Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.

ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.

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Owari no nai ai

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Capítulo 5: Owani no nai ai

Luego de caminar unos minutos, llegaron a su nueva casa: un edificio departamental antiguo de siete pisos que parecía tener tanto carácter como el barrio que lo rodeaba. El conserje, con una sonrisa amable, les entregó las llaves. La pareja, con una mezcla de anticipación y nerviosismo, se dirigió al tercer piso. Frente a la puerta 303, Ranma giró la llave en la cerradura, y al instante, se encontraron con un departamento pequeño, aunque acogedor. La cocina, el living y el comedor compartían un mismo espacio, mientras que el dormitorio estaba separado por una puerta corrediza. A un lado, se encontraba el baño junto a la lavandería. Era un lugar compacto, pero perfecto para iniciar su etapa universitaria.

Akane se acercó al ventanal, que ocupaba una posición central en el departamento. Miraba el paisaje, a pesar de que su mente estaba en otra parte, procesando el cambio desde su vida anterior, rodeada de familiares entrometidos, al bullicio de la ciudad que nunca duerme. Si bien la transformación era drástica, la sensación de libertad que venía con la independencia la hacía sentir más viva. El trenzudo, siempre atento, se acercó y puso una mano en su hombro, sacándola de su ensimismamiento. Un silencio cómodo los envolvió, hasta que el estridente sonido del citófono los devolvió a la realidad: el camión de mudanza había llegado.

Al bajar al lobby, fueron recibidos por una sorpresa: una cama matrimonial estaba siendo descargada por los trabajadores, quienes les preguntaron la ubicación del departamento 303. Los dos intercambiaron miradas de incredulidad. ¿Era posible que su familia hubiera decidido, en el último minuto, reemplazar la cama y el futón para forzarlos a compartir el mismo lecho? Con el ceño fruncido, el artista marcial subió al camión y, para su horror, confirmó que sus pertenencias originales se quedaron en Nerima. La menor de los Saotome no podía creerlo. Aunque ya compartían la misma habitación, su esposo seguía durmiendo en el suelo, una medida que ambos tomaron para evitar situaciones incómodas tras el incidente. Sin embargo, con esa cama dominando el espacio, su mente empezó a correr en busca de una solución. Rogaba en silencio que al menos hubieran dejado un sofá en algún rincón del vehículo; de lo contrario, la posibilidad de tener que compartirla podría generar momentos aún más embarazosos.

Una vez que todas las cajas estuvieron apiladas en el centro del departamento y la cama firmemente instalada en el dormitorio, se dispusieron a ordenar sus cosas. Apenas habían comenzado cuando el rugido del estómago del azabache resonó por todo el lugar, rompiendo la tensión y provocando una carcajada en su marimacho. El momento, por absurdo que fuera, ayudó a disipar parte del nerviosismo.

—Akane, tengo hambre —dijo Ranma, frotándose la cabeza con una mano en un gesto típico de impaciencia.

—Sí, te escuché —respondió la peliazul, riéndose sin poder evitarlo ante la evidente necesidad del chico —¿Qué quieres comer?

—Vi un restaurante de ramen en la esquina. Podría ir a comprar algo y seguimos ordenando después.

—Bien… pero no tardes mucho.

—Volveré enseguida —dijo el ojiazul, guiñando un ojo antes de salir del departamento.

Una vez que Ranma salió, Akane se dispuso a seguir ordenando. Se acercó a una caja distinta a las demás por su simpleza. En su interior se encontraba la ropa de su marido. Sin pensarlo mucho, comenzó a acomodarla en el armario, hasta que algo inusual captó su atención: una pequeña caja oculta entre las prendas. Frunció el ceño. No recordaba haberla visto antes. Intrigada, la tomó y, al abrirla, se quedó sin palabras.

Dentro de la caja, había un mechón de cabello cuidadosamente envuelto. Una oleada de recuerdos la invadió: aquel día en la entrada de la Escuela Furinkan, cuando Ryoga, en medio de la batalla, se lo cortó. No entendía cómo ni por qué, pero allí estaba, preservado con sumo cuidado por su esposo. El hallazgo era desconcertante, y lo que realmente la conmovió fue darse cuenta de lo que representaba: un gesto silencioso, profundo, de amor y devoción.

Entonces, como si una chispa iluminara su mente, recordó la leyenda de Owari no nai ai:

"En una pequeña aldea japonesa, vivía una joven llamada Yukiko, cuya belleza y cabellera era admirada por todos. Cada noche, la mujer cuidaba de su largo cabello con devoción, lavándolo con agua de manantial y perfumándolo con flores frescas. Un día, Haruki, un joven samurái valiente y bondadoso, perdidamente enamorado de ella, decidió expresar su amor de una manera especial. Le pidió permiso para cortar un pequeño mechón de su cabello. Sorprendida, Yukiko confió en él y accedió. Desde entonces, Haruki lo guardó en una pequeña caja y lo llevó consigo a todas partes, considerándolo un amuleto de protección y un vínculo inquebrantable con su amada, incluso en la distancia."

El corazón de Akane se llenó de una calidez indescriptible. Ese mechón era su propio amuleto, una prueba tangible de lo que Ranma sentía por ella, algo que él nunca expresó con palabras, pero que siempre estuvo ahí, en sus acciones y en su silencio. Las fotografías que lo acompañaban (momentos de su vida capturados en secreto por Nabiki), aunque valiosas, parecían palidecer en comparación con la significancia de aquel trozo de cabello. Sin embargo, eran un complemento que reforzaba el mensaje: su esposo la amaba profundamente, de una manera que ella apenas comenzaba a comprender.

Con manos cuidadosas, la menor de los Saotome devolvió todo a su lugar, asegurándose de que el artista marcial no notara que había descubierto su pequeño secreto. Mientras cerraba la caja, una sonrisa dulce se dibujó en su rostro, sabiendo que este amor silencioso era uno que ella también llevaría consigo, como un talismán, en su corazón.

Ranma llegó al departamento cargado de bolsas de comida, decidido a saciar su hambre lo antes posible. Al subir las escaleras, su estómago rugía en protesta, ansioso por devorar todo lo que compró. Solo que, al llegar a la puerta, se topó con un pequeño problema… no tenía las llaves.

