El primer destello del amanecer se filtró a través de la ventana, proyectando franjas doradas sobre el suelo de madera y la cama. La luz avanzaba con suavidad, resbalando sobre las sábanas desordenadas hasta alcanzar la piel de Luffy, despertándolo con un calor apacible. Sus párpados temblaron antes de abrirse lentamente, y lo primero que percibió fue la sensación de su propio cuerpo: una pesadez agradable, el eco del cansancio esparcido en cada músculo.

No necesitaba moverse para recordar la razón de su agotamiento. La noche anterior había sido un desenfreno, un vaivén en el que el tiempo se volvió irrelevante. No sabría decir cuántas veces la buscó, cuántas veces sus cuerpos se encontraron en la penumbra, respondiendo con la misma necesidad compartida. Siguieron hasta que la cuenta se perdió y la energía se agotó, hasta que no quedó más que la respiración entrecortada y el calor mutuo antes de caer rendidos.

Sonrió con la memoria aún fresca, sus labios curvándose con una satisfacción casi perezosa. Giró el rostro, dejando que su mirada vagara hasta Nami, recostada boca abajo junto a él.

No había nada cubriéndola.

El sol trazaba líneas doradas sobre su cuerpo desnudo, delineando la curva de su cintura, el leve arco de su columna y la suavidad de su piel. Sus ojos descendieron lentamente, recorriendo el contorno de sus caderas, la forma en que su cuerpo se moldeaba con naturalidad sobre la cama. Sus piernas, apenas separadas, dejaban entrever la armonía de sus formas, la piel tersa que la luz del amanecer parecía acariciar con la misma devoción con la que él lo había hecho horas atrás.

Luffy la observó con un asombro silencioso, sin mover un solo músculo, como si temiera alterar la imagen que se desplegaba frente a él. Era hermosa, sí, pero no solo eso. Su cuerpo ahora tenía algo distinto, algo que lo hacía imposible de mirar sin sentir un ardor profundo en el pecho. Antes, cuando la deseaba, había un aire de incertidumbre en ello, algo que aún no había explorado del todo. Pero ahora… ahora su mirada no solo la admiraba, la reconocía.

Los recuerdos de la noche anterior se mezclaban con la escena frente a él. Cada roce, cada susurro, cada jadeo que le había arrebatado seguía latente en su mente. El rubor en sus mejillas, la forma en que el pudor se había ido desvaneciendo hasta quedar solo ellos, crudos y sin reservas. Su deseo renació, un impulso creciente que se apoderó de él como un instinto primitivo. Sus dedos se crisparon contra las sábanas, resistiendo la urgencia de tocarla.

Se obligó a quedarse quieto, a saborear el momento sin alterarlo. La imagen de Nami dormida así, con el cabello desordenado sobre la almohada y la luz del sol acariciándola, era algo que no quería interrumpir.

Su mirada continuó recorriéndola con la misma quietud reverente, absorbiendo cada detalle que la luz del amanecer revelaba con paciencia. Fue entonces cuando se fijó en algo que la penumbra de la noche le había ocultado.

Marcas.

Apenas perceptibles, pero ahí estaban. Una sombra rojiza donde sus labios la habían probado con demasiada insistencia, huellas tenues en su cintura, donde sus manos la habían sujetado con fuerza.

Su expresión se tornó más seria, su respiración ralentizándose mientras recorría cada una de ellas con los ojos. No tenía que tocarlas para saber que algunas aún ardían contra su piel.

No había sido su intención dejar rastros.

El peso de la noche anterior volvió a su mente con una intensidad diferente. No solo el deseo, no solo el calor compartido, sino la manera en que se había aferrado a ella, la forma en que había pronunciado su nombre entre jadeos entrecortados, incapaz de dejarla ir.

Fue entonces cuando notó las otras marcas.

No las suyas.

La cicatriz en su brazo, cubierta en parte por el tatuaje azul, era algo que conocía. Pero su piel blanca escondía otras viejas marcas, casi imperceptibles bajo la suave caricia del sol. Luffy parpadeó al notar una línea pálida en su hombro, un corte fino que solo se distinguía al mirarlo con atención. Más abajo, su espalda mostraba otras señales que hasta ahora habían escapado a su vista. Pequeñas líneas dispersas, heridas cerradas hacía mucho, y entre ellas, un corte más largo que cruzaba su espalda de lado a lado, desvanecido con el tiempo, pero aún ahí.

