Hola! Antes que todo sé que merezco ser criticado y hasta odiado así que pueden hacerlo con toda confianza ;). Me gusta que la gente se exprese y no se guarde lo que siente. De todos modos respecto a Ino me gustaría contar algo muy importante: no es que yo haya disfrutado matándola, no es que un día me levantara y dijera «¡Hoy tengo ganas de matar a Ino, jajaja!». Todo lo contrario. Probablemente nadie sufrió su muerte más que yo y no me da ninguna vergüenza decir que hasta lágrimas se me cayeron escribiendo su deceso ya que recordé dos pérdidas muy importantes que he tenido en mi vida, además de la música tan triste que puse para ambientar la escena final.

A esta Ino guerrera medieval yo la escribí, la sentí, la adoré, y siempre traté de darle la mayor profundidad posible a pesar de ser un personaje secundario, aunque para mí llegó a ser uno de los tres principales. Créanme que me dolió mucho matarla.

Alguien me podría decir, ¿y por qué la mataste entonces? Porque a veces hay que hacer sacrificios por el bien de una historia, por eso lo hice. Creo firmemente que su muerte era necesaria ya que es una tremenda tragedia que afectará al porvenir de todos los personajes, incluyendo al mismísimo Pain. Así también le añadirá mucho peso dramático al combate final de esta historia y por ende a su final en sí (que ya está muy cerca, no prometo nada porque siempre se me pasa la mano escribiendo pero dudo que pase de 3 capítulos más).

Doy mis disculpas si acaso hice sufrir más de la cuenta, pero también me alegra mucho ver que su muerte les haya llegado pues ese era mi propósito. Recuerdo que cuando comencé este fic no tenía nada claro salvo el principio, el final y el personaje de la mujer guerrera que tenía en mente. En un principio pensé que sería Konan o Temari, tenía dudas y por eso no mencioné su nombre y la hice muy ruda por si elegía a Temari, pero al final me decanté por Ino y creo que fue por lejos la mejor decisión que pude tomar. Y así también desde su mismísima concepción sabía que este personaje moriría cerca del final de la historia. Originalmente lo haría salvando a Sasuke y a Hinata de una trampa tendida por Danzo, pero cuando opté por incluir a Pain decidí que una muerte épica luchando contra él y hacerlo sangrar era el final más emotivo para su personaje.

Pasando a otro tema más ameno: mi querida amiga Kokoro Uchiha Anele 01 me hizo una pregunta cuya respuesta puede ser interesante para alguien más, así que aquí va: Pain no es español (xD), sólo le di un acento ibérico para hacer notar que él viene de otro continente y por tanto tiene un modo de hablar distinto. Algo así como los distintos acentos que hay entre los países latinoamericanos o el que existe entre el inglés estadounidense, el británico y el australiano.

También les ofrezco mis disculpas porque ahora tendrán que leer más de 34 mil palabras, pero supongo que a estas alturas las lectoras y lectores ya están acostumbradas/os a que haga capítulos XL.

Por último: de nuevo muchísimas gracias por sus reviews. Siempre es muy grato leer sus comentarios y ver gente que aprecia y se emociona con lo que uno escribe :). De no ser por ustedes y su apoyo ya me habría retirado hace tiempo de este mundillo ficker. Saludos gigantes y cuídense mucho ;D


Vocabulario:

Tándem: Conjunto de dos personas que tienen una actividad común, o que colaboran en algo.

Elegía: Composición lírica en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado.

Mate: Amortiguado, sin brillo. Ejemplo: sonido mate.

De refilón (locuciones adverbiales): Oblicuamente, de soslayo, al sesgo.

Punible: Que merece castigo.

Canguelo: Miedo, temor.

Mitón: Especie de guante de punto, que solo cubre desde la muñeca inclusive hasta la mitad del pulgar y el nacimiento de los demás dedos.


»¿Hermano?

»Hola, Sasuke... Te pedí que vengaras a la familia, pero te puse un peso demasiado grande sobre los hombros. Perdóname por darte una responsabilidad tan enorme. Fui yo quien alimentó tu sed de venganza haciéndote prometer algo que ningún niño debería.

»No, hermano, no te preocupes por eso. Con o sin promesa yo igualmente habría acabado siendo quien fui. Mi odio no necesitó de un juramento para alimentarse, simplemente nació desde mí.

»Te conozco tan bien que ya sabía de antemano tu respuesta, pero de todas formas necesitaba pedirte perdón. De haber tenido tiempo para reflexionarlo nunca te habría puesto semejante carga encima. La prisa me impidió ver las consecuencias.

»Tranquilo, hermano. Tú no necesitas disculparte por nada, soy yo quien se disculpa contigo: perdiste tu vida por salvar la mía.

»Y si pudiera lo volvería a hacer sin dudar un solo segundo. Así que de verdad no te lamentes más. Es una bella muerte dar la vida por quien tanto amas.

A pesar del recuerdo que traspasaba su mente, Sasuke no perdía su atención en Danzo por si intentaba lanzarle algún cuchillo o alguna otra fechoría. Se percató de que el rey parpadeó, pero de algún modo ese acto que duraba menos de un segundo pareció durar diez. Era como si estuviera viendo en cámara lenta, como si su vista hubiese alterado el flujo normal del tiempo.

»Sasuke... es hora de que dejes el odio atrás.

»¿A qué te refieres?

»Por tanto combatir contra monstruos también te convertiste en un monstruo. No te sigas corrompiendo. Los hijos no tienen por qué pagar los pecados de los padres.

»Lo dices por Hinata, ¿verdad?

»Así es.

»Sabes perfectamente que los clanes forman una unidad indivisible. Cada integrante funciona como un brazo, una pierna o un ojo del mismo organismo, del mismo cuerpo. No puedo perdonarla. Menos cuando prefirió vivir cómodamente en su ignorancia antes que averiguar la verdad.

»Todos cometemos errores, Sasuke. Lo realmente importante es que ella no tiene la culpa de lo que pasó. Recuerda que nuestra sangre no tiene por qué condenarnos. Son nuestras almas las que definen quienes somos.

»Tú dijiste que las cosas son como son y no cómo nos gustaría que fueran.

»Las cosas son como son, pero las injustas no podemos aceptarlas sin más: hay que luchar para cambiarlas. Y no es justo que ella pague por los pecados de otros, aunque sean de su propia familia. La decisión es solamente tuya. Tú puedes decidir. No la hagas sufrir más. Perdónala como ella te perdonó a ti.

»Pero...

»Ella podrá llevar la sangre de los Hyuga, pero no es la culpable de lo que ocurrió. Eres fuerte, hermano. Más fuerte que nadie. Por eso sé que harás lo correcto. Me gustaría aconsejarte más, pero se acaba el tiempo y aún tienes que hacer cosas en el mundo. Ve, Sasuke; tu prometida te llama.

»Ella no me importa.

»¿Y tu perro tampoco te importa?

»Él sí que me importa muchísimo. Y también sé que tengo una última meta por cumplir, pero ahora que estoy aquí no quisiera irme. Aquí tengo paz. Aquí tengo paz por fin.

»En el mundo también puedes tenerla, hermano. La muerte no es la única manera de encontrar paz. Sólo abre tu corazón y podrás hallarla.

»Pero...

»Te prometo que nos volveremos a encontrar, Sasuke... Pero no todavía... Todavía no.


Esclava Sexual, Capítulo Quincuagésimo quinto:

Demonio de la venganza


El corazón que antes palpitaba como enloquecido retornó hacia la normalidad. En el momento en que más lo necesitaba, Sasuke revivió la experiencia extrasensorial que tuvo con la persona que más admiraba en el mundo.

¿Cómo olvidar todo lo que le dijo su hermano aquella vez que estuvo tan cerca de la muerte? Estaba completamente seguro de que sus consejos no fueron un sueño ni una alucinación. De hecho, fue Itachi el que lo impulsó a seguir viviendo en ese momento tan crítico.

Mientras tanto Danzo, inflado de seguridad, vaticinaba que el joven cedería ante la expectativa de ver vivo a quien fue su ser más amado. ¿Cómo no querer recuperar a su hermano tras tantos años? ¿Cómo no querer salvarlo de la prisión en que estaba? Tal deseo era un punto débil del cual no podría escapar. Por ello se deleitó al ver que su enemigo más odiado mantenía una terrible duda brillando en sus ojos. Tenía a Sasuke en sus manos tal como Sasori a sus marionetas. Eso fue lo que creyó fervientemente en un principio, pero, para su sorpresa, el tono en los ojos del Uchiha cambió radicalmente de un momento a otro...

—Digas lo que digas mi venganza contra ti seguirá adelante. Vas a morir sufriendo lo indecible, maldito Shimura.

El gobernante sintió como su corazón se saltaba un par de latidos. ¿Había oído bien? No podía ser posible esa respuesta, no tomando en cuenta cuánto amaba Sasuke a su hermano mayor.

—¿Acaso no quieres ver de nuevo a Itachi? —Lanzó completamente desorientado. Ni en sus peores augurios se esperó esa reacción.

—A mi hermano lo vi justo en el momento en que más lo necesitaba. Y sé perfectamente que ya está muerto; tan muerto como tú lo estarás dentro de poco.

Shimura se volvió instantáneamente ojiplático. Tragó saliva ante lo inesperado.

—¿Lo viste? —cuestionó desconcertado al máximo. Sus pupilas estaban contraídas y la esclerótica más abierta—. ¿Cómo puedes haberlo visto si no sabes dónde está cautivo? Es un disparate lo que dices. No sé qué alucinación tuviste o qué hechizo te lanzaron, pero es imposible que lo hayas visto.

—Danzo, no voy a caer en tu sucia trampa. Jamás me dejaré engañar por el enemigo y mucho menos por ti. Prepárate a sufrir el dolor más grande que haya sufrido un ser humano en este mundo.

A lo dicho, Sasuke lo vio pasar saliva. Lo denotó el movimiento en la garganta del anciano.

—Tus ansias de venganza están nublándote la mente, así que piénsalo mejor. Te aseguro que él sigue vivo en una celda —persistió. Su convicción, empero, no fue tanta como la de antes—. ¿En serio dejarás morir a Itachi? ¿Acaso tu venganza es más importante que salvar la vida de tu propio hermano?

Uchiha sonrió de forma hiriente.

—No importa cuánto insistas con tu mentira, yo sé perfectamente que Itachi está en un lugar mejor que este —aseveró muy convencido, creyendo plenamente en su visión—. Él murió hace catorce años por salvarme la vida y ahora vas a pagar terriblemente por eso, alimaña malnacida —sentenció sin el más mínimo ápice de duda. La furia contenida que había en ese semblante resultaba escalofriante.

El rey quiso insistir, pero la lengua se le enredó como si fuese una serpiente sufriendo calambres. El miedo había vuelto a él con toda potencia al comprender por fin que Sasuke no cedería. Era como el cuento de Pedrito y el lobo: había dicho tantas mentiras que ya nadie le creería incluso si dijese la verdad.

Sin perder tiempo el rey se escabulló como alma que llevaba el diablo empujando una puerta secreta que estaba detrás del trono. Estaba claro que pretendía huir a través del sistema de laberintos que había a través de todo el castillo.

El vengador corrió a toda velocidad y, dando una patada espartana, intentó tirar abajo esa puerta que se ocultaba como si fuese parte del muro. Sin embargo, quedó claro que Danzo había puesto algún tipo de traba por detrás.

—¡Traigan el ariete!

—¡Ya viene, mi general! —contestó un oficial que ya había adelantado esa orden.

—¡Quiero toda la capital rodeada desde un kilómetro a la redonda! —ordenó enseguida el Uchiha—. ¡Que no haya espacio por donde ese maldito huya!

—¡Sí, señor!

El ariete, cargado por veinte hombres, no tardó mucho en llegar. La punta forjada en acero tenía una cabeza de carnero, la cual pronto hizo pedazos el muro-puerta. El polvo nada dejó ver en un principio, pero al disiparse quedó a la vista que el pasadizo estaba hecho de concreto y era más o menos ancho, pero sobre todo muy profundo.

Contrario a lo que pudiera pensarse, Sasuke no corrió a toda velocidad ni se desesperó por hallar rápidamente a Shimura. Este corredor le dio mala espina de inmediato y en nada le extrañaría que ese cobarde intentara pillarlo por sorpresa desde algún punto ciego, puerta secreta, o a través de alguna trampa dispuesta para matarlo. Después de todo eran artimañas que muchos usaban: huir para ejecutar un contrataque sorpresa.

Tendría que ir con mucho tiento, aunque las ganas de atrapar al rey eran tan grandes que le sería difícil aplicarlo. Sin embargo, no se le antojaba morir empalado por estacas ocultas bajo un piso falso u otro artificio por el estilo. Si deseaba alcanzar su venganza, tener paciencia era una premisa que debía seguir a rajatabla.

Agarró un escudo y se llevó a una docena de hombres; unos como escoltas laterales y otros que desde atrás iluminarían el camino con sus antorchas. Así avanzaron palpando con sus espadas techos, paredes y pisos.

Sasuke y sus soldados continuaron la búsqueda sin lentitud excesiva, pero tampoco yendo a carrera. Recorriendo los laberintos terminaron llegando a una puerta que el general, poniendo su escudo por delante, abrió cuidadosamente. Entonces, a la vista suya y también a la de los demás, aparecieron muchos candelabros que sostenían largas velas que ahora mismo ardían con fulgor.

Los ojos de la mayoría se abrieron al ver que las paredes estaban plagadas de pinturas al óleo que presentaban a criaturas evidentemente demoníacas. En tanto, un mueble pegado a la pared tenía relucientes calaveras humanas dispuestas en fila, además de amuletos horrendos que de seguro servían para conjurar maleficios.

Uchiha avanzó con precaución a fin de no caer en ninguna treta. En el cuarto casi todo era inflamable y Danzo podía estar escondido tras una vía de escape para iniciar un incendio. Ya dominando la habitación desde su centro, descartó cualquier amenaza y repasó con su mirada los cuadros que parecían rodearlo. Todos eran siniestros, pero destacando por encima estaba la pintura de una sombra completamente negra y con gigantescas alas muy semejantes a las de los murciélagos. No se le podía discernir ningún rostro, pero su cuerpo de femeninas formas estaba rodeado de inquietantes llamaradas azules. Y al observarlas con mayor atención, notó que formaban espantosas caras de dolor. Por último, a los pies del cuadro, destacando por sobre el resto de la pintura, había un nombre con vívidas letras rojas. Las mismas parecían haber escurrido como sangre antes de secarse. El nombre allí plasmado jamás lo había escuchado en toda su vida:

Lamia.

El resto de hombres también quedaron pegados al macabro cuadro, aunque ellos, a diferencia de la absoluta calma del general, sintieron que tal imagen les calaba los huesos.

Necesitaron tragar saliva y hasta santiguarse por la suprema maldad que despedía la obra. ¿La habría pintado Deidara, Sasori, o algún otro? Sea como sea, soldados como ellos nunca pensaron que una simple pintura pudiera proyectarles tanta fobia, tanta inquietud, tantos nervios a punto de estallar a través de sus pieles. Si hasta parecía que en cualquier momento aquella cosa endiablada se saldría del marco para atacarlos.

Si eso ya era muy llamativo, lo que vieron al fondo no se quedaba atrás. En un pedestal, en medio de tres calaveras relucientes como trofeos, yacía un muñeco de pequeño tamaño, cuya figura fue reconocida enseguida por todos los presentes. Su negro pelo era alborotado, la tez blanca, los ojos brunos y la ropa lucía idéntica a la que Sasuke vestía habitualmente. En su cuerpo hecho de aserrín y género, tenía clavados múltiples alfileres por todas partes, aunque la mayor cantidad se concentraba en la zona correspondiente al corazón. También había otro muñeco sospechosamente parecido a Naruto, que también presentaba un mar de alfileres clavados.

La visión resultaba completamente espeluznante para las personas que creían férreamente en la magia negra, males de ojo, el ocultismo y demás prácticas oscuras. Valía decir, la mayoría de gente de esos tiempos. Sasuke, por su parte, ni siquiera se inmutó. Si los demonios existían, él era más fuerte que todos ellos juntos. Así de grande era su ego.

—Que todos vean bien este cuarto clandestino para que conozcan a la basura que los gobernaba —dijo el último Uchiha.

—Ese hijo de perra quemó a no sé cuántas mujeres por brujería... ¡Y resulta que él era el más brujo de todos! —comentó alterado uno de los soldados, mientras golpeaba una pared con el costado de su puño.

—¡Cínico de mierda! ¡Tiene que arder en la hoguera a cualquier precio!

—¡Tirémoslo a una caldera hirviendo!

—¡Calcinemos a ese engendro del infierno!

—Les aseguro que Danzo pagará muy pronto. ¡Ahora prosigamos la búsqueda, soldados!

—¡A su orden, general!

Avanzaron por un descuidado pasadizo interminable. Seguramente nadie, a excepción de Danzo, había pasado por aquí durante muchos años. El aire se sentía tan pesado, viciado y reseco que, además de hacerse dificultoso respirarlo, también estaba induciéndole dolores de cabeza a tres de los escoltas.

Unos siete minutos después y entre las penumbras disipadas por las antorchas, todos vislumbraron a Danzo justo a lo largo del pasadizo y a tan solo quince metros. Parecía estar buscando una puerta oculta en la pared. Sin embargo, apenas vio a sus persecutores puso pies en polvorosa.

Seis soldados se dejaron llevar por la expectativa de darle caza por fin y, por simple instinto, se echaron a correr sobre la presa.

—¡Alto todos! —ordenó Sasuke—. ¡Es un anzuelo, carajo! —añadió lo que enseguida dedujo.

Los hombres obedecieron, pero, por haber avanzado varios metros, ya era demasiado tarde. Los seccionados muros laterales se abrieron como si fueran puertas giratorias y, entonces, soldados muy altos y fornidos aparecieron a fin de matarlos a todos.

—¡Es una trampa! —gritó uno de los que quedó separado del grupo.

—¡Mierda!

—¡Repliéguense!

Se armó un frenético combate de refriega en que los separados del grupo cayeron rápidamente.

—¿¡Creíste que acabarías conmigo, maldito Uchiha!? —Desde el fondo del pasillo se escuchó la voz de Danzo gritando a toda potencia—. ¡Dejé a mi gente más leal como mi última carta de victoria, hijo de puta!

Se refería a trece guerreros de élite cuya altura rondaba los dos metros. Se habían retirado por su edad ya cercana a las cuatro décadas, pero, para desgracia de los rebeldes, seguían estando en plena forma física.

Mientras Sasuke y sus hombres restantes intentaban reagruparse, los escoltas que llevaban antorchas las dejaron caer para agarrar sus espadas y poder defenderse.

El derrame de sangre y los sonidos metálicos se abrieron paso de tal modo que tanto los rebeldes como los partidarios del rey caían como palitroques. No obstante, el factor sorpresa hizo que la balanza finalmente se decantara en contra del Uchiha y sus soldados. Teniendo más espacio, los cuatro sobrevivientes por fin lograron extenderse a lo ancho del pasillo en formación de falange defensiva.

—¡Ayuda! —gritó a todo volumen uno de los soldados esperando resistir el embate hasta la llegada de refuerzos.

La superioridad numérica de los acólitos del rey, sumándose a la mayor fuerza que tenían, causó que todos los escoltas de Uchiha cayeran a excepción de uno solo. Codo a codo trataron de revertir la horrible situación, pero seis guerreros de élite contra Sasuke y un soldado raso, traducidos en doce brazos contra cuatro, era una locura muy difícil de sortear.

El último escolta terminó cayendo, pero, sacrificándose, logró matar a uno de los atacantes antes de dar su alarido final.

Uchiha, atacado de frente por todos sus enemigos, de algún modo logró contener diez fornidos brazos; seis con su escudo y cuatro con su espada. Resistía de rodillas, encogiéndose contra el suelo como un cilindro siendo aplastado por una prensa hidráulica, o como un hombre que trata de impedir que una pesada pared lo aplaste tras un terremoto.

Sin más solución, y sin importarle si se desgarraba todos los músculos en el proceso, desató una fuerza histérica para salvarse. Sin embargo, hay circunstancias en que la fuerza bruta no puede hacer nada contra del abrumador destino. Esta era una de esas ocasiones. La cruda realidad fue que no logró empujar las espadas enemigas ni siquiera cinco miserables centímetros...

La probabilidad de sobrevivir implicaba un cero por ciento contra un cien por ciento absoluto. Era totalmente imposible salir de esto usando los músculos.

«Perdóname, hermano, no podré vengarte... Ino, cobra venganza por mí... Y adiós, mi Hinata, quiera o no ha llegado mi final».


La soldado de larga cabellera rubia había perdido el don de la vida y, aunque Pain se empeñaba en mantenerse tan inexpresivo como siempre, brillos de tristeza sacudían sus ojos. Ésta desapareció cuando vio de refilón como una flecha iba directamente contra su cabeza. Sus reflejos estaban mermados por la pérdida de sangre, pero no lo suficiente como para morir de una manera tan simple.

—¡No lo hagas! —ordenó el nuevo líder Yamanaka a uno de los miembros más jóvenes del clan, quien, impulsado por el dolor que estalló en su alma, se lanzó a la carrera dispuesto a disparar cuantas flechas fuesen necesarias para matar al pelirrojo.

Pain levantó tranquilamente el cadáver de Ino con una sola mano y, a brazo estirado, lo puso por delante como escudo. El joven atacante tuvo que detener sus tiros al entender que sólo dañaría el cuerpo de su comandante en vano. Sin embargo, eso no detuvo su intención de asesinar al falso dios: siguió corriendo hacia él mientras desenvainaba su espada.

Mientras tanto, La Hermandad ya avanzaba en contra de los enemigos para proteger a su amada deidad.

—¡Mierda! ¡Ataquen! —dijo el comandante ascendido por Ino antes de morir, cuyo nombre era Irushin. A su tremendo pesar, no tuvo más remedio que iniciar una batalla campal ante la inmensa acometida que se les vendría encima por la irresponsable acción de su joven pariente. Era increíble como una sola persona podía cambiar para mal el destino de muchas más.

—¡Vas a pagar por lo que le hiciste a lady Ino! —Incapaz de controlar sus impulsos de venganza, clamó el joven causante de todo. La soldado no sólo era su gran ejemplo a seguir, sino también su irrealizable amor platónico.

Dejando caer el cadáver de la rubia suavemente, Pain, a pesar de estar mermado, nada demoró en vencer a su oponente poniéndole una espada al borde de la garganta. Los hombres de Ino también se dispusieron a acribillar al falso dios, pero Konan y los demás lo cubrieron rápidamente con sus escudos. Entonces, las líneas laterales de los invasores se arrojaron en masa para concluir la exterminación.

Actualmente la legión Relámpago apenas superaba los tres mil hombres. Por muy buenos que fueran combatiendo todos ellos, absolutamente nada podrían hacer contra un ejército conformado por más de doscientos mil. Aun así estaban convencidos de que lograrían matar a muchos antes de caer.

La masacre estaba a punto de ser servida y todos los sabían, pero entonces alguien inesperado alzó su voz.

—Basta —habló la malherida deidad. A pesar de que no había gritado, el sonido emergió como un eco estentóreo que de algún modo retumbó a través de todo el ambiente—. Dejadlos ir. Suficiente sangre ha corrido por el día de hoy.

—¡Su divina magnificencia, ellos han atentado contra su vida a traición! ¡Deben pagar por ese crimen tan grande!

—¡Hay que matarlos a todos, mi lord!

—El duelo con Ino ya había terminado, de modo que no fue a traición —contestó tranquilamente—. Estaban en su derecho de buscar venganza. Así funciona el ciclo de odio al que los humanos estáis eternamente atados. Dejadlos ir.

—¿Está seguro, mi señor? Después tendremos que combatirlos igual. Lo mejor es matarlos ahora que tenemos una ventaja total.

—Ino Yamanaka se sacrificó por toda esta gente. —Le echó una mirada a quienes tenía enfrente. Luego hizo lo mismo con la soldado, cuyo cadáver yacía sobre el suelo en posición supina—. Sería una total falta de respeto hacia ella, y también un punible deshonor, si aprovechásemos una ventaja tan excesivamente injusta.

Se hizo un silencio en que nadie de los invasores replicó. Ninguna duda cabía de que Ino se había ganado el respeto hasta de sus enemigos.

—No se me antoja matar a otro Yamanaka y menos aún a uno tan joven. —Pain liberó al muchacho que lo había atacado, dándole un fuerte empujón que lo hizo trastabillar muchos pasos. No cayó al suelo de milagro—. Lárgate y no oses cruzarte en mi camino de nuevo. La próxima vez no habrá piedad. Y eso va para todos vosotros —culminó mirando a toda la legión Relámpago de izquierda a derecha.

Los aludidos hicieron rechinar sus dientes. El dolor por la muerte de la coronela, sumándose al orgullo de no dejarse perdonar por el enemigo, los conminaba a combatir aunque resultara una masacre para ellos.

—Bajad las espadas, recoged el cadáver de Ino y dadle ritos funerarios a la altura de lo que ella se merece. —Como no hubo ningún movimiento de retroceso, Pain habló de nuevo—. Dejaos de tentar el límite de mi paciencia y marcharos de una vez —advirtió por última vez. Su mermado estado en nada parecía disminuir su tremenda peligrosidad.

—Tu gesto de dejarnos ir no cambiará nuestro afán de venganza, Pain —dijo fieramente Irushin—. Puede que no pagues ahora ni mañana, pero te juro que cuando llegues a la capital te cobraremos muy cara la muerte de nuestra comandante. ¡A todos ustedes! —añadió mirando a La Hermandad por entera.

—Y luego hay gente que cree el ciclo de odio puede detenerse sin usar la fuerza... —dijo el dios con una sorna muy sutil—. Aunque no lo entendáis, vosotros sois la mejor muestra del porqué hago lo que hago. Llevaos a Ino y largaros de una vez.

