Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.
ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.
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Owari no nai ai
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Capítulo 11: Inui Shrine Spring Festival
La semana de los exámenes de progreso pasó volando, entre horas de estudio, evaluaciones teóricas y pruebas físicas. Ranma sobresalió con excelencia en todas las áreas de su carrera, ganándose la indignación de Takeshi Tatsuya, quien no dudó en declararse su rival indiscutible. En contraste, en el campo de la medicina, la competencia era mucho más feroz. Akane y Kei se disputaban constantemente el primer puesto de la generación, intercambiando posiciones en los resultados, lo que despertaba la admiración y, sobre todo, la envidia de sus compañeros.
Entre ellos destacaba Yamihiko Kuromi, una joven de cabellos castaño claro y ojos tan negros como la medianoche. Proveniente de una familia de la nobleza japonesa, Yamihiko estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Su belleza deslumbrante, inteligencia y privilegiada posición social la convertían en el foco de miradas dondequiera que fuera. Sin embargo, en esta ocasión, no logró opacar a esos dos estudiantes, quedando relegada al tercer puesto. Para colmo, ambos parecían completamente inmunes a su encanto.
Desde la ceremonia de inicio, el erudito había captado su interés. Su porte relajado, mirada segura y brillante sonrisa hicieron que la aristócrata lo considerara un desafío, algo que no estaba dispuesta a ignorar. Decidida a atraer su atención, ideó un plan que involucraba una excusa social perfecta: una fiesta en uno de los clubes más exclusivos de Osaka.
Al finalizar los exámenes, la elegante se acercó a la peliazul adoptando una actitud amistosa y natural, dirigiendo una sonrisa que parecía calculada al milímetro.
—Hola, buenas tardes. Mi nombre es Yamihiko Kuromi, somos compañeras de clase —dijo con una voz dulce.
La menor de los Saotome levantó la mirada de su celular, sorprendida.
—Ah, mucho gusto. Soy Saotome Akane, encantada de conocerte.
Sin perder tiempo, la ojinegra continuó:
—Estoy organizando una fiesta esta noche en el VIP del Club Joule, en Shinsaibashi. Me encantaría que asistieras.
Antes de que la universitaria pudiera responder, una voz masculina y enérgica interrumpió la conversación:
—¡Saotome Akane! ¿Ya tienes todo listo para irnos? Oh, disculpa, no te había visto. Buenas tardes, soy Kei Hikaru.
La millonaria, quien mantuvo una compostura impecable, sintió que el corazón le daba un vuelco al verlo.
Aunque su mirada se mantenía fija en el menudo, trató de no dejar entrever su nerviosismo.
—Kei, ella es Yamihiko Kuromi —intervino la ojicastaña, haciendo las presentaciones —Nos está invitando a una fiesta esta noche.
—¡Ah, suena excelente! —respondió el alegre con una sonrisa tan deslumbrante que la aristócrata apenas logró sostener la mirada —¿Podríamos invitar a un amigo?
La elegante, visiblemente intimidada, asintió rápidamente.
—Por supuesto, no hay problema. Puedo añadir a Saotome Akane con un "+1" para la entrada.
—Gracias, Yamihiko Kuromi. Será divertido —dijo el erudito, sincero, mientras la peliazul asentía con entusiasmo.
—Muchas gracias a ustedes. Nos vemos esta noche —dijo la millonaria apresuradamente antes de retirarse, aún sintiendo la intensidad de la presencia del menudo.
Cuando ella se alejó, la menor de los Saotome miró al alegre con curiosidad.
—¿Ya tenías planes para esta noche?
—No, pero nunca está de más relajarse un poco después de tanto estrés. Además, puede ser divertido ver qué tal se pone esa fiesta —respondió el pelicastaño con un guiño cómplice.
—Espero que Ranma no arme un escándalo. Ya lo veo criticando porque la música es muy fuerte o algo así —comentó la universitaria con una sonrisa irónica, mientras el ojimiel reía.
—¿Ranma? ¿Criticando? ¡No me lo imagino! —respondió en tono sarcástico, antes de que ambos se dirigieran a planear los detalles para la noche que prometía más de una sorpresa.
A la salida del salón, Ranma ya aguardaba a Akane, apoyado despreocupadamente contra la pared con los brazos cruzados. Su expresión no podía ocultar la emoción: acababa de enterarse de que era el mejor de su generación y quería compartirlo con ella. Además, había planeado invitarla a comer a un restaurante para celebrarlo. Sin embargo, su entusiasmo se desvaneció al escuchar los planes de su mujer.
—¿Así que iremos a la fiesta de Yamihiko Kuromi? —preguntó el trenzudo, intentando sonar casual mientras caminaba junto a la peliazul y el erudito.
—Sí, nos invitó personalmente —respondió la chica con una sonrisa —Será divertido, nunca he ido a un club nocturno.
Aunque Kei se mostró igual de emocionado, el azabache no podía evitar que una ligera sombra cruzara su rostro. Algo en esa aristócrata no le inspiraba confianza, pero decidió no decir nada. No quería aguarle la alegría a la menor de los Saotome por una salida tan especial.
Tras despedirse del menudo en la entrada de la universidad, la pareja regresó a casa tomados de la mano. Apenas cruzaron el umbral, el artista marcial notó cómo la energía de la ojicastaña cambiaba; estaba entusiasmada. Ella se dirigió a su armario sin perder tiempo y sacó un vestido negro azulado que no había tenido oportunidad de usar antes.
