-Paradoja-

Capítulo 13. Los nuevos días


Bardock llegó aquella noche a casa con una sensación extraña instalada en el estómago que apenas le dejaba pensar con claridad. Y ni siquiera podía descifrar la razón.

Había estado viendo a sus nietos entrenando y le había sorprendido mucho la condición de Goten, al que siempre había considerado un niño debilucho y cobarde que no podía estar más de cinco minutos alejado de las faldas de su madre.

Era mucho mejor que Gohan a su edad, y eso que en ese tiempo ya le vio potencial a su nieto mayor aunque era llorón y asustadizo en general. Goten, en cambio, mostraba una determinación en su mirada, en sus ataques y movimientos difícil de encontrar en los saiyajin preadolescentes.

Llevaba siendo instructor algunos años y se había dado cuenta de que la falta de miedo y el valor que caracterizaban a su raza eran adquiridos y no una propiedad inherente a ellos. También podían experimentar temor, especialmente en su infancia, aunque era un estado transitorio que tras algunos golpes se iba para nunca volver.

Cuando comenzó a entrenar a Gohan, pensó que jamás sería capaz de ser un buen guerrero porque era mestizo. Que nunca lograría curtirlo, que se desarrollara como un saiyajin más. De hecho, a Gohan aquella fase inicial le duró más que a otros niños, pero finalmente la superó.

Sus años de contacto con los más pequeños de la raza le habían enseñado que todos al principio se mostraban reacios a pelear. Porque a nadie en su sano juicio le gusta sentir dolor. Entonces, comenzó a recordar las palizas que le propinaba su padre por ser, según él, un inútil desagradecido que no servía para nada. En esa época, él mismo tenía miedo a diario. Su cerebro había eliminado esos recuerdos y, a menudo, cuando pensaba en su trayectoria vital, situaba el inicio de su andadura en sus primeros años en el ejército y no en el calor de un hogar, pues nunca consideró que verdaderamente hubiera tenido uno.

Era el segundo hijo de un segundo hijo. Parecía que su genoma familiar estaba programado para que los segundos hijos de los segundos hijos fueran idénticos a sus padres y por eso Kakarotto y Goten se parecían tanto a él, dejando de lado que sus semblantes eran menos duros, mucho más afables y relajados.

Su padre era un saiyajin de clase baja que nunca destacó en el ejército y que tenía problemas de ira constantes —nada raro entre los integrantes de esa raza— y su madre abrazó el alcoholismo en cuanto empezó a tener hijos. Bardock se fue de casa muy pronto, con apenas catorce años, pero ya en ese entonces tenía cuatro hermanos y su madre estaba embarazada del que sería el sexto de sus hijos. Nunca supo nada de ellos tras marcharse, porque se mudó a un vecindario muy lejano y tampoco llegó a tener un vínculo especial con nadie en casa, así que no se preocupó por mantener el contacto.

Simplemente se fue sin mirar atrás, olvidándose de esa parte de su pasado. A los pocos años, los padres de Gine se la ofrecieron para que se casaran y él aceptó por pura inercia, porque había llegado el momento de construir una familia y de tener hijos, de asentarse un poco en la vida y, en cierto modo, de encontrar su lugar en el mundo.

Sin esperárselo, Gine le enseñó que podía albergar otros sentimientos en su corazón que no fueran odio, resentimiento o repugnancia y juntos formaron algo que nunca había tenido ni habría llegado a imaginar que podría conseguir: un hogar consolidado y cálido donde las sonrisas y las buenas palabras se convirtieron en la tónica general.

A menudo, lo echaba de menos. Sabía que la tensión y el ambiente lúgubre que había en su casa lo había originado la traumática muerte de su esposa, pero también era consciente de que él mantenía a la familia apesadumbrada constantemente con su actitud y sus absurdas prohibiciones.

Cada día estaba un poco más convencido de que no era lógico comportarse de ese modo, pero le dolía tanto reír, charlar de forma distendida o sentir que su familia simplemente pasaba página y lo dejaba a él sumido en el pozo de la más profunda soledad que seguía perpetuando aquella incomodidad.

Estaba seguro de que, a partir de ese momento, todo se le haría mucho más cuesta arriba por un solo motivo: tener que relacionarse con su nieto pequeño.

Nadie en la familia se parecía especialmente a Gine. Raditz le recordaba a su madre, Kakarotto, por su condición de segundo hijo de un segundo hijo, era igual a él, Gohan se parecía mucho a Chichi y a su familia terrícola y Goten tenía las rasgos de su propio padre.