El capitán se acercó al cadáver de Ino, la alzó entre sus brazos y la llevó hacia una de las carretas que transportaban flechas y escudos de repuesto. La dejó allí cuidadosamente y entonces toda la legión Relámpago inició el tristísimo viaje de regreso a la capital.

La personificación del dolor se giró y, dando muestra de su debilidad actual, caminó de una manera más lenta de la habitual. Sin embargo, su voz seguía tan potente como siempre y la prueba fue la nueva orden que le dio a sus hombres:

—Justo en el lugar en que murió Ino, haced un cenotafio en su memoria que diga: «Aquí murió Ino Yamanaka, la grandiosa guerrera que fue capaz de herir a un dios».

—Como usted ordene, su divina alteza.

—Señor, tiene que ser atendido de urgencia. Está perdiendo mucha sangre —dijo Konan tras acercársele con mucha preocupación trasluciendo por sus ojos color miel—. Su herida es tan amplia que tendremos que cauterizarla o no cerrará. Ya ordené hacer un fuego aunque demorará un poco porque todo está mojado por la llovizna. Los hombres ya traen madera seca desde el interior de los barcos.

Dicho esto, la mujer de cabellos púrpuras escrutó con mayor detalle a Pain. Tenía la mirada perdida y entornada, esa que quizás anunciaba un inminente desmayo.

—Su magnificencia, sujétese de mí por favor. —Se le colocó debajo de un brazo para que recargara parte de su peso en ella.

—No es necesario.

—Mi lord, está más grave de lo que parece. Acepte mi humilde ayuda por favor.

—Estoy mejor de lo que me veo, Konan. Esto no es suficiente para quitarle la vida a este cuerpo mortal. —Sin ayuda continuó caminando, aunque cada paso dado parecía más lento que el anterior. Mientras avanzaba, se percató de que todos los ojos que lo rodeaban lo observaban fijamente. Apenas conseguían procesar que su dios luciera así de vulnerable.

—¿Siquiera puedo vendarlo mientras se prepara el fuego? Puede que un dios como usted no lo asimile, pero un organismo humano es mucho más frágil de lo que parece y es aún peor si pierde sangre a un ritmo constante.

Como respuesta Pain detuvo sus pasos.

En tanto Konan realizaba el proceso de vendaje, le llamó muchísimo la atención la temperatura en la piel de Pain. Cuando todavía parecía un ser humano, Yahiko tenía una calidez completamente normal. Eso lo sabía muy bien pues habían hecho el amor inclusive. Sin embargo, desde que se transformó en Pain, o desde que esa divinidad tomó control del cuerpo de su amado, el calor de éste había bajado inmensamente. Tocarle la mano era igual que tocar a un muerto o un cubo de hielo, un cambio tan radical como inexplicable. Era una más de las tantas razones que hacían pensar a Konan que estaba en presencia de un dios verdadero. Sin embargo, ahora mismo Pain estaba ardiendo.

—No lo entiendo... Por toda la sangre que ha perdido debería estar helado y no envuelto en fiebre. No tiene lógica... Es como si su cuerpo funcionara al revés, mi señor. —Como podría esperarse de una chica que conocía muy bien sus labores de enfermería, su trabajo de vendaje concluyó siendo tan rápido como eficiente.

Pain extendió su mirada hacia el horizonte que difuminaba los límites del cielo y el mar. Siguió avanzando al ralentí por cinco minutos hasta que llegó a una tienda de campaña. De pronto un soldado salió desde ahí, mostrando que la hoja de una espada ya estaba al rojo vivo. Hasta vapor se elevaba por el aire cual fumarola. Tan sólo imaginar que alguien se colocase eso encima de la piel provocaba canguelo. Konan, inevitablemente, compadeció al dios y aún más a Yahiko en caso de ser entidades separadas. Después de todo el dueño original del cuerpo era quien quedaría con la cicatriz.

La fémina tomó el arma desde la empuñadura y, tragando saliva, intentó mantener firme su mano.

—Lo cauterizaré yo misma —anunció—. Usted está medio mareado y se le nota.

—Aun así mi pulso está más firme que el tuyo —dijo estirando su izquierda y mostrándola completamente quieta.

—Perdón, mi señor. Le suplico que me deje hacerlo. Me sentiré muy inútil si ni siquiera puedo ayudarlo cuando más me necesita.

—Adelante entonces.

A pesar del metal que quemaba su pecho a carne viva, Pain no pestañeó ni una sola vez. Ni siquiera un músculo de su cara se contrajo. Absolutamente nada. Era como si su mente y su cuerpo no funcionaran en la misma frecuencia, como si fuesen entes separados el uno del otro. Parecía estar muerto en lugar de vivo, un cadáver incapaz de sentir dolor; tampoco regocijo. Nada en realidad. A todos los presentes les impresionó muchísimo que no hiciera siquiera un mínimo gesto.

«Es como si por ser el dios del dolor, fuese totalmente inmune a él», pensó una boquiabierta Konan, retirando la espada tras catorce segundos y viendo como quedó su pecho. La herida había cerrado, quedando en reemplazo la humeante cicatriz de una piel cauterizada.

—Ahora déjame solo, Konan —ordenó Pain con su voz grave y despersonalizada de siempre.

—Pero, señor mío, debo bajarle la fiebre colocándole paños encima. Puede morir en los próximos minutos si no lo trato ni reviso a cada minuto.

—Este cuerpo físico no morirá ni necesita de ningún tratamiento anexo. Tengo que meditar.

—Pero...

—Konan... —dijo su nombre sin añadir nada más. El tono de advertencia empleado era más que suficiente para darse a entender.

—Discúlpeme, su majestad. —Hizo una afectada genuflexión—. Daré la orden de que nadie lo moleste.

Sin más, el dios hecho hombre ingresó a la carpa.


Sasuke aguantaba como podía, pero su destino asomaba como inevitable. Sería un extraordinario milagro que viviera tan solo diez segundos más. Tanto así que su mente ya se había despedido de sus tres seres más queridos: Itachi, Hinata e Ino, pidiéndole a su gran amiga rubia que cobrara venganza por él. Aún no sabía, ni podría imaginarse, que ella acababa de fallecer.

—Esa soberbia que tienes ha propiciado tu caída, maldito Uchiha —habló la ponzoñosa lengua del rey. Su alma, entretanto, dejaría salir todo su sadismo—. Y te diré algo antes de que te vayas al infierno... ¡Itachi murió desangrado ante cien soldados que le cortaron en trozos cada extremidad! ¡Te irás de este mundo sabiéndolo, hijo de puta!

—Larga vida al rey —añadieron sus subordinados con una voz intencionadamente siniestra.

La horrenda confesión dada por Shimura, hizo que Sasuke entrara a un limbo en que sólo existía odio en estado puro. En milisegundos sintió que un fuego calcinante ardía fulgurosamente en su pecho y que nada, absolutamente nada, podría apagarlo a excepción de una sola cosa: hacer pagar a Danzo por todos sus crímenes. Que ese desgraciado nombrara un suceso tan terrible en contra de Itachi fue el combustible que prendió su alma y le devolvió el vigor inherente a un demonio sediento de venganza. Pero incluso más importante que eso, iluminó su mente al nivel de uno.

Había tratado de permanecer en su sitio ya que quedar arrinconado iba a significarle una derrota segura, pero, manteniendo su fuerza siempre constante para que los élites no pudieran derribarlo, se lateralizó hasta tocar la pared. Fue entonces que sucedió algo que tomó por sorpresa a todos: el muro usado como trampa por Danzo, se abrió y giró por la inercia de la fuerza enemiga aplicada en contra de Sasuke.

Los dos que presionaban su espada con más fuerza, trastabillaron hacia adelante al ya no haber resistencia por parte del Uchiha, quien, aprovechando ese desequilibrio, los mató en menos de dos segundos. La pared, cual reloj enloquecido, siguió girando en trescientos treinta grados mientras el general, empujando con su hombro, apuraba aún más el movimiento. La vuelta fue tan rápida que los otros tres guardias imperiales fueron impactados por un asombro que lentificó sus reacciones durante décimas de segundo. Aquello contra cualquier otro no pasaría factura, pero implicaba letalidad asegurada si el enemigo era Sasuke Uchiha.

Dos cabezas cayeron al suelo y, casi al momento, sus cuerpos decapitados se dieron sendos costalazos entre llamativas convulsiones. El bestial corte giratorio que Uchiha ejecutó, logró tanta rapidez que resultó invisible al ojo humano. Sin exageraciones, fue prácticamente igual que un relámpago. Sin embargo el tercer hombre, el que no recibió ningún ataque, lanzó una estocada tan veloz que alcanzó a rajarle el brazo izquierdo, dejando mucha carne abierta en un tajo de dieciséis centímetros justo más arriba del codo. El precio de tal osadía fue una espada atravesando su cráneo de oreja a oreja.

Danzo, aterrado, retrocede sin poder creerse que ese maldito haya acabado con todos sus hombres en un abrir y cerrar de ojos. Eran cinco guerreros contra uno, todos midiendo dos metros de altura y con músculos que parecían de titanes mitológicos, atacando desde una posición totalmente ventajosa, y aun así el Uchiha había dado vuelta la situación.

Jamás previó que usaría la trampa de los muros a su favor. ¿Cómo diablos imaginar que alguien viviendo una situación tan extrema pudiera pensar con tanta inteligencia? ¿Cómo vaticinar a alguien capaz de formular un contraataque mortal a una velocidad tan rápida? Ese malnacido tenía que morir aquí, sobrepasado por sus corpulentos hombretones...

—¡Es inaudito que te hayas salvado, hijo de puta! ¡Inaudito de verdad! —gritó al sentir que lo sucedido desafiaba su propio sentido de la lógica y del razonamiento.

El vengador lo mira demoníacamente. La sangre de los enemigos que corría por su rostro le daba un cariz aún más aterrador.

—¿Inaudito? Yo siempre rompo los márgenes de lo posible, esperpento mugroso.

—¡Deberías estar muerto, maldición! ¡Eran cinco contra uno desde una posición muy favorable! —chilló mientras retrocedía instintivamente.

—No importa que muchos peces chicos se unan en cardumen, el pez grande se los come igual.

Esa frase era de Kisame y el rey entendió enseguida porqué Sasuke la había usado. Era una forma de honrar a quien fue el amigo más grande que tuvo Itachi.

El anciano retrocedió unos pasos mientras negaba con su cabeza. Por un momento le pareció ver que unos brillantes ojos rojos sustituían a los negros de Sasuke y que sus pupilas adquirían una forma ajena a la humana. Aquello le aumentó todavía más el pánico que ya sentía.

—¡Tú no puedes ser un hombre! ¿¡Quién diablos eres tú, maldito!? ¿¡Cuál es tu verdadera identidad!? ¿¡Desde qué dimensión saliste!?

Uchiha, cual cazador ante una presa malherida, comenzó a caminar lentamente hacia él.

—¿No lo sabes todavía? Soy el demonio de la venganza. —Esbozó su sonrisa más tétrica—. Pero no llegué desde el infierno mitológico. No. Yo vengo del infierno que tú mismo creaste, ese en que masacraste a mi familia y me quitaste todo lo que amaba. Tú me lo arrebataste todo, maldito... Ahora yo haré lo mismo contigo y de peor manera...

Aterrorizado al saber claramente lo que se le venía encima, Danzo movió su diestra para sacar un filoso puñal desde una funda al costado de su abdomen. Sasuke pensó que el rey se le arrojaría encima en un último intento de vencerlo, pero grande fue su sorpresa al ver que se colocaba la punta del arma sobre su propio pecho...

Iba a perforarse el corazón.

Shimura le temía a la muerte, pero le temía muchísimo más a la criatura endiablada que tenía enfrente. Acabaría con su propia existencia enseguida o Uchiha le haría conocer un dolor fuera de este mundo. Eso le había prometido y no dudaba de que cumpliría su palabra.

—¡Ni un paso más, hijo de mil putas! —A lo dicho, el joven paralizó sus movimientos—. A estas alturas y ya con todo perdido, el mayor daño que puedo hacerte es quitarte tu anhelada venganza.

—Eres demasiado cobarde para suicidarte.

—En circunstancias normales tendrías razón... ¡Pero hacerte sufrir eternamente me da las fuerzas para hacerlo! ¡Te quitaré tu venganza aunque me cueste la vida!

Justo cuando la puñalada iba a atravesar el pecho del soberano, un desesperado Sasuke dio un salto felino hacia él para impedírselo. Entonces el monarca, acordándose de que alguna vez fue un guerrero, cambió la dirección del puñal hacia el tórax de su enemigo a una velocidad relampagueante.

La consumación de la muerte del último Uchiha sería un hecho en menos de un segundo, mas, gracias a sus tremendos reflejos, el general atrapó la hoja del puñal con su mismísima mano desnuda e impidió que entrara en su corazón. La inercia se detuvo tan en seco que el arma no pudo avanzar ni siquiera un centímetro más.

Danzo sacó otra daga con la mano desocupada, pero el vengador le atrapó la muñeca con su zurda. El brazo dueño de ésta sintió un dolor horrible por el fulminante movimiento realizado, anunciándole que el reciente tajo de allí se le abrió aún más. Su diestra, en tanto, quedaría con marcadas cicatrices por el filo del rey. Sin embargo, nada le importaba si a cambio obtenía lo que deseaba: torturarlo una y otra vez hasta que la parca se lo llevara.

—¿¡Crees que podrás escapar de mi castigo, viejo malnacido?! ¡Debiste matarte cuando tuviste la oportunidad!

Shimura no perdería sus fuerzas contestando, las puso todas en perforarle el pecho a su enemigo. Sin embargo, las dos trabas hechas por el joven no cedían absolutamente nada. Buscando alguna forma para vencerlo pensó en múltiples alternativas: un rodillazo, un puntapié, algún pisotón... Pero perder tracción en estos momentos significaría una derrota segura. Enfocó toda su fuerza, todo su miedo, todo su odio, todo lo que tenía, en traspasar el corazón de ese pelinegro hijo del demonio. Gritó con toda su alma esperando desatar una fuerza aún mayor, mas la daga no se movió siquiera un ápice.

Fuerza contra fuerza, la juventud comenzó a vencer a la vejez. Las armas iniciaron el retroceso mientras las facciones de Danzo se retorcían en una desesperación abrumadora. Si hasta parecía que tenía ganas de llorar.

Uchiha le echó un vistazo que sólo un energúmeno podía poseer y, doblándole las muñecas a pura fuerza bruta, le arrebató por fin las dagas. Un segundo después los diez dedos de Danzo cayeron al suelo mientras un enorme grito de dolor retumbaba en ecos que no deseaban acallarse.

El rey nunca más podría asir algo entre sus manos. Incluso si por algún milagro continuara con vida, experimentaría la humillación de que ya no podría ni limpiarse el trasero solo. Sin embargo, no pensó en las consecuencias a largo plazo sino en las inmediatas, llenándose de terror al asimilar que ahora estaba a merced del demonio Uchiha. ¿¡Por qué no se mató cuando pudo!? ¿¡Por qué desperdició la oportunidad!?

«Simplemente porque, para un cobarde como tú, la tentación de matar a Sasuke y seguir vivo fue más grande», le respondió su propia conciencia.

De repente una patada a la boca del estómago lo hizo perder el aire, inclinándole el tronco hasta que su frente tocó el suelo.

—Si intentas matarte cortándote la lengua voy a parar el desangrado quemándote el hocico por dentro —advirtió mientras miraba un cadáver que empezaba a liberar humo. Había caído justo encima de una de las antorchas que ardían en el suelo.

Shimura ni siquiera pensó en un suicidio tan extremo como la mutilación lingual, pero ahora esa opción quedó incluso más descartada. De nada servía intentarlo si Sasuke le cauterizaba el corte. Y el dolor de las llamas en el interior de la boca debía ser simplemente espantoso.

Uchiha le echó un vistazo a sus hombres caídos. De no ser porque lucharon ferozmente por muchos segundos él también habría muerto. Les debía la vida.

—En honor a mis escoltas incrementaré todavía más la maldad de mi venganza —anunció mirando al anciano como quien mira un hediondo basural.

El rey iba a decir algo, pero, apenas sus labios se movieron una minucia, recibió otra fuerte patada en plena boca.

—No te di permiso para hablar, saco de excremento.

Acto seguido lo agarró desde la raíz de los cabellos y comenzó a arrastrarlo por el suelo como si fuera un gusano. Lo dejó justo frente a una antorcha.

—Espera, Sasuke, ¡no lo hagas por favor! —rogó a gritos.

—A tu edad es muy perjudicial perder sangre... ¡Agradece que me preocupo por tu salud!

El viejo iba a esbozar otro ruego, pero un nuevo puntapié al abdomen cortó de cuajo su intención. Mientras intentaba aspirar aire con la dificultad propia de un asmático, Sasuke le acercó la antorcha y le quemó no sólo los muñones sino también las manos enteras. El dolor del derrocado rey se reflejó en su cara distorsionada y gritos ahogados mientras su piel experimentaba posiblemente el dolor físico más grande que se podía sufrir en vida: el fuego. Sus manos iban chamuscándose y despidiendo un olor desagradable que él, tras haber quemado a tantas mujeres, reconocía muy bien.

—¡Basta por favor!

—Una sola palabra más y te quemaré la boca también. Adelante, tiéntame a hacerlo.

Entre chillidos y ojos llorosos, Shimura no dijo nada más. Finalmente, tras un tiempo que al torturado se le hizo eterno, Sasuke quitó del fuego esas manos añejas que ahora, rojas como lava incandescente, lucían horribles quemaduras de tercer grado.

—Eso fue sólo un aperitivo de lo que te espera en la hoguera, mafioso asqueroso.

Dicho esto, agarró a Danzo desde la raíz de sus cabellos y comenzó a arrastrarlo por el suelo cual gusano. Iba a sacarlo de este laberinto nauseabundo a fin de hallar un lugar más cómodo e inspirador.

En el camino de vuelta se encontró con más hombres rebeldes, mismos que se colmaron de dicha viendo al rey capturado, humillado y con sus manos quemadas hasta lo más profundo de la carne. Sin embargo, también lamentaron que sus camaradas tuvieran que perder la vida para conseguirlo.

Finalmente, tras avanzar un largo trecho, llegaron al espacioso salón del trono. Allí toda la masa presente vitoreó que el tirano por fin pagaría con creces todas sus fechorías. Un linchamiento sería poco en comparación a todo lo que sufriría. A nadie le conmovió que tuviera las manos rostizadas o que estuviese a punto de llorar de susto, salvo quizás a Hinata.

—Lleven a ese piojento senil a su cuarto de brujería. Yo iré en unos minutos.

—A su orden, mi general.

Dos soldados tomaron a Shimura desde los cabellos y comenzaron a arrastrarlo por el suelo. El que antes fue un poderosísimo rey, ahora era tratado igual que un vil trapero.

—Voy a cobrar mi venganza durante dos horas y a puerta cerrada —anunció el máximo comandante—. No quiero que nadie me moleste durante ese lapso. Nadie —recalcó dándole la mirada a su prometida.

—Como usted diga, señor.

En tanto, el mejor curandero de las tropas comenzó a suturar el tajo que Uchiha llevaba en el brazo izquierdo. El dolor de cada profundo pinchazo le fue tan maldito que tuvo que apelar a su tremendo orgullo para no expresarlo. Aun así, algunas gesticulaciones y gruñidos entre dientes mostraron que seguía siendo humano.

—Permiso para hablar, mi general —solicitó un hombre que debía rondar los cuarenta años.

—Adelante.

—Señor, ese maldito quemó a mi hija por bruja, algo que le juro que nunca fue. Por eso me uní a la rebelión, para vengarla. Déjeme quemarlo en la hoguera tal como él quemó a mi amada niña. Por favor —pidió de una forma muy estremecedora, mientras incipientes lágrimas se acopiaban en sus ojos al recordar a su única hija mujer.

—Por favor, mi general, nosotros somos sus hermanos y también queremos vengarla —añadió un soldado más mientras indicaba a su hermano menor, ambos uniéndose a la solicitud de su padre.

—¡Señor, ese maldito me robó mis tierras, mis cosechas y mis animales! ¡Mis hijos casi se mueren de hambre por culpa de ese ladrón! ¡También necesito hacerlo pagar por todo el mal que ha hecho!

Una miríada de pedidos llegaron uno tras otro como si fuese un coro interminable. Todos, absolutamente todos, ansiaban devolverle al rey tantos daños causados.

—Veo que muchos también tienen sed de venganza y con toda la razón del mundo —dijo el joven general sin estar sorprendido ni un ápice—. No les prometo nada, pero, como conozco muchas formas de hacer daño sin matar, es muy probable que se los entregue todavía respirando. En tal caso podrán hacer lo que quieran con él. Y si deciden tirarlo a la hoguera, que sea con leña verde para que tarde mucho más en quemarse vivo.

—Por supuesto que así será, señor. Y muchísimas gracias por su consideración —dio su gratitud aquel padre que tanto amaba a su hija injustamente quemada.

—¡Que viva nuestro general!

—¡Que viva don Sasuke el considerado! ¡El magno! ¡El magnánimo!

—¡Que viva el futuro rey!

Mientras más aclamaciones llenas de fervor fueron sumándose durante más de un minuto, la empatía de Hinata sufría incluso por el destino de alguien tan malvado como Danzo, aunque de todas formas no intercedería a su favor. En primer lugar porque eso le había prometido a Sasuke y, segundamente, porque nada de lo que dijera salvaría al rey de ese destino que él mismo se había buscado con creces.

Al escrutar el semblante de su amado, ella sintió que un hielo le recorría las vértebras dorsales. De hecho, su instinto estuvo a punto de hacerle dar un paso atrás. En aquellos morenos ojos había tanto odio, pero tanto que hasta su cara parecía totalmente distinta. Era una copia de Sasuke lo que estaba a unos metros de ella, un ser al que se le había envenenado el alma como antaño.

Finalmente la sutura del viejo curandero finalizó, recomendándole al paciente que usara un cabestrillo. Como el aludido no quiso, le sugirió que entonces no moviera su brazo o la herida podría reabrirse.

Como acto siguiente el líder rebelde le echó una mirada a su musa, suavizándola sólo para ella. A sabiendas de que no sería suficiente, se le acercó y le dijo:

—Danzo mató a mis escoltas en una emboscada y yo estuve a un centímetro de morir. —Mostró la herida más grande que tenía en su brazo, la recién cosida. Hinata tenía muy claro que un ataque sorpresa ocurrió, pero nunca pensó que hubiese estado tan cerca de irse al otro mundo. En consecuencia, sus ojos se tiñeron de sorpresa—. Ahora ese bastardo obtendrá lo que se merece por todo el daño que ha hecho en estos años, pero sobre todo por masacrar a toda mi familia.

—Ya sabes lo que pienso de la tortura, pero sé que no podré detenerte. Sin embargo, después de castigarlo...

—Después de castigarlo enfocaré mi vida entera a redimir mis pecados —completó la frase.

Ella asintió. Y añadió un susurro que simplemente no pudo evitar: —No le hagas tanto daño. No tiene sentido.

—No me pidas eso porque no lo cumpliré.

La única respuesta que llegó por parte de ella fue un suspiro que le sirvió de desahogo.

Uchiha se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el cuarto brujesco en que su víctima lo estaría esperando. El corte en su extremidad aún le dolía montones a pesar de estar ya cerrado, pero aquello era un aliciente más para descargar su venganza de una forma todavía peor.

Mientras tanto el derrocado Danzo, solo y amarrado firmemente a una silla, sufría el incinerante dolor de las quemaduras de sus manos, entendiendo por fin, en carne propia, lo que padecieron todas esas supuestas brujas que había condenado.

Se fijó en el muñeco de Sasuke que, tal como unos meses atrás, lo miraba de pie fijamente como anunciándole, ¡presagiándole!, que algo muy espantoso se le cernía. ¿Por qué no se deshizo cuando pudo de ese monigote maldito que de nada le había servido?

Pensaba en ello cuando abrió los ojos de golpe al escuchar pisadas. Podría ser un soldado cualquiera caminando a lo lejos, pero reconocería esos pasos hasta siendo enmudecidos por una alfombra...

Su corazón empezó a latirle con inusitada fuerza. Sólo podía ser él. Él. Y venía por su venganza.

El último sobreviviente Uchiha finalmente apareció por la entrada, disfrutando al máximo la cara tan asustada del monarca.

—A eso se le llama pavor —comentó el recién llegado—. Lo mismo que fuiste repartiendo a miles mientras te reías a carcajadas.

El quincuagenario se apegó contra el respaldo de la silla, tratando inútilmente de alejarse del vengador.

—Es muy pronto para morirse de miedo, Danzo. Hay cosas que quiero saber de tu propia boca, así que relájate un poco y hablemos cordialmente —dijo con una tranquilidad tan parsimoniosa que al mismo tiempo resultaba peligrosa, amenazante.

Shimura tragó saliva en forma sonora. Esa actitud irónicamente calmada aumentaba su miedo al presentir que en cualquier instante explotaría la furia que Sasuke llevaba por dentro. Era esa calma perturbadora antes de la tormenta, esa que, pese a ser calma, se siente muy tensa al saberse lo que viene después.

Uchiha dio unos pasos alrededor del cuarto, llegando junto al altar que tenía las figuras típicas de la brujería.

—Pensé que eras un hombre más inteligente. ¿O de verdad creías que me harías daño pinchando un muñeco igual a mí? —Dejó al susodicho recostado y su diestra comenzó a sacarle los alfileres uno por uno, enfocándose primero en los que estaban incrustados en el corazón.

Temiendo que una falta de respuesta despertara la ira del líder rebelde, el ex rey solicitó humildemente permiso para hablar. Uchiha se lo concedió.

—No perdía nada intentándolo. Y este cuarto oculto era más por placer morboso al hacer algo prohibido que por la brujería en sí —confesó con la voz trémula. El dolor de las quemaduras en sus manos seguía palpitante—. Salirme con la mía mientras hacía arder un montón de brujas era muy satisfactorio.

—Un placer muy enfermizo sin duda, pero viniendo de un ser tan repugnante como tú no me extraña para nada.

