Disclaimer: Dragon Ball y sus personajes pertenecen a Akira Toriyama.


-Paradoja-

Capítulo 1. Primera toma de contacto


El firmamento se presentaba ante ella como algo inmenso, gigantesco, algo que jamás imaginó presenciar. El único sentimiento que la invadió en ese momento fue sentirse tremendamente minúscula ante tal cantidad de estrellas y planetas que podía observar desde la ventana de la nave.

El viajar por el universo había sido un objetivo no conseguido del ser humano desde hacía mucho tiempo. Y ahora Videl, quien no había contribuido para alcanzarlo jamás, podía obtener aquella privilegiada vista. Aunque eso no era lo que quería.

Quería estar en su casa charlando con su padre. Quería volver a ser adolescente e ir al instituto. Quería comer un helado de chocolate sentada en el parque con Ireza en verano, sin tener la preocupación de ocuparse de sus responsabilidades al día siguiente. Pero eso ya no era posible. Y se veía como un sueño lejano, como una epifanía que nunca había ocurrido.

Toda su vida se había truncado hacía seis años, cuando ella tenía aún dieciséis. El mundo tal y como lo conocían los siete mil millones de personas que habitaban en él cambió en un solo instante, en el momento en el que unas naves pequeñas y esféricas comenzaron a posarse sobre toda su superficie. De esos receptáculos salieron seres con apariencia idéntica a los seres humanos, excepto por el detalle de que tenían cola en la parte baja de la espalda y una fuerza abismal.

La confirmación de la existencia de los extraterrestres se produjo y, tal y como sucedía en las películas de terror, no traían buenas intenciones.

Aquella raza alienígena, los saiyajin, tomaron el planeta en un abrir y cerrar de ojos. Sometieron, mataron, esclavizaron y violaron a cuantas personas quisieron. Se hicieron con el control de la Tierra en solo un día. Veinticuatro horas que habían sido para Videl un martirio.

Vio a su padre morir intentando protegerla y fue raptada y vendida como esclava. Y llevaba siendo eso durante los últimos seis años de su vida. Era pasada de dueño en dueño rápidamente. Cuando uno se hartaba de ella, la vendía a otro de una raza diferente. Había vivido en siete planetas distintos y había conocido a las múltiples razas que habitaban el universo. Ninguno de sus amos había sido especialmente bondadoso con ella.

Por eso, una vez más, estaba sentada en el suelo frío de una nave. Sin embargo, esta vez se dirigía a un sitio donde nunca había estado. Al epicentro de todos los problemas que comenzaron aquella mañana de otoño donde su existencia cambió por completo: al Planeta Vegeta.

La residencia de la raza que más detestaba sería ahora su hogar. En realidad, sabía que eso no era cierto; no sería su hogar, sino que sus nuevos dueños le darían un receptáculo mínimo para que pudiera seguir existiendo, la alimentarían lo suficiente para que no muriera y los machos la violarían cuanto quisieran, hasta quedar satisfechos.

Esa era su nueva y asquerosa vida. Claro que su espíritu guerrero nunca la abandonaba y eso le había traído serios problemas. De hecho, no sabía cómo seguía con vida.

El último de sus amos era del Planeta Kodrac, al que le había roto varios dientes de un puñetazo. Aquella raza no era demasiado ágil y Videl aprovechó para darle su merecido por intentar abusar de ella. Algunas veces salía bien y podía evitarlo y muchas otras había tenido que aguantar.

Pero nadie se atrevía a deshacerse de ella porque era un espécimen valioso y exótico; demasiado bella para ser desperdiciada. La piel lechosa entrando en fuerte contraste con su cabello oscuro como la noche le daba valor y todo se acrecentaba con los ojos azul cielo que enmarcaban su rostro.

Así había conseguido sobrevivir porque estaba segura de que, si hubiese dependido de su carácter y comportamiento, habría seguido los mismos pasos de otros esclavos que se habían rebelado ante sus dueños: la tumba.

Videl, no obstante, tenía esperanzas de libertad. Soñaba con volver a ser autónoma, sin nadie que controlara sus acciones y su cuerpo. Sabía que existían planetas fuera del alcance de los radares de los saiyajin y anhelaba el día que pudiera escapar hacia allí. De momento, aquellos planes eran solo deseos, pero estaba segura al cien por cien de que algún día lo lograría.

