Nota:
hola a todo ahora eh podido traerles un capitulo muy pronto ya que eh estado mas inspirado que nunca, espero que les guste muy pronto tendra mas escenas interesantes, por cierto puede tener ecenas subidas de tono pero no tan detalladas, espero que sea de su agrado :) saludos
ya saben si ven errores haganmelo saber.
Juno miraba incrédula ante lo que tenía frente a ella. Su mente se negaba a comprenderlo, como si lo que veía no pudiera ser real. En cambio, Elias solo observaba con tranquilidad, sin sorpresa en su expresión.
—Bien, chicos, ahora lo saben. Soy un híbrido entre un humano y una bestia —dijo el padre con calma, como si estuviera anunciando algo trivial.
Elias parpadeó, impresionado por la revelación, pero su reacción no fue de asombro absoluto.
—Oh, entonces hay herbívoros humanos también. No lo sabía —comentó con curiosidad.
Juno, por su parte, oía, pero no reaccionaba. Su mente seguía intentando procesar lo que acababa de escuchar y ver. El padre miró a Elias, fijándose en su actitud.
—Oh… ¿Cómo es que no estás tan impresionado? —le preguntó con seriedad.
Elias sonrió, casi divertido por la pregunta.
—Bueno, de hecho, el ministro Hughes me mostró…
Antes de que pudiera terminar su frase, el padre se levantó bruscamente y lo tomó de los hombros, sobresaltándolo.
—¡Espera! ¿¡Hughes te mostró su rostro también!? ¿¡Cuándo te lo dijo!? —exclamó, sin poder creer que Elias ya supiera sobre el secreto.
Juno apenas lograba reaccionar, pero al ver la interacción entre ellos, su confusión solo creció. Su mente divagó por un instante. "¿Esto es una alucinación? No… esto es real", pensó.
Elias, sintiendo la tensión del momento, tragó saliva y respondió con cierta incomodidad.
—Bueno… digamos que mi hermana y mi nos secuestraron, y el ministro nos rescató junto a nuestros amigos…
El padre lo miró con incredulidad absoluta.
—¿¡Qué, los secuestraron!? ¿¡Cómo es que nadie sabe de esto!? —exclamó, alterado por la confesión.
Juno, aún sumido en su incredulidad, escuchaba lo que decía Elias y el padre. Su corazón se aceleró aún más.
"¿Qué? ¿El embajador humano también es uno de ellos?" pensó, sintiendo cómo su realidad se tambaleaba.
—El ministro Hughes no le contó a nadie… —explicó Elias, todavía sudando nervioso ante la insistencia del padre—. Dijo que podría generar problemas para nosotros si la información se filtraba.
El padre cerró los ojos por un momento, frunciendo el ceño.
—Ya veo… ¡Pero qué estaba pensando ese idiota! —exclamó, maldiciendo en voz baja.
Elias lo miraba, sorprendido por su reacción.
—¡Siempre sale con sus improvisaciones! Realmente no sé qué piensa al exponernos a todos… —añadió el padre, aún molesto con Hughes.
El ambiente estaba tenso. Juno y Elias se quedaron en silencio, sin saber qué responder.
El padre, dándose cuenta de la incomodidad de los chicos, tomó aire y dejó escapar un largo suspiro, relajando los hombros antes de volver a sentarse.
—Bueno… Lo importante es que tú y tu hermana están bien. En cuanto a esto… no le cuenten a nadie sobre nosotros, ¿entendido? —dijo con un tono más tranquilo.
Elias asintió sin dudar, pero Juno seguía mirándolo, aún sin poder creer lo que acababa de presenciar.
El padre notó su expresión y le dedicó una sonrisa amable.
—Lo siento por lo de hace un momento. Apenas me estoy enterando de esto… —dijo, tratando de calmarla.
Juno asintió lentamente, sin saber aún cómo sentirse al respecto.
—Bueno, hija mía, supongo que esta es tu primera vez viendo a un híbrido humano-bestia, ¿verdad? —preguntó con calma.
Juno asintió rápidamente.
—S-s-sí… —respondió con nerviosismo.
Elias notó cómo Juno se había olvidado por completo de lo sucedido momentos antes. Aunque todavía se veía algo alterada, parecía mucho más tranquila, lo que le dio cierto alivio.
—Bien, pues estás viendo a uno de los tantos que hay en esta isla. La mayoría nos mezclamos con la gente de aquí, mientras que otros prefieren quedarse ocultos —explicó el padre con la misma tranquilidad.
Juno lo escuchaba atentamente, aún sin poder creerlo del todo.
—¿H-h-hay más como usted…? ¡Creí que nos odiaban! ¿C-cómo es posible que ustedes puedan tener… hijos con nosotros? —exclamó con incredulidad, haciendo cada vez más preguntas, su mente luchando por procesar la revelación.
El padre mantuvo su expresión serena.
—Sí, hay muchos más como nosotros —respondió—. Mira, no es que los humanos odien a los bestiales por completo. En realidad, es el miedo lo que los impulsa… el temor a que vuelva a suceder lo que pasó en el pasado. Claro, hay quienes nos odian realmente, pero también hay quienes eligen vivir en paz con nosotros. Y sobre cómo podemos tener hijos con ustedes… pregúntatelo tú misma. Tú amas a Elias, ¿no?
Juno quedó en silencio. Sus pensamientos quedaron en blanco hasta que el hombre mencionó a Elias. En ese instante, todo volvió a su mente. Sus ojos se desviaron instintivamente hacia Elias, viendo el vendaje que cubría su antebrazo. La culpa la golpeó de nuevo, obligándola a apartar la mirada hacia el suelo.
—S-s-sí… ¡pero le hice daño… yo… yo tengo la culpa! —sollozó, bajando las orejas mientras su voz temblaba.
Elias la observó con preocupación. La veía hundirse cada vez más en su angustia.
—¡Estoy segura de que ahora me tienes miedo… ya no querrás estar cerca de mí… yo… yo…! —su voz se quebró en un llanto ahogado mientras se cubría el rostro con las manos.
Pero antes de que pudiera continuar, sintió un calor envolviéndola.
Quitó lentamente sus manos de su rostro, con los ojos empañados, y vio a Elias abrazándola con firmeza.
—Ya tranquila, Juno. No te tendré miedo ni te culpo por lo que hiciste. Eso no hará que me aleje de ti, ¿sí? —dijo Elias con voz calmada, intentando reconfortarla.
—¡Pero yo… pero yo…! —sollozó Juno, aferrándose a su camisa.
Elias la estrechó aún más contra él, y Juno, en lugar de resistirse, se dejó hundir en ese abrazo, entendiendo que él realmente no la culpaba. Sus lágrimas siguieron cayendo, pero poco a poco su cuerpo tembloroso se relajó.
El padre observaba la escena en silencio hasta que habló.
—Por lo que veo, ya se ve más tranquila —comentó, llamando la atención de ambos.
Elias y Juno se separaron ligeramente para mirarlo.
—Escuchen, los dos. En especial tú, Elias —agregó con seriedad.
Elias asintió, al igual que Juno, quien aún intentaba secarse las lágrimas.
—Si van a permanecer juntos, ella tendrá que someterse a un entrenamiento especial —dijo el padre con firmeza.
—Sí, de hecho, el ministro Hughes me lo mencionó, porque también entrenará al novio de mi hermana —respondió Elias con naturalidad mientras seguía abrazando a Juno.
El padre lo miró, incrédulo.
—¡Espera! ¿¡Tu hermana también está saliendo con una bestia!? —preguntó con sorpresa.
Elias asintió con cierta incomodidad.
—Sí… Creo que debí empezar por ahí —admitió con una risa nerviosa.
—Ahhh… —exhaló el padre con cansancio, llevándose una mano al rostro—. Bueno, supongo que era algo de esperarse.
Tras soltar un suspiro profundo, bajó la mano y los miró a ambos con seriedad.
—Pero supongo que Hughes no te dijo en qué consiste el entrenamiento, ¿verdad?
Elias negó con la cabeza.
—Bueno, es un proceso simple, pero al mismo tiempo complicado. Dependiendo de la especie, el periodo en el que logran dominar sus instintos puede variar —explicó el padre con calma.
Elias y Juno lo escuchaban con atención.
—Verán, el método consiste en dejar a la persona que estará con la bestia a solas con ella en una habitación —dijo con seriedad.
Juno se sonrojó un poco al escuchar eso, y Elias sintió un ligero escalofrío, pero el padre aún no terminaba.
—La segunda parte es la más difícil —continuó—. Pondrán carne dentro de la habitación junto con ustedes dos, para que ella pierda un poco el control debido a sus instintos.
Juno lo miró atónita, mientras que Elias frunció el ceño, escéptico.
—¿Eso realmente funciona? —preguntó, dudoso.
El padre asintió.
—Sí, pero lo más importante es que la otra persona esté presente. Ahora, digamos que lo hacen ustedes dos… Tú, Elias, deberás controlar a Juno y lograr que te obedezca —explicó con seriedad.
Juno y Elias intercambiaron una mirada confusa.
—Espere, padre… ¿Cómo que me obedezca? —preguntó Elias, confundido. Juno escuchaba con atención.
—Verás, Elias, supongo que ella no es un lobo puro por lo que veo en sus orejas, ¿verdad? —dijo el padre, mirando a Juno.
Ella asintió lentamente.
—Bueno, eso lo hará aún más fácil —añadió el padre con tranquilidad.
Elias no entendía.
—¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido.
El padre lo miró con calma.
—Mira, Elias, ¿recuerdas que los perros son descendientes de los lobos?
Elias asintió.
—Bien. Como ella no es un lobo puro, tiene algunas características similares a las de un perro. Es decir, puede obedecer sin cuestionar lo que le pidas, pero para ello, necesita verte como alguien a quien deba obedecer. Sé que suena extraño, pero es parte de sus instintos. Por eso dije que en algunas especies el tiempo para dominar su instinto varía —explicó el padre con seriedad.
Juno y Elias comenzaron a comprenderlo.
—Bueno… lo puedo hacer, pero suena muy extraño… eso de que me obedezca —dijo Elias, un poco avergonzado.
Juno lo miró y también se sonrojó.
El padre observó sus reacciones y rió suavemente.
—Tranquilos, es algo por lo que la mayoría ha pasado, así que no tienen por qué avergonzarse —dijo con una sonrisa.
Juno levantó la vista.
—Entonces… si me someto a ese entrenamiento, ¿podré estar con Elias? —preguntó tímidamente.
El padre la miró fijamente.
—Sí, pero ambos deben estar comprometidos a hacerlo si realmente quieren estar juntos —respondió con tranquilidad.
Juno asintió, al igual que Elias.
—Bien, entonces será mejor que le avise a Hughes pronto —dijo el padre, pensativo. Luego, miró a Juno y le dedicó una expresión comprensiva—. Por cierto, Juno, no te preocupes por lo que pasó. Era algo que podía ocurrir en cualquier momento, así que no te culpes. Y si te preocupa lo que le hiciste a Elias, es algo bastante común, no es grave, así que no te atormentes por ello.
Juno asintió tímidamente, aunque aún sentía un poco de culpa.
—Me alegra que lo entiendas —añadió el padre con una sonrisa.
Se levantó de su silla y miró a Elias.
—Elias, dame tu camisa. Hay que limpiar la mancha de sangre.
Elias asintió y se separó de Juno para ponerse de pie y quitársela. Juno no pudo evitar mirarlo, y cuando el padre notó su expresión, habló.
—Juno, ven conmigo para que puedas limpiarte mejor.
Juno reaccionó de inmediato, sobresaltada.
—S-s-sí, voy —respondió, avergonzada por sus propios pensamientos.
Se levantó y siguió al padre hasta el lavabo de la habitación.
—Bien, límpiate —indicó él.
Juno asintió y abrió la llave, inclinándose para lavar la sangre de Elias que aún quedaba en su boca. Cuando terminó, el padre le entregó una pequeña toalla.
—Toma, sécate y vuelve con Elias.
Juno obedeció, secándose con cuidado. Una vez lista, regresó junto a Elias, quien seguía sentado. Sin decir nada, tomó asiento a su lado.
Ambos permanecían en silencio. Juno, sin darse cuenta, miraba de reojo a Elias, incapaz de apartar la vista de él. Se esforzaba por no hacerlo notar, pero su atención estaba completamente en él… hasta que Elias rompió el silencio.