—¡No me jodas! —murmuró con fastidio, intentando no dejar caer nada de lo que tenía en las manos.

Sin otra opción, el trenzudo decidió tocar el timbre de la manera más ingeniosa que se le ocurrió: con la nariz. Presionó el botón una y otra vez, esperando que su esposa lo escuchara pronto.

Dentro del departamento, Akane se sobresaltó al escuchar el sonido insistente. Corrió hacia la puerta, preguntándose qué estaba pasando. Al abrirla, la imagen de su marido tocando el botón fue tan inesperada que no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿Qué estás haciendo, Ranma? —preguntó entre risas, llevándose una mano a la boca para intentar contenerse.

—¡Ayúdame, Akane! —respondió él, tratando de sonar serio, pero su tono derrotado solo hizo que ella riera aún más.

—Claro, claro… —dijo la peliazul, recuperándose y tomando algunas de las bolsas para aligerar su carga.

Una vez dentro, se dirigieron al kotatsu que ya se encontraba preparado. Los platos y cubiertos estaban dispuestos, y una pequeña planta decorativa adornaba el centro de la mesa, creando un ambiente acogedor. Ambos se sentaron en sus respectivos cojines, agradecieron por los alimentos y comenzaron a comer en un silencio cómodo, disfrutando de la compañía del otro.

Después de haber comido más de lo que debería, Ranma se recostó sobre el tatami, dejando escapar un suspiro de satisfacción.

—¡Creo que comí demasiado! —dijo con una sonrisa perezosa, poniendo las manos detrás de su cabeza.

Akane lo miró de reojo, sospechando lo que venía a continuación.

—Ranma, sabes lo que eso significa, ¿verdad? —dijo la ojicastaña con un tono ligeramente amenazante.

—Sí, sí, lo sé… —el chico se incorporó, pero antes de que ella pudiera seguir, decidió aprovechar el momento para abordar un tema importante —Akane, he estado pensado… deberíamos organizarnos con las tareas de la casa.

—Te escucho —respondió, cruzando los brazos mientras una ceja se levantaba en señal de alerta.

—Creo que lo mejor es que yo me encargue de cocinar y tú te encargues del resto —dijo él, como si fuera la idea más lógica del mundo.

La menor de los Saotome se quedó en silencio por un momento, procesando sus palabras. Luego, lentamente, una vena comenzó a hincharse en su frente.

—¿Y por qué yo tengo que encargarme de todo lo demás? —preguntó, su voz estaba cargada de indignación.

El artista marcial notó el peligro y activó su modo de supervivencia.

—Porque… ¡porque tienes que concentrarte en tus estudios! —respondió rápidamente, sabiendo que no podía admitir su verdadero motivo: evitar ser envenenado accidentalmente.

—¡Pero si ni siquiera he empezado a estudiar! ¡Eres un sinvergüenza! —Akane explotó, su ira alcanzó un nuevo nivel —¡Quieres que yo haga todo el trabajo mientras tú no haces nada!

—¡Yo no dije que no iba a hacer nada! —Ranma se defendió, su paciencia había comenzado a agotarse —¡Akane, siempre malinterpretas todo lo que digo!

—¡Entonces explícate, Ranma!

—¡Mira, una vez que terminemos de instalar todo, yo me encargaré de cocinar y tú de ordenar y limpiar!

—¡¿Y por qué no puede ser al revés?! —replicó ella, todavía enojada.

El azabache se levantó, caminando hacia su esposa con determinación.

—Akane, ¿realmente quieres cocinar? —preguntó, inclinándose un poco hacia la joven.

—No… —admitió Akane, bajando la cabeza, avergonzada por haber iniciado una discusión sin sentido.

Al verla así, Ranma se acuclilló frente a su mujer y, con suavidad, levantó su rostro usando un dedo debajo de su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Bien… ¿quieres encargarte de ordenar y limpiar? —preguntó con un tono más suave y amoroso.

La peliazul asintió, sintiendo el calor subir a sus mejillas. El chico también se sonrojó y su corazón comenzó a latir con fuerza al ver la vulnerabilidad en los ojos de su marimacho.

—Entonces, está decidido —dijo él, sonriendo ligeramente.

Con ese pequeño gesto, ambos decidieron dejar atrás la discusión y continuar organizando todo el departamento como si nada hubiera pasado en completo silencio. Sin embargo, en su interior, sentían una mezcla de nerviosismo y emoción. Ranma, con una sonrisa tímida, mantuvo su mirada en Akane, consciente de que, a pesar de todo lo vivido, la esencia de la chica que se había enamorado comenzaba a resurgir, y eso lo volvía aún más loco por ella.

La hora de dormir finalmente llegó, trayendo consigo un torbellino de incertidumbre para la joven pareja. Ninguno de los dos sabía cómo abordar el tema de dónde pasarían la noche en el nuevo departamento, y el silencio incómodo que reinaba entre ellos solo aumentaba sus dudas.

El trenzudo, con el corazón latiendo en su pecho como un tambor, se armó de valor y, sin levantar la vista, murmuró:

—Akane, tú duerme en la cama. Yo dormiré en el kotatsu.

Aunque lamentaba su decisión, no podía soportar la idea de que su esposa durmiera en el suelo. El solo pensarlo lo hacía sentirse como el peor hombre del mundo.

La peliazul asintió en silencio, sabiendo que insistir sería inútil. Aun así, la tensión en el ambiente era palpable.

De repente, un estruendo seguido por un apagón los sobresaltó. Akane, reaccionando con rapidez, sacó su celular para iluminar el cuarto mientras buscaba una linterna o una vela. Por su parte, Ranma se acercó a la ventana, intentando averiguar si el corte de luz afectaba solo a su edificio o a toda la cuadra. Al comprobar que solo su edificio estaba a oscuras, regresó al interior, encontrándose con su mujer, quien ya tenía una linterna en mano.

—Akane, te acompañaré hasta la cama y luego volveré al kotatsu —dijo, agarrando la linterna con firmeza, consciente de que ella se ponía nerviosa en estas situaciones.

