Todo partió tras una jornada de estudio en la biblioteca. De camino a la salida Arnold notó que estaban prácticamente solos. Tomó la mano de su novia y cuando vio a sus amigos doblar una esquina, la sujetó con fuerza, la empujó con cuidado contra un muro, escondiéndola de los demás en caso que alguien regresara y la besó con desesperación. Se había disculpado, pero la sonrisa en el rostro de ella significaba dos cosas: la primera era que no le molestaba y la segunda, sospechaba que había iniciado una guerra.

Lo confirmó al día siguiente. En el descanso ella lo alejó de los demás con la excusa de ir a las maquinitas, y de camino ella lo empujó dentro de un armario de limpieza, cerró la puerta y lo besó con la misma intensidad con la que él lo hizo el día anterior, sujetándolo por las muñecas, obligándolo a mantener los brazos a su costado. Luego lo soltó y se fue sin dejarlo responder. El chico primero pensó que estaba enfadada por alguna razón que no comprendía, pero al verla en la sala ella le sonrió de la misma forma que el día anterior.

Unos días más tarde Helga le enseñó a Arnold el truco con el que entraba al auditorio y comenzaron a esconderse ahí en los descansos. A solas los besos que comenzaban dulces, se tornaban más intensos y ambos sabían que estaban borrando lentamente los límites.

Así, de alguna forma se las arreglaban al menos una vez al día para esconderse en algún rincón de la escuela. Y no se conformaron con compartir su aliento. Sus labios comenzaron a buscar la piel en sus cuellos y orejas, mientras sus manos se colaban por los bordes de la ropa, solo un poco, lo suficiente para sentirse, al tiempo que los dedos se crispaban y rasguñaban. Ambos disfrutar los cosquilleos que eso provocaba.

Así fue como un día en que estaban escondidos en el auditorio, ella lo empujó sobre una silla, pero él la sujetó con fuerza por la cintura, haciéndola caer sobre él. Sin perder un segundo, el chico besó su cuello, mientras con una mano la sujetaba por la nuca, jugueteando con su cabello. Ella, agitada, pasó de besar a mordisquear con suavidad la oreja del chico, provocando que él cerrara su mano en un gesto involuntario, jalando un poco los cabellos que había enredados en sus dedos. Ella intentó en vano ahogar el quejido que subió por su garganta, luego lo miró, asustada y su cuerpo se tensó. El chico la soltó de inmediato, preocupado.

–L-lo siento–dijo Arnold– ¿Te lastimé?

Helga se apartó y se fue sin ninguna explicación. Cuando logró ponerse de pie y seguirla, ya había perdido su rastro.


...~...


«No, no, no, no»

Helga se escondía en uno de los cubículos en el baño, sentada sobre el estanque como otras veces. Se abrazaba a sí misma cerrando los ojos, repasando las sensaciones que Arnold le provocó minutos atrás. Sabía que no debió huir así, pero no supo qué más hacer. Era difícil resistirse y al mismo tiempo, tenía miedo de seguir avanzando. Había llevado ese juego demasiado lejos, ¿Qué pensaría Arnold de ella? ¿Solo lo hacía por darle en el gusto? No podía concebir que su dulce y adorado cabeza de balón se entregara con la misma absurda pasión que ella. Sabía que eran jóvenes, sabía que llevaban poco tiempo saliendo y no tenía idea si era el momento de que pasara algo más, no le parecía adecuado y, al mismo tiempo, lo ansiaba. Pero ¿Qué iba a pensar él? ¿Se enfadaría? ¿Le parecía inapropiado?

Cuando él la sujetó así, ella notó que no fue intencional, pero deseó que lo hubiera sido y estuvo a punto de decirle un millón de locas ideas que pasaban por su cabeza. Pero incluso si creía que no había nada de malo en querer algo así y le había dicho a su amiga que esas cosas estaban bien, Phoebe y Gerald llevaban más de un año juntos cuando tuvieron esa conversación, mientras ella y Arnold apenas unos meses. Eso tenía que importar de algún modo ¿no?

–¿Helga? ¿Estás aquí?

Era la voz de su mejor amiga, pero la rubia no reaccionó de inmediato, hasta que escuchó que alguien abría las puertas de los distintos cubículos.

–¿Helga?–Repitió.

–Aquí estoy, Pheebs–dijo la chica.

–¿Qué pasó?

–¿No puedo estar tranquila en el baño durante el descanso?

–Claro que sí, pero el descanso terminó hace quince minutos

–¿Qué?