—Oye, ya te ves mejor —dijo con naturalidad.
Juno se sobresaltó ligeramente y trató de desviar la mirada.
—S-s-sí… gracias por reconfortarme —respondió con vergüenza, evitando mirarlo directamente, aunque no podía evitar seguir observándolo de reojo.
Elias le sonrió con amabilidad.
—Puedes estar tranquila, no le diré nada a mis padres sobre esto. Y si preguntan, solo diremos que me caí y me raspé cerca de la catedral, ¿sí? —dijo con un tono ligero, intentando relajar el ambiente.
Juno asintió, aún avergonzada. Elias notó su incomodidad y se inclinó un poco más hacia ella.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
—N-n-n-no, no es nada… —respondió Juno tartamudeando, sintiendo su corazón en la garganta.
Elias la observó por un momento antes de soltar una pequeña risa.
—Bueno, me alegra que estés bien. Sabes, cuando me besaste me sorprendió un poco… nunca pensé que le gustaría a alguien tanto como para hacer eso —dijo con un leve rubor en sus mejillas.
Juno sintió que su rostro ardía al recordar lo que había hecho. Su mente gritaba que debía escapar, pero sus pies no se movían.
—Pero sabes… tu beso fue muy dulce —agregó Elias, con una sonrisa sincera.
Juno ya no podía más. Se llevó las manos al rostro, ocultándolo de la vergüenza. Pero antes de que pudiera reaccionar, sintió el calor del cuerpo de Elias rodeándola en un abrazo. Su corazón se aceleró aún más.
—E-e-e-Elias… —susurró tímidamente, sintiendo su respiración entrecortada.
Podía percibir el calor de su piel y el suave aroma que lo rodeaba. Su cola se movía involuntariamente, delatando sus emociones. Finalmente, levantó la mirada y vio que Elias le sonreía con dulzura.
—Te ves muy bonita cuando te avergüenzas —dijo con tranquilidad.
Juno lo miró, completamente perdida en su expresión, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía… hasta que una tos forzada los sacó de golpe de su burbuja.
—Ugh, ugh… —El sonido los hizo voltear de inmediato.
El padre los observaba con una ceja levantada y los brazos cruzados.
—¡Qué pecaminosos son ustedes dos! ¡Debería castigarlos a ambos! —exclamó con severidad.
Elias y Juno se separaron rápidamente, recordando de golpe que no estaban solos. Elías carraspeó, intentando recomponerse, mientras Juno deseaba hundirse en el suelo de la vergüenza.
El padre miró a Elias con un suspiro y le tendió su camisa.
—Toma, ya eliminé la mancha —dijo con tono seco.
—Gracias… —murmuró Elias, poniéndosela de nuevo rápidamente.
El padre se sentó en su silla y los miró con una expresión seria.
—Solo les diré una cosa, no se emocionen demasiado. Sé que sus hormonas adolescentes los alborotan, pero traten de controlarse un poco. No querrán que otro incidente como el de hace un rato vuelva a pasar, ¿verdad?
Elias y Juno asintieron rápidamente, con el rostro completamente rojo, sin atreverse a decir una palabra más.
—Bien, y te lo digo en especial a ti, Elias. Debes ser más cuidadoso, ¿está bien? —dijo el padre con seriedad, mirándolo fijamente.
—Sí, padre, tendré cuidado —respondió Elias, algo nervioso.
El padre lo miró con escepticismo.
—Espero que lo cumplas. Si no, no podrás estar con ella, ¿entiendes? Cuando haga su entrenamiento, tal vez puedan estar más tranquilos. Por ahora, trata de controlarte —advirtió con firmeza.
Elias asintió, comprendiendo la advertencia.
—Bien, creo que es hora de que se vayan. Estoy seguro de que tu madre y tu padre deben de estar preocupados porque no han regresado —dijo el padre finalmente, levantándose. Tomó su máscara y se la colocó de nuevo, al igual que su capucha, ocultando sus orejas.
—Vamos afuera para que puedan volver —añadió, girando hacia la puerta y quitando el candado.
Los tres salieron al pasillo de la catedral y regresaron por el mismo camino por el que habían entrado. El padre los acompañó hasta donde estaba la bicicleta y los guió hasta la entrada.
—Bien, vayan con cuidado los dos —dijo con tranquilidad.
Elias y Juno asintieron.
—Sí, padre. Muchas gracias por atenderme —respondió Elias con gratitud.
—Solo recuerda lo que te dije, Elias, ¿sí? —insistió el padre con seriedad.
—Sí, lo haré, padre —aseguró Elias con voz tranquila.
El padre asintió.
—Bien, los veré después —dijo finalmente, despidiéndose.
Elias y Juno también se despidieron antes de que Elias comenzara a pedalear. El padre los observó alejarse y les hizo un gesto de despedida con la mano. Juno también agitó la suya antes de que la distancia los separara por completo.
El padre dejó escapar un suspiro cansado.
—Ahhhh... dios mío otra cosa de la que preocuparme —murmuró para sí mismo mientras se daba la vuelta y regresaba a la catedral.
La luz de la mañana golpeaba el rostro de Sakane, pero ella seguía sumida en su sueño, sin despertar. En su mente, la escena era vívida y aterradora, estaba rodeada de humanos con máscaras y uniformes militares, todos armados, observándola con mirada fría.
—¡Esperen, no fue mi intención! —exclamó, nerviosa y asustada.
Uno de los soldados se acercó y le colocó unas esposas en las muñecas con brusquedad.
—¡Por favor, no quise robar esa muestra, solo quería hacerle un análisis! —gritó con desesperación, pero sus palabras fueron ignoradas.
Sintió cómo la sujetaban por ambos brazos y la arrastraban fuera de la habitación. La luz exterior la golpeó de lleno, obligándola a entrecerrar los ojos. A su alrededor, una multitud de gente gritaba cosas ininteligibles, sus rostros ocultos tras máscaras sin expresión. Pero lo que más la aterrorizó fue la imponente guillotina que se alzaba en el centro del lugar.
—¡No, por favor! ¡Ayúdenme! ¡Por favor! —suplicó con lágrimas en los ojos, pero nadie reaccionó.
Su corazón latía frenéticamente cuando la obligaron a arrodillarse ante la máquina de ejecución. Se sacudió, intentó liberarse, pero era inútil. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras veía al verdugo sostener la cuerda. Miró hacia arriba y vio la hoja alzarse.
Cuando la cuerda fue soltada, cerró los ojos con fuerza, esperando el impacto fatal.
Pero en lugar de eso, un sonido seco la sobresaltó.
¡Toc, toc, toc!
Sakane se despertó de golpe, sentándose en la cama con el corazón aún palpitando por el miedo. Miró a su alrededor, desorientada y asustada, hasta que finalmente comprendió que solo había sido un sueño. Exhaló un suspiro de alivio.
Los golpes en la puerta se repitieron, haciéndola saltar levemente.
—¡Voy! —dijo apresuradamente, poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta.
Al abrirla, se encontró con Rolande, quien la observaba con su habitual expresión seria.
—Señorita Sakane, el desayuno está casi listo. Espero que se prepare —informó con voz tranquila.
Sakane sonrió, aunque de inmediato se dio cuenta de que aún estaba en pijama.
—Ah, sí, claro. Enseguida me preparo, gracias —respondió, forzando una sonrisa nerviosa.
Rolande asintió con una leve reverencia.
—Sí, señorita. No tarde, el señor Félix los está esperando —dijo antes de retirarse.
Sakane cerró la puerta y suspiró, llevándose una mano al pecho mientras trataba de calmarse. Todavía podía sentir el eco de la pesadilla en su mente.
—Ahhh… —Sakane suspiró con alivio—. Solo fue un sueño… —murmuró, sintiéndose tranquila al darse cuenta de que su pesadilla había terminado.
Se sentó en la cama por un momento, tratando de sacudirse la sensación desagradable que le había dejado el sueño. Luego, respiró hondo y se estiró.
—Bien, creo que es hora de prepararse —se dijo a sí misma mientras comenzaba a alistarse.
Después de cambiarse, salió de la habitación con una camisa blanca de manga larga y una falda larga azul marino. Caminó por los pasillos hasta llegar al comedor. Al abrir la puerta, vio a Gouhin, Else y Gon sentados, conversando entre ellos, mientras que Félix hablaba con Gauthier. En cuanto entró, todos voltearon a verla por un instante, lo que la hizo sentir nerviosa.
—H-h-h-hola, buenos días —saludó Sakane con una sonrisa algo temblorosa mientras se dirigía a tomar asiento.
Al hacerlo, notó a Gouhin disfrutando de un té.
—Buenos días —dijo Sakane, llamando sin querer la atención del panda, quien tomaba un sorbo de su bebida. Él la miró con calma.
—Buenos días. Te ves un poco nerviosa… ¿sucedió algo? —preguntó, dejando su taza sobre el plato.
Sakane bajó la mirada, recordando su pesadilla.
—N-n-n-no, nada… solo un mal sueño —respondió con un suspiro cansado.
—Mmh… ya veo —murmuró Gouhin, pensativo—. Por cierto, ¿iremos a la biblioteca hoy también?
—S-sí —respondió Sakane, ya más relajada—. Quería leer algunos otros libros sobre la fauna local, a ver si encuentro algo interesante.
Ambos continuaron conversando tranquilamente hasta que la voz de Félix se elevó sobre el murmullo del comedor.
—¡Bueno, quisiera un poco de su atención, por favor! —exclamó con tranquilidad mientras se ponía de pie.
Todos voltearon a mirarlo.
—Bien, hoy tengo planeado algo muy especial para ustedes. Iremos a la hermosa Fleur Valensole, a disfrutar un poco del aire libre —anunció Félix con una sonrisa.
Else, Gon, Gouhin y Sakane se miraron entre sí, algo confundidos.
—Ahhh… ¿qué es… Fle… Fleur…? —Else intentó pronunciar el nombre, pero se le dificultaba. Félix sonrió con paciencia.
—No se preocupe, embajadora Else. Es un campo de flores no muy lejos de aquí, pertenece a mi familia. Quería invitarlos a pasar un rato allí para que conozcan parte de nuestro país y se relajen un poco —explicó con tranquilidad.
Los presentes intercambiaron miradas nerviosas, pero podían notar que Félix hablaba con sinceridad. Realmente quería que fueran.
—Ahhh… ya veo… claro, claro que iremos —respondió Else con una risa nerviosa.
Todos la miraron incrédulos, pero no podían rechazar la invitación. Después de todo, eran huéspedes en la casa.
Félix sonrió satisfecho.
—Bien, iremos después del desayuno —anunció alegremente mientras volvía a sentarse y hablaba con Gauthier para que trajera la comida.
Gon se acercó a Else y le susurró con frustración.
—¡¿Qué?! ¿Por qué dijiste eso?
Else le devolvió una mirada nerviosa.
—¡¿Qué más podía decir?! Solo somos invitados aquí… —susurró en respuesta.
Félix, notando el pequeño alboroto, desvió la mirada hacia ellos con curiosidad.
—¿Sucede algo, embajadora Else? —preguntó con su tono usualmente tranquilo.
Else y Gon se tensaron. Ella reaccionó rápidamente, forzando una sonrisa.
—Ah… no, solo me preguntaba… ¿Por qué el embajador Hughes no está aquí? ¿O vendrá con nosotros? —preguntó con fingida calma, aunque todos en la mesa notaron su nerviosismo.
Félix no pareció inmutarse.
—Ahhh, el ministro Hughes tuvo que salir por un evento urgente —explicó con naturalidad—. Pero no se preocupe, embajadora. Mis guardias nos cuidarán, así que no hay nada de qué temer.
Aunque sus palabras eran tranquilas, el ambiente se volvió un poco tenso. Else y los demás sintieron una leve inquietud, pero entendieron que, después de todo, el embajador tenía responsabilidades que atender.
Else asintió levemente, aún algo nerviosa.
—Bien, supongo que su asunto era muy importante —respondió con cautela.
—Sí, a veces puede tener mucha carga de trabajo, pero descuide, embajadora. Tal vez vuelva más tarde para unírsenos —dijo Félix con una sonrisa amable.
Justo en ese momento, Gauthier entró con la comida, y los sirvientes comenzaron a servir los platos a cada uno de los presentes, quienes agradecieron con cortesía.
