Buenos días, tardes o noches, he resubido la historia, por que al querer meterme para revisar que estuviera bien publicada, me decía que no tenia ningún capitulo, aunque contaba con 4 capítulos, espero que ahora si, todo marche bien. Realmente no se que este pasando, nunca había tenido ningún problema respecto a publicar algún libro, pero no se si es que alguien lo reporta o como es que no se encuentra la historia, aunque si aparezca en el motor de búsqueda dice que no cuenta con ningún capitulo, estaré trabajando en el siguiente libro, si esto sigue ocurriendo creo que cambiare a hacer dos capítulos del mismo para acortarlos.


Disclaimer: Tanto la historia como los personajes no me pertenecen todos los derechos a sus respectivos autores, yo solo los utilizo para mi diversión.


1.-Héroe

La gala musical en el espectacular auditorio de Los Ángeles era divertida y todos los asistentes lo pasaban muy bien.

Productores musicales, cantantes, actores, modelos y guionistas de cine bebían, bailaban y cantaban al sonido de la mejor música del momento.

Uno de los asistentes más solicitados era Jellal Fullbuster.

Un compositor guapo, simpático, seductor y moreno de ojos verdes que las volvía locas a todas, y no sólo por su fascinante mirada. Jellal era el mediano de los hermanos Fullbuster, hijo de la fallecida cantante Mika Fernández, más conocida como La Leona, y cuñado de Juvia, la cantante que estaba pegando fuerte en las listas de ventas.

Jellal era el soltero más cotizado de Los Ángeles y, vestido con aquel traje negro, la camisa blanca y la pajarita, era una delicia para la vista. Era un hombre que no se dejaba enamorar por nadie, pero que las enamoraba a todas con sus felinos ojos claros, su porte atlético y su sonrisa cautivadora.

Mientras sonaba de fondo Treasure, de Bruno Mars, y la gente bailaba, él hablaba con una guapa modelo rusa, consciente por cómo ésta se tocaba el pelo, se mordía el labio inferior y sonreía, de que la noche prometía. Sin duda la joven había caído en sus redes sin él apenas proponérselo.

—Jellal, ¿puedes venir un momento?

Al oír la voz de Juvia, le guiñó un ojo a la mujer que estaba con él y, tras pedirle un segundo, se acercó a su cuñada. Ésta, con una sonrisa, cuchicheó en su oído:

—Me acaban de proponer grabar una canción con Beyoncé y Jennifer López. ¿Qué te parece la idea?

—Wepaaaaaa —respondió él.

Juntar a aquellas tres diosas de la música, guapas, sexis y triunfadoras era como poco una gran idea y contestó encantado:

—Creo que será un exitazo. ¿Quién te lo ha propuesto?

Con disimulo, la joven se movió hacia la derecha y murmuró:

—El que está hablando con tu hermano Gajeel.

Jellal miró con curiosidad y, al ver quién era, asintió.

—Alfred Delawey, vaya... vaya...

Ambos reían contentos cuando Gray, otro de los hermanos de Jellal, y marido de Juvia, se acercó a ellos y, tras darle a su mujer la bebida que llevaba en la mano y agarrarla por la cintura, preguntó:

—¿Qué tramáis?

—Le contaba a Jellal la proposición de Delawey —contestó ella, apoyando mimosa la cabeza en su hombro.

—¿Qué te parece a ti, Gray? —le preguntó Jellal a su hermano.

El doctor Gray Fullbuster, un hombre bastante celoso de su intimidad sonrió al entender por dónde iba la pregunta y, tras darle un beso en la frente a su mujer, respondió:

—Me parece bien.

Juvia y Jellal se miraron extrañados.

—¿Ninguna objeción? —insistió éste.

Gray soltó una carcajada. Si algo había aprendido en aquel tiempo era a confiar en su mujer y, sin soltarla, dijo:

—Alfred no es un tipo que me caiga especialmente bien, pero Juvia sabe lo que hace.