Sus labios se entreabrieron ligeramente.

No recordaba haberla visto herida ahí.

Luffy frunció el ceño, su mente escarbando en los recuerdos. Conocía algunas de esas marcas. Podía reconocer los rastros de viejas batallas, las heridas que ella había recibido en su viaje juntos, los cortes que había visto cerrar con el tiempo. Pero esa... esa larga cicatriz que cruzaba su espalda, no.

Su mano se movió sin pensar, acercándose con cautela. Sus dedos rozaron la piel cálida, siguiendo con delicadeza la línea apenas visible. No había relieve, nada que delatara su presencia más allá de la diferencia sutil en el tono de su piel.

Nami se removió levemente bajo su toque, pero no abrió los ojos.

—Esa es de antes —murmuró, su voz aun arrastrando el peso del sueño.

Luffy se quedó quieto.

—De antes de conocerte —continuó ella, sin girarse. Sus palabras flotaron en el aire, suaves, pero con un trasfondo que le hizo sentir un nudo en el pecho—. Cuando aún robaba para Arlong.

Luffy bajó la mirada a la cicatriz mientras sus dedos la seguían con un roce casi imperceptible, como si así pudiera descifrar su historia.

—Debió doler —murmuró, sin más.

Ella exhaló con un suspiro leve, como si la pregunta la hiciera viajar a otro tiempo.

—No tanto. Fue solo un corte. Lo que más dolió fue perder el botín.

Luffy ladeó la cabeza, sin dejar de recorrer la marca con la yema de los dedos.

—¿Qué pasó?

Nami abrió los ojos, ligeramente sorprendida. No porque él preguntara, sino porque nunca antes lo había hecho.

Aun así, respondió.

—Era algo que hacía seguido —comenzó, con un tono casi despreocupado—. Unirme a tripulaciones piratas. Ganarme su confianza, esperar a que bajaran la guardia, entrar a la cámara del tesoro y tomar el botín antes de que notaran algo raro.

Su voz fluía con naturalidad, como si contara una vieja historia que ya no dolía. Pero Luffy no apartó la mirada de su espalda, de la cicatriz bajo sus dedos.

—Había logrado tomarlo sin hacer ruido, todo iba bien. Pero cuando ya estaba afuera, sintiendo el peso del oro en mis manos… —hizo una pausa breve, como si aún pudiera recordar la sensación exacta—, alguien me agarró del pelo.

Luffy sintió un leve escalofrío recorriéndole la nuca.

—No todos estaban dormidos.

Nami soltó una risa sin humor.

—No. Y yo fui lo bastante tonta como para creer que si. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de sentir el corte en la espalda.

Luffy frunció el ceño.

—¿Te hirieron por la espalda?

—Mm-hm. —Asintió con un sonido leve—. No me mataron porque en cuanto me soltaron, corrí. Ni siquiera sé cómo llegué a casa en bote.

Luffy se imaginó la escena: Nami, con la espalda ardiendo, navegando en la oscuridad, con las manos vacías.

—Nojiko se puso histérica cuando me vio —continuó ella, con un deje de diversión en la voz—. Gritó tanto que pensé que me iba a regañar hasta que me curara sola.

Luffy esbozó una sonrisa muy leve.

—Pero te ayudó.

—Sí. Me vendó la espalda y me obligó a quedarme en casa. Usó tantos ungüentos que terminé oliendo a hierbas por días.

Se hizo un breve silencio.

—Nojiko es lista.

—Sí, pero en ese momento no lo veía así. Solo pensaba en todo el dinero que había perdido.

Luffy continuó trazando la cicatriz con el pulgar.

—Igual debió doler.

Nami exhaló, más bajo esta vez.

—Sí.

Finalmente se giró, apoyándose en su costado para mirar a Luffy. Sus ojos aún cargaban el peso del sueño, pero había en ellos un brillo relajado, tranquilo.

Se estiró perezosamente, desperezando el cuerpo con la languidez de un gato al sol. Luffy la observó sin apartar la mano de su espalda, notando cómo sus músculos parecían resentidos por lo sucedido la noche anterior.

Cuando su brazo cayó de nuevo sobre la cama, Nami le sonrió, como si, a pesar de todo, le alegrara verlo ahí.

Luffy no se movió. Solo la miró, expectante, mientras su pulgar aún trazaba círculos distraídos sobre su piel.

—¿Y tú? —preguntó ella de repente, su voz más suave.

