Capítulo 29
La Esperanza en la Oscuridad.
La tarde se posa sobre la ciudad, tiñendo el cielo de intensos tonos anaranjados que envuelven cada rincón con una cálida luz. Tras un día agotador, decidimos dirigirnos a un restaurante cercano. Entre tantas preocupaciones y planes, habíamos olvidado por completo el almuerzo, y ahora, el reconfortante aroma de la comida nos abraza como un cálido refugio.
—¡Mimi quiere probar ese helado! —exclama Mimi, agitando su báculo con entusiasmo mientras señala a una niña que saborea un pequeño cono de helado.
Sus ojos brillan con la inocencia y el asombro de un niño en una feria, y no puedo evitar sonreír ante tal pureza.
—Un postre helado sería perfecto para un día de verano. Aunque estemos en invierno, se ve delicioso —comenta el grandulón, uniéndose a la emoción con una sonrisa.
Poco a poco, varios se animan a probarlo, y el ambiente se inunda de risas y amenas conversaciones. Todos disfrutamos al recibir los postres en la mesa; por un momento, el peso de nuestras responsabilidades parece desvanecerse.
Emilia, sentada a mi lado, se adelanta con una sonrisa pícara.
—¡Marco se elevó en el aire! —recuerda, haciendo alusión a aquella primera experiencia en globo—. Mi corazón dio un brinco; creí que el viento lo estaba llevándose.
Las risas estallan en torno a la mesa, y hasta los tres individuos famosos por su torpeza se suman a la conversación con sus anécdotas. Incluso Reinhard, normalmente tan serio, decide participar.
—Al inicio, la señorita Felt trató de escapar de mí —comenta Reinhard, esbozando una sonrisa cálida mientras Felt intenta, sin mucha fuerza, darle un leve golpe en el brazo.
—¡Cállate, Reinhard! —protesta Felt, aunque su sonrisa delata que no está realmente molesta.
Entre bocados y risas, la atmósfera se llena de una paz efímera. Emilia y yo intercambiamos miradas; al principio, una leve inquietud se asoma en mí, pero su sonrisa disipa mis temores y renueva mi determinación.
«Protegeré esa sonrisa, pase lo que pase», me digo en silencio.
Le guiño y, en un impulso juguetón, finjo lanzarle un beso, sorprendiendo a Emilia. Un rubor se asoma en sus orejas mientras me mira con una mezcla de sorpresa y timidez.
«Estamos en público, no hagas eso», me reprocha mentalmente, pero su sonrisa persiste.
Me quedo observándola entre el murmullo de las risas, y por un instante, el mundo a mi alrededor se desvanece. Sus ojos me cautivan, dejándome vulnerable ante su encanto. Sus labios se mueven suavemente, como llamándome en silencio, y su piel, pálida y aterciopelada, impecable, podría despertar envidia en cualquiera.
«Fuiste tú quien se confesó», pienso con una sonrisa interna. «Solo sigo los deseos de mi ama.»
Sin necesidad de palabras, su mirada y el leve movimiento de sus ojos me dicen todo.
«¡Tonto!» Me saca levemente la lengua, mirando hacia otro lado.
«Que linda.» murmuro en mi mente mientras ella aparta un mechón de cabello, esbozando una dulzura irresistible.
Jamás imaginé volver a sentir algo así. Honestamente, nunca había considerado a Emilia de esta forma; mis acciones habían transformado no solo mi entorno, sino también mi interior.
—¡Dejen ya de coquetear! ¡Me están dando náuseas! —interrumpe Felt, señalándonos a ambos con una sonrisa burlona—. Estamos en compañía; si van a contar algo, ¡compártanlo con todos!
Las mejillas de Felt se ruborizan, y sospecho que ha bebido de más. Pensé que Reinhard la detendría, pero parece haberle concedido permiso. Emilia se sonroja como un tomate y baja la mirada, mientras yo sigo disfrutando del momento con una sonrisa.
—¿Envidia? —le pregunto a Felt con tono arrogante, incitándola aún más.
—¿Envidia? ¿De qué hablas? —responde ella, haciendo que su rubor se intensifique.
Aunque intenta mantener su porte desafiante, pronto lanza un golpe hacia mi rostro. Reinhard, siempre vigilante, interviene con preocupación.
—¡Señorita Felt! —exclama, sujetándola suavemente.
—¡Déjame mostrarte los placeres de un buen puñetazo! —protesta, aunque tras un breve forcejeo se rinde y se sienta con los brazos cruzados, mirándonos con una mezcla de diversión y molestia.
Para mi sorpresa, en un rincón Crusch y Julius mantienen una conversación animada. Sabía que se conocían, pero no esperaba que Crusch se animara a entablar charla con él.
