Capítulo 28
La Alianza
El amanecer despliega su manto dorado sobre la mansión, tiñendo de luz los cimientos de un lugar que será transformado. Observo los rayos del sol filtrarse por las ventanas, proyectando sombras largas y etéreas en los pasillos. Oscar traza los planos de lo que será una escuela, el inicio de una nueva era.
La educación es la verdadera revolución.
Si el mundo ha de cambiar, debe comenzar con la mente de quienes lo habitan.
Ver más allá.
—¿Ya llegaron? —pregunto a Emilia, quien permanece a mi lado, su presencia cálida y firme.
Ella sonríe y mira el metía espejo, la imagen reflejada en él muestra a Otto en su hogar.
—Voy a ir más tarde —dice con tranquilidad—. Rem quiere acomodar unas cosas. Llegaré para la reunión.
A lo lejos, Rem carga un sofá con una sola mano.
—¡Otto! —lo llama, y él, con un gesto de alarma, corta la transmisión.
Los observo con una sensación extraña. Sus vidas han cambiado, sus caminos han tomado un rumbo distinto gracias a las decisiones que he tomado. Por primera vez en mucho tiempo, siento paz.
Siento que los problemas se resolverán.
«Betty, mi hija, ¿puedes sentir la paz en mi corazón?»
Sostengo el collar entre mis dedos con delicadeza. Emilia también lo toca, transmitiéndome su calor, una confirmación silenciosa de que no estoy solo en esto.
—Betty debe estar esforzándose.
—La extraño.
Sin pronunciar palabra, Emilia me rodea con sus brazos. Yo la envuelvo con firmeza, cerrando los ojos en un intento de capturar este instante, de cristalizarlo en mi memoria.
«Mi corazón duele en tu ausencia.»
«Mi felicidad se encuentra incompleta.»
—La vamos a rescatar —susurra Emilia, acurrucándose en mi pecho—. Te lo prometo.
—Sí.
Nos quedamos en un silencio cargado de significado, aferrados el uno al otro. La promesa de Emilia retumba en mi mente con la fuerza de una verdad inquebrantable, y en ese instante, mi alma se reconforta con la certeza de que no estoy solo en esta lucha.
Con suavidad, nos separamos; sus dedos acarician los míos mientras me despido de ese instante de intimidad, y juntos nos dirigimos al restaurante.
Ya sentados, lado a lado en una mesa amplia y acogedora, el murmullo del ambiente se vuelve un telón de fondo a nuestras inquietudes. Esperamos la llegada del resto del grupo, y Emilia, con su mirada siempre alerta, rompe el silencio.
—¿No estará Crusch en la reunión? —pregunta, su voz mezclando preocupación y un dejo de recelo.
Trato de disimular mi nerviosismo, desviando la mirada con un leve encogimiento de hombros.
—Le otorgué un descanso. Realmente... —digo, dejando que mi voz tiemble ligeramente–. Me da un poco de temor. Si decide ir, no se lo impediré, pero...
En ese preciso instante, los recuerdos irrumpen sin piedad. El eco de disparos lejanos, el amargo dolor de la traición… Cada imagen se desliza en mi mente: el rostro contorsionado de Crusch, marcado por el horror, y aquellas palabras repetidas hasta la saciedad:
«Muere, monstruo.»
Un estremecimiento recorre mi cuerpo y apenas puedo articular un —Yo…—. Emilia, con la seriedad de la situación, me fija la mirada, intensa y sincera.
—Tienes que hablar con ella —afirma, su tono grave y apremiante, mientras sus ojos me suplican comprensión—. Ambos son amigos; si no conversan, nunca van a solucionarlo. Sé que lo que sucedió es doloroso, para mí también lo es, pero me imagino como lo es para ella. Crusch es leal, y no puedes dejarla así.
En su voz percibo la firmeza y el cariño que la definen.
Emilia ya habrá hablado con Crusch; probablemente ella entiende lo que yo, entre el miedo y la culpa, me resisto a aceptar. No quería involucrarla en los eventos de Priestella, temiendo lastimarla o que me lastime, pero dejar las cosas como están solo ampliaría el sufrimiento para ambos.
