Buenos días, tardes o noches, esta es la segunda parte de la historia de Gray y Juvia.

Espero que les guste la historia, recuerden que son 4 libros y apenas vamos en el tercer libro.

Gracias por leer y espero les guste


Disclaimer: Tanto la historia como los personajes no me pertenecen todos los derechos a sus respectivos autores, yo solo los utilizo para mi diversión.


14.-Nunca te haré llorar

Al día siguiente, Jellal regresó al restaurante, donde le dijeron que aquella mañana Erza libraba. Pidió su dirección o su teléfono, pero nadie se lo quiso dar. Se negaron en redondo argumentando que era política de la empresa.

Dispuesto a encontrarla, llamó a Levy. Ella tendría el número de la empresa de catering que había contratado para la fiesta de cumpleaños de Preciosa y, encantado, la oyó decir que Harry, el dueño, era amigo suyo.

Tras colgar, llamó a Paola, la mujer que se encargaba de su casa y le pidió que llamara a aquel número.

Tenía planes.

Erza dedicó aquel día libre a su hogar. Durante la mañana, mientras los niños estaban en el colegio, salió de compras. Y al regresar, mientras preparaba varias comidas para congelarlas y tenerlas para distintos días de la semana, ordenó y limpió.

Por la tarde, cuando los niños regresaron del colegio, los abrazó encantada. Siempre aprovechaba su día libre al máximo con ellos y, por norma, iban a la playa de Long Beach, la más cercana a su residencia. Un sitio donde los críos se desfogaban y donde ella podía vigilarlos con tranquilidad mientras tomaba el sol.

—Mamita, queremos un helado — pidió Millianna, cuando llevaban un rato.

Erza se levantó y, tras coger de la mano a Adán y a Brian, los cuatro se encaminaron hacia el puesto de helados.

Les compró uno a cada uno.

Cuando se lo terminaron, Brian vio a un niño con una bolsa de patatas y pidió:

—Mami, quiero patatas.

—Quiedo patatas —lo secundó Adán, con su media lengua.

Pero antes de que Erza pudiera contestar, Millianna intervino y, cambiando el tono de voz, dijo:

—Güey, cerrad la bocaza. Mamita nos ha comprado helados de chocolate para todos y no puede pagar nada más. No seáis chingones.

Erza se quedó sorprendida y, regañándola, siseó:

—Por el amor de Dios, Millianna, ¿quieres dejar de hablar así?

La niña sonrió y, sin decir nada más, se fue corriendo con Brian. Adán, que estaba a su lado, miró a su madre y preguntó:

—Mami, ¿Qué es chidones?

Erza lo besó y dijo:

—Anda, ve a jugar con ellos.

Segundos después, Erza cogió el teléfono y llamó a Enny y a Eido. Sabía que ese día les daban el resultado de unas pruebas. Tras hablar con Eido un buen rato y reír por el buen humor que él siempre tenía, le pasó el teléfono a Enny y Erza, cambiando tono, preguntó:

—¿Qué me puedes contar?

—Poco, Erza —contestó la mujer.

Hablaron un rato. Ambas sabían que el fin estaba cerca y que no había curación. El cáncer de Eido era muy agresivo y ni el dinero ni los mejores médicos del mundo lo podían frenar.

Tras colgar, Erza guardó el teléfono en su bolso con ganas de llorar. Qué injusta era la vida.

—Mami... mami... —la llamó Brian.

Al mirarlo, él le hizo una monería. Era un payasete y eso la hizo sonreír.

Más tranquila, sacó un libro del bolso y se puso a leer, pero instantes después le sonó el teléfono. Al ver que llamaban de Harry Events, la empresa para la que trabajaba por las noches, contestó rápidamente.

—Hola, Diamantina —saludó a la secretaria.

—Hola, Erza, ¿Cómo va eso?

—Bien, en la playa, disfrutando de mi día libre.

—Oh, qué suerte —contestó la secretaria—. Oye, te llamaba porque esta noche nos ha salido un evento extra. Necesitan una camarera-cocinera y al ver que tenías el día libre he pensado en ti —mintió, mirando a su jefe, que la observaba—. Si tú no quieres o no te va bien, llamaré a Goodar para que asigne otra chica. Pero antes te lo quería preguntar a ti, como me pediste.

Erza lo pensó. Era su día libre y, por norma, intentaba respetarlo, pero al pensar en su coche y en que debía ahorrar para comprar otro, preguntó:

—¿Qué hay que cocinar, dónde es y cuántas horas?

—Es en Bel Air. El servicio sería de ocho a doce más o menos y en cuanto al tema de la cocina, según dice en la ficha será una cena informal y que al llegar preguntes por Paola Suárez.

—¿En Bel Air y sólo piden una persona?

Diamantina, que no sabía quién había contratado realmente aquel servicio, respondió:

—Al parecer es una cena privada, por lo tanto no tendrás mucho trabajo.

Erza miró a sus hijos y al ver que Brian volvía a fijarse en el niño de la bolsa de patatas, dijo, sacando la libreta que siempre llevaba en el bolso:

—De acuerdo. Dame la dirección.

Después de colgar, se levantó y, yendo hacia donde estaban sus tres ángeles, preguntó:

—¿Quién se quiere bañar con mami?

Millianna, Brian y Adán se levantaron rápidamente y, felices, los cuatro se metieron en el agua entre risas y mil muestras de cariño.

Cuando regresaron a su apartamento, tras una estupenda tarde de playa, Erza llamó a la puerta de sus amigos. Instantes después Racer le abría y ella, al ver su cara, preguntó alarmada:

—¿Qué ocurre?

Entró con los niños, que rápidamente se sentaron ante el televisor a ver dibujos, y Racer murmuró:

—Creo que la he liado, mi amol.

—¿Qué has hecho?

—¡Ay, Diosito!

—Racer, no digas «¡Ay, Diosito!». Sólo lo dices cuando algo te preocupa mucho. ¿Qué ocurre?

