Hola. Hola gente bonita del fanfiction, ¿cómo los trata la vida?

Espero como siempre que estén excelente.

Pues nada, regreso con un nuevo capítulo y espero que no haya tantos problemas con FFN esta vez, ha sido bastante fastidioso no poder leer actualizaciones de mis fics favoritos y que ustedes no puedan ver mis actualizaciones tampoco.

Pero no tienes idea de la felicidad que me inundo cuando empezaron a llegar sus reviews. ¡Los adoro!

Me disculpo por cualquier error ortográfico que haya y como siempre les aclaro tristemente que los personajes no me pertenecen sino a las maravillosas mentes de Rumiko y Suzanne.

Sin más por el momento nos leemos al final del capítulo, disfruten la lectura.


Capítulo 13


Ranma

Mis piernas arden cuando piso el borde de la selva. El cambio es instantáneo: la arena da paso a raíces gruesas y tierra húmeda, la luz del sol se filtra entre las hojas en haces dorados, y el calor agobiante se convierte en un sudor frío que se desliza por mi espalda.

El aire huele diferente aquí. A tierra mojada, a vegetación viva. A peligro.

Pero estamos dentro.

La amenaza de los tiburones queda atrás, pero las sombras de lo que vendrá aún nos acechan.

—Tenemos que alejarnos de la playa —digo, girándome hacia Akane, Shampoo y Balm—. No sabemos qué más pueda salir del agua.

Dejo que Balm se baje de mi espalda, jadeando por el esfuerzo, asiente sin protestar. Es fuerte a pesar de su avanzada edad, Shampoo camina a su lado sujetándolo del brazo para ayudarlo a andar con más facilidad, pero la selva no es terreno fácil de recorrer. Tomo la delantera, para ir abriendo camino a través de la espesa hierva con un machete que cogí de la cornucopia, Shampoo, camina detrás de mi junto a Balm, y Akane va detrás, con el arco preparado con una flecha, sus ojos recorriendo cada rincón con desconfianza.

Avanzamos rápido, esquivando raíces retorcidas y hojas enormes que chasquean al romperse bajo nuestros pies. Cada paso nos hunde más en la selva, hasta que la playa desaparece como un mal sueño. El camino va ascendiendo cada vez más, como si subiéramos por una cuesta, por lo que cada vez estamos más agotados debido al cansancio y a la sed que empieza a hacer mella en nosotros. Siento la garganta como una lija. No hemos visto agua desde que dejamos la playa y eso empieza a preocuparme. Volteo hacia atrás y veo la frente perlada de sudor de Akane y sus mejillas enrojecidas por el cansancio, Shampoo y Balm en el mismo estado. Demonios necesitamos agua lo más pronto que podamos o no sobreviviremos. Esa es nuestra prioridad ahora.

—Necesitamos altura —añado, mirando los árboles inmensos que se alzan sobre nosotros—. Desde aquí abajo no vemos nada. Tenemos que saber dónde rayos estamos y luego buscar algún refugio y agua.

—Yo puedo hacerlo —se ofrece Akane. Su determinación es inquebrantable, aunque veo cómo sus dedos tiemblan antes de aferrarse al tronco. Le hago un gesto afirmativo, aunque mi mandíbula se tensa. La sigo con la mirada mientras escala con agilidad, su figura perdiéndose entre las ramas altas. Pero es ligera y ágil y sube con facilidad y rapidez hasta las ramas más altas del árbol. Mi corazón late enloquecido porque cualquier paso en falso podría ser fatal. No dejo de observarla en ningún momento.

El silencio solo se rompe cada vez que los cañonazos retumban en la arena. Escucho su voz desde lo alto.

—¡Veo la cornucopia!

Mi corazón golpea fuerte mientras la imagino allá arriba, rodeada de la nada. Estando tan expuesta.

—¿Qué más ves? —grito de vuelta.

—La isla de la cornucopia. Está... a unos 500 metros quizás. La arena alrededor esta bañada en sangre y hay algunos cuerpos alrededor. Siguen luchando.

El estómago se me revuelve. Entonces, los cañonazos siguen retumbando, cada estallido marcando el final de una vida. Akane permanece en silencio hasta que los últimos ecos se disipan.

Los cañonazos por fin se detienen y Akane empieza a descender del árbol, con cuidado.

—Ya terminó —susurra al bajar, su rostro más pálido que antes.

—¿Ya no se tomaban de las manos? ¿Han dejado de luchar, evitando la violencia para desafiar al Capitolio? —dice burlona Shampoo.

Akane la observa con el ceño fruncido.

—No.

—No —repite ella. — Porque el momento de tomarnos de las manitos ya pasó. Ahora estamos en la arena niña y aquí solo se sale de una forma y esa es matando. Nadie gana por accidente estos juegos. Todos aquí somos asesinos. No hay inocentes en esta arena.

Ambas se observan con fuego en la mirada. La tensión podría romperse con una navaja. Akane aprieta el arco con una flecha lista y tensa, que no sé en qué momento preparó y hace el amago de levantarlo, Shampoo alza lentamente su tridente.

No hace falta decir más. Si no detengo esto será el fin de nuestra corta alianza.

—Busquemos algún lugar donde descansar y planear lo que haremos — digo casualmente mientras doy unos pasos y me interpongo entre ambas.

Se quedan quietas y en silencio unos segundos. Shampoo asiente y baja el tridente, Akane tarda un poco más hasta que destensa el arco y se guarda la flecha en el carcaj que cuelga de su espalda, pero puedo ver en sus ojos que esta sopesando todas las posibilidades y peligros.

—Será mejor que nos movamos rápido, tenemos que estar a cubierto antes de que oscurezca y los demás intenten cazarnos. — Shampoo dice con el ceño fruncido mirando a nuestro alrededor, escaneando nuestro entorno en busca de posibles amenazas.

—Vi un claro más arriba, quizá ahí podamos descansar, buscar agua y algo que podamos comer — dice Akane sin dejar de ver desconfiada a la peli-morada.


La ausencia de agua hace que la sed se vuelva insoportable. Siento la garganta áspera, como si cada respiración quemara. Mis ojos recorren el entorno en busca de cualquier indicio de agua potable, pero no hay nada. Solo tierra seca y vegetación densa. Tras otro kilómetro y medio, los árboles comienzan a escasear poco a poco. Estamos llegando a la cima de la colina. Seguimos avanzando, impulsados por la desesperada esperanza de encontrar agua.

El sudor me escurre por la nuca y las sienes. Hace un calor de los mil demonios y la humedad es sofocante. El aire cambia. Ondea, distorsionado por el calor. Levanto el machete para cortar otra rama que bloquea nuestro paso, cuando la voz de Akane me hace detenerme en seco.

—¡Alto! ¡Detente!

Su grito es urgente. Corre hacia mí y me agarra del brazo antes de que pueda bajar el machete. La observo con el pulso acelerado, en alerta, esperando ver lo que ella ha visto. Mis ojos escanean el entorno en busca de un enemigo, pero no hay nada. Nada, salvo el punto donde mi machete estuvo a punto de caer.

Akane sigue en silencio, respirando agitada. No es miedo lo que veo en su rostro, sino una comprensión fría, como si supiera algo que no puede explicar. Entonces, lo noto.

Las ondas en el aire no son por el calor. No es la luz del sol reflejándose en el suelo seco. Están fijas. Un cuadrado casi imperceptible, de unos centímetros de diámetro.

—Un campo de fuerza —murmuro, recordando el de la azotea del campo de entrenamiento y el de los Juegos de Tofu.

Akane asiente.

—Sabías que estaba ahí —digo, más afirmación que pregunta.

—Por eso gritaste —interviene Shampoo, que hasta ahora había permanecido en silencio, observándonos con desconfianza. Su mirada inquisitiva se clava en Akane— ¿Cómo lo sabías, chica en llamas?

Akane duda. Me mira. No quiere decir la verdad. Seguramente no debería saberlo, quizá sea peligroso que lo sepa. Podría salir del paso mencionando la azotea del centro de entrenamiento, pero algo en su postura me dice que no va a hacerlo.

Y entonces habla.

—No lo sé. Es como si lo oyera. Escuchen.

Cierra los ojos, fingiendo concentración, tan exageradamente que casi me dan ganas de reír. Pero me contengo. Shampoo entrecierra los ojos, desconfiada, pero no tiene más opción que creerla. ¿Qué otra explicación puede haber?

El silencio se instala entre nosotros. Solo se oyen los insectos, los pájaros lejanos, la brisa en las hojas. Nada más.

—Es como cuando electrifican la alambrada en el Distrito 12 —continúa Akane—, solo que mucho más bajito.

Shampoo resopla.

—Yo no escucho nada.

—¡Ah! Ahí está, tienes razón —digo con naturalidad, siguiéndole el juego.

Shampoo me lanza una mirada impaciente.

—Sigo sin oír nada. Pero da igual. Movámonos con cuidado. Tenemos que seguir avanzando.

Su mirada se desliza hacia Balm, que sigue apoyándose en la rama que Shampoo le dio como bastón. Se ve débil.

Akane recoge un puñado de frutos pequeños de una enredadera y empieza a arrojarlos hacia el campo de fuerza. En cuanto lo tocan, chisporrotean y rebotan con fuerza. Buena idea.

Pero mi mente sigue atascada en lo que pudo haber pasado. Si Akane no me hubiera detenido… Si hubiera bajado el machete… Esa cosa debe tener al menos 250,000 voltios, probablemente más. Más que suficiente para haberme freído con solo tocarlo.