—Lo haré. Lo prometo –declaro con voz quebrada, sintiendo el peso de mis palabras.
Una sonrisa tierna se dibuja en el rostro de Emilia, y en un gesto casi maternal, acaricia mi cabeza.
—Ese es mi marco.
Esa caricia, sencilla y cálida, me desconcierta y me reconforta a la vez. Me doy cuenta, en un susurro interno, de que, a pesar de todo, esta cercanía tiene su encanto.
En ese preciso instante, se escucha una voz familiar desde la entrada del restaurante.
—Ver al héroe de Lugunica sonreír porque le acaricien la cabeza es algo interesante —dice Anastasia, con tono juguetón y una chispa de ironía.
Emilia se aparta rápidamente, girando hacia el grupo que acaba de llegar. Al mirar, veo a Felt y Anastasia, quienes han arribado casi simultáneamente. La atmósfera se llena de una mezcla de humor y camaradería.
—¡Mimi quiere comer! –exclama con entusiasmo, y la calidez en su voz hace eco en la sala.
Mientras tanto, Reinhard y Julius nos observan desde una distancia prudente. Sus sonrisas, aunque en apariencia amables, esconden un toque de petulancia que me hace estremecer.
Maldigo en silencio mi suerte, sintiendo cómo las miradas y gestos de cada uno revelan que quieren molestar.
Reinhard se rasca la cabeza y, con una risa ligera, comenta:
—Jaja, de todas formas, es bueno ver que son bastante cercanos.
Julius, con su voz altiva y un brillo arrogante en los ojos, añade:
—Un caballero debe recibir con una sonrisa los tratos de su ama.
Con una mezcla de diversión y picardía, pienso para mis adentros en voz baja: «Voy a decirle a Anastasia que haga lo mismo; le tomaré una imagen con un metía y la haré patrimonio de Priestella para que todos la admiren.»
Paro su intento de molestar cuando digo:
—Ya, ya, es un gusto ver que ambos están bien –acompaño mis palabras colocando mis manos sobre los hombros de Reinhard y Julius, mientras, con un sutil movimiento, organizamos las mesas para acomodar a los recién llegados.
Sin embargo, la tranquilidad se ve interrumpida por la llegada inesperada de tres rostros que no esperaba ver.
Emilia, siempre perspicaz, pregunta con voz baja pero firme:
—¿Ellos no son los que te apalearon?
La tensión se adueña del ambiente. Las miradas se clavan en esos tres, y sus rostros se tornan pálidos, desviando la vista como si esperaran que el suelo los engullera. Con una sonrisa que mezcla venganza y humor, digo:
—Déjales. Luego tendré mi venganza.
Inmediatamente, ellos se alinean detrás de Reinhard, en un gesto casi coreografiado. Entonces, Felt irrumpe en la escena con una carcajada explosiva:
—¡Así que era cierto! JAJAJAJA —su risa contagiosa inunda la sala, atrayendo la atención de todos, mientras esos tres, como si suplicaran misericordia, se inclinan en señal de arrepentimiento.
Aunque la satisfacción me recorre momentáneamente, me recuerdo a mí mismo que no debo ser demasiado cruel. Los tres se arrodillan y bajan la cabeza, estoy seguro de que saben de mis logros.
—¡Lo sentimos! —exclaman al unísono, mirando hacía el suelo.
Con una sonrisa amable, coloco mi mano en el hombro del más flaco y digo:
—Tranquilos, no voy a hacerles nada. ¡Somos amigos!
Un tímido —S-sí... jajaja— se escapa entre risas y anécdotas, y la comida transcurre en un ambiente de cálida camaradería. Me sorprende descubrir por lo que ha vivido Felt en tan poco tiempo; mi rostro se encoge con resignación al comentar:
—Sí que han vivido cosas.
Felt se encoge de hombros, mientras, con un tono que mezcla melancolía y picardía, continúa:
—Pero parece que ustedes llevan la ventaja —añade, mirando a cada uno como si intentara descifrar el peso de las desgracias compartidas.