—Gracias, Ranma… —respondió la chica, esforzándose por disimular su inquietud.

Ambos intercambiaron un tímido "buenas noches" antes de acomodarse en sus lugares. La ojicastaña, tumbada en la cama, percibía cómo el silencio de la habitación la envolvía, haciéndola sentir aún más sola. Giró la cabeza hacia la sala, donde su marido se acurrucaba bajo las mantas del kotatsu y su figura era apenas visible en la penumbra. Cerró los ojos, buscando descubrir la paz en medio de la oscuridad, pero el sueño tardó en llegar.

Pasada la medianoche, un ruido la despertó. Un castañeteo de dientes resonaba en la quietud de la noche, haciéndola abrir los ojos de golpe. Sin pensarlo dos veces, se levantó y, con el celular en mano, iluminó la sala para encontrarse con Ranma, tiritando de frío, encogido en un desesperado intento por mantenerse caliente.

Akane sintió un nudo en el pecho al verlo así. Se acercó a él con pasos silenciosos, casi temiendo romper la frágil barrera que los separaba.

—Ranma… ven a la cama —susurró, con una voz teñida de una ternura que pocas veces dejaba ver.

—¿Qué? No, Akane… yo… estoy bien aquí —respondió el artista marcial con dificultad, sus dientes chocaban entre sí mientras intentaba rechazar su oferta.

—No estás bien, estás congelado —insistió ella, con un tono firme pero lleno de preocupación —No voy a dejar que te quedes aquí tiritando toda la noche. Por favor, ven a la cama.

El azabache la miró, sorprendido por la determinación en sus palabras. Dudó un momento antes de preguntar con cierta inquietud:

—¿Quieres que me transforme en mujer?

La menor de los Saotome negó rápidamente con la cabeza con una expresión endurecida por la preocupación.

—No, Ranma. Si te transformas ahora, podrías ponerte peor. Prefiero que vengas a la cama tal como estás.

El ojiazul vaciló un instante, aunque al ver la seriedad en los ojos de su marimacho, se rindió.

—Está bien… pero no me pegues con tu mazo… —comenzó a decir, hasta que ella lo interrumpió suavemente.

—No te voy a golpear, Ranma —susurró, acercándose a él y guiándolo hacia la cama —Solo quiero que estés bien.

Al entrar en la cama, la calidez del cuerpo de Akane fue un alivio instantáneo para Ranma. Se acurrucó a su lado, sintiendo cómo el calor de ella comenzaba a devolverle la vida a sus entumecidos músculos.

—Akane… gracias —murmuró, cerrando los ojos mientras se dejaba llevar por la sensación de seguridad que la peliazul le brindaba.

—No tienes que agradecerme, Ranma —respondió la chica, envolviendo sus brazos alrededor de su esposo —Solo descansa.

El silencio volvió a instalarse en la habitación, pero esta vez no resultaba incómodo. Se trataba de un silencio lleno de entendimiento, de un cariño que no necesitaba palabras para ser expresado. Al mismo tiempo que ambos se acurrucaban bajo las sábanas, sintiendo el calor del otro en esa fría noche de marzo, Akane se dio cuenta de que dormir con Ranma a su lado no se sentía tan embarazoso como imaginaba. De hecho, esta era la segunda vez que lo hacía, y la idea de pasar todas las noches así comenzaba a parecerle reconfortante.

—Buenas noches, Ranma —susurró, permitiendo que sus ojos se cerraran y su corazón latiera con una calidez que no había experimentado antes.

—Buenas noches, Akane —respondió el joven, con una voz apenas audible mientras se dejaba llevar por el sueño, con una sonrisa suave en los labios.

Esa noche, ambos durmieron profundamente, envueltos en el calor del otro, olvidando por un momento las inseguridades y los miedos que tenían al inicio.

El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Akane abrió los ojos. Una vez más, estaba atrapada en un abrazo firme, rodeada por los cálidos músculos de Ranma. Esta vez, en lugar de notar la necesidad de liberarse, decidió disfrutar del momento. Observó el rostro relajado de su marido, tan cerca del suyo que podía sentir su respiración rítmica y tranquila. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al ver lo pacífico que parecía mientras descansaba.

De repente, un murmullo suave rompió el silencio:

—Akane, te amo… —susurró el trenzudo en sueños, acurrucándose aún más contra ella —Akane, te adoro…

El corazón de la chica dio un vuelco. ¿Acaso tío Genma decía la verdad cuando provocaba a su esposo durante el entrenamiento de la técnica del Dragón Volador? Un fuerte sonrojo cubrió su rostro al recordar ese momento.

Decidió no despertarlo de inmediato. En cambio, deslizó suavemente su mano por la espalda del artista marcial, acariciándolo con ternura. Su mente comenzó a divagar, imaginando cómo sería su vida juntos en este nuevo lugar, donde finalmente podían estar solos sin las constantes interrupciones y el caos de la casa Tendo.

Pero no tardó mucho en darse cuenta de que él empezaba a despertarse. El pelinegro abrió los ojos lentamente, y al darse cuenta de cómo la tenía atrapada, se puso pálido como un papel. Sin embargo, para su sorpresa, la ojicastaña continuó deslizando sus dedos sobre él.

—Ranma, no te preocupes, estoy bien… No me molesta —dijo, susurrándole al oído.

—Akane, de verdad, esto no es lo que parece…

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué me tienes acorralada de esta manera?

—¡Ay, no lo sé! ¡Pero no es lo que crees!

—Ya, Ranma… Lo que tú digas —respondió ella, girando los ojos, divertida.

La menor de los Saotome se desprendió de su marido con suavidad. Esta vez, no se sintió desilusionada por sus constantes negaciones. Sabía que el chico era incapaz de expresar sus sentimientos conscientemente, pero con el descubrimiento de la caja misteriosa que contenía su mechón de cabello y las declaraciones en sueños, era más que suficiente para ella. Comprendía que el orgullo y la inseguridad del artista marcial lo habían hecho comportarse de forma tosca en el pasado, aunque ahora sabía que él la amaba.

