Capítulo 22

Kagome ajustó el nudo de sus zapatillas de ballet con manos temblorosas, respirando profundamente para calmar los nervios. Había esperado este momento durante mucho tiempo, y ahora estaba a punto de enfrentarse al panel de jueces que decidirían su futuro. Su mirada se desvió hacia el espejo, donde vio su reflejo: una mujer decidida, con el cabello recogido en un moño impecable y vestida con un sencillo leotardo negro que acentuaba su figura esbelta.

En la sala de espera, las otras bailarinas murmuraban entre sí, pero Kagome se mantuvo al margen. Recordó las palabras de su tía: "Baila como si nadie estuviera mirando, pero siente como si todo el mundo lo estuviera haciendo". Giró lentamente el anillo en su dedo, sintiendo el peso simbólico de la promesa que representaba. Había aceptado ese compromiso con el corazón lleno de amor, pero también con una firme determinación de no dejar de lado sus propios sueños.

—Señorita Higurashi, es su turno —anunció una asistente, asomándose por la puerta.

Kagome se levantó, respirando hondo. Al entrar al auditorio, la luz de los reflectores le cegó momentáneamente, pero pronto sus ojos se acostumbraron. Únicamente acudieron Kate, Rachel y Annie al casting para demostrarle su apoyo, lo cual agradeció. Frente a ella, sentados tras una larga mesa, estaban los jueces. Había tres: una mujer de cabello castaño, la reconoció al instante. A su derecha, un hombre mayor con gafas redondas y por último una mujer más joven.

La juez que reconoció la observó con atención. Kagome sintió una punzada de reconocimiento: era Margot Dubois, una crítica de danza que había estado presente en el casting que tuvo en Londres justo el mismo día de su accidente.

— Que gusto verla de nuevo señorita Higurashi —con una ligera sonrisa. —¿Está preparada?

Kagome sostuvo la mirada de Margot Dubois, sintiendo una mezcla de nervios y determinación. Ahora, estaba decidida a demostrar que no solo había superado ese momento, sino que se había convertido en una bailarina más fuerte y apasionada.

—Sí, estoy lista —respondió Kagome con voz firme, aunque su corazón latía con fuerza.

—Bien —dijo Margot, cruzando las manos frente a ella. —Recuerdo que tenías potencial, pero también algo de inseguridad. Espero que hoy veamos a una mujer segura y decidida.

Kagome ascendió, sin dejarse intimidar. Se colocó en el centro del escenario, mientras el técnico de sonido ajustaba la música.

Cuando los primeros acordes comenzaron a llenar la sala, Kagome cerró los ojos, dejando que la música la envolviera. Sus movimientos eran fluidos y llenos de gracia, cada giro y salto narraban una historia de superación. La conexión entre su cuerpo y la música era palpable, y la sala entera parecía contener el aliento mientras ella bailaba. Cada paso era una declaración: estaba allí no solo para cumplir un sueño, sino para reclamar el lugar que siempre había sido suyo.

La última nota resonó, Kagome mantuvo su pose final, con los brazos extendidos y la cabeza alzada. El silencio que siguió fue abrumador, pero no se dejó intimidar. Respiró profundamente, esperando el veredicto.

Margot fue la primera en romper el silencio. Dio un pequeño aplauso y luego se inclinó hacia adelante.

—Eso fue... extraordinario, señorita Higurashi. —Sus ojos brillaban con aprobación. —Es evidente que no solo ha trabajado en su técnica, sino también en su conexión emocional con la danza.

El juez mayor asintió, ajustándose las gafas.

—Estamos viendo a una artista completa.

Kagome sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero las contenía.

—La decisión se la haremos llegar en el transcurso de la tarde —comentó la juez más joven—Gracias.

La cafetería de Sam estaba llena de un ambiente cálido y acogedor, con el aroma del café recién hecho mezclándose con la risa y las voces de sus amigas. Kagome se sentó en una mesa junto a Kate, Rachel y Annie, quienes habían estado a su lado durante el casting, dándole el apoyo que tanto necesitaba.

—¿Ves? Te lo dije —dijo Annie con una sonrisa traviesa mientras tomaba un sorbo de su latte— Estoy segura de que quedaron fascinados con tu presentación.

—Y con razón —añadió Rachel, mirándola con orgullo—. Fue absolutamente espectacular.

—No importa lo que decidan, ya eres una estrella. — comentó Sam, dejando un platillo con postres.

Kagome sonrió tímidamente, aunque el nudo en su estómago no desaparecía. Sus amigas habían sido un apoyo invaluable, pero la incertidumbre del resultado todavía la tenía en vilo.