Luffy parpadeó, ligeramente confundido.

—¿Eh?

Nami ladeó la cabeza sobre la almohada, su cabello cayendo en ondas suaves alrededor de su rostro.

—Tu cicatriz —aclaró, señalando con un gesto vago la marca bajo su ojo—. Nunca dijiste cómo te la hiciste.

Luffy llevó una mano a su mejilla, como si apenas recordara que estaba ahí.

—Ah, eso. Me la hice yo mismo.

Nami parpadeó.

—¿Tú solo?

—Sí. Pensé que, si lo hacía, Shanks me dejaría ir con él.

La sorpresa en su rostro se desvaneció rápidamente, dando paso a una sonrisa incrédula.

—¿Y funcionó?

Luffy negó con la cabeza.

—No.

Nami soltó una risa ligera, hundiendo el rostro en la almohada por un momento. No era una historia particularmente sorprendente, pero había algo en la forma en que la contaba, en lo simple y directo que era, que la hacía imaginarlo de niño, con la misma convicción que tenía ahora.

Luffy la observó reír sin decir nada, dejando que el momento se asentara entre ellos. No solían hablar así, de cosas del pasado, de cicatrices que casi nunca compartían con los demás.

Hacerlo, se sentía… reconfortante.

El sol había ascendido un poco más, tiñendo la habitación con un tono dorado más definido. La calidez del amanecer se extendía sobre la cama, sobre la piel desnuda de Nami y la de él, sobre los recuerdos que aún latían en el aire.

Pero la luz también era un recordatorio. El tiempo seguía su curso.

Luffy se quedó mirándola, notando la forma en que el brillo del amanecer jugaba con los reflejos cobrizos de su cabello. Aun medio enterrada en la almohada, con el cuerpo tendido sobre el colchón, parecía suspendida en un instante fuera de todo lo demás. Pero el mundo no se detenía, aunque él quisiera.

Los minks, los samuráis, Kaido... Sanji.

La realidad estaba esperándolos fuera de esas cuatro paredes.

Nami se movió primero. Exhaló hondo y, con la misma pereza con la que un felino abandonaría su rincón de sol, se incorporó con un suspiro. Luffy la observó mientras se sentaba en la cama.

Su cabello cayó sobre sus hombros en un desorden seductor, y cuando inclinó la cabeza hacia un lado, su cuello quedó expuesto a la luz, revelando la piel enrojecida donde su boca la había reclamado la noche anterior.

Luffy notó el balanceo de su cuerpo cuando se movió, la forma en que sus curvas se delineaban con la perezosa elegancia del despertar. Su silueta contra la luz del amanecer era un espectáculo en sí mismo, algo que le hubiera gustado seguir mirando por más tiempo.

Pero Nami, al parecer, había comenzado a tomar conciencia del estado en el que estaba. Se llevó una mano al cabello, pasándola entre los mechones enmarañados, y luego bajó la vista a su propio cuerpo. Luffy vio cómo sus ojos recorrían su piel, encontrando las marcas que él había dejado sin intención de hacerlo.

—Necesito un baño —murmuró finalmente, más para sí misma que para él.

Se deslizó al borde de la cama, estirando los brazos antes de ponerse de pie. Luffy la siguió con la mirada mientras cruzaba la habitación con la misma naturalidad con la que había estado en su cama minutos atrás. Había algo en la forma en que caminaba, en la confianza con la que su cuerpo se movía, que lo mantuvo absorto.

Entonces, Nami se detuvo y giró ligeramente el rostro sobre su hombro.

—¿Vienes? —preguntó, con una ceja apenas arqueada y una sonrisa indescifrable en los labios.


La mañana había avanzado mientras ellos permanecían ajenos al mundo. Ahora, el sol estaba lo suficientemente alto como para bañar todo Zou con una calidez suave, filtrándose entre las hojas de los árboles y despertando lentamente a quienes habían festejado hasta el cansancio la noche anterior.

El aire aún olía a cenizas y madera quemada, los restos de las fogatas que habían iluminado la celebración de su victoria. El eco de risas y canciones parecía flotar entre las ramas, como si la isla misma aún conservara la energía de la noche anterior.

En la explanada central, los minks comenzaban a despertar. Algunos todavía dormían, acurrucados entre mantas improvisadas o apoyados unos contra otros, mientras otros ya recogían los restos de la celebración. Pedro daba instrucciones en voz baja para no molestar a los que seguían sumidos en el sueño.