—¡Bien, comamos! —exclamó Félix con entusiasmo.
Todos asintieron y comenzaron a comer en silencio. El desayuno transcurría tranquilamente hasta que Félix habló de nuevo, llamando la atención de dos de los presentes.
—Señorita Sakane y Dr. Gouhin —dijo, mirando a ambos con interés.
Los dos lo observaron de inmediato.
—¿Encontraron algo interesante en mi biblioteca que les pueda servir? —preguntó con tranquilidad.
Sakane, quien en ese momento sostenía un bocado con el tenedor, lo dejó caer torpemente sobre el plato al escuchar la pregunta. Su nerviosismo era evidente. Por otro lado, Gouhin se mantuvo impasible, su rostro difícil de leer.
—S-s-sí… de hecho, encontré muy interesante la evolución de los humanos —respondió Sakane, sintiendo que su propia boca la traicionaba.
Gouhin, notando su inquietud, le dio una pequeña patada bajo la mesa, instándola a calmarse.
—Oh, ya veo. ¿Realmente le interesa aprender sobre nosotros? —preguntó Félix con una sonrisa.
—Sí… de hecho, quería estudiar más a los humanos. Me interesa su fisiología y su forma de ser, ya que no tenemos mucha información sobre ustedes —respondió Sakane aún nerviosa. Si pudiera sudar como los humanos, lo haría en ese momento.
Félix la miró con calma, tomando un sorbo de su bebida antes de responder.
—Mmm… nunca creí que hubiera personas tan interesadas en nosotros en un mundo dominado por bestias —comentó con serenidad.
Sakane lo miraba inquieta. Sin pensar demasiado en lo que decía, dejó salir una pregunta impulsiva.
—Me encantaría saber más sobre ustedes. Como… ¿es cierto que tienen cultos y se reúnen para hacer sacrificios?
Else, Gon y Gouhin se tensaron de inmediato. La pregunta los tomó por sorpresa, y la posibilidad de que aquello fuera un insulto los preocupó.
Todos miraron a Félix, quien en ese instante estaba tomando su té. En cuanto escuchó la pregunta, escupió la bebida repentinamente salpicando su cara, provocando que los demás se sobresaltaran.
Con calma, dejó la taza sobre el plato, tomó su servilleta y se limpió con cuidado. Sakane observaba con el corazón acelerado, temiendo que su comentario pudiera haber sido un insulto grave.
Félix permaneció con los ojos cerrados por unos segundos, con una expresión inescrutable… hasta que una sonrisa empezó a formarse en su rostro. De repente, rompió en carcajadas.
—¡Ahahahah! —rió con fuerza, sorprendiendo a todos los presentes.
La sala quedó en silencio, con los demás observándolo atónitos. Nadie esperaba esa reacción.
Félix finalmente se recompuso, recuperando el aliento, aunque aún sonreía.
—Ah… señorita Sakane, ¿quién le dijo eso? ¡Nosotros no hacemos sacrificios ni nada por el estilo! Creo que alguien debió confundir lo que hacemos en las iglesias con miedo e ignorancia —dijo, todavía con una risa ligera en la voz.
Los demás seguían sin palabras, sin poder creer la respuesta.
—¿E-entonces no hacen eso? —preguntó Sakane, más calmada pero aún curiosa.
—No, claro que no. Es un lugar al que la gente va a rezar y, a veces, a pedir bendiciones para ellos o sus seres queridos —respondió Félix tranquilamente con una sonrisa. Todos entendieron que no era un tema que lo incomodara.
—¿Rezar? ¿Como en un santuario? —preguntó Sakane con curiosidad.
Félix la miró con interés.
—Sí, es algo parecido a un santuario. Me sorprende que sepa de ellos, señorita —dijo Félix alegremente.
Sakane movió la cola con entusiasmo.
—Ah, sí. Desde niña iba con mi madre a uno para pedir buena suerte —respondió con una sonrisa.
—Ya veo, no somos tan diferentes después de todo. Compartimos muchas cosas de interés. Dígame, señorita Sakane, ¿le gustaría aprender más sobre nuestra cultura humana y nuestras costumbres?
Los ojos de Sakane brillaron con entusiasmo.
—¡Sí, realmente me interesaría! —respondió casi levantándose de su silla.
Gouhin y los demás la miraron sorprendidos por su repentino cambio de actitud.
—¡Bien! Más tarde le mostraré mi colección privada de libros —dijo Félix tranquilamente.
Sakane asintió emocionada y continuó comiendo, mientras que Gouhin, Else y Gon intercambiaban miradas incrédulas ante el giro inesperado de la conversación.
—Entonces, señor Félix, ¿qué otras cosas interesantes hay en esta ciudad? —preguntó Else, cambiando de tema.
Félix la miró antes de responder:
—Oh, bueno, hay muchos lugares. Está la plaza central, la catedral, el mirador de la colina de Ainthen, el casco antiguo de la costa y, además, creo que pronto habrá un festival de verano.
Todos escuchaban con atención, en especial al oír sobre el festival.
—¿También hacen festivales? —preguntó Sakane con curiosidad, haciendo que todos voltearan a verla.
—Sí. De hecho, se celebra el inicio del verano y el cambio de estación. Muchas personas sueltan lámparas flotantes en los ríos, que se deshacen en el agua al llegar al mar. Deberían verlo, seguro les gustaría —explicó Félix con alegría.
Sakane lo escuchaba con emoción, mientras los demás mostraban un creciente interés.
—Oh, suena interesante. Me encantaría verlo —dijo Else con una sonrisa.
—Sí, realmente suena fascinante. No sabía que los humanos tuvieran celebraciones de este tipo —comentó Gon, intrigado por sus costumbres.
Gouhin, por su parte, permanecía en silencio, sumido en sus pensamientos. "Interesante... realmente no son tan diferentes de nosotros. Después de todo, Hughes tenía razón: los humanos son iguales a nosotros. Solo me pregunto dónde debe estar ese loco ahora mismo..."
Justo en ese momento, Hughes estornudó dentro del auto.
—Salud, señor —dijo Geruft.
Hughes se limpió con un pañuelo.
—Gracias —respondió tranquilamente, mientras Mei conducía a toda velocidad por la carretera.
Al terminar de limpiarse, Hughes miró a sus acompañantes.
—Bien, díganme, ¿por qué la llamada tan urgente desde la central? ¿Sucedió algo? —preguntó con seriedad.
Mei, quien había recibido la llamada, respondió.
—Se nos informó que la mayor Alice necesita su presencia para mostrarle algo.
Hughes entrecerró los ojos. Conocía la hermana de Mei y sabía que ella nunca solicitaría su presencia a menos que fuera algo grave. Geruft también compartía la misma suposición.
—Además —continuó Geruft—, nos informaron que encontraron algo en las instalaciones enemigas. También se ha decidido reforzar la seguridad de la ciudad de Ainthen debido a la sospecha de que hay insurgentes en la zona por la llegada de la embajadora.
Hughes lo escuchaba atentamente.
—Y también en la ciudad oculta de Auriteaux. No nos dieron detalles, pues creen que las líneas podrían estar siendo interceptadas por el enemigo —agregó Geruft.
Hughes miró al frente del auto, con una expresión seria y pensativa.
—Debe ser algo grave si reforzaron la seguridad, especialmente en Auriteaux. Solo espero que no sean malas noticias, ya tengo suficiente con evitar una nueva guerra entre la humanidad y las bestias —dijo Hughes, cansado de toda la situación.
—Lo sé, señor, pero si no lo hacemos, ¿quién más lo evitará? —respondió Mei mientras seguía manejando.
Hughes se recostó en el asiento trasero, suspirando.
—Sí, lo sé. Después de todo, me adjudiqué esa responsabilidad para proteger la seguridad de los humanos y bestias que viven aquí, así como la de los que están afuera —afirmó seriamente.
—Ojalá nos dieran más días libres —bromeó Geruft, tratando de relajar el ambiente.
—Sabes muy bien que no lo harán, pero debo admitir que sería algo que agradecería —respondió Hughes, dejando escapar una leve sonrisa. Aun así, no podía dejar de pensar en el informe y en qué podría ser tan grave como para solicitar su presencia.
Mei continuó conduciendo por la carretera hasta que finalmente llegaron a Balthioul. Desaceleró al entrar a la ciudad, donde las calles variaban entre angostas y amplias. Condujo a través del área urbana, alejándose gradualmente del bullicio hasta llegar a las afueras, donde un puesto de control los esperaba.
Una valla de alambre rodeaba la zona, y un guardia salió de la caseta. Su rostro estaba cubierto por una máscara negra y llevaba un uniforme con un arma colgada al hombro. Mei bajó la ventana y le mostró las identificaciones. Tras reconocerlas, el guardia se hizo a un lado e hizo una señal para que abrieran la puerta.
Cuando la reja se deslizó, Mei avanzó por la carretera interior, pasando por cuarteles y otros edificios. El complejo era vasto, con vehículos militares estacionados en varios puntos. De repente, un estruendo resonó en el aire. Hughes miró por la ventana y vio cómo un avión de combate surcaba el cielo, rompiendo la barrera del sonido. Su expresión se llenó de asombro.
—Vaya, parece que la fuerza aérea tiene juguetes nuevos. Me pregunto si el chico que mencionó el comandante Klaus tuvo algo que ver en esto —comentó Hughes, siguiendo con la mirada al avión mientras realizaba maniobras acrobáticas.
Mei continuó hasta llegar a los edificios administrativos y estacionó el vehículo.
—Llegamos, señor —anunció Mei.
Hughes asintió y bajó del auto, seguido por Mei y Geruft. Mientras cerraban las puertas, alzaron la vista nuevamente para observar el avión volar a toda velocidad y lanzar bengalas luminosas.
—Increíble, miren con qué velocidad se mueve —dijo Geruft, impresionado.
Hughes y Mei asintieron, fascinados por el espectáculo aéreo. En ese momento, una voz enérgica llamó su atención.
—¡Ja, ja, ja! Es impresionante, ¿verdad? ¡Pronto tendremos cuarenta más de esos en nuestra flota! —exclamó la voz con entusiasmo.
Los tres voltearon y vieron a un hombre de mediana edad con cabello cobrizo cuidadosamente peinado, un bigote fino y ojos cafés. Su uniforme era similar al del comandante Klaus, aunque más elegante, y en su gorra destacaba una insignia con alas. Varias medallas colgaban de su pecho.
—Oh, es bueno verlo, comandante Jonathan Moreau —saludó Hughes con respeto.
—Vamos, ministro Hughes, no tiene que ser tan formal —respondió Jonathan, sonriendo amigablemente.
—Lo sé, comandante, pero hace tiempo que no vengo por aquí —contestó Hughes, devolviéndole la sonrisa.
Ambos volvieron la mirada al cielo, donde el avión seguía realizando acrobacias.
—Parece que sus muchachos se divierten con el nuevo avión —comentó Hughes.
—Sí, esa máquina es una maravilla. Nunca creí ver algo así en mi vida. Parece que tendremos que desarrollar nuevas tácticas para aprovechar su velocidad —dijo Jonathan con alegría, admirando el avión.
—Ya veo... Por cierto, comandante, se me informó que la mayor Alice estaría aquí —dijo Hughes, mirando de nuevo a Jonathan.
El comandante giró la cabeza, dispuesto a responder.
—Ah, sí, claro. Lo está esperando en el edificio principal. Vamos —dijo el comandante Jonathan, girándose para que lo siguieran.
Hughes, Geruft y Mei lo siguieron por el camino pavimentado, sombreado por algunos árboles. Al fondo, un gran edificio con varias ventanas se alzaba, con una placa en la entrada que indicaba el nombre de la base. A su lado, ondeaba una bandera y algunos arbustos florales decoraban el lugar.
La entrada se distinguía por dos puertas de cristal que dejaban ver el interior. Al cruzarlas, pasaron junto a la recepción, donde varios soldados custodiaban el área. Al ver al comandante, los soldados lo saludaron con respeto, extendiendo el gesto también hacia Hughes, quien caminaba con tranquilidad, seguido de Geruft y Mei.
Recorrieron el pasillo principal, flanqueado por varias puertas. Finalmente, al llegar al fondo, giraron a la derecha por un pasillo lleno de ventanas. Continuaron hasta detenerse frente a una puerta de madera. El comandante Jonathan la abrió y todos ingresaron a una amplia sala de reuniones, amueblada con bancas y mesas. Sobre una de ellas descansaba una caja, y al fondo, alguien esperaba pacientemente, sentada en una de las bancas.