Mientras el joven se tapaba la cabeza con las sábanas, rojo de vergüenza, murmuró:

—Akane, lo siento… de verdad… no sé por qué te tenía así.

—No te preocupes, Ranma, te dije que no me molesta.

—¿Es en serio? ¡No te creo! —dijo él, asomando la cabeza para ver la expresión de su adorado tormento personal.

—Eso ya es problema tuyo —respondió Akane con una sonrisa traviesa —Por cierto, quiero hacerte una pregunta, pero quiero que me respondas con sinceridad.

—Sí… dime —contestó Ranma, con el corazón acelerado ante la incertidumbre.

—¿Prefieres dormir en el kotatsu o aquí en la cama?

—Si te respondo con la verdad, me enviarás a volar al otro lado de Osaka.

—¿Eso significa que prefieres dormir conmigo en la cama? —replicó ella, perdiendo la paciencia. Hablar con él era peor que tratar con un niño pequeño.

—Sí… —respondió en un susurro apenas audible.

—Bien… Entonces dormiremos juntos.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás hablando en serio, Akane?! ¡Si es una broma, no es graciosa!

—No, Ranma, hablo en serio. Ayer casi terminas con hipotermia porque se fue la electricidad, y si vamos a vivir aquí al menos por cinco años, no quiero encontrarme con un cadáver por culpa del mal tiempo. Además, no es tan malo dormir contigo, ¿sabes? —dijo, con una sonrisa picarona.

Ranma la observó mientras se dirigía al baño, estupefacto. Su mujer, la misma que solía golpearlo por cualquier tontería, ahora le sugería que durmieran juntos como si nada. Aunque no quería hacerse ilusiones, algo cambió, y no podía dejar pasar la oportunidad. Se puso de pie con una nueva determinación. No iba a permitir que los avances que habían logrado se desperdiciaran.

Con esa idea en mente, se dirigió a la cocina decidido a preparar el mejor desayuno para su marimacho. Sin embargo, al llegar, se dio cuenta de que solo quedaban barritas de cereales, té y un poco de fruta que trajeron como snack para el viaje. Maldijo su suerte, y resignado, ordenó el kotatsu y se dispuso a dar su mejor esfuerzo.

Cuando la joven salió del baño, ya arreglada, se encontró con la sorpresa.

—¡Ranma! No tenías que molestarte…

—Akane, soy el encargado de la cocina, así que ven a desayunar —se apuntó el azabache, con orgullo por su trabajo —Después iremos al mercado por los víveres de la semana.

—Bien… —dijo, con una sonrisa radiante en la cara.

Los dos se sentaron a disfrutar el desayuno sobre el kotatsu. No era un banquete, pero en ese momento, compartirlo juntos en su pequeño departamento lo hizo sentir especial, como si fuera el mejor de todos.

Después de comer, salieron juntos al mercado del barrio para comprar víveres. A pesar de que aún se estaban adaptando a la vida en su nuevo hogar, caminar por las calles del vecindario, descubriendo tiendas y saludando a los vecinos, les dio una sensación de normalidad y estabilidad que ambos necesitaban como pareja.

De regreso en el departamento, mientras Ranma se encargaba de la cocina, Akane se ocupó de ordenar las cosas que faltaban. Cada vez que pasaba cerca del chico, no podía evitar sonreír al verlo tan concentrado en preparar el almuerzo.

Finalmente, con todo en su lugar, la peliazul se dejó caer en el kotatsu, disfrutando del calor que emanaba. Encendió la televisión y se encontró con una película romántica. La trama la atrapó de inmediato, y se sumergió en la historia de amor de los personajes en pantalla.

El trenzudo, curioso al ver a su esposa tan absorta, se acercó en silencio y le susurró de forma sexy al oído:

—¿Qué estás viendo?

La menor de los Saotome dio un pequeño brinco, sorprendida, pero luego se relajó al darse cuenta de que era él.

—¡Ranma, me asustaste! —respondió, con una leve sonrisa —Es una película romántica.

—Ya veo… ¿De qué se trata?

—Es sobre un chico que molesta a su compañera de clase porque no se atreve a confesar que le gusta, pero todo cambia cuando llega un estudiante de intercambio que empieza a coquetear con ella.

El pelinegro se dejó caer a su lado, frunciendo el ceño ligeramente.

—Mmm… ¿Y con quién se queda?

—Eso tendrás que averiguarlo —dijo ella, con sus ojos aún fijos en la pantalla —Me interrumpiste justo cuando la protagonista iba a responder la declaración del muchacho.

—Si ella fuese inteligente, se quedaría con el chico que la molesta —comentó el ojiazul, cruzando los brazos con una expresión de leve fastidio.

—Ahora que lo pienso… parece que la protagonista se queda con el estudiante de intercambio porque no puede perdonar todo el daño que le hizo su compañero de clase —dijo su marimacho, consciente de que él se estaba proyectando en la historia y queriendo molestarlo un poco.

—¡Eso no puede ser! ¡Es injusto que un aparecido se quede con ella!

—Bueno, Ranma… Esas cosas pasan, ¿sabes?

—¡¿Lo dices en serio?! ¡No lo permitiré! —exclamó, congelándose de inmediato al darse cuenta de que había hablado en voz alta.

—Eh… ¡Nada, Akane! ¡El almuerzo está listo! ¡Mira! —cambió de tema rápidamente, yendo a buscar los platos que preparó mientras la chica reía a carcajadas.

El artista marcial presentó con orgullo su arroz gohan decorado con semillas de sésamo, tonkatsu, tortilla de huevo, una ensalada de repollo con zanahorias y pequeñas rodajas de kamaboko.

—¡Ranma! ¡El almuerzo se ve delicioso! ¡Muchísimas gracias! —la ojicastaña estaba encantada.

—No hay de qué, Akane… Mi madre me ha estado enseñando algunas cosas, y parece que la cocina me empieza a gustar —dijo, rascándose la cabeza despreocupadamente.

—Bueno… Ahora no me siento mal por ser un desastre en la cocina.

—Gracias por la comida —dijeron al unísono, juntando sus manos en un gesto de gratitud.