Chopper, que había dormido poco, revisaba algunas vendas cerca de la fogata apagada. Sus ojos, aún algo somnolientos, parpadearon varias veces antes de que un bostezo involuntario escapara de su boca.

Usopp estaba a su lado, sentado sobre un tronco, frotándose los ojos y tratando de desperezarse. Movía los hombros para sacudirse la rigidez y su cabello estaba desordenado por haber dormido en una posición incómoda.

Zoro, como siempre, estaba apartado. Se mantenía recostado contra un árbol, con los brazos cruzados y los ojos cerrados. A primera vista, parecía dormido… pero quienes lo conocían sabían que ese estado era engañoso. Su oído siempre estaba atento.

Entonces, Luffy apareció.

Llegó casi saltando, con una energía que contrastaba con la pereza del resto. Su paso ligero hacía crujir las hojas bajo sus pies, y su cabello, ligeramente húmedo, aún se pegaba a su frente de forma desordenada. Una sonrisa radiante iluminaba su rostro, como si el mundo entero fuera tan simple como el hambre que lo guiaba directo hacia la comida.

—¡Huele bien! —exclamó, deteniéndose junto al lugar donde algunos minks preparaban algo para desayunar.

Usopp apenas levantó la cabeza, con una expresión de incredulidad al ver tanta energía tan temprano.

—¿De dónde sacas tanta energía? —murmuró, rascándose la cabeza—. Nosotros parecíamos muertos esta mañana…

Chopper parpadeó y notó el brillo inusual en la mirada de Luffy.

—¿Eh? ¿Por qué estás tan…?

No terminó la frase. Fue entonces cuando Nami apareció tras él.

Caminaba con paso tranquilo, el vestido ligero que había elegido para la celebración de la noche anterior aún caía suavemente sobre su piel, pero ahora apenas cubría las marcas evidentes que adornaban su cuello y clavícula. Marcas que hablaban de la noche anterior.

Aunque Nami mantenía la cabeza en alto y su expresión era tan serena como siempre, sus ojos brillaban con una chispa distinta.

Chopper se sonrojó de inmediato y desvió la mirada, fingiendo que estaba demasiado ocupado revisando las vendas para notar nada.

—Eh… buenos días… —balbuceó, casi escondiéndose tras su pequeño botiquín.

Usopp, por su parte, abrió los ojos un poco más de la cuenta y su mandíbula se aflojó un segundo antes de volver a cerrarla rápidamente.

—¿Eh…? —susurró para sí, pero no se atrevió a decir nada en voz alta.

Zoro, desde su posición, apenas entreabrió un ojo y observó la escena. Su mirada se detuvo un momento en Nami, luego en Luffy… y volvió a cerrarlo sin darle más importancia.

—Hmph… —murmuró para sí, casi con desinterés.

—Buenos días —saludó Nami con naturalidad, tomando asiento junto a Chopper como si nada fuera diferente.

Luffy, ajeno a cualquier tensión, ya estaba metido de lleno en la comida.

—¡Esto está buenísimo! —murmuró entre bocados, sin darse cuenta de las miradas furtivas a su alrededor.

El ambiente estaba demasiado silencioso para ser normal. Usopp evitaba mirar directamente a Nami, Chopper se concentraba demasiado en sus frascos, y Zoro… bueno, Zoro simplemente decidió no involucrarse.

Pero antes de que el incómodo silencio pudiera asentarse, el caos llegó.

Un estruendo resonó en toda la isla. Un sonido metálico y agudo que hizo eco por las alturas de Zou. Era una alarma.

—¡¿Eh?! —Usopp saltó del tronco, los ojos abiertos de par en par.

—¡La alarma! —exclamó Chopper, olvidándose por completo de su incomodidad.

Zoro ya estaba de pie, su mano instintivamente posada sobre la empuñadura de una de sus katanas.

El sonido continuó, fuerte y persistente. La calma de la mañana había desaparecido de golpe.

—¿Qué está pasando? —preguntó Nami, su tono tenso mientras se ponía de pie de inmediato.

Luffy, con la boca llena, apenas levantó la vista.

—¿Hm? —murmuró, sin dejar de masticar.

Fue entonces cuando uno de los minks apareció corriendo, su respiración agitada y sus ojos desorbitados.

—¡Los samuráis…! —gritó, su voz cargada de urgencia—. ¡Han llegado samuráis a la ciudad!