—Es una reacción curiosa —comenta Anastasia, esbozando una sonrisa irónica mientras nos observa—. ¿Será que ustedes…?
Todos, salvo Crusch y Julius, nos miran como si fuéramos el último chisme del momento. Emilia, con una sonrisa cálida, decide tomar la palabra.
—No es lo que piensas, no aún. Fue hace poco, apenas una semana —comienza, apoyando sus manos sobre el pecho.
Emilia comienza a narrar la historia, omitiendo detalles privados como mi situación o cosas que debemos mantener confidencial. Solo menciona los detalles de como fueron las pruebas, omitiendo la tercera, que es de un futuro posible.
—Para mí, la prueba fue dolorosa. Nunca había vivido el sufrimiento de caminar en los zapatos ajenos —confiesa con una sinceridad que capta la atención de todos—. A diferencia de estar pensando en su dolor, vivirlo fue algo que, como decirlo…
Emilia piensa por un segundo, para luego mirar a todos seriamente.
—Fue como si nuestras almas fuesen una sola, pero sus emociones intrusos en la mía. —Ella entrecruza sus manos, mirando a los demás con una sonrisa cálida—. No fue hasta que lo acepté, hasta que acepté en mi corazón su alma como parte de la mía.
La observo absorto en su relato, y la forma en que dirige su mirada a los demás me llena de admiración.
—¿Es posible ver el pasado de tal forma? —pregunta Anastasia, genuinamente asombrada, aunque sin insistir, lo que me deja pensativo.
—¡También fue sorprendente para mí! —continúa Emilia, apretando sus manos con fuerza—. Sentir su dolor y sus emociones me hizo comprender cuánto significaba para mí. Me enamoré, pero no por su sufrimiento, si no por lo que había después de ese sufrimiento.
Me mira, y aunque su sonrisa es débil, irradia una calidez capaz de derretir mi alma.
—Se introdujo en mi vida, me ayudó enormemente, y fue entonces cuando pude comprender su sufrimiento, cuando pude vislumbrar su alma —declara, mientras una leve lágrima recorre su mejilla—. Al principio, incluso me rendí, pero gracias a quienes me rodean encontré el valor. Aún me pregunto si pude haberlo hecho mejor o si cometí errores.
Jamás imaginé que Emilia seguiría reflexionando sobre ello, que aún analizara cada detalle. Observo mis manos, perdido en mis propios pensamientos.
—Yo fui quien se confesó... —continúa, bajando la cabeza para disimular su vergüenza—. No sabía lo que era el amor, pero... solo tras experimentar todo aquello...
Las sonrisas se ensanchan en los rostros de los presentes, y la emoción se esparce como un fuego suave.
—Lo besé —declara Emilia, iluminando la habitación con su sincera sonrisa.
La revelación enciende aún más el ambiente.
—¡Por supuesto! —afirman al unísono Felt y Anastasia—. Desde nuestra última conversación ya intuíamos algo así.
—¿En serio? —pregunta Emilia, sorprendida.
—Sí, era evidente, pero optamos por el silencio por respeto —añade Anastasia, mientras se lleva una copa de vino a los labios—. De alguna manera, resulta gratificante.
—¡Sí! Ambos forman una excelente pareja —comenta Felt, señalándome con una sonrisa—. Además, tienes a un hermano mayor bajo control, ¡así se debe ser!
—¿Controlado? —replico, algo irritado—. Eso es falso; yo nunca…
Incluso algunos clientes, que parecieron haber escuchado la conversación, asienten con la cabeza.
—Todos sabemos que nuestro alcalde es un mandilón —afirma una mesera, sonriéndome con complicidad—. Siempre que la señorita Emilia te dice que hagas algo vas y lo haces, cuando se emociona con comida le traes más.
—Es porque soy un buen servidor. —Sonrío, pero todos me miran desaprobando.
—Si, pero solo con la señorita Emilia haces una sonrisa diferente. —Ella me señala, y mis ojos se abren de par en par.
«¿Sonrisa?»
Las miradas cómplices se reparten por el establecimiento, y siento un leve atisbo de vergüenza. Ante el asentimiento de todos, no me queda de otra que callarme.
—Era evidente, pero me alegra que lo hayas dicho —comenta la mesera, levantando un pulgar hacia Emilia, quien responde con una tímida sonrisa—. Ya se especulaba sobre cuánto tardarían; incluso hay apuestas al respecto.
—¡Yo creería que esperarían al cambio de año!
—¡AHGG! ¡Mis monedas de plata!
«¿Cómo es que yo no lo sabía?», pienso.
Evidentemente, Emilia tiene más historia de la que imaginaba.