Me salvó la vida. Otra vez.

Y la afirmación de que jamás podré pagar todas las deudas que tengo con ella, resuena en mi interior.

Entonces, Balm se agacha y recoge uno de los frutos quemados, aún humeantes. Sin inmutarse, se los lleva a la boca y empieza a masticar.

—¡Espera! ¡Pueden ser venenosos anciano! ¡Escúpelos! —le grito, alarmado.

Pero él solo me mira, masculla algo entre dientes y se relame antes de tomar otro fruto y llevárselo a la boca.

Shampoo suelta una carcajada breve.

—Supongo que, si son venenosos, lo averiguaremos pronto.

Sacude la cabeza con una sonrisa ligera y sigue caminando. Ahora va justo detrás de Akane, quien avanza con determinación, lanzando frutos a su derecha y al frente para asegurarnos de que no toquemos el campo de fuerza.

Y yo no puedo dejar de pensar en lo cerca que estuve de morir.


Media hora más tarde, el camino se abre en un claro donde la vegetación se entrelaza en lo alto, formando una cúpula natural. Allí, por fin, nos detenemos, con el campo de fuerza a unos veinte metros de nuestras espaldas. El aire es espeso, cargado de humedad pegajosa que se adhiere a la piel. No hay signos de movimiento, pero la sensación de peligro nunca desaparece del todo.

—Podemos descansar un poco —murmuro, aunque en realidad ninguno de nosotros baja la guardia.

Nos acomodamos entre raíces gruesas y matorrales altos. Akane cierra los ojos solo un instante, su pecho sube y baja con fuerza. Una de sus manos se posa inconscientemente sobre su vientre en un gesto protector que me provoca una punzada en el pecho. Shampoo se mantiene en silencio, sujetando el tridente con firmeza, mientras Balm se recuesta contra el tronco de un árbol y exhala aliviado.

El tiempo se desliza pesado, cada minuto más denso que el anterior. Pasada aproximadamente una hora, Akane se pone de pie y sacude la tierra de su ropa.

—Voy a buscar agua —anuncia, con la voz ronca por la sed y el rostro pálido.

—No irás sola —replico de inmediato, sintiendo un nudo en la garganta.

—No tenemos opción —responde sin rodeos, lanzando una mirada rápida a nuestros aliados. No necesita explicarlo. No podemos confiar del todo en ellos. Y maldita sea, tiene razón. Aprieto la mandíbula, debatiéndome entre el instinto de protegerla y la lógica que grita que es lo correcto.

—No iré lejos —añade, intentando calmarme.

El silencio cae sobre nosotros como una losa pesada. Es en ese momento cuando lo escuchamos. Un leve crujido entre la maleza.

Todos tensamos los músculos.

Una criatura del tamaño de un gato avanza entre la hierba espesa, ajena a nuestra presencia. Parece una mezcla grotesca entre una rata y una zarigüeya, su pelaje enmarañado y grisáceo tiembla con cada paso. Sus patas se entierran en la tierra. No llega a avanzar ni cinco centímetros cuando una flecha silba en el aire y la atraviesa por el ojo, clavándola en el suelo oscuro.

Decidimos que lo primero será comer, luego buscaremos agua. Varios minutos después, estamos comiendo carne de zarigüeya, cocida de la única forma posible. No podíamos arriesgarnos a hacer fuego, así que en su lugar lanzamos los trozos cortados en cuadrados irregulares contra el campo de fuerza, donde se fríen en cuestión de segundos. No está tan mal, pero la falta de agua sigue siendo una losa sobre nuestros cuerpos agotados.

—Debe haber agua cerca —digo luego de un rato—. La criatura tenía el hocico húmedo, como si hubiera bebido antes de que la mataras.

—Sí, lo noté —contesta Akane, mordiendo con reticencia la carne humeante de su palo. Su rostro se ve un poco verdoso.

—Pero ¿dónde? No hemos visto ni una gota en todo el camino —exclama Shampoo, con un leve dejo de desesperación en los ojos escarlatas. Su mirada vuelve a posarse en Balm, que come sin inmutarse su trozo de carne chamuscada.

La tarde está por morir. La oscuridad se va extendiendo como un presagio y los sonidos de la selva cambian, volviéndose más profundos, más inquietantes. Es por eso que tardamos más de lo ideal en notar el pitido del paracaídas plateado que, por poco, nos cae en la cabeza.

Atraviesa el espeso follaje deslizándose con suavidad hasta aterrizar frente a nosotros.

El número 12 está grabado en la etiqueta. Un regalo de Tofu.

Todos contenemos la respiración mientras lo abro. Tres pares de ojos fijos en el interior del pequeño paquete.

Lo que hay dentro nos deja perplejos.

Un objeto metálico. Pequeño. Inerte.

No tengo ni idea de qué es ni para qué sirve.

—¿Qué es? —pregunta Shampoo.

Nadie tiene una respuesta.

Shampoo y Balm charlan en su jerga extraña que solo ellos entienden, aunque logro captar una que otra palabra y luego de un rato empiezan a cortar grandes briznas de pasto que crecen de metro y medio de alto, y empiezan a tejerlas para fabricar esteras. Como Balm ha sobrevivido sin ningún efecto secundario a los frutos, decidimos recolectar algunos y freírlos haciéndolos rebotar en el campo de fuerza, Akane es la encargada de hacerlo porque cuando intenté hacerlo yo, pude ver en su mirada el recuerdo de lo que estuvo a punto de pasar hace unas horas, cuando por poco y muero electrocutado. Así que me alejo buscando algo más que hacer y la dejo a ella hacerlo.

Decido montar guardia, aunque los nervios no me dejan concentrarme completamente, estoy acalorado y el shock de todo lo que ha pasado en este día me impactan como un golpe al corazón. El recuerdo de esa última mirada en el rostro de Portia. Sacudo la cabeza alejando ese recuerdo y trago con dificultad.

También estoy sediento. Demasiado. No puedo soportarlo. La desesperación comienza a apoderarse de mí; no puedo quedarme quieto. Mientras camino sigiloso bordeando nuestro improvisado campamento, me doy cuenta, fascinado, de que el suelo amortigua el ruido de mis pisadas. Camino en zigzag, manteniendo el campamento a la vista, a no más de 20 metros de distancia. Quisiera ir más lejos, pero las advertencias de Portia y de Tofu sobre no dejar sola a Akane, hacen que todas mis alarmas estén en constante alerta. Siento que por nada del mundo debo apartarme de ella. Algo me dice que ellos intentaban decirme más de lo que podían en ese momento.

Observo a Akane. Mi mirada se desliza hasta su vientre. Si no lo supiera, no sabría que dentro de ella se está gestando una pequeña vida. Necesita agua para poder sobrevivir, ella y el bebé.

En ese momento, algo cambia dentro de mí.

Es una sensación fría, pero clara. Tengo que ser útil, tengo que protegerlos.

Me doy cuenta de que soy solo un peón aquí. El Capitolio nos observa, y mi rol en este juego no es el de un héroe, ni siquiera el de un simple sobreviviente. Soy una pieza, un objeto útil para sus intereses. El paracaídas, ese objeto que no sabemos cómo usar, podría ser la clave de algo mucho más grande.

¿Un regalo? No. Es una herramienta. Igual que yo.

El Capitolio sabe que cada movimiento nuestro tiene un propósito, que cada acción está destinada a ser vista, evaluada, utilizada. Soy un objeto en su juego. Y todo lo que me quede por hacer en esta arena será en función de cómo me utilicen.

Todavía no lo sé con certeza, pero ya lo intuyo. Todo esto tiene que ver con lo que esperan de nosotros. Con lo que Tofu podría estar intentando decirnos.

Me seco el sudor de la frente y levanto el regalo a la escasa luz que nos queda. Lo muevo para verlo desde distintos ángulos, tapando algunas partes y destapando otras, intentando forzarlo a confesarme su utilidad. Resoplo frustrado, pero luego tapo la punta con un dedo y observo con detenimiento el labio del objeto. Y entonces el recuerdo estalla en mi mente.

Mi padre y yo caminando por el bosque en un día de viento y frío. Metió un objeto igual a este, bien ajustado, en un agujero abierto de un tronco de arce y puso una cubeta debajo, para que la savia saliera por la espita, como una especie de grifo. El jarabe de arce hacía que incluso nuestro soso pan fuera delicioso.

Después de la muerte de papá, nunca supe qué pasó con el puñado de espitas que tenía. Seguro quedaron escondidas en algún rincón del bosque, pero nunca las encontré. Perdidas, para siempre.

Corro para unirme a ellos y darles la buena noticia de mi descubrimiento. El campamento esta transformado, todos han trabajado duro. Shampoo y Balm han construido una especie de cabaña con las esteras de pasto, abierta, por un lado, con tres paredes, piso y un tejado. Balm también ha trenzado con sus agiles dedos varios cuencos que Akane ha rellenado con frutos secos, fritos y pelados y con los restos de la zarigüeya que quedaron. Se voltean hacía mí, esperanzados y yo levanto el objeto con orgullo y una sonrisa. Mis ojos fijos en los de Akane.

—¡Una espita! —Exclamo— es una especie de válvula. La metes en un árbol para extraer la savia—explico, observo a mi alrededor buscando el árbol apropiado.