El joven miró al monigote que representaba a Naruto, tan pinchado de alfileres como el suyo. Pensó en sacárselos también, pero, aunque sólo se tratara de un simple muñeco, no quería hacerle ningún favor a su archirrival. Ni siquiera ese.

Dio unos pasos, elongó el cuello moviéndolo en círculos y un lapso después hizo lo mismo con su hombro derecho. A decir verdad le dolían todos los músculos gracias al tremendo estrés físico al que su cuerpo fue sometido. Después de esto necesitaría descansar por lo menos un mes.

Caminó hacia una pared y afirmó su espalda contra ella. Como Danzo parecía tener miedo de hablar, continuaría parlando él.

—¿Sabes algo? Cinco largos años los pasé pensando en aplicarte las formas más terribles de tortura. Eso fue lo que me mantuvo vivo hasta el día de hoy. El potro, la doncella de hierro, el águila de sangre, partirte lentamente por la mitad con caballos tirando en direcciones opuestas, matarte a garrotazos, lanzarte a ser devorado por perros... —El rostro de Danzo iba horrorizándose más y más a cada castigo mencionado—. Sin embargo, darte a beber oro fundido se me hace la más atractiva... Muerto por tu propia avaricia sería poético, ¿no es así? ¿Qué tortura quieres que te haga? Escoge la que te parezca mejor y quizás tenga un poco de compasión de ti.

—No me hagas más daño. No te pido que me dejes vivo, pero demuestra que eres diferente a mí dándome una muerte rápida.

Sasuke soltó una carcajada estruendosa que, pese a ser genuina, también era atemorizante.

—¿Quieres que no te torture? —preguntó una vez acabada su risa. Sus ojos se plagaron de ira, entrecerrándose acusatoriamente—. Trae de vuelta a Itachi, a mi madre, a mi padre, a mi clan entero, y te juro que no lo haré.

—Si tuviera ese poder créeme que los resucitaría enseguida.

—Entonces prepárate a encarar tu destino.

—Por favor, Sasuke, te lo suplico. ¿Buscas redimirte por amor a tu mujer, verdad? Pues no me tortures.

—Todo lo que sufrirás en los siguientes minutos ha sido por tu propia culpa —le recordó.

—Sólo hice lo que debía hacer para mantenerme en el poder.

—¿Por eso mataste a tu único amigo?

—¡Hiruzen era un blandengue de mierda! —chilló desesperadamente—. ¡Y justamente por eso murió! Si él seguía en el poder las naciones vecinas nos habrían conquistado. Mientras él les daba la mano ellos urdían complots para derrocarlo y atacarnos. Tomé el poder porque se necesitaba de alguien duro para mantener nuestra libertad, conquistar a esos malditos antes de que ellos nos conquistaran a nosotros. ¡Por eso lo hice!

—Ya veo. ¿Entonces la libertad te hizo masacrar a mi clan? ¿La libertad te obligó a matar a cuanta mujer fuese acusada de brujería? ¿La libertad fue la que te empujó a esclavizar niños para Raíz? ¿Tu afán de libertad provocó que te volvieras un tirano? ¿Todo eso lo hiciste por la libertad de nuestra nación?

—Hice lo que debía hacer para mantener el poder. Tu familia implicaba un peligro evidente, eran demasiado fuertes como para ser controlados. —Se refirió sólo a lo que más le importaba a Uchiha. Lo otro que había nombrado era solamente un «extra»—. Nómbrame un rey, sólo uno, que jamás se haya manchado las manos con sangre. No podrás decirme ninguno porque el poder nos corrompe a todos.

—El poder no corrompe, Danzo. Sólo muestra la verdadera naturaleza de quien lo porta.

—Sea como sea tú no eres ninguna excepción. Sabes perfectamente que de haber estado en mi posición hubieras hecho lo mismo que yo porque en lo más hondo de nuestros corazones todos ansiamos lo mismo: poder absoluto.

Los ojos de Sasuke adquirieron un clarísimo tono sarcástico.

—¿Es que ni siquiera te has dado cuenta? El poder nunca fue la verdadera razón por la que hiciste todo lo que hiciste.

Shimura pestañeó una sorpresa que se intensificó cuando la boca se le entreabrió.

—¿Cuál fue esa razón según tú?

—Uno de los siete pecados capitales: la envidia.

—¿Envidia? —cuestionó tal como se cuestiona a un loco.

—Exacto.

—Confundes ansias de poder con ser envidioso.

—La envidia se camufla de muchas formas. —Dicho esto, Naruto llegó inevitablemente a sus pensamientos.

—¿Qué podría envidiar yo cuando llegué a tenerlo absolutamente todo?

—Para que lo sepas, Orochimaru me contó cosas de ti mientras me entrenaba para ser el mejor guerrero. Entre ellas me reveló que tú siempre tuviste un sentimiento de inferioridad muy grande, uno que aumentaba todavía más con Hiruzen.

—Ese alquimista no era más que un loco de remate. Me sorprende que le des crédito a sus palabras.

—Orochimaru es un criminal abominable, pero eso no quita que sea muy inteligente y deductivo. La mejor prueba es que no erró al decirme que siempre te sentiste menos que Hiruzen. Te superaba en todo y eso te lastimaba profundamente. Lo envidiabas porque era un hombre mucho mejor que tú y porque tenía lo que tú jamás tuviste: una familia, amigos y súbditos que lo amaban de verdad. Fue la inferioridad que sentías por dentro lo cual te motivó a derrocarlo y asesinarlo. Todo, absolutamente todo lo que hiciste, partió por la terrible envidia que le tenías.

La lengua de Danzo golpeó sus dientes delanteros varias veces.

—¿Crees que tus palabras me afectan? No son más que suposiciones erróneas, mentiras con todas sus letras.

—¿Mentiras? Reconoce que te mata de envidia ver a los demás felices y por eso no paras hasta hacerlos más desgraciados que tú. Te mata de envidia ver que los demás son capaces de engendrar hijos mientras tú estás tan podrido por dentro que ni siquiera fuiste capaz de adoptar uno. Te mata de envidia que todos tengan seres queridos y tú ninguno. Y te mata que todos piensen que eres un viejo de mierda que sólo consume aire en vano.

—Puras mentiras. Patrañas delirantes de ti y tu maldito maestro.

—En el fondo eres tan pequeño que todas tus acciones fueron para satisfacer el vacío de tu ego y sentirte alguien importante por primera vez en tu vida. Ser rey por la fuerza era la única forma de validar tu insignificante existencia. Pero al final esa hambre de reconocimiento terminó devorándote a ti mismo.

—Mentira...

—Vamos, Shimura, demuéstrame que eres un hombre inteligente. ¿De verdad no deduces porqué te aferraste tanto a la corona?

Él bajó la cabeza y respiró profundo, como si le doliera la respuesta que llegó su mente. Sin embargo, no quiso lanzarla al aire. No deseaba admitírsela a él.

«Porque estoy solo...».

—No tienes a nadie. —Fue Sasuke quien contestó por él—. Y es curioso que, pese a lograr tanto poder y riqueza, sigas estando completamente solo. Sin mujer, sin hijos, sin familia, sin amigos. Eres un amargado que envidia a los que son felices, a aquellos que sí tienen lo que tú no. En el fondo me das mucha lástima.

—¿Crees que no me doy cuenta de que quieres torturar mi psiquis además de mi cuerpo? Pero no lo conseguirás porque nada de lo que dices es cierto.

—Claro que lo es. Y lo sé muy bien porque yo también me he alimentado del sufrimiento ajeno para aliviar el mío —continuó muy seguro de que detentaba la verdad tanto por lógica como por propia experiencia—. Así que contéstame con toda sinceridad si quieres que tenga compasión de ti: si Hiruzen ya murió, ¿por qué seguiste liberando tanto odio contra la gente?

Shimura desvió la mirada guardando un silencio muy prolongado que duró por lo menos dos minutos. Apretó los dientes justo antes de hablar.

—Porque no soporto la idea de que haya gente feliz. Porque si yo no pude serlo, no permitiré que nadie más lo sea. Por qué estoy sucio y triste, y quiero que todos estén igual que yo. Que todos sufran es mi venganza personal contra este maldito mundo.

—Lo peor es que yo también iba a seguir ese mismo camino —complementó Sasuke, imaginándose ese oscuro futuro—. Pero en mi caso la mezquindad, la angustia, la rabia y la desesperación se apaciguaron gracias a una persona extraordinaria que se lo merece todo: Hinata. Gracias a ella no me convertí en ti; gracias a ella recuperaré a la persona que realmente soy.

Danzo reprimió una sonrisa para no faltarle el respeto, pero en una situación de igual a igual seguramente se habría reído a carcajadas.

—¿La persona que realmente eres? ¿En serio crees que eres diferente a mí?

—Por supuesto que lo soy.

—No seas iluso. Orochimaru también me contó cosas de ti, por eso sé muy bien que yo no fui el artífice de tus crueldades.

—Claro que eres el responsable. La masacre de mi familia, esa que tú ordenaste, fue lo que me transformó en un demonio.

—Te justificas con la venganza, pero tu madre parió un psicópata y no fue tu hermano.

Que Danzo mencionara a Mikoto con tanta soltura hizo que Sasuke se enardeciera en forma extrema. De hecho, si su ira pudiera transmutarse en fuego se le habría incinerado toda la ropa al instante.

—Nunca más te atrevas a mencionar a una dama como mi madre; una rata cobarde y mugrosa como tú no tiene ese derecho. Si lo haces de nuevo te echaré brasas ardientes por la boca. ¿Te quedó claro, sarnoso malnacido?

Shimura ingirió saliva sonoramente mientras su ritmo cardíaco aumentaba frenéticamente. Estuvo seguro de que Uchiha hasta podía escuchar sus palpitaciones.

—Perdóname, no se repetirá —dijo con las facciones contraídas de susto, volviéndolas más arrugadas todavía. Y temiendo que él decidiera mortificarlo en este mismo instante, decidió proseguir la charla—. ¿Puedo seguir mi argumento? Prometo tener más cuidado —enunció empleando la máxima humildad posible.

—Habla con confianza, pero ya sabes lo que pasará si mencionas a mi madre de nuevo.

—Con todo respeto, a lo que iba es que tratas de justificar tus acciones malvadas bajo la venganza, pero con o sin masacre Uchiha tú estabas destinado a ser un demonio de todas formas. Yo no fui quien te cambió.

—Orochimaru me dijo eso mismo en la última ocasión que nos vimos. —Se refería al rescate de Hinata y al duelo en el volcán—. Que llevaba la maldad escrita en mi sangre y demás blablá, pero ningún caso le hice porque sólo yo elijo mi propio destino.

—Con el debido respeto, tú no puedes elegir nada porque naciste como una máquina de guerra destinada a causar sufrimiento. Es más, estoy segurísimo de que todos los días luchas fieramente contra tu demonio interno, pero lo cierto es que ese demonio sádico es tu verdadero ser y por eso nunca podrás librarte de él. No importa que tengas a Hinata como amada, nunca podrás evadir tu verdadera naturaleza.

—Te equivocas, escoria maloliente. Yo jamás dañé a nadie que no se lo mereciera. Y jamás maté a niños.

—Te vanaglorias de nunca matar a niños y te crees mejor que yo por eso, pero hace muy poco estuviste dispuesto a hacerlo con tal de obtener tu venganza —acusó afectadamente—. Y quizá tengas razón en que yo siempre sufrí de envidia, pero un envidioso sabe reconocer a otro... ¿O por qué crees que le tienes tanto odio a Naruto? Lo odias porque sabes perfectamente que es un hombre mucho mejor que tú. —El rey dio suficiente espacio a una réplica, mas ninguna llegó—. Es exactamente la misma historia que yo tuve con Hiruzen. La misma. Aunque te duela escucharlo tenemos más cosas en común de las que crees, Sasuke.

Lo normal es que el pelinegro rechazara enseguida aquella acusación, empero, sólo el silencio reinó.

—¿Te das cuenta ahora? —continuó el anciano—. Hay algo dentro de nosotros que está severamente corrompido, algo que nos hace dañar a los demás. Somos como un incendio que se expande y lo arrasa todo. En mi caso fue la envidia y en el tuyo la venganza. Ambas razones nos hicieron sacar lo peor de nosotros, cosas que ni siquiera sabíamos que llevábamos por dentro.

Sasuke esbozó una sonrisa extraña. El rey sin corona la interpretó como irónica.

—No, Danzo, nosotros somos muy diferentes. Una vez que cumpla mi venganza me retiraré a vivir lejos con la mujer que amo. Tú, en cambio, estás tan podrido por dentro que no tienes ningún remedio. Incluso si te dejara vivo seguirías destrozando a los demás porque eso es lo único que sabes hacer; lo único que le da un sentido a tu miserable existencia.

—Puedes decirme lo que quieras, pero eso no te hará escapar de lo que realmente eres: un asesino que pretende ser mejor que otros escudándose en la venganza. Así que yo no fui el responsable de todo lo que has hecho, el único responsable has sido tú mismo.

Sasuke se ajustó el negro mitón diestro con los dientes.

—Ya veo... Pretendes quitarte la responsabilidad de encima para que no te castigue, pero te diré algo, Danzo Shimura, yo nunca seré como tú. E incluso si tenemos cosas en común, yo haré algo que tú nunca hiciste: redimir mis pecados amando a Hinata como ella se lo merece.

Shimura negó con su cabeza instantáneamente.

—Seguramente por tu juventud todavía no sabes este secreto, pero yo te lo voy a revelar: no importa lo que hagas ni cuánto te esfuerces, los verdaderos pecados jamás pueden ser redimidos.

—Incluso si eso es cierto, voy a intentarlo con todas mis fuerzas.

Los ojos de más edad expresaron asombro.

—¿De verdad quieres redención?

—Por supuesto.

—Entonces demuestra que eres mejor que yo perdonando mis actos. Ese es el único camino a la verdadera redención.

—Has masacrado a cientos, a miles mejor dicho. Incluso fuiste capaz de matar a tú único amigo. Has quemado a decenas y decenas de mujeres, condenándolas como brujas sólo por sádica diversión. Has destrozado vidas como si nada valieran. Aniquilaste a mi clan entero y casi hiciste lo mismo con los Sarutobi. ¿Y a pesar de todo eso quieres ser perdonado?

—Sé que no lo merezco, Sasuke, pero te pido perdón por todo el daño que te hice... —dijo sentidamente. Lágrimas burbujeaban en sus ojos, temblando antes de liberarse.

—No, cobarde asqueroso, jamás te perdonaré porque tú no tienes perdón. Si hasta mafiosos tan sádicos como Sasori y Deidara tenían el código de jamás dañar a niños. Tú, maldito hijo de perra, eres una deshonra incluso para los criminales.

—Perdóname. Si decides torturarme el karma de los dioses te alcanzará más temprano que tarde.

—Eso no me preocupa. Es una ley innegable que aquel que arrebata vidas torturando debe estar dispuesto a que la suya sea arrebatada de la misma forma.

—Por favor no seas un demonio sino una persona. Si me torturas serás igual que yo, en nada te diferenciarás de mí.

—Yo soy igual a ti, ¿no? Tú mismo lo has dicho —dijo mordazmente—. Qué gracioso que tu propio argumento, ese mismo en el que tanto has insistido, se haya vuelto en tu contra.

—Pero puedes ser diferente a mí ahora mismo. Sé un hombre de principios y deja que me vaya en paz, sin agonías de por medio.

—¿Ser un hombre de principios después de sufrir cada día de mi vida por tu culpa? —Shimura contestó murmurando algo que Sasuke ni siquiera oyó—. ¿Sabes algo, alimaña infecta? Tienes razón después de todo. Mi verdadera naturaleza es ser un asesino sádico, un vengador lleno de maldad, pero cuando tú mueras yo volveré a vivir. Sí, matándote a ti cerraré mi ciclo de venganza y junto a Hinata descubriré quién soy realmente. Lástima que no verás mi redención porque ya estarás bien muerto. —Sonrió diabólicamente.

—Por favor... te lo ruego... —dijo poniéndose a tiritar de una forma más que notoria.

Sasuke devoró ese miedo cual manjar de dioses.

—Yo soy el monstruo que tú mismo creaste, Danzo. Y ahora sufrirás en tu pellejo las consecuencias de tu propia creación... —Llevó una mano a su cinturón de combate, mostrando una extraña y larga vaina que tenía una parte más ancha en la parte superior, una especie de cabeza.

—¿Q-qué diablos me harás?

—Lo que más le duele a un hombre...

Danzo retrocedió al tiempo que su cara se volvía macilenta y sus ojos enormes de terror.

—¿Castración? —Lanzando la primera idea que llegó a su mente, preguntó aterrado—. ¿Vas a castrarme?

—Esa es una maravillosa opción. De hecho los eunucos son muy apreciados como sirvientas de casa, ¿no es así? Pero tengo en mente una idea incluso mejor... —explicó en un tono sugestivamente oscuro.

—¿Q-qué me harás? —Tragó saliva mientras un tic se le hacía en ojo izquierdo, cuyo párpado se abría y cerraba por espasmos propios de un descontrol nervioso.

Uchiha extrajo de la vaina un instrumento metálico de una considerable longitud y con espinas por toda su circunferencia.

—Te presento a un amigo mío: el señor quita-inocencias. —Se lo mostró en un movimiento de derecha a izquierda, haciendo que los ojos del rey casi se salieran de sus órbitas—. Esta versión ha sido hecha por Juugo y es casi tan larga como una espada. Sus espinas te causarán terribles desgarros por dentro, ¿aunque quién sabe? Tal vez un maricón como tú lo termine gozando.

Hacía mucho tiempo que Shimura no sentía terror de verdad...

Ahora lo sintió.

—Sasuke, ten piedad. ¡No me hagas eso por favor!

—¿No quieres que tus tripas se reacomoden hasta llegar a tu pecho?

—¡Obvio que no!

—Bien, ya que soy alguien excesivamente generoso te daré una alternativa.

—¿Cuál? —indagó temiendo que fuese una incluso peor que la anterior.

—Patearte los testículos con todas mis fuerzas una y otra vez hasta reventártelos. ¿Esa era una de las torturas que más te gustaba realizar a ti, verdad?

Danzo ni siquiera sacó el habla. Había quedado enmudecido. Pensó en el terrorífico dolor que se sentía un golpe en una zona tan sensible, uno que dejaba tumbado a cualquier hombre por más macho que fuese. Seguramente ni siquiera los de Raíz podrían seguir de pie después de algo tan doloroso.

—Elige, Danzo, o tendré que hacerlo yo por ti. Tienes quince segundos y el tiempo ya está corriendo.

—¿De verdad sólo me dejas esas dos opciones? ¿Recibir una pateadura en los huevos o ser violado hasta la muerte por un falo de metal espinoso? —Quedó mirando con terror el espantoso artefacto.

Sasuke disfrutó al máximo el pánico que mostraba el rey tanto en lo vocal, como en lo ocular y corporal.

—Te quedan cinco segundos antes de que elija yo por ti.

—La pateadura —dijo trémulo y con las raíces de los cabellos erizadas—. Por lo menos con eso puedo conservar mi dignidad de hombre.

—Muy bien... agradece que soy alguien tan compasivo que hasta te doy la oportunidad de elegir.

Sasuke caminó por detrás de la silla y, al ver nudos marineros imposibles de desatar, usó su cuchilla para cortar los amarres. Luego volvió a su sitio por delante, encajándole sus ojos al ex monarca.

—Ahora levántate, ponte contra la pared y separa tus piernas.

—Piedad, Sasuke, por favor...

El aludido agarró al señor quita-inocencias esbozando su mejor cara demoníaca.

—¡No! ¡Espera! ¡Ya lo hago! —dijo de la forma más trémula y desesperada posible.

Danzo se colocó en la posición más apropiada para que sus genitales fueran golpeados. Apretó sus dientes con todas sus fuerzas y habría hecho lo mismo con sus puños si tuviera dedos que le ayudasen en tal labor.

Sasuke, tomando impulso, retrocedió lentamente dejando que el rey saboreara cada paso que daba. Se detuvo al tocar la pared contraria, dejando que avanzaran larguísimos segundos para que Danzo sufriera imaginando lo que iba a suceder. Transcurrido aquel tiempo, dijo:

—Esto va en nombre del clan Uchiha, concha de tu madre, y también por todos y todas a quienes mataste injustamente.

Acto seguido, se lanzó en carrera y, pese a que el viejo se echó instintivamente hacia adelante, terminó conectando un puntapié que superó todos los límites de lo bestial. Danzo, sintiendo un dolor tan monstruoso que ni siquiera fue capaz de gritarlo, cayó al suelo retorciéndose como un gusano sacado al aire libre. Rápidas lágrimas cayeron por sus ojos sintiendo que Sasuke, con esos duros zapatos militares que usaba, le había reventado sus testículos al primer golpe. El espantoso dolor abarcó toda la zona genital y se ramificó por la ventral como si le estuviesen quemando los nervios desde dentro hacia afuera. El estómago, como efecto colateral de tamaña aflicción, pareció comprimirse a la mínima expresión mientras los jugos gástricos se revolvían cual centrífuga. Como remate, sangre comenzó a teñir el pantalón del rey justo desde el lugar en que fue castigado.

—¿En serio tus bolas son tan pequeñas que las reventé de una sola patada? —preguntó con diabólica sorna, riéndose sin restricciones—. Esperaba que tuvieses un poco más de resistencia, viejo inútil.

Sin esperar réplica, el vengador giró sobre sus talones y repitió todo el proceso a un ralentí sanguinario.

—P-por favor, Sasuke... —Emergió una voz macilenta, lesionada, poco nítida. El Uchiha apenas logró oírla.

—No hay piedad para los cobardes.

Danzo, tirado de bruces, trató de cerrar sus piernas pero ningún dominio tuvo sobre ellas. Era como si Sasuke lo hubiese dejado lisiado de un solo golpe.

La carrera se reanudó y la segunda patada llegó con tanta fuerza como la primera. La sangre entre los pantalones del anciano empezó a escurrir con una intensidad mayor. De seguro sus testículos ya eran una masa casi plana, sanguinolenta e irreconocible.

El antaño soberano sufrió los mismos retorcijones que antes, pero en esta ocasión también se sumaron unas ahogadas arcadas. Un poco después terminó vomitando, en gran cantidad y varias veces, una viscosa sustancia entre verdosa y marrón. En realidad vomitó hasta el alma, tanto así que los quejidos y los espasmos cesaron de repente.

—¿Ya te desmayaste, viejo de mierda? No alcanzas a resistir nada. —Se quejó un Sasuke que aún estaba muy insatisfecho—. ¡Vamos, basura, despierta que recién estamos empezando! —Lo dejó en posición supina y lo cacheteó una y otra vez para devolverle el sentido.

La falta de reacción inquietó al líder rebelde. ¿Podía alguien morirse solamente por dolor? ¿O, imaginando todo lo que aún le esperaba, le había dado un infarto de puro susto? ¿¡O acaso estaba tan viejo y débil que se había muerto de apenas dos patadas bien dadas!?

Sintió como si la vida misma lo estuviese estafando del peor modo posible. Había luchado tanto para alcanzar su venganza... ¿Y ahora ese vejestorio se moría cuando recién la comenzaba?

Frustrado hasta superar los límites, no se preocupó por verificar que estuviera respirando o tuviese pulso. Caminó hacia uno de los candelabros y cogió una de las velas. Iba a quemarle la cara. Si reaccionaba estaba vivo y si no ya era un cadáver. Lógica muy simple, pero indudablemente efectiva.

Se acercó a Danzo de nuevo y sin dilaciones le acercó el fuego a una mejilla. La reacción a su carne empezando a hervir hizo que Shimura recuperase la consciencia al instante.

—Piedad... —Rogó musitando con voz ahogada.

—¿Piedad, dices? Todavía me falta arrancarte cada diente, cada uña de tus pies, cada oreja, molerte la nariz a puñetazos y un larguísimo etcétera. Esto recién empieza, simio infecto.

—Por favor, Sasuke... Detente por favor... Ya he sufrido mucho... Deja que me vaya en paz...

—¿Cuántos se arrojaron a tus pies suplicándote por piedad y tú, en cambio, les diste más torturas? ¿Cientos? ¿Miles?

—Misericordia... por favor... —dijo de una forma apenas inteligible. Su voz parecía más la de un muerto hablando desde ultratumba que la de alguien vivo.

Sasuke respiró profundo observando al adefesio esperpéntico que yacía bajo sus pies. Siempre pensó que este momento lo disfrutaría más que cualquier otra cosa en su vida, que ni siquiera el mejor orgasmo estaría a la altura de esto...

¿Pero estaba disfrutándolo realmente?

Verle lleno de sangre escurriendo desde su entrepierna, lágrimas de dolor por todo el rostro, la carne quemada de sus manos sin dedos, hizo que se compadeciera de su moribundo estado.

Definitivamente Hinata lo había ablandado. De lo contrario no estaría pensando que Shimura ya había sufrido lo suficiente ni pensaría en cesar la tortura. Estuvo a punto de decirle que aquí se acababa el castigo de Sasuke Uchiha y que le rogara a los demás para que los convenciera de matarlo rápidamente, incluso abrió la boca para hacerlo, pero de súbito su cerebro entró a un trance cíclico en que revivía la masacre de su familia otra vez. Y las palabras que Danzo le dijo cuando intentaba matarlo fueron la última estocada que disipó toda duda.

«Y te diré algo antes de que te vayas al infierno... ¡Itachi murió desangrado ante cien soldados que le cortaron en trozos cada extremidad! ¡Te irás de este mundo sabiéndolo, hijo de puta!».

—¿Tuviste piedad cuando mataste a mi hermano de una manera tan horrible? ¿Tuviste compasión cuando mandaste a matar a mi familia?

El anciano no fue capaz de responder a ello.

Más decidido que nunca y ya sin esbozar ninguna misericordia, Sasuke continuó el proceso de realizarle diversas torturas a Danzo, asegurándose, eso sí, de mantenerlo vivo a toda costa.