El fin de semana previo al ingreso a la universidad llegó, y el trenzudo quería sorprender a su adorado tormento con una velada especial. Con un plan en mente y el corazón palpitando de anticipación, se dispuso a preparar una comida romántica que ambos recordarían.

Ranma ajustó su delantal sobre su pecho, concentrado en cada detalle a medida que elaboraba una pizza desde cero. La cocina se convirtió en un pasatiempo fascinante para él, un arte que no solo disfrutaba, sino que también le brindaba la satisfacción de ver a Akane gozar de cada platillo que salía de sus manos. Pero esta vez, había algo más en juego. Decidió agregar un toque especial: una botella de vino blanco que, según le comentó la dependienta, "realzaría" los sabores de la comida.

Mientras trabajaba con una disciplina propia de un artista marcial, la chica se encontraba en el kotatsu, absorta en sus apuntes de medicina y alistándose para el inicio de sus clases. De vez en cuando, levantaba la vista de su libro. Fue en uno de esos momentos en que notó algo que llamó su atención: un disco de masa volaba con gracia por encima de su esposo, capturando su curiosidad.

Dejó el libro a un lado, apoyó la barbilla en sus manos y se quedó observando al pelinegro. Él se veía increíblemente atractivo, su determinación, fuerza y agilidad lo hacían lucir más varonil que nunca, tanto así, que no pudo evitar sentir un cosquilleo en su interior. Su mirada se volvió intensa, recorriendo cada movimiento con admiración y un deseo comenzaba a despertarse dentro de ella.

El chico de la trenza, consciente de la atención de su mujer, le devolvió una sonrisa coqueta, acompañada de un guiño juguetón, sin perder el ritmo en la preparación de la pizza. La joven, sonrojada, intentó volver a sus estudios, pero la proximidad del ojiazul hacía que concentrarse fuera una tarea casi imposible. La conexión entre ellos se volvió tan fuerte que, a veces, sentía que era incapaz de resistir los impulsos que surgían cuando estaban juntos. Y él, siempre dispuesto a provocarla, se acercaba cada vez que tenía la oportunidad.

Con todo listo, Ranma se aproximó con dos copas en mano, sirvió el vino y encendió un par de velas para crear un ambiente más íntimo. Akane, aunque nerviosa por el inesperado romanticismo de su marido, decidió dejarse llevar. Al fin y al cabo, estaban casados y se amaban, así que ¿qué había de malo en disfrutar el momento?

—Akane, tienes que probar el vino que me recomendaron —dijo el azabache, tomando un sorbo primero. El sabor lo sorprendió gratamente —Dicen que realza el sabor de la comida.

La menor de los Saotome, con una sonrisa cautivadora, tomó un pequeño trago. El sabor peculiar la sorprendió, pero no dejó que se notara en su expresión.

—Es delicioso, Ranma —respondió, con su voz suave, casi susurrada.

—Me alegra que te guste —dijo el trenzudo, sirviendo más vino en ambas copas.

La pizza sobre el kotatsu fue la excusa perfecta para acercase aún más, comiendo y bebiendo en una atmósfera cargada de expectativa. Con cada copa, ambos se sentían más desinhibidos, y la tensión entre ellos era palpable. El joven, con una sonrisa que combinaba satisfacción y travesura, se inclinó hacia ella.

—Si no resulta lo de las artes marciales, creo que me dedicaré a ser el mejor chef de todos los tiempos —declaró con una confianza desenfrenada.

La ojicastaña le lanzó una mirada coqueta y sus ojos brillaron con una chispa juguetona.

—No lo dudo, Ranma. Me encanta cómo cocinas.

—Gracias, Akane —contestó, llenando nuevamente las copas —Mañana iré a agradecerle a la Sra. Takahashi por este vino. Es espectacular.

La peliazul respondió con una sonrisa, pero había algo más en su mirada, algo que su esposo no pudo ignorar.

—Akane…

—Dime, Ranma…

Él se acercó más, su voz se volvió un susurro cargado de emociones contenidas.

—Hay algo que necesito decirte…

La ojicastaña, intrigada y ligeramente mareada por el vino, se recostó un poco sobre el kotatsu, mirándolo fijamente.

—Te escucho, Ranma…

Los ojos del chico se perdieron en los de ella y su corazón empezó a acelerarse. Quería abrirse. Compartir un pensamiento que lo había estado atormentando.

—Me hubiese gustado que tú fueras mi primer beso, no Mikado… —dijo con una leve tristeza, recordando aquel momento que prefería olvidar.

Akane sintió una punzada en el pecho, pero su mente rápidamente encontró una solución. Una idea traviesa cruzó por su mente, y decidió que la noche aún podía mejorar.

—Si lo piensas bien, Ranma… Todos esos besos fueron robados o dados en situaciones extrañas… Técnicamente, nunca has dado un beso consciente, así que… podrías considerar que aún te falta ese primer beso.

Él la miró y sus palabras lo hicieron reflexionar.

—Visto de esa manera… Tienes razón.

La chica sonrió, y antes de que pudiera arrepentirse, lanzó un desafío que lo dejó boquiabierto.

—¿Te apuesto a que no te atreves a besarme ahora? —dijo, con un tono provocador.

Ranma, sorprendido por la audacia de su esposa, no tardó en reaccionar.

—¡¿Cómo que no me atrevo?! —exclamó, moviéndose rápidamente a su lado.

Ella soltó una risa coqueta, disfrutando del juego.

—No… No te atreves —repitió, mientras su risa suave llenaba el espacio.

—Cierra los ojos —ordenó el pelinegro, acercándose lentamente, con una voz baja y cargada de deseo.

—Ranma…

El nombre de él escapó de sus labios en un susurro. La cercanía de su marido, acompañada de su aliento cálido, hizo que todo su cuerpo se estremeciera.

—Akane… —susurró el joven, con la voz suave y seductora —Cierra los ojos, a menos que no quieras que te bese…

ADVERTENCIA: El siguiente contenido incluye escenas eróticas y de sexo explícito que podrían ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda avanzar al siguiente capítulo si la lectura no es de su agrado. Si decide continuar, tenga en cuenta que ambos protagonistas son mayores de edad (18 años) y todas las acciones descritas ocurren con pleno consentimiento. Asimismo, la expresión "la menor de los Saotome" se refiere exclusivamente al orden dentro de la familia, no a la edad de los personajes.