Abstraída en sus ideas, la rubia no había escuchado el timbre. Trató de calmarse, pero no quería salir del cubículo. Escuchó pasos hacia la salida y luego el ruido del seguro de la puerta principal.

–Estamos solas–Anunció su amiga.– ¿Piensas salir o tendré que pasar por debajo de la puerta y sacarte a la fuerza?

A Helga le hizo reír que tomara esa actitud, así que se levantó y quitó el seguro del cubículo para abrir despacio la puerta.

–No me di cuenta–dijo.

–¿Qué fue lo que pasó?

–No es... no pasó nada...–Evadía su mirada, así que estaba volviéndose una pésima mentirosa.

–Helga, por favor, sabes que puedes decirme

La rubia se apoyó contra el muro al fondo del baño, nerviosa.

–No puedo–dijo–. Ni siquiera estoy segura de qué me pasa, solo sé... que no puedo con esto

–¿De qué hablas?

–El mantecado, tenerlo a mi alcance es más de lo que puedo manejar

–¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Acaso... hizo algo malo?

–¿Bromeas? Nunca sería capaz de hacer algo malo

–No necesariamente algo realmente malo, solo algo que se sienta mal para ti

–Está bien, viniste aquí en su nombre, ¿qué fue lo que te dijo?

–Que cree que te lastimó o te asustó, que huiste y que no pudo alcanzarte para aclarar lo que había pasado y está preocupado porque no volviste a clases

–Arnold no hizo nada malo, soy yo, Pheebs, estoy desquiciada–Se apoyó contra los fríos azulejos que decoraban el fondo del baño.

–¿Por qué lo dices, Helga?

–Creerás que soy una hipócrita. No, corrige eso, SOY una hipócrita–Apretó los puños y apretó los dientes un segundo.–Hace tiempo te dije que... no tenía nada de malo querer o hacer cosas si nadie salía lastimado, pero estaba a solas con él y... todo se volvió demasiado intenso. Entré en pánico–Cerró los ojos y tomó aire.–. Siempre he estado enamorada de él, Pheebs y siempre he querido que me vea de la misma forma... pero no imaginé que yo le pudiera gustar así

–¿Te refieres a...?

Helga cerró los ojos.

–Estoy desquiciada, lo incito a hacer cosas... y no sé si es bueno o malo, Pheebs, apenas llevamos unos meses saliendo

–Helga, ¿qué más da? Se conocen de toda la vida y además... siempre has querido estar con él... ¿por qué te acobardas ahora?

–No quiero que piense que si vamos demasiado rápido es porque ya tengo experiencia o algo así...

–Incluso si fuera cierto, eso no debería importar, Helga

–Lo sé, lo sé, en mi cabeza lo sé, pero... es Arnold... Cristo. Siempre ha sido demasiado bueno

–Pero es humano, Helga

–Es tierno, bondadoso, preocupado–Continuó sin escucharla.

–¡Helga! Tienes que aterrizarlo, por tu bien

–¿Qué?

–Arnold es humano, puede sentir cosas como cualquiera de nosotros y ciertamente por la forma en que te mira está claro que le provocas algo. Le gustas en más de una forma y ahora que están juntos es normal, por favor, tienes que ser realista, Helga. Tienes que aprender a lidiar con el chico de carne y hueso... el que no puede sacarte los ojos de encima, el que parece que se derrite con todo lo que le dices... el mismo que has estado besando y que te corresponde, Helga. Si hubieras asustado a Arnold, él ya te habría detenido. Sé que cuando lo veías desde lejos podías ponerlo en un altar, pero ahora es diferente

–No puedo hacerlo–dijo, temblando y tratando de retroceder, mientras lágrimas escapaban de sus ojos.

Helga solo pudo sentir como su estómago se apretaba y su garganta se cerraba. ¿Por qué su amiga eligió justamente esas palabras? Algo en su interior se removió y si bien racionalmente sabía que Phoebe tenía razón, la parte de ella que había adorado a Arnold como un dios no sabía cómo manejar la cercanía que ahora tenían... y la corrupción de la que ella se sentía culpable. El chico bueno, noble y puro, ¿cómo podría ser capaz de tener los mismos locos impulsos que ella?

Phoebe se acercó a ella y la sujetó por los hombros.

–¡Reacciona!–dijo sacudiéndola.

Su rubia amiga seguía en crisis.

–Lo siento por esto–dijo para luego levantar la mano y darle una bofetada.

Helga pestañeó, llevando instintivamente su mano a su mejilla.