—Gracias, chicas. No saben cuánto significa esto para mí. —Suspiró, jugando con el anillo en su dedo—. Solo espero que todo este esfuerzo valga la pena.

—Por supuesto que lo vale —dijo Kate con firmeza—. Este es solo el comienzo de algo increíble para ti.

Annie, siempre buscando aligerar el ambiente, levantó su taza y exclamó:

—¡Propongo un brindis! Por Kagome, la futura estrella del ballet internacional.

Todas levantaron sus tazas, chocándolas con entusiasmo.

—¡Por Kagome!

La tarde transcurrió entre risas, recuerdos y palabras de ánimo. Aunque todas sabían que la llamada con el resultado era inminente, ninguna mencionó el tema, prefiriendo centrarse en disfrutar el momento juntas.

De repente, el teléfono de Kagome vibró sobre la mesa, rompiendo el bullicio. Todas se quedaron en silencio, sus miradas fijas en el móvil.

—¿Es...? —preguntó Kate, sus ojos abiertos de par en par.

Kagome asintió lentamente, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza. Con manos temblorosas, tomó el teléfono y aceptó la llamada.

—¿Señorita Higurashi? —dijo una voz profesional al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo —respondió, su voz apenas un susurro.

—Llamamos para informarle que ha sido seleccionada como la protagonista de nuestra gira internacional. ¡Felicidades!

Un grito ahogado escapó de Kagome, mientras sus amigas estallaban en aplausos y vítores.

—Gracias... muchas gracias —logró decir, sus ojos llenos de lágrimas.

Cuando colgó, las chicas la rodearon en un abrazo colectivo, sus risas y gritos llenando la cafetería.

—¡Lo sabía! —exclamó Annie, saltando de alegría

Kagome, con lágrimas de felicidad rodando por sus mejillas, las abrazó con fuerza. En ese momento, supo que no habría llegado tan lejos sin ellas. Dejó que la felicidad la envolviera, sabiendo que este era el comienzo de un nuevo capítulo en su vida. Aunque en el fondo de su ser deseaba que Inuyasha estuviese allí para compartirlo con él.

Esa noche, Kagome regresó a su apartamento con el corazón lleno de emociones encontradas. La felicidad por haber conseguido el papel principal se mezclaba con la tristeza de despedirse de la ciudad y las personas que tenían significado tanto para ella. Le envió un mensaje a Edward, después de todo él fue parte principal de todo esto. Su mensaje de felicitación no se hizo esperar. En gran parte sentía nostalgia al saber que no se volverían a ver. Había demostrado ser un gran amigo del cual estaba agradecida.

El cansancio del día comenzaba a notarse en sus hombros. Miró el reloj: las once de la noche, lo que significaba que en Londres ya era madrugada. Cambió su atuendo por un pijama cómoda, dispuesta para dormir.

El sonido del teléfono vibrando sobre la mesa rompió el silencio. Salió del baño con el cepillo de dientes en la mano. Al ver el nombre "Inuyasha" en la pantalla, su corazón dio un salto. No esperaba escucharlo, y mucho menos a esa hora.

— ¿Tienes idea la hora que es? – preguntó ella.

— ¿Temprano?

Una risa se escapó de sus labios. Escuchar su voz le recargaba el alma de energía.

—No podía dormir —confesó él, su voz baja, casi un susurro—. Y cuando no puedo dormir, me da por pensar.

—Ah, ¿sí? —Kagome arqueó una ceja, divertida—. ¿Y qué pensamientos atormentan a Inuyasha Taisho tan temprano?

Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, seguido de una risa baja.

—De toda clase y en cada uno tú eres la protagonista.

El corazón de Kagome dio un vuelco. Aunque sabía que él tenía esa capacidad de desarmarla con palabras, no estaba preparada para la intensidad que sentía en su voz.

—¿Yo? —intentó sonar indiferente, pero su voz tembló ligeramente.

—Si. Me pregunto cómo estás, qué haces... —Inuyasha hizo una pausa, y su tono adquirió un matiz más travieso—. Que usas en estos momentos para irte a dormir.

Kagome se mordió el labio, sintiendo el calor subirle al rostro.

—Eso no es asunto tuyo

— ¿Estás en pijama o todavía con la ropa de día? —insistió él, disfrutando de su incomodidad

Kagome enrojeció agradeciendo porque no estuviera él para verla.

—¿Sabes? Eres imposible —dijo finalmente, cruzando los brazos mientras sonreía.

— ¿Imposible? —repitió él, fingiendo indignación—. Eso suena a un cumplido en mi idioma.

—Eres incorregible —añadió ella, rodando los ojos con afecto.

—Y tú sigues siendo testaruda. Supongo que algunas cosas nunca cambian.

