Disclaimer: Los personajes e historia previos a la "boda fallida" en el manga Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi. No obstante, la trama, el desarrollo narrativo y los personajes creados tras este evento son de mi exclusiva autoría.
ADVERTENCIA: Esta historia está dirigida a un público mayor de 18 años. Contiene temáticas delicadas, descripciones de violencia, lenguaje vulgar y escenas de carácter sexual explícito o sugestivo que podrían afectar la sensibilidad de algunos usuarios. Leer bajo su propia responsabilidad.
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Owari no nai ai
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Capítulo 13: Tribu Joketsuzoku
¿Realmente soy feliz? Era una pregunta que Saotome Ranma no se planteaba en mucho tiempo. Desde que llegó a la casa de los Tendo y fue comprometido con Akane, su vida dio un giro inesperado para bien. No obstante, nada de lo vivido podía compararse con la semana de ensueño que compartió con su mujer tras la celebración de sus cumpleaños. Aquellos días fueron una pausa perfecta en medio del caos que siempre lo rodeaba.
La mudanza a Osaka resultó reveladora. El trenzudo comprendió rápidamente por qué la peliazul disfrutaba tanto de estar lejos del bullicio y los enredos constantes de Nerima. En secreto, agradecía que sus padres y Tendo Soun los obligaran a casarse para que pudieran estudiar en esta nueva ciudad. Más aún, estaba seguro de que el plan conjunto de su madre y Nabiki funcionó de manera rotunda, aunque prefería que la universitaria no lo supiera.
Tener a la menor de los Saotome solo para él era algo que jamás quiso reconocer, pero que siempre estuvo allí, latiendo en lo más profundo de su corazón. Todo comenzó el día en que sus compañeros, con esa curiosidad típica de adolescentes, le preguntaron qué tan lejos llegó con ella. De inmediato, al verla sonreír mientras jugaba una partida de baseball, algo dentro de él hizo click. Akane no solo era su prometida; ella fue la primera persona que lo hizo sentir que pertenecía a algún lugar.
Había pasado su vida viajando y enfrentando desafíos, aunque nunca tuvo un hogar verdadero hasta que la ojicastaña llegó a su mundo. Y entonces entendió que no era un lugar lo que le daba esa sensación de pertenencia, sino ella. Estar a su lado, sin importar dónde, era lo único que realmente deseaba, y no estaba dispuesto a renunciar a eso.
Con esos pensamientos rondándole la cabeza, el azabache preparaba yakisoba para la cena. La sonrisa que adornaba su rostro delataba el torbellino de emociones que sentía por su esposa. La amaba con locura, más de lo que alguna vez creyó posible. Amaba su carácter, su risa, su manera de ser... Amaba todo de ella, y no necesitaba más pruebas para saber que, junto a su adorado tormento, encontró su felicidad.
Por otro lado, la peliazul estaba recostada cómodamente sobre el kotatsu, que ahora usaban como mesa porque el calor de la temporada hacía innecesario su faldón. La menor de los Saotome hojeaba una revista de medicina que Kei le prestó, mientras disfrutaba del aroma que provenía de la pequeña cocina del departamento.
Desde el otro lado de la habitación, el artista marcial, con el delantal atado de cualquier manera y un par de palillos en la mano, revolvía con destreza el contenido de un wok, tarareando una melodía sin ton ni son.
De pronto, el sonido de un mensaje de texto interrumpió la calma. La universitaria tomó su celular, curiosa por la notificación.
Mousse:
¡Buenas noches, Akane! ¿Cómo estás? Perdón por ser tan directo, pero… tengo una situación urgente y necesito tu ayuda. ¿Puedo ir a tu casa con el maestro Takosai, por favor? No quiero causarte problemas, aunque es algo importante. ¡Espero que puedas ayudarme! :'(
La ojicastaña arqueó una ceja y, sin quitar la vista del teléfono, le habló al pelinegro:
—Ranma, ¿la cena alcanza para dos más?
El prodigio deportivo giró la cabeza en su dirección con una expresión de alerta, como si le acabaran de pedir que entregara el último plato de yakisoba de su vida.
—¿Dos más? —preguntó mientras dejaba los palillos sobre el borde del wok —Depende… ¿Quiénes son? ¿Y qué tan rápido comen?