–Gracias, Pheebs, lo necesitaba–respondió más calmada.

Su amiga jamás la había golpeado con demasiada fuerza, pero siempre era efectivo

–Hablaré con él al almuerzo–Añadió.

–De hecho... ¿todavía tienes las llaves de la azotea?

–Sí–Helga buscó en su bolsillo y confirmó que las tenía en su bolsillo, como siempre.

–Puedo enviarle un mensaje a Gerald para que le diga a Arnold que vaya y hablen ahora mismo–dijo la chica mostrándole su celular–. Si quieres, claro

–¿Crees que esté bien hacerlo?

–De todas formas ya no te dejarán entrar a clases–dijo con una risita–. Y creo que Arnold se volverá loco si no hablan pronto

–¿Y qué le digo?

–Lo que me acabas de decir, Helga, tienes que ser honesta con él... y si las cosas van muy rápido, si no te sientes cómoda, tienen que bajar el ritmo

Phoebe escribió en su teléfono:


»From You:

Dile a A que vaya al pasillo sobre le auditorio. H estará ahí en 5 minutos


Se lo enseñó a su amiga y Helga asintió. Phoebe presionó el botón para enviar. Ni diez segundos después llegó la respuesta:


»From Bebé:

Va en camino


Las chicas intercambiaron una mirada.

Helga volvió a mojar su rostro para calmarse, se secó bien, arregló su cabello y su ropa. Tomó aire y decidió salir.

–Gracias

–Tienes tres minutos

Helga asintió y salió corriendo. Estaba en el baño del primer piso, el más cercano al auditorio. En cada vuelta asomó su cabeza con cuidado, esperando no toparse con el director Wartz o algún maestro. Tuvo suerte y llegó hasta el segundo piso sin problemas. Caminó hacia la escalera que llevaba a la azotea y subió los peldaños abrió la puerta sin entrar y guardó la llave, quedándose fuera de vista. Cerró los ojos, atenta a los sonidos alrededor. Llegaban desde lejos las voces apagadas de los maestros dictando lecciones y una que otra voz juvenil. A veces unas risas seguidas de un regaño, hasta que se acercó el sonido de zapatillas sobre las baldosas y el ritmo apresurado de pasos que ya conocía, hasta que frenaron cerca.

–¿Helga?–Murmuró el chico.

–Estoy aquí, cabeza de balón

El chico siguió su voz y la vio en la escalera.

–Ven–dijo ella, abriendo la puerta para pasar de inmediato al pasillo tras ésta.

Arnold la siguió tratando de mantener la calma. Atravesó el portal y subió unos pasos. Apenas logró notar su semblante triste cuando ella cerró con pestillo, dejándolos a oscuras. Rozó el brazo de Helga, pero ella se apartó de un brinco. Entonces confirmó lo que temía: se había excedido, la había asustado. Notó que ella subió algunos peldaños, el sonido de una llave y la luz del exterior iluminaron el lugar.

–Hace demasiado frío para subir a la azotea–dijo Helga, mientras regresaba bajando algunos peldaños–. Solo abrí para que no estemos a oscuras

Arnold la contemplo. A contraluz parecía una efigie divina, pálida, triste. Ella le evadía la mirada y aunque él moría por abrazarla, dudó en acercarse.

–Helga, no quise lastimarte–dijo–. No quería asustarte. Lo siento

–Tonto cabeza de balón–dijo ella, mordiendo su labio, nerviosa.

Todavía no se atrevía a mirarlo. Cruzó los brazos y apoyó su hombro contra el muro.

–Podemos arreglar esto–Continuó el chico.

–¿Puedes callarte? Intento decir algo... y no es fácil

Pasaron muchas ideas por la mente de Arnold, pero no quería darle tiempo a ninguna de quedarse. Intentaba con todas sus fuerzas confiar en su «amada» novia.

Un latido intenso llegó con ese concepto.

Era muy pronto ¿Lo era? No podía haber pasado de en serio gustarle a amarla así de rápido. Analizarlo sería su próxima tortura. Sabía que Helga se distanciaría si le decía algo remotamente parecido, y se protegería levantando nuevas barreras que sería agotador sortear. Y aunque ella decía a veces que estaba enamorada de él, en parte creía que era más bien una proyección de su enamoramiento infantil, que no podía ser algo tan serio. Pero lo que él comenzaba a sentir...

–Rayos, no puedo hacer esto–dijo de pronto ella, frustrada.

