Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.
ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.
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Owari no nai ai
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Capítulo 8: Nerima II
Los primeros rayos del sol se filtraron suavemente por las cortinas, bañando la habitación de los jóvenes Saotome con una cálida luz. Akane, aún envuelta en el sueño, comenzó a sentir el cosquilleo de la mañana en su piel. Con un leve suspiro, abrió los ojos y se encontró con la mirada traviesa de Ranma, quien ya estaba despierto, apoyado en sus codos y observándola con una sonrisa descarada en los labios.
—Buenos días, dormilona —susurró él, mientras le rozaba la nariz con un dedo, provocándole una pequeña risa —¿Cómo dormiste?
—Buenos días —respondió ella, entrecerrando los ojos al desperezarse y estirarse en la cama; su cuerpo aún estaba entrelazado con las sábanas —Dormí muy bien, ¿y tú?
—De maravilla —murmuró el trenzudo, acortando la distancia entre ambos para dejar un beso suave en sus labios —Definitivamente, esta cama es mucho mejor que la que tenemos en Osaka.
—Sí... —la peliazul sonrió y lo abrazó con fuerza, rodeando su espalda. Él aprovechó el momento para besarle el cuello con ternura, acomodándose aún más cerca, hasta que no quedó espacio entre sus cuerpos. Estar tan juntos era una de las sensaciones que más adoraban.
De repente, el azabache se acercó aún más a su oído, ronroneando, juguetón.
—Sabes… te voy a contar sobre mi pasatiempo secreto —dijo en un tono sugerente.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —preguntó la chica, con una ceja levantada y una expresión pícara mientras se acurrucaban bajo las sábanas.
—Verte dormir —confesó el ojiazul, mostrando esa sonrisa típica del "encanto Saotome".
—¡Ranma, qué vergüenza! —dijo ella, tapándose el rostro con las manos, incapaz de contener una risita nerviosa.
—No tiene nada de vergonzoso, te ves muy linda —replicó él, completamente sincero —Sobre todo cuando haces ese ruidito con la nariz al soñar.
—¡Ranma! —exclamó la menor de los Saotome, lanzándole la almohada a la cara, fingiendo indignación —¡Eres un pesado! —se dio la vuelta y se hizo la ofendida.
Pero el artista marcial no tardó ni un segundo en abrazarla por la espalda, pegándose a ella con un movimiento suave y preciso, susurrándole al oído:
—Akane, esos sonidos son los más sexies que he escuchado después de tus ge... —no alcanzó a terminar la frase cuando la universitaria, con reflejos rápidos, le tapó la boca.
—¡Shhh! —lo miró con el ceño fruncido, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa traviesa se asomara en sus labios —Te recuerdo que esta casa tiene oídos por todos lados.
—Eso les pasa por metiches —respondió él, en tono burlón, antes de robarle un beso apasionado, uno de esos que hacían que su marimacho se perdiera por completo en las sensaciones, olvidando momentáneamente cualquier preocupación.
—Mejor esperemos a estar en Osaka, ¿te parece? —suplicó ella, aún con las mejillas sonrojadas.
—Está bien... pero, ¿podemos quedarnos así, abrazados, un rato más? —preguntó el pelinegro, haciendo un pequeño puchero que sabía desarmarla.
—Obvio, tontito —respondió su mujer, envolviéndolo con ternura y acariciando su espalda lentamente, disfrutando de cada segundo de aquella calma matutina.
—Cuando estoy contigo así, soy más feliz que nunca… —dijo el muchacho, cerrando los ojos y respirando profundamente el aroma de su esposa.
—Yo también, Ranma —susurró la ojicastaña, con la misma intensidad en sus palabras.
—Te amo, Akane.
—Y yo a ti, Ranma.
El tiempo pareció detenerse en ese abrazo cálido y amoroso, hasta que el sonido de unos golpes en la puerta rompió el hechizo. Desde el otro lado, Nodoka les avisaba que el desayuno estaba listo. Con una sonrisa compartida, ambos sabían que aquel instante de intimidad seguiría acompañándolos, aunque el día ya había comenzado.
Al bajar a desayunar, Ranma y Akane se encontraron con Nabiki, quien estaba absorta en su propia burbuja, admirando su anillo de compromiso que resplandecía bajo la luz del comedor. La joya, con un diseño minimalista y elegante, tenía un diamante central engastado en platino y oro blanco, rodeado de un halo de diminutos cristales que realzaban su belleza.
—Debe haber costado una fortuna —comentó Nabiki, sonriendo de manera radiante mientras giraba el anillo bajo la luz.
Los recién casados tomaron asiento frente a ella, saludándola con un "buenos días" al unísono. Nabiki no perdió el tiempo; con la memoria fresca del incómodo incidente de la noche anterior —en el que Ranma le había hecho pasar un mal rato— ya estaba lista para su dulce venganza.
—Mira esta belleza, hermanita —dijo Nabiki, restregándole el anillo en la cara de Akane.
—Es muy bonito, Nabiki —respondió Akane con una sonrisa un poco nerviosa —De verdad, Kuno no escatimó en gastos.
—Así es como un verdadero hombre consiente a su prometida —replicó Nabiki, lanzándole una mirada intensa a su cuñado, quien, al notar la atención sobre él, frunció el ceño de inmediato, incómodo.
—Y… ¿dónde quedó tu anillo de compromiso, hermanita? —preguntó Nabiki en un tono inocente, aunque con un brillo malicioso en el rostro.
—No empieces, Nabiki —replicó Akane, entrecerrando los ojos con un gesto advertidor —Sabes perfectamente que nuestro matrimonio se dio… bueno, más por presión que por decisión.
—Pero ahora están felices, ¿no? —Nabiki sonrió de forma desafiante —Cuñadito, ¿no crees que ya es hora de regalarle un anillo a tu mujer?