Reinhard suspira, una exhalación de desaprobación silenciosa, mientras Julius, con mirada penetrante, me fija a mí. Después de un breve instante de silencio, Julius rompe la quietud:
—Como caballero espiritual me puedo imaginar el dolor que debe yacer en tu corazón.
Le sonrío con calma, reconociendo su honestidad:
—No hay problema. Más bien, agradezco que hayan venido —respondo, mi voz reflejando el balance entre la competencia y el afecto—. Todos tenemos nuestras batallas, pero al final, después de las elecciones, sería un error no establecer relaciones, gane quien gane.
Emilia asiente enérgicamente, y con voz decidida exclama:
—¡Sí! Podemos ser buenos amigos y competir al mismo tiempo.
La atmósfera se llena de consenso y de un humor moderado cuando Anastasia toma la palabra:
—Esas son palabras ciertas. Gane quien gane, debemos sacar provecho a la situación; una comerciante nunca deja de trabajar.
Felt, con un tono sarcástico, le lanza a Anastasia:
—¡No lo arruines con codicia! —diciendo esto mientras ella se encoge de hombros en señal de ligera resignación.
Las risas se entremezclan con conversaciones serias, y poco a poco el ambiente se calma. Un pensamiento persiste en mi mente: Crusch también debería estar aquí. Me encantaría que la recordaran, que reconocieran su valor, aunque deba alejarse para protegerse.
Tras la comida, el grupo se dirige hacia el ministerio. De repente, Mimi exclama con asombro:
—¡WOAHH! ¡Es bonito!
Anastasia observa el entorno con una sonrisa de aprobación:
—Es un diseño curioso. El parque accesible para todos está bien pensado.
Felt, que siempre ha sido directa, comenta mientras se rasca la cabeza, como si el simple pensamiento le causara molestia:
—Si no viviese en esa mansión, me habría sorprendido también. Es increíblemente grande, aunque noto una marcada diferencia en el diseño... es bastante distinto a lo normal.
Al entrar, se percibe un constante ir y venir. Las oficinas se llenan de movimiento: el incesante tecleo de las máquinas de escribir, posters anunciando horarios y solicitudes, y filas interminables de personas, tanto de negocios como aquellas marcadas por el duelo de la guerra.
Anastasia, con su curiosidad innata, pregunta:
—¿Estableciste áreas diferentes según el tipo de solicitudes? ¿No haría eso más complejo mantenerse informado?
Asiento lentamente y, levantando la barbilla en un gesto meditativo, respondo:
—Necesito que cada persona use su mente en su área para rendir al máximo. Establecer un ministerio implica que cada uno asuma sus deberes y derechos, como en el consejo de ancianos y su gente.
Aquí crecerán, pero su autoridad se mantendrá constante.
—¿No te da miedo separar tanto el poder? —La pregunta de Anastasia es válida, pues la corrupción es común en todas partes.
En mi mundo la corrupción es inevitable; este mundo es mas o menos lo mismo. Realmente separar mucho el poder ocasiona estos casos de corrupción, pero para ello hay distintas formas.
—Todavía estoy barajando la idea de crear un proyecto de ley interno, junto con métodos alternativos para elegir ministros.
Por ahora, decir que dependo de Crusch y de los contratos de alma es innecesario
—La idea es que, incluso si no estoy yo, se pueda escoger gobernantes adecuados la mayor parte del tiempo. Un sistema que funcione por sí mismo, sin depender de una sola persona.
Felt, con su característica franqueza, no tarda en intervenir.
—¡Si alguien es corrupto, lo apaleas! Así otro corrupto no va a serlo —dice, mirándonos con una mezcla de molestia y desafío.
Sus palabras, aunque brutales, reflejan una lógica simple pero efectiva. Sin embargo, tanto yo como los demás presentes no podemos evitar suspirar ante su propuesta. Aunque su enfoque directo tiene cierto mérito, sabemos que las soluciones no siempre pueden ser tan simplistas.
«A decir verdad, Felt es un diamante en bruto», pienso en voz alta, mientras la observo con una mezcla de admiración y exasperación. Por lo que Reinhard me ha contado, tiene talento para comandar, así como la voluntad de pensar adecuadamente ciertas cosas. No sé si tiene talento administrativo, pero va en buenos pasos.