Mei la reconoció de inmediato. Era su hermana, Alice.
—Vaya, tardaron. Cuando dije que era urgente, realmente lo decía —comentó Alice sin siquiera voltear a verlos.
Hughes y los demás la observaron con atención mientras ella se ponía de pie. Su uniforme de oficial impecable destacaba, aunque faltaba su gorra. Su expresión era tan seria como de costumbre. Mei la miró fijamente y, sin vacilar, se acercó hasta quedar frente a ella.
—Hola, hermanita. Me alegra verte en una pieza —dijo Alice, con su tono frío característico.
—Igualmente, herma… —Mei no pudo terminar la frase. Sus ojos se abrieron con sorpresa al sentir cómo su hermana la abrazaba.
Incluso Hughes, Geruft y el propio comandante se mostraron sorprendidos. Mei, sin saber cómo reaccionar, simplemente permaneció inmóvil.
—Puede que te odie, pero sigues siendo mi hermanita —añadió Alice, separándose de Mei.
Aún confundida, Mei la miró sin entender del todo. Entonces, Alice giró hacia Hughes, su mirada fría y penetrante intacta.
—No sabía que eras capaz de demostrar algo de amor —comentó Hughes, sonriendo con cierto tono burlón.
—Solo lo hago porque me preocupa lo que hay en esa caja —respondió Alice, señalando la caja sobre la mesa con una carpeta encima con el gesto de su pulgar.
Hughes y los demás intercambiaron miradas inquietas. La tensión en la sala era palpable.
—¿Por qué me llamó, mayor Alice? ¿Qué asunto es tan importante como para solicitar mi presencia? —preguntó Hughes, ahora con expresión seria.
Alice lo miró con su habitual mirada fría.
—Es algo que necesita ver, ministro, al igual que el comandante Jonathan. El comandante Klaus ya ha sido informado de la situación, junto con algunos altos mandos. Por esa razón se ha emitido la orden de reforzar la seguridad de varias ciudades —respondió Alice, manteniendo un tono firme.
Hughes y Jonathan intercambiaron una mirada, ambos comprendiendo la gravedad del asunto.
—Al igual que mi hermana y Geruft, usted debe estar informado. Esa es la razón por la que lo he llamado —añadió Alice con seriedad.
Con pasos firmes, Alice se acercó a la mesa donde descansaba la caja y la carpeta. La tomó con cuidado y la llevó frente a ellos, dejándola en el suelo antes de entregarle una carpeta a Hughes. Este la abrió, examinando los documentos con creciente inquietud.
Alice continuó.
—Durante el asalto al fuerte enemigo, descubrimos muchas cosas aparte del laboratorio secreto. De dónde provenía la sangre que usted encontró, ministro. Su origen es un experimento para crear súper soldados humanos. Sin embargo, no han tenido éxito. Identificamos que los frascos contenían un gen modificado, portador de un virus capaz de alterar la genética de su huésped.
Hughes la escuchaba con atención, su expresión endureciéndose.
—Al parecer, esos bastardos hijos de puta extraían el gen de la población. Pero, al no obtener suficiente material, comenzaron a… recurrir a otras fuentes —añadió Alice, haciendo una pausa que dejó un escalofrío en el ambiente.
El ministro Hughes sintió un nudo en el estómago. Jonathan, Geruft y Mei compartían su expresión de incredulidad ante semejantes atrocidades. Finalmente, Hughes rompió el silencio.
—¿Entonces cómo obtenían el resto del gen? —preguntó, con voz firme pero contenida.
Alice sostuvo su mirada antes de agacharse y abrir la caja. De su interior sacó un traje, extendiéndolo ante ellos.
—La otra fuente del gen está aquí —dijo con gravedad.
Hughes, Mei y Geruft observaron atónitos el traje que Alice sostenía. Era evidente que sus expresiones reflejaban tanto furia como impotencia. Jonathan, por su parte, comprendió de inmediato la magnitud del descubrimiento.
—Ellos extraen el gen restante de las bestias —continuó Alice—. No sabemos si provienen de la ciudad oculta o de la nación de las bestias. Lo único cierto es que hay más de estos trajes macabros. Encontramos una lista con el inventario de los trajes que poseían, pero falta uno.
La tensión en la sala se hizo palpable. Hughes cerró los ojos por un momento, conteniendo la furia que hervía dentro de él.
—¿Cuántos? —preguntó finalmente, sin apartar la mirada de Alice.
Ella respondió con voz firme.
—Encontramos setenta de ellos.
Hughes apretó los puños con fuerza, al igual que Geruft y Mei. La injusticia de lo que acababan de escuchar era insoportable.
—Creemos que planean usar el traje faltante para infiltrarse en su sociedad y provocar un ataque contra la nación de las bestias e iniciar una nueva guerra —concluyó Alice.
El peso de sus palabras cayó como una losa sobre todos los presentes. Hughes sabía que, si no actuaban con rapidez, las consecuencias serían catastróficas.
Alice entendía perfectamente cómo se sentían. Al igual que ellos, no podía evitar sentir una furia creciente por lo que había sucedido.
—Mayor Alice, ¿de qué era el traje faltante? —preguntó Hughes con tono serio.
Alice lo miró fijamente, respondiendo con igual seriedad.
—Era de un conejo manchado según el documento.
La mandíbula de Hughes se tensó.
—Esos bastardos pagarán por lo que hicieron —murmuró entre dientes, su voz impregnada de ira contenida—. Daré la orden para empezar a cazarlos.
Hughes miró a Alice. Ella asintió con comprensión, sabía bien cómo se sentía.
—Bien, me retiro. Geruft, Mei, vamos —ordenó Hughes con determinación.
Pero antes de que se marcharan, Alice lo interrumpió.
—Espere. Antes de que se vayan, quisiera hablar con mi hermana, señor.
Hughes la observó por un momento y luego asintió.
—Adelante.
Mei también miró a Hughes, quien le dio permiso con otro gesto afirmativo. Sin decir más, él, Geruft y el comandante Jonathan se retiraron, dejando a las hermanas solas.
Durante unos segundos, solo se miraron. Finalmente, Alice fue la primera en romper el silencio.
—Ah… Sé que no soy la mejor hermana del mundo, pero… ten cuidado, hermanita —dijo Alice, desviando la mirada.
Mei la observó con sorpresa. Era la primera vez que veía a su hermana mostrando un atisbo de empatía hacia ella. Sin dudarlo, se acercó y la abrazó.
—Lo tendré. Tú también, por favor, cuídate —respondió Mei con voz cálida.
Alice dudó por un instante. No sabía si debía corresponder al abrazo, pero al final lo hizo. Sus brazos rodearon a Mei, y por un breve momento sintió algo que no experimentaba desde hacía mucho tiempo, calidez.
—Sí… lo haré —murmuró Alice, esbozando una pequeña sonrisa.
Cuando se separaron, Mei dio media vuelta y salió de la habitación. Alice se quedó sola.
Miró sus propias manos, temblorosas. Era la primera vez en mucho tiempo que realmente se preocupaba por su hermana. Cerró los puños, y los recuerdos comenzaron a invadir su mente.
"Siempre te cuidaré, hermanita —recordó Alice, con la imagen de una versión más joven de sí misma sonriendo a Mei."
"¡Sí, hermana! —había respondido Mei con alegría."
Pero luego, los recuerdos se tornaron oscuros.
"¿Qué? ¿Qué le pasó a papá? —había preguntado Alice, su voz quebrada por el llanto."
La expresión de su madre lo decía todo. La pequeña Alice se negó a creerlo.
"¡No, no es cierto! ¡Papá, papá! —gritaba mientras su madre la abrazaba, intentando calmar su desconsuelo."
"A lo lejos, el cuerpo de su padre era arrojado al mar en un bote, hundiéndose en el olvido. Mei, también entre lágrimas, lloraba aferrada a su otra madre."
"¿Hermana? ¿Jugamos? —había dicho Mei una vez, con su eterna inocencia."
"¡No me toques, bestia asquerosa! ¡Es tu culpa que papá se haya ido, es tu culpa! —le gritó Alice, empujándola antes de salir corriendo."
El peso de aquellos recuerdos la golpeó como una ola. Se llevó una mano al rostro, limpiándose las lágrimas que amenazaban con caer.
—Soy una idiota, hermanita siempre lo he sido… —susurró para sí misma, con el pecho oprimido por la culpa.
Elias llegaba a casa con Juno en la bicicleta. Durante todo el camino permanecieron en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Al llegar, ambos bajaron, y Elias acomodó la bicicleta con cuidado antes de tomar las cosas que su madre le había pedido de la canasta. Justo cuando estaba por avanzar hacia la casa, volteó para mirar a Juno.
—Bien, vamos adentro —dijo Elias con una sonrisa amigable.
Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, Juno lo detuvo con una expresión de preocupación.
—Espera —murmuró, su voz cargada de culpa.
Elias la miró con ternura, notando la inquietud en sus ojos.
—No te preocupes, Juno. No les diré nada, así que puedes estar tranquila —dijo él con suavidad, tratando de aliviar su ansiedad.
Juno asintió lentamente, aunque su preocupación persistía. Al notarlo, Elias, sin pensarlo demasiado, se acercó a ella y le dio un beso rápido en la mejilla. Juno sintió cómo el calor subía a su rostro, encendiéndolo de vergüenza. Elias, ligeramente sonrojado, trató de disimular su nerviosismo.
—¡Bien, vamos! —dijo, intentando sonar animado.
Juno asintió tímidamente, siguiendo a Elias mientras ambos entraban a la casa. Apenas cruzaron la puerta, la madre de Elias los esperaba en el pasillo, de brazos cruzados y con una expresión de clara molestia.
—¡¿Dónde estabas, Elias?! ¡Te hemos estado esperando por dos horas! —exclamó ella, su voz resonando por la casa.
Elias sonrió nervioso, sintiendo el peso de la reprimenda. Desde la puerta del comedor, varios de los chicos asomaban la cabeza para curiosear por los gritos, incluida María, que los observaba con cierta preocupación.
—Solo me tardé un poco por… —Elias intentó excusarse, pero fue interrumpido por la mirada inquisitiva de su madre, quien notó enseguida la camisa rota del antebrazo.
—¿¡Qué le pasó a tu camisa!? —preguntó ella, acercándose rápidamente y tomando a Elias del brazo.
Juno sintió que los nervios la envolvían, temerosa de que la verdad saliera a la luz. Elias, por su parte, mantenía su sonrisa nerviosa.
—Solo me caí. Le estaba mostrando un poco la ciudad a Juno y fuimos a la catedral —respondió él con aparente tranquilidad.
La madre de Elias examinó los agujeros en la tela y luego se fijó en el vendaje que asomaba bajo la manga de su camisa. Con gesto preocupado, levantó la tela para observar mejor.
—¿Y esto? —preguntó, su tono suavizado por la inquietud.
—Como te dije, mamá, me caí en la catedral mientras pedaleaba y me raspe. El padre Aaron me curó, así que estoy bien —dijo Elias, intentando sonar convincente.
Juno permanecía en silencio, con el corazón latiendo con fuerza mientras esperaba que la madre de Elias no hiciera más preguntas. Finalmente, la expresión de preocupación en el rostro de la mujer pareció ceder ligeramente.
—Está bien… Pero la próxima vez, ten más cuidado —dijo con un suspiro, aunque aún sin soltar del todo su molestia.
Elias asintió rápidamente, aliviado de haber salido del aprieto. Juno también dejó escapar un pequeño suspiro, agradecida de que la conversación no hubiera ido más allá.
—¿No te rompiste algo? —preguntó la madre de Elias, mientras lo miraba con atención.
—No, mamá. Solo me caí —respondió Elias, tratando de sonar convincente—. Por suerte, Juno no estaba conmigo en la bicicleta.
Elias mintió sin titubear, pero Juno, a su lado, no pudo evitar bajar la mirada. La culpa la envolvía como una sombra, y aunque sus labios permanecían sellados, la culpa la que carcomía era evidente en sus ojos.
La madre de Elias suspiró, aliviada.
—Ahhh... Ven, vamos a comer. Todos están esperando —dijo, relajándose un poco mientras recogía la bolsa con las cosas que le había encargado.
