Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.
ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.
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Owari no nai ai
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Capítulo 6: Universidad de Osaka
A la mañana siguiente, los recién casados se sumergieron en el cálido resplandor de su amor. Habían comprendido lo que significaba esa "luna de miel" que tanto mencionaba tía Nodoka. Todo lo que deseaban era estar juntos, disfrutando de pequeños momentos llenos de besos, caricias y susurros cómplices que flotaban en el aire.
El despertador sonó, marcando las 06:00 a.m. Akane, aún entre las sábanas, apagó el aparato con un gesto rápido y, al instante, una ola de nervios la invadió.
—Despierta, dormilón —le dijo con un tono travieso, mientras jugueteaba con su flequillo y acariciaba su rostro —Hoy tenemos que ir a la ceremonia de inicio y buscar nuestros horarios escolares.
Ranma, con los ojos todavía cerrados, se aferró más a ella, como si el mundo exterior pudiera esperar.
—Solo un rato más, Akane…
—No podemos, Ranma —la peliazul sonrió y le plantó un suave beso en la frente.
La idea de quedarse así era tentadora, pero ceder a sus encantos significaría perder el primer día del nuevo año escolar.
Con un suspiro de resignación, el trenzudo se levantó, murmurando algo entre dientes al dirigirse a la cocina para preparar algo de comer. La chica se fue al baño para asearse y tratar de despejar su mente.
El tiempo voló en su pequeño departamento; compartieron risas mientras disfrutaban de un sencillo desayuno y ultimaban los detalles para salir. Un par de horas después, ya estaban en la calle, listos para abordar el transporte público que los llevaría a la Universidad de Osaka.
El trayecto desde Shinsekai hasta la universidad se convirtió en una especie de paseo mágico para ambos. Caminaron de la mano hasta la estación de Dobutsuen-mae, deleitándose con la tranquilidad de la mañana. El bullicio de la ciudad parecía un murmullo lejano; solo estaban ellos, envueltos en su propio universo.
Al llegar a la plataforma, el tren de la línea Midosuji no tardó en aparecer. Una vez a bordo, se acomodaron en asientos contiguos. La ojicastaña, con una sonrisa traviesa, apoyó la cabeza en el hombro de su marido. Los edificios y las luces de la ciudad se desdibujaban al pasar por la ventana, pero cada detalle parecía resaltarse con una belleza especial. El suave traqueteo del ferrocarril los acompañaba a la vez que se aferraban el uno al otro, con el mundo exterior transformado en un paisaje pintado solo para los dos.
En cuanto llegaron, bajaron del tren y caminaron hacia la parada de autobús. Los rayos del sol iluminaban el sendero, haciendo que el recorrido se sintiera como un preludio a todo lo que estaba por venir. Incluso el breve viaje en el transporte se llenó de miradas cómplices y risas, mientras sus manos permanecían entrelazadas, inseparables.
Finalmente, divisaron la Universidad de Osaka, un lugar que se alzaba con elegancia, combinando la modernidad con toques tradicionales en su arquitectura. Los amplios jardines estaban adornados con flores de temporada, y las paredes del edificio principal parecían contar historias de generaciones pasadas.
Una vez dentro, se dirigieron hacia el auditorio donde se llevaría a cabo la ceremonia de inicio. Fue un momento especial para la menor de los Saotome, pues sentía que formar parte de ese entorno significaba un sueño cumplido. La atmósfera transmitía serenidad, y experimentó una profunda gratificación al ver que eran solo dos estudiantes más, listos para una vida normal, lejos de los problemas que a veces los rodeaban.
El presidente Yamamoto Hayato, con una voz resonante, dio su discurso de apertura. Su mensaje estaba cargado de motivación, tocando temas sobre el futuro y las oportunidades que se presentaban ante ellos. La joven se sintió inspirada en lo más profundo; sus palabras encendieron una chispa en su corazón, recordándole que su camino junto a su esposo solo iniciaba.
Después de que el presidente concluyó, el auditorio estalló en aplausos. A medida que el matrimonio se levantaba de sus asientos, la emoción y la incertidumbre eran palpables.
Con el protocolo finalizado, la pareja se dirigió a la oficina de servicios escolares. El recorrido estaba marcado por grupos de estudiantes intercambiando impresiones, sonrisas y comentarios animados que llenaban el aire. Se adentraron en los pasillos, disfrutando del ambiente vibrante que los rodeaba.
—Esto es genial, ¿no? —dijo el pelinegro, con una sonrisa mientras sus ojos exploraban el lugar.
—Sí, lo es —asintió su mujer, sintiendo que todo encajaba a la perfección —No puedo esperar a que empiecen las clases.
Ya instalados en la fila para recoger sus horarios escolares, un chico de estatura promedio, cabello castaño y ojos miel que brillaban de entusiasmo, se acercó a los recién casados con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Esta es la fila para recoger el horario escolar?
