Hermione se removía en su asiento, impaciente. Malfoy llevaba un rato con el Sombrero Seleccionador en la cabeza, lo cual era extraño. Recordaba que en su primer año, apenas el viejo sombrero había tocado su cabeza, había gritado "¡Slytherin!" de inmediato. No es que ella se hubiera fijado en él en ese momento, por supuesto… solo había estado atenta a toda la ceremonia. Sí, eso.
El repentino grito del Sombrero la sacó de sus pensamientos.
—¡GRYFFINDOR!
El Gran Comedor estalló en vítores y aplausos, igual que cuando ella misma había sido elegida para la casa de los leones… aunque con una pequeña diferencia: los merodeadores no celebraron.
Hermione sintió un vuelco en el estómago. No. No podía ser cierto. Draco-Malfoy-Odio-Gryffindor no solo había quedado en su misma casa, sino que ahora iban a compartir sala común, clases… Todo. Debía haber un error. Esa serpiente no tenía nada que Godric Gryffindor apreciara.
Buscó su reacción y su expresión fue un poema. Primero abrió tanto la boca que parecía capaz de tragarse una sandía entera. Luego, sus ojos se desorbitaron como si hubieran visto un fantasma. Su piel, ya de por sí pálida, se tornó aún más blanca… hasta que empezó a cambiar de color: primero morado, luego verde, azul y, finalmente, rojo de furia.
Draco parpadeó varias veces. Debió haber oído mal.
No.
Imposible.
Él era el Príncipe de las Serpientes. Un Malfoy. Un Black por sangre. La élite de la élite. No podía estar en Gryff—No. Ni siquiera podía pensar la palabra. Su estómago se revolvió con náuseas.
Los vítores le sonaban lejanos, como si no fueran reales. Cuando volteó a la mesa de su verdadera casa, Slytherin, lo que vio lo hizo estallar. Sus antiguos compañeros le lanzaban miradas de asco.
¿A él? ¿Al Rey de Slytherin?
Se puso de pie de golpe, arrancándose el Sombrero con furia.
—¡Debes estar defectuoso! —gruñó, golpeando el viejo objeto con el puño—. ¿Cómo te atreves a mandarme a esa maldita y estúpida casa?
Con cada palabra, le daba otro golpe. Pero eso no era suficiente. Sacó la varita de su túnica y bramó:
—¡INCENDIO!
Las llamas comenzaron a devorar el Sombrero, pero antes de que pudiera arder completamente, Draco lanzó un Aguamenti con fastidio y lo apagó. Se lo volvió a calzar en la cabeza, con los labios crispados por la furia.
—Espero que hayas pensado con claridad, sombrero. ¿En qué casa voy?
El Sombrero, con total calma, respondió:
—Antes solo pensaba que deberías estar en Gryffindor, pero ahora me queda claro que perteneces aquí. Solo alguien con mucho coraje se atrevería a incendiarme en medio del Gran Comedor.
Draco apretó los dientes con tanta fuerza que casi crujieron. Iba a volver a golpear al Sombrero cuando una mano firme se lo arrebató de un tirón.
Se giró bruscamente. La profesora McGonagall lo fulminaba con la mirada.
—Joven Dumbledore —dijo con voz gélida—, ¿se puede saber qué le pasa? Es completamente inaceptable que maltrate nuestro legendario Sombrero Seleccionador.
Draco sintió que su rabia volvía a hervir. ¿A quién demonios le importaba ese trapo viejo parlante? ¡Lo importante era que lo habían mandado a la casa equivocada!
—Pues, déjeme decirle, profesora —escupió cada palabra con ironía—, que su legendario Sombrero ya no sirve. Yo no soy un Gryffindor. Yo soy una serpiente.
Dicho eso, giró sobre sus talones y salió del Gran Comedor, furioso, despotricando contra "los malditos sombreros legendarios".
———
Hermione seguía en shock. Primero, Malfoy quedó en Gryffindor. Luego, incendió el Sombrero. Y ahora, había salido de allí hecho un energúmeno.
Definitivamente, Malfoy se había vuelto loco.
Alzó la mirada y se dio cuenta de que todos la estaban observando. Oh. Cierto. Para el resto del colegio, eran hermanos.
Suspiró. Quería ignorarlo y seguir comiendo, pero… ¿a quién engañaba? No era así. Su conciencia le pateaba el estómago por dentro.
Se levantó con la mayor discreción posible, aunque fue inútil: todas las miradas la siguieron hasta que salió por las puertas del Gran Comedor.
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En la mesa de Gryffindor
—Eso fue épico —dijo Marlene McKinnon, los ojos azules brillando de emoción—. ¡Quiero conocer al rubio!
Alice Fortescue rodó los ojos.
—Mar, ¿te lo han dicho? Estás completamente loca.
—Alice tiene razón —intervino Lily Evans, horrorizada—. ¡Golpeó al Sombrero Seleccionador!
—Bueno, sí —admitió Marlene, arrugando el ceño—, pero fue épico, eso tienes que aceptarlo.
—Épico, sí. Pero no por una buena razón —rezongó Lily.
Marlene suspiró. Sabía que su amiga era testaruda como una mula, así que decidió cambiar de tema.