Elias le sonrió y asintió. Justo cuando su madre giró para dirigirse al comedor, notó que todos los demás los miraban. Incluso el padre de Elias, con expresión inquisitiva, estaba atento. Pero en cuanto la madre de Elias les dirigió una mirada, todos volvieron al comedor.
Elias soltó una leve sonrisa ante la escena, mientras Juno seguía visiblemente preocupada. Al notarlo, Elias le dedicó una sonrisa tranquila. Ella asintió, sin decir nada, y ambos comenzaron a moverse hacia el comedor.
Al entrar, tomaron asiento en los lugares disponibles. Juno se sentó al lado de Legoshi, mientras Elias se acomodaba cerca de su madre. La mesa se llenaba de voces y risas, los demás comían y platicaban alegremente. Haru y María conversaban con entusiasmo, y parecía que el ambiente poco a poco se relajaba.
Sin embargo, Juno apenas tocaba su comida. Cada bocado era lento, casi forzado. La sensación metálica en su boca aún persistía en su memoria. El sabor de la sangre de Elias seguía atormentándola.
Legoshi, sentado a su lado, no pudo evitar notarlo.
"¿Estará bien Juno? La noto extraña desde que llegó."
Mientras seguía comiendo, el instinto de Legoshi se agudizó. El olor de la comida estaba presente, pero algo más llamó su atención. Un aroma peculiar, metálico y penetrante. Sangre.
Su olfato lo guió con precisión. El olor provenía de Juno. "¿Por qué huele a sangre?" Al fijarse más detenidamente, sus ojos notaron una pequeña mancha de sangre en el cuello de su camisa.
"¿De quién es esa sangre?"
La alarma comenzó a apoderarse de él. Giró levemente la vista hacia Elias y vio la herida en su brazo. La conexión fue inmediata.
"¡Espera! No me digas que Juno... ¿atacó a Elias? ¿Qué fue lo que pasó entre ellos dos?"
Las preguntas lo asaltaban una tras otra. El desconcierto lo mantenía en vilo, mientras intentaba mantener la compostura. Pero su mente no dejaba de buscar respuestas. Y la verdad, tarde o temprano, saldría a la luz.
—Legoshi —lo llamó Bill con tranquilidad.
Legoshi volteó rápidamente, fijando su mirada en él.
—¿Qué? —preguntó, notando el tono serio de Bill.
—Nos preguntábamos… sobre lo que sucedió con Tem —dijo Bill en voz baja, lo suficiente como para que solo ellos lo escucharan.
Legoshi lo miró con expresión seria.
—¿Por qué vienes con esa pregunta ahora? —respondió, manteniendo la mirada fija en él.
—Ah, no es nada. Solo curiosidad sobre qué piensas tú al respecto —contestó Bill con aparente calma.
Legoshi lo observó en silencio por unos segundos, pensativo.
—Bueno… a decir verdad, no lo he pensado mucho. Pero… tal vez fue alguien de nuestro club —opinó finalmente.
—¿Eso crees? —dijo Bill, sorprendido.
Tao y Aoba, que también escuchaban la conversación, intercambiaron miradas.
—No creerás que… ¿alguno de nosotros fue el responsable? —dijo Bill, sintiendo la acusación implícita en las palabras de Legoshi.
—Bueno, sabiendo cómo eres, yo sospecharía de ti —intervino Aoba, llamando la atención de los tres.
—¡Vamos, no sería capaz de hacer algo como eso! —exclamó Bill, claramente ofendido—. Además, nunca le haría algo así a un herbívoro o a un amigo. No… no podría vivir con la culpa… todavía siento un poco por lo que hice aquel día en el… mercado negro.
Legoshi continuaba mirándolos con una expresión pensativa.
—No creo que ninguno de ustedes haya sido —afirmó, atrayendo la atención de los tres.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Bill, con evidente curiosidad.
—Bueno… están aquí con nosotros, al igual que los demás. Elías y María realmente confían en nosotros como para permitirnos estar con ellos. Si pensaran de otra manera, no nos habrían dejado venir. Lo mismo aplica para el embajador humano, ¿no lo creen? —explicó Legoshi con tono serio.
Los tres lo miraron, reflexionando sobre sus palabras.
—Bueno, creo que tienes un buen punto —dijo Aoba, bajando la mirada hacia su comida—. Yo tampoco sería capaz de hacer algo como eso.
—Sí, yo igual. Pero… ¿quién podría haber sido capaz? —comentó Tao, pensativo.
Legoshi observó a los tres con cierta preocupación.
—Solo somos unos cuantos carnívoros en el club. Y, siendo sincero, no creo que ninguno de ustedes tuviera la fuerza suficiente para doblar un par de puertas de metal así —dijo Legoshi, recordando el lugar donde encontraron a Tem.
Sus palabras dejaron a los otros tres en un incómodo silencio, mientras reflexionaban sobre la aterradora realidad de lo que había ocurrido.
—¿Entonces quién crees que haya sido? —preguntó Aoba, con evidente curiosidad.
Legoshi lo miró con calma antes de responder.
—No realmente… pero, sea quien fuese, tenía mucha fuerza —dijo, tomando un bocado de su comida.
Los demás guardaron silencio, reflexionando sobre las palabras de Legoshi. La incertidumbre pesaba en el aire.
—Pero bueno, sería mejor disfrutar del día. Sacar conclusiones incompletas no nos servirá de nada —dijo Aoba, tratando de aliviar la tensión.
—Sí, creo que sería lo mejor —asintió Bill, volviendo a su comida, seguido por Tao.
Legoshi, sin embargo, seguía pensativo. Su mirada se desviaba ocasionalmente hacia Juno, quien comía lentamente, evitando cualquier contacto visual.
"No creo que haya sido ella… Apenas entró hace unos meses, después del incidente."
Aún así, algo no encajaba. Las preguntas seguían rondando en su mente.
"¿Qué pasó entre Elias y ella? ¿Y por qué tenía sangre de él?"
Mientras tanto, la mañana avanzaba. María ayudaba a su madre en los cultivos, acompañada por Haru y Jack, quienes decidieron ayudar también. Elias, por su parte, estaba con algunos chicos ayudando a su padre a cargar madera para reparar la casa de un vecino. Juno, en cambio, permanecía sentada a un lado, observando en silencio.
—Mhh… Ahhh… —exclamó Haru al sacar con esfuerzo unas zanahorias de la tierra—. Ah, ¿por qué parece que están amarradas a la tierra?
Se dejó caer de espaldas, jadeando por el esfuerzo. María no pudo evitar reír un poco.
—Tal vez las estás sacando mal. Hay que darle vuelta y luego jalarlas —le explicó María, tomando una zanahoria con facilidad—. ¿Ves?
—Supongo que para alguien de tu tamaño es fácil —bromeó Haru, sonriendo mientras se levantaba y se sacudía la tierra.
Fue entonces cuando notó a Juno, sentada a lo lejos con la mirada perdida.
—¿Qué le pasa? —preguntó Haru, arqueando una ceja.
María también la miró, su expresión reflejando cierta preocupación.
—No lo sé. Ha estado así desde que llegó con mi hermano —respondió María en voz baja.
Haru observó con mayor atención, notando algo peculiar en Juno.
—Oye, ¿cuándo se fue Juno tenía ese collar puesto? —preguntó, señalando el elegante accesorio alrededor del cuello de la loba.
María giró rápidamente para verlo. Al notar el collar, sus ojos se abrieron con sorpresa.
—No… no lo tenía —murmuró María, sintiendo curiosidad.
María sonrió traviesamente.
—¡Oh! Eso quiere decir que ya le dijo —dijo con alegría.
Haru la miró confundida.
—¡Espera! ¿Ya sabías… que a ella le gustaba tu hermano? —preguntó Haru, sorprendida.
María asintió con naturalidad.
—Sí, ayer me di cuenta y le dije que le ayudaría. Pero… parece triste. Me pregunto si mi hermano le dijo que no —respondió María con preocupación, notando lo desanimada que parecía Juno.
Haru la observó por un momento antes de sugerir:
—¿Por qué no vas y hablas con ella?
María volteó a verla, pensativa.
—Sí, tal vez… —dijo, antes de entregarle sus verduras a Haru—. Toma, ahora vuelvo.
Con paso decidido, María se dirigió hacia donde estaba Juno. Haru la seguía con la mirada, curiosa por lo que sucedería. Juno, por su parte, permanecía cabizbaja, sin notar la presencia de María hasta que una sombra la cubrió. Al levantar la vista, vio a María sonriéndole.
—¿Estás bien, Juno? —preguntó María con alegría.
Juno apenas logró esbozar una leve sonrisa.
—S-sí, estoy bien —respondió, aunque su voz delataba lo contrario.
María notó su incomodidad y, sin dudarlo, se sentó a su lado.
—¿Estás segura? Te veo algo distraída y triste. ¿Pasó algo entre tú y mi hermano? —preguntó María, frunciendo ligeramente el ceño.
Juno sintió cómo la culpa la invadía nuevamente. Recordaba todo lo sucedido, pero sabía que no debía decir nada.
—N-n-no… bueno, le dije que… me gustaba —respondió Juno, sonrojándose al recordar el momento.
Los ojos de María brillaron con picardía.
—¡Entonces ya le dijiste! ¿Y qué te dijo? —preguntó emocionada.
Juno se sonrojó aún más, cubriéndose el rostro con las manos.
—Bueno, él… me correspondió. Fue muy dulce conmigo —respondió Juno, completamente roja.
María dio una pequeña risa, satisfecha.
—¿Ves? Te dije que era mejor decírselo directamente. Puede que sea un poco denso, pero si le hablas con claridad, lo entenderá —dijo alegremente.
A pesar de la felicidad de María, Juno no podía evitar pensar en lo sucedido con Elías y la herida. Aunque tanto Elias y el padre Aaron le dijeron que no se preocupara, la culpa seguía acechándola.
—Por cierto, Juno, ¿mi hermano te compró ese collar? —preguntó María, notando el delicado collar negro con un colgante que adornaba su cuello.
Juno reaccionó sorprendida, tocando el collar con las puntas de los dedos.
—S-sí… Le dije que no era necesario, pero él insistió —respondió Juno con timidez.
María sonrió con complicidad.
—Mmm… Ya veo. Eres la primera que logra llegar tan lejos con él, y por lo que veo, realmente le gustas mucho —comentó con sinceridad.
Juno la miró, sorprendida por sus palabras.
—¿De verdad crees eso? —preguntó Juno, con las mejillas aún sonrojadas.
María asintió alegremente.
—Sí, no me sorprendería que le dijera a nuestros padres pronto —dijo, casi como si lo estuviera anticipando.
Juno sintió una mezcla de emoción y temor. La idea de ser presentada formalmente a los padres de Elías la ilusionaba, pero la sombra de la culpa aún la perseguía.
De repente, María la envolvió en un abrazo cálido. Juno quedó sorprendida por el gesto.
—¡Juno, bienvenida a nuestra familia! —exclamó María con alegría, sonriéndole de corazón.
Juno, aunque desconcertada al principio, no pudo evitar devolverle la sonrisa. Por un instante, toda la culpa pareció desvanecerse.
—Sí —respondió Juno, sintiendo una inesperada paz.
Desde la distancia, Haru las observaba. Al ver la expresión de alivio en el rostro de Juno, supo que todo estaba bien.
Jack se acercó a María y Juno, con un gesto algo inseguro.
—Ah, María —dijo, llamando su atención.
Ambas chicas voltearon hacia él. Jack sostenía un sombrero de paja que la madre de María le había dado para protegerse del sol.
—¿Qué pasa? —preguntó María con una sonrisa.
—Tu madre me pidió una herramienta del cobertizo, pero no la encuentro y tampoco sé dónde está. ¿Me ayudarías? —pidió Jack, algo avergonzado.
—Oh, claro, voy para allá —respondió María con amabilidad, levantándose de la banca.
Antes de partir, miró a Juno con una expresión cálida.
—Oye, Juno, si quieres puedes ayudar a Haru a sacar las zanahorias —sugirió.
—Sí, claro —contestó Juno con una sonrisa, animada por la idea.
María asintió satisfecha y luego giró para guiar a Jack por un camino rodeado de cultivos. El sol iluminaba los campos, y el viento traía consigo el aroma de la tierra húmeda. Pronto llegaron a un cobertizo de madera, algo apartado del resto de las construcciones.