«Mierda», murmuro, sintiendo que la situación se me escapa. «No tiene sentido.»
—Marco Luz —interrumpe Julius con una voz que insinúa más de lo que dice, mientras en mi interior ansío callarle con un puño—. Es deber de un caballero pensar y actuar siempre en pos de su ama; no te inquietes.
Reinhard sonríe ante las palabras de Julius, y por primera vez siento una conexión insincera en su tono.
—Es nuestro deber como protectores —añade, con una leve mueca.
«El maldito también se burla», pienso, observándolo fijamente. «¿Puedes leer mis pensamientos? ¡Algún día te haré pagar esto!»
—Sí, no tienes de qué preocuparte —interviene el enano, cuyo rostro pierde su rubor tras mirarlo intensamente.
—Parece que fui demasiado suave —comento, dirigiéndome a los tres con una expresión que no deja lugar a dudas.
—¡Marco! —me llama Emilia, pero intento ignorarla por un instante, inmerso en la efervescencia de este instante que parece suspendido en el tiempo.
«Pensar que algún día sería llamado mandilón… maldita sea.»
—Buenas noches —dice Otto, entrando al restaurante junto a Rem, ambos agarrados de la mano. Otto me mira con una sonrisa, como si hubiera escuchado todo.
—Veo que la están pasando bien, la apuesta… parece que soy el ganador —dice Otto, mirándome mientras se burla—. Yo también tengo unas historias interesantes de esos dos.
El ambiente se enciende nuevamente.
—¡Yo quiero escuchar! —exclama Felt emocionada, mientras que Anastasia se mantiene con una mirada impaciente.
—¡Mimi también quiere!
—Es interesante ver este lado del llamado "héroe de Lugunica."
Varias personas ajenas se reúnen. Emilia y yo solo nos sonreímos resignados.
La noche fluye rápido, como un río que arrastra consigo las horas sin piedad. Sabemos que tendremos que luchar, que se avecinan cosas dolorosas, pero este momento de descanso es necesario.
Necesitamos recargar nuestras energías, encontrar la voluntad de seguir adelante.
Y la noche se apaga, yendo todos a dormir.
En la penumbra de la mansión, cerca de una ventana que deja filtrar la pálida luz de la luna, encuentro a Anastasia. Su cabello morado resplandece débilmente, y su mirada se pierde en el cielo, como si buscara respuestas entre las estrellas. Aunque su sonrisa serena irradia control, algo en su semblante delata una angustia silenciosa.
—¿Me llamabas? —pregunto, girando la cabeza hacia mí. Sus ojos, habitualmente tan calculadores, ahora encierran una profundidad que oculta un secreto demasiado pesado para cargar.
«Esa mirada, se parece a la que hago en ocasiones.»
—Sí, quería hablar contigo en privado —responde, haciendo un gesto para que le acompañe.
Con paso lento, nos dirigimos a mi oficina; el vino de la cena aún deja su huella, y el ambiente se tiñe de una melancolía casi palpable. Al entrar, Anastasia se deja caer sobre el sofá, exhalando un suspiro que parece liberar parte de la tensión acumulada.
—Quería aprovechar este instante —comienza, mirándome con una calma que me cuesta creer—. Por primera vez en mucho tiempo me siento tranquila, lo suficiente como para hablar sin pensamientos extras. Sé que comprendes la situación, no solo en lo referente a Priestella, sino también en cuanto al futuro.
Observo cada uno de sus gestos; sé que Anastasia rara vez revela sus pensamientos, por lo que este momento adquiere un significado especial. Algo crucial está a punto de salir a la luz.
—Los diarios de Hoshin del Desierto —dice finalmente, y su voz se quiebra en un tono dolorido, casi vulnerable—. Actualmente solo poseo el volumen dos, de tres.
—¿Diarios de Hoshin? —pregunto, intentando recordar. Conozco a Hoshin, por supuesto, pero esos diarios jamás fueron mencionados en la novela. «¿Qué secretos podrían encerrar?»
—Lo adquirí en una subasta. Siempre he sido una admiradora suya —prosigue, entrelazando sus manos con una tensión que revela su nerviosismo—. Al principio, creí que él sufría alguna enfermedad, o que el libro era una falsificación. Pero su contenido… describe parte de un pasado que pudo existir, y que ahora se ha perdido, asi como algo más.
Mientras la contemplo, pienso: «El error, la incongruencia del mundo». «¿Hoshin logró evadir ese cambio en la realidad?» La pregunta flota en mi mente mientras contemplo su expresión.
