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Aunque la conversación había estado, entre muchas comillas, amena, el silencio que vino después se iba tornando un poco incómodo por lo mismo. Lo único que se escuchaba eran los cubiertos contra los platos y las respiraciones. InuYasha sentía que una vena le iba a explotar en la cabeza y Kikyō, claramente, no sabía cómo esconder el miedo que tenía porque pronto empezaría el interrogatorio típico de las cenas especiales y, en esa ocasión, por el cumpleaños de su suegro.

Suspiró de forma casi imperceptible cuando notó que Izayoi dejaba de comer y se secaba la boca, aquella era la señal de que no habría forma de salvarse.

—A propósito de las fotos de Sensitive —y así fue, se vendría una grande—, hoy salieron por fin las de ustedes.

A diferencia de ella, InuYasha se quedó estático en su lugar y solo hizo una mueca empujando con su lengua el labio hacia afuera, pero sin abrir la boca. ¿En serio iban a empezar?

—Se ven increíbles, como siempre —acotó Azumi, la madre de Kikyō. Miró su hija sin despegar la sonrisa, ambos padres también le dieron la razón.

—Son tan adorables —prosiguió Izayoi, dirigiéndose a su consuegra—, la mejor pareja del evento.

La aludida sonrió un segundo y no pudo volver a hacerlo. Era difícil luchar contra los lindos comentarios porque sabía que eran con cariño y además respetaba demasiado a sus mayores como para decir algo. Su esposo no pensaba lo mismo, claro, se le veía en la cara.

—¿Se imaginan cuando decidan ser padres? —Azumi lo comentó con tanta emoción que hizo un gesto con sus manos. La modelo casi se atraganta con su propia saliva y el ambarino frunció el ceño, la paciencia estaba llegando a su límite. Desde que habían empezado esa relación aquellos comentarios no habían parado.

—¿No les parece que es un poco pronto? —Preguntó la menor con una voz un poco nerviosa. No sabía cómo más decir que lo que estaban hablando era increíblemente violento, en especial porque era una cuestión que ni siquiera había discutido con su marido. Lo miró para encontrar su apoyo, pero él seguía viendo a su plato, ahora rendido sin querer comer nada más.

—Estamos de acuerdo —esbozó con un atisbo de irritación.

Los padres de ambos ahora tenían la expresión arrugada, era obvio que aquella reacción por parte de ellos era de rechazo hacia la idea de los hijos, lo cual era, ciertamente, escandaloso, al menos para los Itō.

—¿Pronto? —preguntó Izayoi, incrédula—. Ya están viviendo su tercer año de casados, es tiempo adecuado.

—Además, InuYasha, ustedes son una pareja estable no solo económicamente —acotó Tōga por fin, con un tono más sereno. Su hijo abría más lo ojos con cada segundo—, también emocionalmente, tienen todo para ser padres.

InuYasha apretó los puños ligeramente sobre la mesa.

—¿Sí? —Decidió hablar porque ya era hora, no podía ser posible una vez más, simplemente no lo soportaba—. Pues yo creo que no, papá.

Kikyō abrió los ojos de tal manera que le dolieron. Pasó la mirada de sus padres a su marido y luego a sus suegros tan rápido como pudo: todos estaban confundidos.

—¿Disculpa? —Inquirió Tōga en un tono severo, era obvio que había captado el mal humor de su hijo.

—InuYasha… —Kikyō arrastró cada letra entre dientes, eso estaba resultando bochornoso y sus papás no parecían estar tomándolo bien.

Ella respetaba mucho a sus mayores y más aún si se trataba de sus progenitores o los de su marido. Era su crianza, así era como debía ser.

—Sí, puede que tengamos la economía —pero InuYasha no se calló; de hecho, no quitó la mirada severa de su padre—, pero emocionalmente no lo creo. Incluso —de forma increíblemente osada miró para su esposa con una expresión seria y cínica—, hemos decidido que pronto recibiríamos terapia de pareja para salir del hueco en el que estamos.

La traición que sintió Itō en ese momento no podía describirse con palabras. La sangre empezó a hervirle por dentro y apretó los dedos de las manos tratando de calmarse.

—Basta, InuYasha… —volvió a decirle con el mismo tono y negando.

No podía creer siquiera que fuera capaz de incitar una discusión frente a su familia, simplemente era inaudito.