—El maestro Takosai y Mousse —respondió ella, cruzando las piernas y sonriendo al ver la cara de resignación de su esposo.
El ojiazul dejó escapar un suspiro exagerado, dándole un giro teatral al movimiento de su muñeca, todo al tiempo que continuaba cocinando.
—Ah, genial. Una cena para dos se convierte en un buffet comunitario —murmuró con sarcasmo, aunque en el fondo sabía que su marimacho no le iba a dar opción.
La chica ignoró su comentario y comenzó a escribir la respuesta a su amigo.
Akane:
¡Hola, Mousse! Estoy bien, ¿y tú? ¡Por supuesto! Los esperamos a cenar.
En pocos segundos, el celular vibró con una respuesta.
Mousse:
¡Muchísimas gracias, Akane! ¡Eres la mejor! ¡Ya vamos de camino!
—Ya vienen —anunció ella mientras dejaba el teléfono a un lado y se estiraba perezosamente antes de levantarse para ayudar con la mesa.
El trenzudo, sin despegar los ojos de la sartén, dejó escapar una risita burlona.
—¿Y qué? ¿El pato perdió otra vez sus lentes y necesita ayuda para encontrarlos?
La peliazul frunció el ceño y lo miró seria.
—¡Ranma! ¡No seas cruel! Mousse te ayudó a derrotar a Herb y a Saffron, ¿recuerdas? —se interrumpió un segundo, como si recordara algo que preferiría olvidar.
La mención de la última batalla hizo que el azabache se tensara por completo. Sus dedos apretaron con fuerza el mango del wok, y sus ojos perdieron por un instante el brillo habitual.
—Akane… —murmuró, con la voz más baja de lo común.
Ella suspiró al ver el impacto de sus palabras y se acercó a él, poniendo una mano sobre su brazo en un gesto de apoyo.
—Lo siento, no quería que pensaras en eso. Solo… recuerda que no todo el mundo tiene la misma suerte o las mismas habilidades que tú. Mousse hace lo mejor que puede.
El artista marcial relajó los hombros y asintió lentamente.
—Tienes razón… No debería ser tan duro con él. Mousse tiene sus cosas, pero… es un buen amigo.
La menor de los Saotome le dedicó una pequeña sonrisa antes de tomar los platos del armario y empezar a poner la mesa.
—Eso es lo que quería escuchar. Ahora termina la cena antes de que lleguen.
El pelinegro, sintiendo que la tensión en su pecho se disipaba un poco, soltó una risa ligera y retomó su tarea en la cocina.
El sonido del timbre interrumpió su rutina. El prodigio deportivo dejó el wok en el fuego, y la universitaria, con una sonrisa ligera, caminó hacia la entrada para recibir a los invitados.
Akane abrió la puerta con una sonrisa cálida, inclinándose levemente en señal de respeto.
—Maestro Takosai, Mousse, bienvenidos a nuestra casa. Es un honor recibirlos. Por favor, siéntanse cómodos.
El anciano asintió con solemnidad mientras Mousse, con su postura siempre un poco rígida, se apresuró a imitarlo.
—Buenas noches, muchacha. Lamentamos venir de forma tan abrupta, pero la situación lo amerita —respondió Takosai con voz pausada.
—No se preocupe, maestro. Ustedes pueden venir cuando gusten —aseguró la peliazul con sinceridad.
Los invitados se sacaron los zapatos con la naturalidad de quien respeta el hogar ajeno y, tras calzarse unas pantuflas prestadas, se dirigieron al kotatsu. Mientras tanto, la menor de los Saotome les servía té con movimientos fluidos. Si bien en el pasado su torpeza en la ceremonia del té la había hecho sufrir más de un desastre (y a Ranma más de una burla pesada), con el tiempo aprendió a desenvolverse con una soltura decente. Ahora, su destreza en la tarea le daba cierto aire de gracia, aunque en el fondo seguía siendo ella: más natural que refinada.
El cegatón, con aire misterioso, sacó un paquete de su chaqueta y lo extendió con ambas manos.
—Akane, les trajimos gyozas de cerdo, miso shiru y soufflé cheesecake para la cena.
La universitaria tomó la bolsa con un gesto de gratitud.