—Aquí es —anunció María.
Jack observó la pequeña edificación. Era de tamaño mediano, con paredes envejecidas y una única ventana en la parte superior que dejaba entrar un rayo de luz. Las puertas eran de madera maciza, fáciles de abrir. María se acercó primero, empujó las puertas con un leve crujido y ambos entraron.
En el interior, Jack pudo ver herramientas de todo tipo colgadas en las paredes, algunas viejas y oxidadas. Mesas de trabajo llenas de utensilios, y algunos objetos cubiertos con lonas acumulaban polvo en las esquinas. La luz tenue de la ventana creaba un ambiente tranquilo y silencioso.
María cerró la puerta tras ellos y se volvió hacia Jack.
—¿Qué herramienta te pidió? —preguntó con calma.
Jack miró a su alrededor, tratando de recordar.
—Me dijo que era un azadón… o algo así.
—Ah, ya sé. Dame un segundo —dijo María mientras comenzaba a buscar entre las herramientas.
Jack decidió ayudar.
—Dime cómo es para saber qué buscar —pidió, mostrando interés.
—Es como una pala, pero doblada hacia adentro —explicó María con sencillez.
Jack asintió y comenzó a revisar.
—Buscaré por aquí y tú por allá —sugirió María, señalando hacia uno de los lados del cobertizo.
—Entendido —dijo Jack, centrándose en su tarea.
El ambiente quedó en silencio, interrumpido solo por el ruido de las herramientas moviéndose. Jack buscaba con atención, pero María, por su parte, lo observaba de reojo. Algo en la forma en que él se movía, distraído y enfocado, la hizo sonreír con cierta picardía. Un pensamiento travieso cruzó por su mente.
Aprovechando el momento, María caminó con paso silencioso hacia Jack.
—Oye, María, no la veo por aquí. ¿Tú la encontraste? —preguntó Jack, sin dejar de revisar.
Pero no hubo respuesta.
—¿María? —repitió, girándose para mirarla.
En cuanto lo hizo, sintió cómo los brazos de María lo envolvían por detrás. El calor de su cuerpo y la repentina cercanía hicieron que Jack se pusiera rígido, su rostro enrojeciéndose al instante.
—M-M-María… ¿Qué haces? —balbuceó, incapaz de ocultar su nerviosismo.
—Nada… solo quiero abrazarte un rato —susurró María al oído, su voz suave y dulce.
Jack sintió su corazón latir con fuerza. Su mente daba vueltas, sin saber cómo reaccionar. Entonces, María deslizó lentamente una mano por su pecho, aumentando la tensión del momento. Jack apenas podía respirar.
—M-M-María, y-y-yo también te amo, pero… —intentó decir, completamente sonrojado.
Antes de que pudiera continuar, María lo giró suavemente hacia ella, y sin darle tiempo a reaccionar, acercó su rostro al suyo. Sus labios se encontraron en un beso suave, cálido e inesperado. Jack sintió cómo el tiempo parecía detenerse.
El beso duró solo unos segundos, pero para Jack fue eterno. Cuando María se apartó, él quedó sin aliento y cayó al suelo del cobertizo sentado, con la mente nublada y el rostro intensamente rojo.
—Eres tan tierno, Jack —dijo María con una sonrisa traviesa con las mejilla sonrojadas, disfrutando de su reacción.
Jack apenas pudo responder. Su corazón latía frenéticamente, y lo único que logró hacer fue desviar la mirada, aún intentando procesar lo que acababa de suceder.
Cuando María se agachó hacia él y lo tumbó en el piso, sosteniéndole las manos contra el suelo, Jack sintió su mente nublada. Aun así, podía pensar con algo de claridad.
"No... esto no puede estar pasando, ¿verdad?" pensó, mirando a María, cuyo rostro sonrojado lo observaba con intensidad. Su corazón latía rápidamente, casi como si quisiera escapar de su pecho.
"No traigo la mochila... que me dio mi padre... Esto es malo." La ansiedad lo invadió mientras imaginaba lo que podría suceder. Pero a pesar del nerviosismo, sus ojos no se apartaban de los de ella.
—Jack... —susurró María, su voz temblorosa y cargada de emociones.
De repente, Jack notó cómo ella se acomodaba sobre él, sentándose suavemente. Su mente comenzó a darle vueltas, como si la realidad misma se desdibujara.
—M-m-m-María... Y-yo... —balbuceó Jack, pero sus palabras quedaron incompletas.
Antes de que pudiera decir algo más, María volvió a besarlo. Esta vez, el beso fue más prolongado, y Jack sintió cómo todo su cuerpo temblaba por la mezcla de temor y deseo. Su mente se debatía entre el miedo de perder el control y el anhelo de seguir adelante.
Finalmente, María se apartó lentamente, dejándolo tomar aire. Jack, aún con la respiración agitada, la miró, totalmente sumido en sus emociones.
—María, espera... —susurró Jack, sonrojado, mientras ella lo observaba con el mismo rubor en sus mejillas.
—¿Quieres... continuar? —preguntó María, desviando la mirada sonrojada con el brazo en el pecho, su voz apenas audible.
Jack no supo qué responder. Una parte de él lo deseaba, pero la otra temía que algo saliera mal. Sus ojos se fijaron en los de María, y con cierta duda, extendió lentamente su mano hacia ella. Pero justo en ese momento, el sonido de la puerta de entrada interrumpió el momento.
El movimiento de la puerta de madera se empezó a oír.
Jack y María se separaron de inmediato, sus corazones latiendo a toda prisa. Con movimientos torpes, ambos fingieron estar buscando el azadón entre las herramientas del cobertizo. Jack pasó nerviosamente la mano por su pelaje y poniendoce el sombrero, intentando acomodarlo, mientras María disimulaba, sudando ligeramente.
La puerta se abrió, dejando entrar a la madre de María, quien los observó con curiosidad.
—¿Ya la encontraron? —preguntó tranquilamente.
Jack y María se sobresaltaron.
—¡Ahhh, no señora! Aún no lo encuentro —dijo Jack, intentando sonar convincente, aunque su voz temblorosa lo delataba.
—¡No, mamá! Al parecer no está aquí —añadió María, esforzándose por parecer natural, aunque sentía su corazón en la garganta.
La madre de María se acercó con calma, echando un vistazo a las herramientas desordenadas. Jack y María intercambiaron una mirada fugaz, ambos aún nerviosos por lo sucedido.
—Mhhh, tu padre debió tomarla —dijo la madre de María con tranquilidad—. Vengan, vamos a descansar un poco. Después de todo, Jack y los demás son nuestros invitados.
La mujer le sonrió amablemente a Jack, quien intentó devolverle una sonrisa, aunque la incomodidad seguía reflejada en su rostro.
—S-sí, señora. Pero me gustaría ayudar en lo que pueda —respondió Jack, todavía rojo por lo ocurrido hace un momento.
La madre de María asintió con una sonrisa comprensiva.
—Bien, vamos. Tomen un descanso y vayan a la ciudad para que pasen el día —sugirió alegremente. Luego, miró a su hija con cariño—. Recuerda que pronto será el festival de verano.
—¡Ah! ¡No me acordaba del festival! —exclamó María, levantándose rápidamente. Su mirada se posó en Jack, y aunque todavía tenía un leve rubor en las mejillas, su sonrisa radiante era inconfundible—. ¡Vamos!
Jack asintió sin pensarlo dos veces, poniéndose de pie de inmediato. Su nerviosismo no había desaparecido del todo, pero la energía contagiosa de María lo impulsaba a seguirla. La madre de María los miró con una sonrisa mientras los seguía con paso calmado.
Mientras caminaban, María aprovechó la cercanía para inclinarse hacia Jack, acercando su rostro a su oído. Su cálido aliento le rozó la oreja, provocando que su corazón latiera aún más rápido.
—¿Quieres continuar más al rato? —susurró María con una sonrisa pícara.
Jack se sonrojó al instante, sus palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Pero antes de que pudiera responder, María soltó una suave risa.
—Solo estoy jugando —dijo, aunque en el fondo sabía que no era del todo cierto.
Sin embargo, su sonrisa no perdió calidez.
—Te ves tan tierno cuando te pones así —añadió alegremente mientras tomaba la mano de Jack.
Él sintió su corazón palpitar con fuerza. Su mente estaba nublada, pero logró asentir, incapaz de sostenerle la mirada. La suavidad de su mano y la cercanía de María lo envolvían en una mezcla de nerviosismo y felicidad.
Ambos continuaron caminando, dejando que la brisa veraniega los acompañara. Al fondo, las voces de sus amigos se escuchaban, y aunque el día apenas comenzaba, Jack sabía que ese momento permanecería grabado en su memoria.
Else, Gon, Gouhin y Sakane acompañaban a Félix en su automóvil, que se dirigía al extenso campo de flores de su propiedad. Félix estaba sentado junto a Sakane, mientras Else, Gon y Gouhin ocupaban los asientos frente a él. Un vehículo escolta, con guardias atentos, los seguía de cerca.
Else intentaba disimular su nerviosismo con una sonrisa tensa, mientras Sakane, incapaz de ocultar su curiosidad, observaba atentamente la ciudad a través de la ventana. Al pasar por la plaza principal, sus ojos se iluminaron.
—¡Oh! ¿Qué es este lugar? —preguntó Sakane con entusiasmo.
Félix sonrió, complacido por su curiosidad.
—Es la plaza principal de la ciudad —respondió, señalando el amplio espacio adornado con jardines, árboles y el monumento de granito en el centro de la plaza —. El edificio al fondo es la alcaldía.
Sakane siguió con la mirada el gesto de Félix, maravillada. Else, Gon y Gouhin también observaron el entorno, impresionados por la imponente arquitectura y el bullicio de la ciudad.
—Señor Félix —continuó Sakane, sin apartar la vista—, ¿y dónde suelen hacer el festival?
—Justo aquí —respondió Félix con una sonrisa—. La plaza principal se llena de puestos y espectáculos. Estoy seguro de que les encantará cuando llegue el día.
Else, intrigada, dirigió su atención a Félix.
—Por cierto, señor Félix, ¿falta mucho para llegar?
—No, en realidad estamos muy cerca, pero primero quiero hacer una parada—contestó Félix tranquilamente.
Else y los demás lo miraron con cierto nerviosismo.
—¿Entonces a dónde vamos? —preguntó Else con una sonrisa algo tensa.
Félix la observó con tranquilidad.
—A la catedral. Tengo que ver a un amigo —respondió con calma.
A pesar de la inquietud que sentía, Else decidió confiar en él.
—¡Oh, vamos allá! ¿Podremos explorarla? —intervino Sakane, animada y curiosa.
Félix la miró con una ligera sonrisa.
—Por supuesto, señorita Sakane. Todos son bienvenidos a visitar el lugar. El padre siempre recibe a cualquiera —dijo con tono amable.
Else y Gon intercambiaron una mirada nerviosa, pero no dijeron nada. Gouhin, por su parte, observaba a Sakane, sorprendido por cómo su temor inicial había sido reemplazado por una creciente curiosidad.
—Bien, entonces tomaré algunas fotos —anunció Sakane, sacando su teléfono con entusiasmo.
Félix solo sonrió, complacido de ver a sus invitados más animados. Mientras tanto, las calles pasaban rápidamente por la ventana del auto. Finalmente, a lo lejos, apareció la silueta imponente de la catedral, elevándose sobre una colina. La emoción de Sakane era evidente mientras movía la cola de un lado a otro, sus ojos brillando de asombro.
El vehículo subió por la colina hasta detenerse frente a la entrada principal.
—Llegamos, señor —anunció Gauthier con serenidad.
Descendió del auto y abrió la puerta trasera para Félix, quien fue el primero en bajar, seguido por los demás.
—Gracias, Gauthier —dijo Félix con una sonrisa.
—De nada, señor —respondió Gauthier con una leve inclinación de cabeza antes de cerrar la puerta.
—Cuida el auto. Regresaremos pronto —añadió Félix.
—Sí, señor —asintió Gauthier antes de retirarse.
Félix se volvió hacia el grupo.
—Bien, vamos —dijo con una sonrisa amigable.
