Mente tóxica Parte 4
De vuelta en la botica, Matt levantó las manos en un gesto que intentaba parecer casual, aunque el sudor que perlaba su frente lo delataba. Sus ojos nerviosos recorrían la penumbra asfixiante del local, como si buscaran una salida oculta entre las sombras.
—No tengo idea de lo que hablas, amigo. La botica no ha tenido clientes en horas —dijo con una sonrisa temblorosa que no alcanzaba sus ojos.
Luis ladeó la cabeza, sus facciones escondidas tras una máscara que acentuaba el aura de amenaza a su alrededor. Su respiración era pausada, como el tic-tac de un reloj justo antes de una explosión, marcando el ritmo inquietante de la escena.
—Mientes —murmuró, con una calma tan filosa que parecía rasgar el aire.
Con movimientos metódicos, guardó su celular en el bolsillo del abrigo. Luego, en un gesto deliberado, bajó la capucha. El ambiente en la botica se tornó opresivo mientras se quitaba la máscara con una elegancia que helaba la sangre.
Cuando su rostro quedó al descubierto, Matt sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Los ojos de Luis brillaban con un resplandor antinatural: pupilas rojas, como carbones encendidos, que parecían perforar su alma.
—Tú… tú eres él… —balbuceó Matt con la voz reducida a un hilo.
El miedo lo invadió como una ola imparable, haciendo que las palabras se atropellaran al salir de su boca.
—¡Por favor, no me hagas daño! ¡Solo soy un empleado!
Luis no esperó más. Con un movimiento veloz, saltó el mostrador y lo sujetó del cuello. Su agarre era firme, controlado, calculando con precisión cada ápice de presión.
—Eso depende de ti, y de tu absoluta cooperación —dijo con un tono frío como un filo de acero—. ¿Dónde está mi hermana?
Aflojó ligeramente el agarre, lo suficiente para que Matt pudiera respirar y hablar.
—Está atrapada en la mente de Lusine —confesó con la voz quebrándose bajo el peso del pánico.
Luis entrecerró los ojos, evaluando cada palabra.
—¿Hay alguna forma de sacarla de allí?
—Con una poción de teletransportación, pero ya no queda más, y yo no sé cómo hacerla. Solo se la compré a la dama búho.
Luis sonrió satisfecho, y sus pupilas volvieron a su color habitual antes de soltar a Matt. Este cayó al suelo, tosiendo y jadeando.
—Ahora… ¿qué tal si damos un paseo? —dijo con una sonrisa enigmática, antes de comenzar a recitar:
.
Y la nutria 2.0,
que estoy seguro de que se encuentra en algún rincón de este peladero,
también puede acompañarnos sin ningún pero.
.
Miró a Matt con una intensidad casi palpable, sus pupilas tornándose rojas como brasas incandescentes. Él se estremeció, sintiendo el peso de la amenaza en el aire.
.
Y espero que durante el camino no surja tu osadía,
o al final, serás solo ruina y amarga melancolía.
.
.
.
Camille rompió el abrazo con Luz, apartándose con torpeza mientras se quitaba los lentes. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, evitaban encontrarse con los de su hija.
—Lo siento, mija... No quería que me vieras así —dijo, limpiándose las lágrimas con el antebrazo derecho.
Luz la miró con ternura y negó con la cabeza.
—No te preocupes, mamá. Todos necesitamos un momento... —Extendió la mano derecha hacia los lentes húmedos y empañados de Camille—. Déjamelos.
Camille vaciló un momento antes de entregarle los lentes. Luz, con calma, sacó un pañuelo del bolsillo izquierdo de su sudadera y comenzó a limpiar con cuidado los cristales, concentrándose en cada movimiento. Una vez que terminó, le devolvió los lentes a Camille con una sonrisa suave.
—Aquí están —dijo Luz.
Camille se los colocó nuevamente y, por un instante, sus ojos encontraron los de Luz, llenos de gratitud y algo más: esperanza. Sin embargo, el momento se interrumpió cuando el celular de Luz vibró en el bolsillo izquierdo de su short.
Luz sacó el teléfono y vio la notificación en la pantalla: un mensaje de su hermano, Luis.
.
Hola, nutria. Conozco la situación en la que te encuentras y sé exactamente cómo sacarte de ella.
.
Luz frunció el ceño y escribió rápidamente:
.
