y cargado de silencio, parecía absorber todos los sonidos, como si el lugar mismo estuviera suspendido en el tiempo. Matt Tholomule, sentado en el suelo justo detrás del mostrador, estaba inmóvil, con las piernas cruzadas y los brazos igualmente plegados sobre sus rodillas. Su mirada se perdía en el vacío, fija en un punto lejano, como si su cuerpo estuviera presente, pero su mente vagara a través de un laberinto interminable de dudas y pensamientos desordenados.
—Lusine... —murmuró, su voz baja, apenas audible, desvaneciéndose en el aire denso del lugar—. Ella... es increíble. No puedo negarlo. Es brillante, tiene ese aire de misterio, como si supiera más de lo que dice. Y además... —hizo una pausa, dejando que las palabras se escurrieran lentamente, como si se las tragara la atmósfera de la Botica—. Es ruda, tiene esa forma de enfrentarse al mundo que me deja admirado, pero también me asusta. ¿Pero realmente vale la pena? —cerró los ojos por un momento, su respiración se detuvo—. Salir con alguien tan fuerte, tan brillante... pero atrapada en el vicio... ¿es suficiente? ¿Es todo lo que necesito?
El repentino crujido de la puerta de la Botica interrumpió los pensamientos de Matt, el tintineo metálico de la campana sobre la entrada resonó con un eco cortante, y una ráfaga de aire frío irrumpió, trayendo consigo el sabor de la noche. Matt se levantó rápidamente, dejando atrás la quietud de su ensoñación. En la entrada, Luis estaba de pie, completamente cubierto por su túnica negra y la característica máscara de caballo que ocultaba su rostro.
—Bienvenido a "Herbolario Nocelum" —saludó Matt con una sonrisa cordial, intentando recuperar el control—. ¿En qué puedo ayudarlo?
Luis no respondió de inmediato. En lugar de eso, extendió una mano, sosteniendo su teléfono móvil. La pantalla se iluminó brevemente al activarse, y con un movimiento pausado, desvió la imagen hacia Matt. La fotografía mostraba a Luz, sonriendo con la espontaneidad de siempre, y haciendo un gesto de corazón con las manos.
—¿Has visto a esta humana? —preguntó Luis con voz fría y distante.
Matt tragó saliva, sintiendo cómo una presión creciente se apoderaba de su garganta.
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Cuando Camille y Luz atravesaron el cuadro, la gravedad las abrazó con fuerza. Ambas cayeron al suelo con un estruendo que resonó en el aire seco y vacío. Camille se levantó con una mueca de dolor, sacudiéndose el polvo, y fue entonces cuando la vio.
Allí, junto a la entrada del... ¿Conformatorio?, estaba la consciencia de Lusine. Su expresión era de fastidio, y antes de desvanecerse hacia el interior del edificio, le hizo una trompetilla con la lengua.
—¡Vuelve aquí, jovencita! —gritó Camille, inyectando fuego a su voz mientras comenzaba a correr.
Luz la siguió apresuradamente.
—¡Esto fue algo mágico!
El paisaje que las rodeaba era blanco y negro, como si todo estuviera atrapado en un sueño distorsionado.
Al girar la esquina, la conciencia de Lusine desapareció en el aire, como si se desvaneciera en una niebla invisible. Luz y Camille, desconcertadas, solo pudieron quedarse allí, mirando fijamente cómo, en el centro del patio del conformatorio, un escenario elevado dominaba el espacio, y sobre él, una figura encadenada: Manazar Nocelum. Su presencia parecía anclar el lugar en un manto de sufrimiento y desesperanza. Cada movimiento suyo hacía que las cadenas resonaran como un lamento.
Luz sintió un escalofrío recorrerle la columna al reconocer al prisionero. Pero antes de que pudiera reaccionar, algo capturó su atención: dos figuras al otro lado del escenario. Era Camille, pero más joven, sosteniendo a una pequeña Lusine de apenas ocho años. La niña temblaba, sus ojos llenos de lágrimas mientras apretaba los puños con impotencia.
La Camille adulta junto a Luz dio un paso atrás, su rostro pálido y sus labios temblorosos.