Mientras esperaba en las afueras, Hinata, rodeada por los niños rescatados cual madre adoptiva, pudo escuchar gritos horrorosos dados por el rey a pesar de la enorme distancia que la separaba del cuarto brujesco. Algunos de los alaridos fueron tan terribles que necesitó taparse los oídos con las manos. Le producía escalofríos sólo imaginar cómo lo estaba torturando Sasuke. Sin embargo, los soldados alrededor suyo sonreían como si esas terribles exclamaciones de dolor fueran dulce música para sus oídos.

Buscando que los niños no oyeran esa aflicción que era gritada a los cuatro vientos, los alejó hacia el vestíbulo del palacio. Conversó con ellos y se enteró de sus conmovedoras historias de vida relacionadas a la orfandad. Sólo esperaba que Konohamaru, o quienquiera que fuese el nuevo rey, les diera la oportunidad de llevar una vida diferente a partir de ahora, una que no implicara andar mendigando o hurtando por las calles para poder sobrevivir.

Mucho más tarde Danzo, estando más muerto que vivo, y ya con sus nervios tan entumecidos que terminó acostumbrándose al sufrimiento, sintió que no quedaba nada por temer. Comprendió que Sasuke no le haría el favor de matarlo rápido aunque le rogara mil veces. Por ello le perdió el miedo a la tortura, al deshonor, a la humillación y a las represalias, porque de hecho nada podía ser peor que esto. Ya estaba en el mismísimo infierno.

—Hijo de perra... —balbuceó con voz sofocada. Su boca ya había perdido varios dientes que le fueron arrancados lentamente de raíz, mientras su rostro estaba trazado por lágrimas ya secas—. Igual caerás dolorosamente ante Pain...

—¿Te refieres a ese deidad de pacotilla? A esta hora Naruto ya debe haberlo convertido en un fiambre.

—No sabes cuánto te equivocas... —dijo lentamente, en ese hilo de voz apenas audible—. Hanzo me dijo muchas veces que Pain es la prueba de que los dioses sí existen... Y siempre me recalcó que es más fuerte que Naruto y que tú... Que prefería enfrentarse a ustedes dos juntos antes que a él.

Uchiha recordó a La Salamandra y la crudelísima muerte que le dio en el barco llamado Jiren. Recordó que en efecto ese tipejo llegó a este reino huyendo de Pain, el que buscaba venganza en su contra por haber matado a su mejor amigo. Era una historia que casi se le había olvidado ya.

—Pobre bestia inmunda, el dolor ya te hace delirar. Es muy fantasioso concebir la existencia de alguien más fuerte que yo; algo verdaderamente imposible.

Shimura escupió sangre que se le acumulaba en la boca antes de lanzar una pozoñosa sentencia:

—Me iré de este mundo sabiendo que el dios del dolor los destruirá a todos, incluyéndote a ti y a este maldito reino...

—Veo que la aceptación de que vas a morir irremediablemente, ha sacado un poquito de valentía en un cobarde como tú.

—Te maldigo por siempre, hijo de puta... Te irás al infierno...

—Créeme que eso lo sé muy bien..., pero tú te irás primero. —Sonrió malvadamente mientras lo alzaba de la solapa para que lo mirase directamente a la cara—. Y cuando llegue mi turno te buscaré allí hasta encontrarte de nuevo y te juro que entonces me vengaré de una forma incluso peor.

Danzo trató de decir algo, pero las fuerzas le faltaron. Un notorio pesar, sin embargo, se reflejó perfectamente en sus ojos apenas abiertos.

Uchiha, jalando al quincuagenario desde los cabellos, lo arrastró por el suelo dispuesto a entregárselo al resto de rebeldes. Él ya había cobrado sus cuentas pendientes y la satisfacción ya era lo suficientemente grande como para soltar a la venganza por y para siempre.

Tras un par de minutos apareció por el pasillo que daba al salón del trono, observando como todos los ojos de sus hombres se posaban en el derrocado rey. Seguía vivo tal como esperaban, aunque se notaba al borde de un desmayo fatal.

—Yo ya he terminado, así que hagan lo que quieran con él. —Arrojó al rey a los pies de sus hombres, quienes se llenaron de extrema alegría.

Casi escondida en una esquina, Hinata puso una palma en su boca al ver el deplorable estado en que estaba el anciano. Era realmente un despojo humano y después estaría incluso peor. Al pensarlo su alma se le llenó de angustia, puesto que jamás de los jamases creería en la tortura como un castigo válido. Sin embargo, nada podía hacer para ayudar a cambiar el destino del rey. El odio que toda la gente le tenía era simplemente ineluctable.

—Muchas gracias, señor. A partir de ahora nosotros nos encargaremos de este bastardo —dijo sobándose las manos el padre que ansiaba con toda su alma vengar a su amada hija.

El ojinegro general buscó a Hinata, hallándola unos segundos después en un rincón. Lleno de una satisfacción que le brotaba por todo el semblante, caminó hacia ella. Ambos se miraron fijamente por varios segundos antes de que Uchiha tomase la palabra.

—Toda mi vida he luchado por venganza. Hoy eso se acabó, Hinata. Hoy por fin tendré la paz que tanto ansiaba junto a ti. Por fin soy libre del odio.

—¿De verdad se terminó todo? —preguntó ella para confirmarlo. Quería escucharlo de nuevo para poder asimilarlo.

—Sí, amor mío. —Le colocó la diestra en el hombro, rellenando sus luceros de complicidad—. Te juro por Itachi que nunca más torturaré a nadie. Y tampoco dañaré a nadie salvo que sea en defensa propia. Hoy muere el demonio de la venganza y renace Sasuke Uchiha, el hombre que te ama con toda su alma y que hará lo que sea para verte siempre feliz.

Los ojos albinos, cristales transparentes atados a la ternura, le indicaron cuánto moría por lo mismo que él: darse felicidad unidos eternamente el uno al otro.

—Oh, mi cielo, me alegro tanto de que las llamas del odio se extingan por fin.

—Gracias a eso podré dedicarme a ti por entero, dándote todo el amor, el cariño y el cuidado que te mereces —Dicho esto, empleó su derecha para abrazarla. La devoción que exhaló su faz sólo estaba al alcance de quien amaba con toda su alma.

—Y yo me dedicaré a ti como la mejor esposa de todas, pero no esperes que te obedezca siempre. Ahora tengo mi carácter también —advirtió en un tono gracioso.

Él se le acercó a la oreja para contestarle en un susurro.

—No se lo cuentes a nadie, pero yo creo que tú me terminarás mandando a mí...

Hinata se rio con ganas, cosa que le sirvió para liberarse de todo el estrés causados por la batalla y la tortura posterior. Le encantó ver a su hombre de tan buen humor que hasta echaba bromas. Le pareció genuinamente increíble. ¿Acaso este era el verdadero Sasuke Uchiha? ¿Tan rápido aparecería?

—Ahora que tu alma estará en paz sé que podremos ser felices hasta el final de nuestros días. —Se abrazó más a él sumamente emocionada, depositando su cabeza en el fornido pecho masculino—. Te amo tanto.

—Y yo a ti, primor, en serio que no sabes cuánto —dijo mientras la emotividad hacía que sus ojos se humedecieran—. Por primera vez siento que estoy completo. Nada me falta si te tengo a ti.

—Sasuke..., lo que te falta es tener tu brazo sano. Está muy herido —dijo mirándoselo.

—Eso no importa porque una linda enfermera de ojos albinos me curará a besos —dijo con una sonrisa lúdica. Eso también era muy atípico en él, pero otra nueva prueba de que ya no deseaba ser el hombre transformado por la venganza sino aquel cuyo amor brotaba libremente.

La aludida se ruborizó y, antes de que pudiera decir algo, recibió la efusiva boca de su amado. Al parecer el paciente iniciaría de inmediato su ansiado tratamiento clínico y tampoco es que ella tuviese ganas de quejarse. Atrapando las mejillas de su varón, comenzó a comerle la boca a besos.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le dijo él durante una pequeña pausa, luciendo incluso más emocionado que un ave emprendiendo el vuelo por primera vez—. Tú llenas mi alma, Hina.

—Tú también lo eres todo para mí, Sasuke.

Su compenetración afloró tan grande y vasta que ni siquiera parecían dos personas. Eran una sola alma fragmentada cuyas dos partes se volvían a unir ahora.

Como poniéndose de acuerdo, alejaron un poco sus rostros para mirarse desde una perspectiva en que pudieran apreciar sus respectivas bellezas. La de él masculina y protectora. La de ella tierna, devota y llena de entrega.

Una hechizada Hinata llevó los dedos al rostro de su amado como si fuera una ciega conociendo a alguien por primera vez, y es que Sasuke en verdad parecía una persona diferente. Él, mientras tanto, sentía los dedos en su rostro como una maravillosa caricia que le impedía parpadear y que lo dejaban inmerso en un encantamiento que ahogaba todo sufrimiento.

Ajenos a los testigos que había alrededor, perdidos en un limbo en que sólo la felicidad y el deseo existían, anclaron sus obnubiladas miradas en el otro con la desesperación de querer desnudarse el uno al otro. Tanto amor ya no les cabía en el pecho. Necesitaban compartirlo carnalmente, liberar la efervescencia de sus sentidos en íntimas caricias que los dejase desprovistos de razón. A efectos prácticos, era tan simple como que Sasuke quería comerse a Hinata y ella quería comérselo a él...

Qué lástima que no pudieran «cenarse» habiendo tantos testigos presentes. Fue él quien tuvo que detener sus besos al sentir que cierta parte comenzaba a llenársele de sangre, aunque susurrándole al oído que esta noche iba a hacerle quintillizos, cosa que Hinata respondió con un divertido «¿Quieres que reviente?».

La trágica penumbra que el destino les puso encima por fin se disipaba para nunca más volver. Todos los horrores que enfrentaron y que siempre levantaron la amenaza de romper su amor, al final terminaron uniéndolos con una fuerza que nada pudo superar. Ni los intentos de Hiashi o Hanabi por separarlos, ni los de Danzo y sus guerreros por matarlos. Nadie, ya fuese humano, demonio, monstruo o bestia, podría separarlos jamás.

Aunque, seguramente, un dios aún tenía que decir algo muy importante al respecto...


Había pasado alrededor de una hora desde que Pain había entrado a la tienda de campaña. Konan, ya casi comiéndose las uñas, decidió entrar a verificar que siguiera con vida y ayudarlo en caso de que fuese necesario.

Traspasó la puerta de lona temiendo encontrarse la desesperanzadora visión de un Pain tendido sobre el suelo, pero, de espaldas a ella, estaba en su clásica postura de meditación: sentado sobre el suelo, espada bien recta y las manos por delante, de seguro descansando sobre sus rodillas con las palmas apuntando al cielo.

Iba a retirarse para no importunarlo, pero entonces la fría y potente voz del dios se alzó.

—Puedes acercarte, Konan. Quiero hablar contigo, pero no como mi segunda al mando sino como una representante neutral de la especie humana.

Ella exhaló una mirada de sorpresa.

—Estoy a su disposición de la forma en que su excelencia lo desee —dijo mientras pasaba a sentarse delante de él con la cabeza gacha en señal de honrosa sumisión—. ¿Todavía tiene fiebre? —preguntó preocupadamente.

—Aunque he pasado mil años observando a los humanos desde mi dimensión, y otros catorce años viviendo entre vosotros como uno más, todavía no logro entender a vuestra especie —comentó ajeno completamente a la preocupación de ella; como ajeno a todo lo que lo rodeaba en realidad.

—No sé por qué lo dice, mi señor, pero los humanos somos seres contradictorios en su mayoría. Es muy difícil entendernos, imagino que incluso para un dios lo es.

La fémina se percató de que Pain estaba parpadeando como cualquier persona normal. Además su mirada no estaba como siempre. Lucía entrecerrada, agotada. ¿O tal vez no era cansancio sino tristeza lo que reflejaba?

—Si supieras que el destino de toda la especie humana es la extinción por una guerra apocalíptica, ¿harías todo lo que esté a tu alcance para evitarla?

—Lo intentaría tal como usted lo ha hecho. Primero buscaría la paz a través del diálogo. Y si eso no daba resultado, habría tomado al camino del dolor como estandarte.

—Ya veo.

—Sin embargo, mi señor, hay una duda que me carcome la mente...

—Dila.

Konan pareció dudar unos segundos, mas habló finalmente.

—¿Y si hagamos lo que hagamos este mundo nunca dejará las guerras de lado? ¿Y si hagamos lo que hagamos el mal nunca desaparecerá de la faz de la tierra? Me cuesta decirlo y es duro aceptarlo, pero quizás una meta tan grande es verdaderamente inalcanzable...

—¿Quieres que deje al mal hacer y deshacer a sus anchas, Konan? —Su tono no era recriminatorio, al contrario, surgió suave tratándose de él.

Ella dio un hondo suspiro mientras enfocaba el fornido pecho de su interlocutor. La cicatriz seguía tan roja que parecía seguir ardiendo. Desterró esos pensamientos y se enfocó en darle una respuesta.

—Siendo sincera con usted, mi señor, ahora mismo estoy confundida —dijo bajando la mirada hacia sus propias rodillas, como si estuviera decepcionándolo por pensar así—. O por lo menos ya no estoy tan segura de que la filosofía del dolor sea la solución.

—Explícame el porqué.

—He vivido lo suficiente como para saber que la maldad y las guerras siempre serán parte de la esencia humana. Y ya no sé si vale la pena cambiar al mundo por la fuerza si el precio es matar a gente tan valiosa como Ino Yamanaka. —Le echó una mirada a la carpa, como si quisiera ver a través de la lona el lugar en que había muerto—. Pero lo peor de todo es que presiento que ninguno de los dos caminos servirá, ni el de la comprensión mutua ni el de la paz forzada. Es muy triste, pero después de todo quizás este mundo ya no tiene arreglo. Quizás ni siquiera un dios como usted puede arreglarlo...

—En tal caso la especie humana desaparecerá en poco más de un milenio.

—¿Pero salvar a los humanos tiene sentido si ellos no quieren ser salvados? En un principio compartía su meta al cien por ciento, pero ahora me doy cuenta de que terminar todas las guerras significa terminar a la humanidad misma. Lastimosamente está en nuestra sangre luchar por cualquier cosa. —Sintiéndose impotente por ello, presionó los dedos de sus manos en contra de sus tensos muslos—. Sinceramente, yo creo que usted se está lastimando en vano por tratar de protegernos de la autodestrucción. Hoy su existencia física ha estado muy cerca de morir por salvar a gente que ni siquiera aprecia lo que usted pretende hacer. La humanidad no merece que ningún dios la ayude a sobrevivir. Ninguno.

—El problema, Konan, es que no será sólo la raza humana la que desaparecerá. Un sinfín de especies animales y vegetales también se extinguirán como un daño colateral. La vida en sí desaparecerá casi por completo en una hecatombe que tu mente no podría siquiera imaginar. Esto no se trata sólo de la humanidad sino de toda forma de vida que habita este planeta.

—Ya veo... —dijo abriendo los ojos sobremanera—. Eso lo hace todo incluso más horrible.

De repente se sintió la tenue música de una llovizna cayendo sobre la carpa. Por fuera de ésta, múltiples pasos iban por aquí y por allá para ir abriendo más carpas que guarecieran a las tropas de una inminente lluvia más fuerte.

—Tú que eres humana, dime porqué Ino prefirió morir antes que aceptar la paz absoluta que yo brindaré. Voy a generar equidad entre mujeres y hombres y aun así ella se me enfrentó hasta el final. Sé que prefirió su ideal de libertad antes que obtener la paz por medio de la fuerza, pero es un hecho tan ilógico que no logro comprenderlo.

A ella le sorprendió mucho esa demanda. Muchísimo. Nunca antes había visto a Pain contrariado, como si no supiera a qué atenerse.

—Honestamente no lo sé, señor. Su proposición era indudablemente tentadora para cualquier mujer. Todas aspiramos a vivir en un mundo equitativo. Además usted le dio muchas oportunidades; de hecho podría haberla matado desde el primer momento, pero no lo hizo. Le demostró que no hacía esto por afán de poder o por querer esclavizarla. Sin embargo, ella siguió con su afán de libertad total antes que obtener la paz.

—Intentó refutarme amparándose en que mi forma de paz es cruel y falsa, pero ante gente que no quiere escuchar razones no tengo más alternativa. Los humanos son tan básicos que sólo entienden por medio del dolor. ¿O acaso estoy subestimándolos demasiado?

Konan tardó muchos segundos en responder. Su ensimismamiento mostraba que estaba analizando la pregunta a fondo.

—No creo que nos subestime. Hay excepciones, pero creo que su afirmación es verdad si hablamos en general. Somos seres arcaicos que muchas veces anteponemos nuestros egoísmos, pasiones e instintos antes que la aplicación del razonamiento lógico.

—Antes os culpaba por ello, pero incluso a mí se me hace difícil manejar las emociones viscerales de esta anatomía primitiva —dijo mirándose las manos como si no las reconociera, como si fuesen muy ajenas a él—. Y aunque por fuera no expreso nada, haber matado a Ino Yamanaka me hace sentir extrañamente desolado.

—Señor... —musitó sorprendida al extremo. Sus ojos no podían estar más abiertos—. Yo tampoco me siento bien al respecto. Es muy triste tener que asesinar a gente como ella para lograr la paz...

Pain cerró los párpados cansadamente. Cuando los volvió a abrir un claro dejo de tristeza devoraba su mirada.

—Hay personas que no puedes derrotar ni siquiera matándolas. Ino era una de esas personas. Y después aparecerá más gente como ella, a los cuales deberé asesinar también. Antes estaba muy decidido a hacerlo porque el futuro estaba clarísimo para mí, pero el flujo del tiempo ha cambiado inesperadamente. Este reino caería en tres días, pero mi predicción ha sido deshecha por la herida que me hizo.

—Eso significa que tendremos que esperar a lo menos un par de semanas antes de atacar la capital, ¿verdad?

—Quizás ni siquiera la ataquemos.

Konan se quedó sin habla durante varios segundos. Le costó reaccionar.

—¿Por qué, mi señor?

—Las leyes del universo nos prohíben a seres como yo intervenir en el destino de los mortales. Y, como dioses, tenemos aún más prohibido arrebatar la vida de biología tangible. Yo soy un transgresor que ha violado esas leyes con el fin último de salvar a la humanidad porque, a través de una guerra extintiva, el porcentaje de que vosotros sobreviváis es de apenas un 1%. Sin embargo, Ino tenía el mismo porcentaje de éxito en lo referente a dañarme y aun así lo consiguió.

A Konan prácticamente se le cayó la quijada. No era experta en probabilística, de hecho en su época sólo contados eruditos se manejaban en ello, pero algo que asomaba tan claro cualquiera lo entendería.

—Eso significa que, pese a contar con una posibilidad tan baja, la humanidad sí tiene una chance de alcanzar la paz sin que la violencia sea el medio... —lanzó su rápida deducción casi sin voz.

—La probabilidad de que las guerras cesen es del uno por ciento; es realmente ínfima, casi imposible, pero no un cero absoluto. Si Ino consiguió concretar un porcentaje tan bajo, quizás, algún día, la gente también pueda finalizar todas las guerras si dejo que las cosas sigan su curso por sí mismas. Ahora bien, sería en miles de años y si se alinean correctamente una enorme cantidad de factores. ¿Debería, entonces, permitir que la humanidad siga su camino esperando a que una serie de milagros lleven al éxito a ese porcentaje tan mínimo?

—Habría que confiar en que un 1% salga victorioso en contra de un 99%... —dijo sin poder evitar un claro desaliento en su voz.

—Hasta ahora estaba completamente seguro de que sólo yo puedo traer la paz al mundo y de que mi camino era el único posible. El día de hoy esa convicción se ha tambaleado. Además llevo tantas muertes sobre mis hombros que a veces me pregunto si la humanidad vale este precio —dijo con voz confesante, pesarosa, casi resquebrajada—. Ni siquiera parecen entender que debo ser así de cruel en pos de conseguir un bien mucho mayor.

Quien llevaba una bonita flor en el pelo abrió sus ojos mientras un escalofrío le recorría la base de la espalda. ¿Acaso después de tantos años...?

—¿Yahiko? ¿Eres tú? ¿Eres tú en verdad? —preguntó llenándose de miles de expectativas que provocaron un torbellino de sangre en sus ventrículos.

—El alma de Yahiko sigue durmiendo profundamente. Soy yo, el dios Pain, quien te habla.

Konan inclinó su cabeza a modo de disculpa antes de verbalizar la susodicha.

—Perdone, mi señor, pero es la primera vez que me habla en un tono diferente. Su voz suena más humana, por eso pensé que...

—Tranquila. Tú menos que nadie tiene que darme explicaciones.

—Gracias por su deferencia, su excelencia.

—En el futuro me gustaría evitar muertes como la de Ino. Vos, como humana, ¿tienes alguna idea de cómo hacerlo?

Konan se permitió unos cuantos segundos de reflexión.

—Quizás se escucha muy amenazante en sus propuestas. No sé si se ha dado cuenta, pero en la primera impresión usted resulta muy intimidante y demasiado imponente. Eso puede hacer que la gente se ponga a la defensiva.

—Entiendo tu consejo, pero el verdadero problema es que en este reino hay un concepto de patriotismo y libertad muy elevado. No están dispuestos a seguir órdenes de un extranjero por nada del mundo. Tendría que matarlos a todos ellos si quiero imponer la paz.

La dama suspiró lastimeramente.

—Todo sería mucho más fácil si aceptaran que la paz sólo es alcanzable restringiendo la libertad.

—En efecto. Si tan solo la gente de este continente pudiera ver lo que yo veo entonces no se opondrían a mí esgrimiendo a la libertad como lo más importante. Llaman despiadadas a mis acciones, pero si supieran todo lo que hay de trasfondo entenderían que voy a evitar un destino mucho más despiadado para la humanidad entera. —Pain cerró los ojos, pero Konan sintió que de algún modo él la seguía observando—. Lástima que los humanos no vislumbren más allá del día de mañana. Son incapaces de otear a largo plazo por lo efímeras de sus existencias. Sólo les importa lo que sucederá dentro de sus escasos márgenes de vida, pero les da igual lo que pase con el mundo cuando ya estén muertos.

Konan asintió mientras su señor volvía a abrir los ojos. Sus vistas se cruzaron y ella soltó una pregunta que sostuvo en la punta de la lengua durante varios segundos.

—¿Entonces qué hará, mi señor?

—En honor a Ino meditaré concienzudamente si debo persistir en la paz forzada o, tal como dictan las leyes divinas, ser un simple espectador de los acontecimientos.

—Sea cual sea la decisión que tome, yo lo seguiré apoyando con todas mis fuerzas.

Pain le dirigió una mirada muy profunda. La fémina se estremeció al sentir que su mismísima alma era observada.

—Ahora entiendo por qué Yahiko se enamoró de ti. Para ser una criatura humana, eres tan leal como extraordinaria.

Konan se sonrojó sin poder evitarlo, aunque al mismo tiempo se llenó de una torturadora confusión. ¿Quién le hablaba era el dios Pain o su amado Yahiko? ¿A quién tenía enfrente realmente? Que su voz saliera de una manera tan familiar e íntima, pero que tanto sus ojos como semblante siguieran exhalando esa frialdad de muerto, sólo hacía que su dilema le resultara irresoluble.

—Muchas gracias por pensar eso de mí. Es un enorme halago que un ser superior tenga una impresión tan positiva de mi persona. —Se limitó a contestar dándole el gran respeto de siempre, aunque muy tentada a comportarse de otra forma con él.

Y es que la angustiaba no tener una certeza. La desesperaba no saber si había un caso de personalidades separadas por alguna brujería o si de verdad un dios poseyó el cuerpo de su hombre.

Tenía tantas ganas de besarlo y así revivir los apasionados momentos en que hacían el amor entregando sus almas enteras el uno al otro. Durante los primeros años en que Yahiko desapareció dejó vergüenzas de lado y trató de acercársele, coquetearle, tentarlo a la carnalidad inclusive, pero el dios Pain había ignorado todos sus intentos. No estaba interesado ni levemente en asuntos tan mundanos como el sexo o el amor de pareja. Y esa total falta de afecto, a ella le laceraba el espíritu en forma inexorable.

—Cuando Yahiko vuelva a este cuerpo podrás hacer el amor cuántas veces quieras con él —dijo de repente el dueño de sus suspiros.

Konan abrió sus luceros tanto como sus párpados se lo permitieron. Quedó boquiabierta también. ¿Le había leído la mente acaso?

—Oh, perdone mis atrevidos pensamientos. Perdóneme por favor. No sé qué me pasó. Soy una tonta, usted está malherido y yo pensando cosas que no corresponden...

—No tienes por qué avergonzarte de algo tan natural. Entiendo que el amor humano estimula ese tipo de ansias.

Ella necesitó carraspear para aclarar su voz y así poder hablar de modo fluido.

—Gracias por ser tan comprensivo, mi lord.

—Yo apenas entiendo el amor romántico porque tal cosa no existe en mi dimensión, pero de todos modos sé que Yahiko te ama mucho. Puedo sentir que su alma dormida siempre piensa en ti.

—¿En serio, mi lord?

—En serio.

Y ahí estaba de nuevo esa confusión tan grande que Pain siempre provocaba en ella. De repente se miraron fijamente y, a pesar de su madura edad, Konan se sintió tan tímida como una adolescente sin experiencia. Azorada por el intenso calor en sus carrillos, necesitó desviar la mirada o sus sentimientos terminarían desbordándose por cada uno de sus poros.


Me imagino que eso lo dibujaste porque suicidarte se te pasó muchas veces por la cabeza —comentó una bella blonda de ojos celestes, observando un sombrío dibujo de un hombre lanzándose al vacío desde un risco. La entristecía pensar que Sai se haya visto en esa disyuntiva en el pasado o que la vislumbrase para su futuro.

No. En realidad sólo quería ver tu reacción.

¿Por qué? —formuló sintiéndose aliviada, aunque también llena de curiosidad.