—Voy a arreglarme, no tardo mucho —dijo con una sonrisa cómplice antes de encerrarse en el baño.
Mientras tanto, el pelinegro se quedó buscando entre sus propias prendas algo adecuado para la ocasión. Recordó lo que el genio de la medicina le mencionó sobre el código de vestimenta y optó por un pantalón azul marino, una camiseta negra ajustada y una chaqueta de cuero que su madre le compró el año pasado. Aunque todavía extrañaba sus típicas ropas chinas, no podía negar que este estilo resaltaba su musculatura y le daba un aire más maduro. Al mirarse en el espejo del armario, una sonrisa fugaz apareció en sus labios.
—Definitivamente, soy el tipo más guapo de este lugar —murmuró con un dejo de orgullo al tiempo que se ajustaba la chaqueta.
Cuando la universitaria finalmente salió del baño, el prodigio deportivo giró la cabeza y por un momento se quedó sin palabras. El vestido entallado realzaba su figura, y el peinado con ondas largas la hacía lucir sofisticada, pero juvenil. Los tacones altos le daban un porte elegante, y el maquillaje, discreto pero impecable, acentuaba su belleza natural.
—¿Qué te parece? —preguntó ella con un leve sonrojo al notar la mirada de su marido.
El trenzudo se acercó, pasando los brazos alrededor de su cintura para atraerla hacia él.
—Creo que deberíamos saltarnos la fiesta —dijo con una sonrisa pícara mientras dejaba un beso suave en su cuello —Te ves demasiado hermosa para compartirte con los demás.
La peliazul soltó una risa nerviosa y apoyó las manos en los hombros del azabache.
—¡No digas eso! Kei nos está esperando, y además… ¡Es la primera vez que vamos a un club! —exclamó con un puchero adorable.
El artista marcial suspiró, reacio a ceder.
—Podrías llamarlo y decirle que te sientes mal. Un resfriado repentino, ¿qué tal?
Ella lo miró con ojos brillantes, ese gesto que sabía que desarmaba cualquier resistencia en su esposo.
—Por favor, Ranma. Quiero vivir cosas normales, como cualquier otra universitaria.
El pelinegro rodó los ojos con resignación, aunque al final esbozó una sonrisa.
—Está bien… ¿Cómo podría decirte que no con esa mirada? —dijo antes de besarla con ternura. Después, agregó en un tono más bajo —Pero prométeme algo: quiero una recompensa por acompañarte a este suplicio.
—Trato hecho —respondió la muchacha, sonriente, antes de besarlo con intensidad, dejando claro que sabía perfectamente cómo mantener a su marido motivado.
Apenas salieron del edificio, Ranma levantó un brazo para detener un taxi con la naturalidad de quien ya dominaba el ritmo de la ciudad. Ayudó a Akane a subir antes de acomodarse junto a ella en el asiento trasero. Durante el trayecto, mientras las luces de la metrópolis parpadeaban al pasar, una inquietud empezó a hacerse más evidente en el pecho del trenzudo. Sin saber exactamente por qué, algo en esa noche no le cuadraba.
—¿Estás bien? —preguntó la peliazul, notando su expresión distante.
—Sí, claro… —respondió él, apretando suavemente su mano como si quisiera transmitirle calma.
Por su parte, la menor de los Saotome observaba la ciudad a través de la ventanilla. Las luces de neón reflejaban destellos en sus ojos, llenándolos de vida. Osaka le resultaba cautivador, un lugar lleno de oportunidades y colores que hacían vibrar su corazón. Era justo lo que siempre había deseado: una vida normal, sin la presión de combates o desafíos absurdos de sus días de preparatoria. Con una sonrisa, apretó la mano del azabache en un gesto lleno de gratitud. Él la miró de reojo, captando el brillo de su mirada, y sintió un inesperado calor en el pecho.
—Gracias por estar conmigo —dijo ella, casi en un susurro.
El artista marcial respondió con una sonrisa torcida y un ligero encogimiento de hombros.
—Alguien tiene que cuidarte, ¿no? —bromeó, aunque sus palabras escondían más verdad de la que estaba dispuesto a admitir.
En poco tiempo, llegaron al Club Joule, uno de los lugares más exclusivos de la ciudad. Desde fuera, el edificio se alzaba como una joya moderna: una fachada de vidrio con líneas de luz LED que cambiaban de color, proyectando tonos vibrantes al ritmo de la música que se filtraba hasta la calle. La fila para entrar avanzaba con lentitud, llena de jóvenes vestidos a la última moda.
Tras esperar unos minutos, finalmente se encontraron frente al imponente guardia en la entrada.
—¿Sus nombres? —preguntó el hombre con voz grave, revisando la lista en su clipboard.
—"Saotome Akane + 1" —respondió ella con entusiasmo.
No obstante, tras unos segundos, el guardia levantó la vista y negó con la cabeza.
—Están en la lista, pero para el área general —informó sin rodeos.
El brillo en los ojos de la universitaria se apagó de inmediato. El pelinegro lo notó y, antes de que su adorado tormento pudiera desanimarse del todo, tomó una decisión.
—¿Y qué si convertimos esto en una cita? —propuso con una sonrisa relajada, inclinándose un poco hacia ella para captar su atención.
La chica lo miró sorprendida, pero rápidamente su expresión cambió a una de alegría. Lo abrazó con fuerza, dejando claro cuánto apreciaba el gesto.
