Disclaimer: Los personajes de Harry Potter son propiedad de J.K. Rowling. La historia es de Inadaze22.
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Capítulo tres: Dejar de lado todo lo demás
21 de marzo de 2011
Las tres claves de la jardinería eran una buena planificación, previsión y estrategia.
Lo que la convertía en el pasatiempo ideal para alguien como Hermione. Empezó como una sugerencia de su inmensamente molesto terapeuta y luego se convirtió en una válvula de escape para sus frustraciones cuando todo el mundo la trataba como si estuviera hecha de cristal.
Pero después de muchos fracasos, un gran avance en la terapia y dedicarle tiempo al autodescubrimiento, Hermione empezó a comprender que la jardinería era algo más que cavar hoyos, plantar plantas y regarlas adecuadamente.
Se trataba de establecer conexiones.
Conexiones entre ciencia, arte y biología. Se sintió fascinada por la armonía de todas las cosas: poner las plantas en su entorno hasta que prosperaran.
La experimentación era otro concepto de la jardinería que Hermione aún no dominaba, pero eso se debía a otro de sus problemas.
Experimentar implicaba probar y fracasar. Ya había hecho bastante de ambas cosas y ahora mismo eso no le interesaba.
Hermione quería vivir sencillamente, mantener el status quo y perfeccionar lo que ya sabía antes de intentar nada nuevo.
Lo que la devolvía a su esencia: investigar y aprender. Pero ahora la impulsaba el deseo de mejorarse a sí misma y al mundo.
Al menos en algo que realmente marcara la diferencia...
Y que no la matara en el proceso.
En lugar de leyes, estudiaba el clima y los patrones meteorológicos de la zona e investigaba el propósito de la siembra en interiores.
En vez de dejarse arrastrar por las maquinaciones de los más poderosos del Ministerio, que solo la utilizaban para quedar mejor, Hermione estudiaba y analizaba el suelo para encontrar el pH adecuado y dominar el arte de la fertilización.
En lugar de dedicarse a la política y a aprender a qué miembros del Wizengamot debía evitar o acercarse, se familiarizaba con las protecciones correctas para disuadir a la vida salvaje. Construyó un invernadero que contenía todo lo que necesitaba.
Y en lugar de hacer el trabajo de seis personas, Hermione hizo el trabajo de una: que combinaba todos sus conocimientos, cultivar y labrar la tierra para preparar el crecimiento.
Era estimulante.
Nunca era aburrido, siempre era terapéutico.
Un pasatiempo práctico para una persona práctica.
La jardinería le enseñó muchas cosas.
Todo crecimiento empieza con una semilla; lo que haga depende de ella.
Perder plantas le enseñó el valor de la vida.
Comprendía la importancia de cada paso que debía dar para alimentar algo hasta que creciera sano y fuerte. Todo lo que cultivaba tenía un propósito: hierbas para pociones, frutas y verduras para el consumo. Cada proceso era importante: el cuidado y abono para maximizar la producción. Y ciertos ingredientes eran vitales, independientemente de lo que cultivara: sol, agua, tiempo y paciencia.
Pero la jardinería también le enseñó a tener cuidado con las malas hierbas.
Eran difíciles de identificar, así como las personas. Algunas eran inofensivas, se integraban en el entorno y vivían junto a las plantas. En raras ocasiones, incluso eran beneficiosas. Pero otras eran destructivas y ella se aseguraba de arrancarlas inmediatamente. Porque si no lo hacía, podían extenderse y crecer con más fuerza, asfixiando la vida de las otras plantas. Las malas hierbas podían empobrecer el suelo agotando los nutrientes para fortalecerse.
Una de esas malas hierbas esperaba a Hermione en el despacho de su casa.
Tiberius McLaggen.
Hermione estaba deseando que alguien lo arrancara de raíz.
Tras el final de la guerra, la silenciosa pérdida del cargo de ministro había creado un vacío en el poder como nunca se había visto en el Mundo de los Magos. El caos fue la razón por la que pasó desapercibido y todos los altos cargos del Ministerio que no habían estado asociados con Voldemort se apresuraron a llenar ese vacío.
Uno de los puestos vacantes había sido el de jefe de Magos, el jefe del Wizengamot.
El hombre que lo había ocupado se encontraba ahora en su despacho, observando su escritorio lleno de plantas que estaban casi listas para ser plantadas. Su presencia no habría sido un problema si el cambio de la estructura del gobierno no lo hubiera convertido en el mago más poderoso del país.
Porque era tan corrupto como los demás.
Su presencia solidificó eso.
Tiberius solía enviar a Cormac, lo que siempre era una experiencia esclarecedora. Especialmente cuando él mantenía sus manos quietas y se guardaba sus pensamientos sobre su figura.
Aun así, Cormac era fácil de manejar.
¿Pero Tiberius?
Aparte de su afición por sobornar para salirse con la suya, no sabía lo suficiente sobre él como para formarse una verdadera opinión.
—Jefe de Magos —saludó Hermione desde la puerta.
Tenía unos cincuenta años, pero parecía más joven. Al igual que Cormac, era alto, robusto e imponente. Su cabello castaño era igual de rizado, pero sus ojos eran tan diferentes como su presencia.
Cormac miraba lascivamente y coqueteaba, pero Tiberius era cortante.
Tiberius era de los que tenían un propósito detrás de todo, incluso de su vestimenta. Llevaba un traje formal, lo que mostraba su posición de poder. La expresión agradable en su rostro era tan falsa como un galeón de cobre.
—Ah, señorita Granger —juntó las manos—. Me preguntaba cuándo aparecería.
Su plan había sido no aparecer hasta después de que él saliera del flú por el que había entrado. Sin embargo, después de merodear unos treinta minutos por el huerto, Tiberius mostró un agravante nivel de persistencia.
En ese aspecto, era como su sobrino.
—Su despacho es bastante... Animado.
Era espacioso y en su mayor parte ordenado; acogedor, pero era lo suficientemente profesional para Hermione. Pansy estaba deseando decorarlo, pero por ahora su despacho era una mescolanza de muebles que acentuaban las paredes blancas y los suelos de roble. Sobre la mesa, junto a sus plantas, había macetas individuales con sus alborotadoras, dittany y moly, que se negaban a brotar y necesitaban más atención.
—Gracias —inclinó ligeramente la cabeza—. Mi horario de oficina no empieza hasta dentro de una hora.
—Mis disculpas, no sabía que necesitaba una cita.
—Independientemente de su posición, tengo un horario que cumplir y una reunión dentro de una hora, así que, por favor, sea breve —cruzó la habitación hasta su escritorio, tomando asiento y señalando al del enfrente—. ¿Está aquí para una consulta? De momento no estoy aceptando nuevos pacientes, pero siempre puedo recomendarle a uno de mis colegas. Es decir, sí sé qué tipo de cuidados necesita.
Él rechazó el asiento, un indicio más de que estaba allí con un propósito específico.
—No estoy aquí para una consulta. Es una visita amistosa.
Hermione no estaba segura de si Tiberius estaba siendo amistoso, amenazador o un poco de ambos.
—No sabía que fuéramos amigos.
La sonrisa de Tiberius se volvió fría. Definitivamente, amenazadora.
—Mi sobrino ha estado cantando alabanzas hacia ti desde Hogwarts. Y sigue haciéndolo después de reunirse contigo, aun con tus continuos rechazos a las ofertas del Ministerio.
—Ya veo —mantener el desagrado fuera de su rostro fue una lucha—. Pero eso no nos convierte en amigos. En conocidos, como mucho.
—En cualquier caso, él cree firmemente que cambiarás de opinión...
—Entonces está claro que no me conoce bien.
Como los contrincantes de ajedrez, intentaron adivinar el siguiente movimiento del otro. Hermione estaba en blanco. Aparte de ser heroína de la guerra, era un pequeño engranaje en una gran máquina. La presencia de Tiberius rompía todo tipo de reglas, al igual que la apatía de ella al respecto.
—Un consejo, señorita Granger. Cuando el jefe de Magos saca tiempo de su apretada agenda para visitarte, al menos deberías fingir que estás contenta.
—Lo recordaré —abrió la carpeta que tenía sobre el escritorio para preparar su próxima reunión, cruzó las manos y se inclinó—. ¿Quieres interés, pero llamar a esto una visita amistosa? Confieso que estoy perpleja. ¿A qué ha venido, jefe de Magos?
Tiberius no dijo nada al principio, mirando las verduras y la planta de eucalipto.