Para su edad, es un gran logro.
El ambiente en la sala de juntas es tenso, cargado de expectativas y preocupaciones. Las paredes, adornadas con mapas y diagramas estratégicos, contienen el peso de las decisiones que estamos a punto de tomar.
Todos los presentes comparten una mirada de determinación, aunque en algunos casos, como el de Felt, esa determinación viene acompañada de una pizca de rebeldía. Otros, como el de Mimi, quien parece mirar hacía la ventana distraída.
Nos sentamos todos en la sala, y justo en ese momento, Otto entra acompañado de Crusch. Luce cansada, sus ojos marcados por noches de insomnio y preocupación. A pesar de su fatiga, su presencia irradia una calma inquebrantable.
—Con permiso —dice Otto, mientras ambos se presentan con la serenidad que caracteriza a quienes han visto demasiado.
—¡Tú eres la defensora! —exclama Felt, dando a Crusch una palmada en la espalda que hace eco en la sala—. ¡Buen trabajo! Gracias a ti, la paliza que recibí dio frutos.
Felt parece haber superado aquella pelea; no sé cuánto ha marcado su presencia, pero ahora se abren nuevas oportunidades. Todos caen en un silencio expectante mientras me acerco al tablero.
Con un trazo seguro, despliego un papel y, ante nuestros ojos, se mapea Priestella.
—Para empezar, debo hacerles saber que no explicaré cómo obtuve la información —comienzo, marcando las puertas de escape de agua en el mapa—. La información, si bien es cierta, no es una garantía de que sucederá exactamente igual. Ya he confirmado los movimientos del culto, pero no significa que sepa la fecha exacta. Según mis estimaciones, todo parece ser en poco más de dos semanas, pero realmente, como van las cosas, podría cambiar.
«Si Roswaal está con ellos, entonces es muy probable que sepa la ubicación del metía. Más que nada, esto es porque hay una persona que parece estar involucrada en ello: Aldebaran.»
—El ataque ocurrirá en conjunto con un suceso importante —continúo, tocando las puertas que cubren la ciudad, aquellas que la protegen del agua—. La ciudad se encuentra unos metros debajo del agua, pero es suficiente para inundarlo todo. Esta ciudad se hizo con la finalidad de contener calamidades, pero ahora será usada para destruirla.
La mirada de todos se vuelve más seria, aunque Mimi, como siempre, parece distraída. Nadie pide explicaciones sobre por qué el culto podría atacar; todos parecen asumir que son unos locos desquiciados que se mueven al azar para causar caos.
—Usarán el metía que controla estas puertas en las torres, o podría ser que ya está intervenido —digo, mirando hacia Anastasia—. ¿Has reconocido cómo utilizarlo?
—Esa información… si, pero no tendríamos forma de saber si ha sido intervenido —responde Anastasia, mirando hacia el centro del mapa—. El metía está bloqueado actualmente, vigilado por decenas de guardias que lo protegen.
—Solo hay que poner a Reinhard allí, así nadie va a poder pasar —interviene Felt con un suspiro, y la verdad, no es una mala respuesta.
«Pero hay alguien que no podemos detener sin su ayuda.»
—No, eso es por la naturaleza de los poderes de los arzobispos —explico, comenzando a detallar las habilidades de cada uno de ellos—. Cada arzobispo tiene un poder único, y es crucial que todos entiendan cómo funcionan para poder contrarrestarlos.
Una vez termino, mi mirada se posa en la triste realidad que enfrentamos.
—También hay dos posibles personas adicionales —digo, escribiendo el nombre de Roswaal en la pizarra, seguido del nombre de alguien más.
Todos miran la pizarra, analizando la información mientras cada uno parece pensar en alguien diferente.
—¿Subaru Natsuki? —pregunta Reinhard, a lo que asiento.
—La persona más peligrosa, cuya habilidad o poder desconozco completamente. Fue la persona que hizo que Roswaal causase eso —explico.
Si alguna vez Reinhard se encuentra con Subaru, si alguna vez este intenta manipularle, ya no será posible. Subaru debe ser conocido por todos, así nunca tendrá la posibilidad de actuar sobre los demás.