Sin embargo, una tarde de verano en la que se acercó al más pequeño de su familia cuando solo tenía tres años, se dio cuenta de que había heredado el rasgo más característico y que más amaba de su mujer: sus ojos. La forma, el tamaño, el largo de las pestañas y el brillo mismo de su mirada eran idénticos a los de Gine.

En lugar de percibir ese parecido como un milagro lo vio como una maldición. Mirar a ese niño a los ojos era como acuchillarse en el pecho, como si se le abriera aún más la herida, que nunca había parado de sangrar en realidad. Como si le recordara de forma permanente que jamás volvería a estar con Gine.

Desde ese momento, no pudo verlo igual. Se alejó de él casi sin quererlo, centrándose automáticamente en Gohan porque estaba en edad próxima a empezar a entrenar. Goten, a su vez, se vio resguardado por su madre y él no hizo nada para impedirlo, porque sabía que quedaba mucho tiempo para que llegara el día en que se tuviera que encargar de su instrucción.

Ahora el momento había llegado y el tiempo se le había echado encima recordándole que su paso es inevitable para todos.

Si hubiera observado incompetencia en él le habría ordenado a Gohan que se ocupara de entrenarlo hasta que se uniera al ejército de forma definitiva, pero tenía tanto talento que no podía dejarlo pasar. Su deber como integrante de la raza más poderosa del universo se imponía sobre su dolor personal, sobre ese agujero que se le abría en el alma misma —porque Bardock la sentía, sabía que la albergaba en su interior, ya que la tenía resquebrajada por completo— cada vez que lo miraba, sobre todo el sufrimiento que le supondría tratar con él.

Se acostó por fin en la cama tras desnudarse, se quedó mirando el techo y, aunque su cabeza había estado trabajando a un ritmo frenético hasta hacía apenas unos instantes, se quedó dormido enseguida.

Por la mañana, madrugó más de la cuenta. Se fue a entrenar en solitario para relajarse, para desquitarse porque Goten seguía siendo de su sangre y no quería hacerle daño de más. Además, eso le podría suponer un conflicto con su nieto mayor y con su nuera —incluso con su hijo— que no estaba dispuesto a enfrentar.

Cuando volvió, el niño ya estaba en la puerta de la casa, esperándolo. Hacía algo de frío en aquella mañana en la que el cielo estaba cubierto por completo de niebla, pero Goten estaba allí con media hora de antelación. Bardock alzó las cejas con sorpresa cuando lo vio. Pensó decirle que entrara en la casa mientras se preparaba, pero tenía que ser exigente y estricto, así que le dijo que lo esperara hasta que se cambiara para ir a la sala de entrenamiento y él aceptó sin rechistar.

De camino, lo iba observando de soslayo. Iba tranquilo, medio risueño como siempre era. Ya no estaba nervioso como el día anterior, en el que pudo percibir su ki y sus piernas temblando con cierta violencia.

Tal vez había hablado con su hermano o podría ser que se hubiera convencido simplemente de que no le quedaba de otra que soportar su instrucción durante años. Quizás esa era una buena filosofía de vida.

Si se detenía a pensarlo, Goten era un niño nervioso en su actuar, pero sosegado en sus pensamientos. Era ingenuo, sensible y demasiado bueno para vivir en un lugar como el Planeta Vegeta. Por eso también quería endurecerlo un poco antes de que empezara a relacionarse con otros saiyajin, porque si su actitud no cambiaba se expondría al peligro diariamente y acabaría, sin duda alguna, muy mal.

Estuvieron dos horas entrenando prácticamente sin descanso. Goten recibió muchos golpes, incluso se notó que algunos no los esperaba porque él no era como Gohan, permisivo y blandengue, así que atacó con toda la ferocidad que la condición del pequeño le permitió.

Fue capaz de leer todas sus anticipaciones, de atacar todos sus puntos débiles y de hacerle varias heridas. Tenía una en el pómulo que no le dejaba de sangrar, pero se la limpiaba con la muñequera que llevaba y volvía a concentrarse. Ya tendría tiempo para recuperarse arropado por la exageración de su madre, porque estaba seguro de que Chichi, al verlo así, correría a curarlo con premura.

Para ser el primer entrenamiento, Goten le dio una buena pelea. Se quejó poco y lo leyó bien. Además, no habló apenas. Se podía decir que Bardock estaba bastante satisfecho.

—Venga, descansamos diez minutos. Presiónate la herida para que se te corte la sangre.

—Abuelo, prefiero comer. ¿Puedo?

