Nami caminaba por los senderos elevados de la ciudad de los minks, observando con fascinación cómo la vida continuaba en Zou a pesar de las cicatrices de la batalla. La brisa que se colaba entre los troncos y tejados traía el aroma de la vegetación húmeda y de la comida especiada que se cocinaba en las casas. Había encontrado una rutina en esos días inciertos, entre la ayuda que brindaban a los minks heridos y los momentos de descanso en los que intentaba convencerse de que todo estaría bien.

Pero cada momento de tranquilidad estaba teñido por una sombra de inquietud. No podía olvidar lo que había sucedido con Sanji. El día que lo vieron partir con Capone Bege aún estaba fresco en su memoria. La impotencia de no haber podido hacer nada, el desconcierto ante su repentina decisión, la sospecha de que había algo más detrás de su partida. La ausencia de respuestas pesaba sobre ella, igual que la sensación de peligro latente. Sin él, se sentía incompleta. No solo por su habilidad en combate, sino porque Sanji era parte de su hogar, parte de la familia que habían construido en el Sunny.

Mientras ayudaba a Chopper a revisar a los minks heridos, un recuerdo inesperado cruzó su mente. Fue el último día que estuvieron todos juntos, justo antes de llegar a Dressrosa.

Esa mañana despertó con el suave balanceo del barco y la luz del amanecer filtrándose en la ventanas de su habitación. Por un momento, se quedó quieta, disfrutando de la calidez del cuerpo de Luffy a su lado. Él aún dormía profundamente, con una expresión tranquila que contrastaba con su usual energía desbordante. Su brazo estaba extendido sobre la almohada, y su respiración era lenta y pausada, como si el mundo entero pudiera esperar.

Con cuidado, intentó moverse para levantarse, pero en ese instante, Luffy la abrazó un poco más, acercándola a su pecho. Ella sonrió, sintiendo cómo el calor de su cuerpo la envolvía. No era algo que él hiciera a propósito; simplemente era su forma instintiva de buscar comodidad incluso mientras dormía. Por un momento, se permitió quedarse ahí, disfrutando de la sensación de seguridad que le daba su abrazo.

Finalmente, Luffy comenzó a moverse, despertando lentamente. Se frotó los ojos y la miró con esa sonrisa despreocupada que siempre la hacía sentir que todo estaría bien.

—Buenos días, Nami —dijo, bostezando.

—Buenos días, Luffy —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

En ese momento, un sonido familiar rompió el silencio: el rugido del estómago de Luffy. Él se llevó una mano a la barriga y sonrió con picardía.

—¡Tengo hambre! ¡Vamos a desayunar! —exclamó, saltando de la cama con su energía habitual.

Nami no pudo evitar reírse. Era increíble cómo siempre parecía estar listo para comer, sin importar la hora o el lugar.

—Ve tú primero, Luffy. Yo me cambiaré y luego voy —dijo, mientras se sentaba en la cama y se estiraba.

Luffy asintió, ya con su sombrero de paja en la cabeza, y salió de la habitación con paso ligero. Nami lo escuchó correr por el pasillo, directo a la cocina, donde Sanji ya estaría preparando algo delicioso.

Mientras se cambiaba, no pudo evitar sonreír al recordar la noche que había pasado junto a él. No había sido algo planeado, pero tampoco se había sentido incómoda. Era Luffy, después de todo. Su presencia era tan natural como el sonido del mar.

Cuando terminó de vestirse, se encaminó al comedor, notando el sonido de risas y conversaciones animadas. Sabía que Luffy ya estaría allí, devorando todo lo que Sanji hubiera preparado. Sin embargo, algo en el tono de las voces la hizo detenerse antes de entrar. No eran las risas habituales de la tripulación; había algo más, un dejo de intriga y bromas que no podía ignorar.

—Oye… no estabas de guardia anoche ¿verdad? —escuchó la voz de Usopp, llena de curiosidad.

—¡Es cierto! No te vimos en la habitación, hermano. ¡No me digas que—! —Franky añadió, con esa sonrisa traviesa que siempre lo delataba.

Nami se detuvo en la puerta, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas. Sabía que no había pasado nada más que dormir, pero la idea de que los demás lo interpretaran de otra manera la ponía incómoda. Respiró hondo y decidió entrar, preparada para lo que fuera.

Al abrir la puerta, encontró a Luffy sentado en la mesa, sirviéndose un plato lleno de comida con su habitual despreocupación.

—Ah, dormí con Nami —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Robin, sentada en una esquina, ocultó una sonrisa tras su taza de café. Zoro, sin mucho interés, solo levantó una ceja. Pero Usopp y Franky estaban al borde del escándalo.

—¡¿Qué?! ¡¿Así nada más lo dices?! —Usopp se agitó, mirando a Luffy con incredulidad.

—¡Hermano, eso se dice con más clase, al menos! —Franky se llevó las manos a la cabeza, exagerando su reacción como siempre.

Nami sintió que el rubor en sus mejillas aumentaba, pero antes de que pudiera decir algo, Sanji interrumpió la conversación con un tono seco pero firme.

—Dejen de decir estupideces tan temprano en la mañana.

Todos se volvieron hacia él. Sanji estaba de pie tras la barra, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. No parecía enojado, pero su expresión era lo suficientemente seria como para hacer que Usopp y Franky se detuvieran.

—¡No es para tanto, Sanji! ¡Solo estábamos bromeando! —protestó Usopp, levantando las manos en señal de inocencia.

—¡Sí, hermano, relájate! ¡No hicimos nada malo! —añadió Franky, aunque no podía borrar la sonrisa de su rostro.

Sanji encendió un cigarro con un chasquido y los miró con severidad.

—No es cuestión de si es una broma o no. Simplemente, hay cosas de las que no se habla con tanta ligereza.

Nami lo observó con sorpresa. Esperaba que Sanji fuera el primero en hacer algún comentario exagerado o incluso en ponerse celoso, pero su reacción fue completamente distinta. Había algo en su tono, en su mirada, que la hizo sentir… agradecida. No era solo respeto por su privacidad, sino una muestra de que, en el fondo, Sanji entendía la importancia de ciertos límites.

Franky y Usopp, en cambio, parecían ligeramente incómodos.

Sanji se giró de golpe con su usual expresión enamorada.

—¡Nami-san~! ¡Luces absolutamente deslumbrante esta mañana! ¿Te preparo algo especial? ¿Quizás un juguito fresco de mandarinas? ¡Haré lo que quieras!

El cambio repentino casi la descoloca.

¿Había estado sermoneando a Usopp y Franky hace un segundo, y ahora volvía a ser el mismo de siempre con ella?

Franky resopló, volviendo a su plato.

—Lo que sea, no entiendo a este tipo.

Usopp también se rindió y decidió concentrarse en su desayuno.

Nami, sin embargo, sintió que había algo extraño en todo esto. Pero, lo dejó pasar.

—Jugo está bien, Sanji —pidió finalmente.

—¡Una bebida especial para mi diosa! ¡Enseguida!

Él dejó el vaso frente a ella sin decir nada más, pero su gesto fue suficiente para que Nami sintiera que, a pesar de todo, podía contar con él.

El recuerdo la hizo sonreír, pero también le trajo una punzada de preocupación. ¿Dónde estaría ahora? ¿Estaría a salvo? La idea de que algo le hubiera pasado a Sanji le resultaba insoportable.

Se obligó a respirar hondo mientras Chopper terminaba de cambiarle los vendajes a un mink más. No podía dejarse consumir por la preocupación. No aún. Por ahora, lo único que podía hacer era seguir adelante, ayudar en lo que pudiera y confiar en que Luffy y los demás llegarían pronto. Hasta entonces, debía aferrarse a lo bueno: la calidez de la gente, la seguridad efímera de su día a día y la promesa de que, sin importar cuán inciertas fueran las cosas, encontrarían una manera de seguir juntos.

Desde que llegaron a Zou, Nami se mantuvo ocupada ayudando en todo lo que podía, buscando información y asegurándose de que las cosas estuvieran en orden hasta que Luffy regresara. Quería mantenerse enfocada, útil, pero no podía evitar que ciertos momentos la hicieran pensar en él.

Una tarde, mientras ayudaba a preparar la comida para los minks heridos, un cachorro de mink con orejas grandes jugaba con su plato, esparciendo la comida por todas partes. Nami suspiró, pero en lugar de reñirlo, soltó una leve risa. Le recordaba demasiado a Luffy, a su manera despreocupada de comer, como si la comida fuera lo más importante del mundo. Su sonrisa se desvaneció al darse cuenta de cuánto extrañaba regañarlo por esas cosas.

En una ocasión, mientras caminaba con Carrot entre los árboles, escuchó su risa clara y enérgica. Por un instante, creyó que era Luffy. Su corazón saltó en su pecho, y sin pensarlo, giró la cabeza para buscarlo. Pero, por supuesto, él no estaba ahí. Nami apretó los labios y desvió la mirada antes de que Carrot notara su reacción.

Esa noche, recostada en la cabaña donde dormía, observó el cielo estrellado a través de la ventana. Se preguntó qué estaría haciendo en ese momento, si también miraba el cielo desde donde fuera que estuviera. Se giró en la cama, cerrando los ojos con fuerza, pero el vacío en su pecho no desapareció.

Cada pequeño detalle, cada instante de calma o bullicio, le recordaba a él. No quería admitirlo en voz alta, pero había llegado a acostumbrarse a su presencia, a la forma en que llenaba los espacios con su energía inagotable. Y ahora que no estaba, todo se sentía extrañamente silencioso.

Entonces, finalmente, la noticia llegó. Luffy estaba en Zou.

Ni siquiera lo pensó. No esperó a que alguien le dijera dónde estaba exactamente. Sus piernas se movieron solas, corriendo entre las estructuras de madera, esquivando a quien se interpusiera en su camino. La ansiedad y la emoción la empujaban con fuerza, su respiración se aceleraba. Lo único que importaba era verlo, asegurarse de que realmente estaba allí.

Y entonces, lo vio.

Luffy estaba de pie, con esa sonrisa amplia y despreocupada que siempre llevaba, como si no hubiera pasado nada. Como si los días de incertidumbre, de preocupación, no hubieran existido.

Antes de darse cuenta, ya había cerrado la distancia entre ellos.

—¡Luffy! —Su voz se quebró entre la emoción y el alivio.