Él la cogió de la mano y la llevó hasta el cuarto de baño. Y al abrir la puerta y ver a Erik, Erza susurró:

—¡Ay, Diosito!

—Verde... ¡Me ha puesto el pelo verde guisante! —exclamó Erik horrorizado.

—Te he dicho ya mil veces que es verde París —contestó Racer y, al ver cómo lo miraba el otro, añadió—: Cariño, me he emocionado poniéndote el tinte, pero estás guapo, muy... muy guapo.

Ella no sabía qué decir cuando de pronto, el pequeño Adán apareció y, señalando a Erik, dijo riendo:

—Es Feb.

Se refería a los dibujos de Phineas y Ferb, y cuando lo oyó ya no pudo más y soltó una carcajada. Sin embargo, al ver que Erik no se reía, se reprimió y dijo lo más seria que pudo:

—Adán, ve con Brian y Millianna, por favor.

—Pedo, mami, Erik es Feb — insistió él.

Aguantándose la risa, Erza lo sacó del baño, lo dejó ante el televisor y, al regresar, oyó que Racer insistía:

—Cariño, en serio, te queda muy bien

—Racer, mi amor, esta noche trabajo. ¿Cómo me voy a presentar con el pelo verde?

—Muy fácil —rio Erza—, con la misma naturalidad con que me presenté yo con el pelo multicolor. ¡Es tendencia!

—Claro que es tendencia, y muchas artistas como Lady Gaga, Nicki Minaj, Katy Perry o Rihanna lo llevan —afirmó Racer.

A través del espejo, Erik los miró a los dos y, riendo, dijo:

—Desde luego, somos dignos de ver. Tú con el pelo multicolor, Racer con el pelo naranja persa y yo verde guisante.

—París, mi amol, es verde París.

Al final los tres se echaron a reír y cuando Millianna apareció, dijo:

—Virgencita de Guadalupe, madrecita de Dios, ¿Qué te ha ocurrido en tu bonito cabello, Erik Miguel Alfonso de Todos los Santos?

Todos la miraron atónitos y Erza le dijo a Racer:

—Lo digo en serio, no quiero que Millianna vea más telenovelas mexicanas ni colombianas ni canadienses.

Él soltó una risotada y Erik, divertido, entró en el juego.

—Júrame, Racer Alfredo Heredia Vázquez, que nunca dejarás de amarme. Y que nunca permitirás que la patrona Jennifer Tomasa Magdalena nos robe nuestro amor.

—¡Erik! —lo regañó Erza.

Menuda manera de ayudarla.

—Erik Miguel Alfonso de Todos los Santos, ¡pagarás por tu tremenda osadía! —contestó Millianna divertida.

—Ahorita mismo sacas tus porquerías de mi linda casa, güey, y te largas, ¡arrimada! —se mofó Racer.

De pronto, Adán entró en el cuarto de baño y un extraño olor los invadió. Millianna salió a toda prisa tapándose la nariz.

—Adán, ¡eres una mofeta viviente!

Todos se echaron a reír. Cuando se relajaron, como siempre, Erza le pidió a Racer que se quedara con los niños.

—Pero ¿no era tu noche libre?

—Sí, pero Diamantina me ha llamado. Al parecer ha salido un servicio y le he dicho que sí. Sólo serán unas horillas. Hasta las doce más o menos.

Poco después, tras bañar a los niños, Erza les explicó que se tenía que marchar a trabajar. Al principio protestaron, pero en cuanto vieron a Racer entrar con un gran bol de palomitas, se olvidaron de ella.

—Erza de Todos los Santos —dijo él, guiñándole un ojo y cambiando el tono de voz—, ve a coger la guagua, mientras yo cuido a mis niñitos como una leona a sus cachorros.

Con una gran sonrisa, ella salió del apartamento y corrió al ver que llegaba el autobús. Tras coger un autobús más, llegó ante la bonita y minimalista edificación en la que se daba la fiesta.

Con su uniforme en la mochila, Erza llamó al timbre que había junto a la cancela y, después de oír la voz de una mujer, la puerta se abrió y entró.

Mientras caminaba hacia la casa, cruzando el elegante jardín, se paró al ver una increíble piscina en forma de judía, con cascadas laterales y un jacuzzi, al fondo del cual había dibujada una nota musical. Junto a la piscina vio una caseta con impolutas copas blancas de diseño y pajitas de colores y junto a la misma unas hamacas y una especie de cama con tejadillo, también blanco, para tomar el sol.

—Qué pasada de sitio —exclamó en voz baja.

Todo estaba impecable, como recién salido de una revista de decoración, y Erza sonrió al imaginarse allí a sus niños. Sin duda, ellos le darían el toque de desorden y vida que allí faltaba. De pronto, oyó acercarse algo con rapidez y al volverse vio que un enorme perro iba hacia ella. Quiso correr, pero las piernas se le paralizaron y cuando el animal le puso las patas en los hombros, murmuró alarmada:

—¡Ay, Diosito, que este bicharraco me come viva!

La tensión la hizo caer de culo y, asustada, se tapó la cara, pero de pronto sintió que el perro le lamía con verdadero deleite las manos y el cuello. Con cuidado, y perdiendo el miedo, se destapó la cara y dijo sonriendo, mientras torcía el cuello para que no le lamiera los labios:

—Vale... vale... ya he visto que todo lo que tienes de grande lo tienes de besucón.

De pronto, una mujer de mediana edad, de pelo claro recogido en un moño, se acercó corriendo a ella y gritó:

—¡Por el amor de Dios, Melodía, suelta ahora mismo a la señorita! —Y al ver que la joven la miraba, añadió—: No la morderá, se lo prometo. Melodía—insistió—, ¡basta ya!

Finalmente la perra se echó a un lado, pero su felicidad era patente. Estaba contenta. Erza, levantándose del suelo, se sacudió la hierba de los vaqueros y dijo sonriendo:

—No me da miedo, tranquila. Yo también tengo perro, aunque comparado con ésta, el mío es mini.