—Sí —contestó Akane con una sonrisa amigable, mientras Ranma lo fulminaba con la mirada, como si quisiera derribarlo solo con los ojos.
—Muchas gracias. Mi nombre es Kei Hikaru. ¿Y ustedes?
—Él es Saotome Ranma y yo soy Tendo Akane —respondió ella con naturalidad.
El artista marcial, que ya tenía una vena marcándose en la sien, la corrigió en cuanto escuchó su antiguo nombre.
—Saotome Akane querrás decir —gruñó, rodeándola por la cintura con el brazo, marcando su territorio.
La peliazul, suspiró e intentó calmar la situación.
—Lo siento, todavía me cuesta acostumbrarme —dijo rápidamente, mientras la atmósfera se cargaba de celos a su alrededor.
Kei, claramente incómodo, pero decidido, continuó la conversación.
—¿Qué van a estudiar?
El azabache lo miró como si quisiera que se esfumara de inmediato.
—Akane va a estudiar medicina deportiva y traumatología, y yo la licenciatura en deportes —respondió en un tono cortante, como si cada palabra fuera un hachazo destinado a cortarle las ganas de seguir hablando.
Pero el pelicastaño, lejos de desanimarse, iluminó su rostro como si acabara de ganar la lotería.
—¡Qué casualidad! ¡Seremos compañeros, Saotome!
El ojiazul parpadeó, confundido.
—¿De cuál de los dos? —preguntó, sintiendo cómo los nervios se le crispaban.
—De Akane, claro —dijo el menudo, un poco sonrojado —Disculpa por llamarte con tanta familiaridad.
—No te preocupes, Kei —respondió ella, tratando de ser amable para evitar que la situación se pusiera peor —¿En qué te especializarás?
—En cirugía cardiovascular —respondió el ojimiel, mirando el suelo, visiblemente avergonzado.
—¡Qué impresionante! ¡Espero que podamos ser amigos! —dijo la joven, sonriendo con entusiasmo.
—¡Yo también! —respondió él, sonrojado hasta las orejas.
El pelinegro puso los ojos en blanco. La fila avanzó, recogieron sus sobres y, tras una breve despedida, comenzaron a caminar hacia la parada de autobús.
Mientras andaban, Ranma bufó, imitando la voz de su marimacho de forma exagerada.
—"¡Espero que podamos ser amigos!" —dijo con un tono chillón y una mueca de burla —¿Pero qué demonios te pasa, Akane? ¡Apenas lo conoces y ya te estás haciendo amiga del tipo! Te recuerdo que eres una mujer casada, ¡no puedes ir por ahí tonteando con cualquier imbécil!
Akane suspiró, rodando los ojos.
—¿Y tú pretendes que pase los próximos cinco años sin hablar con nadie? —respondió con sarcasmo.
—¡Por supuesto que no! —dijo el trenzudo, cruzando los brazos como si eso resolviera todo —¡Me tienes a mí!
La peliazul se detuvo y lo miró fijamente, como si evaluara la situación.
—Perfecto, entonces dime, genio, ¿cuáles son los principales mecanismos de acción de los AINEs y cómo afectan la síntesis de prostaglandinas? —preguntó, adoptando una postura desafiante con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
El chico parpadeó, sin entender nada.
—Eh... ¿los qué?
La ojicastaña, con los ojos entrecerrados, continuó.
—¿O tal vez podrías explicarme la diferencia entre la respuesta inmune innata y la adaptativa, y cómo se complementan? —dijo, con una calma peligrosa.
—¡Yo qué carajo sé de esas cosas! —gritó el azabache, totalmente frustrado.
—¡Entonces, dime, por favor, querido esposo mío, cómo pretendes que no hable con ningún chico si no sabes responder nada de esto! —su mujer alzó la voz, visiblemente molesta, pero su tono decayó hacia una tristeza, que hizo que el ojiazul se sintiera culpable de inmediato.
El artista marcial, al verla así, la abrazó torpemente, intentando arreglar el desastre que había causado.
—Perdóname, Akane. Es solo que... no me gusta que otros tipos se acerquen a ti. Me dan mala espina todos esos idiotas.
Ella lo miró con una mezcla de ternura y diversión.
—Ranma, no tienes que ponerte así. Yo solo te amo a ti, tontito —le dio un beso suave en los labios, con una sonrisa juguetona que logró calmar sus nervios.
Pero él no podía dejarlo ir tan fácil.
—Aun así, no me gusta ese maldito Kei. "¿Seremos compañeros?" ¡Sí, claro! ¡Ojalá se atragante con el bisturí! —bufó, pegándose más a ella como si quisiera asegurarse de que no escaparía.
Al mismo tiempo, su adorado tormento soltó una carcajada.
—Lo que tu digas, Ranma.