Corrió directo a él, sin importarle quién estuviera mirando, sin detenerse a pensar. Sus brazos lo rodearon con fuerza, sintiendo su calor, su presencia real e inconfundible. La tela de su chaqueta olía a mar y aventura, como siempre. Sintió cómo él se tambaleaba un poco por la sorpresa.

—¡Nami! ¡Ja, ja! ¡Te extrañé! —exclamó él con su alegría habitual.

Ella cerró los ojos con fuerza, aferrándose un poco más a él.

El alivio de verlo la embargó por completo, pero junto con la alegría, sintió algo más profundo y pesado. No era solo el reencuentro, era el peso de los días que habían pasado separados, la angustia de no saber si él estaba bien, la culpa de no haber podido hacer más.

Se aferró con más fuerza a su chaqueta, sintiendo la calidez de sus brazos cuando él finalmente la abrazó de vuelta. No importaba que hubiera otros alrededor, que la vieran así. Por primera vez en mucho tiempo, permitió que su cuerpo hablara por ella, que el nudo en su pecho se deshiciera.

Unas pequeñas lágrimas escaparon de sus ojos sin que pudiera evitarlo.

—Lo lamento… —susurró con la voz temblorosa.

Luffy ladeó la cabeza, sorprendido.

—¿Eh? ¿Por qué?

Pero ella solo escondió el rostro contra su hombro, apretando los puños sobre su ropa.

Porque no había podido detenerlo. Porque no había sido suficiente. Porque, aunque estaban juntos de nuevo, alguien faltaba.

Él no preguntó más. No tenía que hacerlo. Simplemente la sostuvo con la misma firmeza de siempre, con esa certeza inquebrantable que solo él tenía, como si su sola presencia pudiera sostener todo el peso de sus sentimientos.

A Nami le tomó un poco de tiempo tranquilizarse. Incluso después de separarse de Luffy, su pecho aún se sentía apretado, como si el peso de todo lo que había sucedido no quisiera soltarla del todo. Pero, poco a poco, el torbellino de emociones fue amainando, reemplazado por la familiaridad de estar con sus nakamas de nuevo.

Una vez que se recompuso, pudieron poner al tanto a Luffy y los demás de todo lo ocurrido. Hablaron de Zou, de la devastación que Jack había dejado tras su ataque, del estado en el que habían encontrado a los minks y de cómo, con la ayuda de Chopper, lograron estabilizar la situación. También les explicaron lo que había sucedido con Caesar y Pekoms, y finalmente, lo que más les pesaba: Sanji.

Pero, como siempre, su tripulación tomó la información con su acostumbrada naturalidad.

—Ah, entonces solo tenemos que ir por Sanji y traerlo de vuelta. —La voz de Luffy fue firme, sin una pizca de duda ni preocupación.

Nami parpadeó.

Había esperado preguntas, un análisis de la situación, tal vez un atisbo de reproche o frustración. Pero en su lugar, Luffy simplemente lo tomó como lo que era: un obstáculo más a superar, nada más, nada menos.

—¡Exacto! ¡Vamos a traerlo de vuelta! —Usopp asintió, como si todo fuera así de sencillo.

Zoro, por su parte, solo bufó.

—Hemos pasado por cosas peores.

Nami los miró, sintiendo cómo algo dentro de ella se aflojaba. Nadie parecía culparlos. Nadie dudaba de que recuperarían a Sanji.

Entonces, sintió un breve apretón en su mano.

Giró la cabeza y vio a Luffy sonriéndole con esa seguridad imbatible.

No necesitaba decir nada. En ese instante, Nami supo que estaban juntos en esto. Que no importaba lo que pasara, seguirían adelante como siempre lo habían hecho.

Respiró hondo y, por primera vez en días, sintió que podía soltar un poco del peso que llevaba encima.


Esa noche, la isla de Zou vibraba con vida.

La música retumbaba en cada rincón, una mezcla de tambores rítmicos y cuernos festivos que marcaban el compás de la celebración. Las risas y las voces de los minks se alzaban por encima de la algarabía, llenando el aire con una energía contagiosa. La comida, dispuesta en largas mesas de madera, desbordaba en abundancia. Platos exóticos, carnes asadas, frutas frescas y jarras rebosantes de bebidas circulaban de mano en mano. Era difícil creer que solo unas semanas atrás, la devastación había caído sobre aquel lugar.

Pero así eran los minks: fuertes, resilientes. Sabían que la mejor manera de honrar a los suyos era seguir adelante, con alegría y determinación.

La tripulación de los Sombrero de Paja, por supuesto, se había integrado a la fiesta sin dudarlo. Luffy devoraba carne con su entusiasmo habitual, Chopper reía mientras intentaba seguir el ritmo de baile de los minks más jóvenes, y Usopp relataba historias con exageraciones aún más grandes de lo normal.

Nami, en cambio, se había apartado un poco del bullicio.

Desde un rincón más tranquilo, observaba la fiesta con una leve sonrisa, pero sin sentirse del todo parte de ella. Había algo en la calidez de la noche, en la luz de las antorchas y en el sonido de la música que la hacía perderse en sus pensamientos.

Sin embargo, no estaba pensando en Zou, ni siquiera en lo que vendría después.

Estaba pensando en aquella mañana, días atrás, cuando todo era distinto.

Después de que el resto de la tripulación se hubo marchado, ella se quedó un poco más, sin pensarlo mucho.

Mientras Sanji recogía los platos y limpiaba la mesa, Nami, casi sin darse cuenta, se puso a ayudarle. No era necesario, pero después de todo lo que había pasado, quería hacer algo, aunque fuera solo un pequeño gesto de agradecimiento.

Él no hizo ningún comentario al respecto. Solo siguió con lo suyo, aunque de vez en cuando le dirigía una mirada de soslayo.

Finalmente, ella rompió el silencio.

—Gracias.

Sanji se detuvo un segundo y la miró, con una ceja arqueada.

—¿Por qué?

Nami se encogió de hombros, sin mirarlo directamente.

—Por lo de hace rato. Por callar a los demás… y todo eso.

Sanji la observó por un instante antes de esbozar una leve sonrisa.

—No tienes que agradecerme por eso, Nami-san.

Nami dejó escapar una leve risa, cruzándose de brazos mientras lo miraba con aire divertido.

—Para ser honesta, pensé que tú serías el primero en sobre reaccionar con todo este asunto de Luffy.

Sanji se detuvo un momento, luego exhaló un suspiro y apoyó una mano en su cadera.

—Si te soy sincero, todavía hay momentos en los que pienso en golpearlo.

—¿Ah, sí? —Nami arqueó una ceja con una sonrisa juguetona.

—Oh, por supuesto. —Sanji sonrió de lado, pero su tono tenía un deje de resignación—. Pero, para empezar, no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo, ¿no?

Nami sintió que el aire a su alrededor se volvía un poco más denso.

—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque tenía una idea de la respuesta.

Sanji ladeó un poco la cabeza, mirándola con una expresión entre cansada y comprensiva.

—A que lo quieres.

No lo dijo con duda, ni con reproche. Solo como un hecho.

Nami sintió un calor repentino en las mejillas, pero rodó los ojos para disimular.

—No tienes por qué decirlo así.

Sanji sonrió con suavidad y continuó, como si su comentario anterior no la hubiera dejado un poco nerviosa.

—Por más idiota que sea, Luffy ha demostrado muchas veces que puede protegerte. Aunque, es obvio que eso no es lo único que importa. —Se encogió de hombros—. Por eso creo que hay que tomar en serio la advertencia de Trafalgar.

Nami parpadeó.

—¿Estás de acuerdo con él?

—No es que me agrade, pero admito que tiene un punto. —Sanji apoyó un codo sobre la mesa y se masajeó las sienes con una expresión de fastidio—. Aunque siempre estamos poniendo nuestras vidas en peligro, no es como que vayamos por ahí dándole a los enemigos más razones para atacarnos o en este caso ponerte a ti en la mira. Pero bueno… —volvió a mirarla con una media sonrisa—, si piensan seguir su consejo y que nadie más se entere, al menos dentro del barco no deberían hacerlo tan incómodo.

Nami frunció el ceño, un poco a la defensiva.

—¿Incómodo para quién?

—Para ti, obviamente. —Sanji la miró con una sonrisa socarrona—. Luffy nunca se entera de nada.

Nami resopló, pero Sanji cambió su expresión por una más seria, casi melancólica.

—Si me preguntas, mientras estemos entre aliados, no deberían sentirse limitados.

Nami lo miró sin decir nada.

—Imagino que ya ha sido bastante difícil hasta ahora, ¿no? —Sanji sonrió con un aire más tranquilo—. No sé cómo serán las cosas en el futuro, pero… si hay momentos en los que pueden ser felices, entonces deberían tomarlos.

Nami sintió un pequeño nudo en la garganta. No estaba segura de qué esperaba de esa conversación, pero esas palabras la tomaron por sorpresa.

—Sanji…

Sanji le quitó el trapo de las manos con un gesto despreocupado, pero ella tardó un segundo en soltarlo. Sus dedos se aferraron a la tela casi sin darse cuenta, hasta que finalmente exhaló y se rindió con una leve sonrisa.

—Nada de agradecimientos —dijo él con una sonrisa más grande—. Yo me encargo de esto. Seguramente allá afuera necesitan a su navegante si quieren llegar pronto a la isla.

El bullicio de la fiesta la trajo de vuelta al presente. La música seguía resonando, las risas de sus compañeros se mezclaban con el ambiente, y el aire nocturno estaba impregnado con el aroma de la comida asándose en las hogueras.

Nami tomó un respiro, aún con la conversación y el consejo de Sanji dándole vueltas en la cabeza.

Mañana zarparían. Se adentrarían de lleno en el territorio de un Yonkou.

Tal vez por eso sentía ese impulso repentino, esa necesidad de aferrarse a lo que tenía ahora, antes de que la incertidumbre del viaje los envolviera otra vez.

Alzó la vista y lo encontró con facilidad.

Luffy estaba rodeado de minks, riendo con la boca llena y el entusiasmo de siempre. No importaba cuán imposible fuera encontrar esta isla, cuán inalcanzables parecieran ciertos destinos… de algún modo, él siempre lograba estar donde debía.

Sin pensarlo demasiado, se alejó del rincón donde había estado y caminó directo hacia él.

—Luffy. —Su voz no tuvo que ser alta; él siempre la escuchaba.