—¡Me encanta la idea! —exclamó, recuperando su entusiasmo.
Ambos entraron al lugar, dejando atrás el frío de la calle. El interior del Club Joule era impresionante, un espectáculo que combinaba lujo y modernidad. La pista de baile principal ocupaba el centro, iluminada por un techo de paneles LED que proyectaban imágenes en constante movimiento: desde estrellas fugaces hasta patrones geométricos sincronizados con la música. Los muros, decorados con espejos y luces de colores, creaban un efecto envolvente que hacía sentir a los asistentes como si estuvieran en otro mundo.
Alrededor de la pista, elegantes sofás de terciopelo se distribuían en pequeños reservados, al mismo tiempo que camareros impecablemente vestidos servían cócteles decorados con flores y frutas exóticas. Una barra central, con botellas que parecían flotar gracias a la iluminación tenue, era el lugar perfecto para quienes buscaban socializar sin adentrarse en la multitud. El ambiente estaba cargado de energía, pero también tenía un aire sofisticado que lo hacía único.
El prodigio deportivo observó a la ojicastaña con una sonrisa a medida que ella miraba todo a su alrededor, fascinada. Aunque él prefería evitar estos lugares abarrotados, verla tan feliz hacía que valiera la pena el esfuerzo. Esa noche no iba a permitir que nada la decepcionara.
El club empezó a llenarse a un paso alarmante, hasta el punto de que caminar resultaba toda una hazaña. La multitud se movía como un río indomable, y la música vibraba en el aire como una entidad propia. El joven matrimonio, tomado de la mano para no perderse, avanzó trabajosamente hasta llegar a la barra. Allí, un barman de movimientos precisos seguía el ritmo del DJ a la vez que preparaba cócteles con destreza casi hipnótica. Al notar a la pareja, les ofreció la carta con una sonrisa cómplice.
Akane no tardó mucho en decidirse.
—Un Sunrise Mocktail, por favor.
Ranma revisó la carta con menos entusiasmo, todavía algo desorientado por la intensidad del lugar.
—Yo tomaré un Virgin Mojito, supongo —respondió al fin, sin mucho ánimo.
Mientras esperaban las bebidas, la peliazul, completamente fascinada, se dejó llevar por el ritmo que envolvía el lugar. Sus hombros se movían con naturalidad, y una sonrisa iluminaba su rostro. Por su parte, el trenzudo no podía evitar fruncir ligeramente el ceño. Aunque intentaba seguirle el entusiasmo, el volumen alto y el retumbar de los bajos lo hacían sentir incómodo, como si algo en el ambiente estuviera fuera de lugar. Además, cada intento de hablar con su marimacho se perdía en el estruendo de la música y los gritos de la gente.
Cuando finalmente terminaron sus cócteles, la menor de los Saotome tomó la iniciativa. Tirando suavemente de la mano del azabache, lo guió hacia la pista de baile. El camino fue un reto, esquivando hombros, codos y bebidas derramadas, pero ella no parecía inmutarse. El artista marcial, en cambio, lucía cada vez más fuera de su elemento, como si el tumulto lo absorbiera poco a poco.
En contraste, desde el VIP, la vista era otra. El área exclusiva del Club Joule estaba situada en un nivel superior, con sofás de cuero negro dispuestos estratégicamente alrededor de mesas bajas iluminadas por luces LED de tonos cambiantes. El bar privado contaba con botellas de licor cuidadosamente exhibidas, y la vista panorámica de la pista de baile ofrecía una perspectiva privilegiada del caos elegante que se desarrollaba abajo.
Kei, sentado al borde de uno de los sofás, observaba todo con una mezcla de desánimo y frustración. A pesar de recibir respuesta de su amiga confirmando que estaba en el club, no entendía por qué no había subido al VIP con los demás compañeros. Se removió en su asiento, inquieto, mientras daba sorbos distraídos a su Shirley Temple. La música, aunque envolvente, parecía no calmarlo.
—¿Buscas a alguien? —preguntó Yamihiko Kuromi, apareciendo a su lado con dos cócteles en las manos.
El erudito apenas desvió la mirada hacia ella.
—Sí, a mis amigos. Creí que ya habrían llegado —respondió cortante, tomando la bebida que la aristócrata le ofrecía pero sin mayor interés en la conversación.
La millonaria no ocultó su molestia ante el desdén del menudo. Chasqueando la lengua, se retiró hacia un rincón donde un grupo de admiradoras la esperaba, observando con interés cada uno de sus movimientos. La elegante les lanzó una mirada de fastidio, ignorando sus intentos de consolarla con excusas poco convincentes.
De pronto, el genio de la medicina se levantó de golpe, dejando su bebida olvidada sobre la mesa. Había reconocido a la peliazul en medio de la pista de baile. Ella se movía con alegría, mientras que el trenzudo permanecía tieso como una estatua, con una expresión que oscilaba entre el desconcierto y la resignación. Una sonrisa amplia se dibujó en el rostro del alegre al ver a sus amigos. Sin pensarlo dos veces, comenzó a descender las escaleras para reunirse con ellos.
Desde el VIP, la ojinegra lo vio alejarse y apretó los puños en un arranque de ira infantil.
—¿Qué tiene esa chica que no tenga yo? —gruñó mientras "sus amigas" intentaban calmarla con susurros, aunque sus intentos solo parecían enfurecerla más.