—¿Savia? —pregunta Shampoo confundida.

—Para hacer jarabe de arce—explica Akane con una sonrisa ya formándose en su rostro, también lo ha descubierto, —pero estos árboles deben de tener otra cosa dentro.

Asiento y caminamos todos juntos hacia un enorme árbol de grueso tronco, Shampoo hace un agujero con la punta de su tridente, ya que es más rápido que con un cuchillo. Todos estamos ansiosos y muy sedientos. Clavo la punta de la espita en cuanto el hoyo es lo bastante profundo, y luego, esperamos.

Al principio no ocurre nada, después una gota se desliza por el borde y aterriza en la palma de la mano de Balm, que se la lame y la regresa de nuevo para que caiga otra más.

Después de mover y ajustar la espita, logramos que salga un fino hilo de agua. Pero es suficiente y nos turnamos para beber y luego para llenar algunos de los cestos que nuestros aliados han tejido con pasto. Como todo en este lugar, el agua esta caliente, pero es lo de menos. Bebemos hasta no poder más y luego incluso nos damos el lujo de usarla para lavarnos la cara.


La noche cae, y con ella, el himno de Panem comienza a resonar en la oscuridad, marcando el final del primer día en la arena. El sello del Capitolio brilla sobre nosotros, proyectando su autoridad en el cielo estrellado. Pienso en Shampoo y Balm, en lo difícil que debe ser para ellos ver los rostros de los caídos, aquellos con quienes compartieron años de su vida. Pero no es más fácil para mí. Reconozco algunas caras, tributos que vi en aquellas fiestas opulentas, que sufrieron tanto como yo, pero durante mucho más tiempo. Akane también los mira, y en sus ojos castaños se refleja la pena.

El primer rostro aparece en la pantalla. El hombre del Distrito 5. El mismo al que Shampoo atravesó con su tridente. Lo que significa que los tributos de los Distritos 1 al 4 siguen con vida. La bilis me quema la garganta al pensar en ellos. En los hermanos Kuno, en Ryu, en Enobaria. En su fiereza asesina. Los más peligrosos siguen aquí.

Luego, el tributo del 6. El adicto. Después, Cecelia y Woof del 8. Los dos del 9. Recuerdo el terror en los ojos del hombre cuando Shampoo lo ensartó con su tridente, su miedo grabado en mi memoria. Sigue la mujer del 10. Y, por último, Seeder, la compañera de Chaff.

El conteo es claro. Dieciséis seguimos con vida.

Nadie dice nada por varios minutos.

—Yo haré la primera guardia —dice Akane.

Nadie se opone, ni siquiera yo. La verdad es que estoy exhausto. Solo le pongo una condición: que me despierte en una hora para hacer el cambio de guardia. Ella asiente. Mientras los demás nos acomodamos en la cabaña improvisada, Akane se queda sentada sobre una gruesa raíz, con el arco en mano, la espalda recta y la mirada atenta a la oscuridad.

Está a solo cinco metros de distancia, lo que me da algo de tranquilidad. Intento resistir un poco más, mantener los ojos abiertos, pero el agotamiento me arrastra sin remedio. Lo último que veo antes de caer dormido es su silueta recortada contra la luz de la luna.


Akane

Los acontecimientos del día me mantienen alerta. No puedo dejar de recordar lo que sucedió esta mañana, antes de salir a la arena. Lo que estuvo a punto de suceder con el campo de entrenamiento. Ranma estuvo a nada de morir.

Cuando ya estaba dentro del tubo, los pacificadores irrumpieron y comenzaron a golpear sin piedad a Cinna. Sabía que sus días estaban contados desde el instante en que comprendí lo que había hecho: transformar mi bello vestido de novia, en aquel que me convirtió en un sinsajo, con sus minúsculas y hermosas plumas negras. Cuando se puso de pie entre la multitud para recibir los elogios del Capitolio, supe que se había convertido en el blanco de la ira del presidente Happosai. Pero verlo así, tan crudamente, delante de mis ojos, sin que pudiera hacer nada, me está destrozando.

Aún puedo ver las salpicaduras de su sangre en el tubo, los uniformes blancos, impolutos de esos malditos soldados manchándose de rojo, con la sangre de mi estilista. Los ojos de Cinna, llenos de dolor…no por lo que le hacían, sino por mí. Porque sabía que ya no podría volver a ayudarme. Ha vestirme. Ha cuidarme. Y la impotencia me consume.

Oh, Cinna… ¿Qué podía hacer para salvarte? Nada.

Cierro los ojos con fuerza. No puedo pensar más en él. No pude hacer nada por él. Y me destroza.

Respiro hondo y trago el nudo en mi garganta. Abro los ojos y miro por encima del hombro la silueta de Ranma dentro de la cabaña que tejieron Balm y Shampoo. Su pecho sube y baja con regularidad. Vivo. Aún está aquí. No me lo arrebatarán.

Un golpe de terror me atraviesa cuando recuerdo el instante en que estuvo a punto de golpear el campo de fuerza. No sé cómo logré llegar tan rápido para detener su brazo, solo sé que sigue vivo… y no voy a dejar que le pase nada. No lo voy a permitir. Mi cuerpo tiembla de solo pensarlo.

Mi mano vuelve a estar ahí. Sobre mi vientre. La retiro, como si me quemara. Un miedo, uno antiguo y enraizado en mi subconsciente florece en mi pecho, uno que es más viejo que la vida misma.

Ha pasado todo el día y, sin darme cuenta, mis manos se posan ahí. Como si inconscientemente intentara protegerle. Proteger lo que crece dentro de mí. Esta nueva vida, que es de ambos. De Ranma y mía.

¿Pero qué puedo hacer?

¿Luchar? ¿Matarlos a todos? ¿Dejar que Ranma se sacrifique por nosotros? ¿Y luego salir de esta arena… tener este bebé… y vivir bajo el yugo del Capitolio?

¿Ser la esclava de Happosai? ¿Condenar a este niño o niña a ser usado para controlarme? Para torturarnos. Para usarnos, para sus placeres oscuros.

No. No lo permitiré. No puedo convertirme en…madre. No, sin él.

Si alguien sale con vida de aquí, será Ranma.

O ninguno.

Mis pensamientos se desvanecen con el resonante sonido de la primera campanada.

¡Tan, tan! ¡Tan tan! Una y otra vez. Estoy de pie, con el arco alzado y una flecha lista, en alerta, observando todo a nuestro alrededor.

—Conté doce —dice la aterciopelada voz de Shampoo, que ha salido de la cabaña.

Asiento, aunque la pregunta permanece en mi mente. Doce campanadas. ¿Qué significan? ¿Una por cada distrito? No tengo idea, pero algo me dice que no es una simple casualidad.

—¿Qué crees que signifique?

—No tengo ni idea —responde ella.

El silencio se extiende entre nosotras. Nadie habla. Quizás esperando escuchar la voz de Claudius Templesmith, anunciando tal vez una invitación a algún banquete. Pero nada ocurre.

Lo único destacable es lo que vemos a lo lejos: un destello cegador, un relámpago que impacta en un árbol gigantesco del otro lado de la arena. Luego, tras unos minutos, se convierte en una tormenta eléctrica, pero sólo en una parte de la arena. Los relámpagos retumban, y un escalofrío me recorre la espalda, dejándome los pelos de punta. No sé por qué, pero siento que algo está por pasar.

—Deberías ir a dormir —dice Shampoo, con una suavidad que me desconcierta. Su voz lleva una carga de tristeza, y sus ojos escarlatas se posan en mi vientre.

Sin pensar, retiro la mano de inmediato, sintiendo el peso de su mirada. Lo he vuelto a hacer, me repito. He colocado la mano allí sin darme cuenta. Pero lo que más me sorprende es este gesto de Shampoo, una vulnerabilidad que no había visto antes. Como si, por fin, pudiera ver a la persona real detrás de la máscara que se ha puesto para encajar ante el Capitolio y todos los demás.

—Pero Ranma dijo que…

—Déjalo dormir lo necesita para poderlos proteger—me interrumpe. La tristeza en su rostro es tan palpable que no puedo replicar.

Asiento, y me alejo de ella, dejándola sola con sus pensamientos. Con las palabras de Shampoo como un eco en mi mente. Me acerco a Ranma, acurrucándome a su lado y colocando una mano sobre su pecho, sintiendo su respiración tranquila, casi como un ancla en medio del caos.

—¿Ya es hora del cambio? —Pregunta adormilado, sin abrir los ojos.

—Shampoo está de guardia. Descansa un poco más.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero el toque urgente de Ranma sacudiéndome para que me levante hace que el sueño se disipe al instante.

—¡¿Qué ocurre?!

No necesita decirme nada. Lo escucho.

Primero llega el zumbido. Lejano, casi imperceptible.

Pero se acerca.

Y entonces lo veo: sombras aladas cruzan entre las copas de los árboles, deslizándose en círculos cada vez más cerrados.

El descanso ha terminado.

Me levanto al instante, el pulso acelerado, y Ranma también se pone en pie con rapidez. En cuestión de segundos, el sonido de las criaturas nos rodea, el zumbido cada vez más fuerte y penetrante. Tomo el arco con firmeza, mientras Ranma guarda la espita dentro de su cinturón, y ambos nos lanzamos a correr, sabiendo que no podemos quedarnos quietos ni un segundo.

