Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.
ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.
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Owari no nai ai
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Capítulo 10: Jan Jan Yokocho II
Ranma adoptó la costumbre de acompañar a Akane hasta la puerta de casa antes de dirigirse al trabajo. No se trataba solo de caballerosidad, sino de precaución. Quería evitar cualquier incidente desagradable, especialmente después de lo que ocurrió tiempo atrás. Al principio, la peliazul se resistió, argumentando que era innecesario. Aún así, accedió, más por aliviar la preocupación de su marido que por convencimiento propio.
Era viernes, justo antes de los primeros exámenes de progreso, y la chica decidió tomarse un respiro de los libros. Esa tarde, lo acompañaría al trabajo para despejarse un poco. La brisa suave y fresca reafirmaba que la primavera ya se había afianzado, y el cielo, teñido de tonos anaranjados, invitaba a disfrutar del aire libre. El ambiente se sentía ligero, casi festivo, y las calles se llenaban de personas más sonrientes de lo habitual.
En el pequeño puesto donde trabajaba el trenzudo, el aroma del takoyaki recién hecho se mezclaba con el sonido de las risas infantiles y las conversaciones relajadas. La universitaria, sentada en uno de los taburetes, se entretenía con una botella de Ramune, haciendo bailar la pequeña canica atrapada en el cuello de vidrio mientras observaba a su esposo en acción.
—Maestro, ¿desde cuándo conoce al maestro Happosai? —preguntó con curiosidad, llevándose la bebida a los labios.
Takosai, sonrió al tiempo que servía una generosa porción a un niño que esperaba impaciente.
—Desde que tengo memoria, muchacha —respondió con calma, en un tono lleno de nostalgia.
La menor de los Saotome, con una sonrisa amable, aunque cautelosa, continuó:
—¿Y siempre han sido amigos? No quiero parecer metiche, pero son... muy distintos.
El anciano soltó una risa breve y afable.
—Descuida, muchacha. Crecimos juntos y comenzamos nuestro entrenamiento al mismo tiempo. Al principio, solo queríamos superar al otro; sin embargo, con los años… nos volvimos como hermanos.
El azabache, que volteaba diez bolitas de takoyaki con una destreza asombrosa, intervino con tono casual:
—Entonces, ¿también es parte de la Escuela de Combate Libre?
El maestro lo miró de reojo, satisfecho por la pregunta.
—Así es, muchacho.
De repente, un graznido áspero rompió la tranquilidad del ambiente, atrayendo la atención de Akane. Giró la cabeza hacia el local de al lado y, para su horror, vio un pato tambaleante, apenas manteniéndose en pie mientras tanteaba el suelo con sus alas. Sus plumas estaban opacas y el brillo en sus ojos había desaparecido.
—¡No puede ser! —exclamó, dejando la botella de Ramune y corriendo hacia él.
El artista marcial, al escuchar su tono alarmado, dejó los palillos sobre la mesa y dio un paso adelante.
—¿Qué demonios pasa ahora?
Antes de que pudiera moverse más, el maestro Takosai levantó una mano, deteniéndolo en su lugar.
—¡Es Mousse! —gritó la ojicastaña, levantando con cuidado al pato. El pequeño animal se dejó caer contra su pecho, completamente exhausto —¡Está ardiendo en fiebre!
El pelinegro frunció el ceño, claramente contrariado.
—¡Genial! ¿Y ahora qué hacemos? ¿Lo llevamos al hospital o al veterinario?
La joven, con mirada decidida, respondió:
—¡A casa! Aunque antes, tenemos que encontrar sus lentes. Sin ellos no puede hacer nada.
—¡Por supuesto que no puede hacer nada! ¡Si es un cegatón! —protestó el trenzudo, pero ella ya había desaparecido en búsqueda del objeto.
El prodigio deportivo suspiró, volviendo a la parrilla con una expresión de fastidio.
—Siempre es lo mismo… ¿Un día tranquilo no es demasiado pedir?
No pasó mucho tiempo antes de que la universitaria regresara con los lentes en la mano. Con cuidado, los puso sobre el pico del pato, quien parecía más tranquilo, aunque aún débil.
—¿Otro maldito de Jusenkyo? —preguntó Takosai, arqueando una ceja mientras observaba al animal.
—Sí, maestro, y uno muy molesto —respondió el azabache, sin ocultar su desdén.
—¡Ranma! —reprendió la peliazul, apretando los labios en señal de desaprobación.
El tono severo de la menor de los Saotome despertó al pato, que reaccionó aleteando con torpeza. El caos no tardó en desatarse: sus alas golpearon la barra y un vaso de café helado salió disparado hacia el maestro Takosai.
—¡Maestro, cuidado! —gritó el artista marcial, pero el líquido ya había aterrizado sobre el anciano, empapándolo de pies a cabeza.
En un instante, Takosai desapareció, reemplazado por un pulpo de tentáculos largos y piel húmeda. Los recién casados lo miraron con la boca abierta, incapaces de procesar lo que acababa de ocurrir.
El pulpo, completamente tranquilo, alargó un tentáculo hacia una tetera de té caliente, vertió el líquido sobre sí mismo y recuperó su forma humana en cuestión de segundos.
—Por hoy será suficiente entrenamiento —comentó el anciano, ajustándose la ropa con una sonrisa resignada —Mejor lleven a su amigo a casa. Parece que los necesita más que yo.
—Gracias, maestro —la ojicastaña hizo una reverencia, mientras el prodigio deportivo cruzaba los brazos, mascullando algo ininteligible.
—Ranma, aquí tienes la paga completa del día —Takosai le entregó un sobre al pelinegro antes de que pudiera protestar —Y no quiero escuchar quejas.
