Buenos días, tardes o noches, esta es la tercera parte de la historia de Gray y Juvia.

Espero que les guste la historia, recuerden que son 4 libros y apenas vamos en el tercero.

Gracias por leer y espero les guste


Disclaimer: Tanto la historia como los personajes no me pertenecen todos los derechos a sus respectivos autores, yo solo los utilizo para mi diversión.


11.-Love Never Felt So Good

La cena era en el restaurante chino El rollito feliz, donde los homenajeados reunieron a veinte amigos y, entre risas y buen humor, cenaron y se divirtieron. Pero a Erza se le amargó un poco la velada cuando recibió un mensaje de su jefe del Hard Rock diciendo que le había cambiado el turno de tarde que tenía al día siguiente por el de mañana, por lo que tendría que madrugar. Aun así, decidió seguir de fiesta.

Sobre las once, se dirigieron hacia el Flashback, un local muy de moda. Allí trabajaba un amigo de Racer y los recibieron con champán para brindar por su aniversario. Después los pasaron a una zona reservada, donde se divirtieron de lo lindo. Bailaron, rieron y bebieron tantos cócteles como se les antojó. Sobre la una de la madrugada, todos excepto Erza estaban algo perjudicados y ella, al ver a sus amigos besándose en los sofás, salió del reservado y fue hasta la pista general para bailar.

Durante un buen rato bailó como una descosida, a pesar de lo mucho que le dolían los pies. Estar sin pareja tenía dos vertientes. La buena era que era libre de ir a donde quisiera y cuando quisiera sin dar explicaciones, y la mala que cuando todos los emparejados se besaban, ella sujetaba la vela, como era el caso.

Cuando le venció la sed, fue a la barra general y pidió una cerveza.

En el momento en que el camarero se la sirvió, ella, sedienta, la cogió, pensó en Eido y Enny y, levantando el vaso, dijo:

—Ésta va por vosotros. —Y, de un trago, se la bebió—. Ponme otra, por favor.

El camarero hizo lo que le pedía, pero cuando Erza fue a coger la cerveza, una mano la sujetó y alguien dijo:

—¿No crees que deberías beber más lentamente?

Al volverse, no dio crédito a lo que veía. Ante ella estaba el guaperas morenazo de los ojos bonitos al que se encontraba en todos lados.

—¡Otra vez! —murmuró—. Pero ¿Es que llevo un GPS para que siempre me encuentres? —Al ver que sonreía, Erza añadió—: El mundo está lleno de casualidades, pero joder, tú...

—De bonitas casualidades —la cortó él, matizando.

Ella suspiró, cambió el peso de pie y dijo mientras lo señalaba:

—Jellal, ¿verdad?

Sorprendido de que esa vez recordara su nombre, se mofó:

—Sin duda el alcohol te hace recordar.

Esa apreciación la hizo reír con amargura y, mirándolo de frente, replicó:

—Ahora no estoy trabajando, por lo que no te debo ningún respeto. Así que, ¡vete a la mierda, listillo!

Esa salida de tono por parte de ella le chocó, y murmuró con sorna:

—Wepaaaa... ¿Porqué te pones así?

—Porque me da la gana, ¿entendido?

Levantando las manos, Jellal dijo:

—Disculpa si has creído que...

—Si algo odio en esta vida es a los listillos graciosetes como tú —siseó molesta—. Te crees guapo, triunfador y piensas que todas las que miremos tus hermosos ojitos claros caeremos rendidas a tus pies babeando, ¿verdad? Pues mira, no. Los guaperas como tú a mí no me impresionan. ¡Hace años me puse la vacuna antiguaperas!

E hizo ademán de marcharse, pero él la detuvo y le dijo:

—Oye... oye...

—Quita las zarpas de mi brazo, listillo —lo cortó ella—. Y no lo volveré a repetir, porque yo no amenazo, yo actúo.

Jellal retiró la mano del brazo de aquella fiera; sin embargo, cuando la joven se dispuso a marcharse, se interpuso en su camino y preguntó, levantando una ceja:

—¿Qué te ocurre? —Ella no contestó y él insistió—: Me has mandado a la mierda, me has llamado graciosete, guaperas y listillo; explícame qué he dicho o hecho para que estés tan enfadada conmigo.