—¿Es cierto eso, hija? —Regresó la vista a Azumi, quien la miraba preocupada y casi al punto de las lágrimas. Que el matrimonio de su hija necesitara tanta ayuda como para haber llegado a ese extremo era preocupante.

—Es algo que está en planes, mamá —le respondió con la voz temblando. Yato, su padre, achicó los ojos y dirigió la mirada a InuYasha—, no te preocupes.

—Oh, yo creo que sí debería preocuparse —pero él no paró, parecía que de verdad estaba sacando todo lo que tenía dentro. La modelo cerró los ojos como si el mundo se le estuviera cayendo encima y se arrepintió mil veces de haberle dicho que sí a ir a terapia, simplemente un maldito error—, Kikyō y yo no dejamos de discutir un solo día, Azumi-sama.

—¡Pero, qué pasa contigo, InuYasha…! —Yato se puso de pie y alarmó a todos con ese gesto. Tōga negó con la cabeza al tiempo que se levantaba. Menudo cumpleaños le estaba regalando InuYasha.

—Un momento, un momento, por favor —ante el caos que evidentemente se estaba formando, Izayoi hizo señales para llamar a la tranquilidad en esa mesa—, tomemos un descanso y respiremos, ¿sí? —Con suspiros, los ánimos bajaron con el correr de los segundos y volvieron a sentarse. Notó a su nuera tomándose el nacimiento de la nariz con los dedos y a sus consuegros tratar de darle apoyo; en un segundo todo eso se había vuelto un circo—. InuYasha, hijo —se dirigió a él y lo vio cerrar los ojos con fastidio y evidente frustración—, ¿puedes venir un momento a la cocina para que me ayudes con el postre?

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La casi ex esposa de Miroku había negado rotundamente haber salido con su ex mientras estaban casados, lo cual no hizo más que hacer ver a Higurashi como un celoso psicópata que no sabía cómo superar que esa relación ya no tenía futuro, cuando la verdad solo quería comprobar que era por eso que ella le había pedido el divorcio, además de argumentar adulterio en la demanda, pero claro que no pudo ser así después de todo lo que le había dicho. Lo peor de su vuelta a Kioto fue la pelea con los padres de Yara que tuvieron la audacia de insultarlo porque, según ellos, Miroku estaba insinuando que su hija era una cualquiera.

Finalmente, no había conseguido nada, solo un bochorno horrible y terminar de sacar sus cosas de la casa que compartían, ya que la propiedad eventualmente se vendería y repartiría según lo dictara la ley. El ingeniero civil solo aprovechó su visita para hablarle a su familia sobre InuYasha y planear también lo que harán en el cumpleaños de Kagome.

Sango le sirvió el jugo con cuidado luego de haberlo escuchado contarle sus cosas. Desde aquel día no se habían vuelto a reunir y aunque lo había extrañado, admitía que ya estaba empezando a sentirse mejor cuando él tocó su puerta y le fue llevando un pastel como cortesía. Miroku era encantador, le jodía que fuera tan detallista porque a ella solo le atraía más, era peligroso. Aun así, le alegraba que, a pesar de todo, parecía más animado, quizás estaba superando de alguna manera su ruptura y como su trabajo por fin había dado inicio, tenía mil cosas en qué pensar.

—Sabes que estás invitada al cumpleaños de Kagome, ¿no? —Lo escuchó decir con un tono tranquilo, ella alzó las cejas porque acaba de decir lo más obvio de la vida. Cada año desde que conocía a Kagome era parte de su cumpleaños; la fotografiaba, es más, ella misma había tomado esa icónica foto de todos los hermanos junto al Higurashi mayor que reposaba en la sala de cada uno de ellos. Veinte años cumplía Kagome, aún lo recordaba porque había sido el año en que se flechó por Miroku como un crush de teleserie—. Como todos los años —agregó finalmente.

—Así debe ser —tomó el jugo y se sentó en su desayunador del otro lado de la isla de la cocina, lo observó con cuidado.

A pesar de todo lo que le atraía, siempre tenía con él conversaciones tranquilas, normales; apostaba su cabeza a que Miroku ni siquiera lo sospechaba, porque podría haber sido, en su tiempo, una enamoradiza de lo peor, pero no era ninguna idiota.