Bardock entornó los ojos, puso gesto de reprobación y asintió sin ganas. Se entretuvo quintándose las vendas que llevaba en las muñecas y volviéndoselas a ajustar. Miró a Goten de reojo; fue hacia el rincón de la sala de entrenamiento donde había dejado la mochila que había llevado sobre los hombros en el camino y que Bardock acababa de entender para qué servía.

—Bolas de arroz, bolas de arroz —le oyó canturrear.

Por pura curiosidad se acercó para comprobar si lo que su nieto iba a comer era lo que él pensaba. Al ver los granos rojizos amontonados en forma triangular le empezó a escocer la garganta.

En el Planeta Vegeta no se podía cultivar el arroz, que era un plato básico de la cocina que siempre preparaba su nuera. Estaba tan afligida cuando llegó a su nuevo hogar por no poder cocinarle su deliciosa comida a su esposo y a sus suegros por la falta de arroz que Gine le ofreció otra alternativa. Muy cerca de su vecindario se cultivaba un tipo de cereal muy parecido al arroz terrestre que Chichi tanto añoraba. Era rojizo y tenía un sabor más intenso, pero sirvió como sustituto.

Entre Gine y Chichi reinventaron muchos platos de la gastronomía terrícola y de la saiyajin. Uno de ellos eran las bolas de arroz, a las que no les cambiaron el nombre. Gine siempre le ponía algunas para que se las llevara cuando iba a entrenar, pero desde que ella murió se había negado a volver a probarlas.

Se quedó mirándolo con tanto ahínco que incluso Goten se percató. Parpadeó en un par de ocasiones, se quitó uno de los granos de la cara y le tendió una que le sobraba.

—Abuelo, ¿quieres?

Bardock respingó, se irguió y se dio la vuelta.

—No.

—Pues parecía que sí —añadió el pequeño, riéndose ligeramente.

—Pues no quiero. Y venga, acaba pronto que no tenemos todo el día para malgastarlo con tus tonterías.

El saiyajin de la cicatriz no pudo ver cómo la cara de su nieto se entristecía sin remedio, pero sí lo sintió en su ki. Se arrepintió al instante de haberle contestado así, porque Goten no tenía culpa de los demonios que habitaban en su cabeza, pero le resultaba inevitable tratarlo de ese modo. Porque ahí, en esa risa, en esa familiaridad, en esos ojos negros brillando con simpatía también estaba Gine.

Goten recogió todo y terminaron de entrenar en unos cuarenta y cinco minutos. Aunque se llevó algunos golpes más, cada vez le plantaba cara mejor y eso lo enorgullecía mucho. Pensó en decirle que podía ir al tanque de recuperación, porque su desempeño realmente había sido muy bueno, pero finalmente se lo negó y él ni siquiera se quejó. Probablemente, Gohan lo había puesto en sobre aviso.

Los golpes lo acabarían fortaleciendo y, aunque era más que probable que Chichi le dedicara una mirada llena de furia cuando observara el cuerpo magullado y herido de su hijo pequeño, sabía que ese era el camino que debía seguir si quería que Goten pudiera sobrevivir en aquel planeta en el que solo existía la hostilidad.


Videl volvió a mirar su reflejo en el pequeño espejo que había en el baño que compartía con Chichi. Se volteó ligeramente para observarse la espalda como pudo. Tenía el pelo demasiado largo. Lo llevaba casi siempre recogido, le molestaba para hacer las tareas domésticas y estaba bastante cansada de él, así que esa mañana decidió que le pediría a Chichi que se lo cortara.

No entendía bien que a esa mujer se le diera bien hacer todo lo que se proponía. Era increíble. Su comida era deliciosa —jamás había probado un plato cocinado por ella que no le gustara—, sabía cortar el pelo muy bien, labrar el campo y muchas más cosas. Había cargado sobre sus hombros a una familia entera durante muchos años y eso era de admirar.

Chichi no tenía un oficio asignado. No tenía un puesto en el mercado, no se encargaba de la cosecha ni peleaba en el ejército y, aun así, trabajaba como nadie a diario. Suponía que eso era ser ama de casa, un trabajo constante en el que no tienes vacaciones ni descansos y que encima nadie valora.

No recordaba que su madre fuera así. Videl se quedó huérfana muy pronto, pero tenía algunos recuerdos de su madre. Las diferencias eran abismales entre las dos mujeres, por supuesto, pues la familia de Videl siempre había tenido un estatus social muy prestigioso y no faltaban trabajadores en su casa que hicieran todo por ellos cuando vivía en la Tierra.

