Hola.

Esta historia ya se había subido, pero la cuenta dejó de funcionar, así que por eso la subo nuevamente.

Espero que sea de su agrado.

Saludos.


Kamiya Kaoru soltó un largo suspiro, uno más que se sumaba a la larga lista de los que ya había soltado esa soleada mañana. Y no era, precisamente, que estuviera triste, aunque en el fondo de sus sentimientos cabía reconocer que también se encontraba la tristeza, esta no era la emoción predominante. Sentada en el engawa con su uniforme de instructora de kendo y en espera de que su terco y grosero discípulo hiciera acto de presencia, se analizó así misma sorprendiéndose al no encontrar la usual cantidad de enojo que solía apoderarse de ella y cuya única función era disimular sus infantiles celos. No. No estaba enojada, por lo menos, no tanto. Se sentía humillada y dolida.

-Kenshin. -Lo llamó y el hombre detuvo su acción de cortar leña con un hacha para mirarla. -Entrena conmigo por esta vez, hasta que llegue Yahiko. -Le pidió.

El pelirrojo le sonrió dulcemente. -Señorita Kaoru, ya le he dicho que soy muy malo con las espadas de madera. Por favor, solo espere un poco más, Yahiko ya debe estar por volver. -Y, simplemente, volvió a prestar toda su atención al trabajo que estaba realizando.

"Maldito mentiroso". Kaoru deseó gritarle con fuerza, pero lo único que se permitió hacer fue tragarse su propia saliva para no permitir que su frustración le ganara. La excusa era francamente ridícula, él, uno de los espadachines asesinos más temidos y despiadados de antaño, no encontraba nada mejor que denegar su solicitud de entrenar con ella diciendo que no era bueno con la espada. ¿Qué acaso la creía una idiota? Era lo más probable.

Volvió a suspirar.

Su mente divagó y, de pronto, se encontró pensando en su padre. Cuando había cumplido 13 años de edad, Kamiya Koshijiro, le había regalado un libro extranjero que contaba la historia de una joven princesa que fue atacada por un dragón. Todos los que la conocían habían pensado lo peor, pero la joven no salió lastimada porque en su rescate apareció un honorable caballero que, no le bastó solo con derrotar al temible enemigo, también se arrodilló ante ella y le rogó que aceptara sus deseos de desposarla, que nunca dejaría de amarla y que serían muy felices para siempre. La joven princesa, agradecida y enamorada de su salvador, asentía con lágrimas de felicidad y después se marchaban juntos al palacio, donde el héroe cumplía fielmente sus palabras.

-Realmente me gustaría que, cuando tengas la edad suficiente, puedas vivir una historia de amor como esta. -Kushijiro le sonrió a su pequeña hija.

-Pero yo no soy una princesa, padre. -Protestó la niña con el libro en las manos.

-Para mí siempre lo serás.

-Además, si entreno, yo también podría derrotar al dragón ¿Verdad?

El hombro la observó orgulloso. -Por supuesto que sí, cariño, por supuesto que sí.

Una sonrisa de nostalgia apareció en el rostro de Kaoru. "Creo que, a fin de cuentas, no habrá ningún príncipe para mí, padre". Y tampoco era que lo necesitara o que lo quisiera realmente. Miró al hombre que seguía trabajando en frente de ella, prestando especial atención en detalles que sabía serían considerados poco apropiados de su parte, pero sus ojos no perdían de vista la forma en cómo se le tensaba la ropa en la espalda cuando dejaba caer certeramente el hacha y partía el tronco por la mitad o en los músculos tonificados de los brazos que lograban verse cuando volvía a levantarla para repetir la misma acción.

No existía ningún príncipe en el mundo que se atreviera a venir a su rescate, no cuando ella se había enamorado del dragón.

Soltó otro suspiro.

La aparición de su alumno la obligó a concentrarse. -¡Hasta que al fin llegas! ¡Pensé que ya habías pasado por tu etapa de rebeldía! -Se puso de pie y caminó, enfadada, hacia él. No hubo respuesta. No hubo reacción. Kaoru detuvo sus pasos y toda su frustración y enfado dieron paso a la preocupación. Algo pasaba.

Los ojos de Yahiko estaban fijos en los de ella, ojos ansiosos, casi desesperados, como si intentara transmitirle sin palabras y solo con la intensidad de su mirada lo que le sucedía, pero comunicarse a través de los pensamientos era imposible. El chico pareció resignarse y desvió su mirada al mismo hombre que ella había estado observando, quien había abandonado su labor y se había acercado hacia ellos silenciosamente.

-¿Sucede algo malo, Yahiko?

Kenshin preguntó con amabilidad, totalmente receptivo a escucharlo y, sobre todo, a ayudarlo en lo que necesitara, pero Kaoru notó como el más pequeño fruncía el ceño y apretaba sus manos en dos puños. Entendía a su discípulo, lo entendía demasiado bien que podía sentir toda su impotencia.

-Tsubame…Tsubame ha venido a almorzar. -Fue lo único que pronunció el joven muchacho.

La maestra de esgrima observó con más atención la entrada de su casa y divisó a la muchacha que se mantenía alejada, y la encontró casi tan desesperada como Yahiko. -Vamos, Tsubame-chan, no seas tímida. Adelante. Sabes que siempre serás bienvenida. -Le sonrió alegremente, deseando transmitirle un poco de confianza que tanto parecía necesitar y también para relajar un poco el tenso ambiente que se había formado. Y, lo más importante, necesitaba lograr que la atención de Kenshin no estuviera sobre ellos. No sabía que era lo que estaba pasando, pero ya tendría tiempo de averiguarlo, y cuando lo hiciera se encargaría ella misma, con sus propias manos, de protegerlos.

