Sinopsis:

En el que Draco hace piruetas mentales en un bosque espeluznante.

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"Imagino que una de las razones por las que la gente se aferra a su odio con tanta obstinación es porque intuyen que, una vez que el odio desaparezca, se verán obligados a lidiar con el dolor".

-James Baldwin


Fue una semana infernal estar suspendido, aunque no por las razones que Draco supuso en un principio.

Se había anticipado al aburrimiento que suponía no asistir a clase; al principio, disfrutaba con la ruptura forzosa de su rutina. Tampoco pestañeó dos veces al ser trasladado temporalmente del dormitorio Soscrofa al ala de profesores como improvisado confinamiento solitario. Un espacio claustrofóbico donde siempre estaba vigilado, y que parecía más un confesionario que un dormitorio. No, tampoco era eso.

A decir verdad, lo que más inquietaba a Draco era la molesta voz de su cabeza. La que no paraba de contar sus deméritos, recordándole que ya solo le quedaban cinco antes de la expulsión, y luego algo peor que la expulsión.

Era la misma voz que le susurraba cómo debería haber sido lo bastante listo como para evitar que la profesora Ivanov les pillara en la biblioteca; cómo nunca debería haber seguido a Granger aquella noche ni ninguna otra. La voz que se arrepentía de todo.

No se permitió pensar por qué la había curado tan impulsivamente. En lugar de eso, pasó horas tumbado en el catre mirando el techo bajo. Repasando todas las formas en que arruinó sus posibilidades, y luego intentando obligarse a sí mismo a preocuparse por lo que había hecho. A veces su mente se sentía claustrofóbica.

El único respiro llegaba todas las tardes al anochecer, cuando era escoltado fuera de la fortaleza para cumplir arresto con Marius Sanguini: Profesor de Criptozoología.

Aunque la asignatura le había resultado desconocida hasta que llegó a Durmstrang, pronto descubrió que era una versión de lo que Hogwarts habría llamado Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque no podía ni siquiera imaginarse a Hagrid llevando las cosas hasta ese extremo. De algún modo, el hecho de que los alumnos estudiasen demonios como los Lethifolds, los Hidebehinds y los Vampiros no era un problema en Noruega, tal vez porque el propio Sanguini era un chupasangre y podía (supuestamente) ofrecer cierta protección. Aunque si le preguntabas a Draco, nada de eso tenía sentido.

Igualmente sorprendente era el hecho de que ya se habían conocido años atrás, en una fiesta de Navidad del Club de las Eminencias al que Draco asistió muy brevemente antes de conseguir largarse. Una fiesta en la que Sanguini desfiló como un semental de exposición de cara pálida. Slughorn había quedado tan enamorado que obligó a todos los invitados a conversar antes de permitirles marcharse.

Draco lo recordaba como quince minutos aburridos durante los cuales Sanguini casi lo había dormido. No paraba de hablar del sabor superior de la hemoglobina británica a la italiana mientras Blaise discutía sin más razón que la de ser contradictorio. Al final, el vampiro también se aburrió y se acercó a un grupo de chicas con una mirada voraz, desapareciendo durante el resto de la noche. Volver a encontrarse años después en Durmstrang había sido inesperado. Casi tan inesperado como ser asignado a Sanguini para una semana de castigo.

Sin embargo, esta vez Nilsson no acompañaba a Draco al aula de Criptozoología, sino a las montañas que rodeaban la escuela, que se sentían aún más frías a medianoche y debían ser el lugar donde acechaba Sanguini. La luna llena que colgaba baja en el cielo sobre las montañas teñía las gafas de Nilsson de un espeluznante tono rojo sangre.

Mientras seguían un sendero que se adentraba en el bosque, Nilsson sermoneó.

—Esta noche no habrá nadie más, aparte de usted y el profesor. Así que cuando estén juntos, haga lo posible por evitar sangrar o hacerse heridas abiertas. No sería prudente tentarlo. Los vampiros tienen poco autocontrol cuando tienen hambre.

Draco entornó los ojos.

—¿Cómo puede el Consejo de Gobernadores aprobar que un monstruo dé clases, pero tratar de despedir a la Directora por admitir a una Sangre sucia?

Nilsson se lo pensó un largo rato y luego contestó.

—La hipocresía es bastante asombrosa, ¿verdad?

—Eso es exactamente lo que acabo de decir.

Un encogimiento de hombros.