La distancia entre Ranma y Akane se acortaba cada vez más, impulsada por el flujo imparable de personas que los rodeaban. Para el azabache, aquello era un caos insoportable. La música ensordecedora, los empujones y la falta de espacio lo tenían al borde de su paciencia. Lo único que lograba mantenerlo allí era la visión de su adorado tormento. Ella parecía completamente en su elemento, moviéndose al ritmo de los estridentes compases con una energía que iluminaba todo el lugar.
Aunque su incomodidad seguía latente, el artista marcial no pudo evitar que algo dentro de él cambiara al observarla. La universitaria tenía una alegría tan contagiosa que por un momento, el barullo alrededor se desvaneció. Su mente lo traicionó: si estuvieran solos en su departamento, probablemente no podría apartar los ojos de esa diosa que parecía hechizarlo con cada giro y movimiento. Pero ahora no tenía esa intimidad, solo a un mar de desconocidos y una misión clara: no quedar como un completo idiota.
Decidido, el pelinegro hizo un rápido análisis del lugar. Observó con detenimiento cómo los demás hombres movían sus pies, los hombros, y hasta las manos. La lógica detrás de la danza le resultaba absurda, sin embargo, al menos entendió los pasos básicos. Imitándolos con algo de torpeza al principio, comenzó a sincronizarse con la música. Poco a poco, se dejó llevar.
—¿Qué haces? —preguntó la ojicastaña, deteniendo por un instante sus movimientos al verlo coordinar los suyos.
—No pienso quedarme como un poste toda la noche. Si esto te hace feliz, pues, ¡yo también bailo! —respondió con una sonrisa entre desafiante y divertida.
La menor de los Saotome no pudo evitar reír, más sorprendida que nunca. Ranma, su Ranma, estaba bailando. Y no solo eso, sino que parecía estar disfrutándolo. Sin dudarlo, se acercó a él, integrándose en sus pasos. En un momento, sus miradas se cruzaron, y el mundo pareció detenerse. La luz de los reflectores danzaba en sus ojos, y aunque no hubo palabras, la conexión era innegable.
El tiempo perdió significado para ellos. Con cada movimiento, se fundieron en una burbuja donde solo existían el uno para el otro. Entre risas y algún que otro giro torpe, el prodigio deportivo incluso se atrevió a sostenerla por la cintura, haciendo que la peliazul girara con una facilidad que lo llenó de orgullo. Por instantes, sus rostros quedaban peligrosamente cerca, lo suficiente para que un beso rápido se escapara entre ambos, provocando que los dos soltaran una carcajada eufórica.
Sin embargo, el hechizo se rompió cuando una mano tocó suavemente el hombro de la universitaria. Al volverse, encontró a Kei, saludándola con una sonrisa amplia y la mano en alto.
—¡Aquí estás! Sabía que no me fallarías —dijo el erudito, inclinado ligeramente hacia adelante para hacerse oír por encima de la música.
La universitaria le devolvió la sonrisa y, tomándolo del brazo, lo integró al pequeño círculo que ella y el trenzudo habían creado. La dinámica cambió, pero no se perdió. El ojimiel, con su energía característica, logró sincronizarse con ellos sin esfuerzo, creando un trío de pasos improvisados que llamaron la atención de algunas personas a su alrededor.
Tras unos minutos de baile, los chicos coincidieron en que necesitaban un descanso. El sudor comenzaba a acumularse, y el calor del lugar no ayudaba. Se dirigieron juntos a la barra, empujando suavemente a la multitud en su camino.
—Tres botellas de agua, por favor —pidió el menudo con una amabilidad que contrastaba con la intensidad del ambiente.
Mientras esperaban, el azabache se apoyó ligeramente en la barra, observando a su marimacho con una expresión serena. Sus labios formaron una sonrisa casi imperceptible al verla reír con el genio de la medicina. No importaba lo caótico que fuera el lugar; ella siempre lograba que todo valiera la pena.
La menor de los Saotome, como si sintiera su mirada, giró el rostro hacia él. Sus ojos se encontraron una vez más, y aunque no dijeron nada, ambos lo entendieron: juntos, eran invencibles.
Cuando decidieron regresar a la pista de baile, el ambiente parecía aún más vibrante que antes. Ranma y Akane no tardaron en volver a las bromas y los movimientos de baile exagerados que habían perfeccionado juntos. Kei, siempre dispuesto a unirse a la diversión, se sumó con su energía característica, haciendo que el grupo se contagiara de entusiasmo. Sin darse cuenta, terminaron justo debajo del VIP, completamente inmersos en el ritmo.
Los tres reían, ajenos a las miradas curiosas que se posaban sobre ellos, pero no todos compartían su alegría. Desde arriba, Yamihiko Kuromi observaba la escena con los ojos entrecerrados, su expresión pasando rápidamente de la sorpresa a una furia contenida. Ver a la peliazul, tan radiante y disfrutando en compañía de los chicos más guapos del club, fue suficiente para encender su enojo. Agarró sin dudar el mocktail que había ofrecido a su interés romántico minutos atrás y, con un movimiento lleno de desprecio, lanzó el contenido directo hacia su objetivo.
Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. El instinto de sed de sangre del artista marcial se activó al instante. Con una velocidad que apenas parecía humana, se lanzó hacia la universitaria, cubriéndola con su cuerpo y recibiendo por completo la bebida helada. El líquido empapó el cabello del prodigio deportivo, convirtiéndolo al instante en una cascada roja y brillante. En cuestión de segundos, la transformación fue completa, pero como si el destino interviniera a su favor, las máquinas de humo del club se activaron justo en ese momento, ocultando el cambio a los ojos de los presentes.
