No más…


El suave tacto de su mano se desvanece en una sensación nula, mientras la firmeza con la que la sostiene se desvanece en un eco vacío. Abro mis ojos, solo para encontrarme mirando su pie, un detalle mundano que contrasta con el caos interno que siento. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está el dolor?

Escudriño a mi alrededor, pero lo que veo son fragmentos de mi cuerpo esparcidos por el suelo. Mantengo uno de mis ojos cerrados, mientras con el otro la observo a los ojos. —¿¡Y el dolor!? —Intento tensar algo de mi cuerpo, pero no hay sensación alguna—. ¡¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO DOLOR?!

Debo pagar. Mis pecados, todo lo que hice. —¡HAZME SUFRIR!

Ella me contempla con una expresión de sorpresa, sus ojos abiertos y sus manos ligeramente temblorosas. Casi parece no comprender lo que está sucediendo al verme. Una sonrisa es lo último que muestra.

Mi consciencia se desvanece mientras ella da un paso atrás. —¡MÁTAME! ¡Quiero sufrir! —exclamo, incapaz de contenerme. Ella, esa maldita, sin decir una sola palabra, se atreve a desaparecer. No puedo mover un solo músculo; sin embargo, mi ojo funciona de alguna manera. «No sé de dónde surge mi voz.» Ahora solo me queda esperar, sí, a esa persona. Quiero sufrir, quiero morir. Estoy harto, estoy cansado. Yo fui quien hizo eso, quien cometió esos pecados. Debo sufrir.

¿Su autoridad falló? Esto no tiene sentido. Es imposible para mí ser una buena persona. Sí, el hecho de que utilicen sus autoridades es solo una ilusión en este espacio. Las autoridades son inherentes a los genes y, por ende, no deberían poder usarlas. Que no funcione debe ser culpa de ella. Es Echidna quien está planeando esto. Ella no quiere que tenga paz mental.

—¡No dejaré que nadie permanezca herido! —exclama alguien desde el cielo.

El grito resuena en mis oídos como un eco de mi propia desesperación. Me encuentro sumergido en un abismo de confusión y desesperanza. La rabia bulle en lo más profundo de mi ser, una furia sin dirección ni propósito, solo un deseo ardiente de redención a través del sufrimiento.

Mis manos, o lo que queda de ellas, tiemblan con una intensidad que iguala a la tormenta que ruge en mi interior.

—¡No quiero escapar de esto! —gruño entre dientes, mi voz llena de amargura y determinación. Pero en el fondo de mi alma, sé que es más que ella. Es mi propio destino el que me atormenta, el peso de mis acciones pasadas que ahora se manifiestan en esta agonía sin fin.

Con cada respiración, siento que mi odo se desvanece, como si la esencia misma de mi ser se desvaneciera en la oscuridad. Pero, aun así, me aferro a un hilo de esperanza, un destello de luz en la oscuridad, aunque sea solo para alimentar mi sed de venganza.

Por la posición en la que me encuentro no puedo verla, negándome incluso el más mínimo destello del sol. Si abro mi otro ojo, quedo completamente cegado, asi que no hay nada que pueda hacer.

El suelo bajo mi cuerpo se convierte en mi única conexión con la realidad, una realidad que rechazo con todas mis fuerzas. No quiero que me curen. Anhelo el dolor, lo necesito desesperadamente.

Recuerdo la sensación del dolor mientras moría, un sufrimiento que, en el fondo, sabía que disfrutaba. Era la única manera de redimir mis pecados, de saldar cuentas con el universo por todo lo que había hecho.

Pero ahora, aunque recibo golpes, no logran penetrar esa barrera invisible que he erigido en mi interior. Mi cuerpo se mueve con rapidez, como si estuviera dirigido por una fuerza más allá de mi voluntad, y decido cerrar los ojos para escapar de esta realidad distorsionada.

Cuando vuelvo en mí, me encuentro recibiendo golpes en el pecho, pero la sensación es tan distante, tan irrelevante en comparación con el tormento que me consume por dentro. Minerva está frente a mí, su rostro contorsionado por la furia y la confusión. Sus cejas fruncidas y sus labios apretados reflejan el desconcierto que siento en mi interior.

Me toma de la chaqueta y su voz resuena en mis oídos, llena de incredulidad y preocupación.

—¿Quieres sufrir? ¿Quieres sentir dolor? —me zarandea con fuerza, como si buscara sacudirme de mi letargo autoimpuesto—. ¿Acaso estás enfermo?

Sus palabras penetran en mi mente como dardos afilados, recordándome la verdad que intento evitar. Mi alma está enferma, corroída por la culpa y el remordimiento. Pero ¿qué otra opción me queda?

Ya pagué mis crímenes con la muerte una vez, pero ese castigo no fue suficiente para purgar mi alma de sus pecados.