—Si usted está frustrado, Sr. Malfoy, imagínese cómo se siente la Directora teniendo cada decisión que toma cuestionada por la Junta.

El camino se dividió en una bifurcación y giraron a la izquierda.

—A esa mujer no parece importarle nada, —replicó Draco. Pensó en lo despreocupada que se había comportado con Granger en Psicometría Mental; tratándola como poco más que una ocurrencia tardía. Tal vez en un esfuerzo exagerado por demostrar que la primera Sangre sucia de Durmstrang no recibiría favores especiales. En cambio, a él le vendría bien menos atención por parte de la Directora, que seguía presionándolo en cada oportunidad que se le presentaba.

Aun así, tenía que admitir que había aprendido más en dos meses aquí que en todo un año en Hogwarts. Era difícil no hacerlo cuando la alternativa era acabar en el ala hospitalaria. Levantar los escudos mentales era ahora algo automático. Y gracias a tantas horas de Duelo Marcial, usaba las manos desnudas para hacer hechizos con la misma frecuencia que la varita. Pociones era la excepción: el profesor Ellingsbow aún no se había mantenido despierto durante toda una clase.

Draco levantó una rama y la vio caer en una nube de nieve. Por un momento se preguntó qué había sido de Slughorn con el castillo demasiado dañado para reabrir después de la guerra. Por supuesto, ya sabía lo de Snape.

El camino finalmente terminó en un claro que era similar a aquel donde lanzó Protego Diabolica. Sin embargo, esta noche una oscura figura encapuchada estaba de pie en su centro. Sus ropajes eran lo bastante largos como para caer al suelo del bosque como plumas de cola, creando la impresión de un cuervo de plumaje negro con forma humana.

—Marius, —llamó el secretario Nilsson.

Sobresaltado, el profesor Sanguini se giró al oír su nombre y sus ojos escarlata se centraron en los dos recién llegados que salían del bosque. Su piel era más blanca que un abedul deshojado, y tenía una palidez fantasmal que lo marcaba como no del todo vivo.

Sonrió, mostrando unos dientes puntiagudos.

—Te agradezco que desafíes el frío para entregar a nuestro infame desviado Soscrofa, Björn. Se sabe que se pierden aquí por la noche, ¿sabes? Los estudiantes. Recordarás que el otoño pasado varios nunca llegaron a casa. Qué pena.

—Lo recuerdo perfectamente, —dijo Nilsson con los labios fruncidos—. Todas chicas, y casualmente, todas con el mismo grupo sanguíneo... —Terminó la frase frunciendo el ceño, lo que hizo que la sonrisa del vampiro se ensombreciera.

—Qué extraña coincidencia.

Harto de esperar, Draco interrumpió la mirada dirigiéndose a Nilsson.

—Esta vez no necesito ni niñera ni guardia, así que puede volver primero a la escuela. Encontraré mi propio camino cuando hayamos terminado.

—Si está seguro, —disimuló Nilsson. Luego llamó en voz más alta al Vampiro, que seguía al acecho ante un estanque helado. Tenía las manos pálidas entrelazadas a la espalda mientras escuchaba.

—Tócale un pelo a este chico y habrá consecuencias. Tiene previsto reunirse con el Ministerio de Magia británico mañana por la mañana. No estaría bien que la Confederación Internacional iniciara una investigación por la desaparición de un estudiante.

Sanguini desenlazó sus largos dedos para despedir al otro hombre.

—El señor Malfoy estará bien. Te comportas como si lo hubiera desangrado toda la semana, cuando no he hecho nada de eso.

—Bien... —articuló Nilsson lentamente, ajustándose las gafas mientras retrocedía hacia los árboles. No parecía confiar en el vampiro convertido en criptozoólogo, y probablemente con razón si los rumores eran ciertos.

Pero tras enviarles a ambos una última mirada de advertencia, Nilsson se internó en el bosque y sus pasos se fueron amortiguando a medida que desaparecía de su vista.

Ya solo en el claro, Sanguini apretó las palmas de las manos sin sangre y preguntó con impaciencia:

—¿Puede lanzar un Patronus corpóreo?

Draco asintió. Aunque podía, su forma no era una que le gustara anunciar y eso medio esperaba que hubiera cambiado a esta edad. Por desgracia, no había sido así.