—La tumba de la bruja de la codicia, el hecho de que existan varias brujas además de la bruja de la envidia; quienes también causaron caos en el mundo, la existencia de posibles reinos anteriores y más poderosos que los actuales, una traición no descrita —afirma, apretando aún más sus manos, como si intentara contener un tormento interno—. Priestella, creada para asesinar entes poderosos mediante su agua… Todo está conectado, todo… todo parece sacado de un libro, conectado perfectamente entre sí, como si alguien hubiese atado las cuerdas del mundo para que tuviese sentido.
Sus ojos se entrecierran por un instante, y un profundo suspiro se escapa, como si el peso de sus revelaciones fuera demasiado para sobrellevarlo sola.
—Lo que yace del otro lado del mundo —murmura, y sus palabras me dejan sin aliento—. Esa es información que me falta por descifrar.
Mis ojos se abren, intentando captar cada matiz de lo que acaba de confesar.
—¿Del otro lado del mundo? —pregunto, sin comprender del todo.
—No sé qué podrán contener los otros dos diarios —prosigue, mientras sus manos tiemblan levemente, luchando por mantener la compostura—. Pero en este volumen se detalla la existencia de algo más allá de la gran cascada. Quizás no fue la bruja de la envidia la que sumió al mundo en la oscuridad, sino aquello que permanece oculto. Intenté corroborar las historias, buscar en recuerdos de espíritus y personas, pero nadie parece recordarlo. No hay libros, notas, obras de artes, canciones; nadie ni nada contiene recuerdos de lo sucedido.
Aprieto los labios, recordando a Natsuki Subaru, esa figura que siempre parece mover los hilos en las sombras. «¿Será que él también está involucrado?» pienso, incrédulo.
—Quizás nunca sucedió —digo, sin poder evitar mi escepticismo—. Perdóname, pero no puedo evitar dudar…
«No puedo dejarme llevar solo por lo que me ha dicho Hermod.»
Anastasia niega con la cabeza, interrumpiéndome mientras sus manos se acarician la una a la otra.
—El diario contenía una magia latente; solo tras leerlo en su totalidad se activó —explica, señalando hacia la ventana—. Me mostró fragmentos del pasado y destellos de un futuro inminente, como imágenes dispersas que, aunque caóticas, comienzan a encajar.
—¿Desde cuándo lo viste? —pregunto, sintiendo cómo la atmósfera se vuelve aún más densa.
—Hace unos meses; la magia solo se activó cuando yo lo leí, y no se activó más, como si alguien lo hubiese dejado para mi —responde, frotándose la frente como si intentara aliviar un dolor invisible—. Sabes que básicamente no tengo puerta, el maná es un veneno para mí, pero eso parece haber influenciado en el libro. No sé si fue solo una coincidencia, o si había algo más.
«Natsuki Subaru.»
Ella me mira con cierta vulnerabilidad, pero mantiene su expresion seria. Anastasia siempre ha mantenido la compostura, pero esto es algo que le supera, lo que me hace admirarla en gran medida.
—Honestamente no confiaba en ti como para decirlo, pero has demostrado estar en contra de todo. —Ella giña, mirándome con una sonrisa—. Además, tengo un buen ojo para la gente.
—Es comprensible —admito, aunque mi incredulidad persiste—. Sigo sin asimilarlo del todo, pero no es cualquier cosa.
No creo que Anastasia me mienta, pero la duda se cierne en mi mente, alimentada por la posibilidad de que Subaru orqueste una distracción. Sin embargo, la vulnerabilidad en sus ojos me convence de la veracidad de sus palabras; está tan perdida como yo.
—Supongo que es lo justo —afirma, esbozando una sonrisa amarga—. No esperaba que lo creyeras del todo. Si lo hicieras, mi confianza en ti se vería comprometida.
—Si tenía una idea de lo que dices, pero no pensaba que sería de esta forma.
Comprendo su lógica: ambos somos calculadores, empeñados en mantener el control en un mundo que se desmorona. Pero en ese instante, la veo también asustada, temerosa de lo que el futuro pueda deparar.
—Marco Luz. Según Hoshin, el mundo entrará en guerra en unos diez años, más o menos —declara, y su sonrisa se desvanece—. No sé qué será de mí o del resto, pero en él te he visto enfrentar a esas... criaturas; monstruos indescriptibles. Asi como también vi un mar de cadáveres… ciudades destruidas y mucha… sangre.
Su voz tiembla, mientras que su mirada se comienza a quebrar.
—Soy codiciosa, sí —continúa, mirándome fijamente—. Pero no tiene sentido acumular riquezas si el futuro se destruye a nuestro alrededor.
La determinación se asienta en sus ojos, y su instinto comercial la guía hacia una única solución.
—Seamos aliados, más allá de ser meros gobernante.