Siento cómo algo asciende desde lo más profundo de mi ser hasta mi garganta, un amargo regusto de desesperación y autodesprecio. Escupo al suelo, observando cómo una masa púrpura se funde con la tierra, una manifestación física de la oscuridad que habita en mi interior. «¿Es miasma acaso?»

—Tú ya moriste una vez, pagaste tus crímenes con la muerte. Yo ni siquiera tengo ese derecho, no... lo tengo. «Solo necesito morir dos veces más y todo habrá acabado.» —Mis palabras suenan huecas, vacías de esperanza o redención. Me doy cuenta de mi cobardía, de mi incapacidad para enfrentar la verdad que se cierne sobre mí como una sombra amenazante.

—¿Y? —Minerva me suelta, empujándome con fuerza y haciéndome caer al suelo—. ¡No puedes lastimarte solo porque quieras!

Agarro el césped con fuerza, sintiendo su frescura bajo mis dedos mientras la rabia crece dentro de mí como una llama voraz. Se lo lanzo a Minerva, provocando que retroceda unos pasos, pero su determinación no vacila.

—¿¡ACASO PUEDES SANARLO!? —me levanto con brusquedad, extendiendo mi mano para señalarla con furia—. ¿Puedes curar las heridas que no son físicas?

Sus ojos se abren con sorpresa ante mi arrebato, pero su expresión se transforma en una mezcla de duda y preocupación. Ella pone sus manos en su pecho, y la expresion que hace es similar a la de ella, a la de Emilia.

Sí... como ella.

—¡Ya estoy cansado! ¡Estoy harto! —sacudo el viento con mi mano, como si pudiera dispersar mis propios tormentos con un simple gesto. Pero la realidad sigue ahí, implacable, devorándome desde adentro.

Aprieto mi pecho con fuerza, sintiendo que está a punto de estallar en mil pedazos. Mi respiración se vuelve pesada, entrecortada, como si cada inhalación fuera un esfuerzo titánico que apenas logro sostener. Pero incluso cuando intento tomar aire, no siento nada, como si mis pulmones se hubieran convertido en una cáscara vacía.

—¡Púdrete! No eres más que una antisocial, no tienes derecho a sanarme si solo vas a curar lo físico. —Mis palabras salen como un gruñido, cargadas de amargura y desesperación. Agarro mi cabeza con ambas manos, sintiendo cómo late con un ritmo frenético, como si estuviera a punto de estallar en mil fragmentos.

Sus ojos comienzan a volverse vidriosos, llenos de un dolor que refleja el mío propio. Ella aprieta sus manos con fuerza, como si pudiera contener toda la tormenta que se desata en su interior.

Intento hablar, intento explicarle lo que siento, pero lo primero que recibo es un puñetazo en el rostro, un golpe que me hace tambalear pero que apenas logra despertar una chispa de dolor en mí.

Doy un paso atrás, notando que, aunque duele un poco, no tengo la nariz rota. Entonces, ella da otro puñetazo, pero esta vez no siento temor. Solo una sensación de indiferencia, de vacío, como si ya no hubiera nada en este mundo que pueda hacerme daño.

—¡No me importa! —exclama, golpeando mi estómago con una fuerza que debería dejarme sin aliento. Pero ni siquiera eso logra perturbar mi tranquilidad interna—. ¡Lo que importa es lo que tengo en frente!

Hipócrita.

—¡Yo estoy en frente! ¡Mi mente está en frente tuyo! —Mis palabras suenan como un rugido, cargadas de rabia y frustración. Agarro su puño con una determinación férrea, halándola hacia mí y haciéndola caer al suelo con un estruendo sordo.

El mundo comienza a temblar a mi alrededor, como si la misma tierra estuviera respondiendo a mi furia desatada. Typhon emerge de las sombras, su presencia imponente como una montaña que se alza en mi contra.

Con un pisotón, se abalanza sobre mí, pero ni siquiera eso logra sacudir mi determinación.

—¡Tú no sirves! —intento invocar el poder de la pereza, pero mis palabras se desvanecen en el aire, impotentes ante la magnitud de la amenaza que se cierne sobre mí.

—¡No dejaré que le hagas algo a Nerva! —Una voz irrumpe en la escena, llena de ferocidad y determinación. Una onda de energía surge, estrellando a Typhon contra el suelo con una fuerza titánica.

Giro mi cabeza y veo a Sekhmet, su figura imponente irradiando un aura de poder y autoridad. Aunque su expresión se mantiene impasible, puedo sentir el fuego que arde en su interior, la misma furia que consume mi ser desde dentro.

Minerva se levanta del suelo, lágrimas corriendo por sus mejillas mientras vuelve a abalanzarse hacia mí con una determinación renovada.

—No... —Carmilla se interpone entre nosotros, extendiendo sus brazos con valentía para protegerme de su furia desatada. Pero incluso ella parece temblar ante la marea de emociones que amenaza con arrastrarnos a todos.