Ranma, con el rostro tenso y las manos apretadas en puños, apenas logró articular una respuesta, hasta que Akane, dispuesta a evitar que la discusión se elevara, intervino:
—Nabiki, sabes que no me interesan esas cosas. Con estar bien con Ranma, me basta y me sobra —dijo mientras tomaba la mano de su marido y le dedicaba una sonrisa cariñosa.
—Vaya, cuñadito, eres afortunado —dijo Nabiki con tono ácido —No cualquiera encuentra a una esposa que se conforme con tan poco.
Ranma tragó saliva, avergonzado, al mismo tiempo que Akane le apretaba la mano en señal de apoyo.
—Además, deberías estar agradecido por la generosa remodelación de tu cuarto, cortesía mía —continuó Nabiki —Espero que al menos lo hayan apreciado.
—Estamos… sumamente agradecidos, Nabiki —murmuró Ranma, sintiendo que cada palabra se le atoraba.
—Ah, bueno, si tanto lo aprecias… entonces explícame, Ranma, ¡¿por qué decidiste arruinar mi yuinou?! —exclamó Nabiki, elevando el tono de su voz y fulminándolo con la mirada.
—Lo siento… de verdad, lo siento, Nabiki —susurró él, cabizbajo, apenas encontrando valor para levantar la cabeza.
Akane se armó de firmeza, defendiendo a su esposo:
—Nabiki, ya basta. Ayer Ranma se disculpó y lo está haciendo de nuevo. ¿Qué más quieres?
Nabiki chasqueó la lengua, mirando a su hermana sin ninguna emoción.
—Akane… hay cosas que tú no entiendes —replicó Nabiki, mostrando cierto desdén.
—Sé que fue un momento importante para ti, pero Ranma no tiene conocimiento de esas formalidades… —insistió Akane, usando su tono más calmado para apaciguar a su hermana.
—Está bien, hermanita… —suspiró Nabiki, relamiéndose al saborear su pequeña victoria —Por ti haré una última excepción, pero te advierto, Saotome Ranma —dijo, apuntando con un dedo amenazador al chico —La próxima vez que arruines una de mis celebraciones, te juro que no habrá un solo día en el que no te arrepientas de haberlo hecho.
Ranma asintió, derrotado, con una expresión de resignación.
—Lo… lo prometo, Nabiki —dijo finalmente, entendiendo que desafiar a su cuñada era peor que enfrentarse a Ōtakemaru.
Con una sonrisa de satisfacción por haber conseguido exactamente lo que quería, Nabiki se acomodó en su cojín con aire victorioso.
—Bien, ahora que hemos aclarado eso, quiero que sepan que mi prometido vendrá a almorzar —anunció Nabiki, guiñando un ojo a la pareja y luciendo más feliz que nunca tras cumplir su cometido —Así que espero que se porten bien.
En ese momento, Genma y Soun aparecieron en el comedor, seguidos por una sonriente Kasumi y una igualmente radiante Nodoka, quienes traían consigo los platos del desayuno. Nabiki, aún deleitándose en su pequeña venganza, observaba a Ranma y Akane con una sonrisa triunfante, satisfecha al ver el mal rato que les había hecho pasar.
Mientras la comida matutina transcurría tranquilamente, una presencia veloz y diminuta brincó hasta el asiento derecho de Soun, acomodándose con descaro.
—¡Buenos días! —exclamó Happosai con entusiasmo, frotándose las manos —¿Qué hay para desayunar?
Genma y Soun se inclinaron respetuosamente, aunque con una mezcla de resignación y formalidad.
—Maestro, es un honor tenerlo aquí después de tanto tiempo —dijo Soun, solemne, al tiempo que Genma asintió con un ligero temblor.
—Aquí tiene su plato, maestro —dijo Kasumi, ofreciéndole un tazón de arroz con una sonrisa.
—Gracias, Kasumi —respondió el anciano, mientras se le hacía agua la boca.
Después de un bocado, Happosai dirigió su atención a Ranma, quien observaba la escena con una mezcla de incomodidad y curiosidad.
—Ranma, muchacho, quiero hablar contigo —dijo el maestro, en un tono serio.
Ranma, distraído, apenas levantó la mirada del plato.
—¿De qué se trata, maestro? —preguntó, sin mucho interés.
Happosai, chasqueando la lengua, hizo una pausa teatral.
—A partir del lunes, empezarás a trabajar para mi estimado amigo, el maestro Takosai.
Ranma lo miró desconfiado, casi sobresaltado.
—¿Trabajar? Oiga, viejo, ¡yo no voy a hacer ninguna de sus porquerías!
Happosai lanzó una risita traviesa, como quien tiene todo bajo control.
—Chiquillo insolente, esto no es un entrenamiento tradicional… —replicó con una sonrisa maliciosa —Esto es… distinto. Mi amigo y yo somos los únicos que dominamos una técnica secreta que te será de gran ayuda si quieres validar la Escuela de Combate Libre ante la comitiva de artes marciales.
Ranma levantó una ceja, incrédulo.
—¿Y qué tiene de especial esa "técnica secreta"? —dijo, claramente sin mucha fe en las palabras del maestro.
Happosai sonrió de lado mientras un aura solemne invadía el comedor, haciendo que todos los presentes se pusieran rígidos. El anciano se llevó su kiseru a los labios y fumó en silencio antes de responder.
—El Vórtice Mantis —murmuró.
Un escalofrío recorrió a todos en la mesa. Genma tragó saliva y miró con aprehensión a su hijo.
—¿Está seguro, maestro, de que Ranma debe aprender esa técnica? —preguntó Genma, nervioso.
Happosai asintió lentamente.
—Si deseas impresionar a la comitiva, muchacho, necesitarás algo realmente excepcional —dijo, mirando a Ranma —Takosai está dispuesto a enseñarte el Vórtice Mantis, pero solo si trabajas para él en su puesto de takoyaki después de clase.
Con un movimiento ágil, Happosai lanzó un papel en dirección a Ranma, quien lo atrapó en el aire. Al ver la tarjeta, Ranma y Akane intercambiaron una mirada de desconcierto.