Ella levantó las cejas divertida y se puso de puntillas para darle a Gray un beso en los labios.

—Si es que más guapo, precioso, buenorro y achuchable no puedes ser, cariño —exclamó.

Encantado, el doctor Fullbuster sonrió y se dejó besar. Adoraba a su esposa. Ella era única y, sin duda alguna, lo mejor que le había pasado en la vida.

Jellal puso los ojos en blanco. El amor que se profesaban aquellos dos era apasionado e increíble y masculló:

—Ya estamos con el besuqueo.

Ellos lo miraron divertidos y Juvia preguntó:

—¿Envidia?

—Nooooooo —se mofó Jellal, mirando a la rusa—. No digas tonterías. Tengo lo que quiero.

Juvia miró en la misma dirección.

—Esa mujer es muy guapa, pero sólo con verla sé que no es para ti — comentó.

Gray soltó una carcajada y Jellal replicó divertido:

—Cuñada, mi vida es estupenda. Hago lo que quiero y estoy con quien quiero. ¿Qué más puedo pedir?

Ella lo miró. Jellal tenía razón, pero aun así, dijo:

—Sé que tienes lo que quieres, pero todas esas mujeres son más falsas que un dólar con la cara del Pato Donald. La mayoría sólo quieren salir en la prensa contigo y promocionarse.

—Lo sé. Pero no olvides, Peliazul, que yo también quiero de ellas algo muy simple: sexo. Nada más.

—A este paso, como se dice en España, te quedarás para vestir santos —insistió la joven—. Joder, Jellal, que ya cuentas con una edad como para tener una familia. Te recuerdo que eres dos años mayor que Gray.

Divertido por su comentario, sonrió y, dándole un tirón de pelo, dijo:

—Ya os tengo a vosotros por familia y, por cierto, ¿me acabas de llamar viejo?

—Ya no eres un chavalito, colega —replicó ella, viendo que su marido se reía—. Eres un cuarentón y...

—Gray, ¿por qué no le dices a la entrometida de tu mujer que cierre la boca?

—Si me hablas así, te voy a mandar a freír espárragos, Jellal Fullbuster —masculló Juvia—. Me da igual lo que digas y lo que pienses. Creo que debes buscar a alguien especial y dejar de ir de flor en flor, o terminarás como tu hermanito Gajeel.

—Wepaaaaa, ¡qué golpe más bajo! —se mofó Gray.

—¡Dios me libre! —se carcajeó Jellal.

Los dos hermanos reían por lo que había dicho Juvia cuando llegó Gajeel, el primogénito. Se plantó ante ellos, cogió a Juvia del brazo, y dijo, tirando de ella:

—Ven; Delawey está como loco por hablar contigo, y además tienes que actuar con Luis Miguel.

—Estamos en una fiesta, Gajeel — protestó ella—, no en una reunión de trabajo.

Su cuñado, un obseso del trabajo y de las mujeres, la miró e insistió, suavizando la voz:

—Lo sé, preciosa. Pero no olvides que en estas fiestas se cierran buenos negocios.

Tras resoplar mirando a Jellal, Juvia le guiñó un ojo a su marido, que sonrió, y se marchó con Gajeel.

—Juvia tiene razón —le dijo Gray a Jellal cuando se quedaron solos

—Deberías encontrar a alguien que...

—Ya la tengo —lo cortó él y, señalando con disimulo, añadió—: Irina Sharapova. Metro noventa, exquisita elegancia y boca juguetona y sensual. Sin duda, voy a pasar una noche increíble.

Gray miró a la joven rusa. Era muy guapa, en efecto.

—No dudo que lo pases bien, pero...

—Gray, por Dios, ¡no empieces tú también con eso! Bastante tengo con escuchar a papá y ahora a Juvia — contestó Jellal.

Al darse cuenta de que tenía razón, Gray sonrió y, cambiando de tema, dijo:

—Gajeel sigue en su línea. No para ni un segundo.