Ranma tomó el envoltorio realizando una reverencia en forma de agradecimiento. Cuando ambos salieron del puesto, el trenzudo miró al pato dormido en los brazos de su adorado tormento y suspiró con resignación.
—Espero que ese idiota no nos traiga más problemas.
—Oh, vamos Ranma… Debe haber una razón de peso para que Mousse se haya alejado del Nekohanten.
Las luces de los faroles comenzaban a encenderse, iluminando las bulliciosas calles mientras la noche se asentaba. El joven matrimonio caminaba hacia casa, acompañados por el suave graznido del ave que descansaba en los brazos de la universitaria.
Al llegar al departamento, Akane puso cuidadosamente a Mousse sobre su almohada. Su expresión era de absoluta preocupación a medida que lo acomodaba, pero Ranma, apoyado en el marco de la puerta, no tardó en interrumpir el momento con su característico sarcasmo.
—¿De verdad, Akane? ¿Otro degenerado en nuestra cama? ¡Esto ya es el colmo! —protestó, cruzándose de brazos con un claro gesto de desaprobación.
Ella lo ignoró, rodando los ojos mientras sacaba unas tijeras de un cajón cercano. Con movimientos precisos, cortó un parche de gel frío y lo puso en la frente del pato, que apenas graznó débilmente.
—Ranma, necesito que me traigas el botiquín del baño. Está en el estante de arriba, por favor —pidió con firmeza, sin mirarlo.
—¡¿Por qué yo?! —refunfuñó, pero al ver que no recibiría respuesta, bufó y se dirigió a la habitación.
Mientras tanto, la peliazul inspeccionaba las heridas del ave con una mezcla de preocupación y ternura. La fiebre parecía ceder un poco, aunque las marcas en su plumaje eran profundas y desalentadoras. Cuando el azabache regresó con el botiquín, la chica se apresuró a sacar algodón, desinfectante y unas pinzas.
—Esto va a doler un poco… —murmuró más para sí misma que para el pato, a la vez que limpiaba con delicadeza las heridas.
El artista marcial observaba desde un rincón, con una mezcla de desinterés y curiosidad.
—No entiendo por qué te esfuerzas tanto. Ese tipo siempre ha sido un problema.
—Ranma, está herido, no necesita tus comentarios ahora —respondió ella sin apartar la vista de su labor.
Con paciencia, la menor de los Saotome terminó de limpiar las heridas y aplicó vendas improvisadas para protegerlas. Luego, suspiró aliviada al sentir que la fiebre bajaba un poco más.
—Bueno, eso es un avance… —susurró, dejando el botiquín a un lado.
Se levantó para dirigirse al armario y, tras unos momentos de esfuerzo, sacó un futón enrollado que estaba guardado en la parte superior.
—¿Y eso de dónde salió? —preguntó el pelinegro, frunciendo el ceño mientras señalaba el colchón improvisado.
—Lo compré después de regresar de Nerima. Pensé que podría ser útil si teníamos visitas —respondió ella, desplegando el futón en el suelo con movimientos ágiles.
El prodigio deportivo alzó una ceja, claramente inquieto.
—Espero que no estés insinuando que yo voy a dormir ahí.
—Por ahora no podemos convertir a Mousse en humano. Su fiebre podría empeorar si lo hacemos —explicó, sin perder la calma —Pero si mejora en unas horas, necesitará un lugar donde descansar.
El ojiazul resopló, señalando al pato con un dedo acusador.
—Más vale que no termine siendo otro P-Chan. No voy a tolerar que otro raro invada nuestro espacio personal.
La universitaria se detuvo, clavándole una mirada fulminante.
—¡Ranma! —espetó, claramente molesta.
—¡Es en serio! Esta gente siempre se aprovecha… Primero se meten, luego no hay manera de sacarlos.
Ella negó con la cabeza, volviendo a su tarea.
—¿Sabes qué es lo más increíble? —dijo con un suspiro —Que alguien esté al borde de la muerte y tú solo te preocupes por dónde vas a dormir esta noche.
Ranma abrió la boca para responder, pero decidió cerrarla de inmediato. Aunque no lo admitiera, sabía que tenía algo de razón. Con las manos en los bolsillos, se acercó al futón.
—¿Necesitas ayuda con eso? —murmuró.
Akane lo miró con sorpresa antes de sonreír levemente.
—Ya era hora de que lo preguntaras.
Ambos trabajaron en silencio, preparando el colchón improvisado mientras el suave sonido de la respiración de Mousse llenaba la habitación. El ambiente seguía siendo tenso; aun así, había un pequeño destello de complicidad en sus acciones.
Cuando terminaron de preparar el futón, el citófono resonó en la sala, interrumpiendo el silencio que se instauró tras el breve intercambio entre ellos. La pareja cruzó miradas de desconcierto, ya que no esperaban visitas. Finalmente, el trenzudo se dirigió al aparato con pasos despreocupados.
—¿Diga? —respondió, llevando el auricular al oído.
—Buenas noches, Sr. Saotome. Acaba de llegar… —se escuchó una pausa, seguida de un murmullo lejano —¡Ah, claro! El maestro Takosai está aquí —anunció el conserje con su habitual tono cordial.
El azabache arqueó una ceja.
—¡Buenas noches, Sr. Tabeta! Dígale que suba mientras le preparo un sandwich para la dieta —bromeó, dejando escapar una risilla burlona.
—Es Tanaka, Sr. Saotome… —corrigió el conserje con una risa nerviosa —Muchas gracias por su amabilidad. Que pase buena noche.
—Lo mismo digo.