Maestro Takosai
El mejor takoyaki en Jan Jan Yokocho, Osaka
—No parece una trampa —dijo Akane con firmeza, estudiando la tarjeta.
Soun, que hasta ahora había permanecido en silencio, asintió.
—Ranma, es una oportunidad única. Takosai nunca enseñaría esa técnica a cualquiera. Si logras aprender el Vórtice Mantis, serás reconocido como un verdadero maestro de nuestra escuela —dijo, su voz era firme.
Happosai soltó una última bocanada de humo.
—Escucha bien, Ranma. Esta técnica es tan difícil que a Takosai le tomó dos años y medio dominarla —dijo el anciano, con una voz cargada de una seriedad inusual.
—Gracias, maestro. Haré lo que sea necesario —contestó Ranma, mientras guardaba la tarjeta en el bolsillo de su camisa.
En ese momento, Nodoka, pensativa, intervino con cautela.
—Maestro Happosai, si Ranma va a trabajar, ¿habrá algún pago? Sabemos que mantener la casa requiere ciertos gastos…
Happosai, con una mirada comprensiva, asintió.
—Por supuesto, Nodoka. Takosai le pagará adecuadamente. Así, podrán cubrir sus necesidades sin preocupación —dijo, con un gesto casi paternal.
Nodoka sonrió aliviada y agradecida.
—Gracias, maestro —dijo con sincera gratitud.
Happosai tomó otro sorbo de su pipa y, por un momento, miró a Ranma con una expresión inusualmente seria.
—Ranma, no lo hago solo por ti. Lo hago por la Escuela de Combate Libre, para que mi nombre y mis enseñanzas perduren —dijo, con una voz solemne que sorprendió a todos.
Ranma, conmovido, hizo una reverencia.
—Es un honor, maestro. Le agradezco sinceramente.
—Muy bien, chiquillo, ya estás aprendiendo —dijo el maestro, dejando escapar una sonrisa maliciosa.
Al escuchar estas palabras, Genma y Soun rompieron en llanto, abrazándose mientras lágrimas de orgullo y emoción recorrían sus mejillas. Akane, por su parte, no pudo evitar dirigirle una sonrisa admirativa a su marido. Aquel desayuno, entre risas, reverencias y ropa íntima volando por los aires, transcurrió en armonía… aunque, por un instante, todos se preguntaron si Happosai realmente se tomaba en serio el entrenamiento o si todo formaba parte de algún plan que solo él conocía.
Al finalizar la comida, Kasumi, con su habitual calidez, le pidió a la pareja que fuera a comprar algunos víveres para la semana. Ambos aceptaron, y Ranma, con una sonrisa coqueta, le propuso a Akane hacer una "cita express" para tomar un helado. Ella, ligeramente sonrojada, aceptó.
Mientras caminaban tomados de la mano por las calles de Nerima, disfrutando del raro momento de tranquilidad, se encontraron inesperadamente con Ryoga, quien barría la entrada del Ucchan's con una cuerda atada desde el estacionamiento de bicicletas hasta su cintura. Casi sin darse cuenta, se acercaron a saludarlo.
—¡Buenos días, Ryoga! —exclamó Akane con amabilidad.
—Buenos días, Akane —respondió Ryoga, correspondiendo con una sonrisa. Luego dirigió una mirada a su acompañante —Ranma.
—Ryoga —dijo Ranma, mirándolo con cierto desdén —No me esperaba encontrarte por aquí.
—Lo mismo digo —replicó Ryoga, sin perder la calma.
En ese momento, un hombre corpulento, de cabello castaño y barba bien arreglada, apareció en la puerta del restaurante. Llevaba una bandana en la cabeza y los miró con una expresión amistosa.
—Ryoga, ¿necesitas algo? —preguntó el hombre con voz grave —Ukyo y yo estamos probando unos nuevos okonomiyakis. ¿Quieres ser el primero en degustarlos?
—¡Por supuesto, Sr. Kuonji! —respondió Ryoga, entusiasmado —Ah, y déjeme presentarles. Ellos son nuestros amigos, Saotome Akane y su... marido, Ranma.
Ranma y Akane se miraron sorprendidos al escuchar a Ryoga presentándolos como esposos, aunque antes de que pudieran decir algo, el Sr. Kuonji les dirigió una sonrisa nostálgica.
—¡Vaya, pero si eres el pequeño ladrón de okonomiyakis de la aldea! —exclamó, mirando a Ranma —Cuánto has crecido, muchacho. No sé si te acuerdas… soy Kuonji Ryou, el padre de Ukyo.
Los recién casados intercambiaron una risa nerviosa al recordar las complicaciones que el padre de Ranma había causado a la familia Kuonji en el pasado.
—Mucho gusto, Sr. Kuonji —respondieron ambos, inclinándose ligeramente.
—¡Vamos, no se queden ahí! Pasen todos, que Ukyo necesita opiniones honestas para su nueva receta —invitó el Sr. Kuonji, abriéndoles paso con un ademán.
Ya dentro del restaurante, vieron a Ukyo cocinando en la parrilla. Al reconocerlos, su rostro se iluminó.
—¡Ran-chan! ¡Akane! ¡Qué alegría verlos por aquí! —dijo, animada —Siéntense en la barra junto a Ryoga, que les prepararé la nueva especialidad de la temporada.
—Gracias, U-chan. ¿Cómo has estado? —preguntó Ranma al tomar asiento al lado de Akane, quien parecía algo incómoda.
—Bien, Ran-chan. ¿Y tú? ¿Cómo va la vida de casado? —preguntó Ukyo con tanta naturalidad que Ranma la miró confundido.
—¿Eh? ¿Cómo sabes que Akane y yo…? —Ranma se interrumpió, rascándose la cabeza.