—Ya lo conoces. Trabajo y mujeres son lo único que le interesa.

Ambos miraron a su hermano mayor, que, junto a Juvia, hablaba con Alfred Delawey.

—A mí me tiene preocupado — dijo Gray.

—¿Por qué?

Le contestó mientras miraba cómo Juvia subía al escenario para cantar con Luis Miguel:

—Desde que se separó de Levy va pasado de vueltas con todo. Trabajo, viajes, fiestas, mujeres. Hace dos semanas ingresaron en el hospital donde trabajo a Sean Shelton. Al parecer, se extralimitó con la cocaína durante una fiestecita, y ahí lo tienes de nuevo.

Jellal miró a aquel amigo de correrías de su hermano, mientras los primeros acordes de la canción Delirio comenzaban a sonar y los asistentes aplaudían a Juvia y a Luis Miguel.

Gray, encantado de contemplar a su bonita mujer en el escenario, sonrió al ver que ella le guiñaba un ojo y comenzaba a cantar:

Si pudiera expresarte cómo es de inmenso

en el fondo de mi corazón mi amor por ti.

Jellal sonrió al ver la cara de tonto que ponía su hermano al oír cantar a su mujer y cuando Luis Miguel se arrancó, murmuró:

—Siempre me ha gustado esta canción.

—Es preciosa —afirmó Gray, hechizado por la magia de Juvia.

Durante un rato contemplaron la actuación. Sin duda se notaba que Luis Miguel y ella tenían buena conexión en el escenario y lo sabían transmitir a los asistentes. Al cabo de un rato, al ver a Gajeel riendo con Sean Shelton, Gray retomó la conversación:

—Gajeel sale mucho con él de fiesta y eso me da que pensar.

Ambos miraron a los dos hombres con curiosidad.

—No creo, Gray —contestó Jellal

—. Gajeel nunca ha tonteado con las drogas y...

No pudo decir más porque de pronto se oyó el ruido de unas copas al caer al suelo y, al volverse, vieron a una chica del catering con el pelo de colores, caída entre los cristales.

Rápidamente, Gray se agachó para ayudarla.

—¿Estás bien? ¿Te has cortado? — le preguntó.

La joven negó con la cabeza y, levantándose, contestó:

—Estoy bien, gracias, señor. —Y al ver cómo la miraba, aclaró—: El suelo debía de estar mojado por alguna bebida, no lo he visto y... ¡Madre mía, pero si lo he empapado! —exclamó, al ver mover la pierna al hombre que estaba con el que se había agachado.

Jellal, al entender que se refería a él, sonrió y dijo:

—Tranquila, señorita. No ha sido demasiado.

Pero la joven, angustiada, murmuró con apuro:

—De verdad, ha sido sin querer. Lo siento... lo siento...

Sorprendido por tanta preocupación, Jellal la miró y vio que estiraba el cuello y echaba un vistazo a los lados, inquieta.

—Lo sé, mujer... tranquila.

De pronto, ella frunció el cejo al ver que otro camarero joven le hacía señas.

—¡Maldita sea! —masculló.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jellal.

Sin prestarle la atención que normalmente le mostraban las mujeres, la chica se retiró un mechón rosa de la cara y susurró:

—Ay, Dios, ¡ya viene!

Gray y Jellal se miraron sin entender nada.

—¿Quién viene? —le preguntó este último, acercándose a ella.

Avisada por Erik, Erza había visto que su jefe, el señor Sebastián, al que entre ellos llamaban el Cangrejo, caminaba hacia ella, para su desgracia. Miró a los hombres que la observaban y al ver que no parecían tan estirados como otros que se hallaban en aquella fiesta, se acercó al que estaba hablando con ella y dijo:

—Tengo un jefe algo difícil de tratar y bastante pesadito para ciertas cosas. Y cuando vea lo que he hecho, estoy segura de que me caerá una buena.

—¿En serio? —preguntó Jellal.