—Le daré un dibujo detallado de él cuando pueda —añado.
Todos se quedan pensando, pues realmente es una situación bastante compleja. Reinhard necesita, sí o sí, detener al arzobispo de la codicia en un combate indefinido.
Capella necesita ser contenida por alguien que tenga la posibilidad de regenerarse, como lo serían Luan y Emilia. Crusch y yo podríamos enfrentarnos a los dos Gula junto a Alsten. Julius, Garfield y el resto podrían enfrentarse a los muertos vivientes. Tendrían que enfrentarse a Kurgan y a Thearesia por su cuenta.
—¿Quién debería quedarse para proteger el metía? —pregunto, sabiendo que cada persona ya ha sido asignada a una tarea específica. La única forma es encontrar más gente, pero necesitamos a personas muy poderosas.
—¿Por qué no pedimos asistencia a Frey Karsten? —sugiere Anastasia, una pregunta válida, aunque nadie sabe ni cree los motivos por los que yo no quiero hacerlo.
Tener a alguien protegiendo el metía sería lo ideal, pero no quiero meterme con Frey Karsten, no después de lo que sucedió, de la posible conexión con monstruos de miasma.
No quiero ver la posibilidad de que suceda algo que no pueda evitar.
No tengo el maldito retorno por muerte. Todo debe funcionar a la primera.
—Usar a Frey Karsten no es una mala idea —admito a regañadientes—. Podemos pedirle ayuda, solo que con los acontecimientos que le envuelven con lo de Costuul, no sé qué tan ocupado se encuentre.
«No lo negaré, pero daré algo para que exista una posibilidad de que lo consideren.»
—Son demasiados factores —dice Julius, mirando hacia el mapa—. Con todo lo que mencionas, me hace pensar que podrían tener un plan extra para destruir la ciudad y conseguir lo que quieren. Las habilidades de los arzobispos son más complejas de lo esperado, además, incluir a ex marqués Roswaal L. Mathers y a ese tal… Natsuki, solo hace que pedir ayuda sea más imperativo.
—Si, tener a alguien como el caballero Félix curando a los posibles heridos, así como a los guerreros, es una necesidad completa. —Añade Reinhard.
Asiento, cerrando mis ojos por un segundo.
«Si mis cálculos no fallan, Frey podría estar actuando con el culto para esto» El recuerdo del dolor que vi en su mirada me atraviesa. «Pero quizás no de la forma que creo.»
«Lo confirmaré con esto, le tenderé una trampa»
—Otto, encárgate de contactar a Frey. Coméntale lo que sabemos la situación y trata de conseguir que use a sus mejores guerreros —digo, mirando hacia Otto con complicidad, quien asiente y sale de la habitación.
Otto asiente, tomando el metía espejo y retirándose.
—Yo intenté contactarme con Priscilla, pero parece que no le interesa —añade Anastasia, sonriendo mientras señala la pizarra—. Si aparecen más miembros del culto, debemos actuar acorde. Comencemos con los planes de contención. Mis mercenarios se pueden ubicar para atacar a las mabestias, pero necesitaremos hacer uso de las propias fuerzas de la ciudad.
Probablemente Elsa y Meili participen en este ataque, usar las habilidades de Meili para hacer ataques concentrados sería lo obvio, Elsa solo sería su protectora.
—Hay una persona que debemos capturar, no asesinar. —Describo la apariencia de Meili de pies a cabeza, asi como su nombre y personalidad—. Ella será un activo útil en adelante, asi que debemos matar a quien cuida de ella y traerla con nosotros.
No puedo evitar pensar en las variables, pero lo importante es acabar con lo principal.
—Con Regulus Corneas, hay algo que se puede hacer.
Comienzo por explicar cómo su habilidad afecta a las que se considera "esposas." La única forma de matarle es asesinando a sus esposas o congelando su cuerpo para que el corazón se detenga. Se decide que Emilia lo hará, dejando una pequeña posibilidad de que vuelvan a la vida.
—Para ello debemos descubrir donde las tiene ubicadas a todas.
Un ataque sorpresa, pero no sé exactamente donde están, asi que será algo difícil.