Esa había sido una de las razones por las que le había costado mucho más adaptarse a su nueva vida. Había tenido que aprender a hacerlo prácticamente todo, había pasado de un día a otro de ser alguien muy respetada en la ciudad a ser una esclava a la que habían despojado en un segundo de su humanidad.

Durante los últimos años, había pensado en varias ocasiones en quitarse la vida. En la más crítica, estuvo a punto de cortarse las venas en la bañera con una especie de cuchillo que había logrado robar de la cocina de la casa en la que vivía por ese entonces, pero fue detenida por la hermana de su dueño cuando iba a hacerlo.

Eso sucedió cuando tenía diecisiete años y había pasado por tres dueños distintos que se habían dedicado a abusar de ella sistemáticamente. Su mente no podía más, pero finalmente le impidieron cumplir con su deseo.

Tras ese episodio, se lo planteó seriamente otras dos veces —una de ellas cuando se enteró de que estaba embarazada—, pero no lo hizo porque consideraba que no era justo. Se lo habían arrebatado todo, así que no quería darles la razón a aquellos que la convirtieron en esclava. Su vida era valiosa y tenía que preservarla.

Encontró bastante inverosímil que el mejor sitio en el que había estado en seis años de esclavitud fuera el planeta que había engendrado a los energúmenos que la habían dejado sin hogar al que regresar y que le habían arrebatado su libertad. Era consciente de su suerte.

Salió del baño y se dirigió hacia la cocina, donde estaba Chichi lavando algunos platos. Se giró en cuanto la escuchó entrar.

—Buenos días, cariño.

—Buenos días, Chichi —la saludó, sonriendo.

Cuando Videl le pidió a Chichi que le consiguiera los anticonceptivos, pensó que la relación entre ambas se resentiría, porque aquello había sido una revelación de la relación que tenía con Gohan, pero, por el contrario, estaban más unidas que nunca.

Chichi era una buena mujer, así que estaba segura de que velaba por la felicidad de su familia. No sabía si Gohan le solía contar muchos aspectos de su vida privada, pero ella no se inmiscuía nunca en sus asuntos, al menos en aquellos que tuvieran que ver con los dos.

—¿Te puedo pedir un favor?

—Claro que sí, cielo.

—¿Me cortarías el pelo? Lo tengo muy largo y me molesta mucho.

—Por supuesto —accedió Chichi de buena gana—. Sacamos una silla al jardín y lo hacemos allí, que hoy hace un día estupendo. ¿Te parece?

Videl asintió con ganas y ambas salieron al jardín, llevándose consigo las cosas necesarias. Se sentó en la silla, Chichi le puso una toalla sobre los hombros y le humedeció el cabello completo para peinárselo. Se lo dividió en secciones.

—¿Cómo quieres que te lo corte?

—Pues la verdad es que no sé…

—¿Qué tal una melena por los hombros? ¿Y un flequillo?

La miró con indecisión. Jamás se había visto con un estilo similar. En los últimos años había dejado de importarle su apariencia, pero ahora quería sentirse bien consigo misma de nuevo.

—¿Crees que eso me quedará bien?

Chichi asintió, enérgica.

—¡Pues claro que sí! Tienes una cara muy bonita, así que te sentará bien cualquier corte.

Videl se sonrojó levemente. Qué rara se seguía sintiendo ante tantos comentarios halagadores. Se tocó un poco el pelo, miró a Chichi y le asintió. Se dio la vuelta, se puso recta y notó cómo empezaba a cortárselo.

Se demoró un rato, pero sabía que quería que quedara lo mejor posible y ella tenía paciencia, así que no le molestó esperar. Cuando se puso enfrente para cortarle el flequillo, le sonrió y empezó a decirle que nunca la había visto tan guapa. El sonrojo volvió a teñir sus mejillas. Sin embargo, a pesar de que le daba cierta vergüenza que le hiciera tantos cumplidos, no podía negar que le encantaba recibirlos también. No sentía esa calidez que Chichi le transmitía con nadie, ni siquiera con Gohan, porque ese tipo de cariño era completamente distinto.

Lo más sorprendente de su estancia en el Planeta Vegeta no era que hubiese comenzado a conocer a un saiyajin mestizo que estaba ganándose su corazón, sino haber encontrado a alguien que le transmitía el amor propio de una madre. Sabía que gracias a ella, estaba volviendo a ser la chica relajada que un día fue, cuando vivía en la Tierra.

—Pues ya estás lista. Ve a mirarte al espejo a ver si te gusta.