Luffy giró la cabeza con su sonrisa despreocupada, con la mejilla inflada por un gran trozo de carne.

—¿Hm?

Nami dudó solo un segundo antes de inclinarse un poco y decir, en un tono más bajo:

—Acompáñame.

No dio explicaciones, ni esperó su respuesta. Solo giró sobre sus talones y empezó a alejarse, confiando en que él la seguiría.

Y, por supuesto, lo hizo.

A medida que se alejaban de la fiesta, el bullicio de la música y las voces se fue apagando poco a poco, reemplazado por el susurro del viento entre los árboles. El calor de las hogueras quedó atrás, y el aire nocturno se sintió más fresco contra su piel.

Nami cruzó los brazos sobre su pecho, no por frío, sino por la extraña sensación que la embargaba. Con cada paso, la oscuridad se volvía más densa, apenas rota por el resplandor lejano de la celebración y el suave brillo de la luna entre las nubes.

Luffy no dijo nada, pero su presencia era tan tangible como siempre. Su andar relajado contrastaba con la ligera tensión en los hombros de Nami.

Cuando por fin llegaron a la cabaña que había usado como habitación las últimas semanas, Nami empujó la puerta sin dudar. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por la luz que se filtraba desde afuera. Era un espacio simple, apenas lo suficiente para descansar, pero se había convertido en un pequeño refugio temporal.

Se detuvo en el umbral, con la mano en la puerta y la mirada fija en el interior de la pequeña cabaña.

El ruido de la fiesta seguía a sus espaldas, pero aquí dentro, la noche se sentía distinta. Más callada. Más real.

Se giró apenas, lo suficiente para encontrar a Luffy esperándola con esa mirada despreocupada, la cabeza ladeada, como si simplemente estuviera esperando el siguiente movimiento sin necesidad de preguntar nada.

No tenía que decirlo con palabras, pero, aun así, lo hizo.

—¿Te quedas conmigo esta noche?

Su propia voz le sonó más baja de lo esperado. No era una orden, no era un capricho. Era algo más.

Por un segundo, Luffy no respondió. Su expresión no cambió, pero algo en él se sintió diferente. No era la primera vez que pasaban la noche juntos, no era la primera vez que se quedaban solos en una habitación, pero esta vez…

Esta vez sí era distinto.

Luffy sostuvo su mirada, y por primera vez en mucho tiempo, no sonrió.

No preguntó por qué. No bromeó. No hizo nada más que aceptar con una simple inclinación de cabeza.

Un 'sí' sin necesidad de decirlo.

Nami sintió su propia respiración entrecortarse un segundo. Su mano se aferró un poco más a la madera, hasta que finalmente, como si esa respuesta invisible hubiera sido suficiente… cerró la puerta detrás de ellos.

Dio un paso adelante y la penumbra la envolvió por completo. Sus ojos tardaron un momento en acostumbrarse, distinguiendo las formas apenas iluminadas por la ventana. Luffy seguía ahí, de pie junto a la mesa, sin moverse, observándola con su habitual falta de complicación. Pero Nami notó que sus hombros estaban más quietos de lo normal, que no había ese vaivén relajado que siempre lo caracterizaba. Como si también estuviera esperando algo.

No supo qué hacer con sus propias manos, así que se acercó a la pequeña mesa y encendió una lámpara de aceite. La luz cálida titiló unos segundos antes de estabilizarse, proyectando sombras alargadas en las paredes de madera. El resplandor tenue iluminó el rostro de Luffy, recortándolo entre luces y sombras. Su expresión seguía igual de serena, pero sus ojos la seguían con más atención de lo habitual.

Nami humedeció sus labios, sintiendo un nudo en la garganta que no esperaba. No sabía por qué, pero la habitación se sentía diferente. Como si cada rincón guardara el eco de una conversación que aún no había sucedido.

Luffy se movió por primera vez desde que entraron, dando un par de pasos hacia ella. Se detuvo a una distancia cómoda, sin romper el espacio entre ambos. No habló.

Ella respiró hondo, sintiendo la expectativa envolverlos. No había prisa, no había urgencia. Solo estaba el momento suspendido entre ellos, esperando a que alguien diera el siguiente paso.

Se giró apenas, y el leve movimiento hizo que su vestido susurrara contra el aire inmóvil. Un tintineo suave resonó en la habitación cuando las pequeñas cadenas doradas que adornaban la tela chocaron entre sí. No era un sonido fuerte, pero en la quietud cargada de expectativa, pareció más pronunciado de lo que realmente era.

Luffy parpadeó y bajó la mirada, como si el sonido hubiera interrumpido el silencio de una forma que no esperaba. Sus ojos recorrieron la prenda con la misma curiosidad despreocupada con la que observaba todo, pero Nami sintió el escrutinio como si fuera algo más.

El vestido, un regalo de los minks, se aferraba a su figura como si hubiese sido hecho para ella. Largo hasta los tobillos, con aberturas que dejaban al descubierto la piel de sus piernas, era la clase de prenda que resaltaba más lo que cubría que lo que mostraba. Las finas cadenas doradas brillaban con el tenue resplandor de la lámpara, atrapando la luz en un parpadeo dorado antes de volver a la penumbra.

No era algo que ella hubiera elegido por sí misma. Pero lo llevaba puesto. Y Luffy lo estaba viendo.

—No te había visto con ese vestido antes.

Su voz rompió la calma con la misma naturalidad de siempre, pero había algo en su tono… algo más pausado.

Nami humedeció sus labios, ignorando la sensación de su propia respiración.

—Fue un regalo —dijo, jugueteando con uno de los listones. Luego se encogió de hombros, y el borde de la tela ondeó sutilmente, haciendo que las cadenas volvieran a tintinear—. Aquí es como una tradición. Intercambiar algo de ropa.

Luffy asintió, sin apartar la vista.

—Parece un tesoro.

Nami arqueó una ceja, sorprendida por el comentario.

—Es algo así.

Él inclinó la cabeza, como si estuviera procesando algo. Luego, con la misma franqueza con la que siempre hablaba, dijo:

—Te queda bien.

Fue un comentario simple, directo, sin adornos. Pero esta vez, la forma en que lo dijo hizo que su estómago diera un pequeño vuelco.

Nami desvió la mirada, buscando refugio en la luz de la lámpara, en la sombra que danzaba en la pared.

Pero Luffy aún estaba allí, quieto, observándola con esa misma atención silenciosa.

Esperándola.

Nami soltó un suspiro suave, sintiendo el peso de las palabras que quería decir, pero que no sabía cómo expresar. El silencio entre ellos era cómodo, pero también cargado de algo más, algo que ella no podía ignorar. Sabía que Luffy no era alguien que necesitara explicaciones largas o complicadas, pero esta vez… esta vez sentía que debía decir algo. Algo que aclarara las cosas, aunque fuera solo para ella misma.

—Luffy… —comenzó, pero su voz sonó más baja de lo que esperaba. Se aclaró la garganta, intentando encontrar las palabras correctas—. Sabes… esto no es solo… —hizo una pausa, frunciendo el ceño mientras buscaba cómo continuar.

Luffy la miró con esa expresión tranquila de siempre, pero tenía esa mirada en sus ojos que empezaba a reconocer, aquella que delataba cuando estaba prestando atención de verdad. No era la mirada distraída que solía tener cuando alguien hablaba de algo que no le interesaba demasiado.

Nami se mordió el labio, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. No quería arruinar el momento, no quería que todo se volviera incómodo o raro. Pero al mismo tiempo, necesitaba asegurarse de que él entendiera. O al menos, que supiera que ella lo entendía.

—Quiero decir… —volvió a intentar, jugueteando con el borde de su vestido—. Esto… nosotros… no es solo… —Hizo una pausa, sintiendo que el calor le subía a las mejillas. Maldita sea, ¿por qué era tan difícil decirlo?

Luffy se acercó un poco más, sin invadir su espacio, pero lo suficiente como para que ella sintiera su presencia más cerca. Su mirada era curiosa, pero no presionaba. Como si estuviera dispuesto a esperar todo el tiempo que fuera necesario para que ella encontrara las palabras.

Nami respiró hondo, decidida a intentarlo de nuevo.

—Lo que quiero decir es que… esto no es solo algo casual para mí —dijo finalmente, mirándolo a los ojos—. Y quiero que sepas que… que tú decides hacia dónde va esto. Yo… no quiero que pienses que tienes que hacer algo solo porque yo lo quiero.

Las palabras salieron en un torrente, casi sin que ella pudiera detenerlas. Y una vez que terminó, se sintió aliviada y nerviosa al mismo tiempo. Aliviada porque por fin lo había dicho, y nerviosa porque no sabía cómo reaccionaría él.

Luffy la miró en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Luego, con una sonrisa suave que aligeró la tensión, dijo:

—Nami, yo siempre decido lo que quiero hacer.

Ella parpadeó, sorprendida por la simpleza de su respuesta. Pero antes de que pudiera decir algo más, él continuó:

—Y ahora quiero estar aquí contigo.

Nami sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

El espacio entre ellos se sintió más denso de repente, no incómodo, pero sí distinto. Nami no estaba segura de qué había cambiado exactamente. Tal vez era la forma en que Luffy la miraba, con una atención tranquila que rara vez le veía. O tal vez era el peso de sus propias palabras, flotando entre ambos, esperando asentarse en algún lugar.

Lo que sí sabía era que sentía cada parte de sí misma con demasiada claridad. El roce de la tela sobre su piel, la calidez de la luz a su alrededor, la respiración de Luffy, pausada y cercana.

Ella dio un paso más hacia él, no mucho, solo lo suficiente para acortar la distancia sin que pareciera deliberado. Las cadenas doradas tintinearon otra vez, más suaves en esta ocasión, como un eco de su propio latido.

Luffy bajó la mirada de nuevo, siguiendo el movimiento de la prenda como si intentara descifrar algo. No era deseo lo que veía en su rostro, al menos no de la forma en que Nami estaba acostumbrada a reconocerlo en otros. Su expresión era más cercana a la curiosidad, el mismo tipo de atención que ponía en cualquier cosa que le pareciera interesante. Pero esta vez, ella era esa cosa.

Sin pensarlo, movió un poco la cadera, dejando que la tela ondeara sobre su piel desnuda. El gesto fue casi imperceptible, pero Luffy lo notó. Claro que lo notó. Sus ojos siguieron el leve vaivén de la prenda, y por un instante, Nami se preguntó si también podía sentirlo.