—¿Abandonarás el trono? —pregunto, sorprendido por su propuesta.
Sus ojos se abren en sorpresa, probablemente ha recordado nuestra conversación en la capital, después del juicio.
—¿Ya sabías que te lo propondría? —pregunta, colocando sus manos en sus piernas.
—No lo sabía, pero si lo necesitaba. —Sonrío, mirándola fijamente con una expresion seria—. Repito mi pregunta: ¿Abandonarías el trono?
Anastasia aprieta sus labios, visiblemente nerviosa.
—Esa no es la Anastasia que creo conocer —digo, observando cómo sus ojos se ensanchan ante mis palabras, mientras sus manos aún tiemblan en busca de firmeza.
—Yo… nunca he dejado soñarlo, es como una maldición impuesta en ese libro —confiesa, y por un instante una lágrima brilla en su ojo—. Desde entonces no he dejado de ver cómo se derrumbaban las cosas que construí, cómo morían todos a mi lado. Hubo momentos en que maldije haber conocido ese libro, pero también agradezco la oportunidad de cambiar el curso de todo. Por eso, necesito aliarme con alguien que parece estar más involucrado que yo.
Me acerco y, en un gesto de apoyo, le pongo una mano en el hombro.
—Eres solo una humana, sin poderes sobrenaturales, tan vulnerable como cualquiera —digo, no para insultarte, sino para recordarte que no estás sola—. Entiendo tus miedos y sé lo difícil que ha sido, pero posees un poder en tu mente que pocos tienen.
Bajo mi contacto, Anastasia se relaja ligeramente, revelándome, por un breve instante, a la mujer que se esconde tras su fachada de fría determinación.
—Soy codiciosa, Marco Luz —afirma con una sonrisa débil—. Pero una verdadera comerciante sabe cuándo actuar. No importa quién gobierne; juntos, nuestra alianza tendrá un valor incalculable.
Sonrío. Esa era mi intención: El monopolio no se conquista destruyendo a la competencia, sino integrándola.
—Un imperio comercial, forjado por nosotros dos —declaro, extendiendo mi mano. Anastasia la toma con cautela, y en ese instante siento que hemos sellado algo mucho más profundo que un simple acuerdo.
—Es un honor forjar esta alianza, señorita Anastasia.
—Solo Anastasia, por favor, Marco —responde, sonriendo con una sinceridad rara vez mostrada—. Espero que el futuro nos sorprenda de forma positiva.
La miro fijamente, viendo que sus expresion parece haberse aligerado un poco. Ella y yo siempre hemos sido de la misma calaña, lo que hace que sea fácil para nosotros hablar. Pensaba que era diferente a ella, pero solo son las condiciones.
—Este será, por lo pronto, nuestro secreto. —Sonrío, y ella me mira con cierto nerviosismo.
—¿Le vas a ser infiel a la señorita Emilia? —Su mirada se enconde como si estuviese sonrojada.
—Por ti lo valdría. —Tomo su mano, y sus ojos se abren, pero rápidamente vuelve a sonreír.
—Decirle eso a una dama nunca funcionaría. —Sonríe, mirándome arrogantemente—. Necesitas esforzarte más.
—Por eso nunca sería infiel. —guiño, mirando hacía la ventana—. Una cosa más, para que trates de entender mi propósito.
Pongo mi mano en la ventana antes de girar para verle.
—Cambiar el futuro siempre ha sido mi objetivo —aseguro, mirándola con determinación—. Lucho por un mañana lleno de esperanza. Mi mayor ambición es un futuro alegre.
—Es una gran ambición —dice, y por primera vez siento que realmente compartimos la misma visión.
Ambos esbozamos una leve sonrisa, dejando la conversación en ese punto, con la promesa tácita de actuar juntos para sobrevivir a lo que venga. Poco a poco, mis planes comienzan a tomar forma, pero las palabras de Anastasia retumban en mi interior: un pasado borrado, un futuro incierto… «¿Qué nos deparará el futuro?»
Miro nuevamente por la ventana, hacia la luna que vigila en lo alto, y me pregunto si, algún día, lograremos alterar el rumbo de este mundo.
Por ahora, solo nos queda seguir adelante.
La mañana pasó como un suspiro, rápida y llena de movimiento. Algunos decidieron quedarse para organizar detalles, mientras que a otros les mostré las instalaciones de las fábricas. Las miradas de asombro no se hicieron esperar; no estaban preparados para la magnitud de lo que vieron. Anastasia, en particular, parecía intrigada, aunque una sombra de temor asomaba en sus ojos.
Competidores, sí, pero también aliados por un futuro mejor.