Solo Akane y Kei, que estaban lo suficientemente cerca, pudieron notar el drástico giro. La ojicastaña, aunque sorprendida, no tardó en comprender lo que acababa de suceder. Sin embargo, el erudito quedó paralizado, con los ojos abiertos como platos. Miró a su amigo como si acabara de ver algo sobrenatural, mientras su mente luchaba por procesar lo que acababa de presenciar.
—¿Qué... qué fue eso? —balbuceó el menudo, señalando con una combinación de asombro y confusión.
La trenzuda, con el ceño fruncido y el rostro empapado en una mezcla de agua y rabia contenida, no respondió. Su mirada, ahora más afilada que nunca, se clavó en el punto de origen del ataque. Entre las nubes de humo que comenzaban a disiparse, logró distinguir a una joven de apariencia elegante que lo observaba con una expresión de pura malicia. Su corazón dio un vuelco: esa mujer no solo intentó humillar a Akane, sino que claramente representaba una amenaza real para ella.
Ranma, ahora una bella pelirroja, sintió la furia burbujear desde lo más profundo de su ser. Había tenido un mal presentimiento desde el principio; sabía que esta fiesta traería problemas, pero jamás imaginó algo tan directo. Con una determinación que no admitía dudas, giró hacia su esposa, quien lo observaba con preocupación evidente.
—Esto no me gusta nada —murmuró, su voz estaba cargada de tensión.
—Ranma... —intentó decir ella, sin poder continuar.
En un movimiento rápido, la artista marcial la tomó en brazos, levantándola como si no pesara nada. Al tiempo que mantenía su atención en el VIP, dirigió una mirada breve, aunque cargada de significado, al alegre.
—Gracias por todo, pero tenemos que irnos —dijo con un tono que no admitía objeciones.
Sin esperar respuesta, la prodigio deportiva se abrió paso entre la multitud. Su velocidad, incluso en un entorno tan abarrotado, era impresionante. En cuestión de segundos, lograron salir del club, dejando atrás el caos y la música ensordecedora.
Mientras avanzaban por la ciudad con movimientos ágiles y precisos, Akane luchaba por liberarse del agarre de Ranma. Pataleaba con frustración, incapaz de entender por qué él decidió arruinar la noche de esa manera. Lo estaban pasando bien, y ahora, sin explicación alguna, la había sacado del club como si escaparan de un incendio. Pero la trenzuda se negaba a detenerse ni a responder a sus protestas. Cada salto y giro parecían estar dirigidos por una sola idea: llegar al departamento lo más rápido posible. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, y la sensación pegajosa en su cabello solo aumentaba su irritación.
Apenas cruzaron la puerta, la pelirroja dejó a la menor de los Saotome en el suelo sin decir una palabra y se dirigió directamente al baño, cerrando de golpe detrás de ella. La universitaria, desconcertada y furiosa, la observó en silencio por un momento, aunque decidió no ir tras su marido de inmediato.
Dentro del baño, la artista marcial encendió la ducha y permitió que el agua caliente cayera sobre él. Cerró los ojos con fuerza, intentando apagar la maraña de emociones que lo consumía. Se sentía impotente, atrapado en un ciclo interminable de problemas que siempre parecían alcanzarlos. No importaba cuánto intentara, parecía incapaz de ofrecerle a su mujer la vida tranquila que merecía. Cada nuevo obstáculo lo hacía sentir más culpable, más incapaz. Su frustración estalló en un grito gutural que resonó en el pequeño espacio. Con un puño cargado de ira, golpeó la pared, provocando un gran agujero que liberó el eco de su desesperación. Finalmente, se desplomó contra el azulejo, cubriendo su rostro mientras las lágrimas se mezclaban con el agua que corría.
Cuando salió del baño, con el cabello aún húmedo cayendo sobre su rostro y los hombros tensos, encontró a la peliazul esperándolo de pie en medio de la sala. Sus brazos estaban cruzados y su rostro, enrojecido por la indignación, lo perforaba con la mirada, exigiendo respuestas.
—¿Me vas a explicar ahora qué demonios te pasa? —exigió, en un tono cargado de resentimiento.
El azabache dejó escapar un suspiro, tratando de no perder la paciencia de inmediato.
—Esa fiesta era una maldita trampa, Akane —espetó, su voz cargada de tensión.
—¿Trampa? —replicó ella, mostrando incredulidad —¡No inventes excusas, Ranma! ¡Era solo una fiesta universitaria, nada más!
—¡Estás equivocada! —gruñó él, con los ojos brillando de furia —Esa tal Yamihiko Kuromi quería hacerte daño. ¡Ella es una amenaza, Akane!
La menor de los Saotome rió, pero no de diversión, sino usando un sarcasmo que cortaba como una katana.
—¿En serio? ¿Te escuchas a ti mismo? ¡Todo esto porque te cayó un mocktail en la cabeza! ¡Eso no es una conspiración, Ranma! ¡Es algo que pasa en una vida normal, la que supuestamente quiero tener!
—¡Eres una tonta, Akane! —gritó, dando un paso hacia su marimacho —¡Esa maldita lo hizo a propósito! ¡La vi con mis propios ojos! ¡Te prohíbo que te acerques a ella otra vez!