—Antes de ver tu dedicación durante tu tiempo en el Ministerio, pensaba que Cormac exageraba sus cuentos sobre tu inteligencia. Ahora sé que decía la verdad. Eres lo suficientemente inteligente como para adivinar mi propósito para venir aquí.
—Puedo hacerlo.
—El trabajo que hiciste antes de tu desafortunada partida fue impresionante. Quería ver personalmente si habías trasladado ese éxito a tu nuevo puesto —señaló el despacho que los rodeaba—. Parece que sí.
—Me ha estado vigilando.
—Vigilar es un término muy duro —su respuesta evasiva le recordó a su sobrino. Por todas las razones equivocadas—. Prefiero pensar en ello como un seguimiento de tu ilustre carrera.
Eso le dio... Bueno, no una idea, sino algo que necesitaba confirmar.
—Ah, así que tú estás detrás de las ofertas de trabajo del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. No fue Hestia.
—¿Si fui yo? —Sus ojos se detuvieron en las plantas alborotadoras y luego cambiaron hacia ella—. El departamento bajo el mando de Hestia Jones está sufriendo una crisis de imagen que ni siquiera la promoción del famoso Harry Potter a Auror jefe ha podido curar.
Eso era lo que ocurría cuando se dejaba una herida sin atender: supuraba hasta que todo a su alrededor tenía que desaparecer.
—La confianza del público en los encargados de mantener la ley y el orden está decayendo. Es un problema que a Harry Potter no le importa.
Hermione movió el dedo, utilizando magia sin varita para levantar una tetera hechizada para mantener el calor. Con otro movimiento de muñeca, vertió el líquido humeante en una taza de té. Tiberius la observó como si debiera haber tenido una reacción diferente, una que no la dejara lo bastante tranquila como para beber té en presencia del mago más poderoso del país.
Solo después de tomar el primer sorbo se dirigió al ahora furioso Tiberius.
—Podría decirse que Harry no solo tiene que preocuparse por la confianza del público. Parece que estas bastante interesado en esconder a los Mortífagos bajo la alfombra. Un Auror ha desaparecido, varios otros resultaron heridos hace apenas unos días y, sin embargo, eso no se mencionó en los periódicos. No se informó al público. Ni se emitieron advertencias.
—Creímos que no había necesidad de alarmar al público.
—Así que controlas los medios de comunicación —Hermione se recostó en su silla—. Eso me resulta familiar.
Tiberius se erizó.
—Eso no es cierto, señorita Granger. Solo hemos pedido que publiquen la noticia la próxima semana para que eso no interfiera con la investigación.
—¿Qué investigación? Por lo que he oído, no van a permitir que se envíe un equipo a buscar a Mathers.
Tiberius colocó las manos en su espalda, una posición cómoda y de superioridad.
No se sentía amenazado por ella y sentía la necesidad de demostrarlo. Interesante.
—Estás muy informada para ser alguien que no tiene ninguna inclinación a volver al Ministerio.
—No las tengo.
—Qué vergüenza —él murmuró—. A Harry Potter le vendría bien tenerte a su lado. A Draco Malfoy también.
Manteniendo su molestia interna, Hermione bebió otro sorbo.
—¿Por qué ponerlos en puestos de poder si no crees que puedan hacer su trabajo?
—Su talento no fue la razón por la que los colocaron en sus puestos actuales —eso Hermione lo sabía—. Harry Potter es el Niño que Vivió, defensor de todo lo que es bueno y justo. Draco Malfoy es la redención de un hombre que se volvió contra aquellos con los que su familia solía aliarse. De rivales y enemigos a aliados. Su asociación es poética.
Qué tontería.
—Disculpe mi brusquedad, pero esto no es una representación teatral, jefe de Magos. Esto es la vida real, donde existen consecuencias ante sus acciones, o la falta de ellas. Pueden estar cualificados para los puestos, pero...
—Todos tenemos un papel que debemos desempeñar para garantizar la preservación de nuestro gobierno y de nuestra vida.
Preservar era una forma interesante de expresarlo cuando todavía había tanto que cambiar. Tanto que estaba mal. Que estaba corrompido, manchado por su mal manejo.
—Todos debemos hacer nuestra parte, incluida usted, señorita Granger. La gente la respeta. Recuerdan sus esfuerzos en la guerra. El Ministerio se beneficiaría...
—O, en lugar de utilizarme para completar su triplete y lucirnos en todas partes como prueba de su dedicación a la lucha contra los Mortífagos, podría hacer su trabajo y proporcionar la financiación que la Oficina de Aurores y la Fuerza Especial necesitan para limpiar el desastre creado por la ignorancia del Wizengamot. No tienen fondos suficientes, no están lo bastante entrenados y no dan abasto. Sin embargo, constantemente les das más responsabilidades.
—El Ministerio tiene muchas funciones. Pedimos al Departamento de Aurores y a la Fuerza Especial que cumplieran las suyas para poder dedicar nuestros esfuerzos a restaurar la economía y...
—Soy consciente de sus deberes con la economía —Hermione se cruzó de brazos—. Pero, ¿qué lugar ocupa la gente en su lista?
—La gente se beneficia del crecimiento económico y la estabilidad.
—Me refiero a ahora mismo. El crecimiento económico tarda. Los lobos, los centauros que están perdiendo sus tierras y los que tienen casas y negocios fuera del Callejón Diagón... ¿Qué pasa con ellos? Mientras tanto, los ricos se hacen más ricos y la gente se desencanta cada día más —la mirada de Hermione se afiló como un cuchillo—. Hablando de eso, ¿cómo van tus negocios en el Callejón Diagon?
Él lo sabía; era el dueño de todos los negocios y edificios. Excepto la tienda de bromas.
Que al jefe de Magos se le permitiera administrar sus negocios e inmuebles mientras aprobaba leyes que lo beneficiaban directamente era inconcebible. Pero la falta de precedentes los dejó sin leyes aplicables para impugnar la corrupción. Así que, aunque no era ilegal, su desprecio a la ética era espantoso. Dejaba al descubierto un enorme agujero en la forma en que se gestionaban las cosas. Un agujero que el Wizengamot no tenía interés en llenar.
Y la gente se daba cuenta.
—Los negocios no son por lo que he venido a discutir con usted hoy, señorita Granger. Mi sobrino no ha tenido éxito en persuadirla de que cambie de opinión respecto a nuestras repetidas ofertas, así que pensé en venir aquí a negociar los términos, el salario y una compensación adicional tras un éxito mensurable —hizo una pausa—. Cosas que nadie más necesita saber.
Ahora que mostraba exactamente quién era, desprovisto de la máscara pública, Hermione se despojó de la suya.
O, más bien, se la quitó.
—No quiero nada que puedas proporcionarme. No se me puede comprar. Tus problemas son más grandes que yo y mi supuesta influencia. No me interesa volver a ser una marioneta del Ministerio.
—Supongo que formas parte del grupo que quiere derrocar al Wizengamot.
No estaba en lo cierto, ya que ella no tenía trato directo con el movimiento restaurador, pero tampoco se equivocaba.
—Sabemos que existen —dijo en respuesta a su silencio—. Ellos también te apoyarían. Si volvieras.
Ah, eso lo explicaba todo. La querían bajo su control.
—No tengo intención de volver. Ni por ti. Ni por nadie. Quizás deberías centrarte menos en sobornarme, en intentar maquinar para acallar las quejas y más en hacer tu trabajo. Proteger a la gente. Ayúdalos. Dales a los Aurores y al Grupo Especial la oportunidad de luchar con los fondos y el tiempo que necesitan para...
—Hay más de cien Aurores...
—Soy consciente —le dirigió una mirada sombría—. Yo solía rastrear ese tipo de cosas. Pero no dan abasto con los crímenes cometidos por gente desesperada que no se ha recuperado de la guerra. También hay Mortífagos en el campo que se esconden a plena vista y se están matando los unos a los otros. Por no mencionar que están trabajando para encontrar su base de operaciones. No hay gente suficiente para hacer lo que les pides.
—El Ministerio...
—No discutiré el aumento de popularidad de la causa de los Mortífagos —Hermione no estaba de humor para excusas—. Aunque están de acuerdo en que Voldemort era un megalómano con una filosofía gravemente errónea, el consenso general es que un cambio de régimen es una opción mucho mejor que la que tienen ahora mismo.
La expresión del rostro de Tiberius se tensó; su ira era apenas contenida. No estaba acostumbrado a que le hablaran así.
Bueno, el respeto se ganaba.
—Creo que has olvidado quién soy.