Camino a casa, los recién casados decidieron hacer una parada en el pequeño restaurante de ramen que quedaba justo en la esquina de su departamento. Hamada Hanako, una joven de estatura baja y cabello negro largo, los recibió con una sonrisa mientras tomaba su pedido y se ponía manos a la obra en la cocina.
Los chicos se acomodaron en la barra. Ranma, inquieto como siempre, comenzó a jugar con las servilletas, haciendo minúsculas figuras de origami sin mucho éxito. Akane, por otro lado, se entretenía revisando los volantes promocionales del local. Uno en particular le llamó la atención: una invitación al Inui Shrine Spring Festival. La peliazul sonrió para sus adentros; después de todo lo que había vivido con su marido, nunca estaba de más ir a un festival para "alejar los desastres".
Cuando la comida estuvo lista, el trenzudo pagó y ambos se dirigieron de regreso a casa. El trayecto fue silencioso, pero reconfortante. Estar juntos, de la mano en público, se volvió una costumbre que los hacía sentir que todo estaba en su lugar. Osaka les parecía perfecta, y no necesitaban decirlo en voz alta para saberlo.
Al llegar al edificio, fueron recibidos por el Sr. Tanaka, un hombre mayor que siempre estaba de buen humor.
—¡Buenas tardes, muchachos! —saludó con entusiasmo.
—¡Buenas tardes, Sr. Tanaka! —respondieron al unísono, sin siquiera planearlo, lo que provocó una pequeña sonrisa en sus rostros.
Una vez en su departamento, el pelinegro fue directo a la cocina con las bolsas de comida, mientras la chica preparaba el kotatsu y guardaba los sobres con sus horarios escolares para revisarlos luego. El aroma del ramen llenaba el ambiente, haciéndoles agua la boca.
—Los ramen de Hanako son mucho mejores que los del Nekohanten —comentó el ojiazul, sentado ya frente a la comida.
La menor de los Saotome asintió con la cabeza, aunque ese nombre todavía le causaba cierto malestar. No podía evitar recordar todas las locuras que Shampoo y su bisabuela habían provocado en su vida.
—Me encanta la salsa de rayu que usan y el toque de shichimi togarashi. Tiene un sabor único —agregó él, con la boca llena.
—Hanako es una cocinera dedicada. No solo hace ramen, también prepara katsudon, niku jaga, y hasta okonomiyaki. Todo un menú, no como... algunas personas que solo se enfocan en un plato y piensan que es el mejor del mundo —dijo ella, cruzando los brazos, claramente refiriéndose a las "ex-prometidas" de su esposo.
El artista marcial se tensó al instante. Su instinto de supervivencia se activó. Sabía perfectamente a quiénes se refería, pero optó por la vía pacífica.
—Tienes toda la razón, Akane... —dijo con calma, evitando cuidadosamente una discusión que sabía que no ganaría.
Terminaron de comer y la ojicastaña se encargó de limpiar la mesa, mientras el azabache sacaba los sobres con los horarios para compararlos. Al abrirlos, se dieron cuenta de que las clases de él comenzaban y terminaban con un desfase de veinte minutos respecto a las de su mujer.
—¡Perfecto! —anunció el chico, con una sonrisa que sugería problemas —Te voy a dejar y buscar en cada clase.
Ella levantó una ceja, claramente irritada.
—¿Perdón? ¿Y desde cuándo necesito un guardaespaldas? ¡Puedo cuidarme sola, Ranma! —dijo, cruzando los brazos, lista para pelear.
—Desde que soy tu marido, Akane. Es mi deber asegurarme de que llegues bien a todos lados, tal como lo hacía en la escuela —respondió él con aire protector.
—¡Eres un...! —la joven respiró hondo, intentando calmarse —Ranma, ese argumento de "soy tu esposo y por eso tengo que vigilarte" ya me está cansando.
—Pues deja de discutir y acepta la propuesta que te hice, ¿eh? —el chico comenzaba a impacientarse también.
—¡Ranma, no soy una niña que necesita supervisión las 24 horas! ¡Hay límites!
—¡¿Límites?! ¡Eres una Saotome, Akane! Y si no te comportas como una, entonces tendré que... —el trenzudo se detuvo, buscando una salida ingeniosa que, por supuesto, no encontraba.
—¡¿Tendré qué, Ranma?! —la peliazul ya estaba casi gritando, pero decidió sentarse de nuevo en el kotatsu, masajéandose las sienes —Ranma... no me refería a la ida y vuelta a la universidad. Es el resto del tiempo. No necesito que me sigas por todas partes.
—¡¿Acaso es innecesario querer pasar más tiempo con mi esposa?! —gritó el azabache, lanzándole una mirada que reflejaba enojo y dolor.
Akane parpadeó, sorprendida. Jamás imaginó que esa fuera su verdadera motivación. Una pequeña lágrima se asomó en sus ojos, conmovida por la honestidad de él. Sin decir una palabra, Ranma la abrazó y besó torpemente su cabeza.
