—A mí, Takahashi… me gustan los chicos como tú.
El corazón de Misaki dio un brinco. Quedó con el tenedor a medio camino hacia su boca y todo lo que creía sobre sí mismo se volvió una pantalla en negro. Nada. Todo lo que le rodeaba era eso: la más absoluta nada.
—¿Sensei?
Se apartó un momento del hombre que se había acercado hasta poder juguetear con un mechón de su cabello. Empequeñecido al lado, sin poder descifrar si toda la maraña de sentimientos que tenía era debido a una simple y burda admiración ante el apuesto hombre sentado al lado.
—¿Qué sucede, Takahashi?
—No es nada, Sensei, solo que es la primera vez que me dicen algo como eso —se rió Misaki como una forma de alivianar el ambiente—. La verdad es que no me considero, en especial, una persona atractiva.
El hombre echó el cuerpo para atrás con una sonrisa divertida, antes de inclinarse hacia el pastel servido en la mesa de centro y probar un bocado del dulce.
—Quizás atractivo no es la palabra… eres adorable, Takahashi, tu belleza es del tipo que da ternura.
—¡Sensei! ¡¿Pero qué cosas dices?! —exclamó Misaki, que se terminó la rebanada de torta de dos mordiscos más, con un puchero consistente en los labios—. ¡Soy un hombre! ¡A los hombres no nos gustan que nos digan que somos "adorables"! ¡Es vergonzoso!
La expresividad de Misaki hizo que Ijuuin lo tomara del mentón y, con la fresa que había clavado en los dientes del tenedor, presionó contra los labios del muchacho la frutilla en un gesto suave. Misaki, que solo sintió la dulzura de la fruta, decidió abrir la boca y recibir la comida de manera complaciente, con las mejillas sonrojadas y toda su atención puesta en la mirada sagaz de Ijuuin.
Juraba que en cualquier momento iba a derretirse. Ni siquiera era capaz de pestañear por el temor que le causaba que, en cuanto separara los párpados, Ijuuin ya no iba a estar ahí al frente. El dulzor de la frutilla impregnó todos los sentidos, hasta que finalmente la tragó aun hipnotizado.
—Ya me debería ir yendo, Sensei… —le dijo Misaki en un susurro, que en realidad demostraba lo contrario—. Debe tener trabajo que hacer y yo solo lo estoy molestando.
Ijuuin ladeó la cabeza, alejó el servicio y le revolvió el pelo.
—En lo absoluto eres una molestia, Takahashi, de hecho, tu presencia ha sido muy refrescante para mi —le aseguró Ijuuin, que alejó la mano y vio como Misaki se ordenaba un par de mechones que le quedaron levantados por el contacto—. Pero, si quedaste de hacer algo después, no te quito más tu tiempo.
Bajó la mirada y al alzarla le sonrió a Ijuuin tan ampliamente, que el hombre no pudo quitarle los ojos de encima.
—Entonces me retiraré, Sensei, ¡Pero no es porque no quiera quedarme más tiempo! —se apresuró en agregar— ¡Es porque quedé de comer con mi hermano y su pareja… así que no quiero llegar tarde!
—Cuando quieras, puedes venir a mi casa con un amigo o… si lo prefieres, solo, Takahashi. —Apoyado en el brazo del sofá, Ijuuin le sonrió a Misaki, y siguió cada movimiento que realizaba el chico mientras se arreglaba para salir—. Solo avísame, para no volver a tener todo hecho un desastre.
Misaki soltó una risa, se acomodó de nuevo el cuello de su camiseta y juntó las manos.
—¡Claro, Sensei! ¡Me muero de ganas! —exclamó el chico—. Me aseguraré de avisarle, y ¡Mucha suerte con el manuscrito! Estoy deseoso de leerlo porque sé que será tan grandioso como el tomo anterior.
Una vez afuera, aun sintiendo como si volara sobre la acera, Misaki se dirigió a casa de Akihiko, sin ser capaz de contener la sonrisa de oreja a oreja que tenía en el rostro.
Vivía solo en un pequeño apartamento a dos cuadras de la universidad, lo que le otorgaba toda la autonomía que un universitario debía tener. Aunque, en días como aquellos, en que cenaba junto a su hermano, Takahiro y la pareja (secreta para todo el mundo menos Misaki y otras personas contadas), Usami Akihiko, se quedaba a dormir en la casa de este último, aunque se notaba a leguas de que siempre, el que realmente quería esto, era su hermano.
—Ya es muy tarde, quédate, Misaki.
—Pero … solo son seis cuadras a pies hasta la universidad —le aseguró a su hermano, que hizo un mohín con los labios—. ¡De verdad que no me pasará nada si camino a esta hora!
Takahiro negó con la cabeza, se cruzó de brazos y tomó a Misaki por el cuello de la polera antes de que se fuera.
—¡No! Está muy oscuro afuera y alguien podría querer atacar a mi lindo hermanito —lloriqueó Takahiro, abrazándolo con fuerza mientras lo arrastraba adentro de la casa de nuevo—. Quédate en la habitación de invitados. No eres una molestia ¿no es así, Usagi-san?
El otro hombre, sin embargo, no se veía en lo absoluto convencido de esto, ya que cerró el libro que tenía entre manos de golpe y se puso de pie para subir las escaleras.
—Hagan lo que quieran, yo continuaré trabajando.
Ante el portazo que dio Usami en el estudio, Takahiro cerró los ojos un instante, antes de continuar con la misma sonrisa afable en el rostro.
—¿Ves? a Usagi-san no le importa
—¿Por qué mejor no me llevas en auto a casa, hermano? ¿Sí?
Al escuchar esas palabras, Takahiro lo meditó un segundo para terminar por asentir resignado.
—¿Tanto es así que no te gusta esta casa? Si quieres podemos hacer unas reformas en el cuarto de invitado para que estes más a gusto, Misaki.
—¡No es eso! Es solo que mañana… tengo examen y, quería repasar desde muy temprano el contenido… por eso —mintió Misaki, mientras se cruzaba su bolso—. Y todo el material está en mi casa.
Takahiro tras creerse la mentira, asintió lleno de emoción y volvió a abrazar a Misaki mientras exclamaba lo orgulloso que estaba por su dedicación a los estudios. Lo que nunca iba a admitir Misaki, es que en realidad no le gustaba quedarse a dormir, porque siempre que estaba en casa, era capaz de escuchar los jugueteos incesantes que tenían su hermano y Usagi-san; por lo que al final no era capaz de pegar un ojo en toda la noche.