—En ese orden de ideas, no podemos dejar que vean a Emilia —digo, mirando a todos con temor—. Si la ve, usará sus habilidades para secuestrarla. No sé qué variables pueda causar, sé que no la lastimará, pero…
Emilia mira hacia abajo; esta vez no se trata de poder, simplemente es algo imparable. No puedo dejar que una variable que no conozco suceda.
Emilia, entonces, lanza una mirada hacia el frente.
—Es una oportunidad —dice, con una determinación que me deja sin palabras.
—Por supuesto… —digo, pero las palabras salen más como un suspiro que como una afirmación. Mi voz suena distante, como si no fuera mía. «No puedo permitir que esto suceda. No con ella.»
Anastasia mira hacia Emilia, sonriendo con esa aprobación calculada que siempre me ha gustado, pero que ahora se pone en mi contra.
—Ciertamente, me alegra que lo notases —dice, y su tono es tan frío como el aire que nos rodea. Incluso Felt parece notarlo, aunque su expresión es más de curiosidad que de preocupación.
«¿Por qué todos parecen tan dispuestos a sacrificarla? ¿Es que no ven lo que yo veo?»
Mi mirada recorre la sala, pero poco a poco el mundo comienza a oscurecerse. Las caras se desdibujan, las voces se convierten en un murmullo lejano. «No puedo permitir que suceda algo. No puedo perderla.» Mis pensamientos se enredan, como un nudo que aprieta mi garganta. Las paredes parecen cerrarse, y el aire se vuelve denso, pesado. «¿Por qué todos parecen aprobarlo?»
—Si me secuestra, puedo evitar que mate a más personas —dice Emilia, colocando su mano en su pecho. Su voz es firme, pero su rostro… su rostro no es claro para mí. «No puedo permitir eso. No puedo permitir que se sacrifique.»
«Esta vez no puedo controlar el tiempo.»
—De esa forma irá al lugar donde están, solo debemos descubrir el lugar y usarlo en su contra —dicen Felt y Anastasia al unísono, como si estuvieran leyendo de un guion. Sus palabras resuenan en mi cabeza, pero no las escucho del todo. «¿Es que no entienden? ¿Es que no ven el peligro?»
—Mucha gente se salvará —concluye Emilia, y sus palabras son como un cuchillo que se clava en mi pecho. «¿Y si le hacen algo? ¿Y si la lastiman? ¿Y si la pierdo?»
Mi respiración se hace pesada, como si el aire se hubiera vuelto demasiado espeso para mis pulmones. En este clima tan frío, mis manos sudan como loco. «No debí decirlo. Debí esconderla. Debí evitar que se enterase. Sabía que esto pasaría. Sabía que intentaría sacrificarse. ¿Por qué no la detuve antes?»
—Yo… —murmuro, pero las palabras se ahogan en mi garganta. Aprieto mis dientes con tanta fuerza que siento cómo mi mandíbula tiembla. «Yo no puedo permitirlo. No después de todo lo que hemos pasado para estar aquí.»
—Una vez uses esa magia, ellas quedarán congeladas, aunque no sepamos si se pueden salvar… —dice Anastasia, mirando hacia Emilia con esa frialdad que tanto la caracteriza—. Es mejor que dejar que muchas personas mueran en su nombre.
—Mi corazón se cruje al tener que lastimar a personas inocentes —responde Emilia, mirando hacia el suelo. Su voz es suave, pero llena de determinación—. Pero, cuando sea lo suficientemente conocedora, podré rescatarlas de verdad.
Entonces, Emilia golpea la mesa con fuerza, levantándose con una energía que me deja sin aliento.
—Debemos salvar a la mayor cantidad de personas que podamos —dice, y sus palabras resuenan en la sala como un eco.
«Debería estar orgulloso de verla tan decidida», pienso, pero el orgullo no llega. En su lugar, siento un vacío en el pecho, como si algo se hubiera roto dentro de mí. Mi corazón late con fuerza, pero no es por orgullo. Es por miedo. «¿Cuándo me ha salido algo bien desde que vine a este mundo? ¿Cuándo no he perdido a alguien?»