La idea le provocó un escalofrío que recorrió su espalda.

Luffy levantó la mano y, sin advertencia, tocó la tela.

Fue un roce ligero, apenas la punta de sus dedos deslizándose sobre la superficie del vestido, justo donde la tela se fundía con su piel descubierta en la abertura lateral. No parecía haber pensado demasiado en el gesto, era como si simplemente quisiera comprobar cómo se sentía.

Pero Nami sí lo pensó.

No se movió, no respiró siquiera por un segundo. Porque la sensación la tomó por sorpresa.

Era distinto a cualquier otro roce. No porque fuera una caricia en sí, sino porque era Luffy. Porque él nunca hacía cosas como esa.

Y porque, esta vez, parecía estar tomándose su tiempo.

Sus dedos se deslizaron apenas, siguiendo el borde del vestido, sin prisas. Era tan solo curiosidad, pero para Nami, la sensación fue un lento y delicioso arrastre de electricidad por su piel.

—Es suave —murmuró Luffy, con la misma simpleza de siempre, como si estuviera constatando un hecho.

Nami dejó escapar una risa baja, aunque su pulso iba demasiado rápido para que sonara natural.

—Es seda —dijo, su propia voz sonando un poco más baja de lo que pretendía—. Y oro.

Luffy asintió levemente, como si aquello explicara algo. Su mano siguió ahí, rozando la tela como si todavía no hubiera terminado de procesar la sensación.

Y entonces, antes de que Nami pudiera detenerse, antes de que pudiera pensarlo dos veces, dejó que su propio cuerpo hiciera lo que quería hacer.

Movió la cadera otra vez, un poco más deliberadamente esta vez, lo suficiente como para alcanzar los dedos de Luffy bajo la tela.

Fue un contacto fugaz, mínimo.

Pero la forma en que Luffy inhaló un poco más profundo le dejó claro que lo había sentido.

Nami levantó la mirada y lo encontró observándola. No con sorpresa, ni con confusión. Solo… mirándola.

El aire pareció volverse más pesado entre ellos. No de una forma desagradable. Solo… más.

Y entonces, sin soltar la tela, sin apartar la mano, Luffy inclinó apenas la cabeza, con una expresión tan concentrada como si estuviera enfrentando un desafío.

—Nami.

Solo su nombre. Sin una pregunta. Sin una afirmación. Solo eso.

Pero en ese momento, fue suficiente para hacerla temblar.

El sonido de la voz de Luffy la recorrió como un escalofrío tibio. No era solo la manera en la que dijo su nombre, sino el hecho de que lo había dicho en ese momento, con la mano aún sobre la tela de su vestido, con los dedos tan cerca de su piel que la seda parecía no existir en ese roce.

Luffy continuó recorriendo la prenda purpura con un toque ligero al principio, más curioso que intencional. La tela era suave, demasiado.

Pasó la yema de los dedos sobre el vestido, siguiendo el contorno de su cadera con movimientos lentos. El vestido se movía con facilidad, deslizándose apenas con su toque, como si estuviera hecho para eso.

Pero su atención se desvió pronto.

Debajo de la seda, la piel de Nami era más cálida. Más real. Mucho más suave.

Movió la mano sin pensarlo, siguiendo la línea de su costado hasta donde los listones se cruzaban sobre su piel. La forma en que se tensaban sobre ella lo hizo fruncir un poco el ceño, como si quisiera entender cómo algo tan delgado podía sostener todo en su sitio.

Apretó ligeramente los dedos, tanteando la suavidad bajo los lazos, y sintió cómo la respiración de Nami cambió. Fue un movimiento mínimo, apenas una pausa en su pecho antes de soltar el aire en un ritmo diferente.

Luffy bajó un poco más.

Su palma rozando sus piernas, donde la tela ya no cubría su piel.

Y ahí se dio cuenta.

No había nada más.

El pensamiento llegó sin advertencia, tan claro y simple como cualquier otra cosa que notaba en su día a día. Como darse cuenta de que tenía hambre. Como saber que el sol estaba brillando.

Solo que esta vez, el descubrimiento le dejó un extraño calor en el pecho.

Sus dedos se detuvieron un instante sobre la piel desnuda de su muslo, sintiéndola directamente, sin barreras.

El vestido era lo único entre ellos.

Y por primera vez, se dio cuenta de lo fácil que sería quitarlo.

Nami pareció sentir el cambio en cuanto la realización llegó a él. La forma en que sus caricias se hicieron más firmes, pero también más pausadas.

El calor de su mano en su piel desnuda le provocó un estremecimiento que recorrió su espalda. No era solo su tacto, sino el conocimiento de que él también lo estaba sintiendo. Que su piel, el calor de su cuerpo, el leve temblor de su respiración, todo eso lo estaba alcanzando también.

La idea la hizo moverse antes de pensarlo.

Nami no se apartó. No lo detuvo. En lugar de eso, inclinó el cuerpo hacia él, con un movimiento lento, sutil, pero completamente intencional. Su pierna se deslizó apenas sobre la de Luffy, sintiendo la fricción de su piel contra la suya, atrapándolo en un espacio más pequeño, más cálido.

Y él no se alejó.

Sus ojos aún estaban fijos en ella, oscuros y atentos, como si estuviera tratando de entender algo que apenas estaba descubriendo.

Así que Nami le dio algo más para descubrir.

Movió la mano, deslizándola sobre su pecho, sintiendo el calor bajo la tela de su camisa, la dureza de los músculos que se tensaban bajo su toque. Sus dedos apenas rozaron su clavícula antes de enredarse en la tela, jalándola apenas, acercándolo sin palabras.

Luffy se quedó quieto, pero su respiración se volvió más profunda, más pesada.

Nami lo sintió en la forma en que su aliento tocó su piel, cálido y con un rastro sutil de especias, de sal y algo más que no pudo identificar. Era él.

—Luffy… —murmuró su nombre, casi como una plegaria.

Y esta vez, no fue solo ella quien reaccionó.

Luffy inclinó el rostro.

El espacio entre ellos se redujo en un instante, la distancia evaporándose en un calor compartido, en un roce que apenas era un contacto antes de ser un beso.

No hubo un primer tanteo, no hubo un momento de duda.

Sus labios se encontraron en un choque de calidez y respiración entrecortada.

Nami sintió la suavidad del contacto, el leve roce de su boca contra la suya antes de que Luffy presionara con más firmeza, como si estuviera descubriendo algo nuevo, algo que no había probado antes, pero que de alguna manera le resultaba familiar.

Y el sabor de él la envolvió.

Era salado, con el eco de las especias en su aliento, el mismo sabor que aún quedaba en su propia lengua, pero que, mezclado con él, sabía distinto. Más intenso. Más profundo.

Más real.

El calor entre ellos aumentó con el beso, con la forma en que la mano de Luffy no se apartó, con la manera en que Nami inclinó la cabeza para acercarse aún más, buscando el contacto, la sensación, el latido acelerado que vibraba en ambos.

El beso se profundizó, y con él, la sensación de que algo inevitable, estaba a punto de suceder. Nami sintió cómo el recuerdo de aquella vez en la biblioteca del Sunny resurgía en su mente, pero esta vez no había confusión, ni dudas, ni prisas. Solo la certeza de que esto era lo que ambos querían, lo que ambos necesitaban.

Luffy la atrajo más cerca, sus manos encontrando su cintura con una firmeza que la hizo sentir segura y deseada al mismo tiempo. El roce de sus labios se volvió más intenso, más urgente, pero sin perder esa ternura y cuidado que siempre tenía con ella. Nami respondió con la misma intensidad, sus brazos rodeando su cuello, mientras el calor entre ellos crecía.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento. Luffy la miró con esos ojos oscuros y llenos de una intensidad que Nami nunca antes había visto. Era como si algo dentro de él hubiera cambiado, como si algo en él hubiera despertado una parte de su ser que siempre había estado allí, pero que nunca había sido explorada.

—Nami… —susurró, su voz ronca y cargada de una emoción que no podía ocultar.

Ella prmaneció en silencio, pero su mirada lo dijo todo. Con un movimiento suave, tomó su mano y la guio hacia el borde del vestido, hacia donde los listones se cruzaban sobre su piel. Luffy entendió el mensaje sin necesidad de palabras. Sus dedos encontraron los lazos y, con una delicadeza que sorprendió incluso a Nami, comenzó a deshacerlos uno por uno.

El vestido cayó al suelo con un suave susurro, revelando la piel que había estado oculta debajo. Nami sintió el aire fresco sobre su cuerpo, pero el calor de la mirada de Luffy la mantuvo cálida. Él la observó con una mezcla de admiración y deseo, como si estuviera viéndola por primera vez.

Y, en cierto modo, lo era.

Luffy no era ajeno a la belleza de Nami. La había visto en trajes de baño, en ropa ajustada, en momentos en los que el sol resaltaba cada curva de su cuerpo. Pero esto era diferente. Esto era ella, completamente desnuda, sin barreras, sin distracciones. Y la forma en que la luz de la lámpara acariciaba su piel, resaltando cada detalle, lo dejó sin aliento.

Sus ojos recorrieron su cuerpo con una lentitud que Nami nunca le había visto. No era una mirada lasciva, ni llena de prisa. Era algo más profundo, más reverente. Como si estuviera memorizando cada línea, cada curva, cada sombra.

—Nami… —susurró, y esta vez su voz sonó más suave, casi temblorosa.

Ella no dijo nada, pero su respiración entrecortada delataba lo que sentía. Sus manos se aferraron a los hombros de Luffy, como si necesitara algo para sostenerse mientras él la observaba.

Luffy extendió la mano, pero se detuvo antes de tocarla, como si temiera que su contacto pudiera romper el momento. Sus dedos se quedaron suspendidos en el aire, a centímetros de su piel, mientras sus ojos seguían explorando cada detalle.

—Eres… —comenzó a decir, pero las palabras parecieron escapársele. En lugar de eso, dejó que sus acciones hablaran por él.

Finalmente, sus dedos tocaron su piel, suavemente, como si estuviera acariciando algo frágil y precioso. El contacto fue tan ligero que Nami apenas lo sintió al principio, pero cuando sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo, la sensación la hizo estremecer.