El artista marcial colgó de un tirón, justo cuando el timbre de la puerta sonó una única vez. Al abrir, se encontró cara a cara con un anciano pequeñito, vestido con un gi negro y una expresión amable, aunque decidida.
—Buenas noches, maestro. Es un honor recibirlo en nuestro hogar —saludó el pelinegro con una reverencia solemne.
—Buenas noches, muchacho. Lamento presentarme sin avisar, pero me preocupaba la salud de su amigo. ¿Puedo verlo? —preguntó el anciano mientras se quitaba cuidadosamente sus diminutos zapatos y se calzaba unas pantuflas que había traído consigo.
El prodigio deportivo asintió, señalando hacia el dormitorio.
—Claro, maestro. Adelante, está en nuestra habitación.
Antes de avanzar, el maestro le entregó una bolsa de papel bien cerrada.
—Ah, casi lo olvido. Les traje un poco de miso shiru y hōjicha. Siempre es bueno compartir algo caliente en estos momentos.
Ranma tomó el paquete con una expresión que intentaba disimular su sorpresa.
—Gracias, maestro.
Akane se acercó, haciendo una pequeña reverencia al anciano.
—Gracias por venir, maestro Takosai. Por aquí, por favor —dijo, guiándolo hacia la habitación donde Mousse seguía en su forma de pato, apenas moviéndose sobre la almohada.
El maestro Takosai observó al ave con ojos críticos. Su experiencia lo llevó a detectar de inmediato una complicación preocupante: la respiración del animal se volvía cada vez más irregular.
—Esto no pinta bien… Muchacha, hierve este polvo en medio litro de agua a fuego lento. Debemos actuar rápido —ordenó, sacando un pequeño paquete de su gi.
—Sí, maestro —respondió la peliazul, tomando el envoltorio con delicadeza.
Sin perder tiempo, se dirigió a la cocina y, con movimientos precisos, comenzó a seguir las indicaciones al pie de la letra. Mientras tanto, Takosai permaneció junto al pato, poniendo una mano en su diminuto pecho para evaluar su estado.
El trenzudo, apoyado en el marco de la puerta, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y tensión.
—¿Cree que…? —empezó a preguntar, pero el anciano lo interrumpió con un gesto firme.
—No es momento de dudas, muchacho. No podemos permitir que este joven pierda más fuerzas.
El artista marcial asintió y se dirigió hacia la cocina, dejando al maestro concentrado en su tarea.
De un salto sorprendentemente ágil para su edad, Takosai llegó a la cocina. Con movimientos rápidos, sacó un pequeño mortero de su bolsa y comenzó a moler hierbas de apariencia inusual. Las hojas tenían tonalidades extrañas y un aroma penetrante, completamente desconocido para el joven matrimonio, quienes lo observaban desde la puerta con evidente preocupación.
El sonido del mortero al chocar contra las hierbas llenaba el silencio de la habitación, hasta que el anciano finalmente habló.
—Al muchacho no solo lo golpearon brutalmente… También lo envenenaron con el ungüento de la Sombra de la Araña Negra —anunció, sin dejar de triturar.
La menor de los Saotome sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, incapaz de ocultar el miedo por el estado de Mousse. El pelinegro, percibiendo su angustia, la rodeó con un brazo desde atrás, buscando transmitirle apoyo.
—Maestro, ¿puede explicarnos más sobre ese veneno? —preguntó el ojiazul, esta vez sin rastro alguno de su habitual sarcasmo. Su tono era grave, lleno de preocupación.
El maestro terminó de preparar la pasta, recogiendo los restos del polvo en un pequeño frasco. Sin levantar la vista, respondió con firmeza:
—Desde luego, muchacho, pero ahora no hay tiempo para historias. Primero, necesitamos aplicar este bálsamo en sus heridas. Es lo único que puede frenar los efectos antes de que sea demasiado tarde.
El prodigio deportivo asintió rápidamente, sacando del armario unas toallas limpias que extendió sobre la almohada donde reposaba el pequeño pato. La universitaria, con manos temblorosas, aunque decididas, tomó el bálsamo y comenzó a aplicarlo con delicadeza sobre las plumas de Mousse, que parecían más frágiles a cada segundo. Mientras tanto, Takosai recitaba una plegaria en voz baja, su concentración era inquebrantable.
El silencio fue roto de forma abrupta cuando el ave empezó a emitir un sonido áspero, casi un jadeo. De repente, su respiración se volvió aún más dificultosa, como si estuviera luchando contra algo invisible.
—¡¿Qué le pasa, maestro?! —exclamó la ojicastaña, dando un paso atrás con el rostro desencajado.
—Está reaccionando a la medicina —respondió el anciano, esta vez con una leve sonrisa —Eso significa que su cuerpo está peleando contra el veneno. Aunque no hemos terminado. Muchacho, ve por la infusión que preparó tu esposa. Debemos administrársela de inmediato.
Sin perder un segundo, el chico desapareció a la cocina, regresando en un parpadeo con la tetera y una taza.
—Sujétalo con cuidado, pero firme. Inclina su cuerpo y sujeta sus alas. Muchacha, vierte la infusión en su pico poco a poco —indicó el maestro, en un tono sereno, aunque autoritario.
Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, Ranma sostuvo al ave con firmeza mientras Akane, con manos todavía temblorosas, acercaba la taza y dejaba caer el líquido dorado lentamente. La resistencia del pato era evidente: aleteaba, graznaba y trataba de moverse, pero el trenzudo no lo soltó.
—Tranquilo, Mousse, esto es por tu bien —murmuró el azabache, con una mezcla de esfuerzo y determinación.