Else y los demás asintieron, siguiéndolo sin dudar. Sakane, incapaz de contener su entusiasmo, iba de un lado a otro, tomando fotos y admirando cada rincón con fascinación. Su energía contrastaba con la calma de Gouhin, quien caminaba a paso relajado, apreciando la serenidad del lugar. Mientras tanto, Else y Gon observaban la catedral con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Señor Félix, ¿cuándo construyeron este lugar? —preguntó Sakane con genuina curiosidad.
Félix la miró de reojo antes de responder.
—Ah, se construyó durante la guerra. Pero mucho antes de que esta estructura existiera, había una iglesia más pequeña aquí, dedicada a velar por los muertos —explicó con voz serena—. Con el tiempo, se decidió construir la catedral para albergar los cuerpos de los caídos, mucho antes de que comenzáramos a enterrar a nuestros muertos en el mar. Aunque esa tradición se ha perdido, todavía hay quienes prefieren ser sepultados en tierra por diversas razones.
Else escuchaba con atención, reflexionando sobre las palabras de Félix. Gon también parecía pensativo, mientras Sakane, lejos de saciar su curiosidad, solo sentía que esta crecía aún más. Recordaba haber leído sobre los humanos y sus habilidades, capaces de realizar trucos de magia.
—¿Entonces ustedes no hacen magia, como decían algunos libros que tenemos de ustedes? —preguntó Sakane con genuina curiosidad, mientras los demás la miraban incrédulos por su pregunta.
Félix soltó una pequeña risa, llevando una mano a su pecho.
—Ah, señorita, usted sí que me hace reír. Pero si quiere saber la respuesta, no, no hacemos magia ni nada de eso —respondió con una sonrisa, aún divertido.
Sin embargo, tras un breve instante, su expresión adquirió un matiz más juguetón se detuvo y la miro.
—Pero hay otra cosa que podemos hacer. Mire —dijo Félix, atrayendo la atención de todos.
Con un gesto suave, acercó sus manos hacia las orejas de Sakane. Ella se puso visiblemente nerviosa, sin saber qué esperar.
—Digamos que hay cosas que podemos hacer… y otras que no —susurró Félix con una media sonrisa.
Entonces, con un movimiento ágil, apartó sus manos, y entre sus dedos apareció una pequeña moneda que brillaba con el reflejo de la luz.
Gouhin, Sakane, Else y Gon lo miraron atónitos, sus ojos fijos en la moneda que no tenía explicación aparente.
—Digamos que hay trucos que no todos tienen el don de hacer —añadió Félix, ampliando su sonrisa. Luego, tomó con delicadeza la mano de Sakane y dejó la moneda en su palma.
—¿C-c-cómo lo hizo? —preguntó ella, aún sorprendida, sintiendo el peso frío y metálico de la moneda entre sus dedos.
Félix solo le devolvió una mirada cómplice.
—Un verdadero mago nunca revela sus secretos —respondió, riendo con ligereza.
Justo cuando la sorpresa aún flotaba en el aire, una voz resonó con tono severo.
—Sí, haciendo trucos de magia negra en la casa del Señor.
Todos voltearon hacia la figura que acababa de hablar. Era el padre Aaron, con su característica máscara, cuya presencia imponía respeto.
Félix, lejos de inmutarse, sonrió despreocupado.
—Vamos, vamos, sabes que solo es una ilusión —dijo con jovialidad, extendiendo las manos como para disipar cualquier sospecha.
El padre lo observó con calma, acercándose lentamente. La tensión en el ambiente era palpable, pero la sonrisa traviesa de Félix no desaparecía.
Todos observaban al hombre vestido de negro de pies a cabeza.
—Lo sé. ¿Cómo has estado? —preguntó el padre con tranquilidad.
Félix sonrió con naturalidad.
—Bien, ¿y tú?
—Igual —respondió el padre, desviando la mirada hacia Else y los demás. Félix notó su curiosidad.
—¡Ah! Déjame presentártelos. Son nuestros invitados —dijo Félix, colocando una mano en el hombro del padre Aaron y acercándolo a los demás—. Él es el padre Aaron.
—Un gusto —saludó el padre Aaron, con una leve inclinación de cabeza.
—Ella es la embajadora Else, de la Nación de las Bestias —continuó Félix.
Else extendió la mano, algo nerviosa, y Aaron la estrechó con cortesía.
—Y él es el director Gon, de la academia a la que asisten nuestros dos estudiantes —dijo Félix, señalando a Gon, quien intentaba mantener la calma a pesar de la inquietud que sentía.
—Es un placer —dijo Gon, forzando una pequeña sonrisa mientras estrechaba la mano del padre.
Luego Félix dirigió su atención a Gouhin.
—Este es Gouhin, uno de los médicos que los acompaña.
—Un gusto, padre —dijo Gouhin con voz seria, levantando ligeramente la mano a modo de saludo.
Aaron respondió con una inclinación respetuosa antes de mirar a Sakane, que parecía visiblemente nerviosa.
—Y ella es Sakane, la otra médica —añadió Félix.
—H-h-hola —saludó Sakane con una sonrisa nerviosa, evitando mantener contacto visual por demasiado tiempo.
—Un gusto —respondió el padre con tranquilidad, antes de volverse hacia Félix—. Sí, hace un momento conocí a uno de ellos, uno de los chicos que vinieron de vacaciones con Elías y María.
Else y los demás escuchaban con atención, reconociendo los nombres.
—Oh, ya veo. Supongo que les están mostrando la ciudad —comentó Félix con serenidad.
—Sí, fue Elías. Estaba con su… amiga Juno, una loba. Elias tuvo un "accidente" y la atendí —respondió el padre con un tono insinuante, dejando en el aire la naturaleza del incidente.
Félix frunció ligeramente el ceño, comprendiendo la situación. Else y los demás intercambiaron miradas, algo confundidos.
—Ya veo —murmuró Félix, manteniendo la compostura. Luego, dirigiéndose a Else, agregó —Embajadora Else, en un momento regreso. Tengo algunos asuntos que discutir en privado con el padre Aaron. Si lo desean, pueden recorrer el lugar mientras tanto.
Else asintió, notando cierto peso en las palabras de Félix.
—Claro, señor Félix —respondió con tranquilidad, aunque la curiosidad crecía en su interior al ver la expresión seria de Félix.
Justo cuando Félix estaba por retirarse, el sonido de un automóvil deteniéndose bruscamente llamó la atención de todos. Los guardias de Félix reaccionaron de inmediato, posicionándose en alerta, pero al ver el vehículo, reconocieron el auto de Hughes y se relajaron.
Hughes descendió con prisa al igual que Geruft y Mei que miraban seriamente, sus rostros mostraban una expresión seria y decidida. Llevaba una carpeta en la mano derecha y avanzaba con pasos firmes.
El padre Aaron y Félix intercambiaron una mirada sabían que Hughes nunca hacia expresiones así al menos que fuera serio. Ambos comprendieron de inmediato que algo malo había ocurrido.
Else y los demás permanecían atentos, sintiendo la creciente tensión. Cuando Hughes finalmente llegó hasta ellos, forzó una sonrisa, pero la falsedad en su gesto era evidente.
—¡Oh, embajadora Else! No esperaba verla aquí —dijo Hughes con una expresión apenas sorprendida.
Else le sonrió con cierto nerviosismo.
—Hola, embajador. ¿Nos acompañará? —preguntó, intentando mantener la calma.
Hughes la miró, fingiendo tranquilidad.
—Ah, me temo que no podré, embajadora. Surgió algo muy urgente que requiere mi atención. Tal vez en otra ocasión —respondió con una sonrisa forzada.
Else y los demás notaron de inmediato su actitud extraña. La carpeta que llevaba Hughes llamó la atención de todos. Entonces, Félix se acercó con una expresión exageradamente amistosa.
—¡Oh! Hughes, ¿viniste también? ¿Te llamó el padre Aaron? —dijo, fingiendo entusiasmo.
Hughes lo miró con expresión tensa.
—Claro —respondió, intentando mantener su falsa sonrisa.
—Bien, entonces vamos —dijo Félix, alejándose con paso firme.
Hughes miró brevemente a Else y forzó otra sonrisa.
—Con su permiso, embajadora —se despidió antes de retirarse rápidamente junto a Félix y el padre Aaron, dirigiéndose a la catedral.
Else y los demás intercambiaron miradas de preocupación. Una inquietud palpable flotaba en el ambiente. Entonces, el sonido de pasos llamó su atención. Al voltear, vieron a Geruft y Mei acercarse.
Sakane, visiblemente nerviosa, saludó con torpeza.
—H-h-hola…
Geruft la miró y, suavizando su expresión seria, le devolvió el saludo con una leve sonrisa.
—Hola, doctora.
Su tono era cordial, incluso amigable, lo que hizo que Sakane se sintiera un poco más tranquila y comenzara a conversar con él. Mei, por su parte, se relajó, dejando escapar un largo suspiro mientras se estiraba.
—Ahhh… Este será un día largo —dijo con resignación.
Mientras tanto, Gon y Else seguían sintiendo esa molesta inquietud. Por otro lado, Gouhin observaba en silencio, con el ceño fruncido. Su intuición le decía que algo no andaba bien.
"¿Habrá ocurrido algo? Espero que esto no sea malo" —pensó Gouhin, dirigiendo una mirada preocupada hacia la catedral iluminada por la luz del día.
La luz del día golpeaba a Louis mientras miraba por la ventana de la base de los Shishigumi sentado en su silla con algunos documentos sobre su escritorio, observando la lejana silueta de la ciudad. Sus pensamientos seguían atrapados en la visión de aquella noche.
"¿Qué era esa cosa? No era una persona… Parecía más un traje hecho de alguien."
Louis estaba sumido en su mente cuando la puerta se abrió de repente.
—Jefe, ya está todo listo. Podemos irnos —dijo Ibuki con voz calmada, sacándolo de sus pensamientos.
Louis giró la cabeza para verlo, su expresión aún marcada por la incertidumbre.
—Claro —respondió mientras se levantaba de la silla, tomando su saco antes de salir junto a Ibuki.
Subieron al auto. Louis iba en el asiento del pasajero, con Agata de copiloto y Ibuki al volante. Las calles de la ciudad se extendían frente a ellos, vibrantes y ruidosas como siempre.
—¿Hacia dónde vamos exactamente? —preguntó Agata, rompiendo el silencio—. Sé que vamos a ese negocio que atiende problemas médicos, pero tengo curiosidad. ¿A qué vamos?
Ibuki suspiró, sin apartar la vista de la carretera.
—El dueño del lugar pidió que fuéramos para vigilar a un sujeto por si se pone violento. Ya sabes cómo es y también nos dijo que le está costando conseguir marfil para la hiperdroga, parece que alguien se lo ha estado robando, ya se dio el aviso para que investiguen. —Su tono era neutral, casi despreocupado.
—Oh, ya veo. Por eso los demás también fueron —dijo Agata con tranquilidad.
Louis, sin embargo, apenas escuchaba. Su mirada se perdía en el paisaje urbano, los recuerdos de la noche anterior volviendo a él. Ibuki lo notó por el retrovisor.
—¿Sucede algo, jefe? —preguntó con tono de leve preocupación—. Parece inquieto.
Agata también lo miró, esperando alguna respuesta.
—No es nada… —Louis titubeó, intentando convencerse a sí mismo.
Pero Ibuki no se rindió.
—¿Qué sucede? —insistió.
Louis vaciló. Decirlo en voz alta lo haría parecer un loco, pero la imagen seguía tan vívida en su mente que no podía ignorarla.
—Anoche, mientras pasábamos por las calles, vi algo extraño —dijo finalmente, su tono serio.
La curiosidad de Agata e Ibuki creció.
—¿Es sobre los tratos que cerramos anoche? —preguntó Ibuki, deteniéndose en un semáforo.
Louis negó con la cabeza.
—No, no es eso… —Suspiró, cansado de darle vueltas al asunto—. Anoche, en una de las calles, noté algo…
Su voz temblaba ligeramente. Agata e Ibuki lo miraron con atención, expectantes.
—¿Qué fue lo que vio, jefe? —insistió Ibuki.
Louis se llevó una mano al rostro, como si quisiera borrar la imagen de su mente.
—No sé si fue real o solo mi imaginación, pero vi a alguien. Más específicamente… vi un conejo.
Un breve silencio llenó el auto. Agata frunció el ceño, apenas logrando contener una sonrisa burlona.
—¿Y qué tenía de especial? —preguntó, casi en tono jocoso.
Louis lo fulminó con la mirada.