El silencio fue reemplazado por un caos repentino. Los minks que aún estaban medio dormidos comenzaron a levantarse de golpe, y las voces preocupadas resonaron por toda la zona.

—¡Oh, no! —exclamó Usopp, su cara palideciendo de inmediato—. ¡Esto no va a terminar bien!

El estruendo de la alarma seguía resonando mientras el caos se apoderaba de Zou.

Luffy, que aún saboreaba el último bocado de carne, salió corriendo instintivamente junto a los demás.

—¡Oye, Luffy, date prisa! —le gritó Nami, jalándolo del brazo para que acelerara.

Zoro ya iba al frente, con una expresión seria mientras su mano se mantenía cerca de sus espadas. Usopp iba detrás, con el rostro pálido montado en Chopper que trotaba junto a ellos.

A pesar de la confusión, Luffy seguía corriendo… hasta que de repente, parpadeó con una expresión de absoluta confusión.

—¿Eh? —miró a su alrededor y frunció el ceño—. ¡¿Qué diablos está pasando?! —preguntó, con el ceño fruncido—. ¡¿Por qué me ponen a correr tan temprano en la mañana?! —agregó, casi ofendido.

—¡Deja de preguntar cosas tontas y sigue corriendo! —espetó Nami, dándole un tirón en las mejillas sin detenerse.

Antes de que Luffy pudiera replicar, el destino decidió arrojar más caos a la situación.

Los tres grupos chocaron de golpe.

El grupo de Luffy, el resto de los muguiwara que hacían guardia la noche anterior y los samuráis de Wano se encontraron de frente en un desastre de pies y armas cruzadas. Nadie tuvo tiempo de procesarlo. El instinto fue inmediato.

—¡Deténganlos! —rugió Franky, que ya estaba inmovilizando a Kanjuro.

—¡Mierda, eso estuvo cerca! —susurró Usopp, manteniendo a Kinemon en el piso.

El caos seguía reinando a pesar de los esfuerzos de los Sombrero de Paja por mantener todo bajo control. Los minks se movilizaban rápidamente, algunos intentando contener la situación mientras otros trataban de comprender qué estaba ocurriendo.

Sin embargo, antes de que alguien pudiera estabilizar el desastre, la tensión escaló aún más.

—¡Este país necesita un solo gobernante! —rugió una voz grave desde un extremo.

—¡Estás en lo correcto, vamos a deshacernos del otro justo ahora! —respondió otra, llena de desafío.

Ambos líderes minks se encontraron cara a cara, y la hostilidad entre ellos se sintió en el aire como un choque de rayos. Sus miradas encendidas anunciaban que ninguno daría un paso atrás.

—¡Oye, no es momento para esto! —intentó advertir Usopp, pero su voz se perdió en el bullicio.

Los dos se lanzaron el uno contra el otro sin previo aviso, y el estruendo de sus ataques sacudió el suelo, haciendo que algunos de los presentes tropezaran para mantenerse de pie.

En medio de la confusión y los gritos, los samuráis lograron aprovechar la distracción. Con movimientos ágiles y una coordinación sorprendente, se zafaron del agarre de la tripulación.

—¡Idiota ¿Qué haces?! —gritó Usopp, intentando sin éxito detener a Kinemon.

—¡Maldición! —masculló Zoro, tratando de moverse entre el caos para alcanzarlos.

Pero era demasiado tarde. Los samuráis habían avanzado lo suficiente como para acercarse al lugar donde Inuarashi y Nekomamushi luchaban.

Y entonces… el grito resonó.

—¡RAIZO-DONO ESTÁ A SALVOOOO!

La voz de Inuarashi se alzó por encima del caos, trayendo consigo un silencio absoluto.

Todos se detuvieron. Los minks, que antes estaban listos para luchar, ahora sonreían, algunos con lágrimas en los ojos.

—¿Qué…? —susurró Usopp, parpadeando incrédulo.

El conflicto había terminado en un instante.


El ambiente dentro del Árbol Ballena era extrañamente pacífico tras tanto caos. La tensión que había dominado el aire en Zou durante días parecía haberse disipado poco a poco desde la revelación de que Momonosuke no era solo el hijo de Oden… sino el legítimo heredero del Daimio de Wano.

Pero, increíblemente, eso había sido poco comparado con todo lo que descubrirían después.