—Lo siento, Akane... soy un idiota.
—Tonto... —respondió ella, con una sonrisa entre lágrimas —La que debe disculparse soy yo por no darme cuenta.
El artista marcial sonrió aliviado, sabiendo que el drama había terminado.
—Entonces, ¿te gustaría que te acompañe a todas tus clases? —preguntó él, con una sonrisa de triunfo.
—Sí, Ranma... pero no te quejes cuando mis compañeros te empiecen a mirar raro por estar siempre afuera del salón, ¿eh?.
—¡Hecho! —dijo, aliviado, y sellaron el acuerdo con un beso, dejando atrás la discusión.
Sin embargo, lo que Akane ignoraba por completo era que, mientras pensaba que las cosas ya no podían complicarse más, el presidente Yamamoto estaba profundamente impresionado con Ranma. Tan impresionado, que, sin dudarlo un segundo, decidió aceptar una propuesta del pelinegro que cualquiera habría considerado insólita: ¡coordinar los horarios de ambos durante toda su estancia en la institución!
—Por supuesto, Ranma —dijo Yamamoto, ajustando sus lentes y escribiendo en su libreta —Me parece una excelente idea. ¡Su esposa siempre estará bajo su cuidado!
—¡Excelente! —respondió el ojiazul con una sonrisa triunfal.
Pero eso no fue lo único. En su afán de que todo marchara a la perfección, el artista marcial, como buen bocazas, se fue de largo en una charla casual con el presidente. Le contó absolutamente cada detalle sobre su vida: desde los entrenamientos inhumanos con Genma, hasta esa "pequeña e inofensiva" maldición que lo transformaba en chica con solo un chapuzón de agua fría.
Así fue como, dentro del sobre, el alto mandatario, convencido de que estaba tomando las medidas correctas, decidió enviarle a Ranma una tarjeta oficial, escrita con toda la seriedad que ameritaba la situación:
Estimado Saotome Ranma:
He informado a los docentes sobre las transformaciones ocasionadas por su maldición, por lo que quedará eximido de cualquier disciplina acuática. Asimismo, sus horarios han sido sincronizados con los de su esposa, Saotome Akane, para garantizar su seguridad. Cualquier ajuste adicional podrá ser discutido en persona.
Saludos cordiales,
Yamamoto Hayato
Con un movimiento rápido y sigiloso, el joven guardó la tarjeta sin que su marimacho se diera cuenta. Ya habían pasado por suficientes complicaciones como para agregarle más leña al fuego.
Y así, lo que pudo haber sido una pelea épica se convirtió en una dulce reconciliación. Los chicos continuaron con besos y caricias que, poco a poco, se intensificaron. Cada roce, cada suspiro los acercaba más, elevando el deseo entre ellos. Enredados entre las sábanas, se dejaron llevar por el amor y la pasión. Sus cuerpos se movieron al compás de sus latidos, en una danza que ya no necesitaba palabras.
El mundo desapareció a su alrededor, mientras, con cada gesto íntimo, se fundían el uno en el otro. En ese instante, ya no eran dos personas; sus almas se entrelazaron, encontrando consuelo y pertenencia en el cuerpo del otro, hasta que la noche los envolvió por completo.
La mañana siguiente se volvió una pequeña batalla campal para el joven matrimonio. Ranma y Akane, acurrucados como un par de conejos dormidos, terminaron despertando tarde y corriendo para llegar a sus primeras clases.
—¡Apúrate, Ranma! —gritaba la chica, ajustándose su mochila al salir de casa —¡Vamos a perder el tren!
—¡Fuiste tú quien se quedó media hora en el baño! —respondió Ranma, aún con el cabello mojado, corriendo tras ella.
Ya en el transporte, los dos se acomodaron en sus asientos, jadeando como si hubieran corrido una maratón. El suave movimiento del vagón comenzaba a calmarlos. La ojicastaña, con la cabeza apoyada en el hombro de su marido, miraba nerviosa sus manos, sin poder evitar que su corazón se acelerara.
—Ranma… tengo algo que decirte… —murmuró, intentando sonar casual.
El artista marcial, que ya había cerrado los ojos en busca de un respiro, los abrió de golpe. "¿Algo que no me gustará?", pensó, mientras su mente comenzaba a correr más rápido que el tren. "¿Acaso me va a decir que…? ¡¿Que me va a dejar por un tipo de la universidad?!". Los escenarios catastróficos se amontonaban en su cabeza como si estuviera en medio de una pesadilla. Apretó la mano de su mujer, como si ese simple gesto pudiera detener lo inevitable.
—¿Qué pasa? —preguntó, tratando de sonar calmado, pero con el pánico dibujado en sus ojos.
—No quiero que nuestros compañeros sepan que estamos casados… —dijo la peliazul, escondiendo la cara en su hombro.
El trenzudo la miró como si le hubiera dicho que el dōjō ahora era una piscina gigante.