Cuando dibujo no sólo averiguo quién soy yo, sino que también averiguo quién es el otro. En este caso cómo eres tú.

A ver, te invito a que te sigas explayando.

Por ejemplo este dibujo te generó impresión y hasta te imaginaste que se trataba de mí —contó el pálido autor de la obra, mientras dejaba la pluma entintada en su correspondiente tintero—. Eso te hizo concluir que había pensado saltar de un barranco muchas veces. Que buscaras razones de por qué dibujé esto muestra que eres una persona que trata de ver más allá y genuinamente empática; que te preocupas por mí de verdad. O por lo menos esa es la interpretación que yo le doy a tu reacción.

Entiendo perfectamente, pero creo que dibujar es un arte que disfrutarías mucho más si, en vez de usarlo para analizar todo, liberas completamente tus emociones. Dejarlas volar en cada trazo.

Liberar mis emociones completamente... —repitió musitando para sí mismo. Luego su vista volvió hacia ella—. ¿Y tú cómo haces eso?

Mira, te contaré un secreto que nadie sabía salvo mi difunto papá. —Se acercó a su oído para cuchichearle—. Yo les hablo a las plantas como si fueran personas. Las trato con mucho mimo y he notado que, desde que empecé a platicarles, crecen más saludables y dan flores más bonitas. Parece tontería, pero te juro que es cierto —reafirmó a ojos muy brillantes—. Con ellas me siento libre de guerras, duelos y batallas, simplemente puedo ser yo misma.

Es muy raro, pero te creo. Después de todo las plantas también son seres vivos y no piedras. Quizás sientan tu buena energía y reaccionan a ella.

¿Cierto que sí? Qué bueno es ver que me entiendes en esto. —Sonrió muy feliz—. Cada vez te vas volviendo más humano —añadió una merecida felicitación.

Aquel bonito recuerdo había acudido a la mente de Sai mientras, en las afueras del castillo y montado en su caballo, observaba al gentío que, aún después de muchos minutos, seguían gritando consignas en contra de Danzo o pidiendo su cabeza pinchada de un palo.

A pesar de la rabia masiva que yacía frente a sus ojos, su ser no se concentraba en ello sino en la extraña sensación de satisfacción que le causaba el haber podido salvar a esos niños que Danzo amenazó con matar. Sin embargo, ni eso se comparaba a lo bien que se sentía cada que estaba junto a la soldado.

Sus pensamientos seguirían anclados en ella, pero justo entonces volvió al mundo real cuando atisbó algo que se acercaba en el horizonte. Una caravana entraba a las calles de la capital. Los estandartes cuyas telas mostraban un desierto, hacían saber que se trataba de la Legión Shukaku, la perteneciente a Gaara. De pronto, la enorme multitud hizo un silencio espeluznante cuando se percataron de que los jinetes traían muchos cadáveres consigo. Lo más llamativo, empero, fue la carreta que venía en medio de todos y que traía a dos afamados guerreros de élite...

Desde su alejado lugar Sai no alcanzó a reconocer a los occisos, razón por la cual quiso cerciorarse de qué pasaba realmente. Se dirigió hacia el vehículo de mayor interés y, desde la altura que le otorgaba el lomo de su corcel, pudo ver lo que le pareció inverosímil: el cadáver de Gaara. Y aún más increíble era que el cuerpo de Deidara estuviera a su lado. Eso sólo podía significar que, pese a ser archienemigos declarados, habían fallecido luchando juntos contra Pain o contra sus batallones...

Pronto dos féminas, Temari y Matsuri, se arrojaron sobre el carretón. Los consecuentes llantos de ambas fueron sobrecogedores y las desgarradoras súplicas que enviaron al cielo lo fueron aún más.

Mientras estuvo en Raíz, Sai siempre se preguntó el por qué la gente botaba gotas de agua por los ojos. ¿Cuál era la enigmática razón? Si por fuera no tenían ninguna herida, lesión o dolor, ¿entonces por qué lo hacían? ¿Además por qué llorar ante algo tan inevitable como la muerte? Tal destino estaba marcado para todos y cuando uno tenía la profesión de guerrero lo lógico era irse de este mundo más temprano que tarde.

En sus intentos por comprender algo tan complejo echaba mano a sus memorias de la infancia, pero ni aun así concretaba resultados positivos. Tenía recuerdos muy difusos de lo molesto y sufrido que era pasar hambre, pero no recordaba haber llorado a pesar de eso. Su único amigo lo hacía para conseguir alimento, pero la gente, ya fuera por las malas cosechas de ese trío de años o simplemente por egoísmo puro, no se conmovían ni siquiera para darles una pequeña hogaza.

Llorar era inútil. Y aquella verdad se estancó aún más en su cerebro por culpa de Raíz y su proceso de esterilización emocional.

Pasó divagando largamente sobre ello hasta que sucedió algo que incluso a él le causó un gran asombro. Recostado sobre el lomo de un caballo que era guiado por dos jóvenes, Naruto llegaba inconsciente, manco y con la palidez propia de la muerte. Ni él, ni nadie, podían creerse que Pain hubiese podido derrotar a alguien tan extremadamente fuerte como el rubio mostaza. El asombrado gentío comenzó a preguntar si acaso estaba muerto, pero los dos Yamanaka que lo traían contestaban al vuelo que los dejaran pasar para llevarlo a los curanderos más reputados de la capital.

Zarandeado por una emoción muy extraña, Sai se movió hacia la entrada de la ciudad a fin de registrar el confín del horizonte con su castaño mirar.

—¿Cómo estás, Ino? ¿Cómo?

Ahora entendía qué era esa emoción que le causaba un malestar muy singular en el pecho. Se llamaba preocupación...

«Seguro que ella está bien», respondió su mente a la pregunta anterior mucho más tarde de lo que debió hacer. «A alguien tan hábil no va a pasarle nada, ¿verdad?», añadió con evidentes dudas que no podía disipar.

Unos veinte minutos después, en la entrada de la ciudad llegó una caravana cuyas banderas lucían un rayo. Evidentemente era la legión Relámpago, pero Ino no venía a la cabeza. Sus facciones se trastornaron instantáneamente al ver los rostros tan luctuosos de los jinetes. Y cuando su castaña mirada se pegó a la carreta que ocupaba el centro de todas las filas, sintió que el mundo se derrumbaba a sus pies...

—No puede ser... No puede ser...

Un escalofrío anormal le recorrió la cabeza horizontalmente y luego otro le atravesó desde la nuca hasta la parte más baja de su columna. Su boca quedó entreabierta mientras sus manos tensas pasaron a tirar de las riendas sin que tuviera esa intención.

Meneó su cabeza fuertemente, intentando decirse que sólo estaba herida y nada más, pero la profunda punción en su corazón no dejaba lugar a dudas: Ino estaba muerta y ya nunca más podría verla ni hablar con ella...

De repente sintió que una desconocida humedad caía por su rostro. Alzó su diestra, palpó las lágrimas y luego trató de mirar sus yemas, aunque no pudo porque su vista ya estaba completamente nublada.

Nunca entendió por qué la gente lloraba sin estar dañada físicamente. Ahora lo comprendía por fin...

El dolor que se sentía ante la pérdida de un ser querido era colosal.


Sasuke y Hinata, ajenos todavía a la tragedia que acontecía en las afueras del castillo, celebraban que por fin todo había terminado dándose besos no apropiados para menores de edad. Aunque de pronto y de forma muy extraña, un deleitoso perfume floral llegó a sus fosas nasales. Era un olor intenso que enseguida les hizo recordar a Ino y su floristería. Desviaron sus miradas buscándola a ella o a las flores que tan cerca debían estar, pero, para gran consternación de ambos, nada hallaron. ¿De dónde venía ese dulce aroma entonces?

Dama y guerrero buscaban respuestas en los ojos del otro, cuando, entre el tumulto de soldados, apareció un moreno de apariencia joven. Había demorado en llegar porque la inmensa multitud de gente en las calles hizo dificultoso avanzar hasta el castillo. Una vez que ubicó al Uchiha, se le acercó portando un semblante plagado de amargura.

—Mi general... —Hizo el saludo militar antes de proseguir—. Debo informarle que han pasado terribles desgracias.

Uchiha frunció el ceño. Hinata, por su parte, parpadeó repetidas veces.

—Habla.

—A pesar de luchar en tándem, Deidara y Gaara fueron asesinados por Pain.

Sasuke plasmó en su cara un gesto que podía interpretarse como total contrariedad.

—¿Qué diablos estás diciendo?

—Y Naruto Uzumaki también fue derrotado por Pain, señor.

—Eso es imposible —rechazó el general en menos de un segundo—. ¿Acaso debo recordarte el castigo que se recibe por mentirle a un superior? —advirtió erizando su talante.

El soldado hizo una reverencia inclinándose humildemente. Era casi una muerte segura recibir diez latigazos dados por una fusta de acero con púas, mismas que abrían la carne hasta su capa más profunda. Sin embargo, el saber que su líder no podría castigarlo por contarle la verdad le hizo continuar el informe.

—Sé que es muy difícil de creer, mi general, pero hay un sinfín de testigos. Pain derrotó a Naruto tras una pelea larguísima de más de una hora. Le cortó un brazo, aunque él, pese a eso, siguió luchando. Sin embargo, ha perdido mucha sangre y hasta puede que muera en los próximos minutos.

Uchiha sintió que una ominosa serpiente de hielo se desplazaba por su espalda. No podía creer que alguien tan fuerte como Uzumaki, su único equivalente, pudiera haber sido derrotado por alguien distinto a él mismo. No le cabía en la cabeza semejante anormalidad.

—Señor..., eso no es lo peor de todo.

Hinata se aferró más al brazo masculino. Un presentimiento terrible fulguró en el interior de su pecho, tal como si el corazón estuviera siendo cercado por estacas que se le acercaban lentamente para traspasarlo.

Uchiha, a su vez, sintió exactamente lo mismo que Hinata, añadiendo una nerviosa interrogación a su subalterno.

—¿Dónde está Ino? —dijo con voz alarmada mientras una especie de pinchazo le recorría la cabeza de oreja a oreja. Sus ojos se dirigieron hacia el fondo como si quisiera verla llegando por ahí.

El militar mensajero, como si tuviese miedo de hablar, tragó saliva esta vez. El movimiento de su manzana de Adán lo denotó. Sus ojos sufridos, casi llorosos, eran la víspera de un anuncio destrozador de corazones.

—Señor...

—¿¡Dónde está Ino!? —Se le desgarró la voz buscándola con su mirada, misma que aún enfocaba hacia la entrada del palacio.

Con terribles nudos en su garganta, Hinata se aferró más a él. Quería hacerle sentir que no estaba solo.

—Nuestra comandante luchó contra Pain... —Bajó la cabeza, tan angustiado que no fue capaz de seguir informando.

Se hizo un silencio que enervó vellos como si hubieran recibido un choque eléctrico. Todos los presentes quedaron para adentro. Hinata sintió que sus rodillas ya no podrían sostenerla. Lo mismo sucedió con Uchiha.

—No, no, no —renegó el general, mientras su cabeza se movía en espasmos a cada sentencia—. No tenía ninguna razón para enfrentar a Pain... ¡Ninguna! ¡Yo le dije que se retirara en caso de verlo!

—La comandante llegó para salvar a Naruto... Si él todavía sigue vivo es gracias a ella...

El joven ojinegro meneó su cabeza con más fuerza.

—Tienes que estar equivocado. —Lo alzó con su puño desde la solapa—. ¡Dime que estás equivocado! —exigió asustado mientras dos escalofríos, uno tras otro, le atravesaban la columna.

—Lo siento tanto, pero ella... ella está... —dijo muy compungido y al borde de las lágrimas. Quería completar la frase, pero su boca sólo se abría y cerraba como la de un pez sufriendo fuera del agua.

El último Uchiha, desesperado, lo lanzó lejos y corrió hacia las afueras siendo seguido por Hinata, quien, imaginándose lo peor, ya soltaba lágrimas a contra viento.

Al cruzar el puente levadizo para salir del castillo, el horror, el sufrimiento y el shock se reflejaron en las pupilas azabaches. En la avenida principal estaba una carreta, en cuyo piso parecía estar tendido alguien de rubios y largos cabellos...

Quitó la mirada mientras el corazón se le encogía y la respiración se le entrecortaba. Temió volver a mirar. Temió que todas las alertas que envíaba su mente se cumplieran. Temió profundizar más.

Hinata, a su vez, se llevó las dos manos a la boca, presionándose fuertemente los labios por el repentino estrés que la hizo derramar profusas lágrimas en un santiamén.

Él, como moviéndose por arenas movedizas, comenzó a acercarse al vehículo dando unos pasos lentísimos. Era como si no quisiera ir allá, pero que al mismo tiempo una fuerza superior a su voluntad lo empujase a hacerlo.

—No... No... —susurró con la voz casi vacía de sonoridad. Fue prácticamente la voz de un fantasma.

Había miles de personas presentes, mas el silencio que poseía el ambiente era supremo. Quizás hasta un alfiler cayendo podría haberse escuchado.

Sasuke, tragando saliva como nunca en su vida, llegó hasta la carreta y, manteniendo su vista muy fija en el piso de madera, se subió al vehículo de un certero salto. Respiró hondamente y, de un modo muy lento, fue levantando su mirada. Ésta se topó con unos botines de cuero negro muy conocidos por él. Fue entonces que sintió a un punzante dedo de hielo recorrerle la espalda mientras sus piernas se volvían como de algodón...

Su vista no quiso seguir alzándose. Quedó mirando la tierra húmeda pegada a las suelas por un largo rato, pensando, ¡rogando!, que se tratara de otra persona y no de ella.

Finalmente, aunando fuerzas desde no sabía dónde, se atrevió a levantar su mirar y entonces el horror se reflejó en toda su dimensión al tiempo que le laceraba el alma sin piedad...

A Ino le faltaba el brazo derecho, la mitad inferior de la oreja izquierda y tenía una certera estocada en el corazón. Su camisa de combate estaba cubierta de sangre que escurrió hasta llegar al final de sus pantalones. Una de sus katanas fue puesta en su única mano, simbolizando que cayó luchando hasta el final. No obstante, quizás lo más impactante de todo era que su mirada celeste había perdido el alegre brillo que siempre tenía. Ahora estaba fija en un punto indeterminado, trasluciendo el lúgubre y sórdido aspecto de la muerte.

Sasuke se dejó caer sobre sus rodillas y tomó a Ino con su único brazo actualmente funcional, alzándole la cabeza cuidadosamente. Una agónica Hinata intentó decir algo, pero ni siquiera le salía la voz.

—Ino..., esta es otra de tus bromas, ¿verdad? Levántate y deja de hacerte la muerta... —pidió mientras el mentón le daba terribles tiritones espasmódicos. Incipientes lágrimas ya colmaban hasta el último centímetro de sus ojos—. Vamos, no me hagas esto por favor. Tienes que despertar... —La voz le empezó a temblar notoriamente, sus palabras surgiendo en un chillido angustioso—. Reacciona, Ino. —La zarandeó una vez tras otra—. Tú no puedes morir. No puedes. —Lloró más y más, su vista ya nublada del todo—. Levántate, tú sabes que tienes prohibido morirte...

Hinata, llorando tanto o más que él, lo abrazó desde atrás mientras le humedecía la espalda. La voz seguía sin salirle. Estaba profundamente destrozada también.

Ante la falta total de reacción, Sasuke volvió a remecerla como si eso pudiese despertarla de su sueño. No resultó. Entonces su cerebro, asediado por un dolor que no quería aceptar por nada del mundo, decidió enviar a la racionalidad hacia la esquina más oculta para ampararse en la esperanza de un milagro. De algún modo necesitaba liberar la tremenda impotencia que sentía al no poder ayudar a su amiga y así cambiar su funesto destino. ¡Tenía que intentarlo por lo menos!

Así, ante la atónita mirada de los presentes, levantó su único brazo funcional y, dejándolo caer con toda fuerza, comenzó a golpearle el pecho para reactivar ese perforado corazón. No sabía cómo diablos hacer bien una reanimación ya que nunca se preocupó de aprenderla, por lo cual sólo le golpeó el tórax una vez tras otra, y otra después de otra. De pronto recordó que, tal como Sakura lo hizo con él meses atrás, tenía que insuflar aire a los pulmones también. A toda velocidad puso sus labios encima de los de Ino y comenzó a realizarle la respiración artificial de una forma muy rudimentaria, digna de alguien que en toda su vida se preocupó únicamente de cultivar el arte de la lucha.

La mirada de los presentes estaba atónita, pero, entendiendo que su dolor era demasiado grande como para atender a razones, absolutamente nadie se atrevió a decirle que sus esfuerzos serían inútiles.

—¡Tú no puedes morir, Ino! ¡Eres la mujer más fuerte y te entrené para vencerlos a todos! —chilló en una voz apenas inteligible mientras seguía el procedimiento en forma desesperada—. ¡Vamos, soldado, ponte de pie!

Sasuke, poseído por su instintivo afán de salvarla, continuó la maniobra por incontables minutos. Sin embargo, ni extendiendo su acción eternamente podría cambiar el fatal destino de su queridísima amiga...

Y cuando por fin la realidad lo obligó a aceptar el dolor que tanto intentó rechazar, cuando la muerte de Ino se hizo completamente insoportable en la profundidad de su alma, movió su cuello violentamente para mirar al cielo y desgarrar sus pulmones en destemplados alaridos que se extendieron hasta el límite de lo que su voz podía aguantar. Desató todo lo que sentía en ese grito que salió tan fuerte y atroz que sus cuerdas vocales no parecían estar dentro de la garganta sino en el mismísimo aire.

¿¡Por qué su gran amiga tenía que morir!? ¿¡Por qué este mundo tenía que ser una mierda tan injusta!?

Grita, solloza y vomita amargura a través de cada célula de su ser. El puño se le cierra tanto que parece querer disminuirlo de tamaño o que los huesos aparecieran por sobre la piel. Los músculos de su brazo sano forzaban tanta tensión que de seguir así terminaría desgarrándoselo también. De hecho eso iba a sucederle a sus cuerdas vocales que a punto estaban de obtener una abrasiva afonía.

Mientras los ojos le escocían y su corazón se reventaba por el enjambre de emociones angustiosas, abrazó el frío cadáver de su compañera tal como si continuase con vida. La trató con un cuidado, con una ternura y con una devoción que antes jamás le dedicó.

—Porque no me morí yo en lugar de ella... Porque no fui yo, maldición... —Las lágrimas no abarcaban sólo sus mejillas sino también al piso que se alimentaba de ellas—. Ino era la que menos se merecía este destino... ¡La que menos se lo merecía!

Hinata nunca lo sintió así. Jamás y eso que ya lo había visto llorar, pero esta vez era distinto. No era un lloro tranquilo sino desesperado, sofocado, asfixiado; como si chacales le estuviesen descuartizando el alma a mordiscos. Lo sabía porque ella estaba sintiendo algo muy parecido.

¿Cómo ayudarlo si ella también estaba hecha pedazos? Quería ser fuerte para él, mas las lágrimas no dejaban de caer por su rostro mientras gimoteaba.

—Sasuke... —Buscó las palabras precisas para consolarlo, ¿pero qué podía decir? ¿Qué podía consolar un dolor tan grande? Nada lo conseguiría, ni siquiera el gigantesco amor que ella le prodigaba. Sabiendo eso quedó paralizada y sin poder hacer nada. Hiciera lo que hiciera este era un dolor del que su amado jamás se sanaría. Jamás de los jamases.

Uchiha miró al cielo odiando a los supuestos dioses que allí vivían, maldiciéndolos con todas sus fuerzas. Después siguió llorando, y llorando, y llorando aún más. Era increíble como el dolor psicológico podía somatizarse a una escala tan física que hasta habría jurado que una lluvia de lava y azufre le estaba cayendo encima.

El militar que antes no pudo anunciar correctamente la muerte de Ino, había estado esperando pacientemente el terminar su trabajo. Cuando los sollozos del líder rebelde se acallaron tras muchos minutos, procedió a seguir el protocolo militar antes de batir la lengua.

—Permiso para hablar, señor —dijo esperando que la información completa pudiera brindarle siquiera un poco de consuelo al Uchiha.

Aquella voz le recordó al joven su estatus de general y líder del ejército rebelde. Sin enjugarse las lágrimas, autorizó la solicitud.

—Señor, la comandante consiguió algo que ni siquiera Naruto pudo: malherir a Pain gravemente y retrasar su avance. En un momento le dijo que estaba embarazada y estuvo a un tris de matarlo cuando él bajó la guardia un mísero segundo. Ese malparido se salvó de milagro, pero terminó con el pecho todo rajado. De no ser por ella, seguramente Pain ya nos estaría atacando junto a todo su ejército. Murió como una grandiosa heroína.

Sasuke no dijo nada, aunque, si el sufrimiento le diera tregua, habría alabado la astuta acción de su amiga y su altísima inteligencia en batalla. De repente se puso de pie, apretó el puño y también los dientes.

Hinata dio un paso atrás al ver el nuevo rostro de su amado. Lo que desprendía era simple y llanamente escalofriante. Comprendió perfectamente que ese tal Pain, a pesar de estar a varios kilómetros de distancia, le había destrozado el alma a Sasuke esta noche. Y no era de extrañar que una persona cuya alma fue hecha polvo, cayese fácilmente en las redes más profundas del odio...

—Mi caballo —ordenó con su voz más oscura a uno de los soldados que cumplía la función de paje. Iba a masacrar al dios del dolor ahora mismo. Le arrebataría todo, incluyéndose en la ecuación su maldita vida.

El aludido tragó saliva sonoramente al tiempo que abría los ojos.

—¡Sí, señor! ¡Enseguida se lo traigo!

—Sasuke, si vas ahora contra Pain perderás —intervino la Hyuga, hablando muy compungida—. ¡Estás malherido!

—No te metas, Hinata. Es mi única advertencia.

Se hizo un silencio horrible unos segundos, pero la de ojos como perlas no iba a dejarse amedrentar. Queriendo demostrar que ya era una guerrera caminó hacia él y, con un movimiento fulminante, envió una bofetada por el lado izquierdo. Sasuke ni siquiera movió el brazo de ese lado para bloquear el ataque, tuvo que cruzar el otro brazo por delante del pecho para atrapar la mano de su novia a un costado de su cara. Los testigos, mientras tanto, habían quedado boquiabiertos. Cualquier otro que se hubiese atrevido a hacerle eso al Uchiha estaría muerto en menos de un segundo.

—¿¡De verdad quieres ganarle con un brazo que no puedes ni mover!? ¡¿Y encima con toda la sangre que has perdido!? —Indicó la gran mancha roja que cubría toda la manga de su chaqueta de combate.

—¿¡No oíste que Pain también está muy lastimado!?

—No sabemos cuánto realmente. Lo que sí sabemos es que su herida fue en el pecho, así que él puede mover sus cuatro extremidades por lo menos.

—Me importa un carajo en qué condiciones estemos los dos. Voy a vengar a Ino cueste lo que me cueste.

El espadachín se dispuso a caminar hacia la dirección en que se había ido el paje, pero una veloz Hinata nada demoró en interponerse en su camino.

—¡Basta, Sasuke! ¡No puedes ganarle así de mermado! ¡Si lo enfrentas ahora vas a morir!

—¡A callar, Hinata! ¡Soy un guerrero! ¡Un vengador! ¡¿Acaso no sabes que con eso te ibas a casar!? ¡No me pidas que posponga mi venganza contra ese maldito que asesinó a Ino!

—¡Y tú no me pidas que te deje ir a la muerte sin hacer nada para evitarlo! ¡¿Te parece poco que ese sujeto haya matado a Kisame, a Sasori, a Deidara, a Gaara y a Ino?! ¡Incluso a Naruto lo dejó al borde de la muerte! ¡No puedes ganarle a Pain si partes con la desventaja de un brazo inmóvil! ¡Entiéndelo por favor!

Sasuke apretó el puño. El gesto de sus facciones tensadas hacía saber a la claras la enorme frustración que le azotaba. Las palabras de la beldad salían como cuchillas que le causaban úlceras en el alma en lugar del cuerpo.

—Sé que te es muy doloroso detenerte ahora —continuó ella—, pero no desperdicies el sacrificio de Ino dejándote dominar por el odio. Recupérate primero y pelea con la garantía de estar al cien por ciento. ¿Quieres vengarla, verdad? Pues si te vas ahora hay muchas probabilidades de que el resultado sea... —Se le quebró totalmente la voz—. Ni siquiera quiero decirlo porque me duele demasiado, amor...

El brillo en la negra mirada sugería que la última frase, sobre todo, había logrado conmoverlo hasta el punto de que su visceral encono mermó una pequeña escala. No obstante lucía dudoso todavía, balanceándose entre hacerle caso a ella o hacerle caso al odio. Hinata leía aquello en su rostro.

—Por favor, Sasuke, no quiero perderte así...

¿Cuál sería el resultado si luchaba contra Pain esta misma noche tras cinco o seis horas de trayecto a caballo? ¿Quién de los dos obtendría el triunfo en las mermadas condiciones que padecían? Ya nunca podría saberlo...

—Tienes razón, Hinata... —siseó entre dientes, doliéndole tener que postergar la muerte que se merecía el maldito asesino de su compañera. La decisión le fue tan difícil que hasta le costó respirar—. Luchar así contra Pain es dejar el resultado a la suerte. Voy a ganarle estando ambos al cien por ciento como debe ser. Lo haré en honor a Ino, pero también por amor a ti.

Ella dio un largo y reponedor suspiro que le sirvió para soltar una parte de toda la tensión acumulada hasta ahora.

—Gracias, mi cielo. Te juro que es la mejor decisión.

El general rebelde se volvió a acercar al cadáver de la soldado, la abrazó con todas sus fuerzas y le acarició su hermosa cabellera rubia como nunca lo hizo en vida. Las lágrimas volvieron a caer de su rostro en cascada, aunque esta vez sólo desde el ojo izquierdo. Tras pedirle perdón en susurros que sólo él escuchó, dio una orden sin mirar a nadie a su alrededor:

—Quiero un féretro en el salón del trono y luego llénenlo entero con miel. Usen la que debe haber en las despensas del castillo.