Nami dejó escapar un suspiro, sintiendo por primera vez que su corazón volvía a latir a un ritmo más calmado. El suave crujido de las hojas secas bajo sus pies y el ligero eco que se formaba en el interior del enorme árbol le ofrecían un extraño consuelo. Por un momento, todo parecía en calma.

Sin embargo, esa paz no duraría mucho.

Frente a ella, la inmensa piedra roja se alzaba imponente, irradiando un aura que parecía llenar toda la estancia. El poneglyph.

Era la primera vez que Nami veía uno. Había escuchado historias sobre ellos, por supuesto, muchas de ellas de parte de Robin… pero tenerlo frente a sus ojos era algo completamente diferente.

Nunca antes había visto algo tan antiguo, tan majestuoso… y tan inquietante. Nami sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Es… increíble —murmuró casi sin darse cuenta, sus dedos acariciando suavemente su log pose, como si el instinto la llamara a calcular rutas incluso en medio de algo tan desconocido.

Robin ya estaba junto a la piedra, sus dedos deslizándose con reverencia sobre las inscripciones. La arqueóloga no pronunciaba palabra, pero la expresión en su rostro hablaba por sí sola, mientras transcribía el contenido. Nami rara vez la había visto tan concentrada… tan fascinada.

—Esto es… —susurró, sus ojos reflejaban asombro y confusión—. ¿Cómo luce, Nami? — preguntó la arqueóloga mostrándole lo que estaba escribiendo.

Nami sintió un leve mareo al verlo.

Era un mapa.

Aunque las instrucciones eran antiguas y difíciles de entender para alguien ajeno a la navegación, su mente los descifró casi de inmediato. No eran solo inscripciones… era un camino. Una ruta que conectaba puntos clave del Grand Line…

—En efecto, en esta piedra está escrito un camino hacía un punto en específico, y hay cuatro de ellas en todo el mundo — dijo Inuarashi con solemnidad.

Nami sintió que la cabeza le daba vueltas. Todo comenzaba a tener sentido… pero esa claridad también traía consigo una sensación abrumadora.

—Si panean dirigirse a Whole cake van por el camino correcto —dijo el Nekomamushi, su tono alegre—. Una de estas piedras está, bajo el control de Big Mom… y el otro… en Wano, bajo el dominio de Kaido.

Cuatro poneglyph.

Cuatro ubicaciones.

Y cada una de ellas probablemente más peligrosa que la anterior.

El camino que se extendía frente a ellos era tan claro como aterrador.

Usopp tragó saliva mientras intentaba anotar todo lo que escuchaba, pero sus manos temblaban.

—Esto… esto es demasiado… —murmuró, con el ceño fruncido mientras garabateaba desesperadamente en su libreta—. ¡Primero un poneglyph rojo, luego los emperadores y ahora… Laugh Tale! ¡No puedo seguir el ritmo!

—Esto… es solo el principio —murmuró Nami, sintiendo que la calma que había sentido era solo temporal.

Porque sabía que después de ese momento de descubrimiento, vendría la verdadera tormenta. Y estaban a punto de zarpar directo hacia ella.

A su lado, Luffy sonreía como si todo aquello fuera una simple aventura más.

—¡Esto va a ser increíble! —exclamó, con esa chispa en los ojos que siempre iluminaba cualquier lugar.

Nami sintió que su corazón se apretaba… pero esta vez, no era solo por él. Era por lo que ese camino también significaba para ella.

Ese mapa… esas rutas… las inscripciones que ocultaban la clave para llegar a la última isla…

El mapa del mundo.

Por un instante, su mente la transportó al pasado: a la promesa que hizo de trazar el mapa del mundo con sus propias manos. Ese sueño que alguna vez pareció inalcanzable… ahora estaba tan cerca que podía sentirlo.

No era solo Luffy quien avanzaba hacia su destino. Ella también lo hacía. Y aunque sus caminos se cruzaran, su razón para seguirlo no era solo él.

—Sí… —susurró, una leve sonrisa dibujándose en sus labios, pero esta vez, su mirada reflejaba más que devoción.

Era determinación.

Porque solo junto a él… podría alcanzar su propio horizonte.

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Ha pasado mucho ¿verdad? han sido un par de semanas difíciles, pero no quería quedarme sin escribir, aunque sea algo cortito, ojalá lo disfruten.

Mara1451 y Alian Tesin, mil gracias por sus reviews, siempre me da mucho gusto leer sus comentarios.

Si han leído hasta aquí un abrazo.