—¿¡Qué!? —su voz salió más alta de lo que pretendía. La mitad del vagón los miró con curiosidad —¿Y por qué no?
—Ranma… —la joven rodó los ojos, claramente molesta —No es normal que dos personas de 18 años estén casadas. ¡Quiero tener una vida universitaria tranquila! No como en la escuela, donde siempre había un caos….
El pelinegro se quedó en silencio, procesando. ¿Vida normal? ¡Ellos eran el epítome del caos! Finalmente, suspiró y habló:
—No me gusta la idea… pero no lo voy a negar —tomó el mentón de su marimacho con suavidad, forzándola a mirarlo a los ojos mientras le ofrecía una sonrisa traviesa, propia del "encanto Saotome" —Si me preguntan, les diré que estamos felizmente casados.
La menor de los Saotome lo miró fijamente, intentando mantenerse seria, pero al final suspiró con una sonrisa.
—Bien… supongo que puedo vivir con eso.
Después de dejar a Akane en su aula, Ranma se dirigió rápidamente a la suya, aunque no sin antes notar que su esposa se quedaba charlando con un chico que él no conocía. "Ya empezamos", pensó, sintiendo una punzada de celos a medida que se alejaba.
En el salón, la universitaria tomó asiento en el centro y comenzó a revisar sus pertenencias. De repente, alguien se sentó a su lado.
—Buenos días, Saotome Akane —dijo una voz familiar.
La ojicastaña giró la cabeza y vio a Kei, el chico de ayer, quien la miraba con una sonrisa resplandeciente.
—Buenos días, Kei —respondió la peliazul, correspondiendo su entusiasmo.
—Qué suerte que seamos compañeros en esta clase —comentó él, jugueteando con el borde de su camisa, visiblemente nervioso.
—Sí, me alegra también.
La clase comenzó y, para sorpresa de ambos, el tiempo voló entre fórmulas y explicaciones. Una vez concluida la lección, el ojimiel se giró hacia ella, mostrando un atisbo de timidez.
—Saotome Akane… no quiero sonar raro, pero… ¿me podrías enseñar tu horario? —dijo, agitando rápidamente las manos —¡No quiero que me malinterpretes! Solo… sería genial poder estudiar juntos para los exámenes.
La joven, un poco sorprendida, abrió su mochila y le pasó el papel. El pelicastaño lo tomó agradecido, aunque en ese momento, una sombra oscura se materializó detrás de él.
—¿Por qué tardas tanto en salir del salón, Akane? —la voz de Ranma, cargada de celos, sonó como un trueno detrás de ellos.
La menor de los Saotome dio un respingo, mientras el menudo miraba a su retador con una sonrisa incómoda.
—¡Ranma! No tienes que venir a buscarme cada dos minutos… —respondió la chica, riendo nerviosamente.
—Buenas tardes, Saotome —dijo el alegre con toda la simpatía del mundo.
El azabache le devolvió el saludo con un bufido de lo más educado. Claramente, no le caía bien. El erudito, ignorando el malhumor del ojiazul, siguió hablando.
—Parece que tenemos el mismo horario —dijo con una sonrisa, aunque se notaba una leve tristeza en su tono.
Ella, que no quería dejar al chico colgado, intervino rápidamente.
—¿Te gustaría almorzar con nosotros, Kei? Ranma preparó nuestro bento, pero podemos acompañarte a la cafetería si necesitas comprar algo.
—¡Muchas gracias, Saotome Akane! —el ojimiel hizo una reverencia —Pero yo también traje mi bento.
Ya en los jardines, los tres se sentaron a comer. Ranma, con un ojo fijo en Kei, seguía con su actitud de "guardián territorial". Mientras tanto, Akane intentaba suavizar el ambiente.
—Gracias por la comida —dijeron al unísono.
—¿De dónde eres, Kei? —preguntó la peliazul, rompiendo el hielo.
—Soy de Kobe. ¿Y ustedes?
—De Tokyo, del barrio de Nerima —respondió la joven con dulzura.
—¿Tokyo? —el pelicastaño se sorprendió —¿Y por qué están estudiando tan lejos?
—Akane decidió venir a Osaka… —el trenzudo empezó a responder con la boca llena de arroz.
—Es una larga historia —la ojicastaña lo interrumpió, dándole un golpe para que su marido se callara.
Kei observó la dinámica entre ellos, claramente curioso.
—¿Y por qué tienen el mismo apellido? —preguntó, inocentemente.
Ranma todavía recuperándose del impacto, tosió y escupió un poco de arroz antes de responder triunfalmente:
—¡Porque estamos felizmente casados!
Akane lo miró con incredulidad. "Ni un solo día sin que este bocazas lo cuente", pensó mientras suspiraba:
—Lo que pasa, Kei, es que nuestros padres nos comprometieron antes de que naciéramos.