Al mirarlo a los ojos y ver su desconcierto, Erza replicó:

—Me enfado así contigo porque estoy cansada de ver tu carita de ricachón allá adonde voy. Y ahora, si a su majestad no le importa, me gustaría volver con mi grupo de amigos.

Sin moverse de su sitio, Jellal señaló hacia el reservado, donde se veían unas parejitas bailando acarameladas y dijo:

—Que yo sepa, eres la única en tu grupo que no tiene pareja.

Nada más decirlo, Jellal se arrepintió. Eso era dar a entender que había estado mirándola. Algo que era cierto. Cuando había entrado con su amigo Jake al local y había visto aquel pelo de colores, supo que era ella y no había podido quitarle los ojos de encima.

—Ohhhh, ¡qué observadorrrrrrrrr!

—Lo soy.

A cada instante más molesta por su tranquilidad, dio un paso atrás y siseó:

—¿Y tú? ¿Con quién estás tú?

Jellal no se movió, paseó su mirada felina por el cuerpo de ella y respondió sin parpadear:

—Contigo, si tú quieres.

Al oírlo, Erza abrió los ojos asombrada. No entender lo que se proponía con lo que había dicho y con su mirada era de tonta de remate y ella no lo era. Esa proposición tan suculenta había que pensarla, porque aquel adonis de cuerpo apolíneo, como decía Erik, representaba un sueño para cualquiera.

Inconscientemente sonrió. ¿Debería darse el gusto o, por el contrario, debería huir de él?

Sus ojos recorrieron su cuerpo duro y fibroso, mientras sus fosas nasales se inundaban del olor de su colonia. Sin lugar a dudas se machacaba en el gimnasio, o tenía la suerte atroz de poseer aquella increíble percha. Suspiró con deleite y, sin madurar más la idea para no recapacitar, se acercó a él, se puso de puntillas, le dio un rápido beso en los labios y mintió con chulería:

—Tíos como tú me sobran.

Boquiabierto por su respuesta, Jellal fue a decir algo cuando sonaron los primeros acordes de una canción y ella, pasando de él, comenzó a mover los hombros guasona y se puso a cantar.

Baby, love never felt so good And I'd die if it ever could

Not like you hold me, hold me.

Al ver que él la miraba desconcertado, sonrió. Estaba segura de que pocas mujeres le habían dado calabazas a un tipo como ése.

—Lo tuyo, desde luego, no es cantar —lo oyó que decía.

—Y lo tuyo no es ligar —se mofó ella, marchándose hacia la pista, divertida.

Incrédulo ante su desfachatez, la siguió con la mirada y la observó bailar la canción de los increíbles Jackson y Timberlake. Cantar no sabía, pero bailar, desde luego se le daba muy bien.

Alterada por cómo aquel tipo tan impresionante la miraba, Erza cerró los ojos y se dejó llevar por la música.

Baby, everytime I love you, it's in and out of my life, in out, baby,

Tell me, if you really love me, it's in and out my life driving me crazy

So baby, yes, love never felt so good.

Aquella canción hablaba del amor, algo en lo que Erza había dejado de pensar desde hacía tiempo. A través de las pestañas, miró con disimulo al hombre que la observaba y que en ese instante hablaba con alguien que debía de ser un amigo. Sin duda, aquel tipo podía ser tan irresistible y adictivo como la canción que estaba bailando. Era tentador, seductor, apetecible y también excitante. Sintió cómo su cuerpo se encendía como una estufa al imaginar lo que podía ocurrir si se encontraba con él a solas y en la intimidad.

Tras hablar con Jake, Jellal seguía mirándola, desconcertado. Estaba claro que ella disfrutaba con aquella canción. Sólo había que ver cómo la bailaba. Le encantó cómo arrugaba los morritos al hacerlo, y sus movimientos sensuales lo estaban poniendo cardiaco.

De pronto, aquella chica de pelo multicolor lo atraía más que cualquier otra que hubiera en el local y, dispuesto a hacer que cambiara de idea sobre él, esperó a que terminara la canción y cuando la vio salir de la pista de baile, se le acercó y dijo, interponiéndose en su camino:

—Me gustaría invit...

—Mira, guapo —lo cortó ella—, te estás equivocando conmigo y quiero que sepas que los tíos con las tres «N» no contáis para mí.

Incapaz de no sonreír a pesar de las calabazas, Jellal preguntó:

—¿Y cuáles son esas tres «N»?