Ambas rieron y la mujer añadió:

—Lo de esta perra es vergonzoso. Con todo lo grande que es, estoy segura de que si nos entraran a robar habría que defenderla a ella, en vez de que nos defendiera a nosotros. A todo el mundo lo recibe como acaba de ver.

Divertida, Erza tocó el enorme cabezón de la gran danés y con voz cariñosa, murmuró:

—Eres una perra muy bonita y muy simpática, ¡guapa!

Tras oírse un silbido, Melodía salió corriendo, momento en que la desconocida se presentó:

—Soy Paola Suárez, la asistenta de la casa. Oh, por Dios, se ha hecho daño en la mano. Venga, le pondré desinfectante.

Al ver que aquélla era la persona por quien tenía que preguntar, Erza respondió, mirándose el rasguño de la mano:

—Tranquila, Paola, es un simple rasguño. Por cierto, yo soy Erza.

Algo azorada, la mujer insistió y dijo: —Por favor, disculpe este recibimiento. Debí haber atado a la perra y se me pasó.

—No se preocupe, mujer, que no ha ocurrido nada y por favor, tutéame. Me hace sentir incómoda que me estés llamando de usted.

Al verla sonreír, Paola murmuró:

—Muy bien, sígueme.

Erza cogió del suelo su mochila con el uniforme y cuando entraron por la puerta principal, la mujer se volvió para mirarla y dijo:

—El señor ha dicho que lo esperaras en el salón. Es la puerta de ahí enfrente.

—¿No crees que debería cambiarme antes de ropa?

Paola la miró. Sin lugar a dudas, aquella joven no tenía nada que ver con las mujeres que su señor llevaba a casa y, sin querer pensar en nada más, contestó:

—Él no me ha dicho nada de eso. Sólo que esperaras en el salón.

Erza asintió y se encaminó a donde ella le había indicado. La vivienda era una maravilla. El recibidor ovalado, las puertas lacadas en blanco. Todo lleno de luz y armonía. Le encantó. ¡Menuda casa!

Cuando entró en el salón, Erza silbó mientras dejaba la bolsa en el suelo.

Se oía de fondo una preciosa canción y, como si estuviera en un sueño, miró a su alrededor mientras la música la envolvía y la hacía moverse levemente al compás. Lo que la rodeaba era lo que a toda persona le gustaría tener. Lujo, modernidad, espacio y confort.

Era la casa más perfecta, limpia y ordenada que había visto en toda su vida. Todo allí era de ensueño: los sillones blancos, la chimenea de acero y piedra y el diván que había bajo la cristalera. Pero lo que más le llamó la atención fue un piano transparente que vio al fondo del enorme salón. Encantada, se acercó a él y, justo cuando iba a acariciarlo, oyó decir detrás de ella:

—El piano Schimmel es simplemente perfecto. Que sea transparente deja el instrumento al desnudo y nos muestra su gran belleza, ¿no crees?

Erza se volvió de golpe sin dar crédito. Ante ella estaba Jellal, el hombre con el que había estado en el hotel Paradise, vestido con unos vaqueros de cintura baja y una camiseta gris, observándola. Sin poder evitarlo, le recorrió el cuerpo con la vista y la boca se le resecó al recordar los momentos vividos con él en aquella habitación de hotel.

«Oh, Diosito... oh, Diosito», pensó. Durante lo que pareció una eternidad, ninguno habló, mientras la música seguía sonando. A Erza se le erizó el vello del cuerpo al verlo apoyarse en la puerta por la que había entrado. Jellal era tentador, sexy y realmente estaba muy... muy bueno.

Finalmente, él echó a andar hacia ella y cuando se encontraba a un metro escaso, se paró y dijo:

—Es un placer volver a verte, Erza.

Ella asintió, mientras intentaba disimular su total desconcierto. No debía olvidar que había ido allí a trabajar, así que se tragó el nudo de emociones que se le había hecho en la garganta y contestó:

—Lo mismo digo, señor Fullbuster.

—Me alegra saber que vuelves a acordarte de mí. Por cierto, llámame Jellal. Hay confianza, ¿no? —bromeó él, recordándole su encuentro en el hotel.

Azorada al pensar a lo que se refería, negó con la cabeza y respondió:

—Lo siento, señor, pero no puedo. Estoy trabajando.

Jellal sonrió mientras ella lo miraba. Sin duda estaba disfrutando de su confusión e, intentando reaccionar, preguntó:

—Dígame, señor, ¿Dónde puedo cambiarme de ropa?

Encantado de verla y en especial de su turbación, y tras pasear la mirada por los vaqueros y el chaleco negro que llevaba, Jellal dijo:

—No hace falta que te cambies de ropa. Así estás muy bien.

Erza se separó del piano, y al mismo tiempo de él, y preguntó:

—¿Quiere que cocine y les sirva la cena así vestida?

Él se encogió de hombros, se dio la vuelta y, abriendo un minibar, sacó dos vasos.

—¿Qué te apetece beber?

—Nada, señor.

—¿Seguro?

—Sí.

Jellal se echó dos cubitos de hielo en un vaso, después destapó una botella de cristal tallado y, tras verter un dedo de whisky, se lo bebió, clavando sus impresionantes ojos claros en ella. A Erza se le aceleró el pulso. Pero ¿Qué le ocurría? ¿Por qué temblaba así ante aquel hombre?

—Acompáñame a la cocina.

Rápidamente, cogió su mochila y lo siguió. Mientras salían de aquella lujosa estancia, se fijó en el trasero de él. Lo recordaba duro y terso y eso la hizo sofocarse. Regañándose por su pensamiento calenturiento, sonrió.

—¿Qué te hace sonreír? —oyó de pronto.

Salió de su burbuja y lo miró y, al ver que la estaba observando, respondió, mientras se recomponía:

—Nada, señor. Cosas mías.