Luffy comenzó por sus hombros, siguiendo la línea de sus brazos con una lentitud que la hizo contener la respiración. Sus dedos eran ásperos por años de entrenamiento y batallas, pero su toque era increíblemente suave. Como si supiera instintivamente cómo tocarla sin lastimarla.

Cuando sus manos llegaron a su cintura, Nami sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. El calor de su contacto se extendió por su cuerpo, encendiendo algo dentro de ella que no podía ignorar. Sus dedos se detuvieron en las curvas de sus caderas, explorando la suavidad de su piel con una atención que la hizo sentir más deseada que nunca.

—Luffy… —susurró, pero su voz se quebró antes de que pudiera decir algo más.

Él la miró, y en sus ojos había una mezcla de admiración y algo más, algo que Nami no podía nombrar pero que la hizo sentir vulnerable y poderosa al mismo tiempo.

—Eres hermosa —dijo finalmente, y sus palabras sonaron tan sinceras que a Nami le faltó el aire.

Ella sonrió, sintiendo cómo el rubor subía a sus mejillas, pero no se avergonzó. En lugar de eso, se acercó a él, sus manos encontrando los botones de su camisa. Con movimientos lentos, pero consientes, comenzó a desabrocharlos, revelando la piel bronceada y los músculos definidos que siempre habían estado ocultos bajo la tela.

Cuando el último botón cedió bajo sus dedos, Nami apartó la tela con un movimiento lento, revelando poco a poco la piel de Luffy. No era la primera vez que lo veía sin camisa. Había perdido la cuenta de las veces que lo había visto dormitando bajo el sol del barco, sin preocupaciones, con el torso descubierto y marcado de cicatrices. Pero esto era diferente.

Ahora, sus manos eran las que lo estaban descubriendo.

Sus dedos se deslizaron por sus clavículas, siguiendo el contorno firme y bronceado de su pecho. Luffy ni se movió, pero ella sintió la tensión en sus músculos, la forma en que se endurecían con cada nuevo roce, con cada contacto exploratorio.

Sus manos recorrieron la cicatriz que atravesaba su pecho. La había visto tantas veces antes, pero nunca la había sentido de esta forma. Su piel era más rugosa en ese punto, el rastro de una herida que había estado a punto de arrebatárselo. Su pulgar se deslizó lentamente sobre la marca, como si quisiera grabarla en su memoria, como si al tocarla pudiera entender el peso de lo que significaba.

Luffy exhaló suavemente, y el sonido la envolvió. No dijo nada, no intentó detenerla ni apuró su toque. Simplemente la dejó hacer, como si estuviera descubriéndose a través de ella.

Su palma descendió por su pecho, sintiendo la firmeza de su abdomen, el calor bajo su piel, la suavidad interrumpida por la dureza de sus músculos. Había fuerza en cada línea de su cuerpo, pero también una familiaridad que la hizo sonreír. Este era Luffy. Su Luffy. El mismo que siempre había estado a su lado, el mismo que la había salvado una y otra vez. Pero en este momento, lo sentía como algo más.

Suavemente, dejó que sus dedos trazaran el contorno de su cintura, sintiendo la ligera curva donde sus músculos cedían a la piel más blanda. Se sorprendió al notar que su propia respiración estaba alterada, acompasada con la suya.

Luffy la observaba, inmóvil, pero con los ojos ardiendo de una intensidad que la hizo estremecer. Había algo en su expresión, algo nuevo, algo que ella apenas estaba empezando a comprender.

Sin pensarlo demasiado, dejó que sus manos ascendieran de nuevo, esta vez buscando su espalda, trazando la dureza de sus omóplatos y la tensión en sus hombros. Sus dedos encontraron la piel caliente y las cicatrices dispersas que contaban historias de batallas y aventuras. Cada marca en su cuerpo era una prueba de su vida, de la persona en la que se había convertido.

Nami sintió un nudo en la garganta, porque por primera vez comprendió con absoluta claridad cuánto lo admiraba, cuánto lo deseaba y cuánto significaba para ella.

Él, aún en silencio, inclinó el rostro en su dirección, su aliento cálido acariciando su piel. Y entonces, en ese espacio donde no existían palabras, Nami supo que no había vuelta atrás.

Luffy no estaba seguro de cuándo había empezado todo, pero sabía que no podía detenerse. No ahora. No cuando Nami estaba frente a él, desnuda, vulnerable y tan hermosa que le costaba respirar. Sus ojos recorrieron su cuerpo, desde la curva de sus hombros hasta la suavidad de sus caderas, y sintió que algo dentro de él se encendía, algo que no podía nombrar pero que lo hacía sentir como si despertara de un largo letargo.

Cuando la levantó en volandas, notó lo ligera que era, como si pesara menos que una nube. Pero al mismo tiempo, sentía el peso de su confianza, de su entrega, y eso lo hacía ser más cuidadoso, más consciente de cada movimiento. La depositó suavemente sobre la cama, sintiendo cómo el colchón de lana cedía bajo su peso. Nami rebotó ligeramente, y Luffy no pudo evitar notar cómo sus pechos se balanceaban con el movimiento, redondos y firmes, como si estuvieran hechos para sus manos.

Se inclinó sobre ella, apoyando una mano a cada lado de su cuerpo, y la miró con una intensidad que nunca antes había sentido. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su piel, desde la curva de sus hombros hasta la suave línea de su cintura, y más abajo, donde el vello rizado en su monte de Venus formaba un pequeño remolino que contrastaba con la palidez de su piel.

Nami se mordió el labio inferior, un gesto que Luffy había visto antes, pero que ahora le provocaba una reacción completamente distinta. Sintió que el calor se acumulaba en su pecho, en su estómago, en cada parte de su cuerpo. Quería tocarla, sentirla, explorarla de una manera que nunca antes lo había hecho.

Y entonces, no pudo resistirse.

Bajó la cabeza y capturó sus labios en un beso que fue tan suave como el colchón en el que estaban acostados. Nami respondió con intensidad, sus manos enredándose en su cabello mientras el calor entre ellos crecía. Luffy deslizó una mano por su costado, sintiendo la suavidad de su piel bajo sus dedos, y luego la llevó hasta su pecho, donde su corazón latía con fuerza.

Nami arqueó la espalda, buscando más contacto, más de él. Luffy no la decepcionó. Sus labios se deslizaron por su cuello, dejando un rastro de besos que la hicieron estremecer. Luego, bajaron hasta sus pechos, donde se detuvo un momento para admirarlos antes de capturar uno de sus pezones entre sus labios.

Nami soltó un gemido suave, sus dedos apretándose en su cabello mientras el placer la recorría. Luffy no se apresuró, disfrutando cada momento, cada sonido que escapaba de sus labios. Sus manos continuaron explorando su cuerpo, sintiendo cada curva, cada detalle, como si quisiera memorizarla por completo.

Cuando sus manos encontraron el vello rizado bajo su vientre, Luffy sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Miró a Nami, buscando su consentimiento, y ella asintió con la cabeza, sus ojos llenos de deseo y confianza.

Luffy sintió que el mundo se reducía a sus dedos, a la suavidad de la piel de Nami bajo su toque, a la humedad cálida que encontró en su interior. Sus movimientos fueron lentos, deliberados, como si cada roce fuera un descubrimiento nuevo, algo que nunca antes había experimentado. Nami arqueó la espalda, un gemido suave escapando de sus labios, y Luffy sintió que ese sonido se le quedaba grabado en la mente, como si fuera la melodía más dulce que había escuchado.

Sus manos exploraron con cuidado, sintiendo los pliegues, la humedad, la forma en que Nami respondía a cada movimiento. Ella gemía suavemente, incapaz de controlar su voz, y cada sonido que escapaba de sus labios hacía que el calor en Luffy creciera, que la presión en su propio cuerpo se volviera casi insoportable. Pero no quería apresurarse. Quería disfrutar cada segundo, cada detalle.

Nami movió las caderas, buscando más de él, y Luffy respondió con un movimiento más firme, más decidido. Sus dedos se deslizaron más adentro, sintiendo cómo ella se tensaba y luego se relajaba, cómo su cuerpo se entregaba a las sensaciones que él le provocaba. La humedad aumentó, y Luffy sintió que su propia respiración se volvía más pesada, más entrecortada.

—Luffy… —susurró Nami, su voz suave pero llena de deseo.

Él la miró, y en sus ojos vio algo que lo hizo sentir más vulnerable que nunca. Era como si Nami estuviera viendo directamente en su alma, como si supiera exactamente lo que estaba sintiendo. Y tal vez lo sabía. Tal vez siempre lo había sabido.

Nami extendió sus manos hacia él, sus dedos recorriendo su pecho desnudo, trazando las cicatrices que habían sido testigos de tantas batallas. Cada toque suyo era como una chispa que encendía algo dentro de Luffy, algo que no podía controlar pero que tampoco quería detener.

—Eres tan fuerte —murmuró ella, su voz llena de admiración y algo más, algo que Luffy no podía nombrar pero que lo hacía sentir como si pudiera conquistar el mundo.

Él sonrió, un gesto lleno de ternura y promesas, y entonces continuó su exploración, llevándola a un mundo de sensaciones que nunca antes había experimentado. Sus labios encontraron los de ella en un beso que fue tan intenso como el primero, pero con una urgencia que no podían contener.

Nami sintió que algo dentro de ella se tensaba, como un resorte a punto de liberarse. Cada movimiento de Luffy, cada roce de sus dedos, cada susurro de su nombre en su oído, la llevaba más y más cerca de un borde que nunca antes había alcanzado. Y entonces, de repente, sucedió.

Una descarga eléctrica recorrió su cuerpo, intensa y abrumadora, como si el mundo entero se hubiera detenido por un instante. Su espalda se arqueó, sus dedos se aferraron a la cama, y un gemido escapó de sus labios, resonando en la habitación con una intensidad que no podía controlar. Era como si cada parte de su ser se hubiera concentrado en ese momento, en esa sensación que la consumía por completo.

El placer la envolvió, llevándola a un lugar donde no existía nada más que el calor de Luffy, el sonido de su respiración entrecortada y el latido acelerado de su propio corazón. Por un momento, todo fue blanco, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo para flotar en un mar de sensaciones indescriptibles.

Pero luego, poco a poco, comenzó a regresar. Su respiración se calmó, su cuerpo se relajó, y la habitación volvió a enfocarse a su alrededor. Notó el frío del aire en su piel, el sonido de su corazón resonando en sus oídos, y la mirada de Luffy, que la observaba como si estuviera hipnotizado.