Divertida al ver su sonrisa de guasa, Erza se acercó para que la oyera bien y le dijo:

—No eres Chris Hemsworth, no me vuelves loca y no quiero nada serio contigo.

Jellal asintió pero, sin darse por vencido, replicó:

—Soy alto como Chris, aunque él es rubio y yo soy moreno.

—Cierto —se mofó ella—. Eso no te lo voy a negar.

A cada instante más intrigado por su desparpajo, sin dejar que se moviera un milímetro, insistió:

—Vale, comprendo esas tres «N», pero déjame matizar una cosa. Tú tampoco eres Angelina Jolie, no me vuelves loco y tampoco quiero nada serio contigo.

—¿Te gusta Angelina? —Jellal asintió y ella dijo—: No me extraña, es un bombón de tía. Ya me gustaría a mí parecerme a ella.

Ambos rieron y él añadió:

—Escucha, sólo he pensado que, como personas adultas que somos, podíamos pasar un rato divertido. Nada más.

Erza sonrió y, acercándose a él, se burló:

—¡No sabes tú ná!

Dicho esto, lo rodeó y se alejó de él sin dejar de sonreír. Nunca se había imaginado que un tipo como ése se pudiera fijar en ella.

Una vez llegó al reservado, semiescondida, lo observó a través de una cortina y vio que se iba a la barra y pedía algo de beber. Con la respiración entrecortada, recordó que había pensado en ese tipo mientras estaba en la bañera con el patito y suspiró. ¡Si él supiera lo que había imaginado! Estuvo varios minutos pensando sobre cómo proceder, hasta que decidió no pensar más. El deseo le pudo y, saliendo del reservado, fue derecha hasta él y dijo:

—Ni tu casa ni la mía, vamos a un hotel.

Fascinado, incrédulo y sorprendido por una proposición tan directa, Jellal no lo dudó y asintió sin decir nada. Erza sonrió y, arrugando la nariz con un gesto que a él le resultó irresistible, pidió:

—Espérame aquí. Voy a avisar a mis amigos para que no se preocupen por mí.

Mientras se alejaba, Erza notó que la cara le ardía. Por suerte el local estaba oscuro y Jellal no podía ver el apuro que estaba pasando.

¿Se había vuelto loca?

Al entrar de nuevo en el reservado, se dirigió hacia Erik y Racer, que hablaban sentados en un sofá.

—¡Ay, Diosito! Acabo de cometer la locura del siglo con un tío que tiene los ojos como los amaneceres de Acapulco. —Sus amigos la miraron sin entender y ella añadió, cogiendo su bolso—: Me voy.

—¿Te vas? ¿Locura? ¿Acapulco? ¿Qué ocurre?

Sin ganas de andarse con rodeos o mentiras, respondió:

—He ligado con un tipo que está increíblemente bueno. Decidme algún hotel cercano, limpio y barato.

Racer y Erik se miraron patidifusos y, levantándose, Erik intentó hacerla razonar:

—Vamos a ver, cachorra, está claro que necesitas sexo, pero eso no quiere decir que tengas que abalanzarte sobre el primer tipo que veas.

—No es la primera vez que lo veo —replicó Erza.

—¿Ah, no?

—No.

—¡No me digas que por fin te vas a acostar con Natsu! ¿Dónde está ese guaperas?

—Noooooooooo. Natsu no es.

Asombrado, Erik preguntó:

—¿Y quién es, si se puede saber?

—Si sales del reservado, lo verás. Moreno. Ojazos. Alto. Cañón por los cuatro costados. Camisa blanca y pantalón vaquero.

—Uisss, qué salseo, cachorra —se mofó Racer, mirándola.

Erik salió a verlo y al volver gritó:

—¡Ay, Diosito!

—Eso también lo he dicho yo.

—¿Es él? —insistió Erik.

—Sí.

—¿Jellal Fullbuster?

Erza asintió con cara de circunstancias y su amigo murmuró incrédulo:

—Estarás de coña, ¿verdad? — Ella negó con la cabeza y Erik volvió a ir a mirar, ante la cara de alucine de su marido—. Por el amor de Dios, de la virgen, de las estrellas y de todos los santos mundiales —exclamó al regresar—. ¡Es cierto! ¡Es él!