—¿Qué qué tenía de especial? —repitió en un susurro, su tono cargado de incomodidad.
Su voz se alzó, los recuerdos regresando con intensidad.
—¡No tenía ojos! O mejor dicho, esos ojos no le pertenecían. Y su tamaño… era anormal.
Un escalofrío recorrió a Louis al recordar cada detalle de aquella visión. Agata e Ibuki se quedaron en silencio, sin saber qué decir. El sonido del tráfico era lo único que rompía la inquietante tensión que ahora llenaba el auto.
—¿Espere, jefe? ¿Está seguro de lo que vio? ¿No ingirió nada? —preguntó Ibuki, incrédulo.
Louis lo miró con seriedad, su expresión tensa.
—No. Esa cosa parecía hecha de la piel de alguien… como un traje. Solo recordarlo me causa incomodidad —respondió Louis con voz firme.
Ibuki y Agata intercambiaron una mirada incómoda, sin saber qué decir.
—Tal vez estaba muy cansado —intentó justificar Ibuki, buscando una explicación razonable.
Louis lo observó por unos segundos antes de exhalar profundamente.
—Tal vez —murmuró, recargándose en el asiento. Su mirada se perdió en la ventana, viendo a la gente moverse por la ciudad. Cuando el semáforo cambió a verde, continuaron avanzando.
—¿Y cómo se veía? —preguntó Agata, la curiosidad pintada en su rostro.
Louis e Ibuki lo miraron, sorprendidos por la pregunta.
—Solo es curiosidad, jefe. Si lo describiera mejor, tal vez lo podríamos reconocer. Quizás ya lo hayamos visto en algún lado —explicó Agata, tratando de justificar su interés antes de que Ibuki pudiera reprenderlo.
—Era blanco, con manchas. Apenas alcancé a ver su vestimenta. Llevaba cubre bocas, un maletín y un paraguas —describió Louis con tono serio.
Agata frunció el ceño, sumido en sus pensamientos.
—Mmm… no logro recordar a nadie así con esas características —respondió finalmente, frustrado.
—¿Y tú, Ibuki? —preguntó Agata, con la esperanza de una respuesta más útil. Louis también lo miró, esperando alguna reacción.
—No… Pero si lo vemos, ¿qué quiere que hagamos con él, jefe? —preguntó Ibuki con firmeza.
Louis se quedó en silencio por un momento, su expresión permaneció severa.
—Realmente no lo sé. Pero si lo que vi es real, debemos tener cuidado. No sabemos qué pueda ser o quién pueda ser —dijo Louis, la incertidumbre asomándose en su voz.
—Está bien, jefe. Tendremos cuidado si lo vemos —afirmó Ibuki, con la intención de calmarlo un poco.
Louis asintió levemente, relajando la expresión en su rostro. Ibuki continuó manejando hasta llegar a su destino. El vehículo se detuvo en una zona sombría del mercado negro. Sin intercambiar muchas palabras, los tres bajaron y se dirigieron al interior de un local cerrado.
Dentro, dos leones vigilaban con expresión severa. Al verlos entrar, uno de ellos levantó la mano a modo de saludo.
—Hey, jefe —saludó el león con respeto.
Louis respondió con una breve seña, indicando que lo siguieran. Ibuki y Agata caminaron a su lado mientras avanzaban hacia la parte trasera del local. Cruzaron una puerta que los llevó a una sala sombría, con un fuerte olor a desinfectante y humedad.
En el interior, dos ratones con trajes de carniceros o médicos limpiaban meticulosamente. El ambiente era tenso, el silencio solo era interrumpido por el sonido del agua cayendo en el fregadero. Louis observó el lugar con desconfianza, notando que, aparte de ellos, no había nadie más.
Louis y los demás miraban desconcertados, sus expresiones serias reflejaban la incertidumbre que los invadía.
—¿Dónde está a quien vigilábamos? —preguntó Louis con tono firme, dirigiéndose a los dos ratones que limpiaban meticulosamente las herramientas ensangrentadas.
El dueño, un roedor, se giró para observarlos.
—Oh, el Shishigumi —dijo con un tono despreocupado—. Creí que les había avisado. Al parecer, alguien se llevó por completo al sujeto, pagando una gran suma de dinero.
Louis frunció el ceño, sintiendo cómo la frustración crecía dentro de él.
—¿Cómo que se lo llevaron completo? ¿Y quién fue? —insistió, clavando su mirada en el dueño, cuyo rostro permanecía impasible.
Ibuki y los demás, de pie detrás de Louis, observaban con una tensión palpable, sus cuerpos rígidos y expectantes.
—Mira, solo sé que fue un conejo con lentes negros y cubre bocas —respondió el dueño con evidente indiferencia—. Compró al tigre sin vacilar. Para ser sincero, me sorprendió que un herbívoro viniera a comprar aquí, pero parce que tu forma de trabajar está funcionando muy bien.
Louis sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de fuera ese conejo que vio anoche estuviera involucrado en una transacción tan macabra le resultaba difícil de procesar. Agata e Ibuki intercambiaron miradas de preocupación, recordando las palabras de Louis en el auto.
—¿¡Cómo era ese conejo!? —preguntó Louis, su tono más severo mientras se acercaba un paso más al dueño.
El ratón se encogió de hombros, como si el asunto no tuviera mayor importancia.
—Mmm… Si no mal recuerdo, era blanco con algunas manchas —respondió con total calma, pero entonces, como si algo cruzara por su mente, sonrió de repente—. ¡Oh! Ahora que lo pienso, también nos regaló algo. Dijo que era un nuevo ingrediente.
Louis entrecerró los ojos, cada palabra del roedor alimentaba su creciente inquietud.
—¿Un ingrediente? —repitió en un murmullo.
—Sí —continuó el dueño, visiblemente entusiasmado—. Al parecer, es mejor que el marfil para hacer la hiperdroga. La potencia y efectividad aumentan considerablemente, y el proceso se vuelve mucho más fácil.
El brillo en los ojos del ratón era perturbador. Louis, Agata e Ibuki escuchaban con incredulidad, pero era la inquietud la que predominaba. Algo les decía que este no era un simple negocio oscuro. La presencia de ese conejo y el misterioso ingrediente eran señales de algo mucho más siniestro.
Aun así, mantuvieron la compostura. En el peligroso entorno del mercado negro, mostrar debilidad no era una opción.
—¿Qué tipo de ingrediente es? —preguntó Louis con seriedad, queriendo ver de qué se trataba.
El dueño lo miró por un momento antes de responder.
—Está bien, solo espera un poco.
Dejando de hacer lo que estaba haciendo, el dueño salió de la sala. Tardó un rato, pero finalmente regresó cargando un frasco. En cuanto lo vieron, Agata e Ibuki sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. Agata, en particular, comenzó a temblar, sus recuerdos del incidente en el puerto regresando de golpe.
—Aquí está. Me dijo que solo utilizara solo un poco para crear la hiperdroga, que con eso bastaría —dijo el dueño, dejando el frasco en el piso.
Louis lo miró con atención. El líquido carmesí en su interior parecía vibrar bajo la luz tenue, provocando una inquietud difícil de ignorar. Sin dudarlo, Louis tomó el frasco para examinarlo más de cerca.
—¡Hey! Si lo rompes, lo pagarás —reclamó el dueño, molesto.
Louis lo ignoró momentáneamente, concentrado en el contenido del frasco.
—¿Le dijo algo más? —preguntó finalmente, con la voz cargada de incertidumbre.
—No, realmente—respondió el dueño con inquieto por que Louis traía el frasco —Solo entregó el frasco y dio las indicaciones.
Louis apretó la mandíbula. Cada vez tenía menos pistas y la sensación de que algo siniestro se estaba gestando no hacía más que crecer. Con cuidado, bajó el frasco y lo dejó junto al dueño.
—Solo una cosa más. ¿Notó algo raro en él? —inquirió Louis, buscando cualquier detalle que pudiera ser útil.
El dueño se quedó pensativo por un momento.
—Tal vez… Su pelaje se veía extraño, como si no fuera natural. Además, era muy alto para ser un conejo normal. Supongo que podría ser una especie rara, pero hablaba muy poco. Es todo lo que puedo decir.
Las palabras del dueño hicieron que Louis confirmara sus peores sospechas. Agata e Ibuki también entendieron lo que significaba, y la inquietud se reflejó en sus rostros.
—Bien, muchas gracias. Me retiro —dijo Louis rápidamente, sin ocultar su preocupación.
—De nada. Pronto tendré listo el cargamento de hiperdroga —respondió el dueño con indiferencia.
Louis asintió y salió del local, seguido de Agata, Ibuki y los otros dos leones de Shishigumi. Una vez en el auto, Louis se mantuvo en silencio, perdido en sus pensamientos. Ibuki y Agata subieron y lo miraron con preocupación.
—Jefe —llamó Ibuki, intentando sacar a Louis de su ensimismamiento.
—Sí, lo sé. Esto es malo —respondió Louis con seriedad.
—Creo que sería mejor avisar a todos para que tengan precaución con esa persona —sugirió Ibuki, visiblemente inquieto —No sabemos qué diablos está pasando. Y ese frasco de sangre...
Encendió el auto, pero no dejó de mirar a Louis por el espejo retrovisor.
—Si dices que esos frascos se los dieron los humanos antes —continuó Louis —, entonces eso significa que… ese conejo no es un animal.
Louis lo confirmando en voz baja lo que todos temían.
—Es un humano disfrazado.
Agata comenzó a temblar de nuevo. Las imágenes del puerto volvían a su mente, como una pesadilla recurrente. Mientras tanto, Louis intentaba procesar hasta dónde serían capaces de llegar los humanos.
—Realmente son demonios —susurró Louis, con la mirada perdida, invadido por la incertidumbre de lo que estaba por suceder.
La tarde envolvía el barrio abandonado en un manto de sombras, y apenas un leve susurro del viento se atrevía a interrumpir el inquietante silencio. Entre las ruinas de un edificio derruido, dos figuras intercambiaban palabras en voz baja, sus siluetas apenas discernibles entre por la luz de la tarde.
—¿Obtuviste la información? —preguntó uno de ellos con tono grave, apenas audible.
—Claro —respondió el otro con una sonrisa burlona—. Todo salió como estaba planeado.
El primero tomó con firmeza los documentos que le entregaban. A la tenue luz de la tarde, las fotografías de la embajadora Else y los jóvenes Jack, Legoshi, Bill, Juno y los demás quedaron al descubierto.
—Ya veo… Así que nuestro objetivo son estas bestias asquerosas —murmuró, su voz impregnada de desprecio.
—Sí —asintió el otro, con tono malicioso—. Pero nos informaron que reforzaron la seguridad de la ciudad. No me sorprendería que también los estén protegiendo. Por eso, decidimos actuar durante el festival. Plantaremos una bomba de tiempo para distraerlos. Mientras todos estén en pánico, será el momento perfecto para llevárnoslos. Será pan comido.
Una risa amarga se escapó de sus labios, mientras su compañero mantenía una expresión impasible.
—Bien. Será mejor prepararse y vigilar hasta que llegue el momento —sentenció con calma.
Hubo una breve pausa antes de que la voz calmada volviera a resonar, cargada de una inquietante curiosidad.
—Por cierto, ¿cómo le va a nuestro infiltrado en ese asqueroso lugar?
El otro rió, casi con satisfacción.
—Oh, le ha ido bastante bien. Esas estúpidas bestias aceptan cualquier cosa con facilidad. Creen que es algún tipo de ingrediente exótico. Pobres bastardos, si supieran lo que realmente es, no lo tocarían ni con un palo. —Su risa retumbó en el oscuro espacio, desprovista de cualquier rastro de humanidad.
El primero asintió lentamente, como si cada palabra solo avivara su determinación.
—Perfecto. Pronto sembrarán el caos entre ellos. Y cuando todo estalle, reclamaremos lo que nos pertenece por derecho. —Su voz resonó con una peligrosa convicción.
—Así es —afirmó el otro con una sonrisa torcida.
—Bien, hay que separarnos. Cuando llegue el momento, nos reuniremos de nuevo —ordenó con firmeza.
El otro hombre asintió sin decir palabra. Sus sombras se desvanecieron entre las ruinas, dejando tras de sí solo el eco de su siniestra conspiración. La tarde, cómplice de sus oscuros planes, permaneció en absoluto silencio.