—¿Marco? —la voz de Emilia me saca de mis pensamientos, pero no del todo. Sus manos tocan mis hombros, y siento cómo el sudor corre por mi frente. Mis manos están mojadas, mi pecho está mojado, y mi visión sigue borrosa. «No puedo perderla.»
—No quiero que te pongas en ese peligro —digo, mirándola directamente a los ojos. Trato de mantener la calma, pero mi voz tiembla—. No lo aceptaré.
La sala se queda en silencio, y por un momento, el único sonido es el de mi respiración agitada. Crusch, quien había estado en silencio, me mira con esa intensidad que siempre me hace sentir expuesto.
—Las palabras de Marco son ciertas —dice, poniéndose a mi lado—. En esta situación, no sabemos qué evento impredecible pueda suceder. Arriesgar tu vida no es algo que debas hacer como candidata al trono.
Emilia nos mira a ambos, y en sus ojos puedo ver esa determinación que tanto admiro y que tanto temo.
—Mi vida vale lo mismo que la de cualquier ciudadano —dice, colocando su mano en su pecho—. Si mi vida va a salvar a uno, que así sea.
—Sigue siendo tu vida —respondo, mirándola con firmeza. «¿Por qué no lo entiendes?»
—Si me permiten decir algo —interviene Julius, inclinándose formalmente—. La preocupación de Marco es la misma que cualquier allegado suyo. Arriesgar su vida es un acto caballeroso, pero también entiendo los sentimientos de ambos. Es algo que debe considerarse.
Sonrío un poco, aunque no sé si es por alivio o por desesperación. «No pensé que alguien como Julius me apoyaría.»
—Sí, de seguro podremos —digo, mirando hacia Emilia. —¡Encontraré una forma! Quizás sea arriesgado para los ciudadanos, pero…
—¡MARCO LUZ! —El grito de Emilia retumba en mis oídos, y por un momento, el mundo se detiene. Ella aprieta sus manos y agacha la cabeza, como si estuviera luchando contra algo dentro de sí—. ¡No te quiero oír diciendo eso de nuevo!
Todos la miran, sorprendidos por su mirada.
—Entiendo lo que me dices, pero no te quiero escuchar diciendo esas cosas egoístas de nuevo —dice, mirándome con tristeza—. Mi vida es preciosa, lo sé.
Ella señala hacia la ventana que da al pueblo
—Cada persona en Irlam reza porque los protejamos, así como en Priestella. Ellos no pueden hacer nada, pues están haciendo su deber trabajando como ciudadanos de este reino.
Pone sus manos en su pecho, mirándome decidida.
—Si yo, que tengo el poder para protegerlos, no lo hago, ¿entonces quién? —Sus palabras resuenan en los oídos de todos—. Así como tú quieres que yo vuelva sana, miles de personas en Priestella esperan que sus seres queridos lo hagan.
Ella toma mis manos, pero mi preocupación no se ha ido. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, como si estuviera a punto de estallar.
—Así como todos arriesgarán su vida, así como todos lucharán para salvar a una persona más —dice, apretando mis manos con fuerza—. Yo también lo haré, así sea para salvar a uno.
Aprieto mis dientes, tratando de contener las emociones que amenazan con desbordarse.
—Si no puedo llegar a tiempo… —murmuro, pero Emilia me interrumpe.
—Lo harás, además, no estaré sola —dice, y su voz es tan firme que casi me convence.
Reinhard se inclina, arrodillándose frente a Emilia.
—La protegeré con mi vida, esas son las órdenes de mi ama, Felt —dice, y por un momento, siento un alivio fugaz. «Si Reinhard va, es seguro que puedo estar tranquilo. Pero aun así…»
—Bien, hagamos lo que dices —dice Crusch, sonriendo mientras coloca su mano en las nuestras—. Es tu deseo, como servidores, lo respetaremos.
Abro mis ojos, tratando de encontrar algo de claridad en medio del caos.
—Sigo negándome —digo, aunque sé que no puedo detenerla—. Pero te seguiré para donde quiera que vayas.
Mi mirada se fija en la suya, y ella sonríe.
—Gracias —dice, y en ese momento, siento que el mundo se detiene.