Videl asintió. Se levantó de la silla y fue hacia la cristalera que conectaba el jardín con la cocina. Sin embargo, antes de llegar siquiera allí, vio a Gohan cruzándola. Iba distraído, mirando al suelo incluso.

—Mamá, ¿has visto…?

Al fijar su vista en Videl, se calló al instante. La miró serio, con fijeza, y Videl no pudo evitar preguntarle.

—¿Qué te parece? —le dijo, señalándose el nuevo corte.

Gohan relajó sus facciones, le sonrió con esa dulzura que tanto le caracterizaba e hizo que a ella se le contagiase el gesto.

—Estás preciosa, Videl.

Se quedaron observándose en silencio, como si no hubiera nadie más, porque a menudo les sucedía; cuando estaban juntos, se creaba un microcosmos en el que no existía la esclavitud, ni las conquistas ni ningún planeta que albergara una raza conocida como los saiyajin. Cuando estaban juntos, solo eran Gohan y Videl, sin ataduras, sin condiciones y sin ningún impedimento.

Pero toda la magia se esfumó de un plumazo cuando escucharon a Chichi carraspeando detrás de ellos. Gohan se llevó la mano a la nuca y ella miró hacia el suelo, algo avergonzada.

—¿Qué querías, hijo? —le preguntó a Gohan.

Ambos se adentraron en la cocina juntos mientras hablaban y Videl entendió que todo lo que esa mujer hacía era por protegerlos. Que su interrupción no era un reclamo, sino más bien un recordatorio de que las muestras de afecto entre ellos no podían ser extensas ni públicas, ni siquiera debían producirse delante de ella.

El microcosmos no existía. Era una completa farsa, una alucinación que los ayudaba a los dos a escapar de una realidad que nunca cumpliría con sus expectativas.

Cada día que pasaba, Videl se daba cuenta un poco más de que Gohan había penetrado en su corazón de un modo tan especial que incluso le daba miedo verbalizar, pero también de que visualizarse como pareja con perspectivas de futuro era una meta imposible de alcanzar.


A Gohan no le costó demasiado acostumbrarse al nuevo trabajo en la facción Z. Rellenar informes era una constante, pero le resultaba entretenido. Apenas habían hecho salidas en las dos primeras semanas, ya que la instrucción al principio era fundamentalmente teórica, pues los saiyajin seleccionados debían aprender a usar sistemas informáticos complejos, que a él no le supusieron ningún reto.

Harían una misión al mes, en la que estarían dos días fuera. No se encargarían de las conquistas a otros planetas, porque esa función pertenecía a otro escuadrón mucho más numeroso, que era el grueso del ejército saiyajin. La participación en las misiones dependería del desempeño de cada uno. La lógica de los saiyajin era así: se premiaba con lo más práctico.

A pesar de la cantidad ingente de trabajo, Gohan seguía entrenando prácticamente a diario con su abuelo y se encargaba también de supervisar que Goten no tuviera ningún problema. Quería, además, ser testigo directo de su progreso. Tenía potencial. Y, aunque Gohan se quería alejar cada vez más de la violencia, no podía negar que una corriente eléctrica le recorría la espina dorsal en los combates de entrenamiento o cuando observaba las capacidades de su hermano.

Ya había podido obtener información sobre los comandos de las naves, ya que esa era teoría que debían conocer. Había una forma de apagar el dispositivo de rastreo, que indicaba la ubicación de la nave en cuestión en todo momento. Para hacerlo, había que memorizar un comando larguísimo de números, que Gohan ya tenía controlado y que se repetía en la memoria al menos cuatro veces al día para que no se le olvidara.

Además, pronto participaría en pruebas de selección que no eran tan duras como los exámenes de acceso que había pasado, pero que le permitirían acceder a los archivos clasificados. Entonces, por fin podría conocer las coordenadas de los planetas en los que los saiyajin no podían tener control porque sus sociedades eran tan avanzadas que podían plantarles cara y también investigar un poco sobre aquellos que quedaban fuera de su radar. Tal vez la segunda opción era más segura, pues nunca se podía saber cuándo caerían esos planetas que a priori se podían defender de los saiyajin, que eran una raza que mejoraba sus habilidades tras cada golpe, especialmente tras estar al borde de la muerte.

Había algún compañero interesante en la facción. Además, estaba Zucch, al que ya conocía bien. Le contó que el asterisco que estaba junto a su nombre en el tablón de seleccionados significaba que no podía salir de las instalaciones, así que no haría misiones. Aquello tenía sentido, pues el joven era débil, pero extremadamente inteligente para ignorar todo lo que podría aportar.