—Hablamos de los Lethifolds al principio del trimestre, así que ya debería estar familiarizado con lo que son y en qué se diferencian de los Dementores corrientes. Se acuerda, ¿verdad? —dijo Sanguini con cara de satisfacción por la confirmación.

Sintiéndose poco colaborador, Draco se encogió de hombros y no respondió. Sanguini suspiró.

—Entonces se lo explicaré otra vez. Los Lethifolds, o Mortajas Vivientes, atacan a sus presas por la noche asfixiándolas mientras duermen. Aunque ambos parecen similares a primera vista y ambos pueden protegerse con un encantamiento Patronus, los Dementores están clasificados como no-seres, y por lo tanto no entran en el tema de la Criptozoología. Por el contrario, los Lethifolds se clasifican como bestias oscuras. Así, mientras que los Dementores existen para consumir almas, dejando tras de sí un recipiente vacío, pero aún vivo, los Lethifolds consumen a toda su víctima, matándola por completo.

Una pausa en la que Sanguini sacó su varita, sosteniéndola entre el índice y el pulgar. En todas estas semanas, Draco nunca lo había visto usar una varita, y se veía notablemente mal en manos de un vampiro.

Ahora Sanguini continuó.

—Me gustaría que capturáramos un Lethifold y luego lo transportáramos a la escuela para su observación. Un espécimen vivo y que respira es mucho más interesante que una fotografía en blanco y negro, ¿no le parece?

Draco, de hecho, no estaba de acuerdo, y prefería comerse su propio libro de texto que pasarse la noche persiguiendo una prenda demoníaca. Pero no quería que lo expulsaran por una tontería así. Así que dijo:

—De acuerdo, profesor. Solo indíqueme la dirección correcta y le traeré un Lethifold.

El destello de los colmillos cuando Sanguini sonrió, estirando sus finos labios más allá del punto de comodidad, antes de apuntar con su varita entre dos sauces que se habían trenzado formando un arco.

—Vaya por ahí hacia el norte y yo iré por el sur. Si no encuentra nada en el kilómetro diez, dé la vuelta. Nos reagruparemos y luego nos dividiremos en oeste y este, —ordenó Sanguini.

Ahora bajó la varita y añadió con voz de seda.

—Y por su bien, espero que no mintiera al decir que podía invocar un Patronus.

Los kilómetros se alargaron durante horas. Draco mantuvo una dirección aproximada hacia el norte utilizando un Hechizo de Cuatro Puntos para evitar desviarse demasiado del camino marcado. Sin embargo, eso le impedía lanzar Lumos al mismo tiempo y cada vez era más difícil ver más allá de varios centímetros delante de su cara. Todo lo demás se lo tragó la oscuridad.

Tal vez si pudiera convocar un puñado de llamas como Granger, no estaría deambulando sin luz. Pero nunca había conseguido mantener un fuego tan diminuto sin que se extinguiera por completo.

Aquí y allá, la luna se abría paso por un instante e iluminaba el suelo sembrado de hojas. Fue entonces cuando Draco se fijó en las huellas carmesí.

Se arrodilló para inspeccionar más de cerca y terminó el Hechizo de los Cuatro Puntos para que su varita dejara de girar y pudiera usarla como luz.

Las huellas eran lo bastante pequeñas como para pertenecer a una mujer descalza, o quizá incluso a un niño perdido por una familia local. Y la sangre dejada en la tierra húmeda tenía un vibrante color rojo que indicaba que era fresca. Pudo ver que se salían del camino y se adentraban en la enmarañada maleza.

Aunque una parte instintiva y profunda de Draco le decía que no siguiera las huellas manchadas de sangre, prefirió ignorarla. Razonando que podrían haber sido dejadas por la víctima de un ataque de Lethifold, que era la única razón por la que estaba vagando por el bosque. Para bien o para mal, no podía regresar con las manos vacías si quería que esta detención terminara.

No obstante, tomó precauciones. Se anduvo con pies de plomo, bajó la intensidad de su varita hasta que solo emitió un tenue resplandor y mantuvo la otra mano en la funda del muslo. A diferencia de Blaise y Pansy, prefería las maldiciones a cualquier arma física, pero aun así llevaba un cuchillo por orden del secretario Nilsson. Podía sentir el frío acero de su hoja contra los dedos mientras se aventuraba fuera del sendero.