Él estaba quieto, sus ojos oscuros y llenos de una intensidad que la hizo estremecer. Había algo en su expresión, algo que Nami no podía nombrar pero que la hacía sentir vulnerable. Era como si, en ese momento, estuviera viendo a través de ella, como si hubiera descubierto algo que ni siquiera ella misma sabía que existía.

—Nami… —susurró él, su voz ronca y cargada de una emoción que no podía ocultar.

Ella aún incapaz de formular algo coherente, dejo que su suerpo se hiciera cargo. Con un movimiento suave, extendió la mano y tocó su mejilla, sintiendo el calor de su piel bajo sus dedos. Luffy cerró los ojos por un momento, como si estuviera saboreando el contacto, y luego los abrió de nuevo, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

—Eres increíble —dijo él, y esta vez sus palabras no fueron simples. Estaban cargadas de una admiración que Nami nunca antes había escuchado en su voz.

Ella sonrió, sintiendo cómo el rubor subía a sus mejillas, pero no apartó la mirada. En lugar de eso, se acercó un poco más, permitiendo que sus cuerpos se tocaran, que el calor de su piel se mezclara con el de él.

Luffy no necesitó más invitación. Sus labios encontraron los de ella en un beso que fue tan intenso como el primero, pero con una ternura que la hizo sentir más segura que nunca.

Nami respiró hondo, sintiendo cómo el aire frío de la habitación chocaba con el calor que emanaba de su piel. Sus dedos temblaron ligeramente mientras se acercaban al borde de los pantalones de Luffy, la última barrera entre ellos. La mezclilla áspera bajo sus yemas le recordó lo cerca que estaban de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás. Pero no había miedo en su corazón, solo una mezcla de nerviosismo y deseo.

Luffy la miró, no dijo nada, pero su expresión delataba lo que sentía: confianza, anticipación y una curiosidad que parecía no tener fin. Nami sintió que su propio pulso se aceleraba al notar cómo su mirada se fijaba en sus manos, en el movimiento lento pero decidido con el que comenzó a desabrochar el botón.

El sonido del metal rozando contra la tela resonó en la habitación, seguido por el leve crujido de la mezclilla al ceder. Nami notó cómo la tensión en el cuerpo de Luffy aumentaba, cómo sus músculos se tensaban bajo su toque, como si estuviera conteniendo algo que no podía controlar. Pero él no se movió, no la apresuró. Simplemente la observó, permitiéndole tomar el control.

Tras deslizar el cierre, Nami subió sus manos suavemente sobre su abdomen, sintiendo el calor de su piel y la firmeza de sus músculos. La textura de la mezclilla contrastaba con su piel, y por un momento, ella se detuvo, disfrutando de la sensación de poder explorarlo de esa manera. Pero entonces, sus dedos encontraron el borde de su bóxer, y su corazón dio un vuelco.

—Luffy… —susurró, con voz temblorosa.

Él asintió, un gesto casi imperceptible, pero suficiente para que ella supiera que estaba bien. Con un movimiento lento pero firme, Nami deslizó los pantalones hacia abajo, revelando poco a poco la prenda interior que aún lo cubría. La tela de algodón era suave, pero ajustada, y Nami no pudo evitar notar cómo se adaptaba a su cuerpo, cómo dejaba poco a la imaginación.

Luffy no dijo nada, pero su respiración se volvió más pesada, más entrecortada. Nami sintió que el rubor subía a sus mejillas, pero no apartó la mirada. En lugar de eso, dejó que sus dedos se deslizaran por la tela, sintiendo la firmeza y el calor que había debajo. La anticipación era casi palpable, como si el aire a su alrededor estuviera cargado de electricidad.

Sintió cómo su propia respiración se volvía errática, su pecho subiendo y bajando con cada latido acelerado. Nunca antes había sentido algo así. No era solo el calor de sus cuerpos ni el cosquilleo que le recorría la piel, sino la certeza de que solo Luffy podía hacerla sentir de esa manera. Algo dentro de ella se estremeció, no de miedo, sino de un anhelo profundo e inexplorado.

Luffy se detuvo por un momento, como si estuviera procesando la sensación de estar tan cerca de ella, de sentir su toque tan íntimo. No era algo que hubiera pensado antes, pero ahora, en ese instante, era como si todo su cuerpo estuviera más alerta que nunca.

Nami lo observó con una mezcla de curiosidad y admiración. Sus ojos recorrieron su cuerpo, desde los hombros anchos y marcados por cicatrices hasta la firmeza de su abdomen, donde cada músculo parecía tallado a la perfección. Pero no se detuvo ahí. Su mirada descendió más, hacia la prenda interior que aún lo cubría, y sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

Luffy notó su mirada y, sin pensarlo demasiado, deslizó sus manos hacia el borde de su bóxer. Con un movimiento lento pero decidido, lo bajó, dejando al descubierto su cuerpo por completo. El aire frío de la habitación lo envolvió, pero el calor de la mirada de Nami lo mantuvo cálido.

Se sintió libre, como si una presión que no había notado antes se hubiera disipado de repente. El sofoco de la ropa, la tensión acumulada en sus músculos, todo eso desapareció en un instante. Solo quedaba él, desnudo ante ella, sin ningún tipo de pudor.

Nami sintió que el rubor subía a sus mejillas, caliente y persistente, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Luffy. No podía evitarlo. A pesar de la confianza que sentía en él, había algo en ese momento, en esa intimidad tan expuesta, que la hacía sentir vulnerable de una manera que no estaba acostumbrada. Sus dedos, que momentos antes habían explorado su piel con determinación, ahora temblaban levemente, como si el peso de la situación finalmente la hubiera alcanzado.

Luffy notó el temblor en sus manos antes de que ella pudiera ocultarlo. Sus ojos, siempre tan atentos a los detalles que realmente importaban, se fijaron en ella con una intensidad que la hizo contener la respiración. No era una mirada de preocupación, sino de comprensión. Como si supiera exactamente lo que estaba sintiendo sin necesidad de palabras.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz suave pero firme, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera en orden antes de continuar.

Nami asintió, pero su respuesta no fue inmediata. Tomó un momento para respirar hondo, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones y la ayudaba a recuperar un poco de compostura. Aunque su voz sonó más baja de lo que pretendía, no vaciló al responder.

—Sí, estoy bien… —dijo, y luego, casi como si no pudiera evitarlo, añadió—. Es solo que… nunca he hecho esto antes.

Las palabras salieron en un susurro, casi como una confesión. No era algo que hubiera pensado decir, pero en ese momento, frente a Luffy, las palabras escaparon de ella. Él era su capitán, su amigo, su confidente. Y ahora, en este instante, era algo más. Alguien a quien podía mostrarle sus inseguridades sin miedo a ser juzgada.

Luffy la miró en silencio por un momento, y luego, con una sonrisa tranquila, llena de esa confianza que siempre la reconfortaba, dijo:

—Yo tampoco.

Su respuesta fue tan simple, tan sincera, que Nami no pudo evitar soltar una risa baja, casi nerviosa.

—Ya sabía eso, tonto —dijo Nami, con una sonrisa juguetona que iluminó su rostro.

Luffy la miró, ladeando la cabeza con esa expresión de confusión tan propia de él. Sus cejas se arrugaron ligeramente, como si estuviera tratando de descifrar un acertijo que no entendía del todo.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó, con una curiosidad genuina en su voz.

Nami no pudo evitar reírse, un sonido claro y ligero que llenó la habitación. Era típico de él, siempre tan directo, tan sincero, que incluso en un momento como este, su inocencia la sacaba de su propio nerviosismo. El temblor en sus manos se calmó, y el rubor en sus mejillas se suavizó, aunque no desapareció por completo.

—Porque el otro día me hiciste preguntas bastante incomodas —respondió, jugueteando con un mechón de su cabello, recordando su conversación en la proa del Sunny—. Y luego me di cuenta de que tú... no es como si pensaras mucho en estas cosas, ¿verdad?

Luffy frunció el ceño, como si estuviera considerando sus palabras. Luego, con esa sonrisa amplia y despreocupada que siempre la hacía sentir que todo estaría bien, dijo:

—Ah, supongo que tienes razón. Pero… —hizo una pausa, mirándola con esa intensidad que a veces la sorprendía—, ahora estoy pensando en esto. Contigo.

Nami sintió un vuelco en el pecho. No era la primera vez que Luffy decía algo que la descolocaba de ese modo, pero esta vez, sus palabras resonaron en ella de una manera diferente. Era como si, en su simpleza, hubiera tocado algo profundo dentro de ella.

—Luffy… —susurró, sin saber muy bien qué más decir.

Él no esperó a que encontrara las palabras. Con un movimiento lento pero decidido, extendió la mano para acariciar su rostro, sintiendo el calor de su piel bajo sus dedos.

—Está bien si lo hacemos, ¿verdad? —preguntó, con una voz más baja de lo habitual, pero con un matiz de expectativa en su voz.

Nami lo miró, sintiendo cómo el mundo parecía contener el aliento por un instante. En sus ojos no había presiones ni exigencias, solo una espera paciente por su respuesta.

—Sí —respondió, con una voz firme que sorprendió incluso a ella misma—. Está bien.

Luffy sonrió, con una suavidad inusual, como si aquella confirmación fuera suficiente para él. Y entonces, sin más preámbulos, se acercó a ella, cerrando la distancia entre ambos en un beso que encajó con una facilidad inesperada.

El beso comenzó suave, con ambos explorando un territorio desconocido. Pero rápidamente, la intensidad creció. Los labios de Luffy se movieron contra los de Nami con un hambre desconocida, y ella respondió con la misma urgencia, sintiendo cómo entre ellos surgía una conexión arrolladora, imposible de ignorar.

Nami notó cómo el cuerpo de Luffy se acercaba más al suyo, cómo sus pechos se presionaban levemente contra su torso desnudo. La sensación la hizo contener la respiración por un instante, pero no se apartó. En lugar de eso, rodeó su espalda con sus brazos, atrayéndolo hacia ella con una firmeza que sorprendió incluso a sí misma. Sus dedos se aferraron a su piel, sintiendo la dureza de sus músculos bajo sus yemas, mientras el calor de su cuerpo la envolvía por completo.