—Yo estaré a cargo —le informó. Por su parte, Miroku solo pensaba en que en Sango había encontrado un apoyo y comodidad que jamás imaginó, con ella se sentía a gusto y era por eso que la estaba invitando aunque fuera algo obvio, se trataba de una invitación personal—, venía a preguntarte si quieres ser mi compañera de organización del evento —le dedicó una sonrisa con esperanzas de que dijera que sí; la vio pestañear algunas veces, parecía que la había tomado por sorpresa—, creo que los dos trabajaríamos bien para darle una bonita recepción a Kagome, además del regalo que hemos preparado… —esa parte ya la dijo un poco más bajo. Durante su viaje a Kioto ya habían concretado los trámites para el regalo de su hermana, venían ahorrando hacía años para eso, sabían que a ella le gustaría y no se lo esperaba.

Sango asintió, estaba, de algún modo, emocionada por la invitación, se sentía como una tonta adolescente enamorada que se alborotaba porque trabajaría cerca del chico que le gustaba. No puedo evitar sonreír.

—Sí, claro, solo déjame chequear mi agenda, ¿sí? —Le hizo una señal para que espere y se bajó del desayunador—. Dame un momento, la traigo —empezó a caminar hacia su habitación para buscar su agenda.

—De acuerdo, chica ocupada —bromeó y la vio regresarle la vista para hacerle una mueca, pero jamás se detuvo en su andar. Miroku la observó hasta que se perdió de su campo visual, por algún motivo sus ojos no quisieron despegarse de esa dirección.

Sango tenía una energía que contagiaba y una sonrisa hermosa, era… bellísima, en verdad, más allá de lo físico, le agradaba mucho su compañía y aunque fortuito e inesperado, la cercana amistad que estaban comenzando a construir era una de las principales razones de su tranquilidad respecto a Yara.

Sango era su amiga, era la primera vez que tenía una.

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—¿Se puede saber qué te pasó allá? —Le inquirió con evidente ira, pero no alzó la voz para nada. Su hijo tomó aire y se rascó la nariz como si no considerara lo horrible que había sido todo eso—. Te comportaste como un patán de primera, ese no es mi hijo —lo buscó con la mirada, pero Taishō solo la ignoró.

Esperó respuestas unos segundos hasta que él por fin pareció decidido a hablar y tenía una expresión monumental de hartazgo.

—Porque estoy cansando de que lo único que hagan cada vez que nos reunimos es alabar nuestro matrimonio como si fuéramos muñecos de vitrina —espetó con desprecio, se había guardado eso por años— y ya no lo aguanto un día más.

—¿De qué hablas? —Arrugó la expresión, incrédula y con mil dudas. Para ella no tenía sentido que su hijo estuviera ofendido por eso, siempre pensó que era algo agradable para ellos—. Solo somos amables y tratamos de animarlos a mantener una buena relación —movió los brazos para imprimir énfasis en su expresión mientras lo veía negar y acentuar su cara molesta.

—Mira, mamá —decidió poner las cartas sobre la mesa—, sé que tienes una fijación con los matrimonios perfectos —soltó y fue un golpe bajo que Izayoi resintió de inmediato: lo decía por lo que había pasado con Sesshōmaru, desde aquella ocasión en que casi se divorcia de Tōga y que la pasó tan mal; justo por eso buscaba el bienestar de su hijo—, pero es hora de que sepas que el mundo no es así y que por lo menos ella y yo vamos a tratar de afrontarlo en vez de sepa-…

—No digas esa palabra… —alzó una mano en señal de alto, las lágrimas querían escapar de sus ojos. Por mucho que hubiera luchado, esa decepción simplemente le dolía, pero lo que más le partía el corazón era que justamente su propio hijo la magullara así—. No la digas —porque simplemente no lo soportaba y era más doloroso porque InuYasha lo sabía.

El ambarino dejó ir el aire, esa situación lo tenía mil veces más estresado que nunca. Entre sus recientes charlas, Kagome le había recomendado que podría intentar enfrentar esa situación con sus suegros y padres, pero quizás eso no funcionaría así precisamente.

—Pues eso —decidió no mencionar esa palabra, aunque a él tampoco le hiciera gracia—, que hacemos algo antes de que no nos soportemos más el uno al otro.