Finalmente, el ave dejó de luchar y comenzó a tragar la infusión. En cuestión de segundos, su cuerpo pareció relajarse. Exhausto, se dejó caer sobre las toallas, acurrucándose débilmente sobre la almohada de la peliazul.
—¿Cree que… se va a recuperar? —preguntó la universitaria, su voz se quebró al final de la frase.
El maestro Takosai observó al pato dormido antes de levantar la vista hacia los recién casados con una expresión de satisfacción.
—Sí, muchacha. Han hecho un excelente trabajo. Mousse estará bien gracias a ustedes. Son un equipo formidable.
La menor de los Saotome dejó escapar un suspiro de alivio, al mismo tiempo que el artista marcial le dedicaba una leve sonrisa, dejando caer sus hombros por el cansancio.
—Ahora —añadió el anciano con un tono más ligero —es momento de cenar.
Akane puso cuidadosamente los platos y cubiertos en el kotatsu, asegurándose de que todo estuviera en orden, mientras Ranma terminaba de calentar la sopa de miso y preparaba el té. El aroma cálido del miso llenaba la estancia, creando un pequeño oasis de tranquilidad tras la tensión vivida. Takosai, sentado con la serenidad de quien ha enfrentado mil batallas, esperaba pacientemente a que le sirvieran.
Cuando todo estuvo listo, los tres juntaron las manos en un gesto de gratitud.
—¡Gracias por la comida! —dijeron al unísono antes de comenzar.
El maestro tomó un sorbo de té, saboreándolo con calma antes de adoptar un tono más grave.
—Muchachos, ahora que las cosas están bajo control, puedo explicarles lo que ocurrió con su amigo —anunció, captando de inmediato su atención.
El silencio llenó la habitación mientras el anciano continuaba:
—Como les mencioné antes, el joven fue envenenado con el ungüento de la Sombra de la Araña Negra.
La peliazul, que apenas había llevado una cucharada de sopa a los labios, se quedó helada.
—¡Eso es terrible! —exclamó, pasmada por la revelación.
El maestro asintió, dejando la taza sobre la mesa.
—Según las ancianas de la tribu Joketsuzoku, la Araña Negra era una figura temida. Su especialidad era envenenar a los hombres traicioneros con un toque invisible. Las víctimas parecían estar bien durante el primer día, pero después… sufrían una muerte lenta mientras la araña, paciente, observaba desde las sombras. Este ungüento fue creado en su honor, y su nombre refleja tanto su apariencia como su eficacia mortal.
Hizo una pausa, permitiendo que la gravedad de sus palabras calara en ellos.
—Si solo necesitaban aplicarle el veneno… ¿por qué estaba tan herido? —preguntó el trenzudo, con sus ojos clavados en el anciano.
Takosai negó lentamente con la cabeza.
—Para que el veneno haga efecto, la víctima debe estar inconsciente. Generalmente, basta con noquearla, pero quien hizo esto claramente estaba muy enfadado con el pobre muchacho.
La menor de los Saotome apretó los labios, intentando contener el nudo en la garganta.
—¿Y cuáles son los efectos? —preguntó en un hilo de voz.
El maestro suspiró profundamente.
—Los síntomas comienzan a las 12 horas: debilidad extrema y fiebre alta. Para las 24 horas, las complicaciones respiratorias empeoran, dificultando el habla y los movimientos.
Antes de que pudiera continuar, la universitaria soltó un pequeño grito ahogado, llevándose una de las manos al rostro. El azabache, sentado a su lado, entrelazó sus dedos con los de ella para reconfortarla.
—Si no hubieras encontrado a tu amigo cuando lo hiciste —continuó Takosai con un tono sombrío —En unas 4 horas más, habría muerto debido a una parálisis cardíaca.
Las palabras cayeron como un balde de agua fría. La ojicastaña rompió en llanto, incapaz de contenerse más. El artista marcial, sin dudar, dejó su puesto en el kotatsu y la abrazó con fuerza.
—Akane, ya pasó. Lo encontraste a tiempo —susurró con una ternura que pocas veces dejaba ver.
El anciano los observó con empatía, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—No llores, muchacha. Ese joven te debe la vida. Por eso cerré mi tienda y vine a ayudarles. Sabía que de esta noche no pasaba.
La peliazul asintió, secándose las lágrimas con la manga antes de levantarse para ir al baño a calmarse y arreglarse un poco.
El prodigio deportivo regresó a su lugar frente al kotatsu, aunque su atención seguía en el maestro.
—¿Esto es obra de una mujer guerrera joven… o alguien con más experiencia? —preguntó, yendo directo al grano, mientras sus ojos se entrecerraban con sospecha.
Takosai meditó un momento antes de responder.
—Definitivamente alguien con demasiada experiencia. Pero necesitaremos esperar a que ese muchacho despierte para confirmar quién está detrás de esto.
Ranma observaba a Takosai a medida que este terminaba de beber su taza de té. Había algo en la calma del maestro que inspiraba respeto, y aunque normalmente no se le daba bien pedir consejos, esta vez hizo un esfuerzo.
—Maestro… hay algo que me gustaría preguntarle —dijo, en un tono poco habitual en él.
El anciano levantó la vista, intrigado, y asintió con paciencia.
—Adelante, muchacho. Pregunta lo que quieras.
El trenzudo respiró hondo antes de hablar.
—¿Cómo fue que obtuvo su maldición?
La pregunta hizo que Takosai esbozara una leve sonrisa, como si ya hubiera anticipado el interés del artista marcial.