A pesar de que Usagi tenía un auto deportivo rojo, su hermano siempre utilizaba el modesto sedan negro que se había comprado con uno de sus primeros salarios. Misaki se subió al copiloto y abrazó la mochila, con algo de sueño, debido a la copiosa comida que Takahiro sirvió esa noche.
—Te veo algo más contento de lo habitual, Misaki ¿sucedió algo bueno hoy? —le preguntó su hermano en cuanto se detuvieron en una luz roja. Misaki se sonrojó de inmediato y hundió el cuerpo en el asiento—. Cuéntame, tú sabes que puedes decirme todo lo que quieras.
—No es nada… ¡Solo que hoy tuve que ir a hacer unos recados a la casa de Ijuuin-Sensei y fue super genial!
—¿Ese es el mangaka que te gusta?
—¡Si! Es tan asombroso… ¡Su obra es la mejor de todas!
Takahiro soltó una risita y continuó manejando, mientras escuchaba todas las palabras que decía Misaki sobre el trabajo del autor. Fue tanta su abstracción, que ni siquiera Misaki se dio cuenta de que Takahiro ya había estacionado el auto frente al bloque de departamentos hace un par de minutos.
—Casi pareciera que estuvieras enamorado del hombre…
—¡Es admiración, hermano! ¡Yo lo admiro muchísimo! —aseguró Misaki, que miró a un costado y se dio cuenta del lugar—. ¡Bueno! ¡Me voy!
Takahiro vigiló a su hermano hasta que lo vio entrar a su departamento, y manejó de regreso con la cabeza aún llena de la emoción de este. Una vez estuvo de nuevo en el piso, subió hasta el estudio en donde Usami se había encerrado y se sentó en el sofá detrás, mientras agarraba la novela que había dejado a medias en el sofá.
—Oye, Usagi… ¿Qué sabes de un tal, Ijuuin?
Usami frunció el cejo, se dio vuelta en la silla y miró a Takahiro fijamente.
—Misaki no para de hablar de ese autor de manga y, como están en la misma editorial, quizás sabes algo de él.
Aquello hizo que Usami bajara la guardias y luego, pensativo, se fuera a sentar al lado de Takahiro.
—Yo estoy en literatura, así que no tengo idea de nadie de manga —reconoció, encogiéndose de hombros—. Quizás Isaka-san puede saber algo, pero… si a tu hermano ya lo aceptaron en Marukawa, no creo que tengas de que preocuparte. Por lo general, los autores de manga son gente muy… trabajadora por así decirlo.
—A lo mejor te vendría bien aprender algo de ellos y así cumplir tus plazos más a menudo.
Usami soltó una risita, inclinó la cabeza hacia Takahiro y le murmuró cerca de sus labios:
—No me gusta cuando Takahiro se pone así de respondón, cuando solo intento ser amable…
Desvió la mirada y se levantó del sofá, dejando el libro a un lado, antes de señalarle la computadora.
—Sigue con tu trabajo. Ya no te molesto más.
Antes de que se pudiera ir, Usami estiró el brazo y tomó la muñeca de Takahiro, tirándolo hacia atrás, lo que hizo que el hombre cayera justo en su regazo.
—Quédate un rato más, tú eres mi mayor inspiración justo para esta escena que estoy escribiendo… que bueno que Misaki se fue a su casa, así puedo probar algunas cosas y tu podrás alzar la voz tanto como quieras, Takahiro.
Abrió mucho los ojos, pero una vez superada la vergüenza inicial, se relamió los labios ansioso. Pronto se olvidó de su hermano. Quizás, Usami tenía razón, no había de que preocuparse.
El día al fin había llegado. Cuando Ijuuin lo invitó a él y a Todou a su departamento, a la semana siguiente de la visita que hizo en casa de este, Misaki se pasó la última clase emocionado hasta estar a punto de estallar.
Y se dio cuenta de que su amigo estaba igual que él, ya que el chico llegó corriendo hasta la salida de la universidad.
—¡Misaki! ¡De verdad que conseguiste el mejor trabajo del mundo! —le aseguró Todou, en el metro, cuando se dirigían a casa del autor—. ¡Imagínate! Si ya tienes contacto con Ijuuin, ¡la cantidad de otros mangakas que podrás conocer!
Misaki soltó una risita, y luego secó sus manos húmedas por el nerviosismo en la tela de su pantalón. Una vez estuvieron frente a la puerta de Ijuuin y este les abrió, toda la euforia alcanzó puntos inusitados, que hicieron que ambos chicos entraran sintiéndose en el paraíso.
Ijuuin había cumplido su palabra. En esta ocasión el lugar estaba impecable. Todos los libros en su respectivo sitio y el estudio en donde se trabajaba "The Kan" relucía de limpio. Durante lo que duró la visita, Ijuuin les enseñó a ambos grandes cosas acerca del proceso de creación del manga, que hicieron que Todou no pudiera aguantar las ganas de chillar y abrazara a Misaki agradecido una y otra vez por la experiencia.
—¡Ya me tengo que ir! ¡Trabajo! —dijo Todou, al revisar la hora en su teléfono—. ¡Nos vemos Misaki! Y ¡Muchas gracias por todo, Ijuuin-Sensei! ¡Fue asombroso! ¡Siga esforzándose!
En cuanto Todou se perdió a lo lejos del panorama, Misaki se quedó mirando los pies de ambos un momento con una sonrisa inocente.
—Bueno yo… creo que también debería irme, Ijuuin-Sensei… ¡Muchas gracias por la experiencia!
Ijuuin vio las mejillas sonrojadas de Misaki, mientras ladeaba la cabeza y, antes de que este hiciera amago de irse, lo tomó por la muñeca.
—¿Por qué no te quedas un rato más? O… ¿tienes otros pendientes?
—No… la verdad es que no… pero ¡No quisiera interrumpir su trabajo, Sensei!
—Ya te lo dije una vez, Takahashi, no eres un estorbo en lo absoluto —le aseguró el hombre, que se dio la vuelta y le hizo un gesto a Misaki para que lo siguiera adentro—. Aparte, ahora que entregué el manuscrito con tiempo, no tengo que preocuparme del trabajo por unos días; así que no me vendría mal un descanso ¿no crees?
Siempre que entraba a ese lugar era como si nunca lo hubiera visto. Las mesas de dibujo de Ijuuin y sus asistentes, llenas de tinta, papeles y materiales, le parecían de lo más atractivas. Misaki se quitó los zapatos y, mientras Ijuuin puso agua a hervir, él se adentró de nuevo en esa habitación con el corazón palpitante.