-Si no es molestia, yo puedo preparar el almuerzo. -La niña reunió todo su valor y le devolvió la sonrisa.

-No tiene que preocuparse por eso, señorita Tsubame, yo haré el almuerzo para todos. -El autoproclamado vagabundo habló y luego sonrió con toda la amabilidad que poseía. No hubo ninguna pregunta de su parte.

-Vamos, Kenshin, siempre es bueno tener un poco de ayuda, además, Tsubame-chan es muy buena cocinera. -La dueña de casa aprobó de inmediato la idea.

-Por favor, permítame ayudarlo. -La niña le hizo una pequeña reverencia.

-¡Por supuesto que sí! -Kaoru insistió con entusiasmo, respondiendo por el samurái. -Kenshin, tú te encargarás de cuidar a Tsubame-chan por mientras que yo entreno con Yahiko. No te separes de ella y ayúdala en todo lo que necesite. -Tenía que alejarlo, para poder conocer cuál era el problema, tenía que lograr que Kenshin se alejara de Yahiko y de ella, o si no, su discípulo no abriría la boca.

-Está bien. -El hombre volvió a sonreír y se dirigió a la cocina junto con la nueva invitada, siendo consciente de que maestra y alumno necesitaban un poco de privacidad.


Una vez dentro del dojo, Kaoru soltó el aire despacio y enfrentó al más pequeño que mantenía su mirada en el suelo. -¿Estás lastimado? -Fue su primera pregunta.

Yahiko negó con la cabeza.

La chica frunció el ceño. -Ambos nos prometimos que dejaríamos de involucrar a Kenshin en problemas, que daríamos todo de nosotros para que este dejara de combatir y que le brindaríamos un hogar para que por fin pudiera vivir en paz. -Yahiko no levantó la cabeza. -No podemos negar lo que nos digo Saito, siempre que nos hemos metido en problemas, Kenshin ha tenido que venir a nuestro rescate y pelear por nosotros. Prometimos que aquello dejaría de suceder, pero para lograrlo debes depositar toda tu confianza en mí, y yo haré lo mismo contigo, así que te lo preguntaré de nuevo. ¿Estás lastimado?

El chico enfrentó su mirada esta vez. -Sí. -Reconoció. -Me dieron una paliza.

-Como Tsubame-chan está aquí, supongo que se trata de Nagaoka Mikio y sus hombres. ¿Qué ha sucedido?

Yahiko volvió a dudar.

-Tienes que darte prisa. -Kaoru fue implacable. -Conoces a Kenshin, sabes que no lo tendremos alejado por mucho tiempo. Necesito saber qué es lo que sucede y más te vale que no me ocultes absolutamente nada.

-Mikio le mostró un documento legal a Tsubame el cual dice que el padre de esta se la vendió en matrimonio. Hace un par de días, uno de los hombres de Mikio se enteró que Tsubame ya puede…que ya puede….que ella ya tiene la edad para concebir hijos, así que el jefe vino a reclamarla. Quiere obligarla a casarse con él.

Kaoru apretó los dientes con rabia. Tsubame era solo un año mayor que Yahiko, era solo una niña. De hecho, hace solo un par de meses, ella misma junto con Tae-san, la ayudaron cuando le había llegado su primer ciclo de sangrado. Y ahora, aún en una nueva era, volvían aparecer este tipo de hombres que seguían estancados en viejas y humillantes costumbres. -¿Cómo fue que perdiste? -Se guardó su propia rabia y le hizo otra pregunta. Yahiko se había vuelto mucho más fuerte, le parecía poco probable que perdiera en un combate contra Mikio, además, ya lo había derrotado una vez.

-Uno de los hombres de Mikio capturó a Tsubame y la amenazó con apuñalarla con la espada si yo me defendía. Tuvieron cuidado en no golpearme el rostro.

-Malditos cobardes.

-Tsubame le pidió a Tae-san unos días de vacaciones, pero no tiene a donde ir. Si no recupero ese documento, ella tendrá…ella tendrá que…

-Eso no sucederá. -Kaoru sentenció.

-Si la escondemos aquí no podré cumplir con mi promesa, si Mikio viene a buscarla, Kenshin se verá involucrado inevitablemente.

-¿Quién ha dicho que le diremos a Kenshin? -La chica le sonrió. -Por hoy, dejaremos que se quede en casa, pero la esconderemos en otra parte, por lo menos hasta que podamos recuperar el documento y destruirlo. Luego de eso, le pediremos ayuda a la policía. Es cierto que las mujeres se casan jóvenes, pero en esta nueva era, ya nadie debería tener el derecho de obligarla.

-Pero ¿dónde…?

-Aunque no lo parezca, conozco a algunas personas que podrán ayudarnos.

Yahiko la observó. Tenía dudas, pero era mucho más la admiración que sentía por aquella mujer, que pensó con total confianza que había hecho lo correcto. Ya no estaba solo. Ella lo ayudaría.

-Por cierto, Yahiko. -Kaoru volvió a hablarle. -Si le dices a Kenshin una sola palabra de lo que ves…

-¡Jamás lo haría!