Shampoo corre jalando a Balm detrás de ella, no pueden ir demasiado rápido y frustrada hago que Ranma también baje la velocidad, no podemos dejarlos atrás, a su suerte. Ella no podrá sola contra esta nueva amenaza.

—¡Están cerca! —grita Ranma, los ojos desorbitados por la adrenalina.

Podemos verlas de cerca ahora, como sombras aladas que se desplazan entre los árboles, moviéndose con rapidez. No sé qué criaturas son, pero son como monstruos de pesadilla, murciélagos gigantescos, con alas de cuero rasgadas que parecen hechas de una mezcla de piel y hueso. Sus garras, largas y afiladas, brillan bajo la luz de la luna. Las criaturas se abalanzan sobre nosotros con velocidad aterradora.

Sin pensarlo, disparo una flecha, atravesando a uno en el costado. La criatura se desploma, pero es solo un pequeño obstáculo. Son demasiados, me quedaré sin flechas si intento acabar con todos. Un grito rasgado perfora la oscuridad mientras un murciélago pasa volando demasiado cerca, escupe un líquido espeso y pegajoso que se adhiere a la tela de mi traje y derrite la tela al contacto, quema mi piel. El dolor se escurre en un chorro helado, pero no me detengo. Las criaturas no tardan en rodearnos, su número es abrumador. Me ha herido el brazo y sostener el arco es una tortura ahora, porque empiezo a perder el control de la extremidad. El líquido no solo quema, sino que también paralizan los nervios inutilizándolos. Un miedo nuevo se apodera de mí.

Me muevo para defenderme, y una de las criaturas me da un zarpazo directo a la pierna, justo donde la prótesis se conecta con mi piel. Un dolor punzante atraviesa mi cuerpo, como si me hubiera arrancado la pierna de cuajo. Tropiezo y caigo de rodillas, el grito se me ahoga en la garganta. Hilos de sangre brotan de la herida. También tienen veneno en las garras.

—¡Akane! —Ranma grita con desesperación, corriendo hacia mí.

Mi respiración se agita, pero intento incorporarme. El dolor de la prótesis se intensifica, ardiendo en cada fibra de mi cuerpo, la pierna dañada me responde con un ardor agudo. Siento que la extremidad buena empieza a fallar, rápidamente me hecho un vistazo, tengo líquido espeso adherido a la pierna buena también, temblando por la parálisis y el dolor que se extiende por mi pierna. No puedo mantenerme en pie, y el miedo se clava en mis entrañas como un puñal. El dolor en mi pierna es tan intenso que siento que el mundo se desdibuja, mi visión se vuelve borrosa y los gritos de los mutos suenan como ecos lejanos. La prótesis, que siempre ha sido un recordatorio de mis limitaciones, ahora me traiciona. Cada intento por moverme es un desafío; el ardor en mi pierna buena se mezcla con un dolor punzante, como si mis huesos se estuvieran rompiendo.

Ranma se lanza hacia mí, extendiendo su mano para sujetarme, pero en ese momento una de las criaturas se abalanza sobre él. Puedo ver cómo sus garras se clavan en su brazo, desgarrando la tela de su camiseta y dejando marcas rojas en su piel. Escupe en su pecho y la tela empieza a desintegrarse, Ranma suelta un gruñido de dolor, pero no se detiene, clava un cuchillo en el lomo de la criatura y se lo arranca del brazo arrojándolo al suelo. Me levanta, me sostiene pasándome un brazo por la espalda y sosteniéndome contra su costado, sé que si pudiera incluso me cargaría, pero su respiración está entrecortada por el esfuerzo., esta tan herido como yo.

—¡Corre! —le grita a Shampoo que lucha con su tridente contra una de las criaturas, tiene una mancha del líquido verdoso en el costado y en una pierna. Se tambalea para mantenerse en pie, pero logra ensartar a la criatura que la atacaba.

Alcanzamos la selva, la oscuridad nos rodea, pero las criaturas nos siguen sin descanso. En un momento, el sonido de la tormenta eléctrica que se extiende ahora por nuestra sección de la arena, parece ahogar el zumbido de las criaturas, pero solo por un instante. El viento, cada vez más fuerte, hace que las ramas crujan bajo nuestros pies.

Balm, que había estado detrás de nosotros, se lanza hacia una criatura que se aproxima. Su cuchillo corta el aire, derribando a uno de los mutos, pero otra criatura lo alcanza y le rasga en el costado. Balm cae de rodillas, respirando con dificultad, su rostro pálido por el dolor. Su piel siendo corroída por una mancha de líquido en la mejilla izquierda.

—¡No! —grita Shampoo, pero es demasiado tarde.

Balm, con la mirada fija y decidida, parece que ve todo claro en ese último instante. No hay miedo en su rostro, solo un conocimiento profundo de lo que está a punto de hacer. Me mira una última vez, y aunque sus labios no se mueven, sé lo que está pensando. No hay tiempo para palabras, solo un gesto, un movimiento en el que nos dice adiós. El sacrificio es algo que él acepta con una serenidad aterradora. Aparta a Shampoo que intenta levantarlo y me mira con determinación en los ojos.

Un grito mudo, su rostro con determinación, le habla a Shampoo. Le da un beso en la frente y la empuja con todas sus fuerzas. La sangre empapa su pecho, que brota desde su cuello donde un murciélago desgarró su piel en algún momento. No sé cómo consigue ponerse de pie, nos da la espalda y antes de que ninguno de nosotros pueda protestar, él se lanza hacia el grupo de criaturas atacándolos sin medida. Lanza su red que atrapa a un grupo de mutos que venían hacia nosotros y sus últimas palabras se ahogan en el rugido de las criaturas, que se abalanzan rodeándolo. Shampoo grita, pero no puede hacer nada más, Ranma la jala para que siga avanzando con el dolor de las heridas a cuestas, corremos, tropezamos y rodamos cuesta abajo, sin poder hacer nada para ayudarlo.

Y de pronto el cañón retumba anunciando la muerte del viejo amigo de Shampoo.

Con cada paso, el zumbido de las criaturas nos sigue, pero con cada uno de nuestros movimientos, más lejos nos llevan. Finalmente, llegamos a una zona más despejada, entre los árboles caídos, donde la oscuridad que proporcionaba la espesa vegetación comienza a disiparse. Puedo ver la playa a unos 30 metros entre los árboles. Pero el silencio que sigue después de la batalla es aterrador.

Ranma, jadeante, me deja caer suavemente al suelo, su rostro demacrado por la preocupación.

—Estamos a salvo… por ahora —dice, la voz rota por el agotamiento.

El silencio que sigue a la batalla es más aterrador que cualquier ruido. El viento ha cesado y, por un instante, solo escuchamos nuestras respiraciones entrecortadas, rotas por el dolor. En la penumbra, el sacrificio de Balm pesa más que nunca, y mientras Ranma se agacha para ayudarme, siento su mirada clavada en el vacío, como si buscara respuestas imposibles de encontrar. Los sollozos ahogados de Shampoo me atraviesan el alma y duelen incluso más que mis propias heridas. Es suficiente para comprender que su corazón ha sido arrancado de cuajo.

Ranma aprieta la mandíbula con tanta fuerza que parece a punto de romperse, pero no dice nada. Sus manos tiemblan apenas al sostenerme, como si contener el dolor ajeno fuera lo único que lo mantuviera en pie.

Me suelto de su agarre y mearrastro hacia un riachuelo que desemboca en la playa, uniéndose al pequeño mar de la arena. Meto la mano en el agua para limpiar la suciedad que me empaña la vista, y, en cuanto el líquido entra en contacto con la sustancia pegajosa que nos escupieron los mutos, esta se desintegra y el dolor se desvanece con rapidez. Me impulso más, sumergiéndome en el agua. El líquido limpia la sangre y, conforme la sustancia desaparece, comienzo a sentir cómo la parálisis en mis extremidades se disipa.

—¡Ranma! —exclamo con urgencia—. El agua ayuda —digo cuando él me mira fijamente, mostrándole cómo recupero el movimiento con más facilidad.

Renqueante, se acerca y se tumba en la orilla del riachuelo. Me acerco a él para ayudarlo, junto agua en mis manos y empiezo a limpiar su pecho. La sustancia pegajosa se desprende con el contacto, aunque la herida sigue sangrando. Chasqueo la lengua; no tenemos nada para curarlo, ni para mi pierna ni para la espalda y el costado de Shampoo.

Después de varios minutos en los que nos lavamos mutuamente sin decir mucho, ambos fijamos la atención en la vencedora del 4. Ahora está en silencio, con la mirada perdida en la selva oscura detrás de nosotros.

—Tenemos que limpiarla y luego veremos qué debemos hacer —dice Ranma.

Nos ponemos de pie. El dolor en mi pierna mala me recorre como un rayo, pero aprieto los dientes y le echo un vistazo rápido. Por suerte, la herida no es profunda y la sangre ha dejado de fluir. Respiro hondo y camino junto a Ranma para ayudar a Shampoo a llegar al agua. Está muy malherida.

El agua corre lenta, arrastrando la sangre y los restos de batalla. Shampoo no opone resistencia cuando la ayudamos a sumergirse. Sus ojos están vacíos, la mirada perdida en un punto indefinido, y por un momento temo que se haya rendido por completo. Ranma también lo nota. Sus labios se tensan en una línea delgada, pero no dice nada. Su silencio pesa más que cualquier palabra.

—Shampoo —murmuro, acercándome un poco más—. Tienes que aguantar.