—Señor, en diez minutos aterrizaremos sobre la pista número siete.

La nave comenzó a entrar en la atmósfera y Videl pudo ver la apariencia de aquel planeta. Era bello, por fuera era rosado y en su interior parecido a la Tierra. No podía creer que aquel maravilloso lugar albergase a seres tan horribles.

La chica había sido comprada por una familia de clase baja. Sabía que el hombre que la había comprado se llamaba Bardock y vivía con sus dos hijos varones. Uno de ellos estaba casado y tenía también dos hijos, por cierto, también hombres. Por tanto, tendría que ser la sirvienta de seis repugnantes saiyajin, obedecerlos y quién sabía qué cosas más. Ante el pensamiento, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

Al salir de la nave, su nuevo dueño ya la esperaba en la pista de aterrizaje. Era alto, corpulento, tenía una cicatriz en la mejilla y un peinado bastante extravagante. Lucía serio.

—Esta es tu nueva pieza, Bardock —dijo uno de los soldados de los que la habían acompañado durante el viaje y la mandó hacia el saiyajin con un tirón del brazo.

—Bien —espetó el hombre una vez le echó un vistazo rápido—. Andando —ordenó y se dio la vuelta.

Videl, al principio, se quedó un poco conmocionada y no se movió del sitio. El saiyajin se dio la vuelta y le dirigió la mirada más fría que jamás había observado. No dudó ni un segundo en seguirlo, siempre varios pasos por detrás.

En unos quince minutos de trayecto, Videl llegó a su nueva casa. No era gran cosa, ni demasiado grande ni bonita, pero, al entrar, la chica sintió una especie de calidez que le dio remembranzas de hogar.

En el salón, un chico joven, de más o menos su misma edad, jugaba con un preadolescente cuyo parecido físico al de Bardock la dejó impresionada. El mayor estaba en el suelo tendido con el chico más joven encima, que se reía escandalosamente.

—Te he ganado, hermano. Te estás volviendo un flojucho.

—¿A quién llamas flojucho, enano? —preguntó riendo el mayor, hasta que un carraspeo proveniente de su abuelo hizo que los dos jóvenes se levantaran de inmediato.

—Basta de idioteces.

El hombre en ningún momento había alzado la voz. Simplemente su gesto serio no había cambiado y con eso había bastado para hacer que los chicos se detuvieran. Videl pudo ver cómo el chico mayor se le quedó mirando intrigado. Era mucho más alto que la mayoría de saiyajin que había visto, aunque también tenía el pelo y los ojos oscuros. Pero había algo raro en él. Tenía un gesto… ¿amable?

—Ven por aquí. Te llevaré a tu habitación.

Videl siguió a Bardock sin rechistar y este la condujo hacia un cuarto un tanto pequeño, pero en mejores condiciones de lo que se esperaba. Había una cama que parecía medio cómoda y una estantería con algunos libros. Incluso tenía una alfombra. No recordaba tener para ella nada tan lujoso desde que abandonó su casa de la Tierra.

—Te quedarás aquí hasta que llegue la mujer de mi hijo, ¿entendido? —demandó y Videl asintió en respuesta mirándolo a los ojos.

Bardock se sorprendió bastante por la actitud de la chica. Si bien era dócil, también se notaba que poseía determinación y carácter. Que no le tenía miedo. Y eso le llamó poderosamente la atención y le gustó. Los rumores sobre una humana que les plantaba cara a sus amos eran, por tanto, ciertos.

Su nuera, Chichi, hacía mucho tiempo que tenía demasiado trabajo con tantos varones en la casa, que no era muy grande, pero alimentarlos y abastecerlos a los cinco se le hacía cada día más difícil. Entonces, Bardock decidió comprar una esclava para que la ayudara con las tareas del hogar, aunque la mujer de su hijo se había negado rotundamente.