¿En serio? ¿Y el hecho de que haya señal en la mente de Lusine es porque estás con ella ahora, o me equivoco?
.
La respuesta de Luis llegó casi al instante:
.
Afirmativo. ¿Y estás bien? ¿De verdad estás con alguien allí dentro?
.
Luz miró a Camille, quien observaba con curiosidad pero no hacía preguntas.
.
Sí, estoy con "mamá", y... ¿cómo supiste todo esto?
.
Luis tardó unos segundos en responder. Cuando lo hizo, el tono de su mensaje había cambiado, lleno de alivio.
.
Eso no importa ahora. Y me alegra saberlo. Solo tengan paciencia y cuídense. Me queda poca batería, así que mejor me despido por ahora. Buena suerte.
.
Luz leyó el mensaje en silencio, sintiendo cómo una parte del peso que cargaba en su pecho se aliviaba. Antes de que pudiera responder, notó las palabras "Sin conexión" en el correo de su hermano. Su corazón titubeó por un momento, pero guardó el celular en su bolsillo con aparente calma.
—Increíble —dijo Camille, incrédula, mientras observaba.
Luz asintió con una pequeña sonrisa, algo incómoda.
—Lo sé.
De repente, un ruido sordo resonó desde el cuadro por el que acababan de salir. Sin previo aviso, unas cadenas negras como la noche emergieron del lienzo roto, agitándose en el aire como serpientes enloquecidas. Se lanzaron hacia Luz, rozando apenas sus brazos antes de retroceder y prepararse para otro ataque.
—¡Nos encontró! —exclamó Luz con urgencia.
Camille no lo dudó. La levantó en brazos y se echó a correr. Sin mirar atrás, Camille se lanzó hacia un lienzo cercano; atravesaron el cuadro.
.
.
.
Esta vez, Luz y Camille se encontraron en un espacio diferente: lo que parecía un vestidor escolar. Las risas y los gritos rebotaban en las paredes como ecos vivos, cargados de emoción. En el centro de la escena estaba Lusine, desplomada con satisfacción sobre un banco de madera, rodeada de sus compañeros de equipo, todos envueltos en la euforia de la victoria.
—¡Esa última jugada fue increíble, Lusine! —exclamó Gavin, con los ojos brillantes.
—¡St. Epiderm nunca tuvo oportunidad contra nosotros! —añadió Angmar, dándole una palmada entusiasta en el hombro.
Lusine sonrió ampliamente, disfrutando del momento. Pero la energía en la sala cambió cuando Bria entró al vestidor. Su entrada fue majestuosa, llevando una bandeja redonda y plateada en alto, como si portara un trofeo. Sobre la bandeja descansaba una pila de brownies oscuros, densos y cubiertos con pequeñas motas que brillaban en tonos amarillo anaranjado.
—¡Silencio, equipo, silencio! —anunció Bria, captando la atención de todos—. Esto merece una celebración especial.
La curiosidad recorrió el grupo como una ola.
—¡Espetrownies!
—¿Espetrownies? —preguntó Lusine, arqueando una ceja con diversión.
—La golosina de los triunfadores —respondió Bria, acercándose con una sonrisa traviesa y tendiéndole uno de los brownies—. La estrella del partido merece el primero.
Lusine lo tomó, examinándolo brevemente. La textura era curiosa, casi irreal, pero la adrenalina de la victoria nublaba su juicio.
—Bueno, si insistes… —murmuró antes de darle un mordisco—. Está buenísimo!
Bria sonrió, pero había algo inquietante en la curva de sus labios, algo que Luz y Camille notaron desde su rincón en la memoria.
Fue entonces cuando todo empezó a cambiar. Primero, la luz: las lámparas del vestidor brillaban con una intensidad surrealista, y los colores de las paredes se volvieron más vivos, casi palpitantes. Los sonidos del vestidor comenzaron a distorsionarse, alargándose y retorciéndose como si flotaran en un aire denso e irreal.
Lusine parpadeó, confundida, y bajó la mirada a sus manos. La piel parecía cubierta de un patrón que se movía por sí solo, como si hongos luminosos estuvieran brotando y creciendo en tiempo real sobre su cuerpo.
—¿Qué…?