Jellal sonrió y, acercándose a ella, murmuró:

—Espero que algún día me lo digas. Ésta es la cocina —añadió, abriendo una puerta y haciéndola pasar.

Esa vez Erza tuvo que reprimir el silbido de admiración que estuvo a punto de escapársele. Aquella cocina era increíble, toda en gris y acero. Parpadeó para asimilar que ese tipo de cocina existía. De pronto oyó la voz de Paola, la mujer que la había recibido.

—Jellal, me marcho ya.

—Muy bien, Paola, ¡hasta mañana!

Ella, tras mirar a su jefe y a la joven que estaba con él, sonrió y dijo:

—Que lo paséis bien.

Luego se marchó e, instantes después, se oyó la puerta de la entrada al cerrarse.

Sin entender nada, Erza lo miró a la espera de una explicación. Al ver su mirada, Jellal le dio a un botón que había en un lateral y de pronto sonó la voz de Bruno Mars, cantando una de sus bonitas canciones.

—Te gusta Bruno Mars, ¿verdad? —preguntó.

—¿Y a ti qué te importa? —replicó ella.

Esa respuesta y su gesto lo hicieron sonreír.

—Wepaaaa...Ya no me llamas «señor».

Erza cerró los ojos. Se le había escapado. Contó hasta diez, abrió los ojos, dejó la bolsa en el suelo y, cruzando los brazos sobre el pecho, preguntó:

—¿Qué hago yo aquí?

Jellal se sentó en uno de los taburetes altos que había junto a la barra y respondió:

—Te he contratado para que prepares la cena.

—¡¿Cómo?!

—Necesitaba una cocinera para esta noche y tu empresa me ha enviado una. ¿Qué problema hay?

—¿Y tenía que ser yo? ¿O quizá por obra del destino y de la conjunción de los planetas nos hemos vuelto a encontrar?

Él ladeó la cabeza divertido y, sacando la nota del bolsillo del pantalón, la dejó sobre la mesa y dijo con una sonrisa:

—Hakuna Matata.

Desconcertada porque hubiera sido capaz de descifrarla, cogió su bolsa.

—Me voy. Esto es ridículo.

Y se encaminó con brío hacia la puerta, pero antes de que llegara a ella, Jellal dijo:

—Quiero cenar. He contratado a una cocinera y espero obtener ese servicio o si no tendré que quejarme a la empresa.

Erza se paró. Si aquel imbécil les decía que lo había dejado plantado, ya no contarían con ella para más trabajos. Pensó qué hacer y, finalmente, suspirando, soltó de nuevo la bolsa y se dio la vuelta. Se acercó a la nevera, la abrió y preguntó con voz servicial:

—¿Qué le apetece cenar al señor?

Más tranquilo al ver que había conseguido que no se marchara, Jellal respondió:

—Así me gusta, preciosa, y ahora, como una vez me dijiste tú, sígueme la corriente.

Lo miró con ganas de meterle los dedos en un enchufe y, tras transmitirle todo lo que pensaba de él con la mirada, estudió la nevera. Allí había de todo y, dispuesta a prepararle una cena que no olvidaría, preguntó:

—¿Qué prefiere, huevos, carne o pescado?

Jellal sonrió. Le encantaba que estuviera allí, aunque le molestaba haber tenido que amenazarla para que se quedara. Se levantó de la silla, se le acercó y dijo:

—Un filete con ensalada estará bien. ¿Me acompañarás?

—No.

—Venga, mujer... cena conmigo.

—No. Estoy trabajando y mi jefe se enfadaría si se enterara.

—¿Y quién se lo va a decir?

Erza lo miró y, con gesto hosco, murmuró:

—Algún chivato, ¡seguro!

Jellal maldijo en silencio. Él nunca haría nada que la perjudicara. Entonces ella dijo para quitárselo de encima:

—Señor, le agradecería que me dejara espacio para poder cocinar y servirle en condiciones.

Él asintió, regresó al taburete y se limitó a observarla. No quería agobiarla.

Pero noches atrás había conocido a una Erza dicharachera, sensual, cariñosa y con una preciosa sonrisa, y se moría de ganas de volver a recuperarla. Por ello, intentando ser amable, preguntó, mientras la veía cortar la lechuga:

—¿Qué tal tu día?

—Bien.

—¿Has trabajado esta mañana?

Aderezando la lechuga con mucho vinagre, azúcar y pimienta, respondió:

—No.

Así estuvieron un buen rato. Él preguntando y ella respondiendo sólo con monosílabos mientras preparaba la cena.

—¿Por qué te empeñas en no hablarme? —dijo él finalmente, cansado.

Erza echó el filete en la sartén y, espolvoreándole azúcar y guindilla roja a propósito, contestó:

—Simplemente le sigo la corriente como usted me ha pedido, señor.

Jellal puso los ojos en blanco. Era dura de pelar. No como todas esas mujeres que le hacían la pelota.

Agobiado por la situación, se levantó del taburete, cogió una cerveza de la nevera y, tras abrirla, se apoyó en el cristal de la ventana. Desde allí tenía unas vistas preciosas de su jardín y sonrió al ver a su perra Melodía corriendo como una loca de un lado a otro detrás de una mosca.

Sin mirar a la joven, la oyó trastear por la cocina, mientras distraídamente tarareaba la canción que estaba sonando. Eran las Destiny's Child cantando Emotion. Erza aguzó el oído y se sorprendió al escucharlo. Cantaba muy bien.

Durante un rato, cada uno estuvo a lo suyo, hasta que finalmente ella dijo:

—Señor, su cena ya está lista.

Jellal la miró. Quería que ella sonriera, pero estaba claro que no había sido buena idea llevarla a su casa. Se sentó a una mesita que había en la cocina y, rápidamente, Erza le colocó delante una ensalada y un filete.

—Qué buena pinta tiene todo.

—Y sabrá mucho... mucho mejor —se mofó ella, consciente de lo que le había preparado.