—Sé exactamente quién eres. Tu túnica muestra el poder que ejerces alegremente —no importa cuán poco calificado estaba—. Sin embargo, no trabajo para el Ministerio...
—Hacemos reglas que te afectan.
—Cierto y no en el buen sentido.
Su mandíbula se apretó mientras continuaba manteniendo su temperamento bajo control.
—Y tu departamento está financiado por el Ministerio.
—Corrección: Era. Al principio sí, por razones que ya conoces, pero ahora nos autofinanciamos a través de nuestras becas de investigación en un hospital de propiedad privada. No solo no tienes poder sobre mi trabajo, sino que tampoco lo tienes en mi casa. —Hermione dejó que sus palabras flotaran en el aire mientras tomaba otro sorbo de té.
De menta sin azúcar ni miel.
En lugar de arremeter, Tiberius hizo algo extraño. Sonrió y pareció realmente complacido. Positivamente entusiasmado. Atraído e intrigado por ella. En realidad, lucía como un loco.
—Tiene tanto fuego dentro, señorita Granger. Tanta pasión y brillantez. Es justo lo que necesitamos. Deberías considerar regresar y poner tus habilidades a buen uso.
—Como he dicho muchas veces, no tengo interés en volver al Ministerio. No voy a entrar en el juego de nadie.
—¿Esto es por la forma en que el Ministerio manejó tu incidente?
La despreocupación con la que habló de algo tan personal la hizo estremecerse visiblemente.
Le alteró los nervios.
—Sí, sin duda, pero también no —fue la mejor respuesta que se le ocurrió.
—Ah, ¿sí?
—Soy consciente de mis propios fallos en ese sentido. No me di prioridad y confié en una institución a la que no le importaba si vivía o moría. Una institución que solo quería que hiciera mi trabajo y siguiera alabando al Ministerio hasta que se me pusiera el rostro azul. Literalmente.
Por desgracia, no exageraba.
En el apogeo de la carrera de Hermione, mientras trabajaba muchísimas horas y no se cuidaba, un día tuvo un incidente con mareos... Y luego nada. Alguien la encontró convulsionando en el suelo y la llevaron de urgencia a San Mungo. Una semana después, se despertó sin recordar ni saber lo cerca que había estado de la muerte.
Lo único que recordaba eran los rostros de preocupación de sus amigos y, más tarde, de sus padres. Luchó contra el hecho de haber perdido recuerdos y una semana entera por culpa de unos ataques que habían dejado su magia errática, su cuerpo débil y su mente angustiada e incapaz de hilvanar pensamientos complicados.
Convulsiones que volverían si no controlaba su estrés.
En su trabajo querían que regresara dos días después de haberse despertado. La petición provocó su decisión de marcharse. Su salud era algo que estaban dispuestos a pasar por alto solo por su autoproclamado bien mayor y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
—Admito que el manejo podría haber sido mejor. —Tiberius abordó el tema con cuidado, como el político que era—. Sin embargo...
—No hay nada más que discutir. Por favor, considere esto mi rechazo a todas las ofertas extendidas, tanto en el pasado, presente y cualquiera que considere necesaria en el futuro. Eres más que bienvenido a irte.
A medio camino de la puerta, ella lo oyó decir.
—Debería reconsiderarlo, señorita Granger. Sé cuánto le gusta marcar la diferencia. Podría ayudar a miles.
—No, gracias. Prefiero hacerlo a mi manera.
OoOoOoOoOoOoOoOoOoO
22 de marzo de 2011
Hermione estaba leyendo por tercera vez el expediente del paciente misterioso cuando Narcissa Malfoy salió del flú.
Interesante.
No era la última persona que Hermione esperaba ver, pero estaba cerca.
Ese puesto pertenecía a su hijo.
Si eso significaba algo, ella parecía igualmente sorprendida de ver a Hermione.
Theo era mucho más astuto de lo que Hermione le había concedido. No le había contado a ninguno de los dos la historia completa. Pero antes de que pudiera especular o hablar con Narcissa, que no pudo reprimir su asombro, el flú volvió a activarse y salieron dos magos de seguridad. Se colocaron a ambos lados de la mujer mayor, cruzados de brazos en un intento de parecer intimidantes, con túnicas negras a juego y el ceño profundamente fruncido.
Como si Hermione fuera una amenaza.
Casi se rió.
Narcissa se distinguía de sus guardias por su túnica lavanda con detalles plateados, pero Hermione vio la banda dorada de un collar sencillo. Su maquillaje era tan perfecto como su cabello rubio. Estaba vestida para impresionar; Hermione se preguntó si se habría preparado de otra forma de haber sabido la identidad de la Sanadora con la que tenía que reunirse.
Cuando era más joven, hubiera sabido la respuesta, pero ahora no estaba tan clara.
Hermione señaló la silla.
—Por favor, tome asiento —dirigiéndose a los magos de seguridad de Narcissa, dijo—. Pueden esperar afuera.
Narcissa se sentó con las manos bien colocadas en su regazo y la espalda recta; sus guardias permanecieron firmes en sus puestos. Hermione miró fijamente a cada uno de ellos, quienes le devolvieron la mirada. En el momento en que estuvo a punto de abrir la boca y decirles que se marcharan de nuevo, Narcissa levantó un dedo e hizo un gesto hacia la puerta.
Ellos cerraron la puerta.
Y se quedaron solas.
Hermione dejó que sus ojos vagaran antes de volver a posarse en Narcissa.
Esta era la parte en la que normalmente le pedía al paciente que le hablara de sí mismo y de lo que pretendía conseguir bajo sus cuidados, pero hoy esperó. No había necesidad de formalidades; se conocían, aunque apenas lo suficiente como para identificarse en la calle.
O dentro de su casa durante una guerra.
Demasiado elegante para volver la cabeza o la nariz hacia arriba, Narcissa escudriñó todo desde su periferia.
No importaba; Hermione sabía lo que estaba viendo. Después de todo, estaban en su casa.
En las paredes, rodeando sus estanterías, estaban sus galardones. Narcissa se quedó mirando los marcos, escudriñando cada uno como si le pareciera imposible que alguien tan joven como Hermione hubiera logrado tanto.
Pero tenía treinta y un años y una Orden de Merlín.
Cuando Narcissa la vio, dejó de intentar escudriñar.
Eso no ayudó en nada para convencer a Hermione de que la aceptara como paciente.
Se trataba de una visita de negocios, no personal.
—Theodore no me informó de que usted era la Sanadora que había contactado.
—Ya lo suponía. —Hermione miró el expediente que tenía delante—. Cuando solicitaste lo mejor —levantó los ojos para encontrarse con la aguda mirada de Narcissa—. Deberías haber sido más específica si un determinado estado de sangre era un requisito previo.
—Mi petición fue precisa. —Narcissa se acarició delicadamente el nacimiento del cabello con un pañuelo de seda bordado.
Hermione notó el sudor antes de que se lo secara. Solo ver el síntoma le bastó para saber que sus pociones actuales no estaban funcionando. Lástima.
Narcissa pareció darse cuenta de su escrutinio y volvió a bajar la mano mientras entrecerraba los ojos.
—Por lo que a mí respecta, usted podría ser un troll, señorita Granger. Sin embargo, si de verdad usted es la mejor, entonces estoy en el lugar correcto.
—Muy bien.
El silencio no era infrecuente durante las consultas. A algunos pacientes les costaba aceptar su necesidad de ayuda, pero el que se produjo entre ellas era diferente. Más pesado. Se enroscaba alrededor de Hermione, llegando hasta su estómago; ellas compartían una historia. Que era mucha y complicada.
Sin embargo, estaba pidiendo la ayuda de Hermione.
Eso era una ironía.
Años de terapia le habían enseñado que la curación de un trauma no era solo físico o mental. Se trataba de tomar las riendas de su liberación, de evitar la victimización y de no permitir que los traumas del pasado interfirieran en su presente y futuro.
Ya había perdonado a Narcissa y a su familia. Hermione lo había dejado atrás hacía años y se negaba a volver a esa mentalidad.
No los había perdonado por ellos, sino que por ella misma.
Sabía que no podría crecer si se aferraba a sus rencores; no podría volar si se quedaba anclada a cada peso de su pasado.
Y Hermione quería hacer ambas cosas.
Perdonar no era una acción, era una elección. No era fácil, pero Hermione decidió no permitir que el odio nublara su juicio y eso le concedió la tranquilidad que necesitaba para ser objetiva respecto a la bruja que tenía delante.
Lo suficientemente desapegada como para considerar los hechos y no al paciente.
La verdad era que no podía aceptarla como paciente, sin importar cómo lo observara.