Ella parpadea una vez, pero no responde. Sus manos tiemblan bajo el agua y, al rozar una de sus heridas, un quejido se le escapa entre los dientes. La espuma rojiza se disuelve corriente abajo, y me pregunto cuánta más sangre podrá perder antes de que su cuerpo se rinda.

Ranma suelta una maldición baja. Se inclina hacia adelante para inspeccionar las heridas de Shampoo, sus dedos moviéndose con más cuidado del que me atrevería a imaginar. Hay algo en su expresión, una mezcla de ira impotente y urgencia contenida que me atraviesa el pecho. No sé si se da cuenta, pero sus manos siguen temblando.

—Necesitamos encontrar suministros médicos —dice al fin, su voz áspera—. Algo que pueda cerrar las heridas o al menos detener la hemorragia.

—No hay nada cerca —respondo, mirando alrededor con frustración. La arena se extiende en todas direcciones, y la selva parece cerrarse sobre nosotros como una trampa. Esta la opción de ir a la isla de la Cornucopia, pero se bien que ahí no encontraremos lo que necesitamos—. Tendremos que movernos.

—No en este estado. —La respuesta de Ranma es cortante, definitiva. Su mirada se clava en la mía, desafiante y agotada a la vez—. Si la arrastramos ahora, no va a llegar lejos y nosotros tampoco, estamos en pésimas condiciones Akane y tú no deberías…

Deja la frase al aire. Suspiro, frustrada, porque tiene razón. Así que hago lo único que puedo en estas deplorables condiciones, me arranco con ayuda de un cuchillo la manga larga de mi camisa.

—¿Qué haces?

—Tenemos que detener la hemorragia —le digo haciendo lo mejor que puedo, presionando el trozo de tela en el costado de Shampoo para detener el sangrado. Ella me ayuda a sostenerlo débilmente, mientras aprieta los labios conteniendo un grito de dolor.

Aprieto los puños bajo el agua, intentando ignorar el escozor en mis dedos y la sensación fría que me recorre la espina dorsal. Shampoo tiembla, cada respiración suya es un ruego silencioso. La desesperación se enreda en mi garganta y quiero gritar, maldecir, hacer cualquier cosa menos quedarme aquí, quieta, mirando cómo el tiempo se nos escapa entre los dedos.

Entonces, un crujido rompe el silencio. Un paso seco entre la maleza, seguido de otro. Ranma se incorpora en un movimiento instintivo, interponiéndose entre el sonido y nosotras. Su cuerpo se tensa, listo para atacar. Su mirada me ordena quedarme detrás de él, y obedezco, los dedos aferrándose a la empuñadura de mi arco con fuerza suficiente para entumecerme los nudillos.

—Quédate atrás —masculla Ranma, sin apartar la vista de la selva.

El aire se vuelve denso, cargado de peligro inminente. Mantengo la respiración, los músculos rígidos, mientras los pasos se acercan. Por un instante, solo puedo pensar en las trampas del Capitolio, en los tributos que siguen ahí fuera, acechando.

Pero entonces la figura surge entre las sombras, tambaleándose, y su rostro demacrado me hace congelar la sangre. Es Ryoga. Su ropa está rasgada, y un hilillo de sangre le cae de la frente, pero sus ojos todavía brillan con esa terquedad que nunca se apaga. Detrás de él, un par de sombras toman forma conforme se acercan a la luz de la luna, apoyándose uno en el otro, aparecen dos sombras, que al acercarse puedo distinguir con claridad. Gosunkugi y Kogane, ambos tan heridos y agotados como él.

Ranma no baja el arma. Su mirada se endurece, y yo me tenso a su lado, incapaz de ignorar el instinto de proteger lo poco que nos queda.

—¿Qué quieres? —espeta Ranma, la voz baja y afilada.

—Tranquilos —gruñe Ryoga, levantando una mano con esfuerzo—. No estoy aquí para pelear con ustedes.

—Entonces baja las armas —respondo, aunque mi voz tiembla un poco. Mi mirada se desplaza a las sombras detrás de ellos, buscando cualquier señal de peligro.

—No puedo. —Ryoga aprieta los dientes, y la frustración se le marca en cada palabra—. Nos viene siguiendo una cosa... una bestia enorme. Apenas logramos escapar antes de que nos despedazara.

El aire se enfría en mis pulmones. Ranma maldice en voz baja, y sus ojos se estrechan mientras escruta la oscuridad más allá de Ryoga y los otros dos. Entonces lo escucho: el crujido pesado de ramas partiéndose a lo lejos, el rugido grave que sacude los árboles. El suelo tiembla, y el instinto de supervivencia me da una bofetada, fría y brutal.

—Maldición —sisea Ranma, dando un paso hacia adelante sin bajar el arma—. ¿Nos trajiste una emboscada, Hibiki?

—¡No! —protesta Ryoga, y la urgencia en su voz suena tan genuina que dudo, aunque sea por un segundo—. ¡Escuchen! No estoy en su contra. Yo... yo los saqué de allí porque Akane dijo que los quería como aliados — dice señalando con un movimiento de cabeza a los tributos del tres.

Mis dedos se aflojan sobre el arma. La sorpresa me quema la garganta, y mis ojos buscan los de Ryoga, tratando de encontrar una mentira en su mirada. Pero solo hay cansancio, dolor y algo más... algo que no alcanzo a descifrar.

Ranma también duda. Su mirada oscila hacia Shampoo, pálida y desfalleciente, y luego hacia mí. Su mandíbula se aprieta, pero suelta el aire entre dientes y baja el arma apenas unos centímetros.

—Esto no significa que confíe en ti —escupe, sin dejar de vigilar los árboles.

—Lo sé —masculla Ryoga, flexionando los dedos sobre el mango de su hacha —. Pero será suficiente por ahora.

—Tic, tac, tic, tac…—dice Kogane con los ojos muy abiertos, su tono es urgente y desesperado mientras sigue diciendo una y otra vez las mismas palabras sin sentido.

Miro a Gosunkugi que la sostiene por el brazo para animarla a seguir avanzando. Lo observo con la esperanza de que él me diga la continuación del discurso de Kogane, pero incluso para él parece ser un misterio, porque me observa y mueve la cabeza, diciéndome que no sabe de lo que ella habla.

"Tic, tac" sigue diciendo ella ahora en un suave susurro, aunque sigue siendo urgente en su tono.

Entonces el rugido vuelve, más cerca esta vez. Una masa de sombras se desliza entre los árboles, y cuando las hojas se apartan, el monstruo emerge: una bestia enorme, con la piel surcada de espinas y ojos inyectados en sangre. La tierra se sacude bajo su peso, y su aliento huele a podredumbre y muerte.

—¡Corre! —grita Ryoga, y por primera vez en mucho tiempo, no me detengo a pensarlo.

La lucha por nuestra supervivencia vuelve a empezar.

Ryoga corre con urgencia y levanta a Shampoo en un solo movimiento, poniéndola en su hombro como si fuera un costal de harina. Kogane, renqueante, levanta del suelo el tridente con dedos temblorosos, aunque es evidente que no tiene la menor idea de cómo usarlo. Nos movemos hacia la playa, el único sitio donde podremos ver a la criatura venir y tener libertad de movimiento para luchar.

Salimos de la selva con esa cosa pisándonos los talones, pero nos detenemos en la orilla, con el agua helada lamiéndonos los tobillos. Echo un vistazo rápido a mi alrededor: Gosunkugi apenas se sostiene sobre una pierna, con una mancha de sangre expandiéndose en su costado, mientras abraza en su pecho un objeto que no puedo distinguir y Kogane tiene el brazo envuelto en un trozo de tela sucio, los nudillos blancos sobre el tridente. Ryoga ha dejado a Shampoo en la arena, su respiración débil y entrecortada, mientras él empuña su hacha con ambas manos, los dientes apretados y un hilo de sangre escurriendo desde su frente. Ranma está un paso frente a mí, con los cuchillos listos para ser lanzados en cualquier momento, los hombros tensos como cuerdas a punto de romperse.

Y luego, nada. Solo puedo escuchar su respiración y el profundo y bajo gruñido que emite.

No se mueve, solo nos observa con esos ojos inyectados en sangre, tan llenos de odio que siento un vacío helado en el estómago. Puedo ver cómo se le erizan las espinas del cuerpo, cómo nos evalúa uno a uno, como si estuviera decidiendo quién sería la presa más fácil. Los minutos se estiran hasta volverse eternos, todos inmóviles, con los músculos a punto de ceder al impulso de atacar o huir. Pero se queda quieto, entre los árboles como si no se atreviera a salir de la selva o no pudiera hacerlo.

Entonces el enorme monstruo resopla, el sonido húmedo y repulsivo, luego ruge furioso, con tanta fuerza que me lastima los oídos, su aliento putrefacto me llega en oleadas y se me revuelve el estómago y se da la vuelta, internándose de nuevo en la selva frente a nosotros, dejándonos en la orilla con los pulmones ardiendo y la piel fría como hielo.

Mil pensamientos se revuelven en mi cabeza, cientos de preguntas, pero solo una toma forma y se instala como una piedra: ¿Por qué no nos ha atacado y se ha marchado? ¿Qué demonios está pasando? Es obvio que esto es parte del plan de los Vigilantes, pero ¿por qué nos han dejado vivir? Es evidente que no habríamos podido hacerle frente a esa cosa, al menos no en las deplorables condiciones en las que estamos. Es enorme y mucho más fuerte que todos nosotros juntos.