Maestra y alumno se quedaron mirando fijamente. Discutían la mayor parte del tiempo y nunca lograban estar de acuerdo, pero sentían una confianza y admiración ciega por el otro. El gran sentido de justicia que caracterizaba a ambos los había metido en líos incontables veces, ignorando siempre su propia seguridad. Aun mirándose a los ojos recordaron su último altercado.

Hace dos semanas, salían de noche del Akabeko, cuando en el camino se toparon con un grupo de yakuzas que atacaban a una mujer. Ni un minuto bastó para qué, tanto maestra y discípulo, saltaran en defensa de la chica que intentaba mantener su ropa en el lugar correspondiente.

Eran ocho hombres, hombres robustos y alcoholizados, hombres acostumbrados a la violencia, hombres fuertes, mucho más fuertes que ellos dos juntos, pero nada de eso los detuvo. No fueron conscientes de ningún peligro, de ninguna arma escondida, lo único que les bastó fue que había una mujer en peligro.

Los primeros dos hombres cayeron con facilidad, pero se vieron rodeados con rapidez. Un golpe azotó el hombro de Kaoru, desestabilizando su postura debido al dolor, y un puñetazo lanzó a Yahiko al suelo, mientras que uno de los desgraciados se sentaba sobre su espalda, inmovilizándolo.

-Observa bien, chico, te enseñaremos que es lo que les tienes que hacer a las mujeres.

Sujetaron a Kaoru por la espalda y si la policía no aparecía justo en ese momento, le hubieran quitado la ropa.

-¿Qué es lo que están haciendo ustedes aquí? -Saito les preguntó molesto.

-¡Estábamos ayudando a…! -Yahiko buscó a la mujer, pero esta había huido hace tiempo. -¡Demonios!

Kaoru se puso de pie. -No pasa nada, Yahiko. -La mujer observó con molestia al policía. -Muchas gracias por ayudarnos, señor. -No quería agradecerle, no quería ser educada con él, pero tenía que reconocérselo. Los había salvado.

-Suban a la carreta, los llevaré a su casa.

-No es necesario. -La chica negó de inmediato. -Volveremos caminando.

-No te estoy preguntando, chica. O suben a la carreta o Battousai tendrá que ir a buscarlos a la prisión.

-¡¿Qué?! ¡¿Y por qué nos arrestarías, policía de mierda?! -Yahiko lo apuntó con su espada de madera.

-Por fomentar el desorden público. Por pasar el tiempo con los yakuzas. Por ayudar a escarpar a una prostituta. No lo sé, quizás pueda encontrarme otro motivo.

Se subieron a la carreta derrotados.

-¿Todavía no se dan cuenta lo que pueden generar con sus acciones imprudentes? -Saito les preguntó, mientras encendía un cigarrillo.

-¡La chica parecía tener problemas! -Yahiko no dudo en dar pelea.

-Las prostitutas siempre tendrán problemas.

Kaoru frunció el ceño. -Como parece que ellas no son dignas de recibir la ayuda de la policía, alguien tiene que tenderles una mano sin juzgarlas. -Le dijo de la manera más educada que podía.

Saito se burló. -Para ayudar a alguien primero que nada tienes que tener poder, si no lo tienes, solo conseguirás convertirte en una víctima más, pero eso es algo que personas como ustedes jamás entenderán, después de todo solo lanzan el primer golpe irresponsablemente y se quedan a esperar a que Himura les solucione el resto. Los débiles solo tienen que quedarse aparte, no pueden salir al rescate de otros más débiles que ellos.

Ambos guardaron silencio, golpeados por la realidad.

Saito sonrió. -No entiendo que mierda de hogar o cuál es la paz que tanto quería conseguir ese imbécil, si lo único que se la pasa haciendo es pelear con gamberros por culpa de ustedes.

El policía los derrotó solo con palabras.

Llegaron al dojo y, para mala suerte de ambos, no solo estaba Kenshin, también habían llegado Megumi y Sanosuke. Aceptaron en silencio los cuidados y el regaño de estos dos últimos. Kenshin solo les sonrió y les pidió que por favor tuvieran más cuidado.

Después de eso, y en los días en que les tomó recuperarse de sus lesiones, ambos reconocieron, para su pesar, que Saito no pronunció ninguna mentira. Conocedores de su propio temperamento y que nada ni nadie los haría cambiar, se prometieron mutuamente ser más fuertes, ser más responsables y tener más cuidado, pero, sobre todo, se prometieron que le brindarían a Kenshin un hogar cálido y sereno y que le permitirían vivir en la paz por la que tantos sacrificios había hecho.

Maestra y discípulo soltaron el aire despacio.

-"Maldito policía".

Maldijeron al mismo tiempo.

-Vaya, ¿No están entrenando?

Kaoru y Yahiko dieron un brinco en su lugar, mirando sorprendidos a la entrada del dojo. Kenshin se encontraba ahí, tranquilamente de pie, con una bandeja con dos tazas de té. -La señorita Tsubame terminó de preparar el té y me pidió que le trajera una taza a cada uno. -Les sonrió amablemente.

-Gra…gracias, Kenshin. Muchas gracias. -Yahiko contestó, pero sus palabras salieron sospechosamente monótonas.

Kaoru respiró despacio y se recuperó de su asombro. -¡Deja de aparecerte así, hombre, que asustas a las personas!