También le había llamado la atención una hembra que vivía cerca de su casa. Lo sabía porque la había visto haciendo el mismo recorrido de vuelta a casa, pasando por la suya de largo y girando en una calle a la izquierda. Se llamaba Celery, tenía el pelo por la cintura y desordenado y bastante carácter, pero se notaba que le gustaba ayudar a los demás. Era buena compañera y eso era tan raro de ver entre los saiyajin que lo agradecía mucho.

Estaba seguro de que le encantaría a su abuelo y probablemente, en otras circunstancias, él mismo se plantearía proponerle un acercamiento y, quién sabe, incluso emparejarse con ella.

Pero ni siquiera lo veía como una remota posibilidad en su presente, porque el amor que sentía por Videl llenaba cada recoveco de su alma. Además, todo lo que estaba haciendo era por ella, exclusivamente para sacarla de allí, y no se iba a desviar de su cometido.

Videl y él estaban, en cierto modo, en un limbo. Su relación, por razones más que comprensibles, no podía avanzar. Estaba estancada y aquello a Gohan le producía una frustración intensa que se estaba convirtiendo poco a poco en una obsesión.

Entendía que su madre los alertara de que no podían mostrar abiertamente su vínculo, porque quería protegerlos, salvaguardar su integridad sobre todo, pero no podía negar que le daba cierta rabia que interrumpiera cada mínimo acercamiento que intentaba cuando tenía a Videl al lado.

Aun así, sabía que no tenía la culpa. Al contrario, de hecho, porque lo que hacía era solo para que nadie los descubriera. Pero en las últimas semanas era cierto que la clandestinidad lo tenía sobrepasado y la impaciencia cada día se hacía más presente.

De todas formas, era feliz y, como una vez le mencionó a su madre, como nunca lo había sido en toda su vida. Amaba a Videl profundamente y percibía que aquel sentimiento era recíproco por fin, porque cada vez le costaba más irse de su cama por las noches y su semblante se volvía un oasis lleno de paz cada vez que se cruzaban, aunque fuera durante un breve instante.

Continuó archivando unos documentos con minuciosidad hasta que escuchó la puerta abrirse. Era Zucch, que le traía tres carpetas más para archivar. Gohan lo miró con cara de resignación cuando le informó de la ampliación de la tarea, pero al menos su compañero lo ayudaría y podría cruzar algunas palabras con alguien, porque por allí no había nadie a quien le gustara especialmente conversar.

—Hoy estoy muy cansado. Estoy deseando volver a casa —le comentó el chico.

—¿Con quién vives? —le preguntó Gohan para seguir la conversación.

—Con mi madre y mis dos hermanas. Son más pequeñas que yo. ¿Tú tienes hermanos, Gohan?

—Sí, uno pequeño. Nos llevamos bastantes años. Es un terremoto, la verdad —rio Gohan—. También vivo con mis padres y mi abuelo. Bueno… y con Videl.

—¿Quién es Videl? —cuestionó con recelo, porque su tono de voz había sido un tanto vacilante al pronunciar su nombre.

—Videl es una chica que ayuda a mi madre con las tareas domésticas. Es humana, como ella.

—¿Eres mestizo? —le preguntó con curiosidad—. No se te nota.

—Ya, es que los humanos son muy parecidos a nosotros. Idénticos diría, pero sin cola.

—Ah, es que nunca he visto uno.

Gohan endureció un poco su rostro. Era curioso que la raza humana para algunos saiyajin ni siquiera tenía un aspecto definido y estaba completamente seguro de que cualquier humano podría identificarlos a ellos, probablemente desde el dolor y el odio.

—Entonces, ¿esa chica es familiar de tu madre?

—No exactamente… —profirió Gohan, porque no quería calificarla como una esclava—. Digamos que tiene una condición legal especial.

—¿Es una esclava? —abordó Zucch directamente y Gohan lo fulminó con la mirada solo por pronunciar la palabra, girándose para encararlo—. Quiero decir…

Gohan suspiró y el joven se quedó en silencio. Lo que había dicho Zucch era nada más y nada menos que la realidad, pero le hervía la sangre al constatarla.

—Discúlpame. Sí lo es. Pero en casa no la tratamos como si lo fuera. Mi abuelo solo la trajo para que ayudara a mi madre, porque tenía mucho trabajo con tantos machos por allí. Antes vivía mi tío también con nosotros.

—Entiendo —dijo Zucch y asintió lentamente.