—¡¿Prohibirme?! —exclamó la ojicastaña, acercándose desafiante —¡Primero Kei y ahora Yamihiko! ¡Qué conveniente, Ranma!
—¡Está bien, lo admito! ¡Me equivoqué con Kei! —respondió, apretando los dientes —¡Pero no con ella! ¡Piensa un poco! Primero te invita al VIP y luego te manda al área general. Y como si eso no fuera suficiente, te arroja una bebida desde el segundo piso frente a todos. ¡Es evidente que quiere humillarte!
La universitaria lo miró fijamente, el cólera ardía en sus ojos castaños.
—¿Y eso te da derecho a insultarme? ¡Estoy harta de que tu paranoia arruine todo! —espetó, su voz temblando de rabia —¡Si no puedes aceptar la vida normal que yo quiero, entonces lárgate!
El artista marcial se quedó en silencio por un instante, antes de explotar con toda su furia contenida.
—¡Bien! —gritó, señalándola con un dedo tembloroso —¡Si eso es lo que quieres, me iré mañana mismo! Pero no vengas llorando después, cuando Yamihiko, Shampoo, Cologne o quien sea te cause problemas. ¡A ver cómo te las arreglas sola!
Sin esperar respuesta, sacó el futón del armario, lo tiró al suelo con fuerza y comenzó a arreglarlo para dormir allí. La peliazul lo observó por un momento, con las manos nerviosas y los ojos brillando por las lágrimas que aún se negaba a derramar. Finalmente, sin decir palabra, se dio la vuelta y se encerró en la habitación, dejando tras de sí un silencio cargado de emociones que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar.
La sala se encontraba sumida en un silencio inquietante, apenas roto por los suspiros entrecortados que escapaban de la habitación. Ranma y Akane lloraban en la oscuridad, cada uno en su rincón, intentando calmar el dolor que había dejado aquella discusión. Hacía tiempo que no intercambiaban palabras tan hirientes, y la herida seguía abierta, latente.
Un par de horas después, el sueño finalmente venció a la ojicastaña, aunque las pesadillas no tardaron en alcanzarla. Los recuerdos de la preparatoria, las burlas y el miedo, regresaron para envolverla en un torbellino de angustia. Se removía entre las sábanas, murmurando palabras incomprensibles mientras el sudor frío humedecía su frente.
Desde el futón en la sala, el trenzudo despertó al oír los quejidos. Su corazón dio un vuelco. Sin pensarlo, se levantó y entró en la habitación. Verla atrapada en aquella pesadilla lo hizo olvidarse de todo lo ocurrido antes. Se acomodó arriba de las sábanas y, con manos temblorosas, pero firmes, comenzó a acariciarle el cabello, susurrándole palabras tranquilizadoras.
La menor de los Saotome abrió los ojos sobresaltada, con el pecho subiendo y bajando de forma errática. Lo primero que vio fue el rostro preocupado de su marido. Su mirada, cargada de arrepentimiento y ternura, la desarmó por completo.
—¿Tú eres mi guardián? —susurró, con los ojos húmedos en busca de consuelo y la voz apenas un hilo.
—Siempre lo he sido —respondió él, rozando su mejilla con delicadeza —Ahora descansa, estoy aquí.
Ella respiró hondo, tratando de calmar su agitación.
—Ranma… Solo quiero una vida normal.
El azabache desvió la mirada por un instante antes de volver a fijarse en su adorado tormento.
—Sabes que conmigo nunca tendrás eso —admitió en un tono cargado de culpa —No importa cuánto lo intente, siempre aparece algo que se interpone: mi maldición, mis problemas... o algún loco empeñado en meterse en nuestras vidas…
La universitaria le tomó la mano antes de que terminara.
—Eso no me importa. Lo único que quiero es que, pase lo que pase, podamos encontrar momentos para ser normales juntos. ¿Puedes intentarlo?
—Por ti, haré lo que sea —declaró él, con una convicción que hizo temblar la voz de la peliazul.
Ella tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
—No quiero separarme nunca de ti, Ranma.
—Yo tampoco... —susurró, con la voz apenas quebrada —Te amo, Akane.
—Y yo a ti…
Las palabras se desvanecieron entre ellos cuando sus labios se encontraron. No fue un beso tímido ni suave. Fue intenso, desesperado, como si ambos necesitaran demostrarle al otro cuánto se necesitaban. Las manos del artista marcial se deslizaron por la espalda de la chica, atrayéndola más hacia él, mientras ella enredaba los dedos en su cabello sedoso. Ninguno quería soltar al otro, incluso cuando el aire comenzó a faltar.
Finalmente, se separaron apenas lo suficiente para respirar, pero sin dejar de abrazarse.
—Oye, Ranma… —murmuró la menor de los Saotome, todavía recuperando el aliento.
—Dime.
—Ya que nuestra cita se arruinó hoy... ¿te parece si vamos mañana al Inui Shrine Spring Festival? Solo tú y yo.
Él levantó una ceja, sorprendido por la propuesta.
—¿Con yukatas y todo?
—Con yukatas y todo —respondió ella, esbozando una pequeña sonrisa.
—Me parece perfecto —contestó él antes de besarla suavemente —Pero ahora, ¿podemos dormir bien pegaditos?
La universitaria levantó las sábanas para dejarlo entrar.
—No entiendo por qué no lo hiciste antes.
El pelinegro se acomodó a su lado y la abrazó con firmeza.