Hermione tenía reglas sobre los pacientes que aceptaba. Mentalmente, le lanzó una mirada de odio a Theo porque él lo sabía y aun así le había sugerido que mantuviera la mente abierta.
—¿Le apetece un té? —Hermione señaló amablemente la tetera que tenía sobre la mesa, preparada para mantener el calor; era una mezcla que le proporcionaba a todos en sus primeras consultas—. Es una mezcla de melisa, kava y raíz de valeriana. Es buena para calmar los nervios.
—Mis nervios están perfectamente calmados, gracias.
—Mmm —Hermione vio los sutiles movimientos de sus ojos y la tensión en los hombros que mostraban su estrés, pero no quiso hacer suposiciones sobre una mujer a la que apenas conocía.
Hermione dudaba de que Narcissa Malfoy fuera la misma. Eso era imposible. Perder a su marido y que su forma de vida cambiara la había hecho retroceder. Había desaparecido tanto de la sociedad londinense como del propio país, viviendo en un lugar desconocido de Francia hasta hacía poco.
Y, sin embargo, había estado ocupada en su exilio autoimpuesto.
Dos años después de la muerte de su marido, Narcissa había publicado un libro de relatos que Hermione nunca se había molestado en leer, pero Andromeda lo leyó unos seis meses después de su publicación. Detallaba con precisión su vida en la casa de los Black, con un honesto relato sobre las salidas de Andromeda y Sirius de la familia. Escribió sobre su matrimonio e hijo, aunque sin muchos detalles, ya que él deseaba privacidad. Sobre los sucesos que llevaron a Voldemort a vivir en su casa y todos los sufrimientos que siguieron hasta su traición la noche de la Batalla de Hogwarts.
Andromeda lloró cuando leyó las palabras de Narcissa sobre Lucius, de sus últimos momentos, cuando él los había escondido a ella y a Draco antes del ataque de los Mortífagos. Lloró más cuando Narcissa detalló el incendio de la mansión.
Narcissa lo escribió todo: las emociones que sintió, el dolor, los paralelismos entre su destino y el de la mansión, destinada a ser consumida y preservada por el interminable fuego mágico.
Fue aclamado como un relato conmovedor y duro, pero honesto, el viaje de Narcissa en el lado equivocado durante la guerra.
El bestseller la lanzó al estrellato tras una guerra brutal.
Hermione se preguntó si Narcissa arrastraba los mismos prejuicios que le habían inculcado desde su nacimiento o si la guerra le había enseñado que había un camino mejor. La intolerancia era difícil de percibir y aún más difícil de cambiar, pero podía hacerse.
Tal vez el cambio ya había echado raíces. Hermione no lo sabría porque Narcissa era una mujer reservada y orgullosa. Solo mostraba lo que había creado, superado y logrado. Exactamente en ese orden. El resto era demasiado turbio para que Hermione lo abordara con una paciencia que no pensaba ayudar.
Aguardó el silencio sorbiendo su té verde con un toque de limón fresco de su invernadero. Una rápida mirada fue todo lo que recibió de la otra mujer antes de que Hermione continuara detallando notas para Roger Davies, a quien pensaba pasarle el caso de Narcissa.
Disfrutaría con el reto.
—Pensé que haría más preguntas, señorita Granger.
—¿Qué quiere que pregunte? —Hermione apoyó los codos en su silla, relajándose mientras golpeaba las yemas de los dedos y miraba a la bruja rubia directamente a los ojos—. He leído su expediente. Tres veces.
—Tal vez podría informarle sobre mi estado actual.
—No soy especialista en su enfermedad, pero por lo que he observado, los elixires y pociones que le han recetado o no funcionan, no son la combinación correcta, o no los está tomando sistemáticamente. —Luego hizo un gesto con la mano y la tetera se levantó de la mesa, vertiendo té caliente en la taza de porcelana que tenía delante. Narcissa dudó un momento antes de tomar la taza y beber un sorbo—. Me he dado cuenta de que en estos momentos está experimentando síntomas. Sudores, sobre todo, pero si realizara encantamientos diagnósticos, probablemente encontraría su pulso y presión sanguínea elevados. Ha tenido especial cuidado con su maquillaje, probablemente, porque cubre el hecho de que no está durmiendo bien y también que experimenta somnolencia diurna. He servido té, pero parece no confiar en sí misma. ¿Se le ha caído algo recientemente debido a los temblores? ¿Ha acabado en un sitio sin recordar cómo llegó allí? ¿Ha confundido las identidades de la gente? ¿Incluso con poca frecuencia?
Hermione notó el ligero temblor en la mandíbula de Narcissa que confirmó sus observaciones y le proporcionó sus respuestas.
—Esa es la naturaleza de su enfermedad. No tengo preguntas sobre lo que ya sé.
Narcissa dejó la taza de té sobre la mesita.
—Parece que Draco no exageró en sus relatos infantiles sobre tu inteligencia.
—Mi trabajo es ser observadora. —Hermione reprimió una risita.
Tomaron el té juntas, pero ninguna de las dos llenó el silencio por un momento.
—Sé lo que debes pensar de que venga a pedirte ayuda después de lo que pasó entre tú y mi hermana.
Su tono era tan práctico que provocó una franca confesión de Hermione.
—Para ser sincera, hasta que entró hoy por mi flú, apenas había pensado en usted... Bueno, a menos que su otra hermana la mencionara.
Y eso no era frecuente.
Y con razón, a juzgar por la expresión pétrea de Narcissa.
A lo largo de los años, Andromeda parecía deseosa de reconectar con su hermana menor, pero no había sucedido. Había hablado de ello, escribió carta tras carta, pero no las había enviado. Hermione se preguntaba si enterarse de la enfermedad de Narcissa cambiaría las cosas, pero no le correspondía a ella dar esa información.
—Dicho esto, sé que no está aquí para hablar del pasado, y yo tampoco. Me gustaría dejarlo atrás. —Hermione trató de llevarlas de nuevo al terreno de una conversación profesional—. Este es su momento para hablar sobre sus objetivos y motivaciones para buscar tratamiento.
—A medida que decaiga, mi estado requerirá cuidados constantes —sonaba como si Narcissa hubiera aceptado su enfermedad, lo que sinceramente era diferente a la mayoría de los pacientes en su situación.
Hermione hizo una nota rápida para Davies.
—Soy consciente, pero ¿por qué yo específicamente?
—Eres la mejor, según Theodore. Confío en su juicio. No puedo cambiar mi destino, pero parece que con los cuidados adecuados podré ganar tiempo. Yo...
Cuando Narcissa puso una mano sobre el escritorio de Hermione, pareció despojarse de toda pretensión y orgullo, poniendo la realidad de su estado y su razón para buscar cuidados tan especializados.
A un precio tan alto.
—No he terminado de prepararme ni a mi familia —la voz de Narcissa se suavizó—. También preferiría que mi nieto no perdiera a su madre y a su abuela tan luego. Es solo un niño.
Una extraña sensación surgió cuando Hermione se permitió pensar en el hecho de que Draco Malfoy, de entre todas las personas, se había convertido en esposo, padre y viudo a los treinta años.
Y ella seguía... Soltera. Sin perspectivas. Ni hijos propios.
No es que se quejara de sus circunstancias, pero era una comparación chocante.
Ignoró el pensamiento.
—Y Draco. No está preparado para estar solo.
Las facciones de Narcissa mostraron sus complejas emociones. Hermione sacó en silencio una caja de pañuelos del cajón donde estaban sus obstinadas plantas que luchaban contra la propia naturaleza.
Hermione quería decirle que, aunque se había pasado la vida protegiendo a su hijo, no podía evitar lo inevitable. Pero se guardó sus pensamientos para sí misma, mientras Narcissa se recomponía.
—Me gustaría verlo asentado y que vuelva a casar antes de que yo... Bueno, más pronto que tarde. Cumple con mis peticiones de tener citas matrimoniales…
«—Curioso nombre para una cita —pensó Hermione con sarcasmo».
—Pero sé que está haciendo tiempo. Esperando un buen momento. Mi hijo es un hombre inteligente, pero es más terco que práctico. Le gusta controlar las cosas que puede y cree que puede controlar esto al esperar.
Hermione asintió con la cabeza, escuchando a medias, todavía distraída por aquellos molestos pensamientos.
Estaba al corriente de que habían matado al padre de Malfoy. Todo el mundo lo sabía y tenía sentimientos encontrados sobre si Lucius Malfoy se había redimido o no con su muerte. Era una zona gris y Hermione se juró no abordar el tema; no le correspondía.