Akane sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo cuando los labios de Ranma se acercaron a los suyos. Cerró los ojos, permitiendo que la incertidumbre y el deseo del momento la envolvieron por completo. El primer contacto fue delicado, casi titubeante. El beso se sintió como un susurro, un descubrimiento suave y vacilante en un territorio desconocido. Ambos parecían explorar con cautela, temerosos, pero ansiosos por encontrar algo más profundo.

De repente, una chispa los atravesó, una conexión palpable como una corriente eléctrica que vibró en sus corazones. Las respiraciones de ambos se aceleraron, fundiendo sus ritmos en uno entrecortado y sincopado, mientras sus labios empezaban a moverse con mayor seguridad. El beso se intensificaba, y cada roce, cada toque despertaba nuevas sensaciones estremecedoras.

Incapaz de resistirse más, el trenzudo profundizó el contacto, saboreando ese dulce néctar que le había sido negado por tanto tiempo. Sus dedos recorrieron lentamente el rostro de su adorado tormento, como si quisiera memorizar cada contorno de su piel. Al mismo tiempo, una de sus manos la atrajo hacia él, acomodándola sobre sus piernas y estrechándola en un abrazo que parecía fundir sus cuerpos.

—Akane… —murmuró entre besos, con su voz entrecortada por el deseo.

La menor de los Saotome, con las manos temblorosas, recorrió la espalda bien definida de su esposo, sintiendo los músculos tensarse bajo su toque. El calor de su piel era intoxicante, y sus dedos trazaban caminos invisibles sobre su torso, como si no pudiera saciarse de aquella sensación. Con cada caricia, él se estremecía, y sus respiraciones se volvían más pesadas.

La ropa pronto se convirtió en un obstáculo para ambos. Entre risas suaves y jadeos entrecortados, el pelinegro deslizó sus manos por los hombros de su marimacho, rasgando con impaciencia el vestido que cubría su cuerpo.

—Impaciente… —susurró ella, con una sonrisa juguetona que pronto se desvanecería cuando él la mirara con sus ojos azules llenos de asombro y deseo.

La chica intentó cubrirse por instinto, sintiéndose vulnerable bajo aquella mirada tan intensa, pero él no se lo permitió. En lugar de apartarse, la besó con una pasión inesperada, posesiva y demandante, haciéndola olvidar cualquier rastro de inseguridad. El azabache, ansioso por sentir más de su piel, se quitó su propia camiseta de un solo tirón, quedándose al descubierto frente a ella.

Con los ojos nublados de deseo, la peliazul deslizó sus manos por el pecho desnudo de él, sintiendo el calor que irradiaba de su piel. A medida que se dejaban llevar por el fervor del momento, hundió los dedos en el cabello trenzado de su marido, deshaciendo con delicadeza el peinado que tanto cuidaba, como si anhelara que cada contacto los uniera aún más en ese instante de entrega.

—Akane… —su voz fue un susurro ronco cuando sus labios encontraron el cuello de la ojicastaña, dejando un rastro de besos que le robaban la cordura.

Cada roce de sus labios, cada caricia, hacía que su cuerpo respondiera de una manera nueva y electrizante. La joven jadeó cuando sintió las manos del artista marcial deslizarse hacia su pecho. La suavidad con la que la tocaba contrastaba con la intensidad del momento, y sus dedos exploraban con delicadeza cada curva.

—¡Ranma…! —exclamó, con voz temblorosa, sorprendida por la sensación placentera que la invadía.

Él sonrió contra su piel al escucharla decir su nombre de esa forma. Besó cada parte de su cuello que encendía un fuego que la hacía arder por dentro. Nuevamente, la ropa restante se convirtió en un estorbo, y el chico, con manos hábiles, desabrochó el sostén de ella, liberando la visión que tanto había deseado.

—Siempre supe que estaban hechos para mí —murmuró, contemplándola con adoración y posando ambas manos en los senos de su mujer.

Akane soltó una pequeña risa, tratando de ocultar su vergüenza —¿No eras tú quien siempre decía que era una "pecho plano"?

Él soltó una suave carcajada —¿Acaso no te das cuenta de lo estúpido que puedo ser? —una sonrisa traviesa invadió su rostro, mientras sus manos seguían explorando con curiosidad.

Cualquier rastro de broma desapareció cuando los dedos de Ranma empezaron a juguetear con sus pezones, provocando que ella soltase un gemido involuntario. El sonido lo incitó para que sus labios bajaran hasta su pecho, lamiendo y mordisqueando suavemente. La muchacha, atrapada entre las sensaciones, arqueó la espalda en búsqueda de más contacto.

Sus caderas se encontraron en un ritmo propio, un vaivén que seguía aumentando la presión entre ellos. El trenzudo, fascinado por cómo reaccionaba su esposa, dejó que una mano descendiera lentamente hacia su intimidad, deteniéndose justo antes de llegar. Ella se tensó, anticipando el siguiente movimiento.

—Ranma… —susurró, con la voz cargada de emoción.

—¿Confías en mí? —preguntó él, con un tono suave, pero cargado de promesas.

Las manos del azabache descendieron con lentitud por la espalda de su marimacho, explorando cada rincón con una mezcla de curiosidad y devoción. Al llegar a su trasero, lo apretó con firmeza, arrancándole un suave jadeo a la joven. El calor entre ellos se intensificaba, y ella, sintiendo la presión de la erección contra su pelvis, no pudo evitar moverse instintivamente, respondiendo al ritmo de sus caricias. Sus caderas comenzaron a seguir un compás propio, aumentando la fricción entre sus cuerpos, mientras la tensión en su interior crecía y amenazaba con desbordarse.

El ojiazul, consciente de la presión casi insoportable en sus pantalones, sincronizó sus movimientos con los de su mujer, haciendo que cada roce se volviera más rápido y preciso. La atmósfera se llenó de sus respiraciones entrecortadas y los jadeos que escapaban sin control. El cuerpo de la chica vibraba bajo sus atenciones, y su mente, nublada por el éxtasis, la acercaba al borde del abismo.