—Te lo he dicho —contestó Erza acalorada—. No tengo por qué mentirte. Pero ¿en qué lío me he metido?

—¿Lío? —rio Erik—. Ah, no... lío ninguno. Te lo vas a pasar fenomenal y te va a quitar las telarañas del potorro en un pispás. Por cierto, a la vuelta de la esquina, donde hemos aparcado el coche, está el hotel... el hotel... —Y mirando a Racer, preguntó—: ¿Cómo se llama el hotelito de Scott y Jandro?

—Paradise. Hotel Paradise.

—¡Exacto! ¡Paradise! Está muy bien, es limpio y no es caro. Pregunta por Scott o Jandro y diles que vas de nuestra parte. Racer, llámalos y diles que Erza va para allá y que le hagan buen precio.

—Erik, por Diosssssssssss, ¡eso es un picadero! —protestó Erza.

—Es justo lo que necesitas, cachorra. ¡Hazme caso y ve!

Racer, asombrado por todo aquello, mientras ellos dos hablaban fue a mirar al ligue de Erza y cuando regresó, preguntó nervioso:

—Ese tal Jellal del que habláis, ¿es el pibonazo alto, moreno, de ojos claros, con más clase y elegancia que... que...? Estarás depilada, ¿verdad, mi amol?

Erza asintió y, al hacerlo, se tapó la cara y murmuró:

—¿Qué estoy haciendo? ¿Me he vuelto loca?

Mientras Racer llamaba por teléfono, Erik, sonriendo, respondió:

—No, nena. Loca estarías si lo rechazaras. Anda, ¡ve y disfruta de tu noche!

En ese instante, Erza recordó la llamada de su jefe y gruñó:

—Serán sólo unas horas. Entro a trabajar a las siete.

—Pues disfruta las horas y mañana, cuando termines de trabajar, te vas a dormir directamente. En cuanto salgamos de aquí, nosotros iremos a tu casa para que Astrid se pueda ir.

—Os voy a jorobar vuestra noche de aniversario —replicó ella.

Erik y Racer se miraron y este último contestó:

—Eso no importa siempre y cuando tú le saques provecho; ¿lo harás?

Sin poder evitarlo, Erza sonrió y asintió con la cabeza.

—Prometo sacarle provecho a la noche.

Encantados, los dos la acompañaron hasta la salida del reservado. Tras despedirse de ellos, Erza se acercó a Jellal y, cogiéndolo de la mano con decisión, dijo:

—Vamos.

Él se dejó guiar mientras veía sonreír a los amigos de la chica y decirle adiós con la mano. Una vez fuera del local, Jellal fue a sacar las llaves de su coche, pero Erza dijo:

—Guárdate las llaves, el hotel está a la vuelta de la esquina.

Divertido, se las guardó y, sin decir nada, caminó a su lado. Por lo que veía, tenía prisa.

Al doblar la esquina, Erza vio el hotel Paradise y señaló:

—Es ahí.

Jellal lo miró. No estaba mal, era un tres estrellas, pero no tenía nada que ver con los hotelazos a los que iba él. Se paró y propuso:

—Si me lo permites, puedo llevarte a un sitio mejor.

Soltándose de su mano, Erza lo miró y dijo:

—No quiero ir a un sitio mejor. ¡Quiero ir a ése!

Tras contemplarla unos instantes, la acercó a él de un tirón y, posando los labios sobre los de ella, respondió:

—De acuerdo, mandona. ¡Iremos a ese hotel!

Y entonces hizo lo que llevaba un buen rato deseando hacer, la besó. Introdujo la lengua en su boca y la tomó con gusto y deleite, mientras Erza lo besaba a él encantada. Cuando se separaron, sin soltarle la mano, Jellal tiró de ella. Ahora el que tenía prisa era él.

Al entrar en el hotel, un chico los miró y preguntó:

—¿Eres Erza? —Ella asintió y, entregándole una tarjeta, el joven dijo—: Habitación tres dos seis. Tercera planta. Serán ciento diez dólares, ¡precio especial! Y lo podéis pagar cuando os vayáis por la mañana.

Jellal no salía de su asombro. ¿Ya sabían que iban a ir? ¿Y sólo ciento diez dólares?