Jellal la miró sonriendo y ella dijo:

—Señor, la cena ya está preparada, ¿puedo marcharme?

—No.

Desesperada, se echó hacia atrás, dispuesta a esperar hasta que él quisiera dejarla ir. Miró el reloj. Eran casi las diez. El servicio era hasta las doce. Tenía dos largas y tortuosas horas por delante y más cuando Jellal probara la comida.

—Lamento mucho que no quieras cenar conmigo.

—No se preocupe, señor. No tengo ni pizca de hambre. Usted cene y que le aproveche.

Él tampoco tenía hambre, pero sabía que si no se comía lo que le había preparado, le haría un feo.

—Vale, lo siento —dijo—. No he jugado limpio. No debí haberte traído a mi casa, pero...

—Por supuesto que no deberías haber hecho algo así —lo cortó ella, dejándose de miramientos—. Hoy era mi día libre y yo he dejado a... a... Pero ¿en qué cabeza cabe hacer algo así?

Jellal asintió.

—Tienes razón. Márchate y no te preocupes por nada. Todo está bien.

Encantada por haber conseguido su propósito, Erza cogió su mochila y, cuando caminaba hacia la puerta, a través de un espejo vio que Jellal, sombrío, partía un trozo del filete. Eso la hizo pararse y, dándose la vuelta, gritó antes de que se metiera el trozo en la boca:

—¡Para!

Él se quedó mirándola y ella se acercó a toda prisa y le quitó el tenedor de las manos y dijo:

—Yo tampoco he jugado limpio. No comas nada de este plato, porque te aseguro que estará todo asqueroso.

Ambos se miraron durante una fracción de segundo y, finalmente, Erza sonrió y, arrugando la nariz, añadió:

—No te hubieras muerto, pero habrías tenido revuelto el estómago un ratito.

—¿Un ratito? —repitió él.

Ella asintió y finalmente ambos soltaron una carcajada y se echaron a reír. De pronto, toda la tensión acumulada desde que había llegado se desvaneció en un segundo y, quitándole el plato de delante, Erza dijo:

—Creo que es mejor que destruya las pruebas de mi maldad.

—¡Oh, sí... malvada, es lo mejor que puedes hacer!

Ella lo tiró todo a la basura y luego metió el plato en el lavavajillas. Miró a Jellal y, cansada de estar de uñas con él, dijo, mientras cogía un imán de la nevera:

—Si prometes no volver a jugar sucio conmigo, te invito a una pizza por haberte estropeado la cena.

—Sólo si la comes conmigo y me dejas pagarla.

—He dicho que invitaba yo.

Encantado con el giro que había dado todo en un segundo, respondió:

—Estamos en mi casa y es mi manera de pedirte disculpas por haberte traído aquí engañada.

Erza sonrió y dijo:

—De acuerdo. Pero no te acostumbres.

Jellal agarró el imán que ella tenía en las manos, llamó por teléfono y, tras pedir un par de pizzas de queso y beicon, colgó y preguntó:

—Ahora que volvemos a ser tú y yo, ¿Qué quieres beber?

Sin contestar, Erza abrió la nevera que tenía al lado y, sacó dos cervezas. Las abrió, le entregó una a él y ella dio un trago a la otra.

—He visto que mi perra Melodía te ha dado un buen recibimiento. —Erza sonrió y Jellal añadió—: Lo siento, ¿te ha hecho daño?

Erza se encogió de hombros despreocupada y respondió:

—No, tranquilo. Me encantan los animales y tienes una perra muy bonita y cariñosa.

Él se apoyó en la mesa y la miró. Se moría de ganas de besarla, pero se contuvo. Si lo hacía, con toda seguridad ella se marcharía y quería que se quedara.

—Qué buena música escuchas. Bruno Mars, Destiny's Child y ¿ahora quién es?

—Keyshia Cole cantando I Remember ; ¿no la conoces? —Erza negó con la cabeza y él añadió—: Es una cantautora de rythm and blues y hip hop estadounidense muy buena. —Le tendió la mano para que se la cogiera—. Ven, acompáñame.

Sin dudarlo, Erza le cogió la mano y se dejó guiar por Jellal a través de la impoluta y ordenada casa, hasta llegar ante una puerta.

—Ésta es mi guarida —dijo él—. Mi estudio. Soy compositor y este sitio es muy especial para mí y, aunque no lo creas, eres la primera mujer que va a entrar en él, exceptuando a Paola y a Juvia.

—¡Qué honor, y yo con estos pelos!—se mofó Erza. Pero cuando abrió la puerta y vio aquel increíble lugar lleno de tecnología y teclados, exclamó—:¡Madre míaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Jellal sonrió. Su estudio de grabación de casa era un lugar donde pocos eran admitidos y donde, además de su propia música, tenía la música que le gustaba. Al entrar, Erza se fijó en los miles de vinilos que llenaban una pared. Había también distintos premios musicales y carteles con el nombre de Jellal Fullbuster. Guiada por él, se sentó ante una mesita llena de botones. Jellal apretó algunos de ellos y la música dejó de sonar. Tras abrirse una bandeja, introdujo un cedé de música e instantes después comenzaron a sonar los primeros acordes de una canción.

—Es Keyshia Cole de nuevo —dijo.

Durante unos segundos, Erza la escuchó y al sentir su mirada preguntó:

—¿Cómo se llama esta canción?

—Love.

Su tono bajo de voz... su mirada hechizante... la romántica canción de Keyshia Cole... todo ello, unido al hombre tan tentador que tenía delante, hizo que Erza dejara la cerveza sobre una mesa y, acercándose a él lentamente, preguntara:

—¿Bailamos?

Sin dudarlo, Jellal aceptó. Dejó también la cerveza, le pasó un brazo por la cintura y, pegándola a él, comenzaron a moverse al compás de aquella canción romántica y pegadiza. Bailaron, se

miraron, se olieron, se tentaron y, cuando la canción acabó, Erza estaba excitada por el sinfín de cosas que aquel hombre le hacía sentir.