Al hombre le hacía gracia que, de la familia, Chichi, que era el miembro más débil, fuera quien más se le enfrentaba. Y ni siquiera era saiyajin. Pensaba que si lo fuera sería una hembra formidable. Después de todo, el cabeza hueca de su hijo menor no tenía tan mal gusto. Pero sus órdenes en aquella casa eran absolutas y Chichi no pudo hacer nada para impedirlo.

Bardock salió de la habitación de su nueva inquilina y cerró la puerta con fuerza, haciendo que Videl se asustara un poco. De todos los sitios en los que había estado y, a pesar de los «lujos», aquel destino era el que más odiaba. Porque, si su vida era el sinsentido en el que se había convertido, era gracias a aquella despreciable raza. Se sentó en la cama y decidió que esperaría allí a que llegara la mujer que la tendría a su mando.

Mientras tanto, el saiyajin mayor fue directo a la estancia donde sus nietos se encontraban.

—Tengo que irme. Ni se os ocurra entrar en la habitación de la humana, ¿entendido?

Ambos asintieron con respeto. Su abuelo era para los dos su principal figura paternal. Porque sí, su padre vivía con ellos, pero lo veían más como a un hermano mayor o un amigo debido a su carácter tranquilo y afable, nada acorde con la personalidad de los saiyajin.

Cuando escucharon la puerta principal cerrarse, Goten y Gohan se miraron divertidos. Sí, le tenían respeto a Bardock, pero eso no les impedía desobedecerlo si él no se iba a enterar.

—Goten —llamó Gohan con tono curioso—, tendremos que ir a presentarnos a esa chica, ¿no?

Goten le asintió enseguida y se levantó para dirigirse corriendo hacia la habitación de Videl. Gohan fue detrás de él y, cuando los dos hermanos estaban parados frente a la puerta, tocó suavemente.

El cuerpo de la chica respingó ante el sonido, pues sabía que el hombre que la había conducido hasta allí se había ido de la casa y quien llamaba a su puerta solo podía ser uno de los jóvenes de antes —o los dos a la vez—. Decidió no contestar.

Gohan hizo una señal a su hermano para que se fueran, pues tal vez la chica no quería compañía, pero Goten, travieso por naturaleza, abrió la puerta. Videl lo miró seria, casi fulminantemente. Aquello no achantó al chico.

—¡Hola! —saludó con una gran sonrisa—. Me llamo Goten, encantado. ¿Y tú?

Videl se quedó mirándolo con cara de pocos amigos. Ese niño era extrañamente amigable y ella, después de todo lo que había vivido, era demasiado desconfiada con los que la trataban bien. No le contestó.

Gohan sujetó a su hermano pequeño por los hombros y lo sacó casi a la fuerza de allí, pero, antes de salir, se dirigió a la chica.

—Perdónalo, es muy nervioso. No debimos molestarte —Videl le dirigió exactamente la misma mirada gélida y el chico se llevó la mano a la nuca abrumado—. Yo soy Gohan. Espero que tu estancia aquí sea agradable.

Videl levantó una de sus cejas y le puso una cara de desconcierto, y él supo que había metido la pata. Se rio entre dientes avergonzado y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

¿En serio le había dicho que pasara una estancia agradable? Gohan se maldijo. No se podía ser más estúpido. Estaba allí como una esclava, totalmente en contra de su voluntad y no parecía que fuera a relacionarse con ninguno de ellos. Pero, curiosamente y a pesar de su situación, no parecía estar atemorizada, sino más bien asqueada.

La chica vio a Gohan retirándose y luego suspiró. Se tumbó en la cama. No lo entendía bien, pero aquellos chicos no eran como los saiyajin que conocía, como los que mataron a su padre y conquistaron su planeta. Sin embargo, eran pertenecientes a esa raza que le había arrebatado todo y no estaba dispuesta a tener ningún contacto con ellos.


Poco antes de la hora de comer, Chichi llegó a su casa. Había pasado buena parte de la mañana comprando en el mercado. Por raro que pudiera parecer, la mujer se hacía más de respetar que algunos saiyajin macho y todo el mundo sabía que con ella nadie se debía meter. Después de todo, su esposo y, especialmente, su suegro, eran bastante de temer. Y a quién pretendían engañar, incluso ella misma imponía un temor que nadie comprendía. A fin de cuentas, era una humana más.