—¡Muchas gracias, Mousse! No tenían por qué molestarse, hay yakisoba de sobra.
—Nunca está de más un postre —respondió él con una leve sonrisa, ajustándose los lentes con un gesto automático.
Desde la cocina, el trenzudo alzó la vista al escuchar el intercambio. Con el delantal aún atado de cualquier manera, se limpió las manos en un paño antes de acercarse a la mesa. Al llegar, se inclinó respetuosamente ante el maestro.
—Buenas noches, maestro… Mousse. Disculpe mis malos modales, pero me gustaría ir al grano. ¿Qué es eso tan urgente que tienen que decirnos?
Takosai dejó la taza de té sobre la mesa y le dirigió una mirada comprensiva.
—Descuida, muchacho. Lo entendemos. Mousse, por favor, ¿podrías leernos la carta que te envió tu madre?
El prodigio deportivo se sentó junto a su mujer, quien, sin pensarlo demasiado, entrelazó sus dedos con los de su esposo bajo la mesa. Él no dijo nada, pero su pulgar acarició distraídamente su mano en un gesto instintivo. Ambos pusieron toda su atención en el pelilargo, quien sacó un sobre cuidadosamente doblado y lo sostuvo con cierta aprensión, como si el contenido pesara más de lo que aparentaba.
El silencio expectante llenó la habitación mientras el cuatro ojos tomaba aire y desplegaba la carta:
Querido hijo,
Espero que esta carta te encuentre bien. Me alivia saber que lograste reunirte con tus amigos en Osaka a tiempo. Sin embargo, debo informarte que no pude seguir ignorando las atrocidades cometidas por Cologne y su bisnieta. Ante tal situación, tomé la decisión de denunciarlas ante el Consejo de Ancianas de la tribu para que se haga justicia, pues su conducta es inaceptable para una mujer guerrera.
Sé que no estabas de acuerdo con mi proceder, pero es mi deber recordarte que Shampoo ha quebrantado cinco de las reglas más importantes de nuestra tribu Joketsuzoku:
1. No cumplió con la norma de desposar al forastero que la derrotó en un plazo de tres meses.
2. No regresó a la aldea tras recibir su castigo en Jusenkyo, ni entrenó con el propósito de ser retada por otro hombre en el futuro.
3. Persistió en un compromiso que había sido anulado tras su castigo, insistiendo en ello durante más de dos años.
4. Hizo uso indebido de pociones reservadas exclusivamente para mujeres guerreras casadas, cuyo único propósito es la reproducción, no la conquista. Una verdadera guerrera debe valerse de su astucia y encanto para atraer a un hombre, no recurrir a trucos deshonrosos.
5. Rebajó su dignidad ante un forastero, manchando el honor de nuestra tribu.
Ante estos hechos, el Consejo de Ancianas ya ha emitido su veredicto: Shampoo ha sido oficialmente exiliada de la tribu Joketsuzoku, y en caso de que regrese a China, enfrentará una ejecución inmediata.
Además, si vuelve a poner en riesgo tu vida o la de tus amigos, tengo autorización del Consejo de Ancianas para abandonar la tribu y dar por terminada esta situación de una vez por todas. Sabes cuánto te amo y que no estoy dispuesta a perderte por culpa de aquellas arpías que han mancillado el nombre de nuestra gente.
Escríbeme apenas recibas esta carta.
Con amor,
Mamá
P.S.: Estoy avanzando con los trámites para tu reincorporación. Crucemos los dedos para que puedas volver lo antes posible.
El aire en la habitación se tornó pesado, sofocante. Ranma escuchaba atentamente la traducción de la carta de la madre de Mousse, aunque a cada palabra que salía de la boca de su amigo, su respiración se volvía más errática. Su corazón latía con una violencia descontrolada, golpeando su pecho como un tambor de guerra. Un sudor frío perló su frente, resbalando por sus sienes y empapando la base de su cuello. La palma de su mano, aún entrelazada con la de Akane bajo el kotatsu, comenzó a humedecerse.
Ella lo notó.
—Ranma… —murmuró con preocupación, apretando levemente su mano para traerlo de vuelta.