Justo cuando la menor de los Saotome sentía que no podría soportar más, el artista marcial deslizó una mano hasta su centro, encontrando su perla con precisión experta. El contacto reiterado fue suficiente para desencadenar una oleada de placer en ella, que la recorrió como un torrente. Su cuerpo convulsionó al ritmo del clímax que la sobrepasó, y sus labios entreabiertos dejaron escapar un gemido ahogado. La sensación la consumió por completo, hasta que su mente se quedó en blanco, sumergida en una calma profunda.

—Akane, acabas de tener un orgasmo —dijo él, sonriendo triunfalmente al admirar a su esposa, que aún jadeaba y cuyos ojos brillaban con una mezcla de amor y deseo —Eres increíble.

Con cuidado, el chico la recostó sobre el tatami, dándole el espacio necesario para que recuperara el aliento. Mientras lo hacía, la observaba con una mezcla de devoción y deseo palpable. Sus dedos, ahora más delicados, recorrieron con suavidad desde su cuello hasta su abdomen, disfrutando del tiempo que pasaba explorando cada centímetro de su piel con una ternura casi venerable.

—Me encantas... —murmuró, sus palabras estaban cargadas de afecto al tiempo que la acariciaba.

Akane, todavía envuelta en el resplandor del momento, lo miró con los ojos entrecerrados, intentando calmar la intensidad de sus emociones.

—¿Y tú qué? —preguntó con una sonrisa, incorporándose ligeramente mientras el deseo aún la recorría.

El pelinegro sonrió de manera pícara y contestó, juguetón:

—Puedo esperar... —en ese instante, deslizó una mano hacia su seno izquierdo, acariciándolo con suavidad —Sin duda, este es mi favorito.

—¡Ranma! —protestó, sonrojándose ante su descaro.

—¿Qué? —dijo su marido, levantando una ceja con fingida inocencia —¿O acaso no te has dado cuenta de que siempre te las agarro?

La ojicastaña lo miró, sorprendida y divertida a la vez —Pensé que solo eran accidentes... —su risa era ligera, aunque teñida de incredulidad.

—Akane, por favor —rió el joven —Tengo un equilibrio espectacular.

La peliazul no pudo evitar soltar una carcajada ante las ocurrencias de su esposo, mientras confirmaba lo estúpido que podía llegar a ser.

—Eres un pervertido, Saotome Ranma.

—"Tu pervertido" —replicó él, tocándole la nariz con un gesto juguetón.

Con una sonrisa, la muchacha se inclinó y lo besó, esta vez con una ternura que envolvía todo lo que sentía por él. El beso fue suave y profundo, cargado de todo el cariño que habían acumulado durante todo ese tiempo.

—Ranma... —dijo ella, aún con las mejillas sonrosadas —Me rompiste el vestido.

Ranma soltó una risa burlona —¿Ese pijama viejo? Pfff… Siempre quise romperlo —respondió con una sonrisa torcida y una chispa traviesa en los ojos.

—¡Ranma! —exclamó Akane, dándole un suave golpe en el brazo.

—Mejor vamos a la cama, Sra. Saotome —dijo él con una sonrisa cómplice, mientras la tomaba en brazos y la llevaba hacia la habitación contigua.

Con cuidado, la acostó sobre la cama y se puso a su lado, apoyando sus brazos a ambos lados de su cuerpo para no aplastarla. Sus labios se encontraron una vez más, esta vez en un beso más largo y apasionado. Las manos de ambos recorrieron sus cuerpos, explorando cada rincón, cada curva, con una mezcla de ansia y ternura. Cada caricia, cada roce, los acercaba más, sumergiéndolos en la intimidad del momento.

Ranma se apartó ligeramente de Akane y, con un movimiento ágil, quedó completamente desnudo frente a ella. La chica, al verlo, se quedó impactada, incapaz de desviar la mirada de su entrepierna. ¿Cómo iba a caber eso dentro de ella? La duda y el nerviosismo comenzaron a invadir su mente, pero él, notando la tensión en su rostro, acarició suavemente su mejilla, transmitiéndole calma con ese gesto.

—Akane, si no te sientes cómoda… —susurró el trenzudo, con un tono calmado y dulce —Podemos detenernos, lo entendería.

—No, Ranma... —murmuró ella, avergonzada y con la voz apenas audible —No es eso, es que... es muy grande.

El artista marcial no pudo evitar reír a carcajadas, divertido y halagado al mismo tiempo. Siempre había sentido que el "otro orgullo Saotome" era motivo de celebración, y que su mujer lo notara de esa forma le encantaba. La ojicastaña, por su parte, frunció el ceño, pensando: "Estúpido presumido". Antes de que pudiera levantarse, fastidiada por la situación, el pelinegro se acercó rápidamente, susurrándole al oído.

—Perdona si te hice sentir incómoda —murmuró con amor, mientras su mano acariciaba el rostro de ella —Pero me encantó lo que dijiste... Además, tú eres la única que me pone así.

La menor de los Saotome lo miró, sorprendida por su honestidad.

—De verdad —insistió él, con un tono más suave —Pero, si no quieres seguir, podemos intentarlo otro día. Lo más importante es que estés completamente segura.

Ella, sin decir nada, presionó un dedo sobre los labios del ojiazul, silenciándolo.

—¿Acaso no quieres hacerlo? —preguntó, ahora recuperando el control de la situación.

Los ojos del azabache se oscurecieron, reflejando el deseo que lo consumía desde hacía tiempo.

—Akane, quiero cogerte desde que te vi por primera vez en el ofuro —confesó, sin titubear.

—¡Ranma! —protestó ella, escandalizada, aunque el calor en sus mejillas delataba otra emoción.

—¿Qué? —dijo él, sonriendo pícaramente —¿Acaso pensabas que no me gustaste desde ese día? —sin esperar respuesta, depositó un beso en su frente —Me volviste loco desde entonces.