—¿Vieron a la chica? Su hermana. Parecía feliz de estar aquí.
Alice asintió.
—Es obvio, ¿no? Si tienen el mismo apellido y el profesor Dumbledore solo tiene un hermano…
Lily, por su parte, parecía pensativa.
—Me gustaría conocerla.
—¿A Hermione o a su hermano psicópata incendiario? —se burló Marlene.
—A ella, por supuesto.
Alice rió.
—Hablando de conocer gente, Alice… ¿Cómo va lo tuyo con Frank?
La castaña se puso tan roja como el cabello de su amiga.
—¡Lily!
Marlene estalló en carcajadas. Lily podía ser muy entrometida.
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—¿¡Cómo que ese está en Gryffindor!? —Sirius Black seguía despotricando, gesticulando exageradamente—. No lo queremos aquí. ¡Que se largue con sus queridas serpientes!
James suspiró, harto de escucharlo. Solo había una manera de callarlo:
—Lunático, ¿cuándo ponemos en marcha nuestra broma?
Funcionó.
Sirius dejó de hablar inmediatamente y se inclinó hacia adelante, interesado.
—Hoy sería perfecto —dijo Peter.
—No, hoy no, Colagusano. Es luna llena —respondió Remus con paciencia.
—Oh, cierto —dijo Canuto, riendo—. Hoy vamos a convertirnos en cazadores de hombres lobo.
Los cuatro amigos se echaron a reír por la tontería.
———
Hermione finalmente encontró a Malfoy, no sabia como no lo habia pensado antes, la Torre de Astronomía tenía sentido.
Se detuvo en la entrada y lo observó en silencio.
Malfoy estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared de piedra, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás. Su respiración era tranquila, pero la tensión en su mandíbula y la forma en que sus puños descansaban apretados contra sus rodillas delataban su rabia contenida.
Por primera vez, Hermione lo vio sin su máscara de arrogancia. Sin la burla en los labios, sin esa mirada altiva que usaba como escudo. Era celestial.
Pero entonces él abrió los ojos, y en cuanto la vio, su expresión cambió en un parpadeo.
—Vaya, vaya… —murmuró, con su sonrisa burlona de siempre—. ¿Admirándome, Granger? No lo hagas tanto, que me gasto.
Hermione resopló con fastidio, cruzándose de brazos.
—No te hagas ilusiones, Malfoy. Solo pensaba en lo que tendré que soportar de ahora en adelante.
Draco dejó escapar una carcajada seca.
—Créeme, Granger. Si alguien está sufriendo aquí, soy yo. ¿Te das cuenta de lo que ha pasado? ¡El Sombrero Seleccionador se ha vuelto loco!
Hermione alzó una ceja.
—No parece que lo estuviera cuando me puso en Gryffindor.
—¡Por eso mismo! —exclamó Draco, exasperado—. ¡Tú eres una sangre sucia! ¡Claro que ibas a estar en Gryffindor!
Hermione sintió una punzada de enojo, pero no se dejó llevar. Solo lo miró con la expresión más indiferente que pudo reunir.
—Qué interesante, Malfoy. Porque hasta donde sé, ahora tú y yo somos iguales.
Draco sintió el golpe como una bofetada. No porque fuera mentira, sino porque lo era.
No. No podía ser igual a ella. No podía ser un Gryffindor.
Se puso de pie de golpe, acortando la distancia entre ellos.
—Escúchame bien, Granger —dijo, con los dientes apretados—. No sé qué está pasando, pero yo no soy un Gryffindor. Esto es un error. Yo pertenezco a Slytherin.
Hermione no se movió ni un centímetro. Mantuvo la mirada firme.
—Díselo al Sombrero. Ah, espera… ya lo hiciste.
Draco la fulminó con la mirada.
—Eres insoportable.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa ladina—. Lo tomo como un halago, hermanito.
La furia en los ojos de Draco se encendió como un incendio.
—No me llames así.
—¿Por qué? ¿No es cierto? —Hermione ladeó la cabeza con falsa inocencia—. ¿O acaso el honorable Draco Malfoy tiene miedo de aceptar que ahora es un Dumbledore?
Draco cerró los puños con tanta fuerza que le dolieron los nudillos.
—Tú no entiendes nada, Granger.
—Ilumíname, entonces.
El silencio que siguió fue pesado. Draco la miró fijamente, como si estuviera debatiéndose entre responder o simplemente largarse.
Hermione suspiró.
—Escucha, Malfoy… —su voz sonó un poco más suave—. Sé que esto es difícil para ti. Pero ya está hecho. Eres un Gryffindor. No importa cuánto te resistas, lo eres.
Draco desvió la mirada hacia la noche. Las luces del castillo titilaban a lo lejos, y el viento fresco agitó su túnica.
—Nunca seré un Gryffindor —susurró.
Hermione lo miró por un momento antes de responder, con una sonrisa irónica en los labios.
—Claro que lo eres. Si no, no estarías aquí.
Dicho eso, se giró y salió de la torre, dejándolo solo con sus pensamientos.
Draco miró el punto donde ella había estado y, por primera vez en su vida, no supo qué responder.