Ambos dieron descuidadamente un sorbo al té, quemándose al instante, exclamando las mismas quejas.

-¿Sucede algo? -El pelirrojo preguntó nuevamente, en su conocido tono amigable, acompañado siempre de una gentil sonrisa.

-¡Claro que no! ¡No pasa nada!

Gritaron al mismo tiempo. Parecían que estaban compitiendo por quien hacia más el ridículo o por quien actuaba más sospechoso.

Kenshin los observó por unos segundos y les volvió a sonreír. -Me alegra que se estén entendiendo mucho mejor.

No hubo entrenamiento. La maestra de kenjutsu afirmó que, ya que Tsubame se encontraba en casa, Yahiko debía hacerle compañía. Era una pobre excusa, pero, por lo menos, les permitió zafarse del entrenamiento del día, pareciendo todavía más sospechosos, pero logrando no exponer la condición física de su alumno, la cual ni siquiera ella había podido revisar.


Kaoru pasó el resto de la tarde sacando kimonos viejos y ropa de cama que casi nunca usaban, consiguiendo un buen montón de ropa, sin embargo, encontró que todavía no era suficiente, así que ensució a propósito unas cuantas sábanas limpias y las juntó con las demás prendas. Lo siguiente que hizo fue ordenarle a Kenshin que lavara la ropa y la dejara reluciente.

Se sintió peor consigo misma, no quería mentirle, pero comprendía que era la única forma de no involucrarlo. Él no tenía por qué hacerse cargo de sus asuntos. Lo observó agachado en el patio, con las manos en el agua restregando la supuesta ropa sucia, y sintió que el estómago se le apretaba. Se mordió los labios y soportó las ganas de correr a su lado para disculparse y contarle la verdad, pero casi al instante recordó la tímida sonrisa de la pequeña Tsubame y todo lo horrible que Mikio le haría si se dejaba llevar por sus sentimentalismos. La protegería. La protegería a ella y a Yahiko y esta vez lo haría sin Kenshin, así que lo mejor para ella era tener al espadachín concentrado en otra cosa.

Se encerró en su habitación para cambiarse de ropa.

Cuando estuvo lista, respiró repetidamente para tranquilizarse y suprimir lo mejor que podía a sus emociones. Cumpliría con la promesa que había hecho a como diera lugar. Kenshin tenía que dejar de combatir, y ella deseaba brindarle un lugar el cual él pudiera sentir como un hogar. "Tal como lo había hecho ella". Frenó sus pensamientos de inmediato. No podía pensar de esa manera, no debía. Después de todo lo que habían pasado, se habían despedido de ella, de su memoria, del pasado, del propio Battousai.

Pero sus propias inseguridades parecían hacerse gigantes. Jamás sería como ella. No importaba cómo se vistiera o lo mucho que intentara ser más elegante y recatada. Jamás sería silenciosa, ni mucho menos delicada. Su verdadera personalidad siempre terminaba saliendo a flote, arruinándolo todo. Pestañeó rápidamente, impidiendo que las lágrimas la traicionaran, no era tiempo para lloriquear por tonterías.

Suspiró y abrió la puerta de su habitación con cuidado, se irguió derecha, cruzó sus manos en el centro de su cuerpo de forma femenina y avanzó con pasos cortos y finos. Como una dama, se repitió en su mente.

-¿Qué estás haciendo?

La voz de Sanosuke la sorprendió y la vergüenza la hizo ruborizarse. Tuvo la intención de gritarle, pero se calmó y trató de contener el tono de su voz. -Buenas…buenas tardes, Sanosuke. -Lo saludó, queriendo ser cortés y amable.

El hombre alto la miró extrañado y luego se echó a reír. -¿Qué diablos te pasa? Oye, deja de comportarte como estúpida y dame algo de comer. Y, por cierto, vi toda la ropa que Kenshin tiene que lavar ¿Por qué estás siendo tan abusiva?

Eso fue todo lo que la dueña del dojo Kamiya pudo soportar. Dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo y tomó aire. -¿Abusiva? ¿Abusiva? ¡¿Tú te atreves a llamarme abusiva?! ¡Tú que vienes a comer gratis todos los malditos días a mi casa y tienes el descaro de quejarte de mí comida, tú que vienes y tienes un lugar cómodo y cálido para dormir cuando lo necesitas! ¡Dime cuántas veces he tenido que curar tus heridas, las que te haces por tus estúpidas peleas! ¡Dime!

Sanosuke no pudo quitarle la mirada de encima, pero fue incapaz de responderle y se sintió realmente culpable, aunque no tenía idea qué era lo tan malo que había dicho para que la muchacha reaccionara de esa forma.

Kamiya Kaoru tardó unos minutos en darse cuenta que estaba llorando. -¡Estúpido! ¡Mira lo que has hecho! -Le reprochó secándose las lágrimas de inmediato.

-¡¿Qué mierda le hiciste, imbécil?! -Yahiko, al darse cuenta que Kaoru lloraba, salió a defenderla con espada de madera en mano, listó para atacar a su objetivo. -¡Te machacaré, pedazo de mierda!

-¡No, Yahiko! -Kaoru lo sujetó de la ropa, impidiendo que se abalanzara contra Sanosuke. -¡Quédate quieto, no pasa nada!

-¿Pero qué mierda les ha pasado a ustedes dos? -Sanosuke los miraba casi con horror. –¿Están enfermos? No será contagioso ¿Verdad?