El menudo, sorprendido, tartamudeó:
—¿Casamiento arreglado? Pero eso es… ¿No es un poco… de la era Edo?
El artista marcial, claramente ofendido por el cuestionamiento de la única cosa que su padre había hecho bien, respondió:
—¡Sea de la era que sea, Akane era mi prometida por derecho incluso antes de que existiera!
La peliazul, ya cansada de la discusión, intentó calmar los ánimos.
—Ranma, no tienes por qué ser tan grosero… Kei solo está siendo amable.
—Amable o no, nadie me va a decir qué hacer con mi marimacho —murmuró el joven, cruzando los brazos con terquedad.
El erudito, incómodo, intentó suavizar la situación:
—Solo quería ser su amigo… no quiero causarles problemas.
El ojiazul, sin perder una oportunidad de lanzar una pulla, añadió:
—Pues, empezaste mal.
—¡Ranma! ¡Te has pasado! —gritó su mujer, fulminándolo con la mirada —Kei solo quiere ser nuestro amigo.
—¡Bien! ¡Pues entonces yo también quiero ser su amigo! —respondió el pelinegro, como si fuera una competición.
Kei, sin poder creer lo que veía, sonrió con alivio.
—Gracias… ¿Les parece si intercambiamos números?
—¡Claro! —respondió Akane, saltando de emoción.
Ranma, a regañadientes, sacó su teléfono, murmurando algo sobre no confiar en tipos con "sonrisas resplandecientes".
Al finalizar el almuerzo, los chicos se dirigieron a la siguiente clase de medicina. Ranma, tras acompañar a Akane y Kei hasta su aula, se encaminó hacia las canchas del campus, donde recibiría los resultados de las pruebas físicas y de rendimiento realizadas esa misma mañana para evaluar el estado físico de los estudiantes.
En cuanto llegó, un susurro de asombro recorrió al grupo de alumnos al ver aparecer al presidente Yamamoto, con su habitual porte solemne. Aunque generalmente se mantenía al margen de estas actividades, había quedado impresionado por el conocimiento excepcional del trenzudo y su sobresaliente demostración de habilidades físicas, características de la Escuela de Combate Libre. Aprovechando la ocasión, el respetado decidió entregar los resultados en persona.
El azabache no solo destacaba por su capacidad atlética, sino que también se convirtió en una pieza clave para la universidad. A través de su talento, la institución tenía la posibilidad de ingresar a la Liga de la Federación Deportiva Universitaria de Japón (JUFA) y, eventualmente, al All Japan University Championships. Yamamoto veía en Ranma un futuro campeón nacional de karate, un título que el centro académico ansiaba para aumentar su prestigio deportivo.
Además, se había negociado entre el alto mandatario y el artista marcial que el chico representaría la validación del Combate Libre como una disciplina formal dentro de las artes marciales, dado que esta no contaba con reconocimiento oficial debido a su naturaleza callejera y sus métodos de ataque no tradicionales. La misión del pelinegro para lograrlo era clara: debía ganar el título de campeón nacional de karate durante cinco años consecutivos y obtener la aprobación del comité ejecutivo de la World Karate Federation (WKF). Si lograba este objetivo, el Combate Libre sería oficialmente aceptado, con Happosai como fundador y Genma, Soun y Ranma como maestros del estilo. La Universidad de Osaka se convertiría en pionera en su enseñanza bajo la tutela de Yamamoto. Este acuerdo beneficiaba a todas las partes y otorgaba privilegios tanto al joven Saotome como a su esposa a lo largo de su estancia en el recinto universitario.
Adicionalmente, Genma, Soun y Happosai tendrían la responsabilidad de formar al menos a cinco maestros en esta nueva disciplina, quienes, en el futuro, impartirían clases en la facultad. Este plan fortalecería la reputación de la institución como un centro de excelencia en artes marciales.
Tras su discurso, el presidente anunció que Ranma había sido asignado al grupo S, junto a otros tres estudiantes destacados: Sato Yoshiro, Takeshi Tatsuya y Yoru Kageri. Esta división élite reunía a los artistas marciales más hábiles y talentosos, aquellos que serían reclutados para el equipo competitivo del centro académico.
Una vez terminada la ceremonia, los estudiantes se retiraron conforme a las instrucciones del alto mandatario. El ambiente estaba cargado de tensión, y los murmullos no tardaron en llenar el aire. Muchos de los presentes parecían sorprendidos, e incluso molestos, por esta selección.
El trenzudo observaba a sus nuevos compañeros. Eran muy diferentes a los alumnos de la Escuela Furinkan. Las expresiones serias y los rostros cerrados que lo rodeaban no reflejaban el ambiente despreocupado al que estaba acostumbrado.
Al llegar al gimnasio, un hombre de aproximadamente 35 años se acercó al grupo. Su postura era firme, y su mirada transmitía experiencia.