Nos han dejado vivir un día más y eso me da muy mala espina. Solo puedo pensar que es para darle emoción al show, para agregar acción y esperanza. Están jugando con nosotros.


El sonido de las olas rompiendo en la playa es desconcertantemente relajante, como si no estuviéramos a un paso de la muerte. Un pitido agudo corta el aire. Alzo la cabeza, buscando el origen, y veo el resplandor plateado de un paracaídas descendiendo con suavidad bajo la luz de la luna.

Antes de que toque el suelo, Ryoga lo atrapa en el aire. Es bastante más grande que el que contenía la espita. El número 4 está estampado en un costado. No pierde el tiempo y lo abre; en su interior hay un botiquín médico. Vendas, antisépticos, gasas, pastillas y un tubo con alguna pomada.

Le arrebato la caja de las manos y, con urgencia, le ordeno a Ranma que acerque a Shampoo. Está inconsciente, su frente perlada de sudor y el rostro tan pálido como una hoja de papel. Ha perdido mucha sangre y me preocupa que esté entrando en shock.

Trabajo rápido. Bajo el cierre de su camiseta, dejándola con el sujetador deportivo cubriéndole apenas el torso. Dudo que eso le importara ahora. Al descubrir su costado, noto que la sangre se ha detenido casi por completo. Me muerdo el labio.

La herida irregular tiene unos dos centímetros de profundidad y puedo ver el músculo desgarrado por las garras de uno de los murciélagos. Limpio la sangre seca lo mejor que puedo con el antiséptico y aplico el contenido del tubo, confiando en que sea alguna de esas medicinas casi milagrosas del Capitolio. Luego cubro la herida con gasas y, con la ayuda de Kogane, vendo su torso con firmeza, pero sin apretar demasiado.

Aprovecho para limpiar las quemaduras y les aplico una capa ligera de la pomada. Su respiración parece estabilizarse poco a poco, volviéndose más tranquila. Al menos, por ahora, parece dormir en paz.

Cuando termino de curar a Shampoo, mis manos tiemblan de agotamiento y dolor. La camisa se me pega a la piel, húmeda y teñida de rojo. Me cuesta respirar, pero ignoro el ardor en la pierna y las manchas oscuras que me nublan la vista. No hay tiempo para eso.

—Siéntate un momento —murmura Ranma, pero niego con la cabeza antes de que termine.

—Estoy bien. Ahora sigues tú, tengo que curar esa herida— digo extendiendo el brazo y rozando apenas con la punta de los dedos, la herida de su pecho.

Pero apenas doy un paso, él me sostiene del brazo, con más fuerza de la que quisiera admitir. La expresión en su rostro es una mezcla de enojo y preocupación, y me obliga a sentarme sobre la arena con una suavidad engañosa.

—Akane, estás sangrando —dice con los dientes apretados, arrodillándose frente a mí. Sus manos recorren mis brazos en busca de más heridas, los dedos tensos, casi temblorosos.

—Es solo un rasguño —protesto, pero incluso a mí me suena patético. El corte en mi muslo arde como fuego, y el desgarro en mi hombro me roba el aire con cada movimiento.

Ranma no responde. Con ayuda de un cuchillo rompe mi pantalón ajustado y arranca la tela que cubría mi pierna. Abre el botiquín de nuevo y empapa una gasa en antiséptico, limpiando con movimientos rápidos y torpes la sangre que corre por mi pierna. El líquido arde tanto que no puedo evitar un respingo, pero no me quejo. Él tampoco. Su concentración es casi feroz.

—No es tan malo, en serio, casi no duele —insisto, intentando apartar su mano—. Lo haré yo...

—Déjame hacerlo —interrumpe, cortante. La línea de su mandíbula está tan tensa que temo que los dientes se le astillen. Pero puedo ver en su mirada que hay algo más que no me está diciendo.

Sus dedos se deslizan por mi piel con una contradicción dolorosa: duelen, pero no quiero que se detenga. Su respiración es rápida y corta. Y por un instante, entre el eco de las olas y el pulso ensordecedor en mis oídos, me permito cerrar los ojos. Creo que ha terminado y luego de unos instantes siento el ligero toque de su mano grande y cálida sobre mi vientre.

—No tenías por qué arriesgarte tanto—gruñe, apenas un susurro—. Maldita sea, Akane... se supone que yo…que yo debo protegerte…protegerlos.

Su voz se quiebra al final y, aunque no quiero abrir los ojos, lo hago. El azul en los suyos parece más oscuro, opacado por algo que no sé si es miedo o furia. Quizá ambas cosas.

—Estoy aquí —respondo, intentando sonar firme, pero el temblor en mi voz lo arruina. — Sigo con vida. Ambos…lo hacemos. —coloco mi mano sobre la suya que se posa suavemente en mi vientre e intento sonreír, pero no sé si lo consigo porque siento unas enormes ganas de llorar, de gritar de ponerme de pie y correr hacia el mar, sumergirme y no salir nunca más.

Sus pupilas se dilatan apenas. La mano, en cambio, permanece firme. No dice nada más y yo tampoco. Quita su mano y sigue trabajando con determinación. Termina de vendar mi pierna y pasa a mi hombro, limpiando la herida con el mismo cuidado desesperado, revisa la quemadura de mi otra pierna y pone ungüento. Quiero decirle que estoy bien, que no se preocupe, que no importa lo que pase, no pienso dejarlo solo. Pero el nudo en mi garganta hace que las palabras se ahoguen.

Cuando al fin suelta un suspiro tembloroso, parece como si hubiera contenido el aire durante horas.

—Si algo te pasará... —Empieza, pero la frase queda suspendida, incapaz de completarla.

Me atrevo a sonreír, aunque duele. —Deberías preocuparte más por ti.

Ranma bufa, pero la amargura en el sonido revela más de lo que pretende.

—Ni lo sueñes.


El amanecer llega sin fanfarrias, deslizándose entre las ramas como un ladrón. La luz se cuela a través del follaje espeso, pintando la arena con reflejos dorados y sombras alargadas. No ha llovido. Ni una sola gota. La tormenta de la noche anterior fue solo electricidad y viento, un recordatorio de que los Vigilantes escondieron el agua solo para aquellos que pueda encontrarla como nosotros.

El aire aún huele a ozono y a hojas rotas. Me recuesto contra el tronco de un árbol, el dolor en mi pierna reducido a un latido sordo. Las curaciones de Ranma han funcionado, y aunque el ardor persiste, al menos no siento la sangre caliente corriendo por mi piel. La medicina del Capitolio ha cumplido su función ya que las quemaduras están casi cicatrizadas, aunque tienen unas feas costras que gracias al ungüento se ven más repulsivas aun con un color verdoso.

El sol comienza a subir con más fuerza. Shampoo despierta poco a poco, parpadeando contra la claridad. Su primera reacción es llevarse una mano al costado, la expresión desencajada, pero Kogane la calma con murmullos suaves y la ayuda a incorporarse.

Ranma y Ryoga regresan. La expresión en el rostro del tributo del siete es un mosaico de desconfianza y gratitud incómoda.

—¿Encontraron agua? —pregunto, aunque la respuesta está en sus manos. Las hojas grandes que sostienen están llenas de agua, recogida con la espita que nos envió Tofu gracias a los patrocinadores. El agua gotea de los bordes, clara y pura, y me apresuro a beber, dejando que el líquido frío me lave la garganta seca.

Gosunkugi y Kogane se acercan ansiosos a beber agua. Pero a pesar de todo ella sigue repitiendo una y otra vez esa odiosa frase que ya me tiene fastidiada, "tic, tac."

—No habíamos bebido nada desde que llegamos a la arena —añade Ryoga, agachándose junto a nosotros—. No sé cómo aguantamos tanto.

Kogane traga el agua en silencio y luego continúa susurrando furiosamente su letanía, con los ojos muy abiertos lo mismo una y otra vez, sus manos ahuecadas temblando un poco. Shampoo nos observa frunciendo el ceño en una pregunta muda mientras nos observa a todos lentamente. Quizás no recuerde mucho de la noche anterior y como llegaron aquí nuestros nuevos aliados.

—¿Por qué tardaste tanto? —pregunta con la voz rasposa. Ryoga se apresura a llevarle agua para que beba y mientras lo hace él le explica y todos escuchamos.

—Los busque en cuanto salimos en la plataforma, pero no sé nadar aquí que no sabía cómo rayos ir a la cornucopia, y luego esos malditos peces enormes rodeando las plataformas. Decidí que tenía que arriesgarme y, o me moría ahogado o uno de esos peces monstruosos me devoraba. Cuando salte me sorprendí de que no me hundiera, fue gracias a estos —dice quitándose el cinturón purpura—es algún dispositivo de flotación.

Vaya, pienso, así que fue por eso que me sentía tan ligera en el agua, francamente mientras Ranma me instruía a nadar en el lago, dijo muchas veces que era como intentar enseñar a un ladrillo a flotar, yo creí que era por mi pierna. Temí no conseguirlo cuando me lance al agua ese primer día ya que no sabía si conseguiría salir del agua antes de que esa cosa me alcanzara. Sacudo la cabeza para volver a poner atención al relato de Ryoga. Me perdí algunas cosas, pero no creo que fuera muy importantes.