Un simple gracias, pero de alguna forma calma mi corazón.
—Ya que está decidido, pasemos al siguiente punto. —Anastasia corta el momento, por lo que decidimos continuar.
El ambiente en la sala de juntas se tensa aún más cuando menciono a Capella. Su nombre solo parece resonar como una advertencia, un recordatorio de que, sin importar cuánto nos preparemos, siempre habrá un factor de incertidumbre. Capella no es solo una amenaza; es un desastre en potencia, una fuerza de destrucción que podría desequilibrar todo lo que hemos construido.
Mis manos, aún temblorosas por la discusión anterior, se aferran al borde de la mesa mientras hablo.
—Lo siguiente debe ser neutralizar a Capella —digo, mirando a cada uno de los presentes. Mis palabras salen con un peso que no puedo ocultar—. Ella causará aún más estragos de los que podemos pensar. Si Félix, Luan y Frey van contra ella, deberían poder hacer que escape. Pero lo importante es que no pueda hacer nada. Nada en absoluto, asi que debemos preparar más personas para luchar en caso de que escape.
«Capella es un enigma. Una amenaza que no podemos subestimar. Si logra actuar, todo estará perdido.»
—Ella es, creería, inmortal —continúo, mirando hacia el frente como si pudiera verla allí, acechando en las sombras—. No veo una forma de matarla, pero quizás haya una posibilidad de neutralizarla.
El poder de Luan tiene un efecto fuerte en el miasma. No puede neutralizar las autoridades al completo, pero seguro causará un gran daño.
«Luan es nuestra mejor apuesta. Su habilidad para manipular el miasma podría ser la clave, pero… ¿será suficiente?»
—Debemos ir paso a paso —digo, intentando mantener la calma, aunque siento cómo la ansiedad se filtra en mi voz—. El alcance de destrucción de cada individuo puede arrasar con la ciudad entera. No podemos permitirnos errores.
Si Frey se une, el plan se completará. Pero incluso con él, hay variables que no podemos controlar. Subaru, con su capacidad de ver el futuro, es una incógnita que podría cambiar todo. «¿Cómo contrarrestamos algo que ni siquiera entendemos del todo?»
—Esto es algo que solo Emilia puede hacer —digo, señalando los canales de agua que van hasta las puertas en el mapa—. El control que tiene sobre el agua es único. Si logramos canalizar su poder correctamente, podríamos contener a las mabestias, al menos temporalmente.
Emilia es nuestra última línea de defensa. Pero no puedo evitar sentir que la estoy poniendo en peligro una vez más. «¿Hasta qué punto estoy dispuesto a sacrificarla por el bien de todos?»
Cada plan es perfectamente planeado, cada punto se discute con detalle para impedir que todo pueda salir mal. Pero incluso con toda la preparación, sé que algo imprevisto sucederá.
Siempre sucede. «No podemos prever todo, pero podemos estar listos para reaccionar. Eso es lo único que nos queda.»
—Si algo imprevisto sucede, y ya espero que así sea, tendremos que usar cada recurso sobre la marcha —digo, mirando a cada uno de los presentes.
Cada uno de ellos va a brillar a su modo, aprovechando sus habilidades al máximo. No podemos permitirnos fallar.
Cada uno tiene un papel que desempeñar. Félix con su curación, Luan con su control del miasma, Frey con su fuerza bruta. Y Emilia… Emilia con su poder único.
Pero incluso con todo eso, ¿será suficiente?
La sala se llena de un silencio pesado, como si todos estuvieran procesando la magnitud de lo que estamos a punto de enfrentar. Mis manos, aún sudorosas, se aferran a la mesa con fuerza, como si pudiera extraer algo de estabilidad de ella.
—No podemos subestimar a Capella —digo finalmente, rompiendo el silencio—. Ella es más peligrosa de lo que cualquiera de nosotros puede imaginar. Pero si trabajamos juntos, si nos mantenemos unidos, podemos neutralizarla. Podemos proteger a esta ciudad y a todos los que dependen de nosotros.
«Espero estar en lo cierto. Porque si no lo estoy, el precio será demasiado alto.»