La confesión fue suficiente para que la peliazul dejara de resistirse. Con un ardiente beso, se entregó por completo, mientras las caricias entre ambos se intensificaban. El deseo creció, incontrolable. El muchacho la recostó bajo su cuerpo, frotando su virilidad erecta contra la intimidad de su esposa, preparando el camino.

Con delicadeza, retiró el calzón de su marimacho, y sus dedos encontraron el camino hacia la perla de placer, frotándola con destreza. Los gemidos de la joven empezaron a llenar la habitación, dejando en evidencia cómo su cuerpo respondía al contacto. Sus manos, temblorosas de deseo, se aferraron al trasero de su marido, empujándolo más cerca, ansiosa por más. Pero el chico tenía otros planes. Sin apartarse, bajó la cabeza y comenzó a lamer y succionar su entrada, arrancándole jadeos aún más profundos.

—Akane, eres exquisita... —murmuró entre caricias, completamente embelesado por su amado tormento.

El cuerpo de Akane temblaba, sus caderas se movían instintivamente contra su boca, buscando liberar la tensión acumulada. Cada lamida, cada succión, la acercaba más al abismo del placer incontrolable. Ranma, observando cómo se entregaba, decidió ir más allá; cambió la posición de su boca para succionar su perla mientras introducía sus dedos con delicadeza, preparándola para lo que vendría.

—Ranma... —jadeó ella, completamente dominada por las sensaciones que él le provocaba.

Las manos del trenzudo exploraban con devoción, disfrutando de cada reacción de su mujer. Sin embargo, el deseo de su propio cuerpo ya era casi insoportable.

—Voy a ponerme un preservativo —dijo en voz baja, notando la oleada de placer que aún recorría el cuerpo de la ojicastaña.

Con agilidad, saltó de la cama y se dirigió al velador. Al regresar, ya preparado, sus ojos se detuvieron en la imagen que tenía frente a él: Akane, desnuda y completamente entregada. Era más de lo que alguna vez había imaginado. La impaciencia lo consumía.

—Te prometo que dolerá solo esta vez —dijo, susurrando con una mezcla de ternura y deseo.

—Hazlo, Ranma… —respondió, su voz era apenas un susurro.

El pelinegro comenzó a avanzar suavemente, sintiendo cómo el calor y la humedad de su esposa lo envolvían en un acto de profundo amor. Ella experimentó una punzada de incomodidad, conteniendo la respiración al tiempo que se aferraba con fuerza a las sábanas. A cada avance, una intensa tensión la llenaba, y la mente del chico se inundaba de frustración. Le parecía injusto disfrutar de su cercanía mientras su marimacho luchaba con ese malestar.

De repente, la presión que el artista marcial sentía se intensificó. En un impulso lleno de determinación, empujó con firmeza, penetrándola hasta lo más profundo de su ser. Un gemido desgarrador escapó de los labios de la menor de los Saotome, resonando en el aire como un eco de la unión que compartían.

—Lo siento, Akane… —susurró, con su voz llena de preocupación.

—Tranquilo, Ranma… Puedo soportarlo… —respondió ella, intentando demostrar valentía, aunque la vulnerabilidad en su voz era evidente.

Aquella afirmación derrumbó al azabache; lo que debería ser un momento hermoso se sentía unilateral. No podía permitir que su amor se convirtiera en angustia. Con ternura, comenzó a besarla suavemente, buscando tranquilizarla. Una de sus manos acariciaba su pecho con delicadeza, mientras la otra descendía hacia su intimidad para estimular su perla con cariño. Poco a poco, la peliazul se fue relajando, moviendo sus caderas en busca de un roce más intenso y una conexión más profunda.

—Akane, te amo… —declaró el joven, dejando ver en su mirada una adoración total.

—Yo también te amo, Ranma… —respondió ella, con lágrimas brillando en sus ojos, conmovida por la calidez de sus palabras.

Mientras él luchaba por mantener el control, su respiración se volvía más profunda; el deseo y la intimidad entre ambos se tornaban casi insoportables. Sabía que debía avanzar con cuidado. Inició con pequeñas estocadas, explorando la calidez de su mujer y percibiendo cómo su cuerpo respondía al contacto. Las respiraciones se hicieron irregulares, y el placer circulaba entre ellos como una corriente vibrante. El ojiazul sintió que estaban listos para intensificar el momento, y decidió acelerar su ritmo gradualmente.

Las miradas se cruzaron, como si cada parpadeo y gemido fueran un pacto compartido, sellando sus emociones en un momento sagrado. El trenzudo empezó a agarrar su cuerpo con devoción, besando apasionadamente su cuello y hombros; cada roce se convertía en un mensaje de amor. Los gemidos de su adorado tormento eran música para sus oídos, invitándolo a desatar el animal salvaje que llevaba dentro. A su vez, ella sentía cómo él crecía dentro de las paredes de su intimidad, una sensación deliciosa que aumentaba con cada movimiento, llevándola al borde de la locura.

El pequeño departamento se inundó de sonidos lujuriosos, ecos de años de deseo reprimido. La ojicastaña se movía al compás de sus embestidas; su cuerpo comenzó a contraerse, señalándole que el clímax estaba cerca. El muchacho, sintiendo que estaba al borde de una inminente explosión de placer, intensificó las penetraciones, cada una llevándolos más cerca del abismo y preparándolos para conectar sus almas en una sola.

Finalmente, la menor de los Saotome ya no pudo soportar más y se entregó al orgasmo. Su cuerpo convulsionaba mientras su esposo la seguía en un último grito de placer, un gruñido gutural que resonó en la habitación, similar a un sonido primal que lo dejó sin aliento.

Con lágrimas de felicidad brotando de sus ojos, Akane murmuró:

—Gracias, Ranma, fue perfecto…

Con ternura, Ranma limpió las lágrimas de su rostro y le dio un suave beso en los labios. Se levantó con delicadeza para ir al baño a quitarse el preservativo. Al regresar, la abrazó con cariño, permitiendo que el sueño los envolviera en un mundo exclusivo para ellos.

¿Quién diría que las locuras de los patriarcas Saotome y Tendo se convertirían en el fruto de un amor sin fin?