—Fue tu madre —explicó Ukyo, mientras mezclaba los ingredientes de la receta —Al día siguiente de tu boda, vino a verme para darme la noticia, devolverme la dote y exigirme que no interfiriera en tu matrimonio. Además, me pidió disculpas, en nombre de la familia Saotome, por todo el lío que causó tu padre —dijo, sin guardar rencor —Gracias a ese dinero, pude traer a mi papá para expandir el negocio.
Ranma soltó una sonrisa mezcla de alivio y vergüenza.
—Vaya... mi madre nunca deja de sorprenderme —murmuró, riendo ligeramente, a la vez que se rascaba la cabeza.
Akane, queriendo desviar la conversación, miró a su alrededor.
—Oye, Ukyo, ¿y Konatsu? No lo he visto por aquí —preguntó, buscando cambiar de tema.
Ukyo suspiró y bajó la mirada un poco.
—Bueno… Konatsu se fue. Al final, se dio cuenta de que nunca podría corresponderle —dijo, con un tono algo triste —Me agradeció todo lo que hice por él. Espero que, en algún momento, podamos reencontrarnos y ser amigos.
—Lo siento mucho, Ukyo —respondió Akane, mirándola con empatía.
Ukyo le sonrió sinceramente.
—Gracias, Akane… Y, por cierto, quería disculparme por todos los problemas que te hice pasar.
—No te preocupes, Ukyo. Ya quedó en el olvido —respondió Akane, devolviéndole una sonrisa cálida.
—Ojalá podamos ser amigas.
—Me encantaría —afirmó Akane, con un gesto sincero.
Justo entonces, Ryoga, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, se acercó un poco a Akane.
—Akane, me gustaría hablar contigo afuera… si no te molesta —dijo, con la cabeza gacha y un tono algo tímido.
—Claro —respondió Akane, levantándose mientras Ranma la observaba, visiblemente molesto.
Con un leve suspiro y los brazos cruzados, Ranma clavó su mirada fulminante en Ryoga justo cuando Akane salía. Algo en su interior le decía que no debía confiar en esa conversación.
Las calles de Nerima estaban casi desiertas, sumidas en un silencio extraño y profundo, solo interrumpido por el suave murmullo de las hojas agitadas por el viento. El clima era cálido, pero una ligera brisa fría parecía anticipar lo que estaba por suceder. A unos pasos de Ucchan's, Ryoga guiaba a Akane hacia una banca alejada del establecimiento. Sus hombros tensos y la forma en que mantenía los ojos apartados de ella revelaban una inquietud inusual.
—Akane… gracias por venir —murmuró el chico del colmillo, sin mirarla aún. Al llegar a la banca, hizo un ademán para que ella tomara asiento. La peliazul obedeció, observándolo con cierta curiosidad mientras él permanecía de pie, visiblemente incómodo.
Finalmente, el enemigo de los mapas se sentó a su lado y respiró hondo, clavando la vista en el suelo, como si este le ofreciera el valor que parecía necesitar. Después de unos segundos de silencio, carraspeó y se frotó la nuca con torpeza.
—Akane… ¿cómo has estado? —preguntó con una voz tan baja que apenas se escuchaba. La tensión en su tono y su postura hicieron que la universitaria frunciera levemente el ceño, intrigada.
—Bien, Ryoga —respondió ella con suavidad, intentando aliviar un poco el ambiente —¿Y tú? ¿Qué tal has estado?
El artista marcial tragó saliva, sin dejar de jugar nerviosamente con sus dedos.
—Yo… bueno… he estado bien… supongo —respondió, aunque su tono dudoso desmentía sus palabras. La ojicastaña notó la incomodidad en cada gesto suyo, y algo en su interior comenzó a sentir una ligera aprensión.
Un breve silencio se instaló entre ambos. El pelinegro respiraba de forma irregular, y la chica, empezando a inquietarse, deslizó una mano sobre la de él, en un gesto de apoyo.
—Ryoga, ¿qué es lo que te pasa? —preguntó en voz baja, preocupada —Parece que tienes algo muy importante que decirme.
El joven de la bandana apartó la mano, y luego de una pausa, alzó la mirada, enfrentándose a los ojos de la peliazul con una expresión de angustia y desesperación. Parecía debatirse internamente, atrapado en un torbellino de emociones.
—Akane… tú siempre has sido… tan importante para mí —empezó, con la voz cargada de emoción —Eres mi mejor amiga, y… lo último que quiero es perder tu amistad.
La menor de los Saotome sintió un nudo en el estómago al ver la seriedad en su rostro, mientras una ansiedad creciente comenzaba a apoderarse de ella.
—Ryoga, estás asustándome —dijo, llevándose una mano a la boca, incapaz de disimular su nerviosismo. Algo en su interior le advertía que lo que estaba a punto de escuchar no sería sencillo.
El ojicastaño respiró profundamente, y su voz tembló al proseguir.
—Akane… hay algo que te he… ocultado durante mucho tiempo —dijo, entrelazando las manos con fuerza —Algo que no te he dicho y que… podría cambiarlo todo entre nosotros. No sabes cuánto me duele… ni cuánto miedo tengo de perder tu confianza por esto.
Akane lo miró en silencio, con el corazón acelerado, mientras Ryoga parecía luchar por expresar lo que llevaba dentro. Finalmente, bajó la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla.
—Akane, yo… soy… —comenzó, ahogándose en sus propios pensamientos, hasta que, de repente, se cubrió el rostro con ambas manos y rompió en un llanto profundo —Perdóname, Akane... ¡Yo soy P-Chan!
La confesión estalló en el aire, y el mundo pareció detenerse. La muchacha abrió los ojos de par en par, incapaz de procesar de inmediato lo que acababa de escuchar. Sus labios se entreabrieron, pero no pudo articular nada.
El enemigo de los mapas, con el rostro empapado en lágrimas, permanecía oculto, sin atreverse a mirarla a los ojos. La universitaria retrocedió ligeramente, como si necesitara espacio para procesar lo que ocurría.