¿Qué es este espectáculo? Me pregunto, observando el caos que se desata a mi alrededor. Las palabras de Minerva y Carmilla se mezclan en el aire, pero ninguna logra penetrar la coraza de indiferencia que he erigido a mi alrededor.

A nadie debería importarle si salgo lastimado aquí o no. Pero sus voces siguen resonando en mis oídos, como un eco lejano de un mundo al que ya no pertenezco.

—No... puedo dejar que le hagas algo. —dice Carmilla nerviosa, mientras yo me quedo mirándola curioso. Carmilla parece, ¿cómo decirlo? ¿Triste? A diferencia de Minerva, cuyas lágrimas expresan su molestia, en los ojos de Carmilla veo una tristeza profunda, como si fuera consciente del abismo que se abre entre nosotros.

—¡Pero fue él! —Minerva me señala con acusación, haciendo que mi corazón lata con fuerza contra mi pecho, como si quisiera escapar de esta pesadilla—. ¿¡Yo!? Yo no hice nada. —Golpeo mi pecho con todas mis fuerzas, intentando calmar esta sensación abrumadora que amenaza con consumirme por completo—. ¡Tú fuiste quien me atacó primero!

Ella presiona sus labios, consciente de que es la verdad absoluta. Entonces escucho una risa burlona, haciéndome sonreír al recordar a quien pertenece.

—Fufu, esto es un poco divertido. —Con unos sonidos metálicos, rechinando entre sí y golpeando el suelo, la escucho. La persona que estaba esperando. Con quien podré cumplir mi cometido. Ahora me toca hacerlo.

Sin ninguna clase de duda, me giro lentamente y veo unas gigantes patas metálicas, simulando las patas de una araña, emergiendo del suelo con un crujido ominoso. Un ataúd viviente, con una niña en su interior.

Ya no escucho lo que están diciendo, todo lo que puedo ver es mi objetivo, mi única razón de existir en este momento.

Presiono el suelo con fuerza, sintiendo la tierra ceder bajo mis pies, y me abalanzo hacia ella con determinación. Ella mantiene su sonrisa, como si comprendiera lo que intento, como si estuviera dispuesta a aceptar su destino con valentía.

Extiendo mi mano, mientras escucho que llaman mi nombre desde lejos, como si estuvieran tratando de detenerme. Pero ya es demasiado tarde para volver atrás. Abro mis ojos y siento una sonrisa brotar de mí, una sonrisa llena de satisfacción y determinación.

—¡Por fin! —toco su estómago con la punta de mis dedos, y entonces, la realidad se desintegra a mi alrededor. Un destello de luz, un estallido de energía, y todo se desvanece en la oscuridad.

.

.

-. - / ... - - - ... / -. .- -.. .. . / .- -. - . / . .-.. / ... .- - -... .-. .

.

-.. ..- . .-.. .

.

.-. .- -. .- .-. . / - .. / .-. . -.-. .- -.. -

.

. .-.. / - .- -.- - .-. / -.-. - -. - .-. .- .-. .. - / -.- ..- . / . .-.. / .- - - .-. / - .. . -. . / . ... / . .-.. / ... .- - -... .-. . .-.-.-

¡D !

¡Te A E!

Ah Y , M r E.

C m r.

Mi r z ¡Deli s ! ¡S e Muy n!

La , Es sa y .

Yo.

¿Qu o?

¿Esa es mi a? ¡ ! Pero, n m llena.

Más.

Quiero .

Esto Lo que m s . Siento, mi vida . ¡Me es ! No entiendo.

¡S b en!

No m ex mi des.

T er . , .

.

Siento un sabor fuerte en mi boca, y al darme cuenta, descubro que estoy ingiriendo tierra. El polvo se adhiere a mi lengua, se desliza por mi garganta como un recordatorio de lo que acaba de suceder.

La sensación de vacío se apodera de mí, como si mi cuerpo anhelara algo que ya no poseo. No encuentro apoyo en unos brazos que ya no existen, ni en unas piernas que no responden a mis deseos. ¿Cómo he llegado a este punto? ¿He perdido mis extremidades o las he ingerido yo mismo en un frenesí de desesperación y locura?

Espera. ¿Estoy utilizando la mano oculta? La realización golpea mi mente como un rayo, despejando las sombras que nublaban mi pensamiento. Me elevo en el aire, repasando con el viento todas mis acciones.

Mi mirada se enfoca en el caos que he causado, con el suelo manchado de sangre que ahora parece tener un sabor más intenso, más real que nunca.