Estudió las superficies, hasta que llegó al escritorio más amplio y cómodo, que le pertenecía a Ijuuin justo en la punta. A su costado tenía una televisión y pegado a las paredes había varios modelos de los personajes del manga, que le servían como referencia. Las opalinas para dibujar estaban apiladas en el piso y ahora, lo único que había en la mesa inclinada era un cuaderno cerrado justo al medio.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Ijuuin, logrando sobresaltar a Misaki, que se dio media vuelta y realizó una reverencia a modo de disculpa—. No me molesta… dime que te llamó la atención.
Ijuuin le entregó una taza de té a Misaki y este le dio un sorbo pese a lo caliente que estaba.
—Está caliente, ten cuidado… no te pongas nervioso, Takahashi, dímelo con confianza.
—Solo me preguntaba que era ese cuaderno.
Ijuuin tomó una de las sillas de los asistentes y se sentó en está, dejándole a Misaki la posibilidad de usar su silla. Cuando el muchacho se negó, por no querer usar "el trono de Sensei", Ijuuin solo negó con la cabeza, le quitó la taza de las manos y lo obligó a que se sentara ahí, sin problema alguno, antes de devolverle el té.
—Esto no es nada de "The Kan", por si te preguntabas, aunque, tengo algún que otro boceto —le dijo el hombre, que hojeó la libreta y les mostró a dos personajes del manga que había hecho—. Es un cuaderno simple de dibujo, que uso a veces cuando no tengo ganas de hacer nada relacionado al manga y quiero experimentar algunas cosas.
Misaki asintió, y estiró el cuello para ver otros dibujos. El estilo de Ijuuin al que estaba acostumbrado, era aquel tan caricaturesco que encontraba en los tomos del manga: personajes de rasgos exagerados y un carisma que parecía desbordar las páginas, sin embargo, en más de alguna ocasión, en el manga, sobre todo en los momentos más tensos de la trama, el dibujo adoptaba un deje realista impresionante que siempre lo dejaba sin aliento.
Esos bocetos eran hechos con aquella forma de dibujar tan sagaz, que logró que el corazón de Misaki diera un vuelco.
—Sensei… ¿antes de "The Kan" trabajó en otras obras? —le preguntó Misaki, dándole un sorbo al té—. Lo digo porque… realmente dibuja muy asombroso.
Ijuuin le entregó el cuaderno a Misaki para que lo hojeara por su cuenta.
—Bueno, es normal que no lo sepas porque creo que nunca lo he mencionado en entrevistas, pero trabajé como asistente de manga durante mis años de estudiante de artes. Era más que nada pequeños trabajos con muchos autores —le contó Ijuuin—. Creo que hice bien, porque aprendí mucho de las formas de crear manga de otras personas para luego aplicarlo de lleno a mi obra.
Un boceto rápido de varias personas en el parque llamó la atención de Misaki. Era capaz de sentir la vivacidad de la escena y la iluminación del lugar; lo cálido del ambiente. Pasó la página, mientras esperaba que el autor continuara hablándole.
—Supongo que siempre supe dibujar, pero con el tiempo y la práctica todo se fue refinando. Era el típico chico que dibuja del salón, básicamente —se rio Ijuuin, dándole un sorbo a su bebida—. Ya en la universidad perfeccioné las bases y, aquí estoy, muchos años después…
—Es tan genial… —suspiró Misaki, que no era capaz de quitar la vista del cuaderno, pero al hacerlo, tenía brillos en los ojos—. Yo jamás podría dibujar así, soy muy malo.
Ijuuin detuvo la mano de Misaki, abrió una página en blanco del cuaderno y untó una plumilla de dibujo cualquiera en tinta, que le entregó a Misaki.
—Muéstrame.
—¿Qué? ¡De verdad dibujo horrible, Sensei! —dijo Misaki, agarrando la plumilla solo para no manchar la mesa con tinta—. Aparte no sabría que hacer.
—Dibuja lo que sea —le susurró el hombre cerca del oído—. Quiero ver tus habilidades.
Misaki obedeció, pero debido a lo nervioso que estaba, las líneas le salieron temblorosas. Ijuuin, al notarlo, se alejó del chico para darle su espacio, a lo que el trazo mejoró un poco. Finalmente, una vez Misaki estuvo completamente sumergido en el dibujo, se lo enseñó. Era un gatito caricaturesco que sonreía en medio de la hoja, donde había dejado amplios márgenes en blanco. Debido a ser la primera vez que dibujaba en plumilla, hizo borrones con la tinta y en algunos puntos el trazo le salió de manera más intensa que en otras. Las manos de Misaki quedaron con varios manchones y recibió una toalla húmeda de Ijuuin para que se limpiara.
—Es lindo… —declaró Ijuuin que tomó la plumilla y la dejó a un lado—. Es como el dibujo de un niño de primaria.
—¡Sensei! ¡No se burle de mí! —se quejó Misaki, que una vez quedó limpió, tiró la toalla sucia al basurero y miró al hombre con un puchero en los labios—. ¡Ya le dije que yo no sé dibujar!
Ijuuin le revolvió el pelo a Misaki con una mano y con la otra tomó de nuevo el lápiz para imitar el dibujo de Misaki. A diferencia del original, la réplica de Ijuuin había sido hecha de una manera profesional, con líneas seguras que mostraban toda la fuerza del gesto. Cambió un poco la perspectiva del gato, mantuvo el carisma de la sonrisa, y refinó los detalles del pelaje. Misaki no podía creer que, de su dibujo, Ijuuin hubiera sido capaz de hacer algo que consideraba una obra maestra.
—Casi parece que el que intentó imitar el dibujo fui yo —se rió Misaki, que admiró la pieza sin pestañear—. Es asombroso, Sensei ¡Me encanta todo lo que hace!
Ijuuin dejó el cuaderno a un lado, la plumilla junto a las otras tantas que tenía, cerró el frasco de tinta y volteó la silla para mirar a Misaki a los ojos.
—¿Tanto así te gusto?
—¡Por supuesto! ¡Sensei, eres genial! —dijo Misaki, que terminó de tomar lo que le quedaba de té con un gran rubor en las mejillas—. ¡Yo realmente adoro su trabajo y arte, sobre todo por la gran dedicación que pone en ello!
Ijuuin se quedó pensativo, terminó la bebida y se puso de pie, antes de hacerle un gesto a Misaki para que lo siguiera. En cuanto lo hizo, cruzaron el estudio y en el salón, este lo hizo sentar en el sillón junto a él.
—Takahashi, creo que no nos estamos entendiendo del todo bien y la verdad es que siempre me gusta ser sincero con mis propios sentimientos —le explicó el hombre—. así que creo pertinente que sepas que yo te quiero.
—¿Disculpe?
—Estoy enamorado de ti, Takahashi —dijo sin ninguna clase de tapujos—. No estas obligado a aceptar mis sentimientos románticos hacia ti, ni nada por el estilo, pero cuando me gusta una persona, yo procuro decírselo.