Estaba molesta. Realmente enfadada. Arnold no sabía qué hacer. Quería escucharla gritar, regañarlo, culparlo, maldecirlo y amenazarlo, incluso prefería que lo golpeara, pero no ese silencio frustrante, como si buscara la forma sencilla de...

–Helga–Cerró los ojos y juntó valor para decirlo–¿Acaso quieres que terminemos?

–¡Claro que no!–dijo ella a prisa, mirándolo con temor– ¿Tú... quieres...?–Ni siquiera pudo decirlo.

Arnold negó con tristeza y ella sintió que volvía a respirar.

–Estoy preocupado por ti–dijo el chico–. Te fuiste sin decir nada. ¿Te hice daño de alguna forma?

Ella negó.

–¿Te asustó algo de lo que hice?

–Por supuesto que no, Arnoldo. Aunque... tal vez debería decir que al menos no me asustó lo que crees–Le sonrió, aunque mirada seguía triste. Intentó sostenerle la mirada. Falló. Apretó los puños intentando recuperar valor.–. Me aterra que puedas pensar cosas malas de mi por las cosas que estamos haciendo

–No pienso nada malo de ti

–No mientas

–Lo digo en serio

Ella maldijo por lo bajo. Arnold no entendió qué dijo, pero lo supo por el tono.

–Desclasifiquemos temporalmente esa noche de Halloween–Helga tragó saliva antes de continuar.–. Cuando dije que tenía práctica besando, el cambio de expresión en tus ojos casi me mata

–No era... no era porque supieras besar. Pensé... me dio tristeza pensar que lo estabas engañando conmigo

–Incluso para mí hacer algo así es horrible–Admitió Helga.–. Intenté contarte antes de la fiesta... ya sabes, que habíamos terminado... no me preguntes por qué, pero iba a decírtelo... y después me dije que no era importante... y no lo hice... ni siquiera Phoebe lo sabía

Frustrada se sentó en uno de los peldaños, todavía apoyando su espalda en el muro. Arnold no dejaba de observarla, recostado en el muro junto a la puerta, con las manos en los bolsillos. Ella le echó un vistazo de reojo.

«Es tan guapo que es criminal»

«Helga, contrólate»

«Pero desde sus zapatillas, hasta su cabello, todo en él es perfecto»

«¿Qué acabas de hablar con Phoebe? Deja de idolatrarlo»

«¿Cómo puedo dejar de idolatrarlo si se ve así? Todo en él es divino, su cabello, su rostro, hasta sus ojos... tristes...»

«Arnold está triste...»

«Y es mi culpa...»

–Lo siento–dijo Helga–. No debí irme así–Dobló una pierna para apoyar uno de sus codos y sujetar su frente y sien con sus dedos pulgar, índice y corazón.–. No sé cómo reaccionar cuando me siento así

–¿De qué hablas, Helga?

–Me gusta–Cerró los ojos y echó su cabeza hacia atrás, contra la muralla.–lo que me haces sentir... cuando estamos besándonos a escondidas... pero es demasiado y no sé qué hacer. Y no quiero que creas que he hecho mucho más que eso antes...

–No pienso eso, Helga–Arnold le sonrió con alivio, algo en su actitud le provocaba ternura.– ¿Fue por eso que huiste?

Ella asintió, sin abrir los ojos

–¿Sigue desclasificada la noche de Halloween?

Ella volvió a asentir.

–Espera, antes de eso... ¿sabes que me gustas?

–Sí

–¿Sabes que creo que eres linda?

–¿Lo crees en verdad?–Ella volteó hacia él y Arnold percibió el peso de sus inseguridades reflejado en el temor de su mirada.–. Digo, sé que estamos juntos y que si te causara rechazo no sería así

–Eres linda... hermosa, de hecho

–Estás loco

–Puede ser–Se acercó un peldaño con las manos en la espalda.–. Eres guapa, Helga. Y aunque sé que no lo piensas, eres atractiva

–¿Cómo voy a ser...?

–Lo eres y punto–Interrumpió sonriendo.

–Tonto cabeza de balón, te odio–dijo, mirando en la dirección opuesta a él.

Cada vez que ella repetía que lo odiaba, una sensación cálida crecía en su pecho. Tomó valor para subir otro peldaño.

–Volviendo a esa noche, después de la fiesta, después de todo lo que pasó, mientras te besaba... moría por acariciar tus piernas...

–¿Qué tú qué?