El bosque se volvió más oscuro y silencioso, como si entrara en un lugar donde todos los sentidos se desvanecieran uno a uno. Sus oídos estaban tan embotados como su vista, e incluso el rastro de sangre se hizo más tenue hasta que fue indistinguible del sombrío suelo de musgo. Ahora no podía ver nada a través de la niebla que se había asentado sobre las montañas a medida que la noche avanzaba hacia la hora de las brujas que, según el folclore nórdico, era el momento en que la magia alcanzaba su máxima expresión.

Entonces la niebla se disipó de repente, y Draco vio que estaba ante la boca de una cueva. Su interior era tan poco luminoso como el bosque que lo rodeaba y, sin embargo, tuvo la impresión de que había algo esperándolo dentro. Una inexplicable sensación de ser arrastrado hacia delante por ese algo.

Así que entró.

Sus pasos resonaban demasiado fuerte contra las paredes rocosas, haciendo que sus manos se tensaran en torno al cuchillo y la varita de espino. Pero ahora podía verlo: un montón de ropas negras arrugadas al final de la cueva. Podrían haber parecido los harapos de un vagabundo si no hubiera estado familiarizado con el aspecto de los Lethifolds.

Se tomó un breve momento para cerrar ambos ojos, intentando evocar el recuerdo más feliz que pudiera.

Fue difícil. Tuvo que escarbar en los recovecos más recónditos de su mente, eligiendo por fin el día en que cumplió diecisiete años y pudo usar la magia sin restricciones. Había una sensación de libertad en ello: tener la opción de dejarlo todo atrás. Una opción que nunca tomó.

Habló al aire helado.

Expecto Patronum.

La cueva adquirió una neblina efervescente y nacarada cuando un pavo real plateado brotó de su varita extendida, desplegando sus alas por las paredes y planeando hacia el Lethifold.

Excepto que no era un Lethifold. Ni un Dementor. Era una mujer envuelta en una capa negra hecha jirones que le colgaba de los hombros demacrados.

Se apresuró a hacerse más pequeña, usando la capa para protegerse los ojos del repentino brillo de su Patronus.

El pavo real aterrizó ante la mujer, que se encogía de miedo. Y a través de su contorno translúcido Draco empezó a reconocer sus rasgos: el rostro delgado de una persona que no debería estar respirando todavía. Entonces ella gimió con una voz tímida que él también conocía: de muchas noches y muchas preguntas deslizadas entre las rendijas de la puerta de un sótano.

—Por fin has venido, Pequeño Mortífago.

Se quedó helado.

—Estoy tan agradecida de que estés aquí. Hace días que no bebo. Por favor, dame agua, —dijo.

Una mano, arrugada por la inanición, surgió de entre los pliegues de su capa. La levantó mientras su brazo temblaba violentamente, con los músculos atrofiados por el desuso. No se agarraba a nada mientras seguía recitando aquellas palabras que ya estaban escritas en su mente.

—Sabía que volverías. Sabía que eras una buena persona, así que por favor. Agua.

Draco se quedó con la boca seca mientras miraba, incrédulo. Dejando que su Patronus se disipara cuando ya no pudo mantener la concentración. Sabiendo que estaba aquí con una persona cuyos últimos momentos había presenciado, y que estaba enterrada como un secreto vergonzoso en lo más profundo de la tierra del jardín de rosas de su familia.

La cueva volvió a oscurecerse y preguntó:

—¿Cómo está aquí, profesora Burbage?

Bajó el brazo. A pesar de las sombras, su consternación ante la pregunta era palpable.

—¿No te alivia verme con vida, Pequeño Mortífago?

—No me llames así, —siseó Draco. La varita se elevó para apuntar directamente a su pecho. De su punta salieron chispas verde esmeralda que chisporrotearon contra el suelo de piedra.

—No sé cómo llamarte hasta que me digas tu nombre, —susurró en voz baja.

Y Draco respondió de la misma manera que lo había hecho antes. Atrapado en un bucle temporal de recuerdos que no podía romper.

—Te prometo que eso nunca va a suceder.

Su cara se tornó angustiada.

—Tú... tú estabas allí. Riéndote con los demás cuando esa mujer Lestrange me lanzó Crucios en el suelo. Sentado en esa mesa cuando su marido me arrastró a la habitación. Estabas allí cuando me mataron.

Draco podía oír el tono defensivo de su propia voz. Una justificación desesperada y llena de culpa.

—No entiendo qué esperabas, —dijo, dando un paso atrás—. Te marcaron para morir en cuanto te encerraron en ese sótano. No había escapatoria.