Pero sin decir nada, cogió la tarjeta turquesa que el chico les entregaba y se dirigió hacia donde estaba el ascensor. Cuando se cerró la puerta, Erza se lanzó a sus brazos. Lo deseaba y, tras besarlo con auténtica pasión, murmuró:

—Divirtámonos sin pensar en nada más, ¿de acuerdo?

Al abrirse las puertas del ascensor de nuevo, y sin parar de besarse, Jellal encontró la habitación. Entraron y él dijo, sin moverse de la entrada:

—Muy bien, chica de las tres «N», ¡pasémoslo bien!

Sus manos se dirigieron a los pechos de ella, que tocó por encima de la camiseta plateada y, cuando ya no resistió más, se la sacó por la cabeza. Luego le quitó el sujetador y le acarició los senos con tranquilidad, hasta que no pudo más y se introdujo un pezón en la boca.

Erza, arrinconada contra la pared y cautivada por lo que le hacía, bajó la mano hacia la entrepierna de él. Al tocar

su dureza, jadeó, pero sin detenerse le desabrochó el botón, le bajó la cremallera y le metió la mano en el interior del calzoncillo.

«Oh, Dios, está mejor provisto de lo que había imaginado», pensó, al tenerlo en las manos.

El placer que ambos se daban era perfecto, real y delirante y en ese instante Erza apagó la luz. Jellal sonrió y tomó su boca, y le mordisqueó los labios con suavidad. Finalmente, sus lenguas se entrelazaron hasta ser sólo una.

Cogiéndola en brazos, la llevó hasta la cama. La luz de la mesilla estaba encendida y ella pidió:

—Apágala.

—¿Por qué?

Sin querer reconocer que no se sentía orgullosa de su cuerpo, insistió:

—Apaga la luz.

Sin preguntar más, Jellal lo hizo. Sólo la del cuarto de baño iluminaba tenuemente la estancia. Mirándola a los ojos, se quitó la camisa, que dejó caer al suelo, y después el pantalón.

Erza jadeó al ver el tatuaje que tenía en el hombro y que le bajaba por el brazo, y volvió a jadear cuando él se quitó el calzoncillo. Aquello era impresionante.

Sin hablar, Jellal acercó las manos al botón del pantalón de ella y se lo desabrochó. Sin apartar la mirada de sus ojos, se lo quitó y, tras él, las bragas.

Estaban totalmente desnudos, y Erza se puso una mano en el vientre para tapar la cicatriz de su cesárea y preguntó:

—Tienes preservativos, ¿verdad?

Jellal asintió. Cogió su pantalón, sacó la cartera y, tras dejar tres preservativos sobre la cama, murmuró:

—¿Me lo pones tú o me lo pongo yo?

Atacada de los nervios por la marejada de sensaciones que él le hacía sentir con su sola presencia, respondió:

—Póntelo tú.

Sin perder un segundo, Jellal rasgó el envoltorio de uno y, tras colocárselo, Erza, tremendamente excitada, sonrió y se abrió de piernas, invitándolo a poseerla. Le hizo una seña con el dedo para que se acercara a su boca y, cuando la obedeció, murmuró:

—En este instante te quiero todo para mí. Absolutamente todo.

—Mmmmm, me gusta saberlo — respondió él sonriente.

De un tirón, la levantó de la cama y la puso frente a él. Sin tacones le llegaba a la barbilla y, mirándola a los ojos, le dio un azotito en el trasero.

—Esto por no reconocerme la primera vez que nos reencontramos.

Erza sonrió.

—No eres tan especial, morenito.

Jellal le dio otro azote, molesto. ¿Cómo era tan descarada?

En otra circunstancia y con otro hombre, Erza lo habría mandado a hacer puñetas, pero su gesto serio y el observar cómo la miraba le gustó. La excitó. Una desconocida y desbordante locura se apoderó de su cuerpo y susurró:

—Si me vuelves a dar otro azote, lo vas a lamentar.

A Jellal le gustó esa provocación y, posándole las manos en el trasero, se lo apretó y murmuró, mirándola a los ojos:

—No me tientes o tendré que ponerte el trasero rojo. Muy rojo.

Dominada por la lujuria que sentía en ese momento, se puso de puntillas y, agarrándole la cabeza, lo besó. Deseaba hacerlo. Saborear su boca, sus labios, lo deseaba entero y no se percató de cómo se le erizaba a él el vello del cuerpo en respuesta a su gesto. Incrédulo, Jellal se dejó besar.