—¿Te gusta la canción?

—Sí —respondió extasiada. Y, acto seguido, sin dejar de mirarlo a los ojos, murmuró—: Llegados a este punto, tienes tres opciones: me besas, te beso o nos besamos.

Jellal sonrió y, con una sonrisa sensual, le deshizo la coleta alta que llevaba y cuando su pelo multicolor cayó sobre sus hombros, acercó su ávida boca a la de ella y la besó. Erza abrió los labios, dispuesta a recibirlo, a

degustarlo, a disfrutarlo, cuando la bonita canción comenzó de nuevo. Ella lo miró y él dijo:

—Quiero hacerte el amor mil veces con esta canción.

El latigazo de deseo que ambos sintieron al unir sus bocas de nuevo los hizo jadear. Jellal la cogió en brazos y la llevó hasta un sofá de color gris en el que infinidad de veces se quedaba dormido tras un duro día de trabajo y la tumbó encima. Después se quitó la camiseta y Erza murmuró:

—Me gusta tu tatuaje.

—Y a mí me gustas tú —contestó él, sonriendo. Y, sin dejar de mirarla, se desabrochó el vaquero.

—Apaga la luz —pidió ella con un hilo de voz.

Sin rechistar, Jellal tocó unos mandos que había junto al sofá y la luz bajó de intensidad.

—¿Te gusta así?

—Perfecto —susurró Erza.

Extasiado por aquellos ojos verdes, vio cómo se desabrochaba el chaleco y se lo quitaba con sensualidad. Eso lo volvió loco y, agachándose, le agarró los pechos por encima del sujetador y se los mordió con cuidado. Erza jadeó y él metió las manos por debajo y le desabrochó el sujetador en décimas de segundo. Cuando sus pechos quedaron al descubierto, se acercó de

nuevo a ella para acariciarla con lentitud, mientras le daba dulces y tiernos besos en la cara, el cuello y los pechos.

Erza no era una mujer delgada, pero sus curvas le encantaban. No tenía nada que ver con las mujeres con las que él solía salir y de pronto se le antojó deliciosa y atrayente.

Cuando ambos estuvieron desnudos, sin mediar palabra, Jellal, tras ponerse un preservativo, la penetró suave y acompasadamente. Erza lo disfrutó mientras sentía cómo él se movía al ritmo lento y delirante de la canción, que había vuelto a comenzar.

Ohhh, love

Never knew what I was missing But I knew once we start kissin' I found...

Jellal la alzó en vilo del sofá y, tras apoyarla contra la pared, la hizo levantar los brazos por encima de la cabeza para que se sujetara en una barra. Entonces él también se sujetó y, totalmente pegado a su cuerpo, comenzó a penetrarla con movimientos rápidos y profundos.

Ambos jadearon... ambos se dejaron llevar por la pasión del momento... ambos llegaron a un orgasmo maravilloso y brutal que los hizo gritar de placer...

Agotados, se quedaron apoyados contra la pared. Jellal, al que le temblaban las piernas, hundió el rostro en el cuello de ella y, besándola, murmuró:

—Espero haberme superado.

Eso la hizo sonreír.

—Fanfarrón.

Después de esa primera vez, hubo una segunda, ésta contra el respaldo del sofá, donde Jellal le azotó el trasero con suavidad, al recordar que le había gustado el primer día en el hotel y, cuando acabaron, la soltó y, cogiendo un mando a distancia, bajó la música, que continuaba sonando.

De la mano, se dirigieron juntos a un cuarto de baño para lavarse, aunque, antes, para ocultar su vientre, Erza cogió la camiseta de él y se la puso. Cuando acabaron, ella se fue a poner los vaqueros, pero él no la dejó. La abrazó y, entre risas, dijo:

—Aún no he acabado contigo. —Y, agarrándola por la camiseta, fue a besarla de nuevo cuando sonó el timbre—. Debe de ser la pizza —comentó él, apartándose—. De momento te has salvado.

Erza lo miró divertida y preguntó:

—¿Salvado de qué?

Con una mirada que habría derretido el mismísimo Polo Norte, aquel morenazo tan sexy se acercó a ella, paseó los labios sobre los suyos y murmuró:

—De hacerte mía mil veces más.

Asintió extasiada y cuando él se marchó dejándola sola en aquel precioso cuarto de baño, Erza se miró al espejo. Tenía el pelo revuelto y el indisimulable aspecto de acabar de hacer el amor locamente.

Miró el reloj. Las once menos cuarto. Sin hacer ruido, corrió a buscar su mochila y regresó al cuarto de baño. Una vez allí, sacó su móvil y tecleó rápidamente:

Llegaré más tarde de lo que te he dicho, ¿algún problema?

Esperó la contestación con impaciencia y de repente el teléfono pitó.

Ninguno, Erza Gregoria de Todos los Santos. ¡No trabajes mucho!

Divertida por el mensaje y más tranquila tras haber avisado a Racer, sonrió. Después abrió un cajón, donde por suerte había un cepillo, y se peinó. Quería estar algo más presentable y no parecer la bruja Avería.

Al oír ruido, supuso que él regresaba y rápidamente guardó el cepillo donde lo había encontrado. Al darse la vuelta, un guapo Jellal, vestido sólo con los vaqueros de cintura baja, le tendió la mano diciendo:

—Vamos, la pizza nos espera.

Encantada al verlo tan cariñoso, se cogieron de la mano de nuevo y fueron a la cocina, donde comieron la pizza con gusto, mientras reían, comentando cosas diversas.

—Todavía no me puedo creer que seas cuñado de Juvia. ¿Sabes que me encanta cómo canta?

—Es buenísima —contestó Jellal—.Y si la conocieras te caería bien.

—Estuve en uno de sus conciertos con Millianna.

—¿Millianna es una amiga tuya? — preguntó él de pronto.