Chichi había llegado al Planeta Vegeta hacía muchos años. Era, sin duda alguna, uno de los primeros habitantes de la Tierra en conocer que había vida más allá del planeta azul.

Todo comenzó con un accidente. La nave de un saiyajin, Kakarotto, se había estrellado en un acantilado cercano a su casa. Un viejo conocido fue a investigar y se encontró a un hombre —lo que pensaba que era un hombre, en realidad— moribundo. Lo sacó de la nave, lo llevó a su casa y, cuando despertó, aquel hombre con cola de mono le contó todo sobre su procedencia.

El hombre más mayor, llamado Son Gohan, decidió nombrarlo como Son Goku, ya que decía que el nombre de su planeta natal se veía demasiado tosco, nada amoldado a los nombres que allí solían escuchar.

Aquel saiyajin pasó unos meses bajo el amparo de Son Gohan, ya que necesitaba algunas herramientas para arreglar su nave y recuperarse por completo. Lo que jamás imaginó era que conocería a una humana que le haría plantearse su vida entera.

Cuando Chichi y Goku se acercaron y acabaron enamorándose, tenían claro que vivirían en la Tierra. Todo era apacible, tranquilo, manso; mucho más acorde con la personalidad de Goku que en su propio planeta natal. Sin embargo, su padre logró contactar con él. Le dijo que debía volver sin importar los vínculos que hubiese creado con nadie. Para ese entonces, Chichi ya estaba embarazada y, cuando Bardock se enteró, no permitió que su nieto y heredero de su sangre se criara sin su supervisión.

El trato era que al menos pasaría quince años en el Planeta Vegeta y después podrían volver a la Tierra si es que así lo deseaban. Claro que no estaba entre sus planes que los saiyajin conquistarían el planeta por capricho del rey.

Con el tiempo, Chichi se acostumbró a la vida lejos de su hogar, aunque siempre tuvo un sentimiento extraño de desamparo pululando por su alma. Estaba con su esposo, había tenido hijos y tenía una nueva vida, pero el sufrimiento que sintió cuando se enteró de la situación de su planeta fue inconmensurable.

Por supuesto, no tuvo más remedio que callar y aguantar.

Por eso, cuando se enteró de que Bardock había comprado una esclava y que además era humana, se negó rotundamente. No quería que alguien que provenía del mismo sitio que ella les sirviese. Era ruin, hipócrita y cruel. Y la mujer no era así. Sin embargo, no pudo evitarlo, así que se juró a sí misma que protegería a esa chica, que la cuidaría como si fuese su madre y que le daría el hogar que le arrebataron y que probablemente no había vuelto a tener.

Así, fue a llamarla a la habitación donde su suegro le había dicho que se quedaría. Dio tres toques y se fue a la cocina, sabiendo que la chica acabaría siguiéndola guiada por la curiosidad.

Al escuchar los golpes suaves en su puerta, Videl se sobresaltó. Se puso de pie, ya que había pasado toda la mañana en la cama tumbada, simplemente pensando, y se acercó a la puerta. Pegó el oído, pero no escuchó nada. Abrió con cautela y se asomó al pasillo, donde vio una silueta femenina alejándose y dirigiéndose hacia otra habitación.

Esa debía ser la mujer de la que el hombre de la cicatriz le había hablado, así que decidió seguirla. De todas formas, estaba allí para hacer el trabajo que le encargase esa mujer y prefería mil veces estar con ella que todo lo que tuvieran que ofrecerle los varones.

La chica fue hacia la cocina y se quedó en la entrada, mientras observaba a la mujer, que empezó a fregar algunos platos. Era muy morena, con ojos negros, delgada y esbelta. Le pareció bastante bella, eso no lo podía negar, pero era perteneciente a esa raza asquerosa que tanto odiaba, así que ni se le pasaba por la cabeza que pudiera tomarle algo de aprecio.

Sin embargo, cuando bajó la mirada y se dio cuenta de que no tenía cola, se quedó paralizada. ¿Esa mujer era humana? ¿La tenían esclavizada al igual que a ella? No, no tenía sentido. El hijo mayor podía tener su edad al menos —incluso más— y la invasión saiyajin había tenido lugar hacía tan solo seis años. ¿Qué carajos estaba sucediendo?