Misaki quedó paralizado, casi como si el corazón se le hubiera detenido. Llevó los ojos desde el pelo de Ijuuin hasta las manos del hombre que tenían un poco de tinta debido al dibujo que había realizado y, se imaginó, por un instante, como se sentirían esas manos tan hábiles en su rostro.
—¡P-pero soy un hombre, Sensei!
—Lo sé muy bien, Takahashi.
Sin saber que responder ante esa declaración, Misaki se sintió mareado. Era la primera vez que recibía una declaración de amor y era de la persona que más admiraba en el mundo, por lo que no supo cómo reaccionar. Claro que le gustaba el hombre, pero nunca se habría imaginado una perspectiva romántica de sus propios gustos.
Sin embargo, la manera con la que le latía el corazón y la euforia cataclísmica en su interior que le gritaba que se tirara sobre los brazos de este, demostraba que existía algo en él que se estaba derritiendo en ese preciso momento.
—Lamento si te incomodé con esto, Takahashi; también comprenderé si te quieres irte a tu casa ahora mismo…
—Yo… Sensei…eh…
Ijuuin tomó las manos de Misaki y le tomó el pulso con el pulgar. Las mantuvo ahí un largo minuto, hasta que sintió como los latidos de Misaki regresaban a la normalidad.
—No te presiones por darme una contestación ahora mismo, Takahashi, quiero que lo pienses ¿sí? Con eso es suficiente.
Una vez le soltó las muñecas, el chico bajó la cabeza y asintió.
—Muchas gracias.
—No hay problema… —aseguró Ijuuin antes de mirar a un costado—. Son las ocho, ¿quieres quedarte a cenar o prefieres irte?
Misaki se puso de pie, y luego de pensarlo asintió.
—Me iré por ahora, Sensei, muchas gracias por todo. Fue… muy amable.
Ijuuin despachó a Misaki en la entrada y, una vez estuvieron ahí, Misaki que aún no se marchaba, lo miró a los ojos.
—Me aseguraré de pensarlo, Sensei, de verdad… muchas gracias.
Ijuuin se quedó viendo la silueta de Misaki bajar por la vereda hasta que se perdió. Una vez estuvo de nuevo en su departamento, se quedó observando el dibujo que realizó el chico con una sonrisa, antes de deslizar una opalina limpia debajo y, con un lápiz grafito, comenzar a trazar las proporciones de una nueva obra. Se pasó toda la noche dibujando líneas que poco a poco fueron tomando forma y, al abrir los ojos debido a la luz natural que entró por los recovecos de las persianas, miró la pieza que había realizado.
Se trataba de un muchacho de cabello castaño y ojos verdes, que estaba rodeado de gatos de todas las forma. En su expresión, las estrellas del universo se reflejaban, mientras el gato principal de la obra dormitaba entre sus brazos, con una sonrisa entrañable.
Una vez estuvo acostado en su cama, pudo volver a respirar.
El viaje en metro había sido extenuante; atrapado entre los cuerpos de los trabajadores que se habían quedado haciendo horas extras, no veía la hora de llegar a su pequeño estudio y echarse de una vez por todas.
Aun así, continuó intranquilo. El corazón le recordaba las palabras de Ijuuin y resonaban por todo su cuerpo sin darle tregua. Se levantó varias veces, dio vueltas dentro de las cuatro paredes en las que estaba recluido y abrió varias veces la nevera hasta que sacó las sobras del almuerzo de ayer las cuales comió frías.
Las palabras de su hermano también se asentaron en su cabeza como pesadas piedras. Todo circulaba alrededor de la palabra amor y no estaba muy seguro de como sentirse ante aquello. Siempre consideró que sus sentimientos hacia el autor de su obra favorita era una mera admiración, pero ahora no estaba del todo seguro.
Cuando terminó de comer, fue a la estantería que tenía junto al escritorio y sacó todos los tomos del manga para comenzar a releer la obra desde el capítulo uno. Sabía qué hace años, cuando descubrió la obra, la palabra "amor" ni siquiera se habría asomado en su cabeza. Lo único que conocía del autor de la cual era, desde ese momento, su biblia, era ese nombre que le parecía algo adictivo de repetir. Kyo Ijuuin. Consideraba que era ese tipo de nombres que estaban hechos para ser leídos. Corto, pero al mismo tiempo pegadizo.
Las páginas de sus mangas de "The Kan" ya estaban desgastadas debido a la multitud de veces que lo había releído, siempre ansioso por el tomo siguiente. Tenía un montón de revistas metidas en cajas dentro de su armario, las cuales había comprado por que no era capaz de esperar a la recopilación de esos capítulos en un volumen. Muchas veces, solo había adquirido la revista a pesar de desconocer el resto de los títulos que incluía, ya que solo deseaba saber cómo continuaba la historia.
Así había sido siempre, y siempre, antes de cada capítulo, podía ver al protagonista y ese nombre: Kyo Ijuuin, abajo del todo. Como si nunca hubiera deseado ser descubierto. Como si no importara. Y en aquel entonces, así era; a Misaki no le importaba ese tal Ijuuin tanto como la obra.
Sin embargo, desde que conocía el rostro, la voz y la personalidad de aquella persona, que ya no estaba tan seguro. Seguía adorando The Kan hasta el punto en que más de alguna persona lo consideraría obsesivo, pero, al mismo tiempo, era fanático de la calidad de ser humano que estaba detrás de la obra. Ver ese lugar de trabajo, lleno de pasión; días enteros en los que Ijuuin habría dedicado a su trabajo y como todo este esfuerzo, valía la pena únicamente por las cartas de fans que guardaba con tanto aprecio.
"Si solo pudiera escucharlo mil veces más. Si solo pudiera alcanzar a oír la fuerza de ese tifón que sacudía mi interior…"
Cuando terminó el primer tomo, continuó con el segundo y de ahí no hubo freno. Leyó durante toda la noche, hasta caer dormido y al despertar, entre medio de mangas, lo único que buscó en la portada fue ese nombre. Kyo Ijuuin, que llenaba cada centímetro de piel, deseoso de algo más. De una caricia mínima sobre su piel.
"Como una inmensa marea que se precipitaba contra la arena. Sería suficiente. Solo volver a oírlo sería suficiente."
El día de su cumpleaños, lo que menos esperó recibir fue una llamada de Ijuuin. Las manos le temblaron, haciéndole casi tirar el teléfono y huyó de la mesa que compartía con su hermano y Usami, para contestar la llamada.