La joven del pelo de colores asintió con un gracioso gesto y, poniendo carita de perrillo abandonado, respondió:

—Totalmente en serio.

—Tranquila —dijo él divertido—. Le explicaremos que no ha sido culpa tuya.

—Gracias. Es usted muy amable.

Los tres sonrieron y ella, al ver cómo la miraba aquel bombón moreno, añadió:

—Si este trabajo no fuera tan importante para mí, le aseguro que lo mandaría a freír espárragos, pero...

—¿Española? —preguntó Gray entonces.

La joven se encogió de hombros y respondió:

—Sí. ¿Por qué?

—Mi mujer también es española. De Tenerife —explicó Gray—. Y cuando has dicho eso de mandar a freír espárragos...

Ella sonrió y, al ver acercarse a su jefe, le preguntó a Jellal:

—¿Realmente me quiere ayudar? —Él asintió y ella, olvidándose de formalismos, añadió—: Entonces, ¡sígueme la corriente!

Gray sonrió divertido cuando oyó que su hermano preguntaba:

—¿Qué te siga qué?

—Chissss... ¡que se acerca!

Un segundo después, un hombre se plantó ante ellos y, mirando a la joven, le entregó un cepillo y un recogedor y preguntó:

—¿Qué ha ocurrido, Erza?

La muchacha comenzó a recoger el estropicio y respondió:

—Un golpe me ha desequilibrado y...

—¿Un golpe? —gruñó su jefe, mirándola, pero antes de que pudiera decir nada más.

Jellal mintió:

—Ha sido culpa mía. Ella venía cargada con la bandeja llena de copas, no la he visto, le he dado un empujón y se ha caído al suelo. Por suerte no le ha ocurrido nada ni se ha cortado.

Tras escucharlo, el hombre miró a la muchacha, que se encogió de hombros con gracia.

—He intentado esquivarlo, señor Sebastián, pero me ha sido imposible.

—Ha sido un movimiento involuntario de mi hermano. Es un poco torpe —intervino Gray, ganándose una mirada divertida de Jellal, y a continuación se puso a aplaudir porque acababa de terminar la actuación de su mujer.

El jefe los observó a los tres y finalmente dijo:

—Aun así, siento el desagradable incidente, señores. —Y volviéndose hacia la joven, siseó con voz seca—: Debes tener más cuidado y estar pendiente de lo que haces, ¿acaso no os lo he advertido antes de empezar?

—Sí, señor. Nos lo ha advertido, pero...

—Le acabo de decir que ha sido culpa mía —insistió Jellal molesto.

El hombre asintió y, tras sonreírle, volvió a mirar a la joven y concluyó:

—Sigue trabajando e intenta que no se repita lo ocurrido. Ya hablaremos cuando finalice el evento.

Y, sin más, ante la atenta mirada de los tres, se marchó. Erza, convencida de la bronca que le iba a caer, terminó de recoger los cristales del suelo sin demora y cuando acabó, dijo con una sonrisa cansada, sin apenas prestarles atención:

—Muchas gracias por su ayuda.

Gray y Jellal asintieron y miraron cómo se alejaba. Al llegar a las cocinas, Erza tiró los cristales en el cubo de la basura y al dejar el cepillo y el recogedor, vio que Erik entraba con una bandeja vacía y, acercándose a él, murmuró horrorizada:

—Creo haber visto en la fiesta a Wally Buchanan.

—¡No jorobes! —exclamó él, dejando la bandeja que llevaba en las manos.

Wally Buchanan era el ex de Erza. Un hombre que la había hecho sufrir más de la cuenta y del que había escapado tiempo atrás. Nerviosa y alterada, se dio aire con las manos y gimió:

—No sé si es él o no. No lo sé. Me he puesto nerviosa y me he caído al suelo y...

—Tranquila, tranquila —la interrumpió Erik y, agarrándola de la mano con decisión, dijo —Vamos, debemos saber si es él o no podrás seguir trabajando.