—Fue hace mucho, muchísimo tiempo —empezó, entrelazando las manos frente a él —Happosai y yo éramos rivales desde siempre, ya lo sabes. Después de años sin enfrentarnos, decidimos medir nuestras fuerzas en un lugar remoto. Escogimos Jusenkyo, sin tener idea de lo que nos esperaba.
La expresión del azabache se tensó; conocía bien ese lugar y sus peligros.
—¿Y qué pasó?
El maestro dejó escapar una pequeña risa, amarga, pero resignada.
—En medio del combate, cometí un error. Happosai vio una apertura y no dudó en aprovecharla. Antes de darme cuenta, caí al Estanque del Pulpo Ahogado. Desde entonces… bueno, ya conoces el resultado.
El prodigio deportivo frunció el ceño.
—¿Y nunca tuvo resentimiento hacia él?
El anciano negó lentamente con la cabeza, mostrando una calma que parecía imposible.
—¿Para qué, muchacho? La ira no me devolvería lo que perdí. Con el tiempo aprendí a aceptar mi destino, incluso a encontrarle algo de humor. Mi nombre combina perfectamente con mi forma maldita, ¿no te parece? —dijo, con una sonrisa que desarmó al pelinegro.
—¿Nunca ha considerado buscar una cura? —insistió el ojiazul, genuinamente curioso.
Takosai hizo una pausa, reflexionando.
—Tal vez exista alguna solución en algún rincón del mundo… pero nunca me aferré a esa idea. He aprendido que las maldiciones, físicas o no, son parte de lo que nos hace quienes somos. Y, si me permites decirlo, creo que Akane te ama por completo, con todo lo que eres.
El comentario tomó a Ranma por sorpresa. El chico bajó la mirada, ligeramente sonrojado, y se levantó con una reverencia torpe.
—Gracias, maestro…
—No tienes que agradecerme nada, Ranma —contestó Takosai con tranquilidad.
En ese momento, Akane regresó del baño más hermosa que nunca. Sus ojos resplandecían tras haber secado sus lágrimas, y una serenidad renovada adornaba su rostro. Al verla, el anciano sonrió con ternura.
—Maestro, ¿le gustaría quedarse a dormir? —preguntó la peliazul, con una amabilidad que iluminaba la habitación.
—Me encantaría. Así puedo cuidar a su amigo y asegurarme de que pase buena noche.
—¡Perfecto! —respondió la universitaria con entusiasmo —Puede usar nuestro baño y el futón al lado del kotatsu.
—Eres muy amable, muchacha. Prometo no ser una carga.
—No se preocupe, maestro. Es bienvenido siempre que lo desee —contestó ella con una sonrisa cálida.
Tras la conversación, la comida continuó con calma. La menor de los Saotome recogió los platos, mientras el trenzudo preparaba un par de sándwiches envueltos.
—Voy a llevarle unos tamago sando al Sr. Tabeta. Vuelvo en un rato —dijo el azabache, lanzando una última mirada a la ojicastaña —Maestro, le encargo a mi esposa.
El anciano asintió con solemnidad, aceptando la responsabilidad.
—Será todo un honor.
La noche avanzaba mientras las luces de neón de la calle proyectaban sombras danzantes en las paredes, acompañadas por los ronquidos suaves del maestro Takosai que resonaban en la habitación. Afuera, el bullicio de la ciudad apenas se percibía, y dentro reinaba una calma que parecía recordarles que, al menos por esa vez, todo estaba en paz.
El aroma del tamagoyaki recién cocinado se colaba por cada rincón del departamento, entremezclándose con el calor de la primera luz del sol. En la habitación, los recién casados despertaron lentamente, todavía entrelazados en un abrazo torpe, pero cálido. Sus respiraciones, acompasadas por el sueño, se rompieron con una ligera risa de Akane al darse cuenta de la forma en que estaban enredados.
—Siempre terminas aplastándome, Ranma —bromeó, empujando suavemente el brazo que descansaba sobre su cintura.
—¿Y qué quieres que haga? Eres tú quien siempre se pega a mí —contestó él, estirándose con pereza, aunque su sonrisa delataba lo poco que le molestaba.
Mientras ellos intercambiaban sus primeros comentarios del día, en la cocina, el maestro Takosai estaba concentrado en su tarea. Desde antes del amanecer, había comenzado a preparar un desayuno tradicional japonés, con arroz gohan recién hecho, sopa miso, salmón a la parrilla y tsukemono. Sin embargo, el espacio era reducido, sus movimientos eran precisos, como si cada acción fuera una coreografía bien ensayada.
Al escuchar los ruidos en la cocina, la peliazul se levantó rápidamente, todavía ajustándose el cinturón de su yukata. Al llegar, sus ojos se encontraron con una escena que le arrancó una sonrisa: el anciano estaba poniendo cuidadosamente el tamagoyaki en un plato, su expresión era seria, pero apacible.
—Maestro, no debió molestarse tanto —dijo, inclinándose en una reverencia apresurada.
Takosai, sin apartarse de su tarea, giró suavemente la cabeza hacia ella y, con un firme movimiento de la mano, detuvo su intento de ayudar.
—Me tomé la libertad de prepararles algo especial. Ustedes son mis discípulos; necesitan comer bien para seguir creciendo.
La menor de los Saotome se sonrojó, ligeramente avergonzada por no haber tomado la iniciativa.
—Entonces, al menos dejaré todo listo para que desayunemos juntos —respondió, buscando los utensilios y poniéndolos en la mesa con una diligencia casi ansiosa.
De pronto, un sonido peculiar llenó la sala. El pato, pequeño pero enérgico, entró al comedor batiendo las alas y graznando sin descanso.