Había pasado ya otra semana desde esa visita. Entre las correcciones finales de su tesis, Misaki no había tenido tiempo para nada más que escribir y comer; ahora, en su cumpleaños, por fin había acabado sus pendientes, esperando que en esta ocasión estuviera perfecta la versión enviada.
—¿Takahashi?
—¿Ijuuin-Sensei?
—¡Hola, Takahashi! Te llamaba porque estoy en la editorial y aparece en el calendario que hoy es tu cumpleaños ¿verdad? —le dijo el hombre, a lo que Misaki afirmó— ¡Feliz cumpleaños! ¿Cómo la estas pasando?
Misaki se alejó más, para cerciorarse de que no era escuchado por ninguno de los dos hombres y, en el pasillo afuera de la entrada, habló con mayor tranquilidad.
—Bien… mi hermano compró un pastel y ahora estamos conversando. No preparé nada elaborado.
—Oh, entiendo, debes estar muy ocupado con tu tesis ¿Cómo va eso?
—¿Eh? Pues ya mandé la versión final, espero que ahora si me la acepten, pero no sabré la respuesta hasta el lunes —le dijo Misaki, que volvía a sentir como su corazón palpitaba—. ¿Estás en la editorial?
—Si, ya sabes, reuniones aburridas —le dijo el hombre—. Si no tienes planes más tarde ¿te apetece salir a comer? Yo invito.
—¿Eh? No es necesario, Sensei…
—¡Vamos! Necesitas festejar que ya enviaste la tesis y tu cumpleaños. Tienes ya veintiuno ¿no?
—Cumplí veintidós, Sensei —se rio Misaki.
—Y pareces de quince —le contestó de manera burlesca—. ¿Qué te parece? Salgamos ¿va?…
Misaki escuchó como su hermano lo llamaba de dentro, le gritó de vuelta y luego regresó a la llamada.
—Vale, no tengo nada que hacer después —le dijo Misaki—. ¿Dónde nos juntamos?
—Te mandaré la dirección, te espero a las seis.
Una vez la llamada cortó, Misaki entró de nuevo y se sentó en la mesa, donde Takahiro le cortó otra rebanada de pastel para el chico.
—¿Quién era? ¿Un amigo?
Misaki asintió—. Me invitó a comer después… así que saldremos por ahí —le explicó, antes de probar un bocado del pastel—. Esta realmente deliciosa la torta, hermano.
Takahiro miró a Misaki, dejó el cuchillo a un lado y volvió a tomar asiento.
—Solo cuídate…
—Ya no soy un niño, hermano; estaré bien —le dijo Misaki con una sonrisa—. Aparte procuraré no llegar demasiado tarde a casa.
—Mándame un mensaje ¿sí?
—Te preocupas demasiado, Takahiro —mencionó Usami, tomando un sorbo de café—. Misaki ya es un adulto.
Takahiro no se vio muy convencido, pero soltó un suspiro y terminó por tomar en cuenta las palabras de Usami para dejar de colmar su cabeza de preocupaciones. No quería admitirlo, pero le estaba costando más de la cuenta el asumir que su hermanito, realmente se adentraba al mundo adulto sin mayores dificultades.
Sin dudarlo los Izakayas no eran lugares que frecuentaba Misaki a menudo. Aparte de haber hecho unas cuantas visitas a alguno con Sumi-Senpai y las amistades de este, los solía evitar.
Estar ahí le recordaba a las veces que Usami se ponía a fumar dentro de la casa con las ventanas cerradas, pese a las quejas de Takahiro, pero multiplicado por cinco. El olor a tabaco era fuertísimo, hasta el punto en que, si no deseabas quedar impregnado con aquel aroma, solo te quedaba quedarte en una de las mesas más cercanas a las ventanas.
Entraron a uno con Ijuuin, pero este, como al igual que Misaki, no fumaba (o al menos nunca lo había hecho frente a este), cambiaron de sitio hasta llegar al único bar de la cuadra que tenía una política anti-cigarrillos. Ahí todo era distinto y el apetito de Misaki se abrió a pesar de haber tenido un gran banquete más temprano.
—No te restringas, hoy invito.
Misaki revisó la carta, pero luego de discutirlo con Ijuuin, pidieron una tabla de mariscos y un par de cervezas. Luego, frente a frente, Misaki se quedó mirando al hombre que simplemente le sonreía.
Quería hablar, pero todos los temas que se le ocurrían eran derivados del manga y no quería hostigar al hombre con el mismo tipo de platica. Dobló una servilleta mientras pensaba, hasta que Ijuuin inició la conversación.
—¿Todavía no recibes una respuesta de Marukawa acerca del departamento en que serás asignado?
—¿Eh? No, nada aun… estoy un poco nervioso. ¡Me encantaría trabajar en shōnen! Pero si quedo en cualquier otro, también estaré muy agradecido.
Ijuuin ladeó la cabeza y se frotó la sien pensativo.
—Si tanto deseas trabajar en shōnen creo que podría hacer unos movimientos…
—¡No! ¡No es necesario! ¡De verdad! —le interrumpió Misaki—. Me sentiría muy mal el usar ese tipo de métodos para llegar a ese puesto. ¡Deseo lograrlo por mis propios medios! —dejó la servilleta a un costado y sonrió con completa sinceridad—. Además, quiero aprender mucho de distintas partes… tal como usted lo hizo.
—¿Perdona?
—Usted dijo que trabajó con muchos autores para luego aplicarlo a su manga —repitió Misaki—. Yo deseo aprender mucho de edición en distintos departamentos y luego aplicarlo para hacer el mejor manga… claro, no sé llegaría a ser mejor que The Kan, pero podría intentarlo.
Ijuuin soltó una risa, antes de sumirse en un mar de carcajadas las cuales lograron que Misaki se pusiera rojo. El chico bajó la cabeza y agradeció que la camarera les hubiera traído las bebidas rápido, porque así pudo hacer algo con la boca, en lugar de mostrar un puchero.
—No creo que funcione así la edición, pero ciertamente puedes intentarlo —reconoció Ijuuin, que continuaba con una sonrisa tonta en el rostro—. Nunca dejas de sorprenderme, Takahashi, de verdad.
—Lamento si parece algo tonto.
—¿Tonto? En lo absoluto, no me parece tonto.
Misaki tomó un sorbo de cerveza y al dejar la jarra de nuevo en la mesa, frunció el cejo.
—Pues no estoy muy convencido de eso.
—Me parece muy lindo que hayas ocupado mi experiencia para aplicarlo a tu campo —aclaró Ijuuin—. Nunca he trabajado en edición, así que no entiendo muy bien de que se trata, pero creo que, si mantienes esa motivación, Takahashi, no tendrás ningún problema en adaptarte al mundillo y llegar lejos.