—La fuerza de la costumbre. Antes de casarnos, no me iba a meter en tu cama así como así.
La ojicastaña rió ante el comentario.
—Lo más probable es que me hubiera asustado y nuestros padres nos hubieran casado al día siguiente.
El prodigio deportivo la miró con picardía.
—Ahora que lo pienso, debería haberlo hecho.
—¡Ranma! —exclamó ella, dándole un pequeño golpe en el brazo.
—¿Qué? Si te encanta estar casada con el hombre más guapo de Japón.
—No cambias, ¿verdad? —respondió la peliazul entre risas.
—Y aún así me amas —replicó él, atrayéndola más hacia su pecho.
—Buenas noches, Ranma.
—Buenas noches, Akane —susurró el joven, besándola en la frente —Sueña con tu atractivo y maravilloso esposo.
Ella soltó una risa suave antes de cerrar los ojos, sintiendo que, por primera vez en la noche, su corazón hallaba la calma.
El compás sereno de sus respiraciones llenó la habitación, dejando en el aire la promesa silenciosa de que, sin importar lo que ocurriera, siempre estarían juntos.
El amanecer se filtró tímidamente por las cortinas, iluminando los rostros apacibles de los recién casados. Como cada mañana, despertaron entrelazados, compartiendo la calidez de aquel espacio íntimo que se había vuelto su refugio. Ranma fue el primero en abrir los ojos, aunque no hizo el menor esfuerzo por moverse. En cambio, se quedó contemplando a su mujer mientras respiraba suavemente contra su pecho.
—Podría acostumbrarme a esto —murmuró, deslizando los dedos por su cabello desordenado.
—Ya lo estás —respondió ella sin abrir los ojos, acurrucándose un poco más.
—¿Ah, sí? —se inclinó para susurrarle al oído —Entonces no te importará que nos quedemos aquí todo el día.
Akane soltó una risita suave antes de empujarlo ligeramente.
—No vas a arruinar nuestra cita. Levántate, Ranma.
El trenzudo gruñó como si le hubieran pedido correr diez maratones seguidas, pero el brillo en sus ojos delataba que estaba igual de emocionado. Por mucho que disfrutaran aquella tranquilidad compartida, la idea de tener un día entero solo para ellos fue suficiente para sacarlos de la cama.
Después del desayuno, la menor de los Saotome se dirigió a la habitación para prepararse. Frente al armario, deslizó con cuidado las puertas corredizas hasta encontrar la prenda que había esperado usar durante semanas. Su yukata verde agua claro parecía brillar bajo la luz matinal, adornada con delicados peces koi color sandía y nenúfares verde petróleo que danzaban sobre la tela.
Al tomarla entre las manos, recordó la primera vez que la vio en exhibición. Se enamoró al instante, imaginándose con ella y soñando con sorprender a su marido. Las mangas cortas, propias de las mujeres casadas, agregaban un toque de compromiso que no podía esperar a lucir.
Con movimientos precisos, comenzó a vestirse. Primero, se puso el juban, la prenda interior ligera que protegería la tela de la yukata. Luego, envolvió su figura con el koshihimo, ajustándolo justo debajo de la cintura para asegurar el pliegue frontal.
Cuando llegó el momento de anudar el obi amarillo con detalles morados, se detuvo un instante para contemplarse en el espejo. El contraste de colores resaltaba la delicadeza de la tela, pero faltaba el toque final.
Se acercó al velador, donde reposaba la kanzashi que le había regalado tía Nodoka. Con cuidado, recogió su largo cabello en un moño sencillo y fijó la ornamentada horquilla entre las hebras azuladas. El resultado fue tan armonioso que no pudo evitar sonreírse a sí misma.
—Esto debería impresionarlo —susurró antes de salir de la habitación.
Mientras tanto, el azabache estaba en la sala, batallando con el obi de su propia yukata. Aunque la prenda grafito resaltaba su porte elegante, no dejaba de mirarse con escepticismo.
—¿Cómo se supone que me muevo en esto? —refunfuñó, intentando ajustar el nudo.
—Con estilo —respondió la universitaria desde la puerta, deteniéndose en seco al verlo.
El artista marcial se giró para enfrentarla, pero cualquier comentario sarcástico que tuviera preparado se quedó atrapado en su garganta. Sus ojos recorrieron cada detalle, desde la suavidad de la tela hasta el delicado brillo de la kanzashi.
—Akane… Te ves… —parpadeó, buscando las palabras —Hermosa.
Ella se sonrojó ligeramente, aunque fingió indiferencia mientras le acomodaba el cuello de la yukata.
—Tú también estás guapo. Muy tradicional.
—¿Tradicional? —levantó una ceja —Eso suena a "anticuado".
—Más bien a "impresionante" —replicó la peliazul, tomando su bolso antes de entrelazar su brazo con el de él —Vamos, el taxi ya debe estar esperando.
Mientras el auto los llevaba hacia el Inui Shrine Spring Festival, ambos contemplaron el paisaje urbano que iba quedando atrás. La menor de los Saotome apoyó la cabeza en el hombro de su esposo, disfrutando del suave balanceo del vehículo.
—¿Crees que podamos evitar problemas hoy? —preguntó ella en tono juguetón.
—No prometo nada —respondió el pelinegro, dándole un apretón cariñoso en la mano —Pero haré todo lo posible para que este día sea perfecto.
La ojicastaña sonrió, cerrando los ojos por un momento. Sin importar lo que les esperara en el festival, sabía que si estaban juntos, cada instante valdría la pena.