Después de un baño reparador, me vestí con cuidado, eligiendo cada prenda con la intención de impresionar a alguien muy especial. Hoy no soy el gobernante, ni el estratega, ni el hombre marcado por el peso de las decisiones. Hoy soy simplemente Marco, un hombre que se prepara para encontrarse con la persona que ilumina su vida.
Mientras me ajusto la chaqueta frente al espejo, noto los cambios en mi cuerpo: más robusto, más firme. El maná en mi interior se ha estabilizado, y el miasma ya no es una amenaza constante.
Aunque carezco del retorno por muerte, me siento en mi mejor forma.
«Solo falta mi hija», pienso, pero un golpe en mis mejillas me devuelve al presente.
—¡Ahg! —Me concentro en lo que está por venir. Hoy es un día especial, un día en el que he decidido no pensar en las batallas que nos esperan. Hoy es mi día de descanso, aunque solo sea por unas horas.
Después, Priestella y Pardochia nos esperan.
—Vamos —murmuro, apretando mis manos antes de salir hacia la plaza principal.
El aire está frío, cargado de un viento que acaricia la ciudad con suavidad. Son cerca de las cuatro o cinco de la tarde, y el cielo nublado añade un tono melancólico al ambiente. La ciudad sigue su curso: algunos visten de luto, otros de manera casual. Hoy he decidido romper con las formalidades.
No llevo el traje militar ni el negro riguroso. En su lugar, una chaqueta de cuero café y un pantalón negro me acompañan. Hoy no soy un gobernante; hoy soy simplemente yo.
—¡Marco!
Su voz es como una melodía que disipa cualquier sombra en mi mente. Me giro y allí está ella. Su cabello plateado, brillante como el acero recién forjado, cae en suaves trenzas que enmarcan su rostro. Lleva un suéter color crema y una falda rosa pálido que se balancea con cada paso, como si bailara al ritmo de una canción invisible.
En su hombro cuelga un bolso de tonos terrosos, y asomando de él, la orejita de un pequeño peluche de Puck. Sus orejas ligeramente puntiagudas delatan su linaje, pero es su sonrisa lo que realmente me atrapa. Es una sonrisa que ilumina todo a su alrededor, que mezcla inocencia y alegría en cada destello de sus ojos.
Alrededor de ella flotan plumas casi transparentes, danzando al compás de una brisa que solo ella parece conjurar. Es como si su presencia fuera un faro en medio de la tormenta, disipando cualquier sombra que pudiera amenazar nuestro camino.
—Te ves hermosa —digo, tomando su mano entre las mías. Mis palabras son simples, pero sinceras. Mis dedos se entrelazan con los suyos, sintiendo la suavidad de su piel.
—¡Gracias! ¡Tú también te ves bien! —Sus orejas se enrojecen, pero su sonrisa se ensancha, llena de emoción. Sus ojos brillan como si contuvieran estrellas, y no puedo evitar sonreír de vuelta.
No había planeado esto, pero, algo en su mirada me hizo cambiar de opinión. Sabemos que pronto arriesgaremos nuestras vidas de una manera completamente diferente, pero hoy, solo hoy, quería que fuera nuestro día.
—No pensé que querrías salir antes de irnos —dice ella, mirándome con sorpresa.
—Quería tener una cita contigo —respondo, acariciando su cabeza con suavidad. Mis dedos se deslizan entre sus trenzas plateadas, sintiendo la textura suave de su cabello. Ella cierra los ojos por un instante, disfrutando del gesto, antes de tomar mi mano y llevarla a su mejilla.
—Yo también quería una cita contigo —susurra, y en ese momento, el mundo parece detenerse.
Caminamos juntos, nuestras manos entrelazadas, hacia el parque. Irlam no es una ciudad de grandes entretenimientos; fue construida para la industria, no para el ocio. Aun así, sé que Emilia disfruta de las pequeñas cosas: el sonido de las risas, el movimiento de los niños jugando, la simple belleza de un atardecer.
Nos sentamos en una banca, observando a los niños correr y saltar. Es fin de semana, y el parque está lleno de vida. Algunas miradas se posan en nosotros, pero no me importa. Lo único que importa es ella, aquí, a mi lado.
—Mira, aquí lo traje —digo, entregándole un cono de helado de chocolate. Yo sostengo uno de fresa.
—Gracias —responde, tomándolo con una sonrisa que ilumina su rostro. Sus dedos rozan los míos por un instante, y siento un escalofrío de emoción.
Comenzamos a comer, nuestras manos libres se entrelazan de nuevo. El helado es frío, pero su presencia lo hace sentir cálido.
—El parque está bastante lleno —comento, observando a los niños jugar.