Sentir la pasión de ella y su dulce boca profundizando en la de él le encantaba. Adoró su respiración, cómo se apretaba contra su cuerpo, sus leves gemidos de placer y, cuando aquel fogoso beso acabó, murmuró:

—Besas muy bien, chica arco iris.

Erza sonrió, arrugando la nariz, un gesto que a Jellal se le antojaba precioso.

—Ahora enséñame qué sabes hacer tú, además de ponerme el culo rojo — ordenó ella.

Sonrió encantado.

Él sabía hacer muchas muchas cosas. La tumbó sobre la cama y comenzó a besarle con mimo cada rincón del cuerpo, con una pasión indescifrable que a Erza le hizo perder totalmente la cordura.

—Eres pelirroja —lo oyó decir.

Al abrir los ojos, lo vio entre sus piernas; sin dejar de mirarla, sacó la lengua y le rozó el clítoris con ella, y Erza jadeó mientras se arqueaba.

Lo que le hacía con la lengua la enloqueció. Tenía la piel suave y la manera como se restregaba contra ella era abrumadora. Pura locura. Sus gemidos resonaban en la habitación y entonces Jellal le abrió con maestría los labios de la vagina utilizando los dedos al tiempo que su lengua húmeda y caliente la chupaba una y otra vez y sus grandes manos le sujetaban los muslos para que no cerrara las piernas.

Estar en esa postura, como diría Erik, era de facilonas, de descaradas, pero le gustaba lo que le hacía y se entregó a ello. Se arqueó de placer para hacerle saber cuánto le gustaba, y cuando él se dispuso a retirarla, lo obligó a continuar.

Jellal sonrió y, mordiéndole el clítoris con cuidado, estiró de él.

Durante varios minutos, Erza dejó que tomara la iniciativa en todo y se dedicó simplemente a disfrutar, mientras él se ocupaba de proporcionarle aquel deleite.

Tras varios gritos de placer, a cuál más descriptivo, Jellal volvió a reptar por su cuerpo. Sus ojos se encontraron y, sin decir nada, la besó, le penetró la boca con la lengua y ella sin dudarlo la aceptó. Sintió el sabor de su propio sexo y, cuando interrumpieron el beso, él murmuró:

—¿Estás preparada para mí?

—¿Y tú para mí? —respondió, mirándolo con descaro.

Sin apartar los ojos de ella, guio su duro pene con la mano, hundiéndose en ella totalmente y, al ver cómo se arqueaba de placer, susurró:

—Eres ardiente, retadora y cálida, muy cálida.

Erza no pudo responder. Le faltaba el aire y Jellal, con una morbosa sonrisa, siguió hundiendo su gran erección dentro de ella, mientras decía:

—Eso es, chica arco iris... Sí... sí... déjame llegar hasta el fondo de ti.

Erza jadeó gustosa por lo que él le decía y hacía.

—¿Te gusta lo que sientes?

Como pudo, ella asintió con la cabeza. Aquello era colosal.

—¿Quieres más?

—No lo dudes —respondió delirante de placer.

Con una maestría que la dejó patidifusa, Jellal se levantó de la cama sin salirse de ella, la llevó hasta una mesa que había en la habitación y, tras tumbarla encima, le tocó el hinchado clítoris y murmuró:

—Eso es... así... entrégate a mí.

Extasiada y totalmente absorbida por aquel hombre, Erza se arqueó sobre la mesa y gritó maravillada. Sin preguntar, Jellal le subió las piernas a sus hombros y, con decisión, comenzó a penetrarla una y otra y otra vez a un ritmo infernal, mientras ella gritaba y se retorcía de placer.

—Eso es... vuélveme loco con tus gemidos.

Su voz, su mirada y sus penetraciones le estaban haciendo perder la razón, mientras, desinhibida, disfrutaba de aquel sexo espectacular, del sexo genuino. De repente, un orgasmo increíble se apoderó de todo su cuerpo, haciéndola temblar sobre la mesa y gritar extasiada.

Jellal sonrió satisfecho. Ahora le tocaba a él. Le bajó las piernas, se las colocó alrededor de la cintura y, agarrándola de las caderas, comenzó a hundirse en ella sin descanso una y otra vez, en busca de su propio placer. Sus ojos se encontraron y Erza no dejó de mirarlo ni un segundo mientras él la seguía embistiendo a un ritmo enloquecedor. Ella se tocó los pechos, se los pellizcó y, pocos segundos después, un gruñido varonil salió de su boca y, tras un último empellón que hizo gritar a Erza, él también llegó al deseado clímax.