Pero el trenzudo no estaba allí. No en esa habitación. Su mente viajaba a aquel instante, a esa imagen grabada a fuego en su memoria: Akane inerte en sus brazos, su piel más fría que la nieve, sus labios sin aliento. La desesperación que sintió al perderla, la impotencia de no poder hacer nada, y la certeza de que jamás la recuperaría.
No otra vez.
Su mandíbula se tensó hasta que los músculos dolieron. Un espasmo recorrió su cuello y hombros, endureciendo cada fibra de su cuerpo. De repente, el miedo explotó dentro de él en un impulso irrefrenable.
—¡Shampoo me mintió! —soltó con un rugido, poniéndose de pie de golpe.
El kotatsu se tambaleó. La peliazul apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el prodigio deportivo la alzó en brazos con una urgencia feroz.
—¡Akane, nos vamos!
—¡¿Qué?! —exclamó ella, con el desconcierto reflejado en sus ojos.
—Lo pasamos increíble en Osaka, pero no voy a arriesgar la vida de mi mujer por culpa de una loca con sed de venganza. ¡No otra vez! —su voz temblaba, no de miedo, sino de pura ansiedad.
La menor de los Saotome forcejeó, intentando soltarse.
—¡Ranma, por favor, detente! ¡No puedes decidir esto solo!
Pero él no la escuchaba. Su mente estaba atrapada en el peor de sus temores. Si el cegatón los había encontrado, la gata también lo haría. Y si ella venía con la momia… No. No iba a permitirlo.
Los brazos del ojiazul se aferraron a la universitaria con más fuerza, como si soltarla significara perderla de nuevo.
Entonces, una sombra se interpuso en su camino.
El maestro Takosai aterrizó frente a la puerta con un solo movimiento ágil, adoptando de inmediato la postura de la grulla.
—¡Muchacho, detente! —tronó su voz, su mirada era filosa como una hoja de acero —Estoy aquí para ayudarlos.
—Se lo agradezco, maestro, pero Akane y yo nos largamos de aquí para siempre —declaró el trenzudo, con una determinación inquebrantable.
—¡No puedes tomar decisiones así!
—¡Si Mousse tardó un mes en encontrarnos, Shampoo y la vieja esa no se demorarán mucho más! —exclamó, el pánico se infiltró en su tono —¡No voy a esperar a que lleguen y nos destruyan la vida!
—¡Ranma, por favor, bájame! —suplicó la peliazul con lágrimas en los ojos.
Su ruego no lo alcanzó. No había espacio para la razón en su mente nublada por el miedo.
El anciano suspiró. En un parpadeo, se impulsó en el aire y, con una precisión milimétrica, asestó un golpe certero en la nuca del chico. El prodigio deportivo no tuvo tiempo de reaccionar. Sus ojos se desenfocaron y su cuerpo cayó como peso muerto.
El maestro lo atrapó en el último momento, sosteniendo también a la universitaria antes de que se estamparan contra el suelo.
—Lo siento, muchacha… pero no me quedó otra opción —murmuró, con un deje de pesar en su voz.
La menor de los Saotome se apartó lentamente de su agarre, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—No se preocupe, maestro… —susurró, mirando el rostro de su marido, ahora sereno en su inconsciencia.
Con pasos pesados, se acercó al armario y extendió el futón. Takosai, con cuidado, depositó al joven sobre él.
La ojicastaña se arrodilló a su lado, acariciando con ternura su rostro húmedo de sudor. Su respiración, aunque más pausada, aún conservaba rastros de la angustia que lo había consumido.
Le dolía verlo así. Pero sobre todo, le dolía saber que el miedo que lo seguía atormentando desde su último regreso a China aún tenía el mismo nombre y rostro: el suyo.
Mousse, de pie junto al maestro Takosai, rompió el silencio con un tono sombrío:
—Ranma no ha sido el mismo desde que vio casi morir a Akane en sus brazos, maestro.
El anciano asintió lentamente, como si todas las piezas encajaran al fin.
—Ahora entiendo todo… —murmuró con gravedad —Le prepararé una medicina para que pueda mantener la cabeza en frío y analizar esta situación con claridad.
—Lo acompaño, maestro —agregó Mousse sin dudarlo.
—Muchas gracias.
Mientras ambos se dirigían a elaborarun brebaje milenario chino, Akane deslizó los dedos por la frente de Ranma, apartando los mechones pegados a su piel. Su mente estaba atrapada en una vorágine de recuerdos.