—Me gusta ver a todos reír y jugar —dice ella, dando un mordisco audaz a su helado—. Me llena de energía para seguir adelante, jeje.
La admiro mientras saborea el helado con una alegría contagiosa. Es increíble cómo alguien tan poderosa puede encontrar felicidad en las cosas más simples.
—Cuando era niño, me gustaba trepar a los árboles —digo, recordando viejos tiempos—. Mis amigos y yo lo hacíamos como si fueran torres de vigía.
—¡Eras muy travieso! —exclama, riendo—. En tu mundo, el maná no existía, y las heridas no se curaban fácilmente. Tus padres debían estar preocupados.
—¡Ja! —Inflo el pecho con orgullo—. Uno de niño es inmortal. Si me caía, solo me levantaba y seguía como si nada hubiera pasado.
Ella ríe, y el sonido es tan puro que me hace sonreír sin darme cuenta.
—Yo, cuando era niña, me escapaba y me escondía —dice, mirando a los niños jugar—. Siempre deseé tener amigos, siempre quise jugar con personas de mi edad cuanto era pequeña. Siento que mi infancia fue robada solo por ser yo.
Cierra los ojos, y yo tomo su mejilla con mi mano. Acerco su frente a la mía, y nos quedamos así, en silencio. No hay palabras que puedan cambiar su pasado, pero en este momento, solo quiero que sepa que no está sola.
—Por eso yo... —susurra, tomando mis manos—. Quiero que todos los niños tengan un futuro, que no tengan que vivir como yo lo hice.
—Y lo estamos logrando —respondo, sintiendo cómo una lágrima cae de su rostro a sus piernas.
—Sí, lo estamos logrando —dice, abrazándome con fuerza—. Gracias, Marco. Gracias por venir a mi vida.
La sostengo con firmeza, mientras el atardecer pinta el cielo de tonos dorados y rosados.
—Vamos a cenar algo —propongo—. Luego, quiero llevarte a ese lugar.
Después de la cena, subimos hasta un risco, un lugar que antes simbolizaba la muerte, pero que ahora está lleno de vida. Las vallas de protección no pueden ocultar la belleza del paisaje: las flores, las luces, el aroma de la noche. Alquilé una banca privada, un pequeño lujo que valió cada moneda.
La noche nos envuelve, y el aire frío parece detenerse alrededor de nosotros, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Emilia está frente a mí, sus ojos amatista brillando con una intensidad que me atraviesa, y en este momento, todo lo que soy, todo lo que he sido, se reduce a una sola cosa: ella.
—Pensar que este lugar antes era un bosque —dice Emilia, admirando el paisaje.
Pero yo no puedo apartar la vista de ella. Su cabello plateado brilla bajo la luz de la luna, como si fuera parte del cielo.
—Aún tengo miedo —admito, mirando hacia la inmensidad de las tierras que nos esperan—. Esto será peligroso. Los poderes de estas personas son lo peor de lo peor.
Ella toma mi mano, mirándome fijamente.
—Debemos salvar a las personas que nos necesitan —dice, poniendo su mano en mi mejilla—. Marco Luz no deja a las personas que lo necesitan. Yo te protegeré, así como tú me protegerás.
Sus mejillas se sonrojan, y sus manos se sienten cálidas a pesar del frío viento. En este momento, bajo la luz de la luna, no hay enemigos, no hay miedo. Solo estamos nosotros, juntos.
—Si estamos juntos, podremos enfrentarnos a quien se nos ponga al frente —dice, acercándose un poco más. Su voz es suave, pero firme, como si cada palabra fuera una promesa tallada en piedra—. Esta vez estamos todos en esto, todos deseamos ayudar a quien lo necesita. Yo también siento mu~ucho temor, pero más temor sentirá el pobre ciudadano que sabe que no tiene la capacidad de proteger a sus seres queridos, más temor sentirá el niño que no sabe qué hacer, la madre que daría la vida por su familia, el padre que se pone frente a lo inevitable.
Sus palabras resuenan en mí, pero no son suficientes para calmar el fuego que arde en mi pecho. Su mirada se torna seria, y mis ojos no pueden apartarse de los suyos. Hay algo en ella, algo que me atrae, que me consume, que me hace querer más, siempre más.
—No puedo quedarme de lado, pues mi deber es proteger y curar el miedo de esas personas; darles un futuro —continúa, y su sonrisa se levanta, suave pero decidida—. Yo siempre he sido así, y esa es la Emilia que siempre seré.
No puedo creerlo.
No puedo creer lo que estoy viviendo en este momento. Aquí, entre sus manos, mirándola decidida, la persona que una vez pensé que era infantil, a quien tuve que observar tantas veces para entenderla, está frente a mí con una intensidad que borra cualquier rastro de miedo en mi rostro.