—¿No soportas a tu esposa, InuYasha? —Achicó los ojos y negó con la cabeza. A esas alturas ya sentía que lo que habían visto de ambos todo ese tiempo era mentira, podía ver en los ojos de ambos que no la estaban pasando bien y aunque había tratado de ignorarlo, ya era demasiado como para dejarlo pasar.

Si no hacían algo ya, ese matrimonio simplemente colapsaría.

—No he dicho eso —moderó la voz, se sintió malinterpretado—. Estamos pasando por una crisis, es lo que pasa en todos los matrimonios, ¿no? —Alzó la vista y su mirada casi acusatoria no tuvo piedad. ¿Estaría siendo injusto? Quizás, pero al menos no se quedaría con eso ni un día más—. Pero al menos nosotros no tenemos hijos de por medio.

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Estiró el cuerpo con mucho gusto y suspiró, volviendo a su cómoda posición sobre el pecho masculino. Siempre era así cuando estaba con él, la sensación después del sexo era simplemente insuperable, su respiración acomodándose después de haberla hecho suya, su corazón latiendo con más normalidad a medida que pasaban los minutos y cómo le pasaba el brazo por la espalda para estrecharle el cuerpo desnudo. Su química en la cama era incomparable, ningún hombre más guapo, ningún modelo, nadie lo comparaba y sabía que no solo era el placer, lo amaba tanto que solo el hecho de amarlo ya la complacía.

Por su parte, él miraba al techo de la habitación con una expresión dubitativa. No estaba seguro de haber hecho eso, en realidad desde la primera vez que había recaído se prometió que no volvería a ello después del resbalón, pero había sido imposible. No podía resistirse a ella en ropa interior de encaje, a sus curvas deliciosas, a su figura tan delicada y su sensualidad, a lo dulce que era, a lo mujer… No podía desprenderse de ella, era casi como un vicio, pero no la quería.

No podía quererla y no era con ella con quien veía un futuro, no era ella la dueña de su corazón y la persona que realmente le importaba y despertaba en él mil sentimientos. Quería a su novia, la amaba, era todo para él. En esos últimos días habían estado pasando un mal momento, pero de pronto había tomado una actitud distinta, ya parecía más conectada y cariñosa… justo cuando él había vuelto a pecar. Regresó su atención al celular apenas supo por el tono de notificación que era ella y sin ningún tipo de respeto se incorporó para tomarlo, su amante tuvo que moverse sin previo aviso.

"Ven, preparé lasaña"

Sonrió ante el mensaje y como si estuviera solo se removió para levantarse. Kagome siempre hacía una comida que solo compartían los dos el día antes de su cumpleaños y también preparaba alguna que otra sorpresa con chocolates y champagne que terminaba en un buen sexo, además de un regalo; ella sabía cómo hacerlo sentir festejado, así que le esperaba algo bueno. Sin decir nada, se estiró para tomar los pantalones del mueble al lado de la cama y empezó a vestirse.

—¿A dónde vas? —Arrugó el rostro y se incorporó. Claro que sabía a dónde iba, era obvio que esa cara de felicidad no podría ser más que un mensaje de su novia.

—Es mi cena especial con Kagome pre cumpleaños, ya está lista —le respondió con tanta naturalidad, cínico, poniéndose el cinturón. Le emocionaba incluso el hecho de que cumplieran años con solo un par de días diferencia.

A Ayame todavía le parecía imposible que fuera tan caradura, ¡acababa de tener sexo desenfrenado con ella y ahora solo se iba! Había dicho que Kagome estaba fría con él desde que se había enterado de su vuelta a Sensitive y por eso había vuelto a caer. Antes de que ella volviera a esa agencia ya se habían acostado un buen par de veces, no era como si apenas en esos meses hubiera pasado. Admitía que Kōga la dejó un buen tiempo, pero era obvio que ella sabía cómo lograr que volviera a caer.

—Yo que tú no fuera —le soltó con un toque cizañero y volvió a acostarse. Ya sabía que no lo podría detener ni aunque hiciera un berrinche.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —Mientras se abotonaba la camisa mangas largas regresó a verla con el ceño fruncido. Ayame sabía perfectamente que no tenía ningún derecho a opinar sobre Kagome o su relación con ella.

—Una mujer sabe cuando su hombre ha vaciado su energía en brazos de otra —alzó ambas cejas, su tono fue perspicaz, sonrió de lado— y, en tu caso, ya lo hiciste… —guardó un segundo de silencio mientras lo veía parecer tener miedo ante sus palabras. Quizás no había tomado eso en cuenta— dos veces.