—Hola, chicos. Soy Takeda Hiroshi y seré su maestro. Estoy aquí para perfeccionar sus técnicas de karate. Hoy comenzaremos con un combate de evaluación. Primera pareja: Saotome Ranma contra Takeshi Tatsuya.
Los chicos se posicionaron en el tatami, saludándose con una reverencia. Ambos se miraron intensamente antes de que el maestro Takeda diera la señal de inicio. Takeshi adoptó una postura ofensiva, mientras que Ranma, fiel a su estilo, optó por esperar y analizar las maniobras de su oponente, manteniendo una postura defensiva. Tras unos segundos de observación, el azabache identificó los puntos débiles del maceteado y lo derribó en tres movimientos precisos.
El pelicastaño se levantó rápidamente, visiblemente molesto.
—Maestro Takeda, esas técnicas no están permitidas en karate —protestó, mirando fijamente al entrenador.
El superior, con una expresión curiosa, asintió ligeramente.
—Interesante... continúen.
Frustrado, el trigueño aumentó la intensidad de su embestida, pero el artista marcial lo superó nuevamente con facilidad, derribándolo en un par de ataques. La mirada de disgusto del karateca hacia el coach fue evidente, aunque el profesor simplemente hizo un gesto con la mano para que siguieran. La situación se volvía cada vez más tensa, y al mismo tiempo, fascinante de observar.
En un último intento, el ojicastaño cometió una infracción al emplear un movimiento prohibido en su afán por derribar al pelinegro. Sin embargo, el joven Saotome no titubeó y lo derrotó con una sola maniobra, dejando a su oponente atónito en el suelo.
Takeda se acercó a Takeshi y lo ayudó a levantarse.
—¿Estás bien? —dijo el entrenador, claramente impresionado —Nunca había visto esos movimientos.
—No se preocupe, maestro —respondió el pelicastaño con la mirada baja, avergonzado por la derrota.
—Saotome, tu reputación es bien merecida —dijo el superior, aplaudiendo suavemente —Aunque si quieres competir en karate, tendrás que aprender a jugar bajo sus reglas.
El trenzudo asintió con determinación, sabiendo que la adaptación era clave para su meta: ser el artista marcial más reconocido de todos los tiempos.
—Bien, Saotome, hablaremos después del siguiente combate entre Yoru Kageri y Sato Yoshiro.
El azabache se retiró a las gradas mientras observaba la pelea. Yoru, una joven de mediana estatura con cabello negro y mirada aguda, mostró una velocidad y agilidad que le recordaban a sus propios enfrentamientos en su forma femenina. Su estilo era letal y preciso igual al de una kunoichi, algo que no se asemejaba a lo que había visto en los demás. En poco tiempo, la chica venció a su contrincante con una destreza impresionante.
—Interesante de nuevo... —murmuró el coach al concluir la contienda —Quiero disculparme con Sato Yoshiro y Takeshi Tatsuya, pero necesitaba ver a Yoru Kageri y Saotome Ranma en acción.
Los estudiantes asintieron, aunque las dudas seguían en sus rostros.
—Se preguntarán por qué luchan de forma distinta —prosiguió el profesor —La realidad es que ambos han pasado toda su vida entrenando en disciplinas no reconocidas oficialmente. El karate es lo más cercano a sus estilos, y si bien eso les permitiría participar en torneos, no podrán seguir peleando de esa manera en las competencias oficiales.
La kunoichi y el artista marcial asintieron, entendiendo que su adaptación al karate sería fundamental para avanzar en su camino.
—Eso es todo por hoy —concluyó el maestro —Mañana continuaremos con sus entrenamientos especializados. Felicidades, chicos, son la élite de la universidad. Con su esfuerzo, podremos ganar el campeonato nacional de karate. Ahora, vayan a cambiarse... excepto Saotome.
Mientras los demás se retiraban, el ojiazul se acercó al superior.
—Eres impresionante, Saotome —dijo el entrenador con una sonrisa genuina —No solo derrotaste al mejor karateka de la región, sino que lo hiciste en cuestión de segundos.
—Gracias, maestro —respondió el chico con una reverencia.
—Lamentablemente, no podrás usar tus movimientos hasta que el Combate Libre sea oficial —añadió el coach —Mientras tanto, aprovecharemos tu exención de natación para enseñarte todas las bases y técnicas del karate. Será una tarea difícil, pero el presidente Yamamoto confía plenamente en ti. No lo decepciones.
El pelinegro asintió con firmeza. Estaba decidido a aprender lo que fuera necesario para cumplir con sus objetivos.
—Vamos a entrenar entonces —dijo con determinación.
—Así se habla —el profesor sonrió —Empecemos con los movimientos básicos.
Las horas pasaron rápidamente, y el joven Saotome absorbió cada técnica que su maestro le enseñaba. A pesar de las diferencias entre el karate y el Combate Libre, el artista marcial se dio cuenta de que no eran tan distantes como pensó en un inicio.