El vestidor comenzó a transformarse. Las paredes se derretían, deslizándose hacia el suelo en riachuelos de color, mientras los bancos se alargaban y retorcían como raíces. Pronto, el espacio se convirtió en un bosque onírico de hongos gigantes que se alzaban hacia un cielo psicodélico lleno de estrellas que giraban y bailaban.
Los demás estudiantes también cambiaron. Sus cuerpos se deformaron en versiones caricaturescas de sí mismos: ojos desproporcionados, extremidades elongadas y movimientos que parecían flotar en un mar invisible.
—¡Mamá, vámonos de aquí! —exclamó Luz, agarrando el brazo de Camille con urgencia.
Camille reaccionó rápidamente, sacudiendo la cabeza para despejar el aturdimiento que parecía envolverla. Sin dudar, levantó a Luz en brazos y corrió hacia el mismo cuadro por donde habían entrado.
.
.
.
Al cruzar al otro lado, Camille bajó a Luz con cuidado, pero sus manos temblaban de rabia contenida.
—¡Así que fueron ellos! —exclamó con una voz cargada de furia y dolor.
Sin previo aviso, giró sobre sus talones y golpeó con el puño cerrado el marco derecho del cuadro. El impacto fue violento, y la fuerza del golpe hizo que la piel de su mano se desgarrara, dejando que la sangre comenzara a brotar y manchar el marco
—¡Ellos le hicieron esto a mi niña!
Luz extendió una mano hacia ella.
—Ma...
La voz que Camille se quebró mientras murmuraba:
—Debí confiar en mis instintos... Mi corazón lo sabía desde el principio, pero no quise verlo.
Luz se acercó y abrazó a Camille por la espalda mientras esta seguía apoyada contra el marco del cuadro.
Luego, Camille apartó su mano ensangrentada del marco, dejando que las gotas cayeran al suelo.
—Fallé en protegerla —susurró finalmente, su voz quebrada, cargada de una culpa que la ahogaba. Bajó la mirada y, con la mano izquierda, tocó su brazo derecho, como buscando consuelo en un gesto vacío—. Nunca le hablé de las espectrosporas... Oh, titán... ¡Soy una tonta!.
—¡No digas eso! —la regañó Luz—. ¡Eso no fue tu culpa!
—¡Sí lo fue! —gritó de repente una voz infantil, familiar.
Luz y Camille giraron al unísono, sus miradas cruzándose con la pequeña conciencia de Lusine, que, desde detrás de un árbol a unos diez metros de distancia, las observaba con el ceño fruncido.
Camille extendió su mano ensangrentada hacia ella, como si pudiera alcanzarla. Un torrente de disculpas brotó de sus labios.
—Lusine... Yo... Lo siento tanto...
Pero antes de que pudieran dar un paso...
—Lusine... Camille...
Tanto la "madre" como la "hija" se volvieron al unísono, enfrentándose a la figura encapuchada que las había seguido sigilosamente por el bosque. La silueta avanzaba lentamente hacia ellas, y el sonido metálico de sus cadenas resonaba con cada paso, arrastrándose contra el suelo.
La conciencia de Lusine corrió hacia un cuadro cercano y, sin pensarlo, entró en él.
Camille no vaciló. Tomó a Luz en sus brazos y, mientras corría hacia el mismo destino que la conciencia de Lusine, murmuró:
—Ya me estoy cansando de esto...
—Dímelo a mí —respondió Luz con tono irónico.
Ambas saltaron al mismo tiempo, atravesando el lienzo.
.
.
.
Con un movimiento cauteloso, la criatura asomó la cabeza por el cuadro, girándola lentamente en todas direcciones mientras buscaba a las dos mujeres. Sus ojos recorrieron cada rincón con una atención inquietante, pero al no encontrarlas, se retiró en silencio.
Camille y Luz reaparecieron abrazadas, ambas jadeando, con los rostros tensos por el esfuerzo de contener la respiración.
Camille fue la primera en romper el silencio. Sus ojos buscaron los de Luz con una mezcla de curiosidad y desconcierto.
—¿Cómo...?
Luz, esbozando una leve sonrisa, deslizó la mano bajo su ropa y sacó un collar con forma de Luna creciente que llevaba al cuello. Lo dejó a la vista, interrumpiéndola con un tono ligero y burlón:
—Cortesía de la ex de mi "hermanita".
—¿Ciruelita?
Luz y Camille giraron hacia donde provenía la conocida voz.