En medio del silencio abrumador, ella tomó aire, tratando de asimilar la extraña revelación, y una sonrisa irónica apareció en sus labios, junto a una leve risa nerviosa.
—Ya lo sabía, Ryoga —dijo finalmente, con una mezcla de resignación y comprensión.
Los recuerdos de aquel día comenzaron a desplegarse en su mente, nítidos y precisos, como si los viviera de nuevo. La ojicastaña respiró hondo antes de hablar, mientras el azabache permanecía inmóvil, atrapado entre el desconcierto y el miedo ante lo que ella pudiera decir a continuación.
Con la mirada fija en un punto lejano, la menor de los Saotome dejó escapar su relato, cuyas palabras llevaban un peso casi tangible:
El eco de los ruidos de la boda fallida seguía resonando en los pasillos del dōjō. Con el vestido estropeado y el rostro aún marcado por el maquillaje, Akane caminaba lentamente hacia su dormitorio, sintiendo cómo la rabia y la decepción nublaban cada uno de sus pensamientos. Todo el evento había sido un desastre y, para colmo, su matrimonio se desmoronó sin que Ranma, ni nadie, hiciera algo para evitarlo.
Al pasar junto a la mesita del recibidor, algo llamó su atención: el teléfono estaba descolgado, emitiendo un leve pitido. Con el ceño fruncido, lo levantó y lo acercó al oído, preguntándose si alguien se olvidó de colgarlo.
—¿Diga? —respondió en un susurro cansado, sin esperar nada importante.
Al instante, la voz del guía de Jusenkyo, inconfundible y rápida, llenó el auricular con su tono formal y acelerado:
—¡Muy buenas tardes, Sra. Saotome! Espero que se encuentre bien. He estado esperando pacientemente en la línea para continuar mi conversación con el honorable Sr. Tendo hace aproximadamente dos horas. También quisiera expresar mis más sinceras felicitaciones por su boda, aunque se me imposibilitó el asistir.
La peliazul cerró los ojos un momento, sintiendo cómo la mezcla de ira y dolor latía en su pecho.
—Gracias, guía... pero la boda se arruinó y no hubo nada que celebrar —respondió, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con salir.
—Oh, lamento profundamente oír eso, Akane. No obstante, ya que estamos en contacto, me disculpo por solo haber podido enviar una cantidad muy limitada de agua del Estanque del Hombre Ahogado, siendo consciente de que múltiples personas —como el señor Ranma y el joven Ryoga— buscan liberarse de sus respectivas maldiciones. Por otro lado, debo informarle que, tras su última visita, ocurrió un derrumbe significativo, lo que ha dejado al Estanque de la Akane Ahogada sepultado e inaccesible. ¡Una situación lamentable, sin duda!
La chica parpadeó, tratando de procesar la penúltima frase. Algo en lo que había dicho el guía la hizo detenerse en seco.
—Un momento, guía… —preguntó con la voz temblorosa —¿Dijo que Ryoga también quiere liberarse de su maldición?
—Exactamente, Akane. El joven Ryoga lleva la maldición del cerdito negro, que cayó hace mil doscientos años en el Estanque del Cerdo Ahogado, un lugar muy trágico con una historia igualmente triste. Cada vez que entra en contacto con el agua fría, se transforma en un pequeño y encantador cerdito negro. Muy desafortunado, ¿verdad?
Cada palabra del guía atravesaba a la universitaria como un cuchillo, desgarrando la fina capa de confianza que le quedaba. Durante un segundo, todo el mundo pareció desmoronarse a su alrededor; el dolor que sentía en el pecho era insoportable, una opresión que le recordaba la pérdida más grande que había vivido.
—Muchas gracias, guía… creo que… me están llamando —dijo con un hilo de voz, apenas audible, mientras percibía el peso de la verdad hundirse en su interior. Las lágrimas comenzaron a escaparse sin control.
—No es necesario agradecerme, Akane. Espero sinceramente que encuentre la felicidad y que, en el futuro, pueda celebrar una nueva y exitosa boda con su…
Antes de que el guía terminara, la ojicastaña cortó la llamada de golpe. Con la respiración agitada y las lágrimas desbordándose, subió las escaleras tambaleante, apenas consciente de cada paso. Se sentía destrozada, con la mente atrapada en una vorágine de traición y decepción.
¿Cómo había sido tan ingenua? ¿Cómo había permitido que Ryoga, a quien consideraba un amigo cercano, la engañara de esa manera? La humillación y el dolor se arremolinaban en su pecho, profundizando la herida que, tan solo momentos antes, provocó el rechazo de su actual prometido. El peso de la traición era devastador, y al cerrar la puerta de su habitación, se dejó caer al suelo, abrazando sus piernas y permitiendo que su llanto resonara en el silencio de la noche.
Ese dolor era demasiado familiar. La misma angustia, la misma oscuridad que la envolvió cuando perdió a su madre, parecía ahora rodearla de nuevo, arrastrándola a un abismo de soledad y tristeza.
Akane suspiró, tratando de aliviar un poco la tensión que existía entre ellos.
—Esa es toda la historia, Ryoga —dijo finalmente, con un tono de resolución en su voz —Pero descuida… ya te perdoné hace mucho tiempo.
Ryoga soltó un pequeño jadeo, dejando que sus hombros se relajaran por primera vez en días.
—Akane… —murmuró con una voz rasposa, aún incrédulo.
—Además —prosiguió Akane en un tono algo más ligero, sonriéndole de esa forma tan preciosa que reserva para sus amigos —Jamás revelaste ninguno de mis secretos.
Sin embargo, esa pequeña paz duró solo un instante. Ambos sintieron cómo el aire se volvía denso, y un escalofrío les recorrió la espalda al girar lentamente. Sus miradas se toparon de golpe con el aura colérica de Ranma, quien en ese momento parecía una bestia a punto de desatar su furia.
—Ryoga… —masculló Ranma, con una intensidad que parecía romper el silencio —¡Por tu culpa, cerdo asqueroso, casi pierdo a mi mujer!