—Eres un prodigio, Saotome. Nos vemos mañana —dijo el entrenador al finalizar la sesión.
—Gracias, maestro. Hasta mañana.
Ranma salió disparado hacia el área de medicina. Tras tres años completos compartiendo cada minuto con Akane —dejando de lado sus viajes de entrenamiento o las peleas con algún enemigo sobrenatural que decidiera meterse en sus vidas— esa "nueva independencia" que surgió en su matrimonio le parecía una tortura. Apenas habían pasado un par de horas, ¡y ya no aguantaba más!
—Ahí estás —murmuró para sí mismo, detectándola a la distancia.
Su ánimo se desplomó al instante. Pegado a su lado, como un imán, estaba el insufrible de Kei, ese novato que insistía en no despegarse de su marimacho, como una pulga en el lomo de un perro. El azabache rodó los ojos y suspiró mientras se pasaba una mano por el flequillo, recordándose que no quería tener otra discusión con su mujer por culpa de "ese tal Kei". Respiró hondo, enderezó la postura y se acercó con una sonrisa exageradamente amable… o al menos, lo más amable que pudo poner sin que le diera un tic de fastidio en el ojo.
—¿Nos vamos a casa, Akane? —preguntó, tomando la mano de su esposa con una sonrisa que, en realidad, parecía la mueca de quien intenta no estallar.
La peliazul asintió, claramente contenta después de un día lleno de clases.
—Entonces, hasta mañana, Saotome Akane y Saotome —el ojimiel se despidió de ambos, agitando la mano con una sonrisa.
—Sí, sí, nos vemos —respondió el trenzudo, sacudiendo la mano sin mirarlo realmente.
Mientras el pobre menudo se alejaba, el artista marcial soltó un suspiro de alivio. No lo pensó dos veces, y antes de que su adorado tormento pudiera decir algo, la envolvió en un abrazo, hundió su cara en su cuello e inhaló profundamente su aroma. ¡Cómo había extrañado tenerla para él solo!
—¡Vaya que me echaste de menos! —bromeó ella con una sonrisa coqueta —Solo fueron unas horas. ¿Cómo te fue en tus clases?
—¡Estupendo! —dijo, inflando el pecho —¿Adivina quién dejó en ridículo al mejor karateca de la región? ¡Le bastaron tres movimientos para besar el suelo! —rió orgulloso, con los ojos brillando de emoción.
—¡Eso es increíble, Ranma! —exclamó la chica mientras rodeaba su cuello y lo besaba dulcemente —¡Te felicito!
El pelinegro sonrió de oreja a oreja, disfrutando de sus atenciones, pero enseguida adoptó un tono de fingida indiferencia.
—¿Y tú, cerebrito? ¿Cómo te fue hoy?
—Muy bien. Aprendí un montón con Kei. Resulta que es muy bueno en anatomía y me explicó algunas cosas…
La sonrisa del ojiazul se congeló y una vena empezó a latirle en la frente. Apretó los dientes antes de soltar un bufido.
—¿De verdad piensas hacerte amiga de ese imbécil?
La menor de los Saotome levantó los ojos al cielo, sabiendo perfectamente a dónde iba esto.
—Ranma, otra vez con lo mismo… Kei no te ha hecho nada.
—¡Es que no puedo soportarlo! —respondió, cruzándose de brazos como un niño berrinchudo —Pasa más tiempo contigo que yo…
La joven, enternecida pero divertida por su patético tono de celos, suspiró y le acarició el cabello.
—Ay, Ranma… No tienes por qué ponerte así.
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, el prodigio deportivo aprovechó la cercanía para darle un lengüetazo en el cuello, seguido de un beso que la hizo sobresaltarse.
—¡Ranma! —susurró con las mejillas encendidas, mirando alrededor con nerviosismo.
El chico le devolvió una mirada pícara, acercándose a su oído.
—¿No me digas que no te gustó…
—Ranma, estamos en la universidad —murmuró, completamente roja y tirando de él para que se comportara.
—Entonces, apresurémonos para ir a casa —dijo con una media sonrisa, tomando la oportunidad para darle una sonora palmada en el trasero que la hizo saltar.
Ella le lanzó una mirada fulminante, aunque el sonrojo en sus mejillas la delataba. Ambos estallaron en carcajadas y comenzaron a caminar juntos por el campus, lanzándose miradas cómplices y haciéndose bromas a cada paso. El sol de la tarde les iluminaba el rostro, y su camino hacia casa se convirtió en una pequeña cita llena de risas, comentarios y cariños furtivos que parecían interminables.
La vida en Osaka, lejos del caos de Nerima, fortaleció la relación de estos dos cabezotas y eliminó por completo las barreras de orgullo que antes los distanciaban. La chispa y la esencia seguían tan vivas como siempre, y ahora los enamorados estaban más unidos que nunca, viviendo su historia con la misma energía que hizo famosa su relación en todo el barrio de Tokio.