—Oh, no, no no no… otra vez no… —susurró, llevándose las manos a la cabeza.
—Mamá, salgamos de…
Luz intentó hablar, pero su voz se desvaneció al oír un sonido metálico: la palanca siendo activada por Kikimora. En el escenario, ella se alzaba imponente junto a media docena de guardias emperador. Con su mirada fría y autoritaria, observó cómo desde las torres laterales dos gorgonas de piedra cobraban vida. Sus ojos vacíos comenzaron a brillar con un fulgor verde espectral.
—Manazar Nocelum, por osssar practicar la magia sssalvaje y rechazar unirte a un aquelarre, ssse te condena a la petrificación eterna —tronó la gorgona de la torre derecha.
—Tusss actosss ssson un desafío al orden y un peligro para el reino de losss demoniosss —añadió la de la izquierda.
Ambas hablaron al unísono con sus voces reverberando con un poder inhumano:
—Ssse te permitirá dirigir tusss últimasss palabrasss a tu familia. Habla ahora, puesss tu tiempo ssse agota.
La Camille adulta se mordió el labio inferior mientras las lágrimas luchaban por escapar. Luz permanecía inmóvil, con la mirada fija en la figura encadenada.
Manazar, con un esfuerzo que parecía monumental, levantó la cabeza. Su mirada buscó primero a la Camille joven y a la pequeña Lusine, inmóviles en el tiempo. Luego se desvió hacia la Camille adulta y Luz, reconociendo a ambas con una mezcla de tristeza y orgullo.
—¡Camille! —rugió con su voz rota pero cargada de una determinación inquebrantable—. ¡Protégela por mí!
Sus ojos se fijaron en Lusine. Una ternura infinita llenaba su mirada.
—Lusine, mi pequeña visón con un lado luminoso… Nunca permitas que nadie apague el fuego que llevas dentro. Tu corazón es un mapa del tesoro: único e indescifrable para quienes no saben ver. Camina con orgullo, incluso cuando el sendero esté cubierto de espinas. Recuerda siempre que hasta las sombras más oscuras necesitan de la luz para existir. Cuídate, hija. Nos volveremos a ver.
—Ok, suficiente.
Kikimora, impasible, activó un segundo mecanismo con una orden:
—¡Esteno, Euríale, manifiéstense!
Las gorgonas lanzaron rayos de energía verde desde sus ojos, convergiendo en Manazar como una tormenta implacable. La petrificación empezó a ascender desde sus pies, transformando su carne en piedra con una rapidez escalofriante. A pesar del dolor que retorcía su rostro, Manazar no apartó la mirada de su familia. Sus ojos permanecieron fijos en su esposa e hija, como si con esa última conexión pudiera protegerlas.
Luz se llevó las manos a la boca con una mirada horrorizada, y Camille, la adulta, solo desvió la mirada con los ojos cerrados y apretando los dientes.
—¡PAPIIIIIIIIII!
El grito de Lusine cortó el aire, tan penetrante que pareció congelar el tiempo mismo. Sus piernas intentaron avanzar, pero en cuanto dio el primer paso, la Camille joven la atrapó con un agarre firme.
Lusine luchó, con las lágrimas empañando su vista, luchó con todas sus fuerzas, desesperada, como si cada fibra de su ser clamara por su padre.
—¡Por favor, devuélvanme a mi papi! —suplicó entre sollozos, su voz quebrada por el dolor y la angustia. Los débiles golpes de sus manos en la muñeca de su joven madre eran tan desesperados que parecían gritar por ayuda, mientras sus pequeños pies pataleaban, intentando zafarse, como si su vida dependiera de ello.
La Camille joven, con el rostro demacrado por el dolor que compartía, la abrazó con fuerza, sin poder contener las lágrimas, pero consciente de que no podía dejarla ir.
—¡Quiero a mi papi!
De pronto, el Guardián Wrath se acercó detrás de ellas, su sombra se alargó como un manto oscuro, tragándose la tenue luz que quedaba en el escenario. El aire se volvió pesado, y la atmósfera, antes cargada de una esperanza efímera, se desplomó sobre ellas.