Wolf se inclinó a la cama como un león acechando a su presa y se tuvo con las manos para quedar a la altura de la modelo.

—No es tu asunto, Ayame —le dijo con un tono amenazante que le indicaba que no saldría nada bien si volvía a opinar algo como eso.

—Como digas —se encogió de hombros, pero sus escalofríos fueron casi palpables. Poco después, cuando él volvió a terminar de vestirse, su ánimo ya había vuelto y antes de que saliera de la habitación le dijo—. Si te bota, ya sabes que tienes a donde volver.

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No quería decir que toda esa mierda, de seguro, era consejo de su amiga, la mitómana, pero podía apostar todo a que sí. Desde aquel día cuando tenían que hablar de su desafortunado momento en la fiesta de Sensitive y él le había salido con la idea de ir a terapia pensó que esa no fue idea de él. ¿Terapia? Luego de tantas veces que habían pasado mal con sus peleas y tantas cosas ¿simplemente proponía terapia? Por supuesto que ella había aceptado, porque la idea le pareció incluso brillante, pero con el pasar de los minutos fue dándose cuenta de que eso no había nacido de él; la espina le quedó clavada, pero luego del show que había hecho en la cena de cumpleaños de Tōga ya la tenía más que clara y podía asegurar que era ella. Era como si lo estuviera manejando y lo que le jodía era que él estuviera contando sus intimidades a una completa desconocida que, para colmo, ni siquiera sabía quién era. Se trataba de su matrimonio, de su vida.

¿Qué diablos le estaba pasando a InuYasha?

Durante el camino de regreso a casa no había dicho nada, es más, él hasta había puesto la radio para evitar que fuera más incómodo. Apenas se parquearon, Kikyō bajó del auto y casi no lo esperó para tomar el ascensor. Cuando estuvo arriba y abrió la puerta, cruzó rápido la estancia, su respiración era errática y acelerada, tenía las manos heladas.

Lo escuchó suspirar luego de cerrar la puerta. Itō respiró hondo, la presión en su pecho era cada vez mayor. Dio la vuelta, empezó a caminar hacia él y antes de dejarlo decir una sola palabra, le soltó una bofetada que resonó por todo el lugar, la bofetada más fuerte que había dado jamás en su vida, estaba cargada de resentimiento. Su esposo se quedó ahí, con la cara ladeada y colgado del dolor que le había causado el golpe.

Taishō solo se acarició la mejilla ligeramente en donde la piel ardía. La modelo tomó una bocanada de aire enorme mientras lo veía reaccionar muy naturalmente ante la agresión. Jamás en la vida había hecho algo como eso, nunca y era… era raro, raro y casi se estaba arrepentido por haberse atrevido a faltarle de esa forma el respeto a su marido, en especial porque entre ellos incluso alzarse la voz era lo peor que podían hacer, mucho menos agredirse físicamente, eso ni pensarlo.

Por otro lado, el ambarino asintió, se lo merecía. No podía decir otra cosa más que se merecía el golpe si era por el show que había armado en casa de sus padres. Durante todo el camino había ido reflexionando en que, si bien era hora de haber protestado contra esa situación, aquella no había sido la mejor forma. Y sabía también que Kagome no se habría referido a eso cuando se lo aconsejó.

Se había pasado veinte pueblos con Kikyō y con sus suegros.

—Iremos a terapia porque es obvio que esto está volviéndose insostenible —la escuchó decir y todavía exhalaba con fuerza—. Suikotsu encontró a un terapeuta de confianza que está dispuesto a firmar un contrato de confidencialidad para nosotros —le informó y moderó por fin la voz. Su esposo ahora la miraba serio, pero atento— y que no divulgue nuestro tratamiento, así no tendrás problemas en exponerte —en realidad era obvio que no lo hacía solo por él, lo hacía, principalmente, también por ella. Un escándalo de esos no le haría bien a su carrera, no era el tipo de atención que quería llamar.

Se quedaron un momento en silencio, ambos tenían cosas en qué pensar luego del ataque de la pelinegra.