-¿Qué es lo que sucede?

La serena voz de Kenshin los hizo reaccionar.

-Creo que estos se han vuelto locos, Kenshin, deberías llevarlos con Megumi. -El hombre alto los señalaba con un dedo, preocupado.

-No seas estúpido. -Kaoru soltó a su discípulo y respiro profundamente antes de hablar. -Escúchame muy bien, idiota, nosotros iremos de compras junto con Tsubame-chan, mientras que Kenshin lava la ropa, y tú lo ayudarás.

-¡¿Qué?! ¿Y por qué?

-¡Por qué yo lo digo! Si lo haces bien, podrás comer, sino olvídalo. No pienso seguir alimentándote gratis. Y ¡Kenshin! -Miró al samurái. -Más te vale que no le des comida al menos que te haya ayudado ¡¿Me oíste?!

-Claro.

-Bien. ¡Nos vemos!

Y así, la dueña de casa, se encaminó hacia la salida, seguida por Yahiko y Tsubame.


Sanosuke tardó algunos minutos en reaccionar. -¿Qué mierda ha sido todo eso?

Kenshin suspiró. -Algo ha pasado, pero no han querido contarme.

-¿Tiene que ver con la pequeña?

-Lo más probable. -Kenshin vio como el otro chico también caminaba hacia la salida -¿A dónde vas?

-¿A dónde más? Voy a descubrir que es lo que están ocultando.

-No creo que sea buena idea, además, la señorita Kaoru no está muy contenta contigo.

-¡Oye, yo no la hice llorar, ella se puso a llorar sola! -Sanosuke se defendió. -Además, ¿Viste al crío? Quería asesinarme.

Kenshin sonrió. -Es su maestra, después de todo.

-Vamos, algo rarísimo pasa.

-Creo que Yahiko aún sigue enojado contigo y con la señorita Megumi.

-Si, pero lo de hoy fue más que eso. Vamos, ¿No lo viste? saltó en su defensa como una bestia, el Yahiko de siempre se hubiera burlado de ella por ser una llorona.

-Creo que han estado un poco extraños desde que Saito los trajo a casa. -Kenshin soltó otro suspiro. -Démosles un poco de espacio. Más tarde, vigilaré a Nagaoka Mikio y a sus hombres por si las dudas.


Kaoru caminaba, observaba los puestos, compraba aquello que necesitaba y no podía evitar mirar a su alrededor buscando a alguno de los hombres de Nagaoka. No creía que se atrevieran a hacer algo en público, después de todo eran solo un grupo de cobardes, pero siempre era mejor ser prevenida.

-Lamento mucho causarles problemas. -Tsubame se disculpó.

-No te preocupes, Tsubame-chan. Te ayudaremos a librarte de ese hombre. -Le respondió con seguridad.

-Oye, fea, no es que desconfié de ti, pero ¿Qué es lo que tienes pensado hacer? ¿Dónde esconderemos a Tsubame?

Kaoru le tiró una oreja. -Que no me digas fea. Y hemos llegado. -La chica suspiró aliviada, habían llegado sanos y salvos.

-¡Un puesto de ropa! ¡No has traído a un puesto de ropa! ¡Kaoru! -Yahiko comenzaba a impacientarse, y no era para menos después de tanto caminar sin conocer el destino.

-Quieres callarte. -La maestra lo miró amenazadoramente. -Te vuelvo a recordar que esto es un secreto, nadie puede enterarse, sobre todo Kenshin. ¿Me escuchaste? -Luego miró a la otra muchacha. -Por favor, Tsubame-chan ¿Tú también podrías guardarme el secreto?

-¡Por supuesto!

Entraron al local y los chicos quedaron sorprendidos al ver telas y diferentes kimonos, de todos los colores, por todos lados. No tenían tantos clientes, pero al parecer el negocio funcionaba bien.

-La princesa ha venido a visitarnos.

Un hombre adulto, alto y fornido, de cabello negro brillante, le sonrió amistosamente a Kaoru.

-¿Y este quién es? -Yahiko lo miró con desconfianza, sujetando su espada.

-Ya párale un momento, Yahiko. -Kaoru le tocó el hombro a su discípulo. -Él es Takashi, un viejo amigo de mi padre. Takashi-san, él es Myojin Yahiko, discípulo del dojo. Y ella es nuestra amiga, Sanjo Tsubame.

El hombre sonrió. -Es todo un honor conocerte, muchacho. -Le tendió la mano para saludarlo. -Estoy seguro que con las clases en el dojo Kamiya te convertirás en todo un hombre. -Luego observó a la otra chica. -Y tú, pequeña dama, espero que pronto nos convirtamos en muy buenos amigos.

Y eso fue todo lo que Takashi necesitó para ganarse la confianza de los más pequeños. Era un excelente hombre.

-Tenemos problemas. -Reconoció Kaoru. -Y necesitamos algo de ayuda.

Takashi la observó divertido. -¿Y qué pasa con los demás hombres del dojo Kamiya? Según los rumores, el peleador callejero es bastante bueno y los elogios no son menos para el vagabundo que, sorpresivamente, es muy hábil con la espada. ¿Ellos no pueden ayudarte, princesa?

Yahiko y Tsubame se tensaron, y Kaoru resopló molesta, cruzándose de brazos. -Ya deja de hacerme tantas preguntas, después de todo me debes un favor.