Primero, la pesadilla durante la noche de bodas. La manera en que él gritaba que no se muriera, despertando jadeante y con el rostro desfigurado por el terror. Aunque intentó calmarlo, en ese momento, no la vio a ella, solo a un fantasma.
Luego, la sobreprotección desmedida cuando Yamihiko Kuromi le volcó el mocktail en la cabeza. El fuego en sus ojos, el control desvanecido. La necesidad urgente de interponerse entre ella y cualquier amenaza, real o ilusoria.
Ahora, la carta. La declaración de guerra imaginaria por parte de las mujeres de la tribu Joketsuzoku por el exilio de Shampoo. Un nuevo disparador en su ya frágil estabilidad.
La peliazul lo entendía. No solo porque amaba al trenzudo, sino porque había sido testigo de su peor miedo hecho realidad. Sintió su desesperación en esos últimos momentos en Jusenkyo, cuando él creyó haberla perdido. Y ahora, ese miedo seguía devorándolo desde adentro, sin darle tregua.
No podía curarlo con palabras bonitas o con caricias. No bastaba con decirle que todo estaba bien, porque para él nunca lo estaría mientras el peligro rondara en sus vidas. Pero sí podía estar a su lado, sosteniéndolo cuando su mundo se derrumbara, recordándole que no estaba solo.
Un movimiento brusco la sacó de sus pensamientos.
El prodigio deportivo abrió los ojos de golpe. Sus pupilas dilatadas recorrieron la habitación con una desesperación febril hasta que la encontraron a ella. En un instante, se abalanzó sobre su cuerpo y la envolvió en un abrazo brutal, como si temiera que pudiera desvanecerse entre sus brazos.
—Akane… —murmuró con voz entrecortada, aferrándose con más fuerza —Te juro que no voy a dejar que te pase nada.
La menor de los Saotome sintió su temblor, la forma en que su pecho subía y bajaba en respiraciones descontroladas.
—Estoy aquí, Ranma —susurró, acariciando su espalda en un intento por calmarlo —No me he ido a ningún lado.
Pero el ojiazul no la escuchaba. Con el pánico aún nublando su juicio, intentó cargarla para sacarla de ahí y alejarla de cualquier peligro. Sin embargo, en cuanto hizo el esfuerzo, sus piernas cedieron como si fueran de plomo y colapsó de rodillas con su adorado tormento en su regazo.
—¡Mierda! —espetó con rabia, golpeando el futón con un puño —¡Maldita sea! ¡No puedo moverme bien!
—Ranma, por favor, escúchame…
—¡No! ¡No voy a permitir que vuelvas a pasar por esto! ¡No otra vez!
Su respiración se aceleró hasta el punto de la hiperventilación. Su cuerpo temblaba, atrapado entre el agotamiento y la furia impotente.
La universitaria tomó su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarla a los ojos.
—Ranma. Estoy aquí. Contigo. Nadie me ha hecho daño.
Él parpadeó varias veces, como si sus palabras tardaran en abrirse paso a través de la neblina de su mente. Su agarre sobre ella se aflojó apenas, lo suficiente para que su marimacho pudiera apoyar su frente contra la suya.
—Estoy bien —repitió en un susurro —Pero necesito que tú también lo estés.
El trenzudo cerró los ojos con fuerza, su respiración aún era errática. Gradualmente, sus músculos se fueron relajando, aunque el miedo no desapareció del todo.
La ojicastaña no esperaba que lo hiciera.
Pero al menos, por ahora, estaba con ella. Y eso era un inicio.
El maestro Takosai se acercó a la pareja con la calma de quien ha recorrido incontables caminos. En sus manos sostenía un pequeño vaso de cerámica con un líquido celeste, brillante como el reflejo del cielo en aguas tranquilas.
—Toma, muchacho. Esto te ayudará —dijo con una calidez paternal, extendiéndoselo a Ranma.
El trenzudo lo recibió sin cuestionar, bebiéndolo de un solo trago. Un sabor inesperadamente dulce y fresco le recorrió la garganta, disipando por un instante el peso que llevaba en el pecho.
—Gracias, maestro —murmuró, dejando escapar un suspiro.