Hermione también sabía que Draco se había casado con Astoria Greengrass el año en que su madre había publicado su libro. Se enteró del nacimiento de su hijo, Scorpius, antes de que naciera Al, de una manera indirecta: el anuncio había estado en todos los periódicos que Hermione había utilizado como abono. Daphne había pasado a formar parte de su círculo de amistades después de fugarse con Dean y hablaba de su sobrino de vez en cuando, pero sobre todo con Ginny, porque Albus tenía la misma edad.
Cuando Astoria murió el pasado noviembre, Daphne se presentó en la casa de Hermione a las tres de la madrugada el día del funeral. Estaba llorando y no sabía qué flores llevar.
Hermione le había dado una maceta con gladiolos de su invernadero, le había dicho que los plantara junto a su tumba y, en voz baja, las había hechizado para que permanecieran en estado de estasis. No había conocido a Astoria, pero por Daphne sabía de su fuerza y sinceridad.
Las flores le parecieron apropiadas, pero el acto lo hizo por una amiga que estaba de luto.
No por la difunta esposa de Draco Malfoy.
Y aunque Hermione sabía todo eso, nunca había dedicado un momento a analizar lo que se refería a Malfoy o a su estado. Su trabajo. Su papel como padre e hijo. Las amenazas contra su familia. Hermione no había pensado ni una sola vez en aquellos sucesos como algo que había ocurrido en la vida de él, incidentes que podían definirlo y lo definirían.
Pero lo habían hecho.
—No puedes obligarlo a prepararse —dijo Hermione en un intento de alejar con firmeza los pensamientos antes de que pudieran asentarse por completo—. Tiene que ser una decisión que tome por sí mismo. Una que solo él puede tomar.
—Tal vez —Narcissa parecía sombría—. Pero me gustaría tener tiempo para intentarlo. Por el futuro de ambos. Lo correcto es que se case para proporcionarle una madre a Scorpius y ese es mi objetivo mientras siga viva —parecía como si intentara encontrar algo en la expresión de Hermione y cuando encontró lo que buscaba, se puso de pie, alisándose la túnica con movimientos firmes. Sus ojos se abrieron ligeramente cuando Narcissa la miró con frialdad—. Parece que no encontraré el tiempo extra que necesito bajo tu cuidado.
Hermione enarcó una ceja como respuesta.
—Así como usted es observadora, señorita Granger, yo también lo soy. Aún no estoy senil.
Hermione se recostó en su silla con la mirada perdida.
—He visto suficientes sanadores en el último año para saber que, si usted hubiera querido aceptarme como paciente, esta consulta habría sido muy diferente. Habrías hecho tus propios encantos de diagnóstico y los habrías comparado con las lecturas anteriores.
Y ella no se equivocaba.
—Me hubieras explicado por qué tus cuidados han sido descritos por muchos como ejemplares y, a estas alturas, estaríamos revisando pergaminos con un esquema más detallado de tus planes de tratamiento.
No había necesidad de andarse con rodeos; eso nunca se le había dado bien.
—Tiene razón.
Hermione se puso de pie y caminó alrededor de su escritorio, mientras la otra bruja observaba cada uno de sus movimientos. Narcissa ciertamente no había apreciado el rechazo. No importaba; a Hermione no le gustaba el hecho de que la hubieran puesto en esta posición en primer lugar. Era un punto discutible, pero eso no significaba que fuera a ser grosera.
Ahora, frente a Narcissa, no pudo evitar hacer comparaciones entre ellas. Mientras que la bruja mayor estaba arreglada, incluso después de su episodio durante la consulta, Hermione, en cambio, no lo estaba. Llevaba el cabello en un moño apresurado y vestía unos jeans desteñidos, una camisa gris de manga larga y botas para el agua. No se veía profesional, pero había estado revisando las hierbas del exterior después de una noche de lluvia cuando se acordó de la cita.
Aún tenía tierra en una de sus rodillas, pero no hizo ademán de quitársela.
En lugar de eso, se mantuvo erguida bajo la mirada de Narcissa.
—La enviaré con el Sanador Davies. Es excelente y estará dispuesto a aceptar las condiciones de su contrato —con un gesto de la mano, la puerta se abrió y entraron los guardias—. Él será el más indicado para atender sus necesidades específicas.
Narcissa se erizó.
—¿Podría explicarme por qué se niega a aceptarme? —levantó una mano en señal de que se detuviera—. Puedo responder a mi propia pregunta. Por supuesto, tiene que ver con nuestra historia en bandos opuestos en la guerra.
—Si ese fuera el caso, estaría en todo mi derecho de tomar esa decisión. —Ella ladea la cabeza—. ¿No estás de acuerdo?
Un destello de algo pasó por el rostro de Narcissa, frustración o vergüenza. No podía decir cuál, pero exhaló y no discutió.
—Estoy de acuerdo.
Hermione notó la reticencia en su voz, pero sabía que procedía del orgullo. La honestidad no es algo fácil para todos.
—Sin embargo, esa no es la verdad. Independientemente del pasado, no trabajo con pacientes que conozco, debido a la naturaleza de los cuidados que presto. Es una regla mía que está más que establecida y estoy perpleja de por qué Theo te citó conmigo conociendo nuestra historia.
—Theodore tiene sus propias motivaciones.
Eso era algo en lo que ella podía estar de acuerdo. Cuál era la motivación, no estaba segura, pero tenía que ser importante si él pensaba que ella rompería sus reglas y trataría a Narcissa por él. Hermione podría preguntarle si conocía las motivaciones de Theo, pero la bruja mayor probablemente no se lo diría sin recibir algo a cambio.
—Supongo que sí. Sin embargo, no necesito su aprobación para negarme —dijo Hermione sin rodeos—. Me encargaré de que Roger reciba su expediente y que concierten una cita lo antes posible. Le deseo la mejor de las suertes.
—Le doy las gracias, señorita Granger —Narcissa habló sin mucho entusiasmo—. Por hacerme perder el tiempo.
OoOoOoOoOoOoOoOoOoO
Hermione nunca aprendió a cocinar con magia.
Ni siquiera bajo la tutela de la señora Weasley había sido capaz de dominar ese arte. Molly decía que le faltaba interés, una frase que nunca se había usado para describir a Hermione Granger.
Pero tuvo razón.
El problema no era la falta de interés, sino que no se sentía natural. Tal vez se debiera a años de comer los fracasos y los triunfos de su madre; aun así, Hermione encontraba muy poco placer en la comida demasiado perfecta. Algo especial había en un platillo que salía poco cocido o quemado. Algo que había hecho con sus propias manos era más atractivo que uno que estaba impecable gracias a la ayuda de la magia.
Ron pensó que era una lástima que ella nunca hubiera aprendido, pero no volvió a mencionarlo cuando ella le sugirió que se uniera a ella con Harry para tomar lecciones de Molly si quería comidas cocinadas mágicamente.
No mucho después de mudarse a su casa, Hermione estaba en una librería del Valle de Godric; estaba a la caza de un libro que la ayudara con sus plantas que sufrían dificultades. Se equivocó de pasillo y se encontró cara a cara con una hilera de libros de cocina muggle.
Impulsivamente, compró uno cuyo título era sencillo.
Venía con un atril de regalo y Hermione se fue contenta con su decisión...
Un mes más tarde, intentó hacer pastel de pastor y necesitó sacar el humo y las brasas de su cocina. Después de eso, empezó desde cero, huevos y patatas cocidas, y creció a partir de ahí.
Mejoró.
Hasta que estuvo preparada para volver a probar recetas sacadas del libro.
Cocinar era como las pociones: si seguía las recetas al pie de la letra, no tendría ningún problema. Y aunque eso no siempre era cierto, utilizaba sus habilidades en la preparación de pociones para mejorar. La primera comida que Hermione preparó con éxito, y que sus amigos disfrutaron de verdad, fue un filete Wellington. Mientras comían y hablaban, Hermione sintió una sensación de logro que no podía reproducirse al agitar la varita para cocinar.
Después de su cita con Narcissa, Hermione, ahora mucho más experta, no tuvo el tiempo necesario para recrear su primer platillo exitoso para la cena de esa noche, así que optó por algo sencillo: Coq Au Vin con patatas asadas y una ensalada hecha con verduras de su cosecha propia.
Acababa de preparar el platillo y la ensalada cuando Harry salió del flú. Ginny había llevado a los niños a Shell Cottage aquella mañana para que pasaran el fin de semana con sus primos mayores, Louis y Dominique, que aún no se habían ido a Hogwarts. Harry había traído un Pinot Noir y una ensalada.