Luffy respondió al movimiento, acercándose aún más, hasta que no quedó espacio entre ellos. Sus piernas se entrelazaron de manera natural, como si sus cuerpos supieran instintivamente cómo encajar. Nami sintió cómo la firmeza y el calor de Luffy rozaban su intimidad, y un escalofrío de anticipación recorrió su espalda. El roce fue ligero al principio, casi accidental, pero suficiente para hacer que la tensión en su interior ascendiera de manera imparable.

—Luffy… —susurró entre besos, su voz llena de deseo.

Él no dijo nada, pero su cuerpo habló por él. Con un movimiento lento pero decidido, ajustó su posición, permitiendo que el contacto entre ellos se volviera más firme, más intencional. Nami sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones, cómo su cuerpo respondía al suyo de una manera que nunca antes había experimentado.

El deseo entre ellos era abrumador, pero no incómodo. Era como si el mundo entero se hubiera reducido a ese momento, a esa habitación, a los dos.

Luffy, por su parte, exploró su cuerpo con una mezcla de asombro y devoción. Sus manos se deslizaron por su cintura, sintiendo la suavidad de su piel, antes de descender hacia sus caderas. Cada movimiento suyo era pausado, consciente, como si quisiera memorizar cada detalle, cada curva, cada suspiro que escapaba de sus labios.

Sintió la piel de Nami ardiendo bajo sus manos, suave y cálida, cada toque suyo encendiendo algo en ella. Su mano, que descansaba en su cadera, se tensó levemente, como si su cuerpo estuviera reaccionando a algo que su mente aún no terminaba de procesar. La forma en que ella se movía contra él, la manera en que sus suspiros se mezclaban con el sonido de su propia respiración, todo eso lo hacía sentir más vivo que nunca.

Sin pensarlo demasiado, sus dedos se apretaron un poco más en ella, sintiendo sus curvas suaves y firmes bajo su palma. Era como si su cuerpo supiera instintivamente qué hacer, incluso si él no tenía las palabras para describirlo. Su cadera comenzó a moverse lentamente, casi sin que él se diera cuenta, en una respuesta natural a las reacciones de Nami. Cada gemido suave que escapaba de sus labios, cada temblor que recorría su cuerpo, parecía alimentar algo dentro de él, algo que lo impulsaba a seguir, a explorar, a conectar.

Nami notó el cambio en él, cómo su cuerpo comenzaba a moverse en sincronía con el suyo, cómo la presión de su mano en su cadera la guiaba sin palabras. El roce entre ellos se volvió más firme, más deliberado, y en ella comenzó a ascender sin control. Sus manos se aferraron a sus hombros, sintiendo la dureza de sus músculos bajo sus dedos, mientras su respiración se volvía más entrecortada.

—Luffy… —su voz elevada, aguda, incontrolable.

Sintió cómo el mundo se desvanecía a su alrededor, reduciéndose a la sensación de Luffy, a su calor, a su presencia. Cada movimiento de sus caderas, cada roce intencionado, enviaba oleadas de placer que la sacudían hasta la médula. Su cuerpo, ya sensible por el orgasmo anterior, respondía con una intensidad que la dejaba sin aliento. Era como si cada fibra de su ser estuviera alineada con la de él, como si estuvieran conectados de una manera que nunca antes había experimentado.

Su cuerpo, en un estado de alerta máxima, respondía con una intensidad que la sorprendió. La sensibilidad de su piel parecía multiplicarse, como si cada célula de su cuerpo estuviera concentrada en sentir, en absorber cada detalle de lo que estaba sucediendo.

—Luffy… —repitió, como si su nombre fuera lo único que tuviera sentido en ese momento.

Sus caderas se movieron de nuevo, esta vez con un poco más de presión, y Nami sintió cómo la presión de su erección contra ella desencadenaba una nueva oleada de sensaciones.

Sus manos, que descansaban en los hombros de Luffy, se aferraron con más fuerza, sus uñas clavándose levemente en su piel. No era un gesto de dolor, sino de necesidad, de querer mantenerlo cerca, de sentir que él era real, que esto era real. El calor de su cuerpo, el sonido de su respiración entrecortada, el olor a sal y aventura que siempre lo rodeaba… todo se mezclaba en un cóctel de sensaciones que la hacían sentir más viva que nunca.

Nami cerró los ojos, permitiendo que todas esas emociones la envolvieran por completo. El contacto de sus pieles, el latido acelerado de sus corazones…

—Luffy… —su voz aún más fuerte, cargada de urgencia.

Luffy no necesitó más invitación. Sus movimientos se volvieron más firmes, más decididos, y Nami sintió cómo el placer la rodeaba como si fuera lo único real en ese momento. Cada roce contra su piel sensible era como brazas de un incendio incontrolable, pero que no quería detener.

—Nami… —murmuró él, su voz ronca y cargada de una emoción que no podía ocultar.

Una ráfaga de placer líquido, dulce y feroz, la envolvió por completo. Fue como si una explosión de luz blanca estallara detrás de sus párpados, iluminando cada rincón de su ser. Su cuerpo se tensó, arqueándose hacia él, mientras las olas de éxtasis la sacudían una y otra vez. Era un orgasmo más intenso que el primero, más profundo, más abrumador. Nami sintió cómo su mente se desconectaba, cómo el mundo entero desaparecía, dejando solo a Luffy, solo a ellos.

—¡Luffy! —gritó, su voz quebrándose en un gemido largo y tembloroso.

Él no se detuvo. Sus movimientos continuaron, firmes y constantes, prolongando su placer hasta que ella sintió que no podía soportarlo más. Cada empuje, cada roce, la llevaba más y más cerca del borde, hasta que finalmente, con un último temblor, su cuerpo languideció, agotado.

Pero incluso después de que la última oleada de éxtasis recorriera su cuerpo, Nami sintió que algo dentro de ella aún ardía. No era solo el eco del orgasmo que acababa de experimentar, sino un deseo más profundo, más insaciable. Era como si su cuerpo le estuviera diciendo que esto no era suficiente, que necesitaba más.

Luffy parecía sentir lo mismo. Sus ojos, oscuros y llenos de una intensidad que la hacía estremecer, la miraron con admiración y deseo. Nami jadeó, intentando recuperar el aliento, pero él no le dio tregua. Sus labios encontraron los de ella en un beso apasionado, lleno de una urgencia que reflejaba el deseo que aún ardía entre ellos.

Sin deshacer el beso, sus manos descendieron por sus costados, acariciando su piel con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su toque. Nami sintió cómo sus dedos se deslizaban por sus caderas, deteniéndose en sus muslos, donde la piel era más suave, más sensible.

Nami soltó un gemido ahogado sobre sus labios.

Él no se inmutó, sus acciones fueron más elocuentes que cualquier cosa que pudiera decir. Con un movimiento lento pero seguro, sus manos se deslizaron hacia sus piernas, guiándolas suavemente, acomodándolas alrededor de su cintura. Nami sintió cómo sus músculos se tensaban bajo su toque, cómo su cuerpo respondía instintivamente a cada movimiento suyo.

Sus cuerpos estaban en sintonía, comunicándose de una manera que no necesitaba palabras. Ella advirtió cómo Luffy se ajustaba sobre ella, cómo su peso se distribuía de manera que la hacía sentir segura, protegida, pero al mismo tiempo vulnerable de una manera que nunca antes había experimentado.

Y entonces, lo sintió.

La punta de su erección, firme y cálida, rozando su entrada presionándose con delicadeza apenas lo suficiente para hacerla contener la respiración. El calor en su interior ascendió de manera imparable. Nami sintió cómo su cuerpo respondía, cómo la humedad entre sus piernas aumentaba, preparándose para él sin que ella pudiera controlarlo.

—Luffy… —su voz se quebró, pero no por miedo. Era anticipación, una mezcla de nerviosismo y deseo.

Él se detuvo, como si hubiera sentido el temblor en su voz, en su cuerpo. Sus ojos, oscuros y llenos de una intensidad que la hacía estremecer, la miraron con una mezcla de preocupación y deseo.

—¿Está bien? —preguntó, su voz ronca pero llena de una calma que la tranquilizó.

Nami asintió, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

—Sí… —consiguió decir a pesar del tembló en su voz—. Quiero hacerlo.

Luffy la miró por un momento, como si estuviera asegurándose de lo que decía. Sus ojos oscuros, la observaron con una ligera sombra de preocupación opacada por el deseo.

Asintió suavemente antes de que sus dedos se aferraran con suavidad sobre las piernas de Nami, sintiendo la textura sedosa y abrasadora de su piel bajo sus palmas. Sus manos, fuertes, contrastaban con la delicadeza de su cuerpo, pero su toque era cuidadoso. Nami sintió cómo sus piernas se tensaban levemente, no por rechazo, sino por la anticipación de lo que estaba por venir. Su respiración se volvió más rápida, más superficial, mientras sus ojos se encontraban con los de él, buscando en su mirada esa seguridad que siempre le había dado.

Luffy se inclinó un poco hacia adelante, ajustando su posición con movimientos lentos y deliberados. Nami sintió cómo su cuerpo respondía instintivamente, abriéndose para él, pero también notó esa ligera resistencia natural, esa tensión momentánea que surgía cuando algo nuevo y desconocido se adentraba en ella. La erección presionó su entrada, y Nami contuvo el aliento, sintiendo cómo el aire se le escapaba de los pulmones.

Él avanzó con cuidado, sintiendo cómo el cuerpo de Nami se ajustaba a él, cómo la humedad y el calor la envolvían, preparándola para recibirlo. Pero justo cuando comenzaba a adentrarse, Nami soltó un leve quejido, un sonido entrecortado que escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.

Luffy se detuvo al instante, como si ese sonido hubiera sido un llamado de atención que no podía ignorar. Sus músculos se tensaron, pero no por frustración, sino por preocupación. Sus ojos, llenos de una intensidad que Nami rara vez veía, se clavaron en los de ella.

—Te duele —era una afirmación, su voz baja pero llena de una preocupación genuina.

Ella lo rodeo con sus piernas para evitar que él se apartara, negó suavemente con la cabeza. No quería que se detuviera, no ahora.

—Solo… solo un poco —susurró, su voz firme—. Hazlo… más despacio.

—¿Estás segura? —preguntó, su voz llena de una ternura que Nami no sabía que podía expresar.

Ella asintió, sintiendo cómo el nudo en su garganta se deshacía poco a poco. Conmovida por la manera en que él se mostraba preocupado.