—¿Por qué no me sorprende? —murmuró Ranma, apareciendo desde la habitación mientras se arreglaba la trenza. Se detuvo frente al ave, que lo miraba con ojos claramente frustrados.
—Buenos días, maestro —saludó, inclinándose con respeto antes de dirigir su atención al animal —Ahora que el cegatón ya parece mejor, podemos devolverlo a su forma humana.
El maestro dejó escapar una risa breve, pero cargada de comprensión.
—Me leíste la mente, muchacho.
El trenzudo recogió al pato con cuidado, aunque no sin lanzarle una mirada de advertencia.
—Ven, Mousse. Al baño. Y por favor, nada de andar desnudo por aquí. Aquí tienes una tetera y un buzo viejo —dijo, entregándole las prendas y cerrando la puerta tras él con un suspiro resignado.
Cuando regresó al kotatsu, la universitaria ya había terminado de poner los últimos platos en la mesa. La calidez de los alimentos llenaba el espacio, y el anciano llegó con un salto ágil, trayendo el resto del banquete que preparó.
—Es todo un festín, maestro —dijo la ojicastaña, mirando la mesa con asombro.
—No es nada comparado con lo que ustedes merecen. Ahora siéntense y coman, muchachos. La mañana apenas comienza, y quién sabe qué aventuras les esperan hoy.
El azabache se dejó caer junto a su mujer, aunque no sin lanzar una mirada furtiva hacia el baño.
—Espero que el tonto de Mousse tenga algo interesante que contar. Si no, todo esto será para nada.
Akane le dio un ligero codazo, sacudiendo la cabeza mientras le pasaba los palillos.
—Siempre tan delicado, Ranma.
El artista marcial solo resopló, aunque una leve sonrisa asomaba en sus labios. La calma de la mañana se sentía como un respiro merecido, un momento efímero antes de que el caos inevitable volviera a sus vidas. Pero por ahora, la paz y el aroma del desayuno eran todo lo que necesitaban.
El suave sonido de los palillos al chocar contra los platos era lo único que rompía el silencio en la pequeña mesa. Todos estaban concentrados en disfrutar de la primera comida del día cuando una figura apareció tambaleándose en la entrada de la sala.
—Buenos días —saludó Mousse con voz débil, inclinando ligeramente la cabeza mientras se apoyaba en el marco de la puerta para no caer.
Akane lo miró con preocupación y le sonrió con amabilidad.
—Mousse, ven, siéntate aquí —dijo, señalando el lugar vacío a su lado.
Ranma frunció el ceño, claramente molesto, pero solo resopló. Era el único espacio libre en el kotatsu, así que no tenía excusas para protestar.
—Gracias, Akane —murmuró el recién llegado, esforzándose mientras se acercaba. Sus movimientos eran torpes, y su rostro continuaba luciendo pálido.
El grupo volvió a concentrarse en sus platos durante unos momentos, aunque el ambiente estaba cargado de preguntas no dichas. Finalmente, Takosai dejó su tazón de sopa miso sobre la mesa y fijó su mirada en el cegatón.
—Bien, muchacho. Ahora dinos qué pasó.
El pelilargo se levantó y, juntando las manos frente a él, se inclinó con solemnidad.
—Disculpe mi descortesía. Mi nombre es Mousse, de la tribu Joketsuzoku, y estoy a su servicio.
El anciano asintió y le hizo un gesto impaciente para que continuara.
El cuatro ojos suspiró, bajó la mirada y volvió a su asiento.
—Verá, maestro, yo trabajaba como cocinero en el Nekohanten en Nerima. Todo iba más o menos bien hasta que mi querida Shampoo y Cologne comenzaron a planear algo que no pude aceptar. Me opuse, y... bueno, ya saben cómo maneja las cosas esa vieja momia de nuestra tribu.
El trenzudo dejó de comer y arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Qué era tan grave como para que te dejaran hecho un desastre?
El ojiverde lo miró con seriedad y, negando con la cabeza, respondió:
—Lo lamento, pero no lo diré, Ranma.
La peliazul lo observó, sorprendida.
—Cologne debió de estar realmente furiosa para hacer algo así…
—Ni te imaginas cómo estaba —admitió él con una mueca de vergüenza. Luego, juntó las manos y se inclinó hacia ella —Akane, gracias por salvarme la vida. Estoy en deuda contigo.
La menor de los Saotomes agitó una mano, restándole importancia.
—No tienes por qué preocuparte tanto, Mousse. Solo descansa y recupérate.
Sin embargo, el cegatón no parecía dispuesto a tomarlo tan a la ligera.
—No, Akane. A partir de ahora, protegeré tu vida con la mía.
El prodigio deportivo golpeó la mesa con ambas manos, irritado.
—¡Deja de decir estupideces! No necesito que un pato tonto me ayude a cuidar a mi esposa.
El maestro alzó una ceja y lo miró con calma.
—Ranma, deja de comportarte como un niño. Si esas mujeres guerreras llegan aquí, será mejor contar con un par de manos extra.
El ojiazul gruñó, frustrado, sin embargo, terminó cediendo.
—Está bien, pero que quede claro: aquí no se vive gratis. Tendrás que trabajar, Mousse.
El cuatro ojos asintió con solemnidad.
—Por supuesto. Haré lo que sea necesario.
La tensión en la sala disminuyó un poco, aunque la universitaria no pudo evitar notar las miradas de reojo que el trenzudo seguía lanzándole a el pelilargo. Por su parte, él parecía decidido a demostrar su gratitud.
—¿Y qué solías cocinar en el Nekohanten, muchacho? —preguntó Takosai con curiosidad, dejando su tazón sobre la mesa.
—Lamian, maestro —respondió el ojiverde con aire de orgullo, enderezándose en su puesto.