A su lado, Akane observó el contenido del vaso vacío con curiosidad.
—Maestro, Mousse, si no es molestia, ¿podrían contarnos un poco más sobre esa medicina? —preguntó con genuino interés.
Antes de que el anciano pudiera responder, el ojiverde se adelantó con solemnidad.
—Se llama elixir del Rocío de la Grulla Celestial —declaró, poniéndose detrás del maestro como si resguardara un conocimiento sagrado.
Takosai asintió lentamente.
—Según la leyenda, una grulla celestial desciende al amanecer sobre los lagos ocultos de las montañas de Nyucheizu. Su batir de alas esparce un rocío milagroso sobre los lotos dorados, y solo las más sabias pueden recoger esas gotas antes de que el sol las desvanezca. Con ellas, destilan un elixir capaz de sanar el alma de quienes han visto demasiadas batallas.
El silencio se instaló por un instante. Había algo en aquellas palabras que pesaba más de lo que querían admitir.
El prodigio deportivo cerró los ojos un momento, sintiendo el ligero calor que dejaba la medicina en su cuerpo, hasta que un pensamiento le cruzó la mente como un rayo.
—¡Oye, espera un segundo! —abrió los ojos con una mirada afilada, girándose hacia el cegatón —Si conocías ese remedio todo este tiempo, ¿por qué no me lo diste antes?
El pelilargo chino resopló, ofendido.
—Porque saber que existe no significa que sepa prepararlo, idiota —replicó con evidente molestia.
—¡Tsk! ¡Qué conveniente! —gruñó el ojiazul, cruzándose de brazos.
—No es momento para pelear, muchachos —intervino el maestro Takosai, llevándose una mano a las sienes con paciencia —De todas formas, este remedio es solo temporal, igual que el té que bebes por las noches.
El trenzudo sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué quiere decir?
El anciano lo miró con una profundidad que atravesaba más allá de su piel.
—Que la única cura real, muchacho… es que te perdones a ti mismo.
Un aire pesado se instaló en la habitación, dejando a los tres jóvenes atrapados en un mutismo incómodo. La tensión se filtró en cada rincón del departamento, oprimiendo el ambiente con un peso indescriptible.
El prodigio deportivo bajó la mirada. Las palabras del maestro se sentían como un golpe que no podía esquivar.
Finalmente, tragó saliva y, con un esfuerzo visible, inclinó la cabeza en una reverencia sincera.
—Gracias, maestro.
Takosai sonrió con auténtico afecto.
—No hay de qué, muchacho. Como les he dicho, ustedes son mis discípulos, y ahora son mi prioridad.
El trío intercambió una mirada. Por un instante, esa simple afirmación pareció aflojar un poco la presión en sus pechos.
Un estruendoso rugido de estómago rompió la atmósfera. Todos voltearon al mismo tiempo, clavando la mirada en Ranma.
El trenzudo parpadeó con incomodidad.
—Ehh… no fui yo —intentó, aunque su panza lo delató con otro gruñido aún más fuerte.
El maestro Takosai soltó una carcajada, divertido.
—Bueno, muchachos, creo que es hora de cenar —decretó con su habitual tono paternal.
Uno a uno se encaminaron al kotatsu, pero cuando el prodigio deportivo intentó levantarse del futón, sus piernas flaquearon y cayó de bruces contra el tatami.
—¡Tsk! ¿Otra vez? —rezongó, frotándose la frente adolorida.
Sin muchas opciones, alzó la vista hacia su sensei con un puchero poco disimulado.
—Maestro, por favor, ¿me podría ayudar?
El anciano entrecerró los ojos con sospecha.
—Solo si prometes no hacer más estupideces.
El ojiazul tragó saliva y asintió con la cabeza bien agachada.
—Lo prometo.
El maestro se acercó con su andar tranquilo y, con la precisión de quien conoce los secretos del cuerpo humano, presionó con un solo dedo la parte baja de su espalda.
Al instante, una corriente eléctrica recorrió al trenzudo de pies a cabeza.
—¡Ah! —el prodigio deportivo arqueó la espalda con un respingo —¡Eso se sintió raro!
Pero, para su sorpresa, el entumecimiento desapareció de inmediato.
—Ya puedes moverte —informó Takosai con calma.