—Y hablando de la gatita —comentó Luz con una sonrisa sarcástica mientras observaba la escena.
Lusine estaba sentada en el columpio del parque de Huesosburgo cuando Amity la encontró.
—Allí estás… —empezó a decir la jóven bruja de cabello púrpura, con un tono aliviado—. Te he estado buscando. Ahora que estaremos solas, podremos… ¡Uy!
Sus palabras se cortaron de golpe cuando tentáculos gigantes emergieron del suelo y la inmovilizaron al instante.
Lusine se incorporó con dificultad del columpio, tambaleándose ligeramente. Un rastro de vómito manchaba el borde de su bufanda de glandus, y sus ojos, enrojecidos y vidriosos, delataban su exceso
Bria apareció desde detrás de un pilar de hueso cercano al columpio y la ayudó a mantenerse en pie, sosteniéndola para que no cayera.
Detrás de la "Casa Demonio con Tobogán", Angmar y Gavin salieron con sonrisas maliciosas. La trampa estaba lista.
—Manoplas… tú... rompiste mi corazón —murmuró Lusine con una voz apenas audible, cargada de amargura. Evitó mirar a Amity mientras hablaba.
Bria desenvainó su espada con una calma inquietante y la apuntó hacia Amity, atrapada por los tentáculos. Mientras tanto, Angmar y Gavin avanzaban lentamente, disfrutando de la escena.
—Y ahora, te romperemos a ti —declaró Bria, fría y segura, mientras el grupo de Glandus observaba con ansias el desenlace.
Camille, alarmada, susurró:
—E-ella…
Luz no apartó los ojos de la escena y, con una serenidad sorprendente, le hizo un gesto tranquilizador.
—No te preocupes. Sobrevivió.
Amity esbozó una dulce sonrisa mientras inclinaba ligeramente la cabeza, ignorando por completo la amenaza.
—No creo que a mis amiguis les guste eso —respondió con un tono juguetón.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Amity sacó la lengua y trazó un círculo mágico en el aire con un movimiento preciso de su cabeza. El suelo y el aire del parque se llenaron de círculos brillantes de color púrpura.
De esos círculos surgieron decenas, luego cientos, de pequeñas criaturas felinas, que emergieron con movimientos fluidos.
—Meow.
Al principio parecían adorables, con sus cuerpos de púrpura baba de abominable y ojos brillantes llenos de curiosidad.
—Prrrrr.
Angmar se adelantó, intrigado por las criaturas.
—Aww, miren a estos… —empezó a decir.
Pero su voz se apagó cuando los Abomigatos se envolvieron en llamas. Sus ojos adquirieron un brillo demoníaco, y de sus bocas surgieron colmillos afilados mientras gruñidos escalofriantes llenaban el aire. Sus patas se deformaron grotescamente, y de ellas emergieron garras largas y negras que arañaban el suelo con un chirrido aterrador.
—HISSS.
Amity sonrió aún más mientras observaba el pánico en sus enemigos. Entonces, con un grito enérgico y firme, ordenó:
—¡GALLETAS Y LECHE!
Los estudiantes de Glandus apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que las criaturas ardientes se lanzaran sobre ellos, desatando el caos. Los gruñidos, los gritos y el chisporroteo de las llamas llenaron el parque, mientras Luz y Camille se encogían ante el espectáculo de violencia "felina-bominable".
.
.
.
—Jajajajajajajajaja.
Con su máscara de cráneo de caballo nuevamente cubriéndole el rostro, Luis soltaba risas incontrolables mientras las ruedas de la carreta crujían, resonando con cada tirón del monstruoso gusano ratón que la arrastraba. Matt, en el fondo, permanecía en silencio, su rostro ardiendo de vergüenza y temor. Lusine, completamente ajena a todo, se encontraba en un trance profundo, su cuerpo oscilando al ritmo de los sacudones de la carreta.
—Jajajajajaja, ¿de verás ella te soltó toa esa vaina de cantazo? ¿Y tú, tan "tirao", te la chupaste toa? ¿Pero dónde dejaste la cachaza, pelao? Jajajaaaaa.
Finalmente, llegaron a la Casa Búho. Luis dejó de reír y, con un tirón firme de las riendas, detuvo a la criatura.
—Aquí estamos —dijo, su tono más grave—. Espero que la vieja siga despierta.