La menor de los Saotome dio un leve aplauso, como si acabara de ocurrírsele una idea brillante.
—¡Oh! Podría hablar con mi amiga Hanako. Tiene un restaurante en la esquina y siempre busca ayuda en la cocina. ¿Te molestaría preparar ramen?
El cegatón sonrió, relajando por un momento su expresión seria.
—Para nada. Estoy dispuesto a aprender lo que sea necesario.
—¡Perfecto! —exclamó la peliazul, visiblemente emocionada.
El prodigio deportivo, en cambio, cruzó los brazos y alzó una ceja, claramente desconfiado.
—¿Y dónde se supone que vas a dormir? —preguntó en un tono que bordeaba el sarcasmo.
El anciano, con un chasquido de lengua, lo fulminó con la mirada.
—Muchacho impertinente... —gruñó antes de lanzar un rápido ataque con tinta directa al rostro del ojiazul.
El grupo se quedó pasmado, observando cómo la precisión del maestro había manchado al trenzudo de manera impecable. Este último, con cara de pocos amigos, buscó apresuradamente unas servilletas para limpiarse.
Takosai carraspeó, un tanto apenado.
—Mis disculpas, pero... quizás sea por mi maldición, o tal vez por los años de hábito, pero he desarrollado esta mala costumbre de lanzar tinta cuando alguien me irrita.
La ojicastaña apenas pudo contener la risa mientras ayudaba a su marido a limpiarse. Luego, dirigiéndose al pelilargo, dijo con amabilidad:
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—Descuida, Akane. No quiero incomodar más de lo necesario, pero si sabes de algún lugar cercano donde pueda quedarme, te lo agradecería mucho —respondió el cuatro ojos, intentando no parecer demasiado insistente.
La universitaria pareció recordar algo de repente.
—Ahora que lo pienso... El Sr. Tanaka mencionó que el departamento 302 estaba disponible para arrendar. Déjame preguntar.
Se levantó y caminó hasta el citófono, dejando a los tres hombres solos en la sala. El prodigio deportivo, que seguía limpiándose los restos de tinta, no tardó en lanzar un comentario mordaz.
—No entiendo cómo Akane te trata tan bien si apenas te conoce.
El ojiverde levantó la barbilla, desafiándolo.
—Y yo no entiendo cómo una nenita como tú logró casarse con ella.
La tensión en el ambiente era palpable, y antes de que la discusión pudiera escalar, el maestro Takosai tomó cartas en el asunto.
—¡Basta los dos! —bramó, lanzando tinta a ambos con una precisión impecable —No me importa lo que haya pasado entre ustedes antes, pero ahora deben trabajar juntos para proteger a Akane. ¿Quedó claro?
Con las caras manchadas y resignados, respondieron al unísono:
—Sí, maestro.
Unos minutos después, la peliazul regresó con una sonrisa en el rostro.
—¡Buenas noticias! El Sr. Tanaka dice que puedes arrendar el departamento, pero no estará disponible hasta el lunes. Así que tendrás que quedarte con nosotros este fin de semana.
El cegatón inclinó la cabeza en agradecimiento.
—Gracias, Akane. Haré lo posible por no ser una carga.
—Además, hablé con Hanako y está encantada de contratarte. Dice que necesita ayuda durante las tardes, así que podrías empezar desde mañana.
El pelilargo parecía emocionado, mientras que el ojiazul simplemente bufó, aún molesto.
—Más te vale no causar problemas —murmuró con desdén.
El anciano, observando la escena con calma, sonrió apenas, satisfecho. Aunque el ambiente seguía tenso, había logrado que ambos aceptaran una tregua, al menos temporal.
Después del desayuno, Takosai miró a Ranma con una propuesta que parecía pensada para el chico.
—Muchacho, necesitaré ayuda en el local. Si trabajas conmigo, podrías hacer unas horas extras y ganar un poco más de dinero.
El trenzudo, que estaba terminando de limpiar su plato, levantó la vista con interés.
—Claro, maestro, no tengo problema. ¿A qué hora empiezo?
El anciano asintió satisfecho por la disposición de su discípulo.
—Ven temprano, así aprovechamos todo el día.
Mientras tanto, Akane, que ya tenía algo en mente, se giró hacia Mousse con una sonrisa.
—Oye, ¿qué te parece si salimos a comprar lo que necesites para tu nuevo departamento? Es mejor estar preparado desde el primer día.
El cegatón, que hasta ese momento había permanecido en silencio, parpadeó un par de veces antes de asentir.
—Eso sería genial, Akane. Gracias por pensar en eso.
La mañana resultó ser ideal para una salida. Abeno Q's Mall, un lugar moderno y lleno de vida, estaba a solo unas calles de Jan Jan Yokocho, lo que lo convertía en el lugar perfecto para encontrar todo lo necesario.
La peliazul pronto notó que la compañía del azabache era más agradable de lo esperado. Sin la sombra de su obsesión por Shampoo, el ojiverde se mostraba sencillo, educado y sorprendentemente amable. Además, con su nueva ropa y unos lentes que mejoraban su visión, lucía completamente renovado.
—¿Qué opinas de esta chaqueta? —preguntó la menor de los Saotome, sosteniéndola frente a él mientras sonreía —Creo que va bien con tu estilo.
El cuatro ojos tomó la prenda, mirándola con cierta duda antes de probársela.
—Se siente cómoda... aunque nunca he usado algo así.
—Pues te queda estupendo —la universitaria se cruzó de brazos, satisfecha con su elección —Ahora, vamos a buscar unos zapatos que combinen.