—Se acabó la hora de visita —dijo Wrath, con su voz grave, casi una condena, resonando en el silencio de la habitación. No había emoción en sus palabras, solo una frialdad infinita—. Las escoltaré hacia la salida.
Con un gesto brutal, sus enormes manos levantaron a la jóven Camille y Lusine del suelo, sin darles la menor oportunidad de resistencia. El agarre de Wrath era como el de una roca imparable, y la pequeña Lusine, en un intento desesperado por escapar, luchaba con todas sus fuerzas. Su cuerpo temblaba, su llanto ahogado resonaba, y su alma estaba rota, como si un trozo de sí misma se estuviera arrancando a cada segundo. Los recuerdos de su padre, ahora difusos y distantes, se desvanecían en sus ojos.
—¡Mami! No quiero ir… —las palabras salían entre sollozos, su voz temblaba como si cada letra le causara un dolor agudo—. Quiero... quedarme... con papi...
La Camille joven, agotada y marcada por el sufrimiento, apenas podía sostenerse. Su alma estaba destrozada, como si todo lo que amaba estuviera siendo arrebatado de su ser. Con el rostro marcado por las lágrimas, sus labios temblaron al intentar consolarla, pero su voz se quebró, como si el mismo aire la estuviera oprimiendo.
—Lo siento mucho, mi amor… —sus palabras eran un susurro lleno de dolor y resignación, apenas una sombra de lo que alguna vez pudo ser su firmeza—. Pero debemos irnos... No podemos hacer nada más.
Luz permaneció en silencio. Ante sus ojos, la figura de Wrath se alzaba imponente, sus grandes manos envolviendo a las dos, Camille y Lusine, como si fueran simples hojas arrastradas por un viento feroz. Con una suavidad mortal, las sostenía, mientras las escoltaba hacia la salida del conformatorio.
La pequeña Lusine, con sus diminutos puños apretados, golpeaba la palma de Wrath, pero sus esfuerzos eran desesperados y vanos. No peleaba contra un ser de carne, sino contra la misma esencia de la desesperación, contra la inevitable fuerza que dictaba que todo lo que amaba se desmoronara. Cada golpe era un grito ahogado, un llamado al vacío. La niña no solo luchaba por escapar, sino por sobrevivir al abismo de la tragedia que la rodeaba.
Y la versión joven de Camille estaba irreconocible. Su cuerpo temblaba. Con los ojos vacíos de dolor, observaba a su hija, quien luchaba por su libertad. Las lágrimas caían en silencio. Se sentía completamente impotente. El aire a su alrededor estaba impregnado de una desesperanza tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo. El sufrimiento de ambas mujeres era tan palpable, tan crudo, que parecía resonar en cada rincón de ese lugar, ahogando cualquier esperanza.
De repente, Camille, la adulta, alzó a Luz con un movimiento rápido, colocándola sobre su hombro derecho. El peso del dolor parecía darle alas, empujándola hacia la única salida posible: el cuadro.
Al atravesarlo, ambas emergieron nuevamente en el paisaje mental.
Camille se detuvo de inmediato, tomando una respiración profunda, como si necesitara que el aire la anclara al momento. Lentamente, bajó a Luz de su hombro, dejando que el silencio entre ellas hablara más que las palabras.
Luz miró a Camille con una mezcla de preocupación y curiosidad. La vio respirar profundamente, como si aún no pudiera creer que estuvieran allí, a salvo, fuera de ese abismo. Con una voz suave, casi temblorosa, preguntó:
—Mamá... ¿estás...?
Las palabras de Luz fueron suficientes para romper la tenue fachada de calma que Camille había mantenido. Sin previo aviso, se dejó llevar por una oleada de emociones que había estado reprimiendo. La bruja se quebró, abrazándola con fuerza. Los sollozos comenzaron a escapar de su pecho, inundando el aire con un dolor palpable, una mezcla de alivio y desesperación.
Luz, sin decir palabra, le correspondió el abrazo. La sostuvo con ternura, mientras Camille se dejaba llevar por el llanto.