«No lo puedo creer.»
Mis manos encuentran sus hombros, como si necesitara asegurarme de que es real, de que este momento no es un sueño.
—Yo, cuando vine a este mundo, mantuve la idea de cambiarlo para sobrevivir; pagar un poco de lo que hice —confieso, mientras miro hacia el cielo por un instante. Las nubes se apartan, y la luna brilla en todo su esplendor, iluminando su rostro como si fuera una obra de arte—. He pasado por muchas cosas, pensé que merecía sufrir, que simplemente debía traer alegría y dejar mis sentimientos a un lado.
Mis ojos regresan a los suyos, a esos ojos que me miran con una profundidad que parece entenderlo todo.
—Yo quería que fueses una gobernante, que todos brillasen a su forma —digo, sonriendo cálidamente mientras mi mano toca el collar que llevo en mi pecho—. Beatrice me hizo sentir el amor de un padre, me hizo sentir que el mundo podía cambiar. Por ella quería cambiar el mundo, para mostrarle la belleza de la existencia.
La acerco lentamente, sintiendo cómo su respiración se mezcla con la mía.
—Me acerqué a mi gente, viendo las sonrisas de todos me hizo querer construirme, hacerme fuerte para mantenerlas —continúo, mientras mis dedos acarician su mejilla—. Por mis amigos, quiero ser alguien que los apoye, que se mantenga a su lado y los mire brillar.
Siempre me han gustado las historias donde cada uno pone su parte, donde todos tienen sus momentos de brillar. Yo sé muy bien que no soy una persona completa, sé que tengo muchas cosas que enfrentar, así como que corregir.
Pero hay algo que sé muy bien.
—Por ti —digo, mirándola con una determinación que nace de lo más profundo de mi ser—. Por ti, quiero todo.
Yo no soy una persona romántica, por eso me acerco mucho a la forma de ser de Anastasia.
Yo soy codicioso, en extremo.
Codicio ver la felicidad de las personas, quiero ver rostros reír.
Codicio sentir la alegría de mis amigos.
Codicio todo de la persona que quiero.
Ella me mira, sorprendida, pero no aparta su mirada.
—Quiero ver tu sonrisa cada mañana, quiero escuchar tu risa en los días más oscuros, quiero sentir tu mano en la mía cuando todo parezca perdido —continúo, mientras mis manos se deslizan en su rostro para acercarla hacía mi—. Quiero tus alegrías, tus tristezas, tus miedos y tus sueños. Quiero cada parte de ti, cada momento, cada respiración.
Mis palabras flotan en el aire, cargadas de un significado que va más allá de lo que puedo expresar.
—Emilia, me gustas —confieso, y en ese momento, nuestros labios se encuentran.
Es un beso lento, lleno de significado, como si cada segundo fuera una promesa. Nuestros brazos se entrelazan, abrazándonos con una fuerza que parece decir todo lo que las palabras no pueden. Las lágrimas de Emilia caen, pero no son de tristeza; son de algo más profundo, algo que nos une en este instante.
Nunca pensé que podría sentirme así nuevamente. Nunca pensé que podría sentirme tan codicioso, tan envidioso, tan deseoso. Pensaba que podía mantener la calma, que podía controlar las emociones en mi interior, que tenía ese instinto animal bajo control.
«Al final, es verdad que solo soy un ser humano.»
«Qué alivio…»
Nuestros alientos se mezclan, y la calidez de ambos me hace sentir lleno, como si sus labios fueran el hogar al que siempre he querido regresar.
—Tú también me gustas —dice ella, con una sonrisa avergonzada que llena mi ser, haciéndome sentir como si fuera la primera vez que alguien se me confiesa.
Me hace sentir como un pequeño que encuentra su primer amor.
—Emilia, he cambiado el destino de este mundo para poder seguir adelante, y seguiré haciéndolo —digo, sosteniendo sus manos mientras nuestras frentes se mantienen juntas—. Seguiré cambiando este mundo, pase lo que pase, lo haré si así puedo seguir a tu lado.
—Jeje, es por eso por lo que me gustas tanto —responde ella, y su risa es como una melodía que llena el aire.
Entre sus brazos, con ella entre los míos, miro hacia la luna. Me siento lleno, como si pudiera mover el mundo con solo desearlo. No quiero seguir igual, no quiero que el mundo siga llevándose lo que quiero.
Lucharé, lucharé por protegerlo.
En este momento, bajo la luz de la luna, con ella en mis brazos, sé que no hay nada que no podamos lograr juntos.
«Me llamo Marco Luz.»
«Y mostraré de lo que estoy hecho.»