Y sin esperar más, Ranma se lanzó sobre Ryoga como un tigre en medio de un ataque mortal. No quedaba rastro de sus usuales bromas; esta vez, era puro instinto de batalla. Ryoga apenas logró esquivar el primer golpe, pero ya estaba en guardia, con sus ojos chispeando una mezcla de determinación y desafío.
—¿Piensas que toda la culpa es mía? —respondió Ryoga, al tiempo que se preparaba para otro embate —¡Tú también fuiste responsable!
—¡Cállate! ¡No es lo mismo! —Ranma le lanzó una patada giratoria que Ryoga bloqueó por los pelos. La fuerza de cada impacto hacía temblar el suelo a su alrededor.
La pelea escaló rápidamente en brutalidad, cada movimiento era un intercambio de golpes demoledores que retumbaban en la calle. Ranma atacaba sin descanso, mientras Ryoga apenas lograba mantenerse de pie. Aun así, en vez de retroceder, Ryoga se mantuvo firme y le lanzó una sonrisa desafiante.
—¿Acaso ya no quieres vencerme, P-Chan? —espetó Ranma, sin ocultar el desprecio en su voz.
Ryoga, todavía jadeante, se permitió una sonrisa burlona.
—No… ya te vencí siendo el primer beso de Akane —las palabras salieron firmes, como si supieran que iban a explotar como una bomba.
Ranma se congeló por un instante. En sus ojos se reflejaba la furia que había alcanzado su punto álgido, y el grito que dejó escapar parecía capaz de partir el cielo.
—¡Ese beso no cuenta! ¡Ella pensaba que estaba besando a un cerdo, animal! —con ese último grito, se abalanzó de nuevo, decidido a no dejar ningún resquicio de piedad.
Los golpes se intensificaron, los rostros de ambos se contorcionaron por la ira y el dolor. La sangre empezaba a teñir sus ropas y el pavimento. Cada embate se volvía más mortal, más implacable. El sonido de la batalla atrajo a algunos curiosos, pero nadie se atrevió a intervenir.
Justo cuando parecía que la situación iba a pasar a un punto sin retorno, una sombra se alzó entre ellos. Ukyo, con un movimiento decidido, bloqueó un ataque de Ranma con su espátula gigante, separándolos.
—¡Suficiente! —gritó, lanzándoles una mirada determinante a ambos —Ranma, Ryoga le contó a Akane porque yo se lo pedí. ¡Ella tenía derecho a saber la verdad!
Ranma, aún respirando con dificultad y el rostro retorcido de ira, se volvió hacia Ukyo, sin bajar la guardia.
—¿Por qué lo hiciste? —gruñó, cargando su voz de traición.
Ukyo no parpadeó ni un segundo, enfrentándolo con firmeza.
—Porque, al igual que tú, quiero vivir en paz. Y si aún no lo entiendes, Akane ya lo sabía y lo ha perdonado. No necesitamos más violencia.
Akane, moviéndose con cautela, se acercó por detrás de Ranma. Notó que sus músculos estaban tan tensos como rocas, pero, sin vacilar, lo abrazó, rodeándolo con ambos brazos. Luego, en un susurro apenas audible, dejó escapar su voz.
—Ranma... basta. Ya está, déjalo en paz.
Ranma sintió la calidez de Akane, y su furia comenzó a disiparse. Sus puños se relajaron y, lentamente, se dio la vuelta para mirarla a los ojos, aún con un destello de reproche.
—¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó, su voz era casi un murmullo, cargado de dolor.
Akane le sonrió con una mezcla de tristeza y ternura.
—Tú tampoco lo hiciste.
Ranma bajó la mirada, soltando un suspiro de sus labios.
—No pude, por el bushi no nasake... aunque te lo insinué un millón de veces —dijo, en un tono que dejaba ver su arrepentimiento.
—Lo sé… pero debiste decírmelo directamente —respondió Akane, acariciando su mejilla suavemente.
Ranma la miró en silencio, y con una sonrisa cansada, asintió.
—Prométeme que no me ocultarás nada más… aunque sea algo insignificante.
Akane sonrió, tomando su mano.
—Lo prometo. Pero tú también, ¿de acuerdo?
Ranma asintió, una chispa de ternura iluminó sus ojos.
Ukyo, que había estado observando la escena en silencio, no pudo evitar comentar con una sonrisa pícara:
—¡Vaya, tortolitos! Si ya terminaron, los okonomiyakis están listos para todos.
El ambiente, cargado de tensión, se despejó en cuanto Akane soltó una risa. Ranma, por fin, dejó caer la guardia, liberándose de la irritación acumulada. Aunque la pelea fue violenta, algo en el aire cambió, y todos, en el fondo, sabían que aquello los unió de una forma inesperada.
Al regresar al restaurante, el Sr. Kuonji quedó boquiabierto al ver a los dos jóvenes entrar como si hubieran sobrevivido a un desastre natural. Resoplando, sacó el botiquín de primeros auxilios y se lo entregó a su hija.
—Toma, hija. Creo que lo necesitarán más que la comida.
Ukyo aceptó el botiquín tras un suspiro de resignación, y al ponerse a atender a los chicos junto a Akane, el Sr. Kuonji no pudo evitar mirarlos con curiosidad.
—¿Qué pasó?
—Lo de siempre —respondió Ryoga haciendo un leve encogimiento de hombros, mientras intentaba disimular un corte en la frente.
El Sr. Kuonji observó la escena en silencio, meneando la cabeza antes de regresar a su lugar detrás del mostrador.
Una vez que terminaron de atender a los heridos, todos volvieron a sus asientos. Fue entonces cuando Ukyo, al mirar los okonomiyakis, se llevó las manos a la cabeza.
—¡Perfecto! Ahora están fríos y horribles… —refunfuñó, girándose hacia la plancha con determinación —¡Tendré que hacerlos de nuevo!