Salieron de la cocina con las bandejas vacías, sin que su jefe los viera. Con cuidado, recorrieron la sala en busca de aquel hombre y, al acabar, Erza respiró aliviada al darse cuenta de que lo había confundido con otro. Una vez entraron de nuevo en la cocina, la joven sonrió y, bebiendo un trago de agua, murmuró:

—Menos mal... menos mal.

Erik sonrió a su vez y tras beber agua él también, preguntó:

—¿Quiénes eran esos con los que hablabas, cachorra?

Ella se encogió de hombros.

—Ni idea, Erik, pero me han ayudado con el Cangrejo.

—¿Te han salvado el culo?

Al oír esa expresión tan española, Erza asintió y su amigo dijo:

—Pues sean quienes sean, la palabra «impresionante» se queda corta para describir a esos dos adonis de cuerpos esculturales y apolíneos. Por cierto, tendrías que haber visto a Rosalyn la pechugona con unos tíos de la fiesta. La muy descarada les servía mientras les enseñaba el canalillo.

Más tranquila, ella sonrió.

—Así me gusta —dijo Erik, cogiéndole la mano—. Sonriente estás mil veces más guapa. Por cierto, cada día me gusta más tu pelo, creo que me animaré a hacerme yo también unas mechas multicolores.

Erza suspiró. Llevaba el pelo teñido de colores para ocultar su llamativa melena roja y para que Wally Buchanan no la pudiera reconocer.

—Pues te recuerdo que tenemos al mejor peluquero del mundo —contestó ella, mirando a su buen amigo.

—¡Mi Racer es el dios del tinte! Erza sonrió. Racer, el marido de Erik, era peluquero, y lo que aprendía en sus cursos de peluquería creativa lo experimentaba con ellos antes de llevarlos a la práctica en el salón que regentaba

Sin aquellos dos inmejorables amigos, su vida en Los Ángeles sería un caos; más contenta, añadió:

—De una cosa no me cabe la menor duda. ¡Es tendencia!

En ésas estaban cuando el señor Sebastián, alias el Cangrejo, se acercó a ellos. Como era de esperar, a Erza le cayó una buena bronca por su supuesta torpeza. Al terminar, el hombre dijo:

—Erik, Erza, haced el favor de sacar la basura y llevarla al contenedor ¡ya!

Sin rechistar, ambos asintieron y, cuando él se fue, Erik murmuró:

—El Cangrejo debe de llevar una vida sexual malísima. No es normal que esté siempre de tan mal humor, ¿no crees?

Erza sonrió y cuchicheó:

—Anda, saquemos la maldita basura al contenedor.

Al hacerlo se cruzaron con Natsu, el jefe de seguridad de casi todas las fiestas en las que trabajaban, que al ver a Erza dijo:

—Hola, cara bonita, ¿todo bien?

Ella sonrió y Erik marujeó al sentirse excluido del saludo:

—Helloooooooooooo, ¡yo también existo!

Natsu sonrió ante su salida y, guiñándoles un ojo, desapareció sin decir más.

—Qué buenorro está el jodío. Y cuando va en su moto, con esa chupa de cuero y su pinta de macarra, ¡está para comérselo enterito! Entre tú y yo, cachorra, todavía no entiendo cómo no te lo has zampado.

Erza se encogió de hombros. Natsu era un buen amigo y, a pesar de sus continuas insinuaciones y la atención que le prestaba, no veía nada más en él.

Mientras, en la fiesta, los hermanos Fullbuster seguían hablando de sus cosas y, tras terminar su copa, Jellal miró a la modelo rusa que los observaba no muy lejos y dijo:

—Te voy a dejar, hermano.

—¿Por qué? —Gray sonrió al imaginarse la respuesta.

Jellal, con su gran sex-appeal, miró con lujuria el cuerpo de la joven y respondió:

—Una guapa rusa requiere mi presencia y no me gusta hacerme de rogar.