Al darse cuenta de que había mencionado el nombre de su hermana, cogió rápidamente otro trozo de pizza y respondió:

—Sí. Es mi mejor amiga. —Rio para sí al pensar en su reina de la telenovela y arrugó la nariz sin darse cuenta. Jellal, al verla, dijo:

—Repítelo. —Erza lo miró sin saber a qué se refería.

—Repite esa sonrisa —explicó Jellal—. La que acabas de hacer arrugando la nariz.

Divertida, ella se rio y, sin proponérselo, hizo lo que le pedía. Era su manera de reír, no tenía otra.

—Tienes la sonrisa más bonita que he visto en toda mi vida —dijo Jellal, alargando la mano y acariciándole la barbilla.

Erza le besó la mano y preguntó escéptica:

—¿Eso se lo dices a todas? — Turbado por la pregunta, negó con la cabeza y ella suspiró—. Venga ya, Jellal, que somos adultos. —Y acercándose a él, añadió—: No creas que eres el único que sabe ser adulador. Ah, y por cierto, te debo un premio por haber descifrado el mensaje que te dejé la otra noche, considérate premiado con lo ocurrido.

Él no sabía si enfadarse o reír. Su franqueza a la hora de hablar le encantaba y al mismo tiempo le molestaba. Aquella muchacha no le bailaba el agua, como la gran mayoría de las mujeres, y eso se le antojó encantador, pero al recordarle ella lo de la nota, se metió la mano en el bolsillo del pantalón y, sacando el papel, lo puso junto a la pizza y dijo:

—Hablando del tema, ¿me quieres explicar qué es eso de que me puedo superar como amante? ¿Acaso te quedaste insatisfecha la otra noche?

—No me digas que herí tu ego de machito.

De nuevo sorprendido por su descaro, la miró y, contento de poder ser sincero, respondió:

—Sí, me heriste.

—¡Ay, Diosito! —se mofó ella.

Sin entender esa expresión, él repitió:

—¿Ay, Diosito?

Divertida, Erza dejó el trozo de pizza, se levantó, se sentó sobre las piernas y, rodeándole el cuello con los brazos, explicó:

—Es una expresión que utilizamos cuando algo nos impresiona.

—¿Utilizamos?

Al darse cuenta de lo que había dicho, para cambiar de tema, susurró:

—Eres buen amante, Jellal Fullbuster.—Él sonrió y Erza añadió—: Pero...

—¡¿Pero?! Pero ¿qué?

Encantada ante su reacción, se levantó de su regazo, se acercó a la encimera de acero y se sentó encima, quitándose los zapatos.

—Ven aquí, fanfarrón —dijo, mirándolo.

Jellal no se lo hizo repetir. Fue hacia ella, que, desabrochándole la bragueta del pantalón, murmuró, mientras paseaba la boca por el moreno cuello de él y acariciaba su miembro:

—Eres increíble y lo sabes. ¿Por qué te sientes herido por lo que digo?

Con mimo y sonriendo, Jellal la besó en el cuello, mientras le subía la camiseta. Agachándose para estar a su altura, le mordisqueó los pezones y cuando no pudo aguantar más su deseo, su impaciencia y su calentura, retiró la mano de ella de su pene, con un dedo le apartó la braguita y, de una certera y apasionada estocada, la penetró.

Erza se abrió para él y, al ver que dirigía la vista hacia abajo, le levantó la barbilla con un dedo y, con los ojos fijos en los de él, susurró:

—Así, cielo... mírame, me gusta más así.

—¿Te gusta que te mire?

Ella asintió y, disfrutando del momento, se perdió en aquellos ojazos claros.

Enloquecido por la pasión que veía en su mirada, en sus palabras, en cómo arqueaba el cuerpo para recibirlo, la agarró con fuerza y la hizo suya sin descanso una y otra y otra vez, hasta que juntos llegaron a un orgasmo intenso e increíble que los dejó sin aliento.

Tras aquel loco momento, Jellal la miró a los ojos y ella dijo:

—Te estás superando, Jellal Fullbuster.

Ambos rieron y se besaron. Cuando Erza se bajó descalza de la encimera para ir al baño, Jellal la cogió del brazo y, al ver que le llegaba a la barbilla, dijo:

—Sin tacones eres un taponcete.

—¿Me estás llamando bajita?

—No, preciosa. ¡Te estoy llamando taponcete!

Muerta de risa, corrió al cuarto de baño, seguida por él.

Cuando regresaron a la cocina, Erza le preguntó:

—¿Cómo se sube el volumen de la música?

Jellal le señaló unos botones que había en un lateral y Erza se acercó a ellos para poner la música a todo trapo. Luego, sin ningún tipo de vergüenza, comenzó a bailar y gritó:

—¡Me encanta esta canción!

Él lo sabía. Se lo había dicho la noche que se encontraron en la discoteca. Contento por la felicidad que irradiaba, la miró bailar Love Never Felt So Good, de Justin Timberlake y Michael Jackson en medio de la cocina, vestida sólo con la camiseta y las bragas.

Encantada, ella se le acercó y también lo animó a bailar. Jellal en un principio se resistió, pero finalmente claudicó, aunque lo suyo era más bien la salsa. Bailaron entre risas y cantaron aquella canción pegadiza. Cuando terminó, la cogió del brazo y, arrimándola a él, murmuró:

—Sigo pensando que cantas terriblemente mal, peroooooooooooo — dijo, echándosela al hombro— te quiero en mi cama ahora mismo.

Hicieron el amor durante horas, sin reservas, sin recato y con una gran dosis de pasión y locura. Ninguno se cansaba de aquella increíble experiencia y cuando por fin las fuerzas les flaquearon, Erza se miró el reloj y dijo:

—Son las dos de la madrugada. Debería irme.

Jellal la sujetó. No le apetecía que se fuera, pero ella insistió, nerviosa por sus niños y por Racer.

—¡He de marcharme ya!

Se soltó de un tirón y él, encendiendo la luz, la miró y preguntó:

—¿Te espera alguien en casa?