Gohan volvió a centrar su atención en los documentos que tenía que archivar. Tal vez ni siquiera debería haber mencionado a Videl delante de alguien que no fuera de su familia, pero no quería obviarla, porque ella existía y de hecho era una parte imprescindible de su vida.

Por otro lado, ser tan cortante con su compañero al hablar de ella había puesto de manifiesto que algo raro sucedía entre los dos. No quería que pensara que se sobrepasaba con Videl, pero era mejor que supusiera eso a que descubriera que estaban juntos.

Tras algunos minutos de silencio, Zucch cambió de tema y volvieron a retomar la conversación. Su ánimo mejoró notablemente y lo que le quedaba de jornada laboral se le pasó rápido.

Cuando los dos acabaron, se despidieron y Gohan salió del edificio después de recoger sus pertenencias y la identificación que le servía para entrar y salir. En la puerta vio a Celery, que también salía para irse a casa.

—¡Hasta mañana! —le dijo Gohan con simpatía.

La chica, de un momento a otro, se le acercó. Él, algo confundido, detuvo sus pasos.

—Oye, he visto que vives cerca de mí. ¿Volvemos a casa juntos?

Gohan asintió, porque le parecía una buena idea. Quería tener buena relación al menos con algunos de sus compañeros, aunque sabía que serían pocos. Le daba igual que fuera una hembra, porque no tenía ojos para ella y Celery no parecía estar interesada en él.

Bardock, por suerte, estaba fuera de casa y no podría verlos juntos. Si fuera testigo de que volvían en compañía a casa se haría ideas equivocadas y no quería reavivar sus insistencias.

El camino era corto, pero hablaron bastante. Celery era alguien interesante. No le resultó raro no habérsela cruzado en el vecindario antes, porque él no salía mucho; de pequeño, no le dejaba su madre y, cuando se fue haciendo mayor, solo iba a entrenar. Era interesante que hubiera saiyajin como él, más abiertos a ser sociables y a interesarse por el conocimiento. Y hasta donde él sabía, tanto Zucch como Celery eran saiyajin puros, así que eran casos más inusuales aún.

Llegaron antes a su casa, así que se despidieron y Gohan por fin entró. No podía negar que estaba cansado, pero le gustaba mucho su nuevo trabajo.

Fue a ducharse rápidamente tras saludar a Videl y a su madre y después cenó con su familia. Esa noche le había dicho a Videl que se reunieran en el jardín un rato porque Bardock no estaba y ella aceptó.

Cuando sus padres y su hermano se fueron a dormir, se dirigió directamente hacia allí y se sentó en la hierba, esperando a que ella llegase. No tardó en hacerlo y, en cuanto sintió que se sentaba a su lado, se giró, acunó su rostro entre las manos y la besó con desesperación.

Estar horas sin verla era como experimentar una tortura, pero besarla le producía una sensación increíble, porque todas sus dudas, sus miedos y la incertidumbre de si sus planes saldrían bien se disipaban al instante, con un solo roce de sus labios.

Tras besarse algunos minutos, ambos se quedaron mirando al cielo.

—¿Cómo te va en el nuevo trabajo?

Gohan sonrió. Ya era una tónica general que Videl se interesara por él.

—Muy bien. Es cansado, pero estoy muy contento. Eso sí, a lo mejor tengo que hacer misiones más seguido.

—¿Pero muy largas?

—No, solo de un par de días. ¿Me echarás de menos?

Videl le sonrió en silencio, sin atreverse a contestar, y Gohan se maldijo porque una de sus reglas principales era no insistirle para que verbalizara sus sentimientos para no atosigarla.

—Sabes que sí —le respondió tras esa breve pausa que al semisaiyajin le resultó tan dramática.

Exaltado por la respuesta, la besó de nuevo. Le acarició la cintura y, justo cuando iba a proponerle que se fueran a la habitación, Videl le volvió a hablar.

—¿Quién es la chica con la que has vuelto a casa?

Gohan palideció. Se separó de ella y la miró. Su rostro parecía imperturbable, a pesar de que su nerviosismo había aumentado hasta los límites más elevados tras escuchar esas palabras.

No había contado con que Videl los pudiera ver a Celery y a él juntos.

—Te prometo que es solo una compañera —dijo apresurándose, casi de forma atropellada.

En la oscuridad de la noche, observó que el gesto de Videl no cambiaba.

—Es muy guapa.

—No me importa.

—¿Por qué no le pides una cita?

—¿Qué...? —musitó Gohan.