Gray, divertido, le dio un puñetazo en el hombro y vio cómo su querido hermano se alejaba. Instantes después, Jellal se acercó a la rusa y, tras decirle algo al oído, ella sonrió y se marcharon juntos de la fiesta.

—¿Jellal se va? —preguntó Juvia, que acababa de llegar junto a su marido. Gray asintió. Miró a su bonita y peliazul mujer y, agarrándola por la cintura, acercó la boca a su oreja y murmuró:

—Has cantado maravillosamente bien, conejita. —Complacida, ella sonrió y él cuchicheó—: ¿Qué tal si me llevo a mi preciosa mujercita a otra parte?

—¿Adónde? —le preguntó Juvia sonriendo.

Gray se sacó una tarjeta del bolsillo, se la enseñó y, una vez ella leyó California Suite, añadió:

—Fabián nos espera allí.

Ella asintió complacida. Si algo le gustaba en el mundo era disfrutar de una buena sesión de fantasía y sexo con su marido y, encantada, respondió:

—Entonces no lo hagamos esperar.

Jellal salió del local riéndose con la rusa y, en cuanto el aparcacoches lo vio, le llevó rápidamente su impresionante Audi R8 Spyder gris oscuro. Al ver el coche, Irina sonrió.

No esperaba menos de aquel famoso compositor. Jellal, con galantería, le abrió la puerta para que entrara. Cuando la cerró, rodeó su coche con paso seguro mientras se desabrochaba la chaqueta del traje.

Desde el otro lado de la calle, junto al cubo de basura, Erik, que había presenciado la escena, miró a su amiga y preguntó:

—Cachorra, ¿no es ése uno de los adonis que te han salvado el culo en la fiesta ante el Cangrejo?

Sin prestarle excesiva atención, Erza lo miró y dijo:

—Sí.

Sin quitarle ojo, Erik lo escaneó. Moreno, alto, con clase y, por lo que veía, con un increíble coche que llamaba toda su atención.

—Visto a la luz de los focos y aunque sea de noche, es un hombre impresionante. Qué piernas más largas. No quiero imaginarme cómo debe de tener el resto.

Erza sonrió al oírlo y, mientras echaba la basura en el contenedor, contestó:

—Tampoco es para tanto, Erik.

—Sin duda, nena, a ti el radar se te estropeó hace tiempo —dijo él, negando con la cabeza y llevándose la mano al cuello—. ¡Ese tipo es una auténtica bomba sexual! ¿Cómo puedes decir que no es lo más de lo más?

Divertida, ella volvió a mirar al desconocido. No le cabía la menor duda de que aquel hombre podía ser una bomba, en España, en China, en Brasil y donde se lo propusiera.

Todavía recordaba sus increíbles ojazos claros, pero respondió:

—Pues muy fácil, corazón, porque tengo otras cosas en la cabeza que son más importantes que un tipo rico, sexy y atractivo para el que no existo. —Y, suspirando, exclamó—: Eso sí, ¡el coche que lleva es una pasada!

—Pero ¿cómo te puedes fijar en el coche teniendo a semejante adonis delante? —Erza levantó las cejas y Erik añadió—: Vale... vale... no he dicho naaaaaaaaaaaa.

mbos rieron.

—Al pobre le he empapado el pantalón, pero aun así ha sido amable conmigo —comentó ella.

—Qué monoooooooooo.

Sin mirarlos ni reparar en ellos, un sonriente Jellal pasó por su lado y, cuando se alejó,

Erza comentó:

—El día que me toque la lotería, prometo comprarte un coche igual.

—¿Con un hombre dentro como ése?

—No creo que a Racer le guste la idea

Erik sonrió y, retirándose el flequillo de la cara, respondió:

—A Race le gustaría tanto como a mí. Pero vale, me has convencido. Cuando te toque la lotería, quiero un coche igual, pero amarillo pollo, para que todo el mundo me vea venir.

Erza asintió divertida.

—Trato hecho. Será amarillo pollo.


Gracias por leer, espero cualquier Review que se agrecera.

Luthien