Misaki se sonrojó de pies a cabeza y desvió la mirada mientras agradecía torpemente.
—Me preocupé por nada. Creí por un momento que podías llegar a desanimarte si te enterabas de que, lo más probable, es que te asignen a cualquier otro departamento porque el de edición de shōnen está lleno.
—¿Qué? ¿De verdad?
—Si, eso escuché de Kirishima-san en la reunión que tuvimos. Están asignando editores a Shōjo, Josei y literatura Histórica.
Misaki rodeó con las manos el jarrón de cerveza, mientras deseaba no ser asignado a esa última opción, ya que la asignatura de historia nunca había sido su favorita. Ciertamente su afinidad con los otros dos géneros era prácticamente cero, pero juzgaba que, con solo intuición, podría trabajar bien en obras que estuvieran orientadas hacia un público femenino.
—¡Pues me subestimó, Sensei! ¡Yo solo quiero ayudar a crear obras que valgan la pena leer! —dijo Misaki determinado— ¡Sin importar el género que sea!
Ijuuin apoyó su cabeza en una mano y tomó otro sorbo, sin dejar de admirar a Misaki. Para cuando la comida llegó, Misaki tuvo que llamarle la atención para que dejara de mirarlo y comiera, porque, de haber seguido de esa forma, se habría quedado así. Con la cerveza a un lado, mientras estaba perdido en Misaki, analizando cada línea del rostro del chico moverse al hablar.
Entraron a tropezones al pequeño apartamento de Misaki. El chico, que había terminado bebiendo más de lo que debía, colgaba en los brazos de Ijuuin con una sonrisa en el rostro, mientras murmuraba lo genial que era el manga del hombre.
Estar ahí dentro le trajo flashbacks de su juventud, cuando era un universitario sin preocupaciones, que vivía en el mismo tipo de lugar, mientras saboreaba gotas de la tan ansiada independencia. El cuarto de Misaki, sin embargo, estaba mucho más ordenado y limpio que cualquier buen día en el piso de adolescente que alquiló en aquellos tiempos; donde reinaba el caos al ser rodeado de bastidores, tarros de pintura y papel de diario con el que cubría el suelo para no mancharlo por accidente.
Todo estaba tan limpio que casi ni parecía que vivía una persona ahí dentro. La cama tendida, los platos relucientes, estanterías despolvadas y sin papeles en el basurero a un lado del escritorio. Dejó a Misaki encima de la colcha, mientras iba a servir dos vasos de agua, sin quitarle el ojo de encima al chico que acababa de hacerse un ovillo encima de la cama, antes de estirar los brazos y soltar un largo bostezo.
—Sensei… ¿no va a morir Da-chan verdad? —le preguntó Misaki, que recibió el vaso para beber con torpeza. Al ver como Ijuuin se demoraba en contestar, arrugó la nariz—. ¡No puede morir Da-chan! Es mi personaje favorito.
Ijuuin pasó la mano por el pelo de Misaki, y negó con la cabeza.
—No tenía contemplado hacerlo…
Misaki esbozó una sonrisa inmensa y abrazó a Ijuuin ante sus palabras, aunque pasó a mojarlos a los dos con el contenido del agua de su vaso. Quedó paralizado ante el contacto repentino del chico, que comenzó a reírse contra la oreja del autor, sin dejar de decir palabras incoherentes.
Al separarse, vio la playera mojada de Misaki y tuvo que morderse el labio, mientras ayudaba a quitársela. El cuerpo delgado, pálido y estrecho del chico despertaron en él sensaciones que creía dormidas y rápidamente lo ayudó a vestirse con el pijama, tratando de quitar cualquier pensamiento de sí mismo.
—Sensei… cámbiese también, se va a enfermar —le dijo Misaki, que se puso de pie y caminó hasta su armario, en donde rebuscó entre su ropa para dar con una playera color negro estampada con una ilustración del manga de Ijuuin en el centro—. ¡Esta me la gané en un sorteo! Pero me llegó la talla equivocada.
—Podrías haberla devuelto…
—¡Como cree! ¡Jamás devolvería algo que tiene una imagen hecha por usted en ella! ¡Sería un sacrilegio!
Ijuuin tomó la prenda y ayudó a Misaki a meterse en la cama. El chico ni siquiera batalló y se dejó arropar como un niño pequeño.
—No se vaya… Sensei… la pasé muy bien. —Ijuuin miró a Misaki un largo instante, antes de apartarle un mechón de pelo que le cubría los ojos somnolientos del chico—. Quédese conmigo.
Ijuuin iba a aceptar, sin embargo, esperó a que Misaki se quedara dormido para levantarse e ir al armario a guardar la playera que el chico le entregó. Ahí dentro, se encontró con la gran cantidad de revistas que había y no pudo no fijarse en los marcapáginas que señalaban la parte de la recopilación de historias, en donde comenzaba el capítulo de The Kan. Negó con la cabeza divertido, cerró las puertas del armario y fue hasta el escritorio en donde comenzó a escribir una nota rápida para el chico cuando despertara.
Antes de salir del departamento, le dedicó una última mirada al chico desde el umbral de la puerta, solo para asegurarse de que este continuaba durmiendo, sin ninguna clase de perturbación.
A la mañana siguiente, sintió la garganta reseca y un punzante dolor en la cabeza. Rodó fuera de la cama y buscó rastros de la noche anterior, solo para encontrarse con que la boca le apestaba a cerveza. Buscó a Ijuuin por alguna parte, pero se dio cuenta de que el hombre no se había quedado a dormir, cosa que solo hizo que Misaki se avergonzara con más fuerza que nunca.
Sacó su celular y cuando quiso mandarle un mensaje de texto al autor, se detuvo frente a la nota que este le había dejado en el escritorio.
"Muchas gracias por la velada. Ya quiero repetirlo. Descansa lo que más puedas. Estamos en contacto."
Eran cuatro frases simples y concisas, pero que hicieron que el corazón de Misaki se agitara. Rápidamente tomó el pedazo de papel y comparó la letra con la firma que Ijuuin le había hecho en su edición del manga que guardaba como un tesoro. La única diferencia era, que, aunque en la firma se notaba que la había hecho a las apuradas, en esa nota, el caso era distinto: cada trazo era hecho delicadamente, tomándose el tiempo de escribirlas.
Soltó un suspiro y marcó al teléfono del hombre, pero al ver que no tomaba la llamada, cortó. Ya lo llamaría más tarde.
Mentiría si dijera que no estaba preocupado. Tres días habían pasado desde la última vez que se vio con Ijuuin y no tenía signo del hombre. No tomaba sus llamadas, ni contestaba los mensajes. Era un vacío de información tan grande, que Misaki comenzó a temer que el hombre hubiera decidido cortar lazos después de la borrachera del otro día.