Harry trajo un Pinot Noir y una botella fresca de Ogden. Se habían terminado la última el viernes anterior, por lo que el sábado había sido duro. A Al no le había importado tumbarse en el invernadero después de su paseo por el bosque porque, incluso después de una poción para la resaca, Hermione no se había recuperado.
—Oye, eso huele muy bien. ¿Necesitas ayuda?
Harry siempre estaba dispuesto a ayudar, pero Hermione dejó el cuchillo en la encimera y negó con la cabeza.
—Estoy poniendo el último ingrediente en la ensalada, así que no —ella sonrió y aceptó tanto el abrazo como el vino que puso a enfriar. El Ogden fue guardado en la encimera del alcohol—. Vamos a esperar a los demás.
—¿Quiénes vendrán?
—Ron y Pansy —Hermione se rio cuando Harry puso los ojos en blanco. Los dos discutían constantemente. Pero luego sonrió satisfecho porque disfrutaba de sus discusiones—. Ella prometió comportarse.
—Lo creeré cuando lo vea.
—Tienes razón —Hermione se encogió de hombros—. ¿Qué tal estuvo tu día?
Sería descortés si no lo preguntara, aunque ya sabía la respuesta.
Harry fue ascendido a jefe de la Oficina de Aurores después de que su predecesor se hubiera hartado de Draco Malfoy y se hubiera retirado ocho años antes. Harry no se hacía ilusiones sobre la razón por la que lo habían ascendido.
Después de todo, era el niño que vivió... Dos veces.
Y el Ministerio utilizaba a Harry de la misma forma que una vez habían intentado utilizarla a ella: como un símbolo y un accesorio; una herramienta promocional esgrimida para mantener la confianza del público. A diferencia de ella, Harry aceptó el papel por ciertas razones, creyendo que las motivaciones políticas de su ascenso no anularían el bien que podía hacer al mundo mágico y a su familia. La amenaza era demasiado real.
Su nuevo puesto incluía un despacho, un buen sueldo y la ardua tarea de colaborar con el Grupo Especial Anti-Terrorismo... Y con Draco Malfoy. Con la aprobación del Ministerio, fueron tras un pequeño tras el ataque de un Mortífago en diciembre, redada que arrasó un pueblo mágico entero; la presión para hacer progresos instantáneos y mensurables era asombrosa.
Pero a pesar de las dificultades, la escasez de fondos y el caos general, en los últimos dos meses habían logrado éxitos y habían capturado a un puñado de Mortífagos de alto rango. Sin embargo, eso no era suficiente para apaciguar al Wizengamot.
La situación era tensa.
No ayudaba que los dos hombres en el centro de todo apenas se soportaran.
Años de terapia habían dotado a Harry de mejores habilidades de afrontamiento, habían abordado sus traumas infantiles y hecho las paces con la larga lista de pérdidas que había sufrido a lo largo del camino. Ahora era más tranquilo, capaz de concentrarse, sonreía más y era más difícil hacerlo enojar...
Pero no había superado su antiguo rencor.
Al menos, no del todo.
Había algo en Draco Malfoy que despertaba al niño de quince años que Harry llevaba dentro y que quería darle un puñetazo en el rostro.
Regularmente.
Repetidamente.
Harry despotricaba de él con la suficiente frecuencia como para que Hermione realizara varias tareas mentales y divagara sin rumbo mientras Harry se desahogaba. Nunca fallaba; hiciera lo que hiciera, siempre que lo volvía a la realidad, él seguía quejándose.
Hoy no era la excepción.
—Mi día fue normal en el sentido de que Malfoy estaba siendo un completo bastardo —Harry levantó las manos.
Hermione puso en marcha el cronómetro de su reloj. Quería saber si esta vez batiría su propio récord de desvaríos.
—¿Recuerdas la redada de la que te hablé?
Ella asintió mecánicamente.
Tras una búsqueda exhaustiva, Malfoy había localizado el escondite galés de los hermanos Lestrange a finales del año pasado. Luego, había reclutado a un mago para infiltrarse en sus filas. Hacía dos semanas, aquel espía había informado de que habría una reunión con los Mortífagos de alto rango, pero aún no se sabía la fecha, solo que sería antes de finales de mayo.
Por lo que Harry había revelado, parecía que podrían acabar con todo durante esta redada.
Todos se habían estado preparando discretamente.
Poco a poco los Rompe-Maldiciones iban adhiriéndose a su misión para examinar las protecciones y los objetos oscuros encontrados que pudieran ayudar en la redada. Los Magos de Combate y los Agentes de la Ley Mágica estaban siendo reclutados para aumentar su número. Pero no habían tenido el tiempo o la capacidad para realizar el entrenamiento necesario para hacer un frente más unificado.
—Sí... Malfoy ha descartado a todos los jefes de equipo que le he sugerido sin ninguna razón más allá de pensar que son incompetentes, pero no le sugiero Aurores porque ese es mi trabajo.
Hermione se contuvo. Podía oír esas palabras saliendo de la boca de Malfoy... Bueno, de la versión de dieciséis años de él.
Y aunque Harry era muchas cosas, no era una fuente fiable cuando se trataba de Draco Malfoy. Sin embargo, si Hermione tuviera que emitir un juicio sobre el carácter de Draco basándose en las quejas de Harry y en los fragmentos de información que había obtenido sobre él, diría que seguía siendo el mismo imbécil que había sido durante el colegio.
No importaba lo increíblemente guapo que Parvati dijera que era.
—Cada plan que he diseñado en torno a los puntos de entrada a la mansión, él lo ha rechazado. Los calificó de simples y dijo que haría que mataran a todos porque mi extraña buena suerte solo se extiende a mí.
En privado, Hermione se preguntó si era demasiado pronto para abrir el Ogden.
Para él.
—¡Oh! —Harry chasqueó los dedos—. Y entonces, le recomendé Polvo Peruano de Oscuridad Instantánea y Malfoy dijo que no, porque es demasiado engorroso.
Y no se equivocaba.
—Traje a un experto en guaridas, pero él encontró a alguien más, un sangre pura, para hacerlo —Harry cerró los puños, uno de los muchos consejos para controlar la ira que había aprendido a lo largo de los años—. Odio tener que fingir que todo va bien cuando nos reunimos con el Wizengamot. ¡Fingir que no estoy trabajando con el mayor imbécil que he conocido! Y tengo que actuar como un maldito profesional cuando lo único que quiero es lanzarlo por la ventana cada vez que veo su cara de hurón. —Harry dio dos respiraciones profundas y purificadoras, una técnica que había aprendido de las clases de Lamaze de Ginny. Luego sonrió—. Me ha sentado bien. Mejor fuera que dentro.
—Cierto —Hermione paró el reloj, esperando que él no se diera cuenta de que estaba cronometrando sus desplantes sobre Malfoy.
Odiaba cuando ella hacía eso.
El récord había sido de seis minutos y trece segundos, el día de su primera reunión como jefes de sus respectivos departamentos. Casi llegan a los golpes.
Hoy ni siquiera se había acercado: un minuto y treinta y siete segundos.
Hermione esperaba no empezar otra discusión sobre su punto de vista sobre el asunto. Odiaría tener que reiniciar el reloj.
—Aunque no estoy del todo en desacuerdo con Malfoy... —Ante la mirada de traición de su mejor amigo, levantó ambas manos—. Escúchame, Harry. Tiene razón en lo del Polvo Peruano de Oscuridad Instantánea. Es un estorbo que solo causará más heridos por fuego cruzado. Además, lo último que supe es que la Mano de la Gloria estaba encerrada en el Departamento de Misterios. Dudo que alguien apruebe su uso, dada su tendencia a acabar en las manos equivocadas.
—No lo había pensado así —Harry puso los ojos en blanco—. Si lo hubiera dicho así, no hubiera discutido tanto.
No le creyó, pero estaba a punto de cambiar el tema a la visita de Tiberius cuando llegó Pansy, con un vestido bohemio color turquesa de mangas largas y una expresión positivamente aterradora.
Si Hermione fuera una persona que hace apuestas, apostaría toda su bóveda de Gringotts a la posibilidad de que ella era la fuente de la ira de Pansy.
Y tendría razón.
Pansy empezó a gritar antes de que Harry pudiera saludarla.
—¡No puedo creer que la rechazaras como paciente!
Había momentos en que Hermione reaccionaba con demasiada rapidez, pero mucho más a menudo, reaccionaba con demasiada lentitud. Era humana y constantemente se encontraba entre extremos.