Al terminar, Jellal la cogió en brazos y se desplazó con ella hasta la cama. Una vez allí, se sentó con Erza encima y encendió la luz para ver su rostro sudoroso. Durante varios minutos se miraron sin hablar, mientras sus respiraciones se calmaban, hasta que Jellal descubrió el tatuaje que ella llevaba en el hombro.

—«Hasta el infinito y más allá», bonita frase. ¿Qué significa?

—Es un lema familiar —contestó Erza, mirándose el hombro.

—Pues me gusta.

Ella sonrió.

—Mi padre se lo tatuó por la gente que quería y yo lo hice también. Él decía que...

—¿Decía?

—Murió —respondió Erza asintiendo.

—Lo siento... siento haberte preguntado por ello. No sabía que...

—No pasa nada —sonrió ella apenada, sin entrar en más detalles.

Al ver su tristeza, con la intención de cambiar de tema, le dio un suave azotito en el trasero que la hizo reír y preguntó en un susurro:

—¿Qué tal?

—Bien —contestó Erza.

Pero Jellal, deseoso de oír algo mejor, le retiró un mechón rosa de la frente y preguntó:

—Pero ¿bien de normal, bien de increíble o bien porque soy todo un animal?

—Mira el Rey León —se mofó ella.

Él soltó una carcajada y Erza le espetó divertida:

—¿Qué pretendes que te diga, fanfarrón?

Él soltó una carcajada, encantado de estar allí con ella.

—Chica arco iris, me gusta cómo besas y te lo he dicho. ¿No crees que yo merezco que me digas si te ha gustado hacer el amor conmigo?

Erza acercó la boca a la de él y murmuró:

—Por supuesto que te lo diré, pero ¡cuando lo hagas!

A partir de ese instante, repitieron varias veces, siempre con luz tenue y, aunque eso le llamó la atención, Jellal no preguntó. Se limitó a disfrutar del momento hasta que cayeron rendidos en la cama y, tras un cómodo silencio, se durmieron.

Un sonido apenas audible despertó a Erza. Era el despertador de su móvil, con la voz de sus hijos diciéndole «Mami, despierta».

Las voces iban subiendo de volumen poco a poco, y ella cogió el móvil y lo apagó rápidamente. Con él en la mano, se estiró, y al hacerlo sus brazos dieron contra algo. Al mirar vio a Jellal y lo recordó todo.

Durante unos instantes contempló al hombre que dormía a su lado. Era increíblemente atractivo y sexy. Su rostro rozaba la perfección y su cuerpo... ¡guau!, su cuerpo era pura fibra y acero. Recordar la intimidad que habían compartido la hizo ruborizarse y sonrió, consciente de que lo que había hecho con él superaba mil veces lo imaginado con el patito diablillo.

Al cabo de unos segundos en los que tomó el control de sus reacciones y en especial de sus pensamientos más locos, se levantó con cuidado. No quería despertarlo.

Silenciosa, fue al cuarto de baño, cerró la puerta, se miró al espejo y, sonriendo, murmuró:

—No lo niegues, descarada, ¡lo has pasado muy bien!

Tras una ducha rápida, recogió su ropa esparcida por la habitación y se vistió sin quitarle ojo al hombre que dormía plácidamente a pierna suelta; cuando acabó, buscó el bolso. Lo encontró tirado en un lado del cuarto, sacó su cartera y contó cincuenta y cinco dólares. La mitad de lo que costaba la habitación. Miró el dinero y suspiró. Aquello era un gasto imprevisto, pero había merecido la pena.

Tras encontrar papel, sobre y bolígrafo, divertida, escribió algo con rapidez. Metió el dinero y la nota en el sobre, escribió el nombre de él y lo dejó sobre la almohada. Luego volvió a mirar a Jellal, que seguía durmiendo, y murmuró:

—Ha sido un placer, Jellal Fullbuster.

Abrió con cuidado la puerta de la habitación y, sin despertarlo, se fue a trabajar.


Gracias por leer, espero cualquier Review que se agrecera.

Luthien