Dándole la espalda para que no viera su fea cicatriz, Erza mintió:

—No. Pero he de marcharme ya. Mañana trabajo y tengo que descansar.

Su tono de voz le hizo entender que el momento tan especial que habían vivido se había acabado y, levantándose, se puso los bóxers y se sentó en la cama a mirar cómo se vestía.

—¿Quieres que te lleve? — preguntó—. Es tarde y...

—No, no hace falta.

Molesto por todo, se levantó, se acercó a ella y, dándole la vuelta para que lo mirara, insistió:

—¿Qué pasa? ¿A qué se deben estas prisas?

Fastidiada por tener que poner fin a aquella noche perfecta, sonrió y murmuró:

—Ya te lo he dicho. Es tarde y mañana trabajo.

Jellal la miró. Algo en su expresión y en cómo lo miraba le decía que estaba mintiendo; cogió sus pantalones, se los puso y dijo:

—Te llevaré a casa.

—No.

—Soy un caballero y...

—Déjate de tontadas y de galanterías. Soy una mujer independiente y no necesito que nadie me lleve a mi casa, ¿entendido?

—Pero ¡mira que eres cabezota! — gruñó Jellal, y al ver que ella sonreía, añadió—: No sé si has venido en tu chatarra, pero lo que está claro es que no vas a regresar en ella. Si no quieres que yo te acompañe, llamaré un taxi.

Erza sonrió. Ojalá su chatarra funcionara, pero como no le iba a contar que tenía el coche roto, y no le apetecía andar esperando el bus nocturno, dijo, mientras se encaminaba hacia el baño:

—Eso me parece una buena idea. Pídeme un taxi.

Cuando ella desapareció, Jellal, ofuscado, se quedó mirando por dónde se había ido. ¿Por qué se tenía que marchar en mitad de la noche? Al final, sin querer darle más vueltas al asunto, cogió el móvil y pidió un taxi.

En el cuarto de baño, Erza sacó su libreta y, tras escribir rápidamente algo, maldijo. ¿Qué hacía dejándole una notita? Ni hablar. No debía hacerlo. Enfadada consigo misma, guardó la libreta en el bolso y salió.

Al verla aparecer, Jellal le tendió la mano. Bajaron juntos la escalera de aquella fabulosa casa y una vez llegaron al recibidor, Erza lo besó.

—Ha sido una noche muy divertida. ¡Gracias!

—¿A pesar del inicio? —preguntó burlón.

Ella asintió.

—A pesar de todo, ha valido la pena. Y recuerda, no más juego sucio.

Deseoso de su boca, Jellal la besó una vez más y cuando se apartaron, preguntó:

—¿Me das tu teléfono?

Erza lo pensó. Le encantaría dárselo, pero finalmente dijo que no.

—¿Y porqué?—preguntó, sorprendido por esa negativa.

—Porque no—respondió ella obstinada.

Jellal no lo entendía, pero no insistió.

—¿Qué te parece si mañana nos vemos?

—No puedo. Trabajo.

—¿Y pasado mañana?

—Trabajo.

—¿Y el fin de semana?

—Trabajo.

—¿Y cuándo no trabajas? —quiso saber.

Erza sonrió y, al ver su expresión, dijo:

—Los mortales que no hemos nacido en una estupenda casa como ésta, trabajamos para vivir. ¿Eso lo sabes o te lo tengo que explicar?

Jellal estaba tan acostumbrado a que las mujeres que lo rondaban estuvieran siempre listas para él, que había olvidado que ella no era de ésas.

En ese instante sonó el timbre de la cancela y vieron por la cámara que se trataba del taxi. Jellal abrió la verja y, sin soltarla a ella de la mano, salió de la casa. Rápidamente, Melodía los saludó con un cariñoso lametazo. Ambos rieron y Erza le dio la mochila a Jellal y abrazó a la perra. Una vez llegó el taxi ante la puerta, y para cortar cuanto antes la despedida, ella dijo, cogiendo su mochila:

—Lo hemos pasado bien, ¿verdad?

—Sí.

Sus ojos, aquellos ojos que a veces veía azules y otras verdes, la miraban con intensidad y Erza comentó nerviosa:

—Odio las despedidas, por lo tanto, adiós y...

—Hakuna Matata —finalizó él con voz ronca.

Eso la hizo sonreír de aquella manera que a él tanto le gustaba, y a Jellal se le encogió el corazón.

Dos segundos después, tras un último y rápido beso, Erza montó en el coche y se marchó.

Cuando el taxi salió de la parcela, Jellal entró en la casa y cerró la verja. Después fue a su habitación y, al entrar en ella, un extraño sentimiento de soledad se apoderó de él al ver la cama deshecha. Sin ganas de dormir, decidió darse una ducha y, cuando acabó, ataviado con un cómodo pantalón de seda negro, bajó a su estudio de grabación, donde la música seguía sonando. Miró el sofá donde le había hecho el amor a Erza y al acercarse vio su goma del pelo.

La cogió con una sonrisa y se sentó en el sofá. Subió la música con el mando a distancia y la voz de Keyshia Cole cantando Love lenta y pausadamente inundó la estancia.

Ohhh, love

Never knew what I was missing But I knew once we start kissin' I found...

De pronto, esa melodía le puso el vello de punta como llevaba tiempo sin que lo hiciera una canción. Era una pieza romántica y descarnada que hablaba de un amor algo complicado. Un amor que aparecía cada vez que los amantes se besaban. Un amor difícil de olvidar.

¿Qué le ocurría? ¿Por qué no podía parar de pensar en Erza, en su boca, en sus besos, en su sonrisa?

Cuando la canción acabó, comenzó a sonar de nuevo, tal como él lo había programado antes, para hacerle el amor. A la cuarta vez, se levantó del sofá y, sentándose ante su mesa de trabajo, comenzó a escribir en un papel.


Gracias por leer, espero cualquier Review que se agrecera.

Luthien