»Esta la pasé porque entiendo que estás estresado —por un momento sintió ganas hasta de llorar, jamás pensó que él la humillaría de esa manera frente a sus padres, justamente cuando le había dicho de mil formas siempre que ellos lo eran todo en su vida y que les debía mucho respeto. Claro que habían hablado de que esas observaciones los molestaban, pero ella siempre había sido franca y directa al comunicarle que no se atrevía y no quería llevarles la contraria en ningún sentido—, pero no más.

Se arrepentía de haberle dicho que sí a la terapia, se arrepentía ya de casi todo…

—Estoy cansado de que en cada cena nos traten como a unos ridículos muñecos de pastel —sin embargo, espetó, el solo recordarlos empezando a hablar de los hijos y a asumir que su matrimonio era un modelo perfecto, se le revolvía el estómago—. Kikyō, lo lamento —negó con la cabeza, porque de verdad ya no iba a apoyarla más en callar—, pero eso no es para mí.

—Pues a mi familia le debes respeto —le dijo con severidad, no alzó la voz, pero se notaba el malestar en ella— y si no puedes con eso, entonces será mejor que… —calló se sopetón, no se atrevió a decirlo.

En esa casa jamás se había contemplado hasta ese día el separarse, era casi un tabú ya que entre sus opciones eso ni siquiera podía considerarse. Si Kikyō no estaba dispuesta ni a contarle a su familia que tenía que ir a terapia de pareja, mucho menos podría tomar la decisión tan arbitraria de divorciarse. ¿Qué sería de su carrera? ¿Qué sería de ella?

—¿Qué? —La incitó porque sabía que ella lo había pensado—. ¿Será mejor qué?

Tomó otra bocanada de aire y ladeó la cabeza.

—Que te prepares para dormir en otra habitación.

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Cuando abrió los ojos ni siquiera supo en qué año estaba. Siempre que se acostaba tarde era así al día siguiente. Estiró el cuerpo y poco después volvió a su mesita de noche para desbloquear su celular y ver la hora, con lo cual notó que era el día… su cumpleaños había llegado y ni siquiera lo recordaba. Se puso de pie rápidamente, siempre en esas fechas su familia iba a visitarla o ella viajaba, en ese caso, ya era un hecho confirmado, Seitō le había llamado para decirle que estarían ahí al medio día, de seguro que saldrían a comer y luego a tomarse la foto familiar como siempre.

Kōga le había dejado un mensaje que, se prometió, respondería luego. Desde que le fue infiel, en su cumpleaños no solía pasar juntos, así que hacían algo el día anterior igual que en el cumpleaños de él, era como una tradición ya. A ninguno de sus hermanos o papá les agradaba Kōga después de su ruptura, así que, para evitarse ratos horribles, se veían hasta el día siguiente.

Se puso la salida de cama, fue hasta el baño, se lavó la cara, pasó las manos por su cabello y suspiró… Veintinueve años ya, veintinueve años, cada vez más cerca de sus treinta, era toda una adulta ya, estaba orgullosa de en la profesional que se había convertido, pero quizás no estaba tan feliz con vida amorosa. No la sentía igual, no desde aquel día en que Ayame había vuelto a hacer parte de sus pensamientos. Negó con la cabeza y decidió salir de su habitación, quería ir a la cocina y prepararse algo porque de seguro su familia estaría llegando pronto.

Cuando salió, lo primero que vio fue a cada uno de sus hermanos y a su padre sentados uno junto al otro en los muebles de su diminuta sala. Regresaron a verla cuando escucharon el sonido de su puerta. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

—¡Papá, hermanos! —Se llevó las manos a la cara para apretar sus mejillas por la emoción e incredulidad, ellos se levantaron y la miraron con una enorme sonrisa en sus rostros.

—¡Feliz cumpleaños, Gume!

»


Chale, este capítulo demoré en escribirlo nada más por vaga.

POR FIIIN APARECÍ. Bueno, no sé qué decir además de que me alegra regresar. Estos días han sido duros, pero aquí estoy. Este capítulo es una muestra de las presiones que viven InuYasha y Kikyō en su matrimonio, una forma de demostrar su presión y por qué esto repercutirá en las decisiones de ella más adelante. Y sí, se vienen cositas con el cumpleaños de Kagome, adoro.

Un beso enorme a quienes me dejaron un review, espero poder seguir leyendo sus opiniones.

MegoKa

Benani0125

Karii Taisho

Danny Rodriguez