El joven Saotome parpadeó y flexionó los dedos. Luego, con una sonrisa triunfal, se puso de pie de un salto, dirigiéndose a la cocina con la determinación de un guerrero antes de la batalla.
Poco después, la mesa del kotatsu quedó repleta de comida recién recalentada, esparciendo un aroma que hacía agua la boca.
El trenzudo sirvió con destreza las gyozas de cerdo, doradas y crujientes por fuera, con un relleno jugoso que rebosaba de sabor. El miso shiru humeaba en sus tazones, su caldo reconfortante impregnado del delicado sabor del tofu y las algas.
El yakisoba, con su mezcla de fideos salteados, verduras al dente y trozos de carne, despedía un aroma irresistible a salsa umami.
Por último, el soufflé cheesecake hizo su entrada triunfal. Su textura esponjosa se deshacía al primer bocado, liberando un dulzor delicado que contrastaba con la ligera acidez del queso.
—¡Esto está increíble! —exclamó Mousse, devorando su porción con entusiasmo.
Akane asintió, probando un bocado del cheesecake con una sonrisa de satisfacción.
Cuando la cena llegó a su fin, la peliazul recogió los platos del kotatsu y, tras un suspiro contenido, sirvió té caliente en silencio. La calma del momento contrastaba con la inquietud que la carcomía por dentro.
—Maestro, ¿cree que Cologne y Shampoo ya estén enteradas de la sentencia? —preguntó finalmente, con un atisbo de nerviosismo en la voz.
El maestro Takosai dejó su taza sobre la mesa con un leve "clac" y asintió con gravedad.
—Es muy probable, muchacha. En la tribu Joketsuzoku, los veredictos se emiten con ambas partes presentes.
Ranma frunció el ceño.
—Eso significa que deben estar en camino —declaró con firmeza, golpeando la mesa con el puño.
—Muchacho —intervino el anciano, sereno pero firme —dudo que Cologne esté pensando en venganza. En este momento, lo único que debe preocuparle es encontrar una manera de reintegrar a su bisnieta en la tribu.
La tensión en el rostro del trenzudo no disminuyó.
—Así es, Ranma —intervino otra voz con calma —Para los Joketsuzoku, el status dentro de la aldea es más importante que una represalia o un matrimonio. Además, ni mi querida Shampoo ni esa momia desafiarían al Consejo de Ancianas.
El prodigio deportivo no respondió de inmediato. Mantuvo la mirada clavada en su taza, con los nudillos aún tensos.
—Aun así, no puedo quedarme tranquilo, maestro —admitió en voz baja.
El maestro esbozó una sonrisa breve.
—Lo sé, muchacho. Por eso, Akane deberá retomar su entrenamiento cuanto antes.
La menor de los Saotome levantó la vista de golpe.
—¿Qué? Maestro, en dos semanas tengo los exámenes parciales y necesito estudiar intensivamente para mantener mi beca.
Takosai suspiró con resignación.
—Ay, muchacha… Está bien. Aunque prométeme que, cuando terminen, entrenaremos sin excusas.
La universitaria dudó por un instante, pero terminó asintiendo sin demasiada convicción.
—Sí, maestro…
El trenzudo cruzó los brazos y la miró con expresión desafiante.
—Si hace falta, la arrastraré a la fuerza.
—¡Ranma! —bramó la peliazul, fulminándolo con la mirada.
El maestro Takosai, discreto, bebió otro sorbo de su té. La tormenta apenas estaba comenzando.
El prodigio deportivo apoyó los antebrazos sobre la mesa y miró a su esposa con firmeza.
—Akane, esto es serio. Aunque el maestro y Mousse insistan en que ellas no harán nada, no podemos darnos el lujo de confiar en eso. ¡Necesitas entrenar!
—No veo la necesidad de discutirlo ahora —respondió la chica con frialdad.
—Eres la heredera de la Escuela Tendo de Combate Libre —continuó él, ignorando su evasiva.
La menor de los Saotome apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se encendía en su interior.
—¡No lo soy!
—Sí lo eres —replicó el ojiazul, elevando la voz —Que nuestros padres y yo finjamos lo contrario no significa que lo hayamos aceptado.
La universitaria se puso de pie de golpe, derribando su taza de té.