—Pero ni siquiera lo intentaste, —acusó Burbage en voz baja. Ahora ella avanzaba hacia él dando tumbos. Tenía la espalda encorvada y su túnica se arrastraba por el suelo de la cueva como la cola negra de un vestido.

Otro paso más.

—No podía arriesgar a mi familia.

—No podías arriesgarte a ti mismo.

De repente, su cara se había retorcido de rabia mientras ella avanzaba y él retrocedía. La distancia entre ellos se acortaba con cada palabra condenatoria.

—¡NI SIQUIERA TUVISTE EL VALOR DE MANTENER LOS OJOS ABIERTOS!

Entonces, como si hubiera sido golpeada por un hechizo de una varita invisible, Burbage se desplomó en el suelo y soltó un grito que helaba la sangre. Su cráneo hizo impacto con un terrible ruido sordo. Se retorció de dolor mientras su piel se desgarraba contra las afiladas rocas.

Y su cara empezó a cambiar gradualmente. Fundiéndose en una que pertenecía a una persona completamente distinta: un hombre de ojos pálidos y plateados y pelo a juego. Su rostro tan cetrino como el de Burbage, los pómulos salientes de una inanición lenta y cruel.

Pero Ollivander no gritaba. Estaba acurrucado sobre sí mismo, con ambos brazos alrededor del abdomen encogido. Llevaba semanas enfermo, incapaz de retener alimento o agua. Algo le pasaba y se consumía en los rincones polvorientos del sótano. Nadie se dio cuenta ni le importó.

La cara cambiaba una y otra vez. Cambiaba, cambiaba y cambiaba en un incesante estribillo interrumpido por fuertes CRACKS. Eran demasiados para recordarlos con claridad, algunos con los que nunca había intercambiado una sola palabra. Algunos cuyas caras no había logrado memorizar antes de que fueran sustituidas por las siguientes.

CRACK

Un Squib que solo sobrevivió quince días.

CRACK

Una anciana que Dolohov tomó como ejemplo de la Oficina de Enlace con Muggles.

CRACK

Una madre que se pasó todo el tiempo lamentándose por sus hijos. Llamándoles más allá del sótano como si pudieran oír sus despedidas.

CRACK

Ahora era la chica Lovegood que miraba fijamente a Draco. Su pelo amarillo le colgaba lánguidamente por la espalda, tan sucio que él podía imaginarse oliendo el hedor fantasmal. Lovegood había sido alimentada porque esperaban que su padre se callara. Pero aun así la trataban peor que a una mascota enjaulada.

Los gritos alcanzaron un tono ensordecedor, ahora procedentes de Granger, que se agarraba el brazo izquierdo sangrante. Se retorcía y temblaba de dolor, suplicando ayuda solo para que le grabaran otra letra torcida en la piel.

S . . . A . . . N . . . G . . . R . . . E . . . . . . S . . . U . . . C . . . I . . . A

De repente, la cara de Granger se apartó del techo, inmovilizada por unas manos invisibles, mientras otra maldición recorría su cuerpo. Y en este ángulo, sus ojos se encontraron como lo habían hecho aquel día en el salón. Vio a Draco arrodillado en el suelo de la cueva a su lado, con las manos flotando justo encima de ella, pero sin tocarla.

En cambio, sus ojos grises estaban muy abiertos; la boca formaba palabras que ella no tenía forma de oír por encima de sus gritos angustiados.

—Te merecías más...

Dejó de llorar. En su lugar, expresó palabras huecas.

—Todos lo hacían, pero nunca lo encontraron en ti.

La cara de Granger se ensombreció mientras se incorporaba y reanudaba sus condenas.

—Incluso ahora, incluso aquí, finges que merecían pudrirse en ese lugar sucio, asqueroso y repugnante mientras tú dormías profundamente. A salvo en tu cama. Como si pudieras olvidar la culpa soñando.

Draco se puso en pie.

—No actúes como si supieras lo que hay en mi cabeza.

Se arrastraba hacia él a cuatro patas, con el rostro enfurecido más allá del punto de autocontrol. Se había transformado en una amalgama de cada una de sus caras. Todas gritando de forma asesina mientras él retrocedía por la cueva.

Y ya no era humana.

Apuntó con su varita.

Riddikulus.