—¡Como usted ordene, señor!

A Hinata le extrañó muchísimo aquello, pero la tensión gravitando por doquier le hizo saber que este era el momento menos indicado para saciar su curiosidad.

—Mañana, durante la tarde, serán los funerales —añadió el Uchiha para todo el que lo escuchara. Su voz salió alta, pero también raspada y quebrada.

Como acto siguiente, levantó a Ino y se percató de que Pain también le había tajeado las pantorrillas. Juró en sus adentros que le haría lo mismo.

Se echó a su amiga al hombro. Le habría gustado llevarla en sus brazos de un modo más sutil y delicado, como cargando a una novia, pero la lesión de su extremidad izquierda se lo impedía. Podría haberle encargado la tarea de trasladarla a alguno de sus subordinados, sin embargo, llevarla hacia el castillo era un derecho que le pertenecía sólo a él. Es más, no deseaba que nadie más tocara su cadáver.

Comenzó a caminar hacia el palacio mientras los soldados, rindiéndole tributo a la difunta heroína, comenzaron a levantar sus espadas. Las mujeres presentes no se quedaron atrás y agitaron sus pañuelos mientras llevaban una mano al corazón. Los varones civiles, a falta de armas que alzar, se inclinaron respetuosamente.

Sasuke entró al palacio y se sentó en una de las tantas sillas dispuestas en fila en una de las antesalas del trono. Acomodó a Ino en su regazo mientras reanudaba los mimos a su platinada melena. La estaba arrullando prácticamente. De pronto, por la obvia razón de que ya no había control de esfínteres, sintió que un poco de orina caía desde la fallecida hacia sus pantalones. No le importó en lo más mínimo.

Hinata se mantenía a una distancia prudente de él, entendiendo que el amor de su vida necesitaba un espacio a solas para despedirse de su única y gran amiga. Jamás en su vida había visto que alguien llorase a través de un solo ojo durante tanto tiempo, pero Sasuke lo estaba haciendo. Era como si el lucero izquierdo fuera el único que estuviera conectado al dolor de su alma, mientras el derecho, seco y ajeno, estuviera enlazado al odio que había en ella.

Transcurrieron unos minutos más hasta que Hinata, también entre lágrimas, recordó algo importantísimo: lo que Ino le encargó hacer en caso de muerte. Sintiendo como su dolor aumentaba, se desabrochó un poco el grueso suéter que llevaba, llevó una mano dentro de un bolsillo de la blusa, sacó una bolsita de género, la abrió y extrajo las cartas. Prontamente halló la que tenía como destinatario a Sasuke. Se aproximó a él entonces.

—Mi amor, perdóname si te molesto, pero Ino me dejó la misión de entregar cartas a sus seres más queridos en caso de muerte. Aquí está la tuya. —Extendió su trémula mano a fin de entregársela.

—¿Acaso presentía que iba a morir? —El dolor en su voz fue tanto que Hinata no pudo hacer menos que compadecerlo.

Ella cerró los ojos con tanta fuerza que arrugas se formaron en sus párpados. Luego dio su respuesta.

—Me dijo que en una guerra nadie tenía la vida asegurada.

Él tomó el sobre, lo rompió cuidadosamente por el dorso, cerró el lacrimoso ojo izquierdo y, como acto siguiente, su negro gemelo empezó a desplazarse de izquierda a derecha tal como se hace al leer. Tuvo que darse necesarias pausas para que las abrumadoras emociones le dieran un respiro. En cuanto finalizó la lectura su ojo derecho, ese mismo que parecía enlazado al odio, se inundó de lágrimas también.

Hinata juzgó que, al menos por ahora, el odio había sido completamente anulado por el sufrimiento. Seguramente, ella misma viviría lo mismo o peor cuando leyera su propia misiva dedicada.

Uchiha, como si agradeciera la tan emotiva carta, le dio un beso a Ino en su frente mientras se la llenaba de lágrimas que no paraban de caer. Luego sacó su estilete y, acomodándole de mejor manera el pelo, le cortó un mechón desde el flequillo de su frente.

—Este será mi amuleto a partir de ahora —contó Sasuke, abriendo en su justa medida su adolorido corazón—. ¿Puedes trenzarlo?

—Por supuesto.

Hinata lo tomó, hizo la labor de dejarlo convertido en una trenza y se lo entregó a Sasuke, quien lo enrolló y lo guardó en el bolsillo que estaba más cerca de su corazón.

—Ino me acompañará en la batalla final.

Ella asintió y, al momento después, empezó a trenzar otro mechón que luego también cortó.

—Y a mí me acompañará por siempre en mis entrenamientos —dijo guardándolo a su vez.

En esta ocasión fue Sasuke quien dio su asentimiento.

Poco después arribaron un par de soldados que le anunciaron al líder rebelde que su orden ya había sido cumplida. Entonces él se levantó, cargó a Ino de nuevo en el hombro y avanzó hasta llegar al féretro que más bien parecía un sarcófago. Estaba repleto de miel tal como había indicado. Acto seguido, empleando un cuidado que jamás aplicó mientras Ino estuvo viva, la hundió en la sustancia de color ambarina hasta que el cadáver quedó completamente cubierta de ella. Después mandó una orden:

—El velatorio comienza ahora y termina mañana por la tarde. La gente que desee despedir a Ino puede pasar sin problemas, pero el que toque el féretro se las verá conmigo.

—Sí, mi general.

Sin nada más que añadir, Sasuke empezó a caminar hacia las afueras.

—Mi amor...

Él se detuvo antes de contestar, pero no la miró ni de refilón.

—Voy a estar solo, Hinata. No quiero hablar, oír, ver, oler, ni tocar nada. Nos veremos mañana en el funeral. —A paso lento, se fue caminando completamente solo y en dirección desconocida.

Tristeza. Eso fue lo que se reflejó en los ojos lunares. La dueña de éstos quiso acompañar a su hombre, pero, siendo lo más respetuosa posible con su dolor, no quiso insistir.

Se acercó al ataúd con los ojos llenos de renovadas lágrimas. Ino estaba con los músculos faciales tiesos debido al rigor mortis, inexpresiva y ajena, muy distante del buen humor que irradiaba siempre. Su querida amiga había perdido la vida, pero entendió que Sasuke y ella también eran cadáveres...


Durante el transcurso del día siguiente fueron realizándose los funerales de Gaara y de otros tantos caídos. Danzo había sido derrocado, pero la alegría por aquella victoria escaseaba tanto como agua en el desierto. Las campanas de los templos ahora mismo tañían melodías tristemente lentas que servían para anunciar el inicio de los funerales.

El cadáver de Gaara fue cremado durante la mañana, pues en vida le había dicho a su hermana que no deseaba ser comida de gusanos. Su funeral fue muy triste ya que casi todos los de su aldea habían terminado apreciándolo de verdad. Y los pocos que no, por lo menos lo respetaban como un líder que, pese a todos sus defectos, siempre se preocupó por el bien de sus coterráneos.

Los llantos de su viuda Matsuri fueron sobrecogedores. Temari intentó mantener la compostura, pero al final también derramó un sinfín de lágrimas. Había perdido a sus dos hermanos en menos de tres años.

Al acaecer las últimas horas de la tarde, llegó el turno de los ritos fúnebres dedicados a Ino. Como era de esperarse muchísima gente se presentó a darle el adiós final. Las filas eran tan interminables que no se les veía la cola en el horizonte. Y a pesar de haber tanta muchedumbre, el ambiente era tan solemne y silencioso como una ceremonia sepulcral demandaba.

Parados alrededor del ataúd estaba la gente más querida por la blonda y dos animales que también le fueron muy amados: su corcel llamado Trébol y el can de nombre Leónidas. Lógicamente, también estaba todo el clan Yamanaka. Sólo faltaban Naruto y Sakura, quienes seguían inconscientes y luchando por sobrevivir.

El día estaba nublado, mas no caía ninguna gota de agua. A menos que las lágrimas pudieran considerarse como tales. En ese caso podría decirse que había una inundación.

Para Hinata fue muy duro ver los ojos de Sasuke siendo atravesados por rojizas venas por el insomnio que seguramente tuvo anoche. Ella también sufría angustiosamente, pero Uchiha estaba incluso peor que ella. Sólo esperaba que pronto llegara el momento de consolarse el uno al otro, cuando las máscaras creadas por el orgullo permitieran que el corazón saliera a flote.

Chouji, como el gran amigo de la mujer guerrera, sería el primero en dar un pequeño discurso. Avanzó unos pasos y, con la garganta apretada, subió al estrado que ayudaría a que más gente lo escuchara. Carraspeó mientras se desabotonaba los primeros botones de la camisa. Intentaba contener las lágrimas, aunque sus rebeldes ojos estaban decididos a no obedecer su voluntad.

—Camaradas —dijo fuerte, aunque no tan claro por culpa de su garganta apretada—, nada de lo que diga estará a la altura de lo que Ino Yamanaka se merece. Sin embargo, me gustaría hablarles del valor y de lo que Ino me enseñó al respecto. Hubo un tiempo, varios años atrás, en que pensaba que la única valentía que existía era la de enfrentar al peligro. Me equivocaba. Ser valiente no se atañe sólo a eso, también significa tener principios y mantenerlos sin importar las consecuencias. —Necesitó tragar saliva para retomar la fuerza que le faltaba a su voz. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras le echaba una mirada al féretro que contenía a su gran amiga—. Fue Ino Yamanaka quien me enseñó que lo importante no es luchar, sino saber por qué se lucha. Ella fue el mejor ejemplo de que ni siquiera la muerte es capaz de claudicar los ideales de un héroe.

Tras añadir varias frases más Chouji sintió que no podía seguir hablando. Entre crasas lágrimas y percibiendo al corazón severamente estrechado, se retiró del estrado y le dio el paso al jefe de los Yamanaka, quien, a su debido tiempo, también le cedió el turno a Sasuke.

El ojinegro no tenía ganas de hablar. Absolutamente ninguna ya que, tal como Chouji lo dijo, ningún discurso o alabanza estaría a la altura de lo que su compañera se merecía. No obstante, como líder de la rebelión y como su amigo, era imprescindible que diera algunas palabras. Todos querían escucharlo a él.

Subió al estrado con semblante vacío y ojos rellenos de igual vacuidad. Miró a la multitud presente y respiró muy hondo mientras sentía un escozor muy conocido en sus negros ojos. Guarda un prolongado silencio de más de un minuto que, sin embargo, nadie interrumpió. Estaba conmovido, afligido, sintiendo que el dolor contraído en la boca de su estómago le impediría hablar. Y es que hacerlo bajo esa infinita presión de emociones era complicado hasta para alguien tan duro como él.

Finalmente dio inicio a la despedida formal de su única amiga. Invocando estoicismo, su voz salió de una forma tan fuerte y clara que ni él mismo supo cómo consiguió hacerlo.

—A Ino jamás le interesó la fama, ella sólo quería demostrar de lo que era capaz una mujer al tener libertad. Y justamente para defender ese bien tan preciado dio un salto a la eternidad. Aunque para mí, ni siquiera la libertad del mundo entero merece el sacrificio de alguien tan valiosa como Ino Yamanaka. Sin embargo, ella lo creyó así y honraré sus ideales de la única forma en que un hombre como yo puede hacerlo: vengándola. ¡Juro que destrozaré a Pain aunque tenga que morir en el proceso!

Hinata, al solo pensar que algo así pudiera suceder, no pudo evitar que su corazón diese un crujido que le hizo sentir el pecho partido en dos. Mientras tanto, Uchiha dirigió su vista hacia el féretro.

—Esa es la promesa que yo te hago, Ino Yamanaka. ¡Juro ante tu cadáver que te vengaré! —Tras mantener el puño cerrado muchos segundos, dio un suspiro y se volteó para encarar a la multitud presente—. En cuanto a los demás... pueden honrar su legado respetando a las mujeres y dándoles la libertad que se merecen. Eso fue lo que ella me pidió en su carta de despedida y espero que este reino sea lo suficientemente maduro y agradecido para respetar su voluntad.

Muchos asintieron en modo de masiva respuesta silenciosa. Otros miraron a las féminas presentes dándoles un nuevo y renovado valor a su existencia.

Uchiha agarró las flores favoritas de su amiga, las violetas. Acto seguido, las dejó encima de la miel que cubría a Ino hasta diez centímetros por arriba de su cuerpo. Había colocado al ramo de tal modo que cuando se hundiera, llegase directamente a su pecho.

—¿¡Cómo murió Ino Yamanaka!? —Lanzó una pregunta al aire a toda potencia.

—¡Con honor! —contestó enseguida uno de los nuevos capitanes de legión.

—¡Con orgullo! —añadió otro.

—¡Salvó a Naruto!

—¡Malhirió a un dios!

—¡Casi lo venció!

—¡Se despidió sin jamás rendirse!

«Todo eso debería aminorar un poco el dolor que siento, pero la verdad es que ahora mismo estoy haciendo enormes esfuerzos para no llorar como un niño...».

Más frases fueron agregándose dejando que tanto los militares como los civiles prosiguieran. Cuando llegaron los primeros segundos de silencio tras un larguísimo tiempo, Sasuke añadió su conclusión.

—Murió con la lealtad y el respeto total de todas las legiones. Cayó como una grandiosa heroína y se fue dejándonos una lección que jamás olvidaremos: nunca más subestimar a una mujer.

Como acto siguiente miró hacia el ataúd. Sus ojos estaban llenos de latientes lágrimas que finalmente liberó. Para su gran sorpresa ninguna vergüenza lo atacó entonces. Al parecer, ya se sentía tan fuerte que era capaz de derramarlas sin sentirse menoscabado en su hombría por ello.

Después de aspirar hondamente, encaró a las líneas de militares que estaban en las primeras filas, desenvainó su espada y, a pesar del inmenso dolor que lo abrumaba, dio un comando de voz acorde al de un orgulloso general de ejército:

—¡Atención! ¡Honores a una guerrera de élite que cayó en combate luchando por nuestra libertad! ¡Saluden!

Todos los guerreros presentes alzaron sus espadas en honor a la mártir, mientras las campanas de los templos tañeron la melodía propia de los ritos fúnebres del país. Curiosamente, Leónidas, como entendiendo todo lo que sucedía, empezó a aullar en forma lastimera. Era el llanto perruno tan claramente reconocible. A lo lejos se sumaron muchos aullidos más como si todo el resto de canes quisieran acompañarlo en su dolor.

Entre sollozos, y manteniendo su espada arriba, Sasuke dedicaría las últimas palabras a su amada amiga. Sin embargo, esta vez no le hablaría a la multitud sino a ella. A nadie más que a ella.

—Muchas gracias por todo, Ino, este mundo de mierda era mucho mejor contigo aquí. —El pesar hizo que apretara el lado izquierdo de sus mandíbulas con tanta fuerza que le dolieron las encías—. Fuiste una diosa de la guerra, pero para mí significaste incluso más que eso: fuiste mi única amiga. Por eso te juro que vengaré tu muerte a cualquier precio. ¡Te juro y rejuro que tu sacrificio no será en vano! —dijo en un grito intangible que sólo su propia alma escuchó, uno que mezclaba una tremenda desesperación con una furia colosal.

Bajó su espada y cogió un ramillete de rosas que él mismo había elegido y cortado. Su mano, aferrada al tallo, apretó las espinas con todas sus fuerzas. No le importó el dolor o cuánta sangre saliese; era su forma de castigarse por haberla dejado morir, de intercambiar el sufrimiento espiritual por uno físico que le fuese más soportable. No obstante, aquella permuta de nada sirvió. Su alma seguía agonizando en la misma y cruel intensidad.

—Descansa en paz, amiga mía —dijo mirándola por última vez. Luego cerró la tapa del ataúd, dejando las rosas encima.

A través de unas sogas bien dispuestas, el féretro fue descendiendo lentamente hacia sus aposentos en las entrañas de la tierra. Una miríada de lloros podían oírse por doquier.

Mientras tanto una solemne elegía, parecida a cantos gregorianos, se escuchó elevándose por cada rincón. Las espadas alzadas de los soldados sólo fueron envainadas cuando el sepulcro quedó cerrado con una durísima y pesada tapa de hierro, cuya función era impedir la profanación de la tumba.

Sasuke dejó más violetas encima y procedió a retirarse sin dejar ninguna orden. No iba cabizbajo, pues era demasiado orgulloso como para que su estampa decayera tanto. Empero, sus pasos ya no tenían la velocidad de siempre. Era como si le pesaran los pies.

La gente, en una larguísima procesión, comenzó a dejar muchísimas flores en el sepulcro. Sin duda habría tantas y de tantas distintas variedades que colmaría un espacio que iría muchísimo más allá de la tumba en sí. A Ino le hubiera encantado ver algo así; también el cariño que este maremágnum de personas le tenía. Nunca se lo hubiera imaginado en toda su dimensión.

Hinata, inundada en ardientes lágrimas, se debatió entre dejar solo a Sasuke o seguirlo a dondequiera que se dirigiese. A sabiendas de que no deseaba ser consolado, decidió caminar detrás de él sin dar ninguna palabra de apoyo inoportuna. Previó que por ahora eso era lo que su novio necesitaba.

Así, tras un largo recorrido de más de media hora, terminaron llegando a la playa en estricto silencio. Entonces Uchiha vio el mar como lo hace un marino que sabe que nunca más podrá verlo.

La Hyuga siguió un buen rato en silencio sin saber qué hacer o decir. Su novio ni siquiera parecía haberse percatado de su presencia. Aun así no creyó conveniente seguir incomunicados; de hecho nada habían hablado desde el día en que llegó el cadáver de Ino.

—Sasuke..., no quiero serte una molestia, pero si necesitas hablar aquí estoy yo. Y si no quieres hablar aquí te acompañaré en silencio.

Qué ganas tenía él de refugiarse en ella y llorar como el débil desdichado que ahora mismo se sentía. En serio qué ganas tenía...

—Puedes retirarte. No necesito consuelo.

Pero su orgullo una vez más habló por él.

—Si hay que gritar se grita, si hay que llorar se llora. Lo que no puedes hacer es guardarte todo ese dolor por dentro. Eso es un tóxico que sólo te hará más daño. Por favor desahógate conmigo.

Ninguna contestación arribó.

«No querrá hablar porque es un guerrero de élite demasiado orgulloso. Déjalo tranquilo que será mejor», la aconsejaron sus pensamientos. Aun así...

—Habla, amor, desahógate —insistió ella tratando de utilizar su voz más suave y dulce—. Antes que un militar, eres un ser humano —siguió incitándolo decididamente—. Te hará bien.

—Lo único que me haría bien es que Ino siguiera viva.

—Amor... —musitó adolorida mientras intentaba hallar las palabras más adecuadas—. Si no quieres hacerlo por ti, entonces hazlo por mí. Sé que yo no compartí con Ino tantos años como tú lo hiciste, pero a mí también me duele muchísimo su muerte. —La voz se le resquebrajó horriblemente mientras los ojos se le volvían de agua—. Yo sí necesito consuelo, hablar contigo para poder superar esto tan terrible que me carcome el corazón a cada latido.

Al tiempo que la miraba de reojo, Uchiha recordó que Ino y Hinata habían hecho muy buenas migas pese al poco tiempo que convivieron. No obstante, eso les fue más que suficiente para entablar una gran amistad. Ella también debía estar sufriendo mucho su pérdida. Sin embargo...

—Hinata, ya eres una guerrera y, aunque te cueste, debes comportar como tal. Consolar a otro guerrero es como estar humillándolo. ¿O ya olvidaste lo que te enseñé?

—Pensé que una pareja que se ama dejaba al orgullo de lado. Y sí, ya me considero una guerrera, pero antes de eso soy tu mujer y tú mi hombre. Consolémonos porque nos necesitamos, consolémonos porque nos amamos.

—Yo no sé qué decirte para darte consuelo. Nunca fui muy bueno con las palabras.

—Sólo un abrazo me basta, amor. Nada más que eso —dijo con voz aniñada por el peso tan insufrible que hacía tambalear su adultez.

Sasuke, por amor a ella, decidió ceder en lo que siempre había creído. Haciéndole caso por fin, la estrechó con su brazo derecho, le posó el mentón en la coronilla y su diestra empezó a dibujarle cariñosos círculos en la espalda. Compartieron un largo silencio en que se consolaron mutuamente.

—Te amo, mi vida.

Él le dio un dulce beso en la frente. Fue su forma no verbal de decirle que él también sentía lo mismo.

—Ya no estás solo, Sasuke, yo estoy contigo ahora. Y siempre lo estaré.

Gracias a esas palabras llenas de tanto amor se creó una muy significativa intimidad, lo cual hizo que el guerrero bajara sus defensas y volviese a sentir esa confianza excepcional que sólo ella le era capaz de causar. Aun así vaciló por un montón de segundos si debía ceder su orgullo en pos de desahogar sus aflicciones. Finalmente musitó algo con la voz trastocada.

—Voy a extrañar tanto a Ino...

Hyuga, al escucharlo, se aferró incluso más al fornido pecho que la cobijaba.

—Ella siempre fue muy buena conmigo —contó entre profusas lágrimas que colmaban sus luceros de luna—. ¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué?

—Porque Naruto no fue capaz de vencer a Pain. Por eso murió Ino —dijo cerrando el puño mientras un odio terrible se le acumulaba en sus ojos.

—Créeme que nadie va a sentirse más culpable que él. Si sobrevive va a tener que convivir por el resto de sus días con la culpa... —Se estremeció de sólo pensarlo.

—Ojalá sufra eternamente. Ese maldito rubio debió aniquilar a ese engendro que se cree un dios. Fue su culpa que Ino muriera.

—Igual debes reconocer que Pain es un enemigo realmente formidable, uno que incluso podría vencerte a ti. Sé que no quieres escucharlo —se apresuró a interrumpir una protesta hablando más rápido—, pero recuerda que tú estuviste a punto de morir después de tu duelo con Naruto y, encima, después él te ganó en ese combate a puñetazos. A Pain, en cambio, no pudo hacerle absolutamente nada... —concluyó sintiendo un gusto muy amargo en la boca, uno que no pudo comparar a nada que haya probado antes pues fue totalmente psicológico.

El Uchiha apretó el puño derecho al sentirse afrentado. A veces escuchar verdades resultaba muy doloroso y esta era una de esas ocasiones. Sin embargo, afrontó el desagradable tema de su archirrival con inusitada madurez.

—Reconozco que Naruto es tan fuerte como yo —cuánto le lastimó decir eso—, pero por eso mismo no entiendo cómo fue capaz de perder. La única explicación posible es que se confió. Y ahora por su culpa Ino está muerta.

—Sea como sea va a sufrir muchísimo y no se lo merece. Pobre de él.

—¿Pobre de él? Espero que ese maldito llore todos los días hasta que se le sequen los ojos.

—No digas eso, amor. No te dejes contaminar por el odio de nuevo. Naruto más que nadie habrá intentado proteger a Ino con todas sus fuerzas. Si quieres culpar a alguien que sea a Pain. Él es el único culpable —subrayó mirándolo fijamente.

Él dejó de abrazarla, caminó unos cuantos pasos y volvió a dirigir su mirada hacia el mar que era pintado en su centro por la luz del ocaso. Hinata, en tanto, pensó que se había enojado por estar defendiendo al Uzumaki, mas Uchiha la sorprendió arrojando algo muy diferente.

—Pain no es el único culpable. —Todavía de espaldas a ella, parecieron erizársele los hombros e incluso los cabellos—. Yo debí traer a Ino conmigo para acabar con Danzo en lugar de enviarla a esa bahía que creía segura. ¡Debí decirle que me acompañara! ¡Traté de protegerla y salió peor!

—Mi amor, tú la enviaste allá pensando que estaría a salvo. ¿Cómo ibas a imaginarte que Naruto perdería contra Pain? Nadie podría haberle dado crédito a algo tan difícil de concebir. Es aterrador sólo pensarlo. —Se abrazó a sí misma, sobándose los codos mientras lo hacía—. A veces uno intenta hacer un bien, pero termina en un mal...

Enseguida recordó un incidente que, a pesar de que a mucha gente le parecería absurdo, Hinata nunca podría olvidar. Era una niña pequeña todavía y, paseando por los jardines de su casa, vio a una oruga que caminaba por la tierra dando esos particulares pasos tan propios de su especie. Por alguna razón había salido muy lejos de los límites del jardín y ella, temiendo que alguien pudiera pisarla, la llevó de vuelta a los márgenes del jardín. Pensando que la había salvado del peligro de ser aplastada se puso muy feliz y se deleitó observándola alrededor de un minuto. Fue entonces que un pájaro aterrizó velozmente y se la zampó antes de que pudiera defenderla. La oruga, seguramente, había estado tratando de huir hacia un lugar más seguro y ella, gracias a su empatía, había terminado provocando su muerte. Su alta sensibilidad jamás le dejó olvidar eso y aún hoy en día le provocaba tristeza el recordarlo. Hubiera sido una linda mariposa sin duda.

Cuidando las obvias proporciones, con Sasuke había pasado algo parecido. Trató de proteger a Ino, pero su intención salió horriblemente mal. El dolor consecuente debía serle espantoso de verdad.

—No fue sólo por enviarla a esa bahía —precisó Sasuke, interrumpiendo los fugaces pensamientos de la dama—. Tuve muchas ocasiones para evitar su muerte. Y me dan ganas de llorar cada vez que pienso en todo lo que pude hacer para salvarle la vida. ¡Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás para corregir mis malditos errores!

—Sasuke... —Muy afligida, soltó el nombre de su amado—. ¿Qué más podías hacer tú?

—No puedo dejar de pensar en que debí hacerte caso cuando me dijiste que volviéramos por ella y los demás. No puedo dejar de inculparme. —Su voz fue la viva representación del reconcomio.

—Si se trata de eso yo también tengo culpa de que Ino muriera —dijo sentidamente a la par que bajaba su cabeza.

