CXLVII
Dos años, seis meses y cinco días luego de la desaparición de Henry
(continuación)
Reviví las memorias de mi tiempo en el laboratorio desde una nueva perspectiva. En su momento, recuerdo haberme sentido aterrada y triste por los ataques de mis hermanos. Ahora, incluso cuando volví a vivir sus agresiones, mi única reacción era una profunda sensación de desesperanza.
¿Qué habría sido de Two y de los demás si Papá nunca se hubiera cruzado en su camino?
¿Qué habría sido de Henry y de mí?
Incluso si eso significara no habernos conocido, creo que hubiera preferido que Henry fuera feliz.
Pero tal vez desde un inicio fuimos demasiado diferentes.
Cuando Henry me contó su historia por primera vez —o sea, la historia de One, en el Cuarto Arcoíris— recordé haberme sentido intrigada y esperanzada ante el prospecto de por fin aprender a controlar mis habilidades.
Aun así, la idea se me hizo difícil al oír sus palabras: ¿potenciar mis habilidades mediante la tristeza y el enojo…? La primera la conocía bien, pero la segunda no me era natural.
Hasta ahora no lo es: reconozco que soy más propensa a sumirme directamente en la tristeza antes que en el enojo.
Es más: durante este recuerdo, todo lo que podía hacer era mirarlo, ver cómo se movía su boca al relatar la historia que —más tarde descubriría— lo había marcado.
En ese momento tampoco me sentí triste, siquiera.
La emoción que sentí era igual de avasalladora, pero nada tenía que ver con la tristeza.
El siguiente recuerdo que las habilidades de Kali me muestran me transporta a otro momento con Henry. No me sorprende: toda mi vida está marcada por él. ¿Estos últimos dos años? También están marcados, si bien por su ausencia.
En esta memoria, él se coloca detrás de mí, sus manos sobre mis hombros, y me anima a partir el tronco de un árbol con mis habilidades. Nuestro árbol navideño, bajo el cual más tarde colocaría mi regalo para él.
Aunque en el recuerdo se siente bien volver a sentir esa corriente eléctrica que presagia mis habilidades a través de mis venas, sé que esto no es más que una ilusión. Que esa puerta sigue cerrada.
Porque, de vuelta, no siento ni ira ni tristeza. Tal vez ni siquiera las haya sentido en ese momento, con Henry tan cerca de mí, el calor de su cuerpo como una manta protectora contra el frío invernal.
Tal vez sentí otra cosa, los inicios de un sentimiento muy distinto, uno que aún no sabía nombrar.
El último recuerdo sí que me puso muchas cosas en perspectiva.
Es un recuerdo del día en que desperté sin mis poderes, sintiéndome como si me hubieran arrebatado una parte de mi ser. Y no hablo solo de mis habilidades.
Hablo del día en que Henry desapareció.
Del día, también, en que transporté un edificio entero a otra dimensión. Algo impensable tan solo horas atrás, ni hablar de la Eleven de los dos recuerdos anteriores.
¿Y cómo lo hice?
Porque en el momento en que vi a Henry estremecerse de dolor, al borde de las convulsiones… En el momento en que vi sus venas marcarse bajo la piel, sus dientes apretados y las primeras lágrimas que se le escapaban de los ojos…
En ese momento solo pude reaccionar de esa manera: destruyendo la realidad a nuestro alrededor para aliviar su dolor.
Y lo único que pensé fue lo siguiente:
No. No dejaré que hieran a la persona que amo.
Cuando abrí los ojos de vuelta, Kali me miraba fijamente, cierta desconfianza empañando sus ojos.
No se lo reproché. Entiendo perfectamente que, tras años en las calles, su instinto de supervivencia está más que afinado. Y en mis recuerdos había visto exactamente de lo que soy capaz.
Con cuidado, me puse de pie y me dirigí al frente de la casa. Kali me siguió en silencio. Al verme atravesar la sala, papá, mamá y el doctor Owens también lo hicieron, murmullos de curiosidad en sus labios.
Una vez afuera, levanté el brazo, mis dedos curvados en dirección a la camioneta de papá.
Siguiendo mi movimiento como si de una pluma se tratase, el vehículo se elevó en el aire.
Oí los gritos ahogados de sorpresa y hasta risas detrás de mí.
Yo misma no pude evitar sonreír mientras bajaba suavemente la camioneta.
Abracé a Kali, entonces. Le dije «gracias» una sola vez porque la voz me temblaba. Y, aunque tardó en reaccionar, terminó por envolverme en sus brazos. Allí, mientras el olor a cuero de su chaqueta inundaba mis pulmones, vi más claro que nunca el camino a seguir.
…
Henry no puede venir a mí. Eso está claro.
Entonces, seré yo quien vaya a él.