—Sí —respondió, con una voz más firme esta vez—. Solo… ve despacio.

Luffy asintió, como si entendiera, aunque probablemente no lo hiciera del todo. Pero no necesitaba entenderlo completamente. Lo único que importaba era que ella estuviera bien.

Y entonces, con una paciencia que sorprendió incluso a Nami, comenzó a avanzar de nuevo, esta vez con movimientos aún más cuidadosos, una lentitud casi dolorosa, sintiendo cómo el cuerpo de Nami se ajustaba a él, cómo su calor y la humedad lo envolvían en una sensación que nunca antes había experimentado.

Cada centímetro que se adentraba era como descubrir un nuevo mundo, una conexión que iba más allá de lo físico. Nami, por su parte, sintió cómo su cuerpo se amoldaba, cómo la resistencia inicial se transformaba en una plenitud que la dejaba sin aliento. Era una sensación abrumadora, pero no incómoda. Al contrario, era como si algo dentro de ella hubiera estado esperando este momento, como si finalmente estuviera completa.

Cuando finalmente estuvo dentro por completo, ambos se detuvieron, como si el mundo se hubiera pausado por un instante. La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido de sus respiraciones entrecortadas y el crepitar de la lamparita junto a la cama. Luffy sintió cómo el calor de Nami lo presionaba, cómo su cuerpo palpitaba a su alrededor, y una oleada de algo indescriptible lo recorrió. Era como si todas las piezas de un rompecabezas hubieran encajado de repente, como si hubiera encontrado algo que ni siquiera sabía que estaba buscando.

Nami, por su parte, estaba embriagada por la sensación. Su cuerpo se ajustaba al de Luffy de una manera que nunca había imaginado, como si estuvieran hechos el uno para el otro. Su vientre palpitaba, sus piernas temblaban levemente, y una oleada de emociones la inundó. No podía describir lo que sentía, pero sabía que era algo profundo, algo que iba más allá de lo físico.

Luffy la miró, sus ojos oscuros llenos de una intensidad que la hacía estremecer. Notó las lágrimas que brillaban en las comisuras de sus ojos, y una expresión de preocupación cruzó su rostro.

—¿Te lastimé? —preguntó con voz baja, como si temiera la respuesta.

Ella negó con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin que pudiera evitarlo. No había notado esa reacción de su cuerpo, pero ahora lo que sentía estaba totalmente alejado del dolor.

—No… —susurró, su voz temblorosa pero firme—. No duele… es solo… mucho.

El asintió comprendiendo a que se refería. Con un movimiento lento, acarició su mejilla, limpiando las lágrimas con el pulgar, y luego inclinó su cabeza para capturar sus labios en un beso suave, lleno de afecto, un gesto que se instaló en su pecho con fuerza.

Luffy rompió el beso lentamente, separando sus labios de los de Nami con suavidad. Se incorporó levemente, apoyándose en sus brazos, y la miró con una intensidad que hizo que el aire se le escapara de los pulmones. Sus ojos oscuros, siempre tan llenos de determinación, ahora brillaban con algo más profundo, algo que Nami no podía nombrar, pero la sensación era similar a verlo antes de un combate.

Él comenzó a moverse, lento al principio, como si estuviera explorando cada sensación, cada roce. Su ritmo era acompasado, continuo, casi instintivo, como si su cuerpo supiera exactamente cómo conectarse con el de ella. Nami, debajo de él, reaccionó de inmediato. Sus manos se aferraron a la cama, sus columna tensandose levemente, mientras sus pechos se tambaleaban con cada embestida, un movimiento sensual que parecía sincronizado con el vaivén de sus cuerpos.

Luffy sintió cómo el calor de Nami lo atrapaba, cómo su cuerpo se ajustaba perfectamente al suyo, y una oleada de placer lo recorrió de pies a cabeza. Pero no era solo el placer físico lo que lo embargaba. Era algo más profundo, algo que no podía explicar pero que lo hacía sentir más conectado con ella que nunca.

Y entonces, llegó la realización.

Esa parte codiciosa de él, esa parte que siempre quería más, que nunca se conformaba, despertó con fuerza. Si hubiera sabido lo bien que se sentía estar con Nami de esta manera, si hubiera comprendido la intensidad de esta conexión, no habría desaprovechado los últimos dos años. No habría dejado pasar tantas oportunidades para estar cerca de ella, para tocarla, desnudarla, para sentirla de esta manera.

La idea lo tomó por sorpresa, pero no pudo evitar sonreír ante la absurdidad de su propio pensamiento. No era el momento para arrepentimientos, no cuando ella estaba ahí, con él, en ese instante.

Ahora que lo sabía, ahora que había probado esta intimidad, no podía imaginar volver atrás. Cada movimiento, cada roce, cada gemido que escapaba de los labios de Nami, lo llevaba más y más cerca de un borde que nunca antes había explorado. Y no quería detenerse. No podía.

—Nami… —murmuró, su voz ronca y cargada de una emoción que no podía ocultar.

Ella lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de placer y algo más, algo que lo hacía sentir como si estuviera viendo a través de él. Sus manos se deslizaron sobre sus brazos, sintiendo la tensión de sus músculos, la firmeza de su cuerpo, mientras sus caderas se movían al unísono con las de él.

—Luffy… — murmuró su nombre en ese tono agudo y suplicante que lo enloquecía desde aquella vez que la había escuchado hacía dos años—. No te detengas…

Él no necesitó más invitación. Sus movimientos se volvieron más firmes, más decididos, como si quisiera asegurarse de que ella sintiera cada parte de él, de que supiera lo mucho que significaba esto para él. El ritmo de sus caderas se intensificó, y Nami arqueó la espalda, un gemido escapando de sus labios mientras el placer la envolvía por completo.

Luffy sintió cómo el mundo se reducía a ellos, a este momento, a esta conexión que iba más allá de lo físico. Cada embestida, cada roce, cada suspiro compartido, lo llevaba más y más cerca de un borde que nunca antes había alcanzado. Y entonces, finalmente, sintió que algo dentro de él estallaba, una oleada de placer tan intensa que lo dejó sin aliento.

—¡Nami! —gritó, su voz quebrándose en un gemido largo y tembloroso.

Ella lo siguió poco después, su cuerpo convulsionando con el éxtasis, sus manos aferrándose a él como si fuera lo único que la sostenía a la realidad. El mundo entero pareció detenerse por un instante, como si solo existieran ellos, conectados de una manera que nunca antes habían experimentado.

Cuando finalmente el placer comenzó a amainar, Luffy se desplomó suavemente sobre ella, su respiración entrecortada y su cuerpo tembloroso. Nami lo abrazó, sintiendo el calor de su piel contra la suya, el latido acelerado de su corazón resonando en su pecho.

—Luffy… —susurró, su voz suave pero llena de una emoción que no podía ocultar.

Él la miró, sus ojos oscuros llenos de una intensidad que la hacía estremecer.

—Nami… —respondió, su voz ronca pero llena de emoción—. Esto… fue increíble.

Ella sonrió, sintiendo cómo el rubor subía a sus mejillas, pero no apartó la mirada. En lugar de eso, lo abrazó con más fuerza, sintiendo cómo el mundo entero parecía encajar en ese momento, en esa habitación, en los dos.

El sonido de la celebración en Zou seguía llegando hasta el refugio improvisado donde Nami y Luffy se encontraban. Las risas, la música y los gritos de alegría de los minks resonaban en la distancia, pero por primera vez, a Luffy no le interesaba la fiesta. No había carne asada, ni bebidas, ni historias exageradas que lo atraparan. En ese momento, lo único que importaba era Nami.

Se acomodó junto a ella, rodeándola en un abrazo cómodo, sintiendo la suavidad de su piel contra la suya. Sus cuerpos, relajados, pero aún tibios por el calor compartido, se entrelazaban de manera natural, como si siempre hubieran estado destinados a encajar así. Nami descansó su cabeza sobre su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón, mientras sus dedos trazaban círculos suaves sobre su piel.

Pero Luffy, como siempre, no estaba hecho para mantenerse en calma por mucho tiempo. La tranquilidad del momento pronto se vio interrumpida por esa energía inquieta que lo caracterizaba. Movió la cabeza ligeramente, mirándola con esos ojos oscuros llenos de una intensidad que Nami ya comenzaba a reconocer.

—Nami —dijo, su voz baja pero llena de esa determinación que siempre la sorprendía—. Hagámoslo de nuevo.

Ella levantó la mirada, encontrándose con la suya, y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios. No necesitaba preguntar a qué se refería; la chispa en sus ojos lo decía todo. Nami se mordió el labio inferior, jugueteando con la idea de hacerlo esperar, pero sabía que no había razón para demorarse.

—Tenemos toda la noche —respondió, su voz con un dejo de complicidad

Luffy no necesitó más invitación. Con un movimiento rápido pero suave, la rodó sobre la cama, quedando encima de ella. Sus manos encontraron su cintura, y sus labios capturaron los de Nami en un beso apasionado que dejó claro que no tenía intención de esperar. Nami respondió con la misma intensidad, sus dedos enredándose en su cabello mientras el calor entre ellos volvía a encenderse.

El sonido de la fiesta en la distancia se desvaneció por completo, reemplazado por el ritmo de sus respiraciones entrecortadas y los susurros compartidos. El mundo entero parecía haberse reducido a ese refugio, a esa habitación, a los dos. Y aunque la noche era larga y la celebración en Zou continuaría hasta el amanecer, Nami y Luffy tenían su propia fiesta, su propio ritmo, su propia conexión que iba más allá de cualquier cosa que hubieran experimentado antes.

-000-

¡Ahoy! me reporto nuevamente, al fin con un capítulo que justifica la etiqueta "lemon" en la descripción, me gustaría saber su opinión ¿muy cursi? aunque he mejorado en escribir en estos años, todavía soy algo nueva en esta area, pero me complace estar añadiendo escenas que no sean muy repetitivas, aunque a veces ando algo redundante con algunas cosas. Eso si, la escena de Sanji me encantó, es mi personaje de la tripulación favorito para algunas veces comportarse comprensivo.

Mara1451: Nooo, yo estoy de acuerdo con el consejo de Law, tampoco es como si mis protas vayan a dejar de quererse, pero me sorprendió tu comentario.

En fin, si han leído hasta aquí un fuerte abrazo.