–No tienes idea de cuánto me costó resistirlo... no eres la única que disfruta esos momentos en que estamos besándonos a escondidas. Me vuelves loco, Helga

Ella volteó a verlo, impresionada por lo que acababa de escuchar. No podía ser cierto, pero sus ojos le decían que sí.

Arnold estaba seguro de que sus latidos eran tan fuertes que ella podía escucharlos, pero le sostuvo la mirada con toda la tranquilidad que pudo fingir, a pesar de estar completamente avergonzado.

–¿También te gusta... cuando estamos... así?–Logró decir ella, nerviosa.

–¿Así... cómo?–Lo dijo solo por molestarla, con una sonrisa juguetona.

–Sabes de lo que hablo–Bufó, incómoda.

Arnold subió un pie al siguiente peldaño y se inclinó hacia ella, con las manos en los bolsillos. La vio sonrojar y eso lo hizo sonreír.

–Sí, lo sé, Helga. Y sí, también me gusta... y me asusta en partes iguales–Con la mirada señaló el espacio libre en el peldaño inmediatamente bajo ella– ¿Puedo?

–Es un país libre

El chico se sentó, apoyando su espalda en ella. La chica no se resistió y lo abrazó por el cuello, apoyando su cabeza en la de él.

–Entonces–Continuó el chico, disfrutando la calidez y la calma que daba su cercanía.– ¿No te molestó lo que hice?

–No, pero no lo repitas... al menos por ahora

–Sabes que no fue intencional, ¿cierto?

–Lo sospechaba

–¿Sabes que nunca haría nada con la intención de lastimarte?

–Lo sé, cabeza de balón

Arnold sujetó con ambas manos el brazo con el que ella lo abrazaba.

–Por favor, no vuelvas a dejarme así–Rogó.

La angustia que le transmitió fue suficiente para que ella cambiara de posición y también pasara su otro brazo alrededor de su cuello, colocando sus piernas a los costados de él, recargándose en su espalda, con la frente en su cabeza.

–Prometo no volver a escapar de ti, cabeza de balón–Murmuró ella y sintió que él apretaba sus brazos con una mezcla de afecto y miedo.

Se quedaron así unos minutos. Sonó el timbre de la escuela, el pasillo se llenó de ruido de estudiantes que charlaban.

–Tal vez deberíamos ir a almorzar–dijo el chico.

–En verdad no tengo hambre ¿Y tú?

–Tampoco

Arnold con un gesto le dio a entender que lo soltara. Pasó junto a ella para cerrar la puerta y volvió a sentarse, esta vez detrás de Helga, para rodearla con afecto protector. Ella dejó que lo hiciera, cruzando los brazos sobre su vientre, abrazándose a sí misma y recostándose en él. Su mente todavía jugaba con mil ideas que no se atrevía a sacar.

Se quedaron el silencio, sin apenas moverse, hasta que otro timbre anunció el fin del almuerzo.

–Arnold... vamos a perder otra clase–dijo Helga.

–No me importa ¿y a ti?–Respondió él.

–No si es para estar contigo

Se quedaron así largo rato, sin que ninguno de los dos se atreviera a apartarse.

–Hueles bien–dijo Arnold de pronto.

–Tengo un bálsamo excelente–Respondió ella.

El chico la apretó un poco más como respuesta.

–Me gustaría quedarme así–dijo él.

–Tenemos que irnos, cabeza de balón. Los tortolitos deben estar preocupados

Arnold asintió y la soltó despacio, como si temiera que fuera a desvanecerse.

–Vamos–Añadió resignado.

–Ten cuidado al bajar y espera a que abra para salir. Hay que ser precavidos

–¿Vienes aquí seguido?

–A veces llevo a Phoebe a la azotea para conversar en privado. Pensaba traerte cuando el clima fuera más agradable

–¿Y cómo es que tienes llaves?

–Las tomé prestadas y las copié. No quieres más detalles, mientras menos sepas mejor

–Entendido

Bajaron lentamente apoyados contra el muro. Cuando Helga llegó a la puerta puso su oído contra ésta. Nada. Dejó salir a Arnold, luego presionó el botón del seguro y salió detrás de él, cerrando la puerta con prisa.

Regresaron al salón, donde Phoebe y Gerald los esperaban.

–¿Todo bien?–dijo la asiática en cuanto los vio.

–Sí–dijo Arnold–. Perdón por las molestias

–Vamos a la biblioteca, tienen bastantes apuntes que copiar–dijo Gerald.

Los rubios asintieron, tomaron sus cosas y siguieron a sus amigos.


...~...


Notas:

:3 espero estén disfrutando...