Sanguini estaba sentado en un tronco volcado en el claro, usando una piedra para afilarse las uñas, que ya parecían cuchillos, cuando Draco se acercó. Permaneció desinteresado ante la llegada de su alumno, y solo levantó la vista cuando un montón de túnicas negras fueron arrojadas al suelo ante él. Estaba atado con cuerdas, lo bastante apretadas como para impedir que unas hileras de dientes dentados le mordieran la capucha.

—Consiguió enganchar un Lethifold, —asintió Sanguini, impresionado a regañadientes—, aunque tardó horas más de lo debido.

Draco frunció el ceño.

—Habría sido más rápido si no hubiera encontrado antes un Boggart.

—Ah. Ese fue mi error por no mencionar que estos bosques están plagados de cambiaformas por la noche. Debí haberme dado cuenta de que no debía enviarle sin al menos una advertencia. Qué alivio ver que escapó ileso, señor Malfoy, —replicó Sanguini mostrando una sonrisa colmilluda.

Para Draco, el vampiro parecía más divertido que aliviado. Pero lo ignoró y prefirió mirar al bosque.

Ahora el Vampiro estaba de pie.

—Deberíamos volver a Durmstrang antes del amanecer. No estaría bien que me pillara fuera cuando salga el sol.

Draco le siguió en silencio.

La bajada de la montaña fue tediosa debido al Lethifold capturado. Se turnaban para colgarlo entre los árboles, deteniéndose a menudo para desenredar su manto de las muchas ramas nudosas que había por el camino.

Para cuando la fortaleza apareció a la vista, el amanecer ya era visible en el horizonte. Incluso su débil resplandor pareció incomodar a Sanguini. Sus pasos se aceleraron e instó:

—Termine de llevar el Lethifold el resto del camino. Después de guardarlo en el armario del atrio, vaya directamente a su entrevista con el Ministerio de Magia. Su suspensión ha sido levantada.

Entonces Sanguini atravesó el campo nevado corriendo contra el sol.

Draco, Blaise, Goyle y Theo estaban alineados en el pasillo de espejos fuera del despacho de Dornberger, que el Ministerio había confiscado para estas reuniones. Estaba sentado en una fría silla de metal que no parecía de Durmstrang: demasiado moderna para el antiguo colegio. Y luchaba por mantenerse despierto.

Blaise se acercó para preguntar en voz baja.

—Ninguno de nosotros te ha visto, Malfoy. Alguien incluso inició un desagradable rumor de que rescindieron tu libertad condicional e hicieron que un Dementor se llevara tu alma. ¿Dónde te han estado escondiendo toda la semana?

Una mirada al otro lado del pasillo confirmó que Theo estaba pendiente de cada palabra. Sacudió la cabeza.

—Te lo diré más tarde.

—¿Por qué estamos esperando aquí fuera? Creía que íbamos a hablar con los del Wizengamot como hicimos en verano, —murmuró Goyle, sentado en el lado opuesto de Blaise.

—No son del Wizengamot, son Aurores del DALM, —corrigió Blaise—. Como en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, por si también olvidaste esa parte.

Goyle frunció el ceño, pero Blaise aún no había terminado sus bromas.

—Departamento es un tipo de rama del gobierno. Magia es la mierda de colores que sale de ese palo que llamas varita. Ley...

Theo estalló en carcajadas y todos se volvieron para mirarlo. En respuesta, el bicho raro se limitó a estirar las piernas y a encorvarse más en su asiento, bostezando:

—Es inútil intentar meter respuestas de última hora en el cerebro de Gregory. En todo caso, cuanto más tontos actuemos todos, mejor para el Ministerio, porque supondrán que no somos amenazas. Al menos ese es mi plan.

Blaise se frotó la barbilla.

—Yo no estaría tan seguro, ya que también evalúan nuestra aptitud mental. Aunque no eres el que más acidez me da.

Se volvió hacia Draco, adoptando un tono inusualmente grave.

—Como nuestros expedientes estaban limpios, Munter, Rogsfell y yo solo recibimos tirones de orejas por ser sorprendidos en ese duelo. Seis puntos cada uno. Pero el Departamento de Seguridad Mágica tiene que saber que fuiste suspendido, así que cuando vayas a esa entrevista, no la cagues.

—Independientemente de los expedientes escolares, todos seguimos en peligro. ¿Por qué me dices eso solo a mí? —Draco lo fulminó con la mirada.

—Porque te ves como una mierda.