—¿Qué culpa podrías tener tú?

—Yo tenía un mal presentimiento muy marcado. Por eso debí insistirte una y otra vez en que fuésemos por ella, pero me rendí apenas me dijiste que no. Acepté tu respuesta sin más... —dijo cerrando su puño. Profusas lágrimas escurrieron desde sus ojos.

—Aunque me hubieras insistido nada hubiese cambiado. Tú no tienes culpa de absolutamente nada.

—Tú tampoco.

—La tengo y lo sabes.

—Sasuke, no es así...

Ella quiso hablar más, intentó hacerlo, pero su lengua fue poseída por una especie de calambre irremediable. No sabía qué decirle ni cómo obtener las palabras más acertadas. ¿De qué manera podría darle un poco de solaz a esa alma tan atribulada?

—Y si no hubiera demorado torturando a Danzo... ¡quizás podría haber llegado a socorrerla! —gritó llorando mares. Sus ojos escocían de tantas lágrimas que surgían en ellos—. Siempre pensé que la venganza le traería cura a mi alma, pero si hubiese ido por Ino en lugar de torturar a Danzo quizás ahora estaría viva... ¡Viva!

Hinata volvió a comprobar que el arrepentimiento era de los sentimientos más dolorosos que existían.

—Mi amor... —Se repletó de más lágrimas a la vez que la garganta se le estrechaba. Por eso mismo cuando tragó saliva se atragantó con ella por unos segundos—. No te tortures con eso —dijo apenas pudo volver a hablar—. Es prácticamente imposible que hubieses llegado a tiempo, la distancia era demasiado grande.

—Sea como sea ni siquiera tuve la hidalguía de aceptar que estaba enamorada de Naruto. Es más, le dije que iba a matarlo, que iba a quitarle al hombre que amaba. Era mi mejor amiga, mi única amiga, y no fui capaz de apoyarla como ella se lo merecía. Ni siquiera le di las gracias por siempre ayudarme... ¡Ni siquiera fui capaz de desearle suerte antes de despedirnos! —Pateó la arena para desahogarse de algún modo. Llorar y gritar no era suficiente. En realidad nada lo era—. ¡Y ahora no sabes cómo me arde el pecho! Este dolor de mierda ya no lo aguanto. Me arrepiento tanto de no haberla felicitado, de no haberle dicho que le deseaba lo mejor, de no haberle dicho «Ino, tienes todo mi apoyo como yo siempre tuve el tuyo».

—Sasuke...

—Mi último recuerdo con Ino fue tener una pelea con ella, una maldita discusión que se produjo sólo por mi egoísmo, por mi incapacidad de tolerar lo que no me gusta.

—Mi amor..., ojalá pudiera consolarte de algún modo...

«Pero sé que nada podría».

—Jamás supo cuánto la quería realmente...

Unos sollozos conmovedores se añadieron a las palabras del soldado. Sus facciones mezclaban dolor, rabia y languidez.

—No te mortifiques más. Ella sabía que la querías muchísimo. Créeme que ella lo sabía muy bien... —Como Sasuke continuó en silencio y su lenguaje corporal seguía igual de marchitado, buscó más palabras que pudiesen aliviarlo siquiera un poco—. Sé que el arrepentimiento es de los peores sentimientos que existen, pero el tiempo no se puede volver atrás. Nada ganarás haciéndote más daño. Ino no querría eso para ti.

—Ella no merecía morir. Su padre tampoco. Si este era el precio para lograr mi venganza contra Danzo jamás lo hubiese pagado. —Se mordió el labio inferior con fuerza. El fluir de la impotencia también se manifestó en agarrotados dedos que se clavaban en el costado de sus muslos—. Si pudiera cambiar mi vida por la de ella, te juro por Itachi que lo haría. Si los dioses realmente existieran realizaría ese trato con ellos para traerla de vuelta. Yo debería haber muerto en lugar de Ino.

Hinata mantuvo sellados sus labios al saber que ninguna palabra podría consolar a su amado. No sabía qué más decirle y, producto de ello, arrojaría una frase muy típica de casos como estos...

—Quizás el tiempo pueda sanar el dol... —Ni siquiera terminó la frase. No valía la pena lanzarla sin estar convencida.

—Hay tantas cosas que el tiempo no puede sanar. Tú lo sabes perfectamente también. Eso de que el tiempo todo lo cura es la mentira más grande que he escuchado en toda mi vida.

—Es verdad, pero el amor sí puede. Y juntos saldremos de esto.

—No lo sé, Hinata. Sólo sé que estoy cansado de perder a la gente que me importa. Itachi, mi madre, mi padre, mis tíos, mis primos, mis abuelos, después Suigetsu y ahora Ino... Sólo faltas tú.

—A mí nunca me perderás, amor —aseguró dándole un gran abrazo y cuidándose de no pasarle a tocar la herida de su extremidad. Quería hacerle sentir que ese era un compromiso infalible.

Él, enclaustrado junto a la desgracia de tantos años, negó tristemente con su cabeza.

—Estoy tan maldito que dudo que eso sea cierto.

—Mi amor...

La dama trató de tomarle la mano, pero él rechazó el contacto separándose de ella.

—Me voy, Hinata. Quiero estar solo por unos días.

—Pero el dolor en soledad se hace peor. Ahora me tienes a mí.

—Soy un soldado, recuérdalo.

—Mi vida, ¿por qué tienes que ser tan terco siempre? Antes que un soldado eres una persona. Acabas de perder a tu mejor amiga, una persona muy querida, y necesitas apoyo. Y yo quiero dártelo. —El silencio de él le presagió a Hinata que rechazaría su propuesta, así que continuaría hablando a fin de convencerlo—. En serio, no quiero que estemos separados en estos momentos tan terribles. Juntos podemos consolarnos.

—Agradezco tu intención, pero no.

—¿Y qué pasa conmigo entonces? Yo también estoy sufriendo mucho, así que ni te imaginas cuánto te necesito.

—Ya eres muy fuerte, Hinata. No me necesitas para superar esto ni para nada en realidad.

Una caridoliente dama bajó su vista hacia la húmeda arena y luego hacia el mar. Las olas, que llevaban consigo algunas algas, estaban a unos metros de tocar sus pies.

—¿Por qué quieres aislarte y encerrarte en ti mismo cuando tienes tanto dolor? ¿No se supone que cuando algo duele se necesita consuelo? ¿Por qué quieres alejarte de mí entonces?

—Quiero vivir mi sufrimiento en soledad porque eso te hace más fuerte. Totalmente solo sobrellevé la muerte de mi clan y totalmente solo superaré el dolor que me produce la muerte de Ino.

Ella sintió una especie de indigestión emocional, mientras una brisa gélida se le inmiscuía entre la melena y la nuca.

—Me da mucha pena que seas tan orgulloso y no sabes cuánto te extrañaré, pero si ese es tu deseo no tengo más remedio que respetarlo. Sólo recuerda que me tienes a mí y que siempre será así. Nunca olvides que cuentas conmigo para cualquier cosa que necesites.

Él se limitó a asentir con un desganado movimiento de cabeza.

—Mi vida, tan solo me gustaría hacerte una pregunta antes de que te vayas...

—¿Cuál?

—¿Cuántos días estaremos separados?

—Volveremos a hablar cuando Naruto decida fallecer o recuperar la conciencia.

—Él sobrevivirá, sé que lo hará.

—Si sobrevive o muere está en manos del destino... Pero no creo que se marche de este mundo sin dar una fiera pelea. Aún me debe una explicación —añadió oprimiendo el puño como si fuera a lanzar un golpe bestial.

Hinata supo que habría una gran discusión entre ambos guerreros. Era sencillamente inevitable.

—Mi amor, sé que esto te sonará únicamente como un consuelo bobo, pero mi institutriz, doña Kurenai, solía decir algo que grabé por siempre en mi memoria: cuando una persona buena muere se apaga una luz en la tierra, pero se enciende una nueva estrella en el cielo —dijo alzando su mirada hacia las luciérnagas estelares que justo ahora comenzaban a aparecer—. Si ella tenía razón, entonces Ino debe ser la estrella más brillante de todas —añadió emocionada pensando en Suigetsu, en su primo Neji y en el resto de sus familiares, imaginándoselos como resplandecientes luceros en la bóveda celeste.

—Suena bonito, pero yo no creo que eso sea cierto. Lo único cierto es que Ino jamás volverá a estar con nosotros. Jamás. —Se le quebró la voz inexorablemente. Su bruna mirada lucía completamente apagada, mate, sin brillo alguno. A Hinata se le encogió el corazón al pensar que quizás a partir de ahora sus ojos lucirían así por siempre...

El joven militar comenzó a irse sin más. Mientras ella veía únicamente su espalda, recibió la fuerte corazonada de que la relación amorosa entre ellos se tornaría muy difícil durante mucho tiempo...

Entonces Hinata supo, por primera vez en muchos meses, que Sasuke volvía a sentirse completamente solo.

Y, por primera vez en muchos meses, supo que ella también se sentía así.


Una mujer caminaba por dentro de los cuarteles del ejército, cosa que ninguna persona de sexo femenino tenía permitido, salvo, por supuesto, una famosa guerrera de rubios cabellos recientemente fallecida. Sin embargo, Sasuke había dado la orden de que dejaran pasar a su prometida hasta cierto límite, justo aquel al que estaba llegando ahora. Allí estaban apostados dos guardias que respetuosamente le cortaron el paso.

—Lo siento, lady Hinata, pero mi general nos ordenó que nadie más avanzara a partir de aquí; ni siquiera usted salvo que se cumpla la condición de que...

—Naruto haya recuperado la consciencia —interrumpió ella a fin de completar la frase—. Precisamente por eso estoy aquí, soldados. —A pesar de que por dentro estaba angustiada, informó con una seguridad a toda prueba de todos modos. Tan sólo meses atrás jamás se hubiera imaginado que, sin ponerse nerviosa, estuviese parlando con guerreros de igual a igual.

—Espéreme un momento entonces. Le avisaré a nuestro general. —Acto seguido, el guardián se fue a los aposentos del susodicho.

Mientras esperaba, la dama comenzó a repasar mentalmente lo sucedido desde el angustioso funeral de Ino Yamanaka, ocurrido ya tres días atrás. Sakura había despertado al día siguiente y le fue un infierno enterarse que su maestra había caído luchando contra Pain. Hinata le entregó la carta que le correspondía y la vio llorar sin poder detenerse durante más de una hora. También le fue muy dolorosa la noticia de que Naruto yacía entre la vida y la muerte. Su hombro, al menos, tenía pinta de que iba a mejorarse, aunque aún era muy pronto como para saber si quedaría o no con secuelas de movilidad.

De Sai no se sabía absolutamente nada. Había desaparecido tras el sepelio de la blonda. Hyuga supuso que necesitaría mucho tiempo a solas para lidiar con algo tan atroz y dificultoso como el dolor provocado por la pérdida de un ser querido, mucho más todavía al haber reprimido todo sentimiento desde una edad muy temprana. Esperaba volver a verlo algún día, aunque un presentimiento le decía que eso no ocurriría. En tal caso lo único que podía hacer era desearle lo mejor a la distancia.

Por último, lo de Naruto fue completamente descorazonador. Le daban ganas de llorar sólo por recordarlo. Había ido junto a Sakura a verlo, mientras los curanderos a cargo se esmeraban en bajarle la fiebre y curarle el muñón con matico y otras hierbas que, a juicio de ellos, le ayudarían en el proceso de cicatrización. También a evitar una gangrena que de seguro lo enviaría al otro mundo.

Fue entonces que durante la mañana de hoy sucedió lo que todos estaban esperando: Uzumaki recuperó la consciencia. Y lo primero que hizo al despertar fue preguntar con desesperación «¿Dónde está Ino?». Aquello alargó un terrible silencio, ya que tanto Hinata como Sakura no sabían de qué forma revelar una tragedia de tanta magnitud. Contárselo fue un verdadero martirio para ambas.

Al enterarse de que había perdido a la mujer que amaba, Uzumaki sintió un dolor que le hizo añicos el alma, le devoró las cuerdas vocales tras tanto gritar y le escoció los ojos de tanto llorar. Lo hizo durante muchísimo tiempo, culpándose de una forma desgarradora por lo sucedido. Para Hinata fue lacerante saber que el rubio debería llevar ese tremendo peso psicológico durante el resto de sus días. No importaba cuánto intentasen consolarlo ellas, en sus adentros él siempre se sentiría culpable.

Quizás la única que podría consolarlo sería Ino y, aunque ya no estaba en este mundo, sí que había un testimonio de ella plasmado en papel...

Sacó la carta de despedida que tenía escrito el nombre de Naruto y se la entregó. Lo dejaron solo para que pudiera leerla en merecida privacidad, mas los sollozos y lamentos se hicieron audibles a pesar del importante grosor de los muros. Cerca de una hora más tarde Naruto apareció por la puerta, sorprendiendo tanto a las féminas como a los guardias encargados de su seguridad. Sumido en su crítica condición de convalecencia, debería guardar reposo absoluto sin siquiera atreverse a dar un solo paso.

¿¡Pero acaso estás loco, Naruto!? —cuestionó Sakura sin poder evitar una voz altisonante.

Voy a ver a Ino a su tumba. Y luego hablaré con Sasuke.

Tienes que esperar un poco más por favor —sugirió Hinata—. En tu grave condición ir a la tumba de Ino sólo te hará peor. Ella no querría que te enfermaras por ir a verla —explicó sin recibir contestación, aunque la entreabierta boca de Naruto parecía tentada a replicarle fieramente. No obstante, al parecer el rubio aceptó su argumento y entonces ella prosiguió con tono conciliador—. Y en cuanto a Sasuke yo le avisaré que venga a verte para que puedan hablar. ¿Te parece? —preguntó humildemente.

Tras convencerlo a duras penas de que volviera a la cama, Hinata salió por la puerta dispuesta a cumplir la labor de mensajera y así llegó hasta el momento en que estaba ahora: esperando a que el guardia retornara y le dijese que Sasuke la recibiría.

De golpe sintió unas ganas tremendas de devorarse una vaca entera. Y es que había pasado tres larguísimos días sin ingerir ningún tipo de alimento. A pesar de eso su estómago, en consonancia con su pesaroso estado de ánimo, ni siquiera había dado rugidos de queja por tamaña tortura. Pero el ver con sus propios ojos que Naruto logró sobrevivir, le había quitado un enorme estrés de encima y en consecuencia le devolvió el hambre extraviada.

Mientras tanto, el guardia tocaba repetidas veces la puerta del hombre que, en detrimento de Konohamaru, muchísima gente aclamaba como futuro rey. Tras informarle lo que acontecía, el guardián regresó al trote.

—Pase usted por favor, lady Hinata. Mi general la recibirá enseguida.

—Muchas gracias.

La dama avanzó por el camino de adoquines hasta llegar a destino. Cuando iba a tocar la puerta se dio cuenta de que estaba levemente entreabierta. La empujó suavemente y entonces le sorprendió ver que todos los muebles estaban destrozados. Había sillones perforados, mesas partidas en dos, la alfombra tajeada en múltiples lugares, los muros de adobe con marcas de profundos espadazos, un colchón dado vuelta, un catre al que le faltaban dos patas...

Era evidente que Sasuke había descargado su ira en casi todo a su alrededor. Lo único que se mantenía intacto era un escritorio con su respectiva silla. En ese vistazo de inspección, Hinata se dio cuenta de que la carta de Ino estaba encima del buró. Le fue evidente que su amado ya la había leído un sinfín de veces. Lo mismo hizo ella con la suya.

¿Qué le habría dicho Ino en ella? Esperaba que un día, cuando Uchiha así lo quisiera, pudieran compartir sus respectivas cartas y recordar juntos a la soldado.

Notó que novio estaba dándole la espalda mientras se ponía una de sus negras gabardinas militares. Segundos después hizo lo mismo con sus negros mitones de cuero, ajustándolos de mejor manera con una mordida a cada uno. Tendría que actuar igual que un manco mientras su brazo siguiera desgarrado.

Hinata había estado esperando ansiosamente este momento, imaginando que se saludarían con un emotivo abrazo y un dulce beso, pero, cuando su amado se volteó a verla, la enorme frialdad que despedía su rostro le hizo ver que él declinaría cualquier muestra de afecto. Sintió que el hombre que tenía enfrente ya no parecía Sasuke sino alguien más...

—Imagino que Naruto ya reaccionó.

Hinata respingó levemente. Ni siquiera le había dicho «hola».

—Recuperó la conciencia hace poco. Y quiere verte...

—Así que por fin despertó ese infeliz —dijo colmando sus ojos con fulgurante odio—. ¿Ya le dijeron lo que pasó con Ino?

—Sí —dijo bajado su cabeza—. Y su reacción... —hizo una mueca acongojada antes de continuar—, su reacción nunca la olvidaré en mi vida.

—Y bien merecido se tiene ese dolor. Él es el gran culpable de que Ino esté muerta.

—El único culpable es Pain —corrigió erizando su semblante—. Suficiente castigo tiene con la culpa que ya siente, así que por favor no vayas a pelear con él —solicitó siendo amable pero incisiva al mismo tiempo. Ya conocía a Sasuke muy bien como para saber que sólo de ese modo atendía a sus pedidos—. El dolor de perder a la mujer que amaba jamás lo abandonará —añadió como refuerzo.

—Puedes estar tranquila. Aunque me muero de ganas por darle una tunda que le rompa todos los huesos, no voy a pelear contra un manco convaleciente.

A la que esperaba ser la futura señora Uchiha, volvió a parecerle que el trato de su novio era extremadamente frío. No le dio un beso, tampoco le preguntó cómo estaba o qué había hecho durante estos días. Nada. Absolutamente nada. Fue como si no le interesara saber de su persona.

A ella la muerte de Ino también le había dejado un tremendo vacío en su pecho y el tener que separarse de Sasuke lo volvió aún peor. Echó mucho de menos a su hombre, pero no fue plenamente consciente de cuánto lo extrañaba hasta que lo vio otra vez frente a ella. Pasaron sólo tres días, pero ni siquiera poder consolarse por la pérdida de Ino Yamanaka no era lo que Hinata esperaba de su relación amorosa con Sasuke. Su alejamiento, por corto que haya sido, le fue casi como si le hubieran arrancado una parte vital en el peor momento posible.

De repente los dedos de sus pies se apretaron dentro de sus zapatos. Después, esforzándose para dejar a la amargura en una alejada esquina, lanzó un comentario que consideraba muy necesario. Al fin y al cabo la comunicación era parte esencial de una pareja.

—Mi amor..., sé que es un momento muy difícil, pero no me gusta que actúes tan frío conmigo... —Se quejó mientras hacía un puchero del que ella no fue consciente.

—Después charlaremos sobre nosotros —replicó manteniendo un modo distante—. Primero hablaré de hombre a hombre con Naruto.

Al llegarle un mal presentimiento que se presentaba en forma de un mar de inquietudes, Hinata necesitó dar un largo y hondo suspiro que pudiera normalizar de nuevo su ritmo respiratorio.

—De acuerdo.

Uchiha caminó hacia el escritorio, cogió la carta de despedida de Ino, la plegó cuidadosamente y la guardó en el bolsillo más seguro de su chaqueta.

Después salieron uno al lado del otro. Los oficiales de Sasuke, a cada trecho que éste avanzaba, lo saludaban poniéndose firmes mientras que los soldados rasos, en tanto, hacían reverencias que nacían naturalmente. Terminaron llegando a una casona muy bien cuidada, la misma que fungía como la habitación hospitalaria de Naruto.

Parada a unos metros de la entrada, la pelirrosa le pidió humildemente a Sasuke que no lo recriminara, que bastante sufrimiento ya tenía por sí mismo. Uchiha no le dirigió la mirada, tampoco le contestó, sólo avanzó hacia la puerta y la traspasó para quedar a solas con su gran némesis.

Ambas féminas esperaron afuera creyendo que oirían condenas y castigos a viva voz, pero nada emergió durante larguísimos minutos, o por lo menos esa impresión tuvo Hinata. Y aunque los muros lucían ciertamente gruesos, no deberían volver insonoros los gritos. Finalmente lo que esperaban sucedió: unos clamores llenos de sufrimiento arribaron a sus orejas. La inconfundible voz le pertenecía a Naruto.

«¡Me iba a casar con ella! ¡Le pedí matrimonio y ella había aceptado! ¿¡Sabes cómo se siente perder al amor de tu vida en esas circunstancias!? ¿¡Lo sabes!?»

«¡Y me quema el pecho porque yo la amaba, maldito! ¡La amaba con toda mi alma! ¿¡Cómo crees que me siento yo!? ¿¡Cómo!?»

«¡Ojalá me hubiera muerto! ¡Ojalá me hubiera muerto para reunirme con ella! ¡Pero si todavía estoy vivo es para cumplir lo que ella me encargó antes de morir: ayudarte a derrotar a Pain!»

Luego ambas chicas no pudieron escuchar nada más por un lapso de varios minutos. ¿Qué estaría pasando entre ellos? No recordaban haber sentido una curiosidad tan grande en sus vidas. Después de todo aquí estaba decidiéndose el destino de todo el mundo conocido.

Tras otros minutos más, Sasuke terminó saliendo por la puerta. Su talante lucía imperturbable y sus ojos, como fieles acompañantes, exhalaban una vacuidad carente de toda luz.

—Amor, ¿qué pasó? ¿Están bien ambos? —cuestionó la de lunares luceros. Mientras tanto, la que los tenía verdes ingresó a la habitación del rubio mostaza para hacerle la misma pregunta.

—Naruto y yo ya nos dijimos todo lo que debíamos.

Hinata no quiso indagar más, pues era evidente que Sasuke, estando más lacónico que de costumbre, no daría más detalles. Por ello decidió centrarse en el futuro.

—¿Qué harás ahora?

—El tarado y yo nos iremos en la noche. Me tomaré entre veinte y veinticinco días para sanar bien mi brazo y entonces volveré para enfrentar a ese dios malparido.

El asombro embargó tanto a Hinata que abrió ojos y boca por igual.

—¿Quieres decir que dos enemigos acérrimos como ustedes estarán completamente solos? —cuestionó muy alarmada.

—Leónidas nos acompañará.

A su mención, ambos le echaron una mirada al cánido. Estaba recostado junto a la leñera, observando atentamente a una colorida mariposa que se había posado justo en su nariz. Curiosamente no la había espantado, incluso parecía estar apreciando su espléndida belleza.

—Él es una gran compañía, pero sabes que no me refiero a eso... Naruto y tú van a matarse si no hay alguien que detenga sus peleas de siempre —señaló lo que le resultaba muy obvio. Los dos se odiaban a muerte y eso no haría más que empeorar. Sasuke iba a culparlo por la tragedia de su blonda amiga una y otra vez.

—Despreocúpate. Uzumaki y yo nos detestamos hasta las vísceras, pero ahora nos une un mismo dolor.

Hinata pestañeó tres veces mientras asimilaba el peso real de esas palabras.

—La muerte de Ino... —musitó casi sin aliento.

—Así es —confirmó—. Ella ideó un plan antes de morir, el cual consiste en que el imbécil me señale todas las características de combate y técnicas de Pain. Así sabré de antemano las mejores formas de contrarrestarlo. En honor a Ino acordamos que dejaremos nuestras diferencias de lado y que vamos a seguir su estrategia a rajatabla.

—Entiendo... Incluso a punto de morir, ella fue capaz de idear algo tan certero —comentó con admiración brillando en sus ojos.

Sasuke asintió sintiéndose muy orgulloso de su amiga. Después dictó una sentencia.

—Y una vez que Pain caiga su ejército también lo hará.

Hyuga dio un mini respingo. Fue mini porque alcanzó a contenerlo cuando se iniciaba.

—¿Pero un duelo garantizará que la guerra se termine? Incluso si lo vencieras, quizá los soldados querrían tomar venganza por su líder caído. Lo siguiente puede sonar duro, sin embargo, ya soy una guerrera y puedo actuar como tal: ¿no sería mejor que todo se resuelva en una batalla masiva? Sé que se perderían muchísimas vidas, pero tal vez esa sea la única solución real.

—¿No crees que pueda vencer a Pain, verdad? Lo leo en tu rostro.

—Sólo estoy preocupada por ti —dijo para no herirle el orgullo. Sabía que su novio se tomaría muy mal que dudase de su victoria.

—Contesta mi pregunta —exigió volviendo más áspero su semblante.

Hinata cerró los ojos un largo momento. De nada serviría negárselo, Sasuke sabría perfectamente que estaba mintiendo. Entre ellos había tal conexión que cosas como esas podían descifrarse sólo a través del lenguaje no verbal. Además a ella se le daba muy mal mentir. Era demasiado transparente.

Tan pillada como avergonzada, bajó su vista hacia sus zapatos. Se fijó en la mezcla de barro y pasto asomándose por los bordes de la suela.

—Perdóname, no es mi intención ofenderte —dijo en cuanto alzó su rostro de nuevo—. Sé que alguien tan fuerte como tú tiene posibilidades, pero te amo y me da mucho miedo que luches contra ese sujeto. Ya viste lo que le hizo a Naruto, es normal que tenga susto.

—Vengaré a Ino aunque sea lo último que haga. —Cerró el puño con tanta fuerza que de tener una nuez la habría reducido a menos que polvo.

Hinata se estremeció. En los ojos de Sasuke estaba palpitando otra vez ese odio incontenible que ella tan bien conocía. Ingirió saliva antes de volver a hablar.

—Y yo también quiero venganza para ella, pero no tienes por qué ser tú solo quien cargue esa responsabilidad. Por si no lo sabes Konohamaru mandó a llamar a todos los reinos vecinos para luchar. Y cada vez llegarán más y más guerreros. Sólo una alianza de este continente, no, de la humanidad entera en realidad, puede detener la locura de ese dios.

—Que hagan lo que quieran. Total ni luchando todas las naciones juntas podrán vencer a Pain y su ejército —sentenció despectivamente.

Ella hubiese querido replicar, ¿pero cómo alegar una sentencia dicha con tanta seguridad? En el fondo no importaba cuántos argumentos diera en contra, la lucha entre Sasuke y Pain era tan inevitable como respirar.