Pero si eso era así, ¿Por qué aquella nota? La llevaba encima todos los días. Metida en su cartera y, de vez en cuando, cuando sacaba un billete se fijaba en las palabras del hombre para que todo aflorara nuevamente. Las risas, el ambiente y lo cómodo que se sintió.
Una vez arribó a Marukawa Shōten, para hacer sus labores de trabajador a medio tiempo y subió para saludar al resto de editores en el departamento de shōnen, Misaki se dio cuenta de que había llegado en el peor momento de todos. Kirishima, sentado a dos grupo de mesas a lo lejos, tenía profundas ojeras bajo los ojos, mientras discutía con un hombre alto, de aspecto tan feroz como un oso, que no dejaba de recriminarle algo en voz alta que no alcanzaba a escuchar.
—¡Takahashi-Kun! ¡Por aquí! —le dijo Yuchi, el editor encargado de supervisar sus tareas como trabajador a tiempo parcial.
Ante la mención de su apellido, escuchó como Kirishima se colocaba de pie de inmediato, a lo que Misaki comenzó a sudar frio.
—¿Qué pasa? ¿Por qué están todos así?
—¡Tú! Eres Takahashi-kun ¿verdad? —le señaló Kirishima a lo que Misaki asintió—. ¡Llegaste en el mejor momento!
El hombre con el que Kirishima había estado discutiendo, llegó de inmediato a interrumpir la conversación.
—¡No me ignores, Kirishima! ¿Dónde está la propuesta mensual de ese mangaka?
El hombre rodó los ojos y luego tomó a Misaki por los hombros.
—¿¡Puedes guardar silencio por un momento, Yokozawa!? Aquí está… —le contestó Kirishima, señalando a Misaki que continuaba sin entender—. Ijuuin-Sensei no contesta nuestras llamadas. No sabemos lo que sucedió. Necesito que vayas a ver su estado ahora mismo.
—¿Qué? ¿Pero…? Yo no tengo la llave del departamento de Sensei.
—¡No importa! —exclamó Kirishima—. Shizuku intentó ir, pero Ijuuin no le abrió la puerta, ni tampoco a mí; sin embargo, creo que contigo será distinto.
—Te haces llamar editor cuando ni siquiera puedes mantener vigilado a tu autor —bufó aquel hombre llamado Yokozawa, mientras se cruzaba de brazos. Misaki sintió una aversión inmediata hacia el hombre, que observaba a Misaki desde arriba con una expresión estoica—. Queremos la propuesta para hoy en la tarde y si no recibimos nada, tendremos que colocar en la revista a otro autor en su lugar.
Kirishima frunció el cejo hacia Yokozawa, y luego apretó los hombros de Misaki.
—Está bien… iré, pero no les aseguro que me abra la puerta.
—¡Muchas gracias, Takahashi! ¡Eres asombroso! —exclamó Kirishima, que le desordenó el pelo como si se tratara de un niño pequeño—. Cuando termines, dile a Ijuuin que me mande un fax desde su oficina; pero si no te abre… tocará derribar esa maldita puerta.
Misaki tragó en seco y asintió, antes de apretar las asa de su bolso y correr hacia la dirección de Ijuuin. Fue el viaje en metro más largo que sintió en su vida, pero al llegar al bloque de departamentos y colocar el código que recordaba, subió hasta el piso de Ijuuin con el corazón apretado.
Ahí, fuera, le tocó la puerta, pero al ver que no abrían, usó su voz mientras presionaba el micrófono del timbre.
—Sensei… soy Misaki… ¿se encuentra aquí? —habló con visible nerviosismo en la voz— ¿Está bien?
Pasaron un par de instante, pero cuando Misaki pensó que nadie abriría, el pomo de la puerta se giró con debilidad y vio al hombre detrás, con aspecto demacrado, apenas sosteniéndose en sus piernas. Misaki corrió a atraparlo antes de que se desmayara y le apartó el pelo del rostro solo para medir la fiebre del hombre.
—¡Sensei! ¡No puede ser! —exclamó Misaki, que encendió la luz y continuó con el cuerpo de Ijuuin apoyado en encima—. ¡Vamos! ¡Despierte!
—Ta…ka…hashi —gimió el hombre con debilidad, a lo que Misaki, con todas las fuerzas, logró arrastrar el cuerpo de Ijuuin hasta su salón, y revisó los papeles encima del puesto de trabajo del hombre—. En …pri…mer…
—¿El primer cajón?
Al verlo emitir una afirmación, Misaki lo abrió y sacó los papeles que tenía ahí encima, una vez los colocó en el fax, se apresuró a escribir una nota para el resto del equipo.
"Sensei está muy enfermo. Lo cuidaré por ahora. Les mando la propuesta que dibujó"
Una vez presionó el botón de enviar, de inmediato se volteó a Ijuuin y lo ayudó a colocarse de pie, para llevarlo hasta su habitación en donde lo recostó en la cama. Recorrió la casa del hombre hasta dar con un botiquín de primeros auxilios, en donde encontró un termómetro y le midió la fiebre. Al ver el número, chasqueó la lengua, mojó una toalla fría, que le colocó en la frente.
—Lo siento… —susurró el hombre al ver a Misaki sentado a su lado—. Te mostré mi lado patético de nuevo.
Misaki negó con la cabeza, acomodó mejor al hombre para que no hiciera mayores esfuerzos y le dio un par de pastillas para la gripe que encontró dentro del bolso de primeros auxilios.
—Solo descanse, Sensei… yo me encargaré de todo.
Ijuuin quiso decir algo, pero Misaki se puso de pie y salió de la habitación antes de darle chance a replicar. Cerró los ojos y recostó la cabeza de nuevo en las almohadas, mientras intentaba sumergirse en un sueño reparador.
Lo que acabó por despertarlo fue el delicioso olor que se filtraba por los pequeños espacios de la puerta de su dormitorio. Sentía el cuerpo adolorido, como si se hubiera puesto a correr una maratón y la cabeza le pesaba más de la cuenta; aun así, reunió las fuerzas necesarias para colocarse de pie y dirigirse al origen del olor apoyándose de la pared.
Vio a Misaki frente a una tabla de cortar, con una sonrisa en los labios, mientras terminaba de picar unos alimentos los cuales agregó a la olla encima del fuego. Algo, en el aspecto casero del chico, le ablandó el corazón y lo hizo acercarse aún más a las encimeras de la cocina.
—¿Qué estás cocinando?
La pregunta tomó a Misaki por sorpresa, quien bajó la manilla del fuego y se acercó a Ijuuin con unos ojos preocupados, antes de ayudarlo a tomar asiento en la mesa del comedor.