Draco exhaló, olvidando que Theo estaba escuchando, mientras la irritación se apoderaba de él, seguida de cerca por un cansancio abrumador. Se apoyó en las rodillas, hablando al suelo.

—También lo harías después de ser encerrado y abandonado en un bosque para perseguir demonios.

Ahora los ojos oscuros de Blaise se dirigieron al corte que tenía en el antebrazo, visible a través de la manga destrozada del uniforme. La herida seguía supurando sangre mientras esperaban sentados.

—Intenta no mencionar eso o lo que siempre le haces a tu Marca Tenebrosa. No crearía una buena impresión.

—Yo no me hice esto, —replicó Draco, cubriendo la manga con la otra mano—. Vino de un Lethifold.

Blaise parecía dudoso.

—Tal vez haya tiempo para limpiarte y curarte ese corte antes de que nos llamen dentro.

Sin embargo, al momento siguiente, la puerta se abrió de golpe con un sonoro BANG. Goyle, que estaba más cerca, dio un respingo en su asiento y luego tartamudeó.

—¿Qué... qué hace ella aquí?

Draco levantó la vista.

Un hombre rubio y musculoso salía del despacho de la directora, vestido con la gabardina negra con correas de Auror del Departamento de Seguridad Mágica, con los galones brillando contra los espejos. A Draco se le escapaba el nombre, pero podía ser Dawlish.

El hombre se tomó un momento para examinar la cola de entrevistados antes de abrir la puerta para que saliera una segunda persona.

Era Granger.

Saliendo de la oficina, entera y sin heridas. Con su uniforme escolar y no con esos harapos fantasmales que el Boggart había estado arrastrando por el suelo de la cueva. Pero seguía siendo un parecido demasiado cercano.

Su mirada se detuvo brevemente en Draco al pasar, y él le devolvió la mirada. Escudriñando cada centímetro de piel, que estaba limpia de una sola marca. Casi como si nunca hubieran existido. Ahora mismo, no confiaba mucho en sus propios recuerdos.

Tampoco sabía qué pensar de su expresión, y mucho menos de cómo se frotaba el cuello cohibida. Su mano estaba cubriendo los lugares que él tocó cuando Ivanov los encontró escondidos... Como si fuera ella la que se arrepintiera de haber sido descubierta con él y se avergonzara de lo que pensaran los demás.

Granger apartó la vista.

Luego se fue.

Y sintió como si todo el oxígeno de la sala de los espejos desapareciera de repente con ella, haciendo imposible respirar; concentrarse en nada más allá del martilleo en su cráneo y su certeza de que nunca debería haber puesto un dedo sobre alguien tan patéticamente indeciso.

—¿Qué crees que le dijo la Sangre sucia al Ministerio sobre nosotros? —susurraba ahora Goyle.

—Creo que tendremos esas respuestas muy pronto, —respondió Blaise sombríamente.

El Auror murmuraba algo a Dornberger, que también había aparecido en el umbral. Hizo un gesto en dirección a Draco y este oyó que lo llamaban por su nombre.

—Empezaremos con usted, Sr. Malfoy.

Se levantó, sintiendo que cada músculo de sus hombros se tensaba mientras cruzaba el vestíbulo y se dirigía al despacho. Sin embargo, antes de que pudiera entrar, el Auror cruzó el marco de la puerta con una mano para impedirle el paso.

—Un asunto primero, —explicó el hombre, deteniéndose un momento para estudiar los ojos de Draco, ensangrentados por el cansancio y la maldición que utilizó para contener al Lethifold—. Esta evaluación en particular será supervisada por mi aprendiz. No podía dejar pasar la oportunidad de traerlo.

—¿Quién es? —preguntó Draco después de contar en silencio hasta diez.

El Auror se hizo a un lado.

—Eche un vistazo usted mismo.

Así lo hizo Draco, desplazando al otro hombre aún más lejos de su camino y cruzando furioso el umbral solo para ver la peor de las putas caras. La que debería haber predicho.

La de Harry Potter.

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Nota de la autora:

Feliz Año de la Serpiente, que viene como anillo al dedo, ya que 2025 será también cuando concluya el Año de la Leona. Pero ahora voy a actualizar mi otro WIP, así que podéis esperar el capítulo 25 de esta historia dentro de quince días... es importante. Mientras tanto, podéis encontrarme en Instagram para estar al día.

Gracias por elegir estar aquí.

HeavenlyDew