Hoy Hermione fue cuidadosa, se acercó donde Harry estaba sentado en silencio con los ojos muy abiertos mientras Pansy vibraba con indignación. Aunque tenía varias preguntas, ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Por qué? Hermione las dejó a un lado para centrarse en Pansy antes de que su ira lo quemara todo.
—Se trata de Narcissa Malfoy —fue su elocuente y calmada afirmación, que estuvo diseñada para distraer a Pansy. Y funcionó.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras balbuceaba como un pez fuera del agua; su boca se abría y cerraba con la misma rapidez. Antes de que pudiera recobrar el aliento, Hermione apoyó una mano en la encimera.
—Tengo teorías sobre cómo te las arreglaste para enterarte tan rápido, o por qué estás involucrada en este asunto para empezar, pero no negaré que la rechacé como paciente.
—¿Por qué? Y no malgastes saliva soltando tonterías de Sanadora sobre que no puedes ser objetiva porque la conoces. No nací ayer, Granger.
—Yo no te digo cómo hacer tu trabajo, así que tú no puedes decirme cómo hacer el mío.
Harry se aclaró la garganta.
—¿Qué tal si...?
—Harry —sin apartar los ojos de Pansy, Hermione levantó la mano—. No hables.
—De acuerdo.
—¡No le hables así! —Pansy dirigió sus ojos a Harry, que parecía igual de sorprendido por su defensa—. Pero qué... ¡Me has hecho defender a Potter, diablos! Me deberás una copa cuando deje de estar enfadada contigo. Mierda, eso no se sintió correcto.
Hermione examinó a Pansy con una mirada de sondeo que odiaba. De hecho, probablemente habría siseado como una gata si no hubiera tenido público.
—Me sorprende que seas tú la que discute en su nombre y no su verdadero hijo.
—Draco preferiría ahogarse en su orgullo y morir antes que pedir ayuda a alguien. No es su estilo. Tiene grandes problemas de control —Pansy puso los ojos en blanco—. Además, su relación es tensa en el mejor de los casos y él ya tiene suficientes problemas entre manos. Las amenazas. El trabajo. Diría que Scorpius también, pero no está demasiado involucrado en la crianza del niño, independientemente de su opinión al respecto. Ese es el trabajo de Narcissa ahora que Astoria se ha ido.
Hermione recordó aquel molesto pensamiento antes de encerrarlo con firmeza.
—¿Por qué te importa?
—Narcissa ha sido más una madre para mí que mi propia madre y eso fue antes de que me expulsara. —Pansy apartó la mirada, tocándose el cabello, aparentemente incómoda con su propia franqueza... Especialmente cerca de Harry, que parecía intrigado—. En cuanto se enteró de que había abandonado a mi marido, me dio la oportunidad de alejarme de todo hasta que estuviera preparada para valerme por mí misma.
Hablaba de Narcissa como Hermione hablaba de la señora Weasley.
—Cuando me contó lo de su enfermedad y Theo dijo que iba a pedirte que tomaras su caso, me sentí aliviada porque sabía que estaría en las mejores manos. Esperaba que viviera el mayor tiempo posible. Aunque no estoy exactamente de acuerdo con lo rígida que es con su educación, Scorpius necesita estabilidad. He visto lo dedicada que es con tus pacientes. Pensé... —Se aclaró la garganta—. Bueno, obviamente pensé mal.
—¿Me has visto con mis pacientes? Porque no creo que lo hayas hecho. Me convierto en parte de sus vidas mientras dura el trabajo. Controlo todo, desde sus comidas hasta su situación familiar y, si algo afecta negativamente a su recuperación, rectifico la situación. Cultivo los ingredientes para sus pociones en mi invernadero y lo que no puedo cultivar, lo adquiero, no importa lo específico que sea.
—Yo…
—Lleva tiempo, esfuerzo y una cierta delicadeza que no es típica de ningún Sanador. No soy una Sanadora cualquiera. No me limito a agitar la varita, darles pociones y hacer que mejoren. Me ocupo de su salud física, mental y emocional. Ayudo a sus familias a adaptarse, porque la mayoría olvida lo beneficioso de tener una familia comprensiva y bien informada cuando se trata del cuidado de un paciente. La situación familiar de Narcissa es complicada. Por no mencionar el hecho de que ni siquiera estoy especializada en su enfermedad.
Pansy cruzó los brazos sobre su pecho.
—Ya lo sé. Todo eso.
—Entonces deberías entender por qué no acepto su caso.
Por un momento, sus ojos azules se mostraron sorprendidos y abiertos.
—Solo quiere tiempo, Hermione.
—Roger será...
—¿Davies? ¿Ese imbécil pomposo? Preferiría...
—No se trata de la personalidad de Roger. Se trata de su habilidad para hacer su trabajo objetivamente. Narcissa y yo tenemos historia, Pansy. Sería como pedirle a Harry que la cuidara. Es...
—Yo lo haría —Harry la interrumpió con un encogimiento de hombros despreocupado.
Pansy y ella se giraron bruscamente.
—¿Qué?
Harry se pasó una mano por su perpetuamente rebelde cabello antes de echárselo hacia atrás sobre su infame cicatriz.
—Llevamos años escribiéndonos. No a menudo, pero algunas veces. Sus cartas llegan a Grimmauld Place.
Pansy se quedó boquiabierta.
—No lo sabía.
—Creo que quería mantenerlo en privado. Tomamos el té cuando volvió. Fue justo antes de que Malfoy ocupara el puesto. Andromeda iba a acompañarnos, pero se negó al último minuto.
A veces Harry la sorprendía con las cosas que se guardaba para sí.
—¿Tú la ayudarías? —Pansy lo miró intensamente—. ¿En serio?
—Sí —él bajó la mirada hacia sus manos—. En un momento dado, ella nos ayudó a todos.
OoOoOoOoOoOoOoOoOoO
La habitación favorita de Hermione era el invernadero.
Era un anexo acristalado situado justo al lado de la cocina, con techos en forma de pendiente, que le permitían contemplar las hermosas tierras que rodeaban su casa. También le recordaba que formaba parte del orden natural.
Desde cualquier punto, Hermione podía ver el mundo más allá de su huerto e invernadero, el camino empedrado que conducía desde los escalones hasta la valla, el campo y los árboles que dividían el final de su propiedad y el comienzo del denso bosque. Pero cuando simplemente mirar no era suficiente, estaba la puerta que la llevaba a ese mundo.
Pansy había pasado la mayor parte del invierno convirtiendo ese lugar en un oasis con una iluminación creativa, enrejados del suelo al techo en cada esquina para las rosas trepadoras, alfombras decorativas que mantenían caliente el suelo de piedra y una pequeña jungla de plantas y flores elegantemente dispuestas por la terraza.
El salón estaba en el centro, con un sofá de mimbre de resina oscura, un diván y dos sillas a juego, todos con cojines de felpa color crema. Rodeaban ingeniosamente una mesa de cristal con velas que se encendían cada vez que alguien entraba en la habitación. A la derecha, un poco más allá, había un rincón de lectura con lámparas y una cómoda tumbona lo suficientemente grande para dos personas.
No era raro que se quedara dormida en la tumbona bajo una manta mientras leía un libro.
O mientras miraba las estrellas.
A la izquierda había una zona para comer con buena iluminación para cuando oscurecía demasiado. La mesa del comedor de Hermione, una mesa circular de cristal con seis sillas de la que no se había querido deshacer, servía de centro neurálgico de esa zona. Hermione cenaba allí a menudo con sus invitados.
O comía allí sola.
Esta noche, los cuatro estaban cómodamente sentados, comiendo y charlando bajo las lámparas flotantes que bordeaban la pared exterior de piedra de su casa. El sol se había ocultado tras los árboles mientras el color púrpura del crepúsculo iniciaba su misión de apoderarse del cielo y prepararlo para el anochecer. Las estrellas también harían su aparición pronto y se pronosticaba que estaría lo bastante despejado como para que pudieran disfrutar del espectáculo.
Mientras Ron y Harry hablaban y bromeaban como siempre, Hermione entraba y salía de la conversación. Se fueron animando a medida que avanzaba la cena y sus labios se fueron soltando con la cerveza que Ron había traído.
A ninguno de los dos le entusiasmaba el vino que ella y Pansy estaban bebiendo.
Como de costumbre, Ron se sentó demasiado cerca.