—Sensei… debería regresar al dormitorio, no es bueno que esté dando vueltas estando así de enfermo.
Ijuuin esbozó una sonrisa y siguió los pasos de Misaki por todo el lugar. Como tomaba una manzana la cual lavó antes de pelar la piel con un cuchillo. Demostró tener la habilidad suficiente como para hacerlo sin detención, para luego dejar los trozos perfectamente picados en un plato que le dio a Ijuuin.
—No estoy tan débil —reconoció el hombre, que mordió un trozo de fruta—. Si que eres hábil con la cocina, Takahashi.
—Desde que era pequeño tuve que ayudar a mi hermano con las cosas del hogar —le contó tranquilamente, antes de revolver con una espátula el arroz que había preparado—. Para serle sincero, todo lo que sé de cocina lo aprendí de revistas de recetas y, obviamente The Kan… me enseñó, por ejemplo, ¡Como hacer que la consistencia del arroz quedé perfecta!
Le enseñó el bol de arroz que había llenado solo para admirar como los granos parecían pequeños copos de nieve. Misaki le comenzó a servir la comida, pero antes de que terminara, Ijuuin lo tomó de la mano.
—Come conmigo…
—¿Esta seguro…? No me gustaría…
—Acompáñame por favor.
Misaki asintió, se colocó un par de palillos y se sirvió una porción para el también, antes de apagar el fuego. Frente a Ijuuin, juntó las manos y sonrió. La comida prácticamente se le deshizo en la boca, sin recordar la última vez que había comido algo casero que le supiera tan exquisito.
—Me enviaron de la editorial para ver cómo estaba y hacer que mande la propuesta; ahí fue cuando lo encontré tan enfermo.
—Probablemente fue porque después de nuestra salida no me cambie la ropa y me dormí con esta aun mojada. Había llegado muerto de cansado y simplemente me tiré a dormir.
Misaki utilizó la salsa de soya para mojar el pequeño trozo de marisco que había cocinado y luego se lo llevó a la boca, con una mirada apenada.
—Fue mi culpa… lo lamento mucho, Sensei.
—¡No es así, Takahashi! No te preocupes.
—Pero…
Ijuuin lo tomó de la mano a lo que Misaki se ruborizó, desviando la mirada para continuar comiendo, sin apartar el agarre del hombre.
—Esto está muy bueno, Misaki, me encanta —reconoció el hombre—. Me recuerda a esas galletas que preparaste para mí.
—Todou me ayudó un poco a hace masa. No es complicado hacerlas.
—Bueno, pues me vas a tener que enseñar, porque siempre que he intentado hacer me quedan secas.
—¡Si! —exclamó Misaki, antes de mirar la mano que Ijuuin había mantenido encima de la suya—. Sensei… su mano…
—¿Te molesta?
La pregunta cortó el aire. Misaki, sin saber que contestar, masticó un poco de arroz antes de negar con la cabeza muerto de vergüenza.
—Takahashi, me hace el hombre más feliz el que vinieras a mi casa.
—Me preocupé cuando no contestó mis mensajes… pensé que te habías enojado contigo.
Ijuuin frunció el cejo, negó con la cabeza y dejó los palillos a un lado.
—¿Enojarme contigo? ¿Por qué?
—Bueno… porque el otro día fui una carga. Bebí más de la cuenta y tuvo que llevarme a mi casa a cuestas yo… ¡estoy muy avergonzado! ¡Lo siento muchísimo!
Era esa actitud lo que no podía hacer que su corazón parara de aumentar de velocidad y solo se potenciaba con cada segundo que veía la expresión sonrojada de Misaki en el rostro. No podía contener ese sentimiento que iba explotar en sí mismo, así que tuvo que cubrirse la boca visiblemente enternecido, antes de levantarse de la mesa y acercar una silla al lado de Misaki.
En ningún momento se soltaron de la mano. Ijuuin tomó a Misaki por el mentón y lo miró fijamente un instante, mientras el dejaba al chico decidir que hacer a continuación.
—Sensei…
—Te amo, Takahashi.
Misaki, sin saber qué hacer con su mano libre, la llevó al hombro de Ijuuin y ahí hundió los dedos en la tela. De manera instintiva se relamió los labios y cerró los ojos, antes de que el autor juntara sus labios con los de Misaki.
Recorrió la espalda de Misaki, hasta dejar su mano posada detrás de la nuca del chico, para acomodar mejor las posiciones del beso. Se notaba que Misaki tenía poca o nula experiencia en el ámbito, porque le estaba costando seguir el ritmo a Ijuuin, no obstante, pronto este dejó que el autor fuera el que dominara el acto y lo dejara llevar hacia donde él quisiera.
Al separarse, la mirada de Misaki estaba perdida. Soltó la mano de Ijuuin y la posó en su rodilla.
—Llámeme Misaki, Sensei. Todo el mundo me llama así.
—Solo si tú me dices Ijuuin a secas. Sin formalidades.
Misaki se mordió el labio y asintió.
—Llámame Misaki, Ijuuin.
"Como mil plumillas que no encajaban…"
—Misaki, te amo.
La fuerza del abrazo de Misaki fue suficiente para acariciarle la cabeza. Era como si sus dedos hubieran sido hechos para eso. Sostener el lápiz y desenredar hebras de cabello. Cuando volvieron a separarse, Ijuuin juntó su frente con la del chico, sin poder dejar de observar esos ojos verdosos, en los cuales se dibujaban pequeñas estrellas. Todo cobró sentido en el momento en que Misaki soltó una sutil risa avergonzada y dio pie para volver a besarlo. Solo quedaron los dos sumergidos en esa habitación llena de un olor que les resultaba conocido.
"Hasta por fin dar con la adecuada."
Una suave lluvia comenzó a las afueras de la ventana. Golpeaba las ventanas y a los dos le dio igual todo. Aún era verano, los festivales todavía no se desmontaban y nada importaba. Solo la calidez de dos cuerpos abrazados, que no querían separarse en caso de que el hechizo pudiera romperse.
"Deseaba decir tantas cosas, pero las palabras no alcanzaban para describir ese pedazo de cielo que se vertió en mi boca. Adictivo y tan dulce."
Pero los dos sabían que así no era como iba a funcionar. Que, a la mañana siguiente, al despertar uno al lado del otro, una corriente de felicidad ahondaría por la posteridad esas paredes del apartamento que durante años estuvieron llenas de visitantes pasajeros.
"Debe ser el destino, pensé, mientras más cerca esté de él, podré alcanzar lo que algún día dibujé con tantas ansias de que se volviera realidad."
FIN