El hombre río esta vez. -Vaya, sigues molesta por eso.

-¡Por supuesto!

-Takashi, deja de molestarlos e invítalos a pasar. No es bueno que Kaoru-chan pase tanto tiempo lejos de casa. -Una mujer madura, todavía muy bella, reprendió al hombre alto. -Buenas tardes, jóvenes, me llamo Airi, y soy la esposa de este de aquí, así que no duden en decirme si se pasa de listo.

Takashi los guio a través de unas cortinas, que los dejo fuera de la vista de los demás clientes. Cruzaron una puerta que daba a un corredor, el cual estaría totalmente a oscuras si no fuera por las lámparas que lo iluminaban. Llegaron a otra puerta y el hombre la abrió, dando paso a una pequeña pero cálida sala.

En el centro había otro hombre más joven, vestido completamente de negro, y una anciana que servía tranquilamente varias tazas de té.

Yahiko sujetó el brazo de Kaoru. -¿Estás segura de esto? No es que quiera ofenderlos, pero se ven terriblemente sospechosos.

La chica le sujetó la mano con cariño y le sonrió. -Estaremos bien. Todos eran muy amigos de papá. -Le dijo y no pudo esconder la nostalgia de su voz.

-No hay nada que temer, muchacho. -Habló la anciana. -Me llamo Kasumi, por cierto, y, a nuestra manera, siempre honraremos el nombre de Kamiya Koshijiro. Siéntense y cuénteme que pasa.

Kaoru les contó lo que sucedía, mientras apretaba la mano temblorosa de Tsubame.

La anciana sorbió elegantemente su taza de té y fue inevitable que se le vieran las cicatrices que le cruzaban ambos dorsos de las manos. Sonrió, ante los ojos fijos de Yahiko. -El hombre que me compró, cuando tenía 10 años, me cortó las manos con su espada para marcarme. No pongas esa cara, muy bien que me las cobré. -Le dijo mientras los ojos le brillaban con satisfacción. -Puedo esconder a la pequeña señorita, no hay problema con eso, esos desgraciados jamás la encontraran, pero no puedo asegurarte que la policía vaya a ayudarla. La nueva era todavía está muy reciente, las personas todavía no terminan de adaptarse a los nuevos cambios, y siempre quedarán ratas como Nagaoka Mikio. La única posibilidad de que consigan ayuda de la policía es hacer desaparecer el documento con el sello del padre de la muchacha. Sin documento, a la policía no le quedara más que intervenir para cuidar de su imagen.

-¡Conseguiré ese papel a como dé lugar! -Yahiko golpeó el suelo con su mano, totalmente decidido y con tal determinación que hizo sonreír con orgullo a los adultos de la habitación.

-Cuánta valentía te cargas. -Kasumi le sonrió, revelando que le faltaban un par de dientes. -Digno discípulo del dojo Kamiya Kasshin.

-¡Por supuesto! -El chico le sostuvo la mirada con osadía.

-Antes que nada. -Los interrumpió Kaoru. -Primero necesitas que te revise un doctor.

La anciana se puso de pie. -Mandaré a Kazuki para que lo revise. -Los miró a todos antes de salir de la habitación. -Bien, esto es lo que haremos, mañana traerán a la muchacha a la estación de ferrocarril donde partirá a sus supuestas vacaciones donde un pariente lejano, se despedirán de ella y Takashi se encargará de bajarla antes de que parta. La esconderemos y estará totalmente segura con nosotros, hasta que tú, princesa, puedas recuperar el documenta legal y quemarlo.

-Oye, vieja, habrá un problema.

-¡No seas grosero, Yahiko! -Kaoru lo reprendió y los otros dos hombres trataron inútilmente de ocultar su sonrisa.

-Fea, te estás olvidando de Kenshin. Y también del imbécil de Sanosuke. Es obvio que mañana vendrán con nosotros a dejar a Tsubame.

-¡Qué no me digas así, maldito niño sin respeto!

-Calma, calma. -Kasumi volvió a hablar. -Para nuestra tranquilidad, sería mucho mejor que sus amigos los acompañaran a la estación, así de lo único que nos tendríamos que preocupar es de sacar a la señorita del vagón sin que nadie se dé cuenta.

-¡Ese es el problema! -El chico volvió a protestar. -¡No será tan fácil engañar a Kenshin!

-Pues su misión será mantener al espadachín entretenido. -Kasumi parecía divertida.

-¡¿Y cómo mierda haremos eso?!

-Vamos, vamos, tranquilo, regálanos un poco de confianza. -Takashi fue el que intervino. -Sacaré a la chica cuando ustedes ya se vayan marchando, así que dudo mucho que sé de cuenta. Creo que lo más difícil de todo esto, será conseguir el papel para que así puedan ir a la policía.

La anciana llamada Kasumi salió de la habitación y en pocos minutos apareció otra mujer más joven. Vestía con un delantal muy similar al que utilizaba Megumi, pero este era de color blanco. -Tanto tiempo, princesa, la anciana me dijo que necesitabas de mi ayuda.

Kaoru le sonrió alegremente. -Kazuki-san, me alegra mucho verte. Perdón por molestar, pero mi discípulo está lastimado.

Yahiko quiso protestar, pero observó el rostro de la mujer recién llegada y fue incapaz de hablar.