Lo bastante para que Hermione sintiera su muslo rozar el suyo. También como para que percibiera el aroma que a menudo asociaba con él. Hermione sabía lo que estaba haciendo, lo que intentaba. Ron no era tan sutil como creía, sobre todo cuando apoyó la mano en el respaldo de la silla de Hermione mientras hablaba con Harry.
Quería que ella lo dejara volver y seguiría intentándolo, poco a poco, hasta que lo hiciera.
Pero más que por terquedad, Hermione sentía desinterés. Así que, cuando los dedos de él le rozaron distraídamente el cabello, ella se apartó, cerrándole el paso mientras Pansy lo miraba con odio.
Y Hermione la observaba.
Pansy había dejado pasar la conversación anterior con la llegada de Ron, pero sabía perfectamente que la otra bruja estaba tramando algo. Pansy estaba siendo más tolerable de lo esperado. Tácticamente amable. Pansy se haría la simpática y esperaría su momento como una serpiente, aguardando por el momento perfecto para atacar.
Y Hermione no era presa de nadie.
Las barreras alertaron a Hermione de la llegada de un invitado inesperado.
—Percy está aquí. —Hermione le dio un codazo a Ron.
—¿Bien? —Ron estaba confundido.
—¿Y quién es? —preguntó Pansy.
—Percy es uno de los hermanos de Ron. Yo…
—Oh, claro —Ron saltó de su asiento y se dirigió hacia la puerta. Como no iba prestando atención, casi choca con el sofá, pero se recuperó—. Compró entradas para el partido de mañana de los Cannons y le dije que las trajera aquí.
—¿Las entradas no fueron gratis? —preguntó Pansy con una mirada desconcertada—. Como si fuera a pagar un Knut por verlos perder.
Ron lucía indignado e insultado, pero acabó gruñendo como un motor que no podía arrancar y desapareció en la casa después de lanzarle a Pansy una mirada mortal de la que ella se rió. Harry y Hermione soltaron una risita e intercambiaron miradas cómplices.
Pansy no se equivocaba, pero ninguno de los dos se atrevería siquiera a insinuárselo al fanático de toda la vida.
—Con lo divertido que ha sido esto —Pansy terminó el resto de su vino y se levantó, empujando su silla hacia dentro—. Ya he cumplido mi cuota Weasley por hoy. Otro más no es necesario.
Hermione se lo hubiera explicado, pero pensó que era mejor que lo averiguara ella sola.
—Percy es diferente —dijo Harry.
—¿Tiene modales en la mesa? —era una pregunta seria.
—En cierto modo —él respondió crípticamente.
Hermione se rio, apoyando la mano en su mejilla; estaba sonrojada por el vino.
—En cierto modo... —Pansy parpadeó incrédula—. ¿No he sufrido bastante ya? De…
—Buenas noches —el tono barítono, educado y elegante de Percy flotó desde la puerta antes de acercarse a la mesa con Ron.
Todos se giraron.
Ese era el tipo de presencia que Percy había desarrollado a lo largo de los años.
Siempre había sido diferente, pero con el tiempo había superado su desesperada necesidad de demostrar que era mejor que su familia. Percy se había convertido en un hombre que sabía exactamente quién era, de dónde venía y lo que valía. Como jefe de la Oficina Internacional de Ley Mágica, Percy caminaba con un orgullo que reflejaba todo lo que había aprendido y experimentado.
Hermione no pudo evitar darse cuenta de que los dos hermanos, además de tener personalidades opuestas, también eran visualmente opuestos. Ron se había esforzado esta noche; llevaba puesto unos jeans oscuros, una camiseta blanca y tenía el cabello peinado. Era más alto que todos sus hermanos; se movía con seguridad en sí mismo, como alguien estable que no tenía ninguna preocupación en el mundo.
Percy, en cambio, poseía la soltura de un diplomático experimentado. Vestía de manera informal con unos pantalones de sastre grises, un chaleco a juego y una camisa a cuadros blancos y morados; lo único que le faltaba era su pajarita habitual.
Hermione nunca había visto a Pansy tan confundida.
—¿Eres un Weasley?
—Lo soy —Percy quedó desconcertado, pero se recuperó sin problemas—. Y tú eres...
Cuando Pansy no respondió, porque estaba demasiado ocupada parpadeando como si su cerebro hubiera sufrido un cortocircuito, Hermione intervino para ayudarla.
—Ella es Pansy.
Los ojos azules de Percy se deslizaron brevemente hacia Hermione.
—Ah —dio otro paso, extendiendo cortésmente la mano—. ¿Y tu apellido?
Finalmente, Pansy se recordó cómo pensar. Miró su mano, luego a él.
—Ahora mismo estoy entre apellidos.
Harry casi se atraganta con su bebida. Ron, que había vuelto a su asiento durante la presentación, le dio una palmada en la espalda. Percy reprimió una mueca, pero no retiró la mano; mantuvo el contacto visual con una mirada decidida. Hermione pensó que tendría que intervenir, pero Pansy aceptó su mano.
—Es un placer conocerte —dijo Percy.
—¡Eh! —Ron miró con enfado a su hermano—. Creía que venías a saludar a Harry y Hermione.
—He cambiado de opinión —habló mientras mantenía el contacto visual con Pansy, cuyas mejillas habían adquirido un ligero color rosa. Tras aclararse la garganta, liberó lentamente la mano.
Hermione no pasó por alto la forma en que flexionó los dedos antes de formar un puño y llevarse el brazo a la espalda. Pansy miró alrededor de la habitación como si buscara algo importante. Probablemente, el portal de vuelta al universo donde todo tenía sentido para ella.
Hermione casi se echó a reír.
—Si no te importa la intromisión —dijo Percy, mirando a Hermione—. Creo que me quedaré.
—Por supuesto que no. Pansy ya se iba.
Percy le devolvió la mirada.
—Ah, ¿sí?
—Solo iba por más vino, por supuesto. —Pansy hizo precisamente eso antes de que Hermione pudiera recordarle la botella medio llena que había sobre la mesa.
Percy ocupó la silla vacía junto a la suya, alisándose las arrugas invisibles de los pantalones. Miró a Harry, que los observaba con una ceja levantada asomando por encima del borde de sus gafas. Ron empezó a hablar de los asientos para el partido mientras Hermione ladeaba la cabeza hacia Percy, que ahora se estaba asegurando de que su cabello, ya perfectamente peinado, estuviera en su sitio.
Hermione terminó su vino.
—¿Cómo te ha ido, Percy?
—No la ofendí, ¿verdad?
—¿Y eso qué importa? —Ron frunció el ceño, confundido—. Es solo la maldita Pansy…
—Cállate, Ron —dijeron Harry y Hermione simultáneamente.
La respuesta a la pregunta era que no, pero también era ambicioso decirlo.
Sin embargo, no le correspondía a ella decirle eso.
Haber sido expulsada y apartada de la sociedad había convertido a Pansy en una persona precavida, una planificadora a la que le gustaba saber lo que se avecinaba para poder prepararse adecuadamente. Era excelente leyendo a la gente y era el tipo de persona lo bastante molesta o arrogante como para creerse inmune a que alguien o algo la sorprendiera.
Hermione nunca se atrevió a decirle la verdad: que la vida no tenía un conjunto de reglas estándar. Los humanos eran más complicados que cualquier sistema que ella hubiera utilizado para clasificarlos. Un día conocería a alguien a quien no podría clasificar inmediatamente.
Y a juzgar por la forma en que había salido corriendo, ese día había llegado.
Y esa persona era Percy Weasley.
Percy se levantó cuando Pansy regresó con una copa de vino en la mano. Tampoco puso excusas para no haber traído otra botella. En realidad, parecía mucho más serena hasta que él le acercó la silla.
Ella lo miró fijamente.
Él le sostuvo la mirada.
El duelo duró hasta que Ron abruptamente dejó de hablar del partido.
—Por el amor de Dios, siéntate, ¿quieres? —Ambos lo miraron con enojo—. Percy se considera un perfecto caballero. Es un poco idiota, la verdad. —Ron solo lo dijo a medias por la sonrisa que se le dibujó en el rostro.
La expresión de Pansy se tornó de desagrado y sus ojos se entrecerraron en pequeñas rendijas, pero se sentó sin discutir. Percy le acomodó la silla y volvió a la suya antes de tomar una copa vacía y la botella que había sobre la mesa, enfriada con magia.
Se sirvió un vaso y luego se volvió hacia Pansy.
—¿Quieres más vino?
Ella dudó, aún perpleja por su existencia, pero le ofreció su copa.
—Sí, por favor.
Percy sonrió.
Los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo.
León Tolstói
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Naoko Ichigo