Mientras Ukyo comenzaba a preparar los nuevos panes japoneses, Ranma aprovechó para tomar la mano de Akane y apoyarla encima de la barra. Aunque ella ya había perdonado a Ryoga, él sentía que era momento de establecer ciertos límites con el cerdo… y qué mejor forma de hacerlo que mantenerla cerca, bien fuera de su alcance.
Por su parte, Akane, ahora más relajada, se dedicó a observar la destreza con la que Ukyo manejaba los ingredientes. Los movimientos fluidos y precisos de su nueva amiga eran casi hipnóticos. En el pasado, los roces y las tensiones entre ambas impidieron apreciar este talento, pero ahora, con los conflictos superados, podía disfrutar y admirar lo que realmente era: una maestra de la cocina.
Finalmente, Ukyo sirvió los okonomiyakis con una sonrisa triunfante, dejando clara su satisfacción con el resultado.
—¡Esto huele increíble! —exclamó Ranma antes de llevarse el primer bocado a la boca, justo cuando sus ojos se iluminaban —¡Realmente están deliciosos, U-chan!
—Gracias, Ukyo, están exquisitos —añadió Ryoga, impresionado.
Ukyo, acostumbrada a los cumplidos, pero siempre modesta, sonrió con sencillez.
—Gracias, chicos, me alegra que les gusten.
Akane, todavía saboreando su porción, dejó escapar una risa ligera antes de agregar:
—Ukyo, ¡vas a tener que compartirle esta receta a Ranma! Quiero que pueda prepararlos cuando estemos en Osaka.
La cocinera parpadeó, sorprendida.
—¿Ran-chan está cocinando?
Ranma asintió con una sonrisa llena de confianza mientras masticaba otro bocado.
—Claro que sí. Y te advierto que muy pronto voy a superarte —aseguró con la boca llena, antes de extender su plato —¿Me sirves más, por favor?
Ukyo negó con la cabeza, divertida e incrédula, al tiempo que le servía otra porción.
—Es increíble cómo el amor cambia a las personas… —comentó, lanzándole una mirada significativa a Ryoga, quien bajó la vista con una tímida sonrisa.
Akane, captando la dinámica entre los dos, no pudo evitar sonreír. Había algo diferente en Ryoga y Ukyo, una cercanía que hablaba de algo más que amistad.
Ranma, mientras tanto, estaba demasiado ocupado devorando su comida como para notar cualquier detalle sutil.
—¡Más, por favor! —pidió nuevamente, todavía con la boca llena.
El Sr. Kuonji, que había estado observando desde un rincón, soltó una sonora carcajada.
—Parece que hay cosas que nunca cambian, ¿eh, Ranma?
Ukyo también rió, pero su sonrisa se desvaneció en cuanto Ranma habló.
—Oye, Ukyo, ¿por qué estaba el cerdo barriendo la entrada cuando llegamos?
—¡Ranma! —le regañó Akane, dándole un codazo en el costado.
—¿Qué? Solo quiero saber… —respondió él con una expresión inocente.
El rostro de Ukyo se tiñó de rojo, y Ryoga casi se atraganta con su comida.
—Todo comenzó después de la boda fallida —empezó Ryoga, bajando la mirada, como si aún le costara enfrentar esos recuerdos —Quise ir a casa de Akari para pasar tiempo con ella, pero… no pude encontrar el camino. Cada vez que lo intentaba, terminaba aquí, en Ucchan's.
Akane parpadeó, procesando sus palabras. Por un momento, el comentario le causó un bajón emocional. Si Ryoga hubiera llegado al dōjō en esos días, no sabía cómo habría reaccionado, con su mente aún confundida por haberse alejado de Ranma y el reciente descubrimiento de la verdad sobre P-Chan. Sin embargo, aquella sensación se desvaneció rápidamente, y logró mantener una expresión neutral, aunque su marido no pasó por alto el cambio fugaz en su semblante.
Ukyo, que seguía preparando masas en la plancha, añadió sin apartar la vista de su tarea:
—Al principio, no me hacía ninguna gracia ver a Ryoga… o a P-Chan, perdido por los alrededores de mi restaurante. Pero con el tiempo, sus visitas se volvieron parte de mi rutina. Cuando empezó a quedarse temporadas enteras en ese terreno baldío cerca de mi casa, decidí ofrecerle un trabajo temporal. Al menos así podría ganar algo de dinero y dejar de vivir tan a la deriva.
Ryoga, con una mezcla de vergüenza y gratitud en su voz, continuó el relato:
—Más o menos después de un año de no poder volver a casa de Akari, le envié una carta explicándole mi situación. No era justo que ella siguiera esperándome, sabiendo que yo no tenía manera de regresar.
Ukyo se detuvo un momento, mirando con empatía al chico.
—La respuesta de Akari llegó a Ucchan's. En la carta, me dijo que entendía mi decisión, que me deseaba lo mejor y que siempre recordaría con cariño el tiempo que compartimos —dijo Ryoga, dejando entrever un dejo de tristeza en sus palabras.
El ambiente en la mesa se tornó más cálido cuando Ukyo retomó la historia, dejando de lado la espátula y dirigiendo una mirada significativa a Ryoga:
—Después de eso, nuestra relación empezó a cambiar. Siempre nos habíamos llevado bien, pero de repente, todo era más… fácil, más natural. Incluso Konatsu lo notó y decidió que era hora de buscar su propio camino.
—Los días que pasábamos juntos eran… increíbles —intervino Ryoga, en un tono más seguro —Pero cada vez que me tenía que marchar, sentía que algo me faltaba.
Ukyo sonrió con ternura, tomando la mano de Ryoga.
—Cuando mi padre llegó para instalarse en el restaurante, le pregunté a Ryoga si quería vivir con nosotros como huésped.
Ryoga soltó una risa nerviosa, aunque sus ojos brillaban con emoción mientras decía:
—Le respondí que solo lo haría si era como su prometido.
Ukyo asintió, levantando la mano para mostrar un elegante anillo de compromiso:
—Acepté. Ahora estamos comprometidos.