—Oh —exclamó Chichi fingiendo sorpresa cuando vio a Videl, y cerró el grifo para secarse las manos—, así que has venido. Pasa, pasa, no seas tímida.

Videl le hizo caso y avanzó dos pasos dentro de la habitación.

—¿Qué tengo que hacer? —espetó la chica de mala gana.

—No, no, no. Primero, las presentaciones. Siéntate.

La chica de ojos azules vio como aquella extraña mujer le tendía la mano para que se sentara. Anonadada, lo hizo casi por inercia y la vio sentándose a su lado después de haber traído consigo dos tazas de té.

—Empezaré yo —dijo con simpatía—. Me llamo Chichi, no te voy a decir mi edad porque las mujeres no hacemos eso y soy esposa de Goku y madre de Gohan y Goten. Es un placer tenerte en casa.

La calidez de aquella sonrisa, como si fuera prácticamente maternal, inundó el cuerpo de Videl completo. ¿Qué tenía esa mujer que podía hacer sentir tan bien a los demás?

—Me llamo Videl, tengo veintidós años y no hay nada que me gustaría más que no estar aquí —relató concisa y segura.

Chichi sonrió.

—Lo entiendo. Yo tampoco quería que vinieras, pero no tuve más opción que aceptar. De todas formas, Videl, creo que aquí estarás bien. Solo tienes que ayudarme con las tareas de la casa por la mañana y tendrás todo el resto del día para hacer lo que quieras. Por cierto, mi hijo Gohan es de tu edad. Creo que ahora ha salido a entrenar, pero cuando venga podéis…

—Ya lo conozco. A los dos, en realidad.

—Me alegro. En fin, quiero que sepas que aquí no vas a ser considerada como lo que crees. Solo has venido a ayudarme, ¿vale?

Videl asintió y sus ojos azules se quedaron estancados en la mirada negra de Chichi. No podía aguantar ni un segundo más sin preguntarle cómo demonios había acabado en ese lugar tan lejano e inhóspito.

—Chichi, eres humana, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué vives en este planeta de asesinos y salvajes?

Chichi sonrió de nuevo, pero esta vez con tristeza y melancolía. Llevó la mano hacia la de Videl y se la estrechó con afecto.

—Por amor. Puede que te parezca completamente increíble, pero no todos los saiyajin son iguales. Te puedo asegurar que no. Al fin y al cabo, sucede como con los humanos; hay buenos y malos, por simplificar muchísimo. Estoy segura de que viviendo con nosotros lo lograrás entender.

La mujer se levantó y empezó a explicarle a Videl lo que debían hacer. Prepararon el almuerzo juntas y, cuando llegó la hora de comer, Chichi le ofreció a la chica que se sentara a comer junto a ellos porque quería que formara parte de la familia, como si fuera una más. Sin embargo, Videl no aceptó. Comió sola cuando todos los demás se fueron, recogió y limpió sus platos antes de encerrarse de nuevo en su habitación, de donde no tenía pensado salir en todo el día. En todos los días de estancia que le quedaban allí, en realidad.

No entendía a esa familia, pero no quería relacionarse con ellos. Solo lo haría con Chichi porque era humana —eso le inspiraba algo más de confianza— y porque no le quedaba más remedio.

Sin embargo, no podía negar que estaba intrigada. Muy intrigada. Y todo se acrecentaría muchísimo más en las siguientes semanas, cuando Videl comenzó a descubrir el verdadero motivo por el que Chichi le había dicho que no todos los seres de ese planeta eran iguales.


Continuará...


Nota de la autora:

Tenía este borrador escrito desde hace más de un año. Pero al principio esto era un one-shot y después decidí que sería mejor desarrollarlo más. No sé si será demasiado largo, aunque no creo que tanto como Vía de escape, pero ya veremos. En cualquier caso, espero que este primer capítulo os haya gustado.

Sé que hay muchísimas historias con U.A. de este tipo, pero bueno, quería animarme a hacer algo así y aquí estoy.

¡Gracias por leer y nos vemos en la próxima!