—¡¿Eso crees?! ¡¿Que han estado fingiendo todo este tiempo?!
—¡No me vengas con eso! —disparó él con dureza —Tú eres la que finge que nada de esto te importa, la que cree que puede simplemente renunciar. Pero no puedes, Akane.
—¡Eso no es decisión tuya! ¡Ya no quiero este camino!
—¡Pues no tienes opción! —bramó el trenzudo, poniéndose de pie también —¡No puedes ser tan terca!
La peliazul sintió el ardor de las lágrimas en sus ojos, aunque se negó a dejarlas caer.
—Eres un idiota —susurró, su voz temblaba de rabia.
El carraspeo fuerte del anciano rompió la tensión como un látigo.
—Muchacha… —intervino con un tono que no admitía discusión —Entiendo lo que sientes. Sé lo que significa tomar una decisión como la tuya… pero el mundo no funciona así.
La menor de los Saotome se cruzó de brazos, tratando de calmar su respiración entrecortada.
—Por más que Ranma, Mousse y yo te protejamos —continuó el maestro —debes estar preparada. Si alguien va tras de ti, ¿qué harás? ¿Esperar a que otro pelee en tu lugar?
El silencio cayó como una losa. La universitaria apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas.
—Lo entiendo… —murmuró finalmente, con la voz tensa.
El prodigio deportivo la miró por un momento antes de suspirar.
—Sé que estás enojada, pero no quiero que esto sea una pelea entre nosotros. Solo quiero que estés a salvo…
Ella no respondió. Su orgullo herido no se lo permitía.
—Entrenar contigo será divertido, ya verás —insistió él, con una leve sonrisa que intentaba suavizar la atmósfera.
—¿Desde cuándo tienes ganas de entrenar conmigo?
El ojiazul chasqueó la lengua, desviando la mirada mientras se rascaba la nuca.
—Desde hace mucho tiempo…
—¿Lo dices en serio? —preguntó ella, sin poder ocultar la duda en su voz.
El trenzudo no respondió de inmediato. En su lugar, tomó su mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los de su marimacho. Luego, con un apretón firme y un guiño travieso, le dio la única respuesta que necesitaba.
—Yo también quiero ayudar —dijo el cegatón, irrumpiendo en la escena con determinación.
Takosai se puso de pie con un leve suspiro.
—Bien, entonces ya está decidido.
El anciano hizo una señal al cuatro ojos para que lo siguiera.
—Les agradecemos su hospitalidad, pero es hora de irnos.
El joven matrimonio los acompañó hasta la entrada. La peliazul apenas escuchó las despedidas; su mente aún estaba atrapada en el torbellino de emociones que la conversación desencadenó.
Cuando la puerta se cerró, la menor de los Saotome giró hacia el prodigio deportivo. Ya no había furia en su mirada, sino algo más suave, más íntimo.
—Así que… ¿de verdad quieres entrenarme desde hace tiempo? —preguntó en voz baja.
El trenzudo se encogió de hombros, desviando la mirada.
—Bueno… sí.
La universitaria lo observó en silencio, permitiendo que la calidez se asentara en su pecho. Después, con una sonrisa ligera, extendió la mano hacia él.
—Entonces, por favor, cuídame.
El azabache entrecerró los ojos, antes de tomar su mano con firmeza.
—Siempre.
Pero antes de que pudiera reaccionar, la ojicastaña acortó la distancia entre ellos y, con un impulso inesperado, lo besó con una intensidad que dejó al pelinegro sin aire. No había timidez ni reservas, solo el calor de una reconciliación sincera. Él tardó un segundo en reaccionar, sorprendido por su audacia, hasta que la rodeó con los brazos y profundizó el beso, respondiendo con la misma pasión.
Cuando al fin se separaron, sus frentes quedaron juntas, sus respiraciones entrecortadas y una sonrisa cómplice en sus labios.
—Supongo que eso significa que estás menos enojada… —murmuró él con una sonrisa traviesa proveniente del "encanto Saotome".
—No te confíes demasiado… —susurró ella, pero su mirada decía otra cosa.
El artista marcial soltó una risa baja antes de besarla otra vez, porque si algo había aprendido en todo este tiempo, era que discutir con su adorado tormento siempre lo llevaba a los mejores finales.