Ryoga se llevó una mano detrás de la cabeza, todavía algo tímido.
—Mi madre fue muy amable al enviarme este anillo por correo. De lo contrario, habría tardado medio año en llegar a su casa.
—¡Felicitaciones por su compromiso! Espero que sean muy felices —exclamó Akane, uniendo las manos en señal de festejo.
Ranma, que había estado mordisqueando distraídamente lo que quedaba en su plato, dejó escapar una risotada sarcástica:
—¡Así que el cerdo va a casarse! Espero que no se pierda de camino al altar.
Ryoga se tensó de inmediato.
—¡Cállate, nenita!
—¿Nenita? ¡Mira quién habla, degenerado! —replicó Ranma, inclinándose hacia Ryoga con una sonrisa desafiante.
Antes de que la situación escalara, Ukyo, con un movimiento ágil y una precisión impresionante, golpeó a ambos con su espátula.
—¡Basta! —protestó, cruzando los brazos con evidente exasperación —Akane, ¿por qué ya no los detienes?
Akane soltó un suspiro antes de responder con serenidad:
—No es que no quiera, Ukyo. Simplemente, ya no tengo la energía ni la velocidad de antes. Pero te agradezco que intervengas.
La cocinera asintió con empatía, aunque su curiosidad la llevó a preguntar:
—¿Fue tan difícil lo que pasaste?
Akane asintió ligeramente, dejando que el silencio hablara por ella, mientras Ranma rodeaba sus hombros con un gesto protector.
—Bueno, amigos, creo que por hoy es suficiente —dijo Ranma, levantándose junto con Akane —Muchas gracias por la comida, U-chan. La próxima vez que estemos por aquí, los visitaremos.
Ukyo sonrió al mismo tiempo que le entregaba a Akane una servilleta con su número escrito.
—Llámame cuando quieras. Espero que podamos seguir en contacto mientras estés en Osaka.
—¡Me encantaría! —respondió Akane con entusiasmo, guardando el papel en su bolsillo trasero —Ryoga, cuídate mucho, ¿sí?
—Claro, Akane. Espero verte pronto —dijo Ryoga, aunque rápidamente dirigió su mirada a Ranma —Lo mismo para ti, nenita.
Ranma sonrió de lado, ajustándose el cuello de su camisa con fingido desdén.
—Adiós, cerdo. Cuida bien de Ukyo, como yo lo hago de Akane.
Antes de marcharse, Akane se volvió hacia el padre de su amiga y le dedicó una reverencia respetuosa.
—Fue un placer conocerlo, Sr. Kuonji. Espero que esté disfrutando su estancia en Nerima.
El hombre, con una sonrisa cálida, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
—El placer fue mío, chicos. No duden en visitarnos de nuevo.
Con un guiño rápido, Ranma salió del restaurante junto a su esposa, dejando tras de sí las carcajadas de Ukyo y los gritos indignados de Ryoga.
Tras terminar las compras, los recién casados regresaron al dōjō para recoger sus cosas. El almuerzo ya era cosa del pasado, y Kuno, con su habitual aire pomposo, se había marchado a Tokio junto a Nabiki, quien lucía extrañamente satisfecha con el resultado del día. Los chicos no tardaron en empacar sus pertenencias y encaminarse a la estación de tren para emprender el regreso a casa, con la firme intención de prepararse para la nueva semana que les esperaba.
La despedida en la estación fue, como siempre, un espectáculo digno de Nerima. Soun lloraba desconsolado, como si no fuera a volver a ver a su "pequeña Akane" nunca más, mientras Genma le daba palmaditas en la espalda, asegurándole que "el tiempo lo curaba todo" con el mismo ímpetu.
Kasumi, fiel a su naturaleza maternal, les entregó un contenedor cuidadosamente preparado con comida para el desayuno. Al mismo tiempo, Nodoka les ofrecía un paquete que, según ella, era "para las noches en que se aburran". Akane tomó el envoltorio con una sonrisa agradecida, pero Ranma lo miró con sospecha.
—¿Qué hay aquí, mamá? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—Ya lo sabrás, querido —respondió Nodoka con una sonrisa enigmática, lo que solo aumentó su desconfianza.
Finalmente, con abrazos, lágrimas y uno que otro comentario sarcástico, subieron al tren. Desde la ventana, se despidieron de su peculiar familia, alzando las manos mientras el ferrocarril comenzaba a alejarse de la estación.
Una vez instalados en sus asientos, Ranma, con un aire más serio de lo habitual, se inclinó ligeramente hacia Akane. Sin mover los labios para que nadie más lo escuchara, le susurró:
—Akane, te prometo que en cuanto reciba mi primer pago, te voy a comprar un anillo.
Ella lo miró con una mezcla de ternura y exasperación.
—Ranma, ya te lo dije, no necesito esas cosas.
Él, sin embargo, frunció el ceño con decisión.
—No es cuestión de necesitarlo. Quiero que lo lleves para que todo el mundo sepa que eres mía.
Akane rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír ante su terquedad.
—Ranma…
Él no tardó en agregar, cambiando a un tono más decidido:
—Y otra cosa más.
—¿Qué cosa? —preguntó, alzando una ceja con curiosidad.
—No volveremos a Nerima en un buen tiempo.
Akane dejó escapar un suspiro aliviado antes de asentir con entusiasmo.
—Estoy completamente de acuerdo. Este viaje fue demasiado intenso.
Ranma apoyó la cabeza contra el respaldo y cerró los ojos por un momento.
—Ni me lo digas.
Con esa última afirmación, ambos se acomodaron en sus asientos, dejando atrás la agitación de los últimos días. Mientras el tren avanzaba por las vías, el ambiente se tornó tranquilo, y los dos jóvenes se dispusieron a disfrutar del largo trayecto que les quedaba por delante, saboreando la simpleza de estar juntos y lejos del caos de Nerima, al menos por un tiempo.