Kazuki le sonrió. -La cicatriz desconcierta un poco al principio, lo sé, pero después que te acostumbras ya casi ni la notarás y podrás conversar conmigo como si nada. -Kazuki era una mujer relativamente joven, bella y esbelta, de movimiento ágiles y rápidos, podía moverse con gracia y se adaptaba con facilidad a cualquier situación y, lo más importante, era una doctora increíble. Sin embargo, permanecía el mayor tiempo oculta y resguardada. Una gran y tosca cicatriz le atravesaba la mejilla derecha, desde la comisura del labio inferior, llegando casi hasta la oreja.

-No…No me importa. -Le respondió el chico. -No me importa para nada lo que tengas en el rostro.

-Muy bien. Ahora, muéstrame en donde estás lastimado.

Yahiko se quitó la parte superior de su vestimenta, dejando a la vista múltiples golpes y heridas. Tsubame apretó con fuerza la mano de Kaoru, bajando la vista para que no pudieran notar sus lágrimas.

-No pasa nada, pequeña señorita. -Takashi le sonrió. -Siempre ha sido el deber de los hombres proteger a las mujeres, así que no llores. -Le tendió un pañuelo. -Tienes que ser valiente.

-Hay algo que no entiendo. -El otro hombre de la habitación habló por primera vez, llamando la atención de todos. -He visto a Nagaoka Mikio y sus secuaces, me he topado con ellos algunas veces, son unos imbéciles. La única manera que tienen de conseguir un poco de ventaja es utilizando a un rehén que no sabe defenderse. ¿Por qué tanto misterio, princesa? ¿Por qué no envías al vagabundo a romperle un par de huesos?

Kaoru sintió que el rubor le cubría las mejillas.

-¡Oye! -Yahiko lo señalo con un dedo, mientras que la doctora terminaba de curarle las heridas de la espalda. -¡Yo pensé que no tenías lengua! ¡Déjala en paz!

-Muy valiente y todo, pero te han dado una soberana paliza, mocoso.

-¡Cállate! -Yahiko quiso levantarse de su lugar, pero la mujer se lo impidió.

-Ya, ya, Hiroshi, no seas así, no lo molestes. -Kazuki lo reprendió.

Kaoru suspiró. -Que yo recuerde, dijeron que, si algún día tenía problemas, siempre estarían ahí para mí, que solo tenía que venir y pedirles ayuda. Y que no me harían preguntas innecesarias.

-Será mejor que guardes silencio, Hiroshi, la princesa todavía sigue molesta con nosotros por habernos negado a ayudarla la vez anterior. -Takashi le tendió a Yahiko un pocillo con un líquido transparente. -Ten, muchacho, es medicina, ayudará a desinflamar tus heridas.

-Esa vez no cuenta. -Hiroshi se alzó de hombros despreocupadamente. -No seas injusta con nosotros, princesa, querías que te ayudáramos a atrapar a Battousai.

Yahiko escupió lo que estaba bebiendo.

Y la maestra de esgrima sintió las mejillas de su rostro arder por la vergüenza. -¡Estaba usando el nombre de mi dojo! ¡Además, era un imitador!

Hiroshi le sonrió. -No teníamos como saberlo. Te dijimos que desistieras de eso porque te podías meter en algo realmente peligroso, te pedimos que tuvieras paciencia y que nos dejarás averiguar bien que era lo que sucedía. "Quédate tranquila", te pidió la anciana. Pero no, la testaruda muchacha, partió sola, en plena noche, a enfrentar e intentar atrapar a un asesino legendario con tal de limpiar el nombre de su escuela.

-La princesa es muy valiente. -Takashi sonrió también. -Además, debemos darle un poco de crédito. Si lo piensas detenidamente, ha salido ilesa y si logró su cometido.

Las fuertes carcajadas de Yahiko hicieron que la vergüenza de su maestra creciera todavía más. -¡Deja de reírte!

-¡Es que…es que no puedo creerlo! -Yahiko se apretaba el estómago por la risa -¡Eres una idiota!

-Si. Lo es. -Hiroshi dejó de sonreír y acarició gentilmente la cabeza de la chica. -Tuviste suerte. Tuvimos suerte. Si te hubieran querido lastimar, no habríamos alcanzado a llegar a tiempo.

La risa del joven se detuvo por completo, comprendiendo el otro lado de la situación. Si Battousai no se hubiera convertido en vagabundo, habría terminado con la vida de su maestra con solo un parpadeo. -¡Eres una idiota! -Le volvió a gritar, esta vez sin nada de diversión en sus palabras. -¡Una grandísima idiota! -Si a ella le hubiera sucedido algo, él jamás la habría conocido, nunca habría aprendido de ella. Inevitablemente, recordó los terribles días en que la creyeron muerta. En lo increíblemente doloroso que fue asimilar que ya no estaba, que ya no seguiría junto a él, que nunca más la volvería a ver. Qué, nuevamente, había perdido a su preciada familia y que volvía a quedarse solo en el mundo. Bajó su mirada, apartando los ojos de ella.

-¡No le digas idiota a tu maestra, idiota! -Kaoru contuvo las ganas de acercarse a él y abrazarlo. Había sido hija única, su madre había muerto cuando era pequeña, casi no recordaba su rostro, su padre, quien había sido su mundo entero, también había partido. De repente, se había quedado sola. Y, contra todo pronóstico, había encontrado otra familia. Ahora, hasta contaba con un hermanito pequeño.