—Así que tuve que huir del maldito de Kuno y de la loca de su hermana, me habría en cantado partirle la cabeza con mi hacha, pero este idiota— dice y le da un coscorrón a Gosunkugi que se aparta indignado de su lado y le murmura algo muy bajito a Kogane al oído. —Estaba más preocupado por conseguir ese maldito alambre que algún arma con que defenderse y de la fantasma ni hablamos. Tuve que arrastrarlos a ambos para salir de allí.

—Pero no lo entiendo ¿entonces ya todos sabían de la alianza? —pregunta Ranma.

—Por supuesto nenita, ¿sino porque me arriesgaría a sacar a estos descerebrados de la isla para traerlos conmigo?

—¡Te he dicho que no me llames así cerdo! —grita Ranma indignado interrumpiéndolo, pero Ryoga sonríe de medio lado y continua.

—Fue una lástima que Ilanna no lo consiguiera, —continua Ryoga como si Ranma no lo hubiera interrumpido— no era la gran cosa, pero era de mi distrito. La devoraron los monstruos marinos.

—Tiburones Ryoga, son tiburones—aclara Shampoo—así que supongo que se nos unieron anoche, mientras yo estaba inconsciente.

—Sí, encontramos una pequeña cueva donde pasar la noche luego de escapar del baño de sangre. No habíamos encontrado agua ni nada que fuera seguro comer, el calor nos estaba matando así que decidí pasar la noche ahí y continuar buscando cuando hubiera amanecido. Pero unas tres horas después de las campanadas y de que comenzara la tormenta eléctrica supe que algo andaba mal. El suelo empezó a retumbar. Al principio, pensé que era otra trampa del Capitolio, como las tormentas eléctricas o los tiburones esos. Y tenía razón ya que luego escuchamos el crujir de árboles cayendo, el rugido profundo que parecía venir de las entrañas de la tierra misma. Y entonces apareció.

La bestia rompió la línea de los árboles, una masa de músculos y espinas, con ojos inyectados en sangre que parecían brillar en la penumbra de la selva. Su piel, cubierta de placas gruesas y oscuras. El hedor a podredumbre inundó el aire, empuje a Gosunkugi para que empezara a correr, apenas reaccionó antes de tropezar como idiota con la maleza.

Corrimos. Las ramas nos cortaban la piel y las raíces nos hacían tropezar, haciéndonos tambalear. Kogane murmuraba entre dientes, "tic, tac, tic, tac", como un maldito reloj roto, sus ojos abiertos como platos mientras esquivaba raíces y piedras. Cada rugido de la criatura parecía sacudirnos los huesos.

—Un árbol estalló en astillas a mi lado, lanzándome contra el suelo. El dolor en la pierna me hizo ver destellos blancos, pero el instinto de supervivencia fue más fuerte. Me arrastré como pude, mordiendo el interior de mi boca hasta saborear hierro. Ryoga volvió por mí, sus ojos salvajes mientras lanzaba un corte con su hacha a las patas de la criatura. La hoja apenas arañó las escamas, pero logró distraerla. —Añade Gosunkugi con los ojos muy abiertos y la voz temblorosa. —¡Levántate! Gruñó, tirándome del brazo. Apenas me puse de pie cuando el suelo se sacudió de nuevo, y el monstruo giró su cabeza, las fauces abiertas mostrando dientes como cuchillas oxidadas.

—Gosunkugi señaló una pendiente cubierta de raíces y maleza, sus manos temblando tanto que casi soltó el alambre que casi nos costó la vida en la cornucopia. No tuvimos tiempo de pensar; sólo corrimos. —Continua Ryoga complementando la historia. — La pendiente cedió bajo nuestros pies y rodamos entre tierra y hojas podridas, golpeándonos contra piedras y troncos. Sentía la piel arder en cada raspón y el aire quemarme los pulmones. Un chillido cortó el aire cuando Kogane cayó mal, tuve que cargarla un buen rato. El monstruo rugió de nuevo, cada vez más cerca. Pude sentir su aliento, húmedo y ácido, en la nuca.

—Ryoga señaló una grieta entre dos rocas, y nos ordenó que entráramos, apenas lo suficientemente ancha para que pasáramos. Nos empujamos dentro, respirando a medias, con las costillas aplastadas contra la piedra. La criatura se detuvo, golpeando la roca con una fuerza que hizo caer polvo y pequeños fragmentos. Sus ojos brillaban como brasas, pero la abertura era demasiado estrecha para sus garras. Rugió, frustrada, y golpeó una, dos veces más antes de alejarse lentamente, su cola arrastrándose como un látigo. No nos movimos hasta que el retumbar de sus pasos se desvaneció. La oscuridad de la grieta era sofocante, y sólo se escuchaban nuestras respiraciones.

—Salimos como pudimos, tropezando y cojeando, hasta que finalmente vimos la luz de la luna filtrarse a través de los árboles. La orilla de la selva. Las piernas me temblaban, cada paso era una puñalada, pero avanzamos. Y entonces los vimos. —finaliza Ryoga.

Todos guardamos silencio unos momentos. Definitivamente fue una noche agitada para todos.

—¿Y cómo…? —pregunta Shampoo señalando las vendas que rodean su torso.

—Te enviaron un regalo gatita—le dice Ryoga con una cálida sonrisa mientras le enseña el botiquín. El rostro de Shampoo se ilumina con una tenue sonrisa. —Y Akane se encargó de atender todas tus heridas.

Debe ser algún mote cariñoso, eso de "gatita". Debo recordar que aquí todos se conocen desde hace tiempo, pero la forma en que Shampoo le sonríe me hace querer golpear algo. solo yo soy una casi desconocida para ellos, incluso Ranma ha tenido la oportunidad de pasar tiempo con algunos de estos tributos hace tiempo. La bilis amarga que sube por mi tráquea al recordar el por qué hace que sacuda mi cabeza. No quiero pensar en esas cosas. Aprieto la mano de Ranma que se ha sentado a mi lado para recordarme a mí misma que no puedo darme ese lujo ahora.

Shampoo no dice nada, solo me observa y con un asentimiento me agradece yo también asiento y desvió la mirada.

El hambre es otro problema. Mi estómago gruñe, un sonido bajo y traicionero. Me levanto con dificultad, ignorando el dolor en mi muslo, y reúno algunas lianas y cojo uno de los cuchillos pequeños de Ranma, una navaja.

—¿Qué se supone que harás con eso? —pregunta Ryoga observándome con desconfianza.

—Balm me enseñó cómo fabricar un anzuelo, cómo enhebrar el hilo natural y hacerlo lo suficientemente fuerte para un pez pequeño —digo sin pensar y la mirada perdida de Shampoo hacen que detenga en seco en mi explicación.

Guardo silencio. Me enfoco en cada giro, en cada nudo, dejando que mis dedos trabajen mientras mi mente intenta no pensar en lo que viene después.

—Es verdad ¿dónde está él? —pregunta Ryoga, pero Shampoo no contesta, en lugar de eso se pone de pie un poco tambaleante y tan pálida que temo que se desmaye en cualquier momento.

—Vamos chica en llamas te ayudaré a encontrar el almuerzo— dice y camina hacia la playa conmigo siguiéndola —te enseñaré unos cuantos trucos más.

Escucho la voz apagada de Ranma a nuestra espalda, explicándole a Ryoga y los demás todo lo que paso con nosotros desde que llegamos a la arena y también sobre Balm.

Cuando la punta del anzuelo improvisado brilla bajo la luz, me acerco al agua. El océano aquí es engañoso, la superficie calma pero las olas traicioneras. Meto los pies hasta los tobillos, el frío del agua mordiéndome la piel, aunque es un alivio para el calor sofocante del ambiente. Con movimientos lentos y pacientes, lanzo el anzuelo al agua, dejando que se hunda. Tal como Shampoo me indico antes de sumergirse en el agua con la navaja entre los dientes y una red en una mano. Le confesé mi preocupación por los tiburones, pero ella lo descarto al instante diciendo que si veía alguno saldría rápidamente.

El tiempo pierde sentido. El sol sube más alto, mi piel arde bajo sus rayos, pero finalmente, el tirón en el hilo me saca del trance. Un pez plateado lucha en la punta, sus escamas reflejando destellos cegadores. Lo saco con un tirón brusco y me cuesta no reírme. Hay algo casi absurdo en sentirme orgullosa de un pez pequeño cuando todo a mi alrededor grita muerte.

Cuando regreso al campamento con tres peces colgando de un hilo improvisado, Ryoga parpadea, sorprendido. —¡Genial! Eres todo un tesoro ¿Qué más sorpresas escondes detrás de esa preciosa carita? ¿dónde aprendiste a pescar bombón?

Enrojezco como una idiota. Nunca he sabido cómo reaccionar ante los cumplidos. —En el centro de entrenamiento. Balm me enseñó y Shampoo me dio algunos tips—respondo, sin más. No puedo explicarle que en realidad fue Ranma quien me enseño cuando fuimos al lago porque eso pondría en peligro a los que dejamos atrás en el distrito 12.

La reacción es inmediata. El silencio cae sobre nosotros como una manta pesada. Balm, el tributo del Distrito 4. Balm, el pescador. Balm, que murió hace menos de un día.

—Primero que nada "cerdo" deja de coquetearle a mi prometida— dice observando a Ryoga con dagas en los ojos— y segundo, bien hecho Akane. Gracias por esto—murmura Ranma, cogiendo los peces de mis manos y la tensión se disuelve un poco.