El recorrido continuó entre compras esenciales: muebles, utensilios y decoraciones básicas. La cama y el resto de los enseres llegarían junto con la entrega del departamento, algo que el pelilargo podía costear sin problemas gracias a sus ahorros. A pesar de que había juntado ese dinero para un futuro con Shampoo, ahora prefería invertirlo en comenzar una nueva etapa.
Al salir de una de las tiendas, con varias bolsas en mano, el cegatón habló en un tono más personal.
—Akane, de verdad te agradezco todo esto. No tenía idea de cómo empezar, y tú me has facilitado mucho las cosas.
Ella se detuvo un momento, dándole una mirada tranquila y reconfortante.
—No tienes que agradecer. Es lo que haría cualquier amigo.
El azabache sonrió con cierta melancolía antes de añadir:
—Aún así, siento mucho los problemas que te causé en el pasado.
La ojicastaña negó suavemente, mostrando una expresión comprensiva.
—Todos cometemos errores, Mousse. Lo importante es que ahora estás tratando de ser mejor, y eso es lo que cuenta.
El ojiverde asintió, debatiéndose por unos segundos antes de hablar. Finalmente, tomó aire y se dirigió a la peliazul con un tono serio.
—Akane, hay algo que necesito contarte, y creo que este es el mejor momento —hizo una pausa, ajustando sus nuevos lentes con cierto nerviosismo —Llevo un tiempo escribiéndome con mi madre. Ella fue quien me aconsejó seguirlos cuando se enteró de que ustedes se habían casado y mudado de Nerima.
La menor de los Saotome lo miró sorprendida, aunque no interrumpió.
—¿Por qué te dijo eso? —preguntó con curiosidad.
El cuatro ojos soltó una leve risa amarga.
—Porque ella piensa que Cologne y Shampoo son una mala influencia para nuestra tribu. Me dijo que ustedes, siendo los únicos que han logrado librarse de ellas, podrían ayudarme si las cosas se complicaban —hizo una pausa, bajando un poco la mirada —Mi madre siempre ha tenido una opinión bastante fuerte sobre ellas… las llama "arpías".
La universitaria no pudo evitar reír ligeramente ante el comentario, aunque intentó contenerse.
—Vaya, nunca imaginé que tuvieran tan mala reputación incluso dentro de las mujeres guerreras.
El pelilargo asintió, relajándose un poco al ver que ella no lo juzgaba.
—Después de despertar de la última golpiza que me dio la vieja momia, recordé las palabras de mi madre y decidí buscarlos —su tono se volvió más animado, sin embargo, aún con un dejo de vergüenza —No fue nada fácil descubrir que estaban en Jan Jan Yokocho, y menos… convertido en pato, sintiéndome fatal.
La ojicastaña sonrió con ternura.
—No te preocupes, Mousse. Eso ya quedó atrás, y nosotros vamos a ayudarte en lo que necesites.
El cegatón la miró con gratitud, aunque su expresión se tornó algo melancólica.
—Gracias, Akane. Aprecio mucho tu apoyo… pero hay algo más que debes saber —hizo una pausa, como si le costara admitirlo —No puedo volver a Nyucheizu si no es casado con una mujer fuerte. Las leyes de mi tribu dicen que un hombre de clase baja como yo queda automáticamente exiliado si decide abandonar la aldea.
La peliazul frunció el ceño, sorprendida por la dureza de la situación.
—¿Y tu madre? ¿No puede hacer algo al respecto?
—Está intentando arreglar las cosas —respondió el azabache, con un leve destello de esperanza en sus ojos —Ella es de clase alta y tiene cierta influencia, pero el Consejo de Ancianas sigue creyendo que mi miopía es sinónimo de debilidad, sin importar lo buen artista marcial que sea.
La menor de los Saotome quedó en silencio por unos segundos, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.
—Mousse… por amor has dejado todo atrás. Eso… eso es muy valiente.
El ojiverde bajó la mirada con modestia.
—Y lo haría de nuevo si fuera necesario, Akane. Pero hay algo que necesito pedirte… No quiero que Ranma sepa de esto. No quiero que piense que soy inferior a él por mi condición.
La universitaria sonrió con picardía antes de responder.
—Está bien, pero con una condición.
El cuatro ojos la miró con curiosidad.
—¿Cuál?
—Que compremos todo lo necesario para que sigas escribiéndote con tu madre. Estoy segura de que se sentirá tranquila sabiendo que estás con nosotros y que conseguiste trabajo en menos de un día.
El pelilargo soltó una pequeña risa, aliviado por la sencillez de la petición.
—Gracias, Akane. De verdad, siento mucho todo lo que te hice pasar antes.
Ella negó con la cabeza, restándole importancia.
—Eso ya quedó en el pasado, Mousse. Somos amigos, y los amigos se apoyan en todo momento.
Después de su última parada en la papelería, decidieron ir al local del maestro para un tentempié antes de regresar a casa. En el camino, el cegatón se detuvo al encontrar sus viejas ropas en la calle. Las recogió rápidamente, sacudiéndolas con cuidado. Aunque no las necesitaba para transportar sus armas, el vínculo con su tribu le impedía dejarlas atrás. La ojicastaña, al verlo, sonrió con comprensión, sabiendo lo mucho que significaban para él.
La tarde transcurrió entre risas y anécdotas. Incluso hubo espacio para los usuales intercambios mordaces entre Ranma y Mousse, quienes, pese a haber dejado atrás el motivo principal de sus disputas, mantenían viva su rivalidad. Akane y Takosai observaban con diversión cómo los dos se enfrascaban en sus pequeñas discusiones, que siempre terminaban sacándoles una buena carcajada.