-Bueno muchachos, ahora todo está bien. -Kazuki terminó de curar la espalda de Yahiko y vendó sus heridas con cuidado. -En este momento, lo que importa es que esta pequeña señorita esté a salvo. -Terminó de decir y le sonrió a Tsubame.

-¡Las demás personas del dojo no pueden enterarse!

Kaoru y Yahiko volvieron a hablar al mismo tiempo diciendo exactamente lo mismo. Ambos se ruborizaron y se regalaron un infantil desprecio.

Hiroshi y Takashi solo sonrieron.

-Princesa, eres una pésima mentirosa. -Kazuki le habló divertida. -Y, por lo que veo, este joven no es mejor que tú. -Señaló a Yahiko. -Qué tal si prueban con una verdad a medias, no tienen que revelar todos los detalles, pero se verán y oirán menos sospechosos si cuentan una historia más o menos creíble.

Kaoru y Yahiko volvieron a mirarse.

Hiroshi suspiró. -Solo digan que a la chica la están obligando a casarse con ese imbécil y que, cuando esta vuelva de sus vacaciones, harán la denuncia a la policía.

Kazuki guardó sus utensilios y volvió a hablar. -A los hombres les gusta tener un rol principal, les agrada cuando participan activamente, háganles creer que los están incluyendo en sus planes, que necesitan de su ayuda y protección y los tendrán tranquilos y dóciles.

Takashi ayudó a Kazuki a ponerse de pie. -Pídanles ayuda. -Les dijo. -Díganles, que una vez que la pequeña Tsubame vuelva de sus supuestas vacaciones, necesitarán que los acompañen con la policía.

-Prácticamente, no estarían mintiendo, solo omitirán cierta información. -Hiroshi le sonrió con confianza. -Ahora, ya es tiempo de que vuelvan a casa. Yo los vigilaré durante el camino a una distancia prudente.

-¡Mantente alejado del dojo!

Esta vez, los que hablaron al mismo tiempo fueron Takashi con Kazuki.

Hiroshi sonrió con malicia. -Ya lo sé. Ya lo sé. No pretendo despertar ningún instinto protector. Ya nos arriesgamos demasiado con recibir en nuestra humilde morada a la mujer de un patriota. -Sus ojos se posaron en Kaoru cuando terminó de hablar.

-¡Cállate! -Le respondió la joven muchacha con el rubor cubriéndole otra vez el rostro. -Muchas gracias. -Se recuperó y les sonrió a todos. -De verdad, gracias.

Todos le sonrieron de vuelta.


El recorrido de vuelta al dojo fue mucho más tranquilo, caminaron con calma, sabiéndose protegidos. Y Kaoru iba feliz con el kimono que la anciana le había regalado. Luego, observó a la chica que caminaba a su lado. -Tsubame-chan, lamento mucho no poder ocultarte en mi casa. -Se disculpó. -Sé que no los conoces y que debes estar asustada, pero esas personas son…

-¡Está bien, Kaoru-chan! Estaré bien. Me quedaré con ellos, haré todo lo que me digan y trataré de ayudarlos en lo que sea. Tú confías en ellos, así que yo no tengo razones para dudar.

Yahiko sonrió, mientras cargaba con todas las cosas que su maestra había comprado. -Por cierto, Kaoru ¿Cómo conociste a esas personas y por qué no quieres que Kenshin se entere?

-No te contaré. -La maestra de Kenjutsu le sacó la lengua.

-¡Dime! ¡Quiero saber!

Kaoru volvió a recordar a su difunto padre por segunda vez en el día. -Cuando tenía 13 años, mi padre les brindó asilo en el dojo a Takashi-san y a Hiroshi-san. -Le respondió y apretó más el kimono que traía en las manos. -Estaban heridos y necesitaban ayuda desesperadamente.

Yahiko la observó por unos momentos. -Tú padre debió haber sido un hombre increíble.

La chica sonrió. -Así es.

Tsubame decidió adelantarse unos cuantos pasos para que sus amigos pudieran conversar tranquilos. No era un tema que a ella le correspondía saber.

-¿Y por qué no quieres contarle a Kenshin? -Yahiko volvió a preguntar. -Además, por lo que pude darme cuenta ellos conocen la verdadera identidad de Battousai ¿Verdad?

Kaoru asintió. -Hiroshi tiene un puesto de dulces justo en frente del puesto en donde estábamos, trabaja con su esposa, y Takashi junto con Airi son los encargados de atender el puesto de ropa. La anciana Kasumi es la jefa de ambos.

-¿La vieja?

-Los negocios son solo una fachada. -Le confesó.

Yahiko la miró sin comprender.

-El verdadero negocio de Kasumi es uno de los prostíbulos más lujosos que podrás encontrar. El auténtico trabajo de Takashi con Hiroshi es ser guardaespaldas de las chicas más exclusivas cuando alguno de los clientes se sale de control.

-¿Y sólo por eso no quieres contarle de ellos? ¿Crees que a Kenshin le parezca mal que seas amiga de las personas que trabajan en un prostíbulo? Yo creo que no. Ya sabes cómo es, nunca juzgará a las personas por algo así.

Kaoru tomó aire profundo. -Yahiko. -Lo nombró y armándose de valor dijo: -Takashi era miembro de los Shinsengumi.

El joven discípulo dejó caer todas las cosas que traía en las manos cuando asimiló lo que acababa de escuchar.