Shampoo aparece luego de unos minutos, imponente, hermosa, aunque aún bastante empalidecida, chorreando agua salada, con una pequeña red repleta de ostras. Es difícil creer que apenas ayer Shampoo estaba al borde de la muerte, y ahora se mueve con la determinación feroz de alguien que no planea morir aquí.

Shampoo se ofrece a preparar el pescado y los mariscos. Sus manos ágiles recogen hojas grandes y las coloca como platos improvisados. Usa la navaja con destreza, cortando el pescado en tiras finas y abre las ostras con la rapidez de la experiencia. Ella viene del 4 el distrito de pesca así que esto debe ser el pan de cada día para ella. El olor es intenso, salado, y la textura cruda me revuelve el estómago, pero he visto platillos similares en el Capitolio, una especie de sashimi exótico. Si la gente rica puede comerlo, yo también.

—¿Estás segura que esto no nos enfermará? —pregunta Gosunkugi a Shampoo mirando a Kogane, ambos con la piel pálida y las bocas secas.

—Es esto o nada —responde Ryoga, sin mucha paciencia—. Come o muere.

El sabor es metálico y fresco, y tengo que obligarme a masticar despacio, a no arriesgarme a atragantarme solo por llenar el vacío en mi estómago. El silencio que nos rodea es tan frágil que incluso el crujido de las hojas bajo nuestros pies parece un ruido ensordecedor. Pero para mí absoluto fastidio no puedo retener el pescado crudo, una náusea abominable me revuelve las entrañas y con una velocidad que desconocía en mi corro hacia la selva y vomito todo lo que he comido. Me asusta estar enferma o que el pescado fuera venenoso, pero luego recuerdo mi estado actual. Son náuseas por causa del embarazo.

—Vamos, tengo que comer algo. Por favor no me hagas esto—murmuro hablándole a la diminuta vida en mi interior.

Ranma está detrás de mí, pasando su mano fuerte por mi espalda una y otra vez, si me ha oído hablar no da señales de ello.

—¿Te sientes mejor? — pregunta luego de unos momentos de incomodo silencio.

Sacudo con la cabeza afirmativamente.

Él chasquea la lengua, — buscaré algo que puedas comer.

Y luego se adentra en la selva unos minutos en los que mi corazón no deja de latir con fuerza. Lo observo desaparecer entre los árboles y no puedo evitar que mi estómago se hunda, no por el malestar y la náusea, sino por el miedo insondable de que no regrese y luego lo veo salir con algunos de los frutos secos que recogimos y freímos en el campo de fuerza el primer día y mi corazón vuelve a latir con normalidad de nuevo, aliviado de verlo nuevamente a mi lado.

—No podemos cocinarlos, pero quizá puedas comerlos igual—dice acercándose a mí y me ofrece uno al que le ha quitado la piel.

Lo tomo y lentamente muerdo un pequeño pedacito, para mi asombro no es tan malo, la acides hace que mi estómago se asiente.

—Gracias.

—No tienes nada que agradecerme—dice pasándome un brazo por la espalda y apretando con fuerza acercándome a él. —Es lo mínimo que debo hacer… alimentarte.

Su brazo alrededor de mí es la única cosa firme en un mundo que se desmorona. Cierro los ojos un instante, permitiéndome ese consuelo antes de que la realidad vuelva a aplastarme.


A medida que el día avanza, el agotamiento nos alcanza. Los párpados se sienten pesados y las heridas, aunque tratadas, laten con cada movimiento. Decidimos turnarnos para descansar, manteniendo siempre a alguien vigilando. La tormenta, los monstruos y la lucha de la noche anterior aún ronda en nuestros pensamientos, su energía persiste, y nadie se atreve a confiar en la tregua.

Durante la noche, el cielo se ilumina de nuevo, pero esta vez no hay relámpagos, solo el destello frío de la proyección del rostro de Balm, y el sonido distante del himno del Capitolio anunciando a los caídos, Ilanna, el rostro cándido del tributo mujer del 7, compañera de Ryoga y también aparece el rostro de Chaff, el viejo amigo de Tofu. Recuerdo aquella risa franca y alegre del tributo del 11 e intento no pensar en la tristeza que debe estar pasando Tofu, mi mente recorre cada rostro conocido. Shampoo de nuevo con esa mirada perdida, viendo el mar con tristeza, Ryoga con el ceño fruncido arrancando briznas de hierva del suelo.

Me acurruco cerca de Ranma, mi cuerpo buscando su calor de manera instintiva. Su respiración es baja y regular, pero la tensión en su postura revela que no está dormido. Ninguno de nosotros lo está realmente.

Mañana, la tregua podría terminar. Y necesitamos un plan.

Continuara…


Y hasta ahí lo dejamos esta vez ¿qué les pareció? ¿Voy por buen camino? Ojalá que sí, estoy tratando de alejarme de la historia original pero no demasiado, ya saben, poniéndole mi toque personal.

Como les mencioné arriba, estoy sumamente agradecida por el tiempo que se tomaron para dejarme algún comentario y más que feliz por sus bellas palabras.

En verdad me animan a seguir escribiendo.

Aun así, debido a los problemas de FF no sé si será conveniente seguir mucho tiempo en la plataforma, es tristísimo, ya que aquí empecé mi camino en los facfictions, pero quizá deba migrar. Es por eso que comencé a re subir algunos de mis viejos fics, por supuesto, he reescrito lo que he subido, corrigiendo errores, etc.

Si alguien quiere pueden buscarme en AO3 con el mismo seudónimo "Edisa Inu". En cuanto pueda también empezaré a subir estas historias más nuevas allí también.

Sin más es hora de agradecer personalmente, gracias por sus reviews a:

Morix2: Aww, bella ¿Quién soy yo para que me llames grandiosa? Para nada, pero hago mi mejor esfuerzo para mejorar y creo que se ha notado mi crecimiento en la escritura y agradezco que personitas bellas como tú lo noten y puedan disfrutar de mis esfuerzos. Me fascina haberte hecho dudar de tu comprensión lectora, jajaja. ¡De eso se trataba! Recuerdo que cuando leí los libros originales de LJDH, y llegué a esa parte, regresé a releer sobre esas noches en el tren esperando haber pasado algo por alto, jajaja. Y mientras escribía este fic, dije ¿Por qué no hacerlo real esta vez? Y aquí tienes el resultado. Ojalá te haya gustado este capítulo. Saludos y abrazos bella.

Benani0125: ¡Hola guapa! Jajaja, Kamisama redentor, me encanta la frase quizá te la robe y la use en algún capítulo, solo no me demandes por derechos de autor, jajaja. ¿Qué tal este capítulo? ¿también te he dejado sin palabras? Espero mínimo, que te haya gustado toda la acción. Y no te preocupes, mientras pueda seguiré escribiendo hasta terminar esta historia y las que sigan. ¡Saludos enormes guapa!

Invitado: Querida personita incógnita, mil gracias por su review, me encantaría saber tu nombre. Ojalá algún día te animes a decírmelo. Si me he dado cuenta de los problemas de FF, ya estaba en la calle de la amargura, jajaja. Pensando quizá que se habían cansado de esperar actualizaciones y habían dejado de lado la historia, gratamente veo que no es así. Gracias por leer, espero este capítulo también te haya gustado. ¡Saludos gigantes!

Lucitachan: Uff, que largo review, ¡estoy feliz! Primero que nada, gracias por tomarte el tiempo entre tus muchas ocupaciones para comentar. Que gusto que, a pesar de las fallas, hayas podido leerme al 2x1, ¡premio doble! dirían por ahí, jejeje. Lo del embarazo real tenía que ser si o si, esta vez ha sido como muchos de esos embarazos adolescentes, pegó a la primera, jajaja. Y claro que tenía que haber escenita chenchualona, pero no la hice tan hot como me habría gustado porque el ritmo y las emociones de la historia en ese capítulo eran distintas a otros capítulos. ¿Qué te ha parecido esta actualización? Espero que haya sido de tu agrado. ¡Rankane por siempre! Saludos enormes linda.

Luceritoorozco07: Holis, hay que lindas palabras, mil gracias por tomarte el tiempo de escribirme, me has hecho muy feliz. Y sí, esas emociones agridulces de Ranma y Akane al saber del bebé, han sido difíciles de escribir para mí. Espero de todo corazón que te haya gustado esta actualización. ¡Saludos enormes bella!

Darkarinita: ¡Eah! Escribí bien tu nicname a la primera. Jeje. Holis bonis. Para, para que me haces sonrojar, jajaja, ¿estuvo bueno el capi verdad? Estoy feliz de que te haya gustado. Akanita con premio sorpresa, ups diría la Britney. ¿Ya leíste en qué momento se gestó el baby? ¿Qué te parecio? Ojalá te haya gustado y también este nuevo capítulo. ¡Saludos gigantes bonis!

Chus: Sera acaso este mi ser amado, jajaja, naa te creas, ¿eres quien me ha estado dejando reviews en modo invitado? Si es así, mil gracias por tus comentarios. Sino, pues igual ¡mil gracias cariño! Me alaga un montón que digas que no sueles dejar comentarios y que te hayas tomado la molestia de hacerlo en esta historia me vuela la cabeza de felicidad. Espero seguirte leyendo frecuentemente y que este capítulo te haya gustado. Saludos enormes.

Sin más por el momento nos leemos en el próximo capítulo, bye, bye.