Ambos rieron, y el silencio que siguieron estuvo lleno de una comodidad familiar, como si los kilómetros que los separaban se desvanecieron por un instante.

—Te extraño —admitió Inuyasha de repente, con una sinceridad que desarmó a Kagome.

—Yo también te extraño —susurró ella, su voz cargada de emoción.

Por un momento, ninguna palabra fue necesaria. Ambos permanecieron en silencio, compartiendo la conexión que siempre habían tenido, incluso a la distancia.

—No me hagas esperar demasiado para verte, Kagome —dijo finalmente Inuyasha, rompiendo el silencio con un tono que mezclaba deseo y ternura.

Ella se enojó, mordiéndose el labio mientras jugueteaba con el cable del cargador de su teléfono.

— ¿Qué harías si te tuvieras frente a mí ahora mismo? —preguntó, su tono ligeramente travieso, retándolo.

La risa baja de Inuyasha resonó al otro lado de la línea, como un susurro cargado de promesas.

—Eso depende... ¿Estás segura de que quieres saberlo? —replicó él, con esa confianza que siempre lograba desarmarla.

Kagome dejó escapar una risita, apoyándose contra la encimera.

—Estoy sola en mi apartamento y es casi medianoche. Creo que puedo soportarlo.

Podía escucharlo respirar al otro lado de la línea, una exhalación profunda y contenida que le erizó la piel.

—Te haría sentarte en esa encimera desde donde seguramente me estás escuchando —continuó él, su voz baja y tentadora—. Y me aseguraría de que no pudieras pensar en nada más que en mis manos.

Kagome sintió un calor envolvente subirle por la espalda, un cosquilleo que se instaló en su nuca y bajó lentamente hasta la base de su columna. Era la forma en que él hablaba, en que sus palabras parecían envolverla como un hilo invisible que la ataba a su voz.

Podía imaginarlo inclinándose sobre ella, con esa sonrisa pícara que tanto la desarmaba, susurrándole justo en el oído, su voz gruesa y provocadora deslizándose como un veneno dulce que la hacía estremecer.

Kagome se apoyó más contra la encimera, su corazón latiendo con fuerza mientras jugaba con el cable del teléfono. Cerró los ojos un instante, dejando que su mente la traicionara con imágenes demasiado vívidas. Inuyasha a su lado, sujetándola de manera posesiva de las caderas para subirla a la encimera.

Un jadeo se escapó de sus labios.

— ¿Y después?

Inuyasha dejó escapar una risa suave, cargada de malicia, disfrutando de la provocación de Kagome.

—Después... —su voz bajó aún más, haciéndola estremecer a pesar de la distancia—, tomaría mi tiempo explorando cada centímetro de ti. No dejaría que ni una sola parte de tu piel se sintiera olvidada.

Kagome se apoyó más contra la encimera, su corazón latiendo con fuerza mientras jugaba con el cable del teléfono.

—¿Así que eso harías? —dijo, su tono mezclando curiosidad y un dejo de desafío.

—Eso y más —respondió él, sin titubear—. No dejaría que cerraras los ojos ni un segundo. Quiero que recuerdes cada momento, cada caricia.

Ella dejó escapar una risa nerviosa, pero no podía evitar que el calor subiera a sus mejillas.

—Vaya, parece que alguien ha estado practicando su discurso.

—No necesito practicar nada —replicó él con descaro—. Solo tengo que imaginarte ahí, como ahora, y todo lo demás fluye.

Kagome cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por el tono profundo y seductor de su voz. Pero no podía permitir que él tuviera la última palabra.

—¿Y si soy yo quien toma el control? —preguntó, su voz ahora más firme, cargada de un atrevimiento que sabía lo dejaría sin palabras.

Inuyasha se quedó en silencio por un segundo, pero luego soltó una risa baja, casi admirativa.

—Entonces, Kagome, creo que sería el hombre más afortunado del mundo.

Ella rio, satisfecha por haberlo desarmado momentáneamente.

—Eres imposible, Inuyasha.

—Y tú eres adictiva —respondió él, sin perder el ritmo—. No puedo esperar a que regreses.

Kagome suspiró suavemente, sintiendo como la conversación haba creado un puente entre ellos, a pesar de los kilómetros que los separaban.

—Me gusta cómo suenas cuando intentas provocarme —susurró ella, casi sin darse cuenta.

Inuyasha rio, pero esta vez su risa fue más baja, más pesada, cargada de intenciones que no necesitaban ser dichas en voz alta.

—¿Y cómo es eso? —murmuró él, su voz ahora con un matiz áspero, casi ronco.