—¿Y a dónde irán?

—A la mansión de Sasori.

Hinata quedó extrañadísima. Para deshacer tal sensación se reacomodó su desordenado flequillo y le dio un soplido como remate.

—¿Por qué ir justo a ese lugar? —atinó a preguntar.

—Allí quizás haya otra clave para derrotar a Pain.

—¿Cuál sería esa clave?

—Orochimaru.

El grosor del asombro hizo que Hinata separara sus labios notoriamente.

—¿Acaso sigue vivo?

—Sasori dijo que lo torturó, pero nunca afirmó que lo matase. Según contó lo dejaría morir de hambre, pero el alquimista es muy hábil y pudo atraer ratas o bichos para alimentarse. Y si ha logrado sobrevivir hasta ahora, lo más probable es que esté en las catacumbas del escorpión.

—Entiendo... ¿Pero qué puede aportarte alguien como Orochimaru?

—Más conocimiento sobre Pain, análisis tácticos y formas de atacarlo psicológicamente. Además, me agrade o no, Orochimaru fue mi maestro. Por eso me gustaría concluir de una vez por todas las cuentas pendientes que hay entre él y yo.

Asimismo había otra importantísima razón por la cual Sasuke quería hallarlo vivo, pero se la guardó para sí pues no deseaba que Hinata se ilusionara en vano. Sabía que la principal meta del alquimista era vencer a la muerte y para lograr aquello había experimentado con un sinfín de cadáveres. La idea que tenía en mente era algo imposible, una tremenda locura, pero no se rendiría mientras aún existiera una mínima esperanza de resucitar a...

—Entiendo que quieras cerrar tu historia con él —dijo Hinata, interrumpiendo los pensamientos del hombre que amaba—. Espero que Orochimaru siga vivo entonces.

—Lo mismo quiero yo.

—¿Y yo puedo acompañarte en tu viaje?

—No.

—¿Por qué?

Sasuke echó un vistazo a sus alrededores. Había gente mirándolos a lo lejos y la contestación necesitaba de mayor privacidad.

—Ven, vamos a otro lugar sin testigos.

—De acuerdo.

Ella intentó entablar conversación con él mientras lo seguía por detrás, pero sólo recibió réplicas muy escuetas. Y su última pregunta ni siquiera fue contestada. ¿Sasuke se la escuchó siquiera? Avanzó hasta colocarse al lado de su novio y lo miró de refilón. Lucía abstraído, como si estuviera transitando por una dimensión muy diferente a la de ella.

Finalmente llegaron a la entrada de una torre de vigilancia muy alta y hecha de grisáceo concreto. Desde allí podía verse gran parte de la ciudad, el mar, los puertos, el faro y también los horizontes terrestres. Subieron por las escaleras de caracol hasta llegar a la cima, sorprendiendo al vigilante que, pese a serlo, no se percató de que venía una visita tan ilustre como la de su mismísimo general. Por suerte no se quedó dormido en sus labores o se habría ganado un castigo.

—Retírate de tu guardia, soldado, y regresa en media hora.

—A su orden, señor —dijo mientras saludaba al modo militar, evitando echarle alguna mirada a Hinata. No quería pensar nada atrevido, pero que el Uchiha y su mujer quisieran estar solos aquí le resultó llamativo. De todos modos el héroe que había derrocado a Danzo tenía derecho a hacer lo que deseara.

—Tenemos que hablar —anunció el varón apenas el soldado iniciaba su salida.

—Sí, claro, ya extrañaba mucho hacerlo.

Cuando los pasos ajenos se perdieron por la escalera, Sasuke continuó.

—Las cosas han cambiado, Hinata.

—Lo sé. He pasado llorando estos tres días, tanto que ya siento a mis ojos irritados.

—No me refiero a eso.

—¿A qué entonces?

—Nuestra relación se termina aquí —lanzó sin ninguna preparación previa. Directo y letal como siempre lo fue.

Hinata creyó haber escuchado mal. De hecho estuvo tan segura de que así fue, que se tiró el lóbulo de la oreja como si eso la ayudara a mejorar su audición.

—Repite lo que dijiste por favor.

—Nuestro noviazgo se termina aquí, Hinata. Es el fin de lo nuestro.

La reacción por parte de la dama fue de alto impacto. Una serie de gestos únicos y característicos de ella, se plasmaron seguidamente por su rostro.

—¿Qué? —masculló como si le doliera hasta la lengua. Sus luceros cambiaron su anterior matiz neutral por uno que se plagó de congoja en apenas unos cuantos segundos. —Insisto en que estoy oyéndote mal.

—Has escuchado muy bien.

La fémina fue invadida por una sorpresa que se expresó a través de sus ojos más abiertos de lo normal. Quedó desconcertada, confusa, envuelta en un caos en que sus neuronas parecían chocar las unas contra las otras.

—No entiendo. ¿Por qué me dices esto tan de repente? ¿Qué pasó durante estos tres días? Vas a tener que darme una buena explicación, Sasuke. Nadie deja de amar a otra persona en un tiempo tan corto, así que dime la verdadera razón por la cual haces esto.

—El ser humano no valora lo que tiene y lo añora cuando lo pierde.

Ella curvó sus cejas sobre el entrecejo.

—¿A qué te refieres?

—A que la muerte de Ino me ha hecho ver que en realidad la amaba a ella y no a ti.

La voz del pelinegro sonaba sincera, confesante. Hinata dio un respingo retráctil y sintió un escalofrío atravesar su espalda. En su cuello, en la zona que en los hombres correspondía a la manzana de Adán, se hizo un movimiento notorio que hizo saber que tragó saliva compulsivamente. Y es que no era para menos; las palabras de su amado habían salido tan duras que sintió algo muy similar a un puñetazo directo a su cerebro. No obstante, respiró profundamente y activó su inteligencia a pesar de que muchas veces los golpes emocionales la desactivaban de cuajo. Así que en vez de reaccionar de una forma impulsiva, lo hizo de una forma tranquila y hasta analítica.

—Sasuke..., no creas que soy tonta como para no darme cuenta de que pretendes alejarme de ti por alguna razón. ¿Cuál es? Dime, amor, sabes que puedes confiar en mí. ¿Qué es lo que ha pasado?

La dama reaccionó de una forma contraria a la que Uchiha había previsto. Estaba preparado en todo caso, dado que ya sabía de sobra que ella no aceptaría sus palabras de buenas a primeras.

—No hay nada de trasfondo, nada oculto, nada clandestino. Simplemente no quiero estar más contigo.

—¿Después de todo lo que hemos vivido pretendes que me trague esa mentira? ¿En serio? —cuestionó muy indignada. Sin esperar respuesta, y sin estar dispuesta a oír ninguna tampoco, comenzó a buscar argumentos del porqué podría estar apartándola de su lado. Pronto halló una razón muy convincente—. ¿Es por Pain, cierto? —Pareció temblar un poco al decir ese nombre. Sólo mencionarlo le generaba malas vibras por todo su cuerpo—. ¿Piensas sacrificarte para vencerlo y por eso quieres alejarme? No soy tonta, así que dime la verdad. Me la merezco, Sasuke.

—La verdad ya te la dije. La muerte de Ino me mostró que mis sentimientos no eran los que yo creía, de que no te amo realmente. Por eso me arrepiento de haber vivido todo lo que vivimos. —Dio un suspiro tan largo que era más digno de seis pulmones que de dos—. Me habría gustado haberlo intentado con mi mejor amiga. Lástima que me di cuenta demasiado tarde de que era mucho más compatible con ella que contigo.

Todo lo dicho por Sasuke le había dolido horrores, pero la última frase fue la peor porque la sintió muy verdadera. Desde que conoció a ambos guerreros de élite, ella misma opinó que Ino y él eran mucho más adecuados el uno para el otro. A su juicio, una pareja perfecta prácticamente.

—Por favor no sigas que me estás haciendo daño de verdad. ¿Cómo me dices que te arrepientes de todo lo que hemos vivido? ¿Por qué me sales con eso ahora?

—¿Quieres que te mienta? ¿Eso deseas?

—No. Sólo quiero que me digas la verdad, pero la auténtica verdad.

—Ya te la dije. ¿Cómo continuar a tu lado cuando me di cuenta de que amaba a Ino con toda mi alma? ¿Cómo estar juntos si me arrepiento de no haber estado con ella en lugar de contigo?

—Sasuke, no sigas porque no te creeré...

—Da igual si me crees o no. La realidad es que ella fue mi única compañera por diez largos años. Estuvo conmigo en las batallas más duras. Fue mi aliada, mi amiga, mi compañera, mi socia, mi soldado de confianza, la mujer que más respetaba en este mundo. Fui un necio al no haberme dado cuenta de cuánto valía, un necio por siempre haberla apartado, un necio por no abrirle mi corazón cuando debí hacerlo.

Ella ahora se veía mucho más sorprendida que antes, indicio de que comenzaba a darle crédito a sus palabras. De pronto suspiró pesadamente. Por lo dificultoso del movimiento parecía estar respirando escarcha en lugar de aire.

—No puedes estar hablando en serio... No puedes... —dijo en una especie de quejido medio enmudecido. Su diestra estaba temblando y sus párpados medio cerrados hacían lo mismo.

—Claro que hablo en serio. Ino me aceptaba tal como era, no como tú que siempre intentas cambiarme. Ella podía estar en desacuerdo conmigo, pero siempre me apoyó hasta el final. Tú, por otra parte, más de una vez has amenazado con dejarme si no sigo tus principios. La última hace tan sólo tres días, cuando esos niños estuvieron en peligro.

Hinata sintió que se le estrechaba la garganta hasta el límite de que su voz saldría como un hilo tenue. Ese era un argumento sólido al fin y al cabo, tan sólido que la hizo dudar de que su novio estuviera mintiendo.

—Lo siento mucho —dijo bajando su vista al suelo—. Me arrepiento de haber hecho eso, pero trata de entenderme a mí también. Estaba desesperada porque no quería ver morir a esos pequeños. No se me ocurrió nada mejor que decirte eso, pero jamás he querido hacerte sentir que nuestra relación pende de una cuerda floja. De verdad que nunca ha sido esa mi intención, amor.

—¿Pero acaso no te das cuenta? Si amas algo de mí es sólo la expectativa de lo que puedo ser si cambio por ti.

—¿De verdad crees que sólo amo una expectativa? —cuestionó de forma incrédula, ofendida prácticamente.

—Así es —reforzó sin ninguna duda visible en sus orbes—. Lo que realmente te seduce de mí es la idea de salvarme del odio. En el fondo no me amas a mí tal como soy, sino a quien puedo ser en el futuro. —El viento empezó a soplar con más fuerza, causando que su mechón frontal cubriera y despejara los ojos izquierdo y derecho alternativamente—. La prueba está en que tú quieres que sea un ángel, pero todavía no te das cuenta de que yo nunca seré eso. Al contrario, seguiré como un demonio por el resto de mi vida y eso jamás cambiará. A final de cuentas nuestros principios son muy distintos.

Ella quedó para adentro. ¿Acaso Sasuke tenía razón y amaba tan solo una proyección de él que nunca se cumpliría? A decir verdad nunca lo había reflexionado de esa forma y debía reconocer que su razonamiento tenía cierta lógica.

Aun así...

—No sé qué decirte, pero no creo que tengas razón. Ya he soportado el enorme peso del pasado y del conflicto que hubo entre nuestros clanes. Incluso acepté algo que va contra todos mis valores como lo fue la tortura a Danzo, ¿o acaso ya se te olvidó? —Le espetó firme y fuerte, como toda una guerrera—. Si sigo a tu lado es porque siempre he creído que podemos tener un futuro juntos. No porque desee que seas un ángel, eso sería muy ingenuo de mi parte, pero sí porque quiero que seas un mejor hombre. No creo que anhelar eso sea un pecado ni que signifique que sólo amo una expectativa. Espero mucho de ti, eso no te lo puedo negar, pero eso es porque veo el potencial de que puedes ser mejor que ahora. Y creo que tú también ansías lo mismo. Yo misma he visto tus esfuerzos por mejorar como persona.

—A esta altura eso da igual. Lo único cierto es que me arrepiento de no haberlo intentado con Ino en lugar de contigo. Ella me entendía mucho mejor que tú.

Hinata movió su cabeza en señal de inconsciente negación. Tal movimiento se reiteró tres veces.

—Dudo mucho que lo que dices sea cierto, pero, incluso si lo fuera, ¿qué sentido tiene que me digas esto ahora que Ino está muerta? Absolutamente ninguno. Ya no puedes estar con ella, por ende si me dices esto es por otra razón. ¿Cuál es? —exigió recia y sin amilanarse.

A Sasuke le pareció que la altura de Hinata había aumentado de un segundo a otro. Se fijó a ver si se había puesto de puntillas, pero no era así. ¿Sería por esa gran seguridad que desplegaba al confrontarlo?

—No hay ningún motivo de trasfondo. Simplemente me di cuenta de que no te amo y de que no vale la pena estar juntos si no me aceptas tal como soy, mis defectos incluidos.

—Te prometo que nunca más intentaré imponerte mis principios.

—Ya es demasiado tarde.

—Entonces digas lo que digas sé que hay mucho más por detrás —reafirmó llevándose las manos hacia el pecho. Cruzó la palma de una sobre el dorso de la otra al sentir que el corazón se la apretujaba—. Sé que vas a sacrificarte para ganarle a Pain... ¿Es por eso que me dices todo esto, verdad? Sé muy bien que quieres alejarme, terminar conmigo para que no sufra con tu muerte. Lo sé porque el corazón me lo dice a gritos.

Él sonrió irónicamente.

—Tu problema es ese, Hinata. Incluso piensas que yo soy tan altruista como para hacer eso que dices.

Ella destruyó su sufrido gesto anterior e hizo uno impropio de ella: colocar las manos en su cintura.

—¿Te das cuenta? El Sasuke que yo conozco me habría dicho enseguida algo como esto: «yo soy tan fuerte que venceré a Pain sin recibir un solo rasguño». Ni siquiera atinaste a negar que piensas sacrificarte.

—No necesito negar algo absurdo. —Su afirmación fue acompañada por un desdeñoso ademán—. Mataré a Pain sin necesidad de morir en el proceso.

Uchiha, como siempre, lucía tan seguro que era difícil tratar de refutarlo. Parecía un amo hablando con su esclava y, en efecto, eso fueron el uno del otro muchos meses atrás.

—Sasuke... ¿es verdad todo lo que me estás diciendo? Aún no puedo creérmelo... —dijo llevando ambas manos a la cabeza, como intentando protegerse de los picotazos de un halcón—. Si todavía me amas no sigas porque me rompes el corazón horrendamente.

—Es necesario que sepas la verdad, Hinata, una verdad que reflexione por tres largos días. No es algo que diga a la ligera o porque me haya levantado de mal humor. Es algo que medité mucho y a conciencia. ¿Cómo puedo estar contigo o hacerte feliz si siento que ya no te amo? ¿Cómo puedo vivir envuelto en una mentira? ¿Cómo unir mi vida a la tuya si siento que en realidad debí haber amado a Ino?

Ella negó con su cabeza y, sentidamente, le tomó la mano sana. Él no rehuyó el contacto, aunque su indiferencia fue suprema.

—¿Y por qué mi corazón me dice con tanta fuerza que haces esto para alejarme? ¿Por qué me dice que piensas luchar contra Pain y morir matándole? Agradezco que te preocupes tanto por mí y quieras ahorrarme el dolor, pero no voy a dejarte solo.

—Te equivocas, Hinata, no trato de protegerte. Te estoy diciendo la verdad porque si ahora me la callo después será peor.

El rostro femenino quedó lívido de sopetón, perdiendo el poco color que aún le quedaba. Sus manos dejaron de envolver la diestra de él y volvió a ponerlas por delante de su pecho como si quisiera protegerse de algún golpe; o como si quisiera atrapar al corazón que iba a salírsele de un momento a otro.

—Es que no lo entiendo, de verdad que no. Nos hemos amado en los momentos más terribles, hemos superado peleas que nadie podría, hemos vencido al odio que llegamos a sentir el uno al otro, nos hemos salvado la vida mutuamente, hemos salido victoriosos ante cosas que habrían separado al noventa y nueve por ciento de las parejas... Y después de todo eso que hemos vivido, ¿terminas como si nada?

—La única verdad es que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Viví muchas cosas con Ino, y ahora que murió el dolor que siento en mi pecho es tan grande, ¡pero tan grande que nada puede compararse a eso! —Su voz se trastocó en un chillido muy agudo, impropio de un hombre y aún menos de una voz ronca como la suya—. Me duele tanto porque llegué a amarla y jamás me di cuenta de eso hasta ahora. Ella era la verdadera mujer de mi vida.

La heredera Hyuga tembló por entera y necesitó dar un paso atrás al perder el balance. La faz de Sasuke traslucía tanta honestidad que no podía hacer menos que quedar conmocionada.

—Es imposible que tus sentimientos por mí se hayan desvanecido en tan solo tres días. Eso no tiene ninguna lógica.

—¿Y quién dijo que los sentimientos seguían la lógica? Los sentimientos simplemente se sienten. Y yo ahora siento que ya no te amo; que eso ya quedó atrás en el tiempo. ¿Tan difícil te es aceptar la verdad que insistes una y otra vez en rechazarla? —espetó desatando un sobresaliente fastidio.

—Es que me cuesta tanto creerte... —Un grueso nudo en la garganta le volvió más fina la voz, como si fuese la de una niña y no la de una mujer.

—Cree lo que quieras, Hinata. Te juro que ya me da igual —dijo con desgano, apatía, total vacuidad—. El hecho es que nuestra relación se termina aquí. Ya encontrarás a alguien más compatible contigo y entonces podrás llevar una vida feliz. —A lo dicho, sus negros ojos se fueron a la casona en que su némesis estaba siendo atendido—. Ahora que lo pienso quizás Naruto sea ese hombre. Al fin y al cabo él siempre ha sido alguien mucho mejor que yo, alguien que sí podrá hacerte feliz. Tal vez siempre estuvieron destinados a sanarse mutuamente las heridas del corazón.

Hyuga no quería creer por nada del mundo lo que estaba diciendo Sasuke, pero era imposible no darle crédito a sus palabras. Él siempre se ponía muy celoso ante la sola mención de Naruto Uzumaki... ¿y ahora le decía que se fuera con él? ¿Acaso de verdad había dejado de amarla? ¿Acaso la muerte de Ino le hizo darse cuenta de que en verdad siempre la amó a ella? La sola idea hizo que su corazón se le subiera hasta la garganta. Quizás esa nueva posición explicaba que sus latidos resonaran en sus oídos más que nunca.

—Después de lo afectuoso que estabas siendo últimamente, no entiendo cómo puedes proceder con tanta frialdad ahora —cuestionó aquello que tan innatural le parecía y que la hacía dudar ostensiblemente.

—En este mundo de mierda es muy lógico deshacerte de las emociones. Más aún si sólo te traen sufrimiento.

La dama respiró hondo, como si estuviera tratando de quitarse una opresión del pecho.

—Precisamente por eso pienso firmemente que sólo estás actuando.

—¿Actuar? —preguntó desplegando una sutil sorna—. Sólo estoy regresando a mi verdadero ser. Uno en que tú ya no estás incluida.

Hinata se estrujó los dedos de una mano usando los de la otra. Estaban sudorosos desde las yemas hasta la raíz. Luego se dio todo el tiempo del mundo para formular un argumento que tocara ese corazón que volvía a cerrarse por alguna razón ajena a su comprensión. Sentía como una obligación hacer un último intento por salvar su idilio.

—¿Alguna vez has sentido que harías cualquier cosa por el ser amado? —preguntó de repente—. ¿Alguna vez te has puesto a mirar a la persona que amas y, desde la nada, te emocionas tanto que te dan ganas de llorar sólo por saber que está contigo y no muerta ni enferma? ¿Alguna vez sentiste que la sonrisa, la mentalidad, la forma de ser de esa persona especial, te motiva a apoyarla, mimarla y dedicarle tu vida para que sea feliz porque su felicidad vale incluso más que la tuya? ¿Porque sabes algo, Sasuke? Eso y mucho más es lo que yo he llegado a sentir por ti —reveló con el rostro iluminado y al borde de soltar lágrimas rellenas de entrañable efervescencia—. Yo no tenía idea de lo que era el amor de pareja y, hasta que te conocí, jamás pensé que pudiera ser tan extremadamente fuerte. Y jamás imaginé tampoco que pudiese ser tan lindo y tan triste al mismo tiempo. Contéstame algo con toda sinceridad, Uchiha Sasuke... ¿llegaste a sentir algo así por mí?

—No. —Fue la fría réplica que enseguida arribó—. Eso lo sentí por Ino y no por ti —añadió sin piedad alguna.

Las facciones de la chica se entristecieron notablemente. Los ojos comenzaron a arderle como si los hubiese frotado con alcohol, pero aguantó estoicamente las ganas de llorar y pronto recuperó un semblante más decidido, uno acorde al de una guerrera de tomo y lomo.

—Sasuke... —dijo su nombre con rabia apenas contenida—, no sé por qué estás haciendo esto, pero si es verdad lo que dices no voy a rogarte. Ya aprendí a ser orgullosa y a ponderar siempre el gran valor que tengo, a enfrentar cualquier cosa que se me presente en esta vida, incluso si eso significa perder al hombre que más amo en este mundo...

—¿Pero...? —Adivinó que venía uno.

—Júrame por tu hermano que es cierto lo que dices. Sólo entonces te creeré.

El líder de la rebelión pareció cambiar su dura mirada por primera vez desde que la charla inició. Hinata notó que se echó la mano al bolsillo como si quisiera ocultar algo. ¿Un nervioso movimiento de dedos tal vez? ¿O ella estaba imaginándose eso sin base sólida? No lo sabía, pero lo que sí sabía muy bien era que él nunca juraría en vano por su hermano. Jamás le faltaría el respeto a su memoria de esa forma.

—Mi palabra basta y sobra. No necesito jurártelo por Itachi. Y tampoco tienes por qué meterlo en un asunto que sólo nos concierne a nosotros —reprochó endureciendo fieramente su bruna mirada.

—Entonces digas lo que digas no te creeré. Seguiré pensando que tratas de alejarme porque piensas sacrificarte contra Pain —aseveró Hinata con penetrante fijeza de voz.

La diestra que él tenía dentro del bolsillo se volvió un puño fieramente cerrado. Su contorno remarcándose en la tela lo dejó claro.

—Bien, si eso es lo que quieres...

Quitó sus ojos de ella y los dirigió hacia el horizonte. Le dio la espalda poco después. Aun así podía sentir a la mirada albina firmemente sobre él. Su pecho se infló y desinfló producto de una profunda aunque silente respiración, y finalmente su boca arrojó lo exigido por ella.

—Te lo juro por mi hermano Itachi —lanzó como un animal mordiendo a su presa.

Ese juramento tuvo el efecto de un cambio tectónico que hizo que las piernas de Hinata empezaran a temblar como si la tierra intentara tragarla de algún modo. Sin embargo, no iba a caer aunque el movimiento telúrico en su alma sobrepasara los diez grados Richter.

—Tú no eres de los que jura ocultando sus ojos. Júramelo dándome la cara —exigió a su forma más incisiva. No hubo ningún «por favor» como tan habitual era de su cortesía; esta vez fue una mordaz exigencia—. ¡Júramelo mirándome a los ojos! —insistió con una desafiante vehemencia.

Sasuke giró sobre sus talones y le encajó la vista. Sus ojos azabaches lucían una determinación abrumadora.

—Por Itachi juro que ya no te amo. —No hubo dudas en su rostro, tampoco pesar ni algo que implicara emociones. Su talante estaba impasible, sin expresiones faciales, vacío de toda dubitación.

Y fue entonces que Hinata sintió que su novio le había cortado las piernas, clavado una estaca en el pecho y que la remató empujándola desde un precipicio para que se reventara en mil pedazos.

—Hubo ocasiones en que estuvimos a un tris de separarnos para siempre —continuó él—, pero, a pesar de todo, después seguíamos juntos por la fuerza de nuestro amor. Sin embargo, ese sentimiento ya no existe de mi parte. —Sus ojos brillaron como la hoja de una cuchilla recién afilada—. Este es el adiós definitivo, Hinata. Aunque seamos incompatibles te doy mi gratitud por lo que vivimos y te deseo lo mejor. Espero que puedas ser muy feliz porque te lo mereces.

El vengador le dio la espalda, posó una mano en la cornisa y miró hacia arriba unos momentos. Hinata creyó escuchar que susurraba una frase hacia el cielo gris, pero se trató de algo tan suave que no estuvo segura de que fuese algo real o sólo una mala pasada de su imaginación. Unos segundos más tarde el soldado bajó por las escaleras de caracol, sus pasos resonando como ecos gracias a su firme caminar. Ella, en cambio, había quedado paralizada en su sitio, incapaz de dar un solo paso hacia adelante o hacia atrás.

Pronto sus rodillas temblaron hasta llegar al punto de que temió caer despatarrada sobre el piso. Le dolía el pecho de una forma muy angustiante, tal como si Sasuke le hubiese arrancado el corazón de cuajo o que, como mínimo, se lo había comprimido al tamaño de una pasa expuesta un sinfín de días al sol. Se trataba de algo punzante y fuerte que le agitaba desmesuradamente los latidos; algo que no la dejaba sentir otra cosa que no sea ese maldito dolor mientras se preguntaba de forma cíclica «¿Por qué a mí?» «¿¡Qué hice mal!?».

Al entender por fin que esta separación era de verdad definitiva, su corazón se montó en un carrusel sin frenos y salió disparado tan lejos que posiblemente nunca más volvería a su pecho.

Dándole muerte a Ino, el dios del dolor le dejó moribunda el alma. Lo que nunca pensó es que no sería un enemigo tan aborrecible como Pain el que le daría la estocada final...

Había sido Sasuke Uchiha. El hombre que supuestamente la amaba.


Continuará.