La decepción lo abrumó y su preocupación inicial, que era que Videl se hubiese puesto celosa, le pareció la mejor opción. Deseaba con todas sus fuerzas que así hubiera pasado y que no le hubiese planteado algo como eso. Videl conocía de primera mano sus sentimientos, podía suponer que le dolía que le dijera eso y aun así lo había hecho.

—Bueno, parece que os lleváis bien.

Gohan frunció el ceño y se levantó. Ella lo imitó y finalmente la encaró con rabia.

—¿Todavía no te has dado cuenta de que no quiero estar con nadie que no seas tú?

Videl sonrió y Gohan sintió cómo su estómago se contraía. Le acarició el mentón despacio, con el cariño que siempre le mostraba en sus suaves caricias, pero no pudo percibir el gesto como una muestra de amor por la angustia que lo recorría completo.

—Gohan, sabes que tú y yo no podemos estar juntos. Lo mejor para ti sería que buscaras a alguien.

—No quiero hacer eso —afirmó, posando la mano sobre la suya, que descansaba ahora en su mejilla izquierda.

—No se trata de lo que quieras, se trata de que yo soy una esclava y no lo podemos olvidar. ¿Y si tu abuelo decide venderme?

—No lo haría.

—No lo sabes —razonó Videl con tristeza.

—Sí lo sé. No dejaré que nada ni nadie nos separe —le dijo y después notó una lágrima recorriéndole la mejilla—. ¿Es que no te importo ni lo más mínimo, Videl? ¿Es que no sabes que te quiero?

—Gohan, yo…

Videl no pudo terminar la frase. Frunció los labios, cesó el contacto y se quedó mirando al suelo. La vio temblar, así que le alzó el rostro y le limpió las lágrimas de las mejillas, que bajaban con premura hasta llegar a su cuello.

Entonces, ella lo abrazó sin previo aviso y Gohan no dudó en envolverla entre sus brazos y darle el consuelo que necesitaba. Entendía que tuviera esos pensamientos porque no conocía su plan, porque no sabía que la meta era escapar para poder estar juntos.

Videl era una persona práctica y sabía que podía moldear su coraza a voluntad. Así que, probablemente, al verlo ese día relacionándose con una mujer saiyajin por primera vez, habría pensado que ella lo podría liberar de las cadenas que esa relación le suponía.

Pero estaba completamente equivocada, porque Gohan no había experimentado sensación igual de libertad que estando junto a ella.

—Ya te lo dije, Videl, que yo te voy a sacar de aquí.

La chica cortó el abrazo y se separaron ligeramente. Sus ojos azules brillaban intensamente incluso en la penumbra de la noche. Sus manos, agarradas con fuerza a la parte trasera de su camiseta, parecían temblar. Nunca la había visto tan vulnerable y, aunque al principio no le gustó el rumbo de la conversación, estaba seguro de que supondría un punto de inflexión en su relación.

—Pero eso es imposible.

—¿Confías en mí? —le preguntó, y sus recuerdos se fueron directamente a la primera noche que habían pasado juntos, al momento exacto en el que ella le formuló esa pregunta.

—Sí —respondió sin titubear siquiera.

—Ahora mismo no te puedo contar mucho más, pero te estoy diciendo esto totalmente en serio, Videl. Pronto, nos iremos de aquí.

Videl volvió a abrazarlo mientras asentía y sollozaba contra su pecho. Logró calmarla con algunas caricias y después le besó los labios. Incluso le pidió perdón entre susurros por su reacción y él le dijo que no se preocupara por nada.

No quería informarle de sus planes tan pronto, pero tampoco que ella se planteara la idea de que estar juntos no era siquiera una posibilidad.


Continuará...


Nota de la autora:

Pues por aquí os dejo la actualización. Me gusta mucho el peinado de Videl de dbs así que decidí dárselo. Yo soy de las que la prefiere con pelo corto.

Por otro lado, ya sabemos por qué Bardock no soporta estar con Goten. A ver si esto cambia con un poquito de interacción.

Y ay mi Videl, está tan segura de que será para siempre esclava que ha intentado apartar a Gohan. En el próximo os cuento qué pensó ella y avanzaremos con más cositas la trama. Ya tiene algo de información de que Gohan quiere liberarla peeeero aún quedan asuntos que desarrollar.

Por cierto, me comentaron que había algunos problemillas con un capítulo, pero revisé y estaba todo bien. La página a veces tiene fallitos porque está viejita jaja pero muchas gracias por avisar.

Muchísimas gracias por leer y especialmente a los que dejan comentarios. Me hacéis siempre muy feliz.

Espero que todo vaya estupendo y que nos podamos leer el mes que viene.

¡Hasta la próxima!