—Como si me estuvieras imaginando justo frente a ti —susurró ella—. Como si me desearas tanto que ni siquiera puedes disimularlo.

Un silencio espeso se extendió entre ellos, interrumpido solo por la respiración de Inuyasha, ahora más profunda, más pesada. Kagome se mordió el labio, sintiendo un cosquilleo recorrerle la columna. Dios, realmente lo estaba imaginando.

—No tienes idea —contestó él, su voz apenas un murmullo cargado de promesas implícitas—. No tienes idea de todo lo que te haría si estuvieras aquí.

Kagome sintió un escalofrío recorrerle la piel. No era solo la distancia lo que la torturaba, sino el hecho de que cada palabra de Inuyasha se sentía tangible, real, como si él estuviera justo a su lado, como si con solo cerrar los ojos pudiera sentirlo.

La idea la hizo tragar saliva.

—Buenas noches, Inuyasha —murmuró, intentando recuperar el control de su respiración.

—Buenos días, Kagome —susurró él, y ella pudo jurar que podía escuchar la sonrisa en su voz.

Kagome dejó el teléfono sobre la encimera y se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo su corazón seguía latiendo con fuerza. La habitación estaba en silencio, pero su mente no lo estaba. Aún podía escuchar su voz, susurrando su nombre con esa mezcla de deseo y ternura que la dejaba desarmada. Cualquier distancia entre ellos se había desvanecido en esa conversación, como si por un instante hubiera podido sentirlo allí, justo a su lado, rozándola con la intensidad de sus palabras.

Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso. ¿Cómo podía alguien afectarla tanto sin siquiera tocarla? No era solo la forma en que él hablaba, ni el descaro con el que la provocaba. Era lo que escondía detrás de cada frase, esa emoción latente que se colaba entre la picardía, como si estuviera diciéndole sin decirlo cuánto la extrañaba, cuánto la quería. Kagome mordió su labio con fuerza y negó con la cabeza, sabiendo que dormir esa noche sería imposible.

Los meses siguientes fueron un torbellino de ensayos, preparación física y disciplina. Kagome se entregó por completo a la danza, perfeccionando cada movimiento, exigiéndose más allá de sus propios límites. La compañía era exigente, pero ella no se permitía fallar. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: la gran noche de estreno.

Finalmente, llegó el día. Su primera presentación sería en Nueva York antes de embarcarse en la gira internacional. El teatro estaba lleno, la energía en el ambiente vibraba con una mezcla de anticipación y emoción. Mientras se preparaba en el camerino, su estómago se encogía con los nervios, pero también con la certeza de que este era su momento.

Cuando salió al escenario, el mundo entero pareció desvanecerse. La música comenzó y Kagome se dejó llevar, su cuerpo moviéndose con la precisión y la pasión que había perfeccionado en cada ensayo. Cada giro, cada salto, cada expresión transmitía una historia, y el público quedó hipnotizado por su arte. Al final de la función, los aplausos fueron ensordecedores. Lágrimas de emoción nublaron su vista cuando salió para la última reverencia.

Entre la multitud, vio a Kate, Rachel y Annie aplaudiendo con entusiasmo. Sus amigas la habían acompañado desde el principio y estaban allí para verla brillar. Después de la función, se reunieron en la cafetería de Sam, como tantas veces antes.

—¡Fue increíble! —exclamó Kate, abrazándola con fuerza—. ¡Sabía que lo lograrías!

—Nunca tuve dudas —dijo Rachel con una sonrisa—. Fuiste espectacular.

Kate, con los ojos brillantes de emoción, sostuvo sus manos con cariño.

—Te vamos a extrañar, Kagome. Nueva York no será lo mismo sin ti.

El ambiente se tornó agridulce. Se rieron, compartieron recuerdos, pero todas sabían que esta sería su última reunión antes de que Kagome partiera de gira. Se abrazaron con promesas de volver a verse, con la certeza de que, sin importar la distancia, su amistad siempre estaría ahí.

Mientras revisaba el itinerario de la gira, su mirada se detuvo en la última fecha: Londres. Un cosquilleo recorrió su cuerpo al imaginarlo. No le había dicho nada a Inuyasha ni a sus padres, quería que fuera una sorpresa. Se preguntó cómo reaccionarían al verla en el escenario, sin previo aviso, como un regalo inesperado después de tanto tiempo.

Esa noche, Kagome miró la ciudad por última vez desde la ventana de su departamento. Suspiró con una mezcla de nostalgia y emoción. Era hora de seguir adelante, de continuar donde lo había dejado.


Hola, cuanto tiempo ¿Verdad?

Espero les haya gustado y de paso les comunico que esta historia podría ya llegar a su fin .

Bonito fin de semana