—El hambre es lo peor, ¿verdad? —escucho una voz, y dirijo varias de mis manos ocultas hacia Daphne, con una sed de sangre que me consume desde adentro. «Quiero comer.» Ella detiene el ataque de mis manos, mientras observo a mi alrededor, perplejo por la presencia repentina de mis seres queridos. Mis padres, mis amigos, mi equipo... ¿cuándo han llegado todos? Intento atraparlos para saciar mi hambre insaciable, pero me detengo en el último momento.

—¡No permitiré que el hambre me controle! —mi voz resuena en el aire, cargada de determinación y rabia contenida. Pero incluso mientras me resisto, siento la atracción magnética de la sangre, llamándome con un poderoso imán que me arrastra hacia la oscuridad.

—¡Marco! —Carmilla me grita, su voz cortando a través del caos como un cuchillo afilado, pero no logro ubicar su posición entre la multitud que se agolpa a mi alrededor. La confusión se mezcla con la ira en mi interior, formando una tormenta que amenaza con desatarse en cualquier momento.

El hambre me consume, una sensación abrasadora que arde en mi interior como un fuego voraz que devora todo a su paso. Sí, sin estómago, no debería sentir hambre, pero la necesidad insaciable de alimentarme persiste, como un eco doloroso de la vida que una vez tuve.

Atravieso mi estómago con una mano temblorosa, sintiendo una descarga eléctrica que me tumba al suelo, pero, aun así, el vacío persiste, implacable e inquebrantable.

Escupo más sangre, una mezcla repulsiva de hierro y desesperación, pero todo lo que consigo hacer es lamerla del suelo, como un animal desesperado por encontrar algo que calme su hambre. Intento desesperadamente usar más brazos, pero parece que solo puedo controlar uno, como si mi propia mente se revelara contra mí en un último acto de resistencia.

Me incorporo con esfuerzo, el mareo amenazando con arrastrarme de nuevo al suelo mientras la única sensación que me embarga es el hambre insaciable que me consume desde adentro.

Observo a mi alrededor, comprendiendo que este es mi final. Debería aplastar mi cabeza, al menos eso debería hacer, pero la compulsión de alimentarme me impulsa hacia adelante, como un espectro en busca de su próxima presa.

—¡Idiota! —recibo un puñetazo en la espalda, tumbándome nuevamente al suelo, pero mi única obsesión es la necesidad de alimentarme. «¡Comida!» Utilizo la mano oculta, viendo cómo Minerva se acerca a mí con una expresión de horror y disgusto.

Atrapo su brazo aún extendido y lo arranco con un movimiento rápido y despiadado. Lo acerco a mí y empiezo a masticarlo con fuerza, sintiendo cada fibra, cada músculo desgarrado entre mis dientes.

Suave, increíblemente suave, pero no tiene sabor alguno. Mastico el hueso con avidez, aprovechando el brazo para romperlo e intentar consumirlo, mientras Minerva me golpea una y otra vez, sus puños lloviendo sobre mí como una lluvia de furia y desesperación. El hambre persiste, inquebrantable, a pesar de los golpes, a pesar del dolor, a pesar de todo.

Un cosquilleo recorre mi ser mientras intento asimilar lo ocurrido, una sensación de horror y repulsión que amenaza con ahogarme en su intensidad. Un último impacto en mi nariz me obliga a abrir los ojos y enfrentar la realidad, aunque ni siquiera logro comprender lo sucedido.

Mi cuerpo ha vuelto a la normalidad, pero lo que acaba de suceder no tiene nombre.

Todo se sumió en la oscuridad y, de repente, me encontraba devorando tierra, mientras Daphne se interpone frente a mí, sonriendo con malicia, como si fuera la única respuesta a todas mis preguntas sin respuesta.

Su sonrisa, luminosa y penetrante, se clava en lo más profundo de mi ser, como un faro que guía mi rumbo en medio de la tormenta. Sabía que el hambre podía causar estragos, pero lo que estoy experimentando supera cualquier dolor que haya enfrentado en el pasado.

No hay comparación posible para este vacío voraz que consume mi ser.

La miro con una sonrisa, sintiendo la calma inundar mi ser mientras observo el cielo. —Eso fue interesante —respondo después de un largo momento, permitiendo que mis palabras se deslicen con suavidad en el aire cargado de tensión.

Echidna se acerca con una sonrisa, su presencia imponente y su mirada penetrante atrapándome en un torbellino de emociones y pensamientos. —Te dejaría disfrutar más tiempo, pero lamentablemente ha aparecido alguien indeseable —dice, su tono tranquilo pero lleno de una advertencia implícita.

¿Alguien indeseable? La única persona que viene a mi mente en ese momento es... —¿Satella? —miro a mi alrededor, pero no logro avistarla, lo que aumenta mi incertidumbre y confusión.

—Es hora de que despiertes, Marco Luz —interviene Carmilla, colocándose a un lado de Echidna, pero evitando cruzar miradas conmigo. A pesar de sus intentos por ayudarme, el motivo detrás