El festival de primavera cobraba vida en los terrenos del santuario Inui. Las ceremonias sintoístas, impregnadas de solemnidad, se alternaban con momentos de júbilo popular. Los visitantes se sumergían en la atmósfera de devoción, mientras los tambores taiko y las flautas shinobue marcaban el ritmo del día. En el aire flotaba una sensación de paz y espiritualidad. Al mismo tiempo, los puestos de comida, con sus aromas tentadores, capturaban la atención de todos: yakitori chisporroteando sobre las parrillas, taiyakis recién horneados en forma de pez y dulces coloridos que despertaban los sentidos de niños y adultos por igual.
Ranma y Akane recorrieron el área con la curiosidad reflejada en sus miradas, maravillándose ante las luces titilantes de las linternas y el bullicio alegre de la multitud. Sin embargo, el plan especial del día los llevó primero a un rincón apartado dentro del santuario, donde un pequeño jardín les ofrecía un respiro íntimo, impregnado de serenidad.
Sobre una manta extendida, compartieron un picnic sencillo, pero lleno de significado. El trenzudo sacó con cuidado los bento que había preparado, revelando pequeños onigiris decorados, tempura crujiente y tamagoyaki perfectamente enrollados.
—Esto huele increíble —comentó la peliazul, llevándose un pedazo a la boca con expresión satisfecha —¿Cómo logras que todo te quede tan bien?
El azabache, intentando disimular el orgullo, se encogió de hombros.
—Es lo mínimo que podía hacer —le guiñó un ojo antes de agregar —Además, no es tan difícil… pero sé que para ti sería todo un desafío.
—¡Oye! —protestó ella, dándole un codazo suave, aunque su sonrisa la delataba —Admito que nunca podría superar esto.
—Entonces supongo que tendrás que soportarme cocinando para ti el resto de tu vida —replicó él, inclinándose lo suficiente para quedar a pocos centímetros de su rostro.
La menor de los Saotome sintió un vuelco en el corazón, pero disimuló su nerviosismo arrebatándole un onigiri.
—Solo si prometes no quejarte cuando yo lave los platos.
El artista marcial soltó una carcajada antes de tomar otro bocado. Las risas y las bromas entre ellos flotaron en el aire, acompañadas por el sonido de las campanillas fūrin colgadas en las cercanías, que tintineaban suavemente con la brisa.
Más tarde, se dirigieron al santuario para ofrecer oraciones. De pie frente al altar, juntaron las manos y cerraron los ojos, pidiendo protección contra desastres y felicidad para el futuro. El pelinegro abrió un ojo para echarle una mirada furtiva a la ojicastaña y no pudo evitar sonreír. Aunque intentaba aparentar seriedad, su expresión tranquila lo conmovía.
—¿Qué pediste? —preguntó él cuando terminaron.
—No te lo diré —respondió juguetonamente —O no se cumplirá.
—Está bien —se encogió de hombros antes de inclinarse para susurrar —Yo pedí que siempre estés a mi lado.
La universitaria sintió un nudo en la garganta, pero en lugar de responder, entrelazó sus dedos con los de él y lo arrastró de vuelta hacia los puestos de comida.
Caminaron de la mano, deteniéndose para probar dulces, lanzar dardos y reírse como dos adolescentes enamorados. El prodigio deportivo no perdió la oportunidad de demostrar su destreza en los juegos de habilidad, ganando un pequeño peluche de oso panda para ella. La peliazul, por su parte, aprovechó cada ocasión para burlarse de sus pifias.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, buscaron el lugar perfecto para estar solos, en sintonía con la naturaleza. Terminaron en una colina con vista panorámica, rodeados por la brisa nocturna y las luces centelleantes del festival a lo lejos.
El trenzudo deslizó un brazo alrededor de su marimacho, acercándola mientras unos chicos encendían fuegos artificiales para iluminar el cielo. Los colores danzaban sobre ellos, reflejándose en sus miradas.
—Esto es hermoso —susurró ella, apoyando la cabeza en su hombro.
—No tanto como tú —murmuró él, inclinándose para besarla.
El beso fue suave y profundo, acompañado por el estruendo cercano de los fuegos artificiales. Sus corazones latían al unísono, sellando en ese instante un amor que parecía más fuerte que cualquier promesa.
Cuando el espectáculo terminó y la calma regresó, el azabache tomó aire, sintiendo que aquel era el momento.
—¿Te acuerdas cuando fuimos al festival de Tanabata, Akane?
Ella levantó la vista, sorprendida por el cambio en su tono.
—Lo recuerdo muy bien, Ranma…
Él sostuvo su mano con firmeza.
—Este día ha sido como si, de alguna manera, tú y yo nos hubiéramos reencontrado al final, como Hikoboshi y Orihime en la Vía Láctea…
La menor de los Saotome se quedó en silencio por un segundo antes de responder:
—Como en tu sueño, Ranma…
—Mejor aún, Akane —el artista marcial se inclinó para tocar suavemente su frente con la de ella —En nuestra realidad.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, tan delicadas como el eco lejano de los tambores que aún resonaban en el santuario. La universitaria cerró los ojos, sabiendo que no necesitaban decir más.
Con los dedos entrelazados y los corazones latiendo al mismo ritmo, permanecieron allí, disfrutando de la noche estrellada y de la certeza de que su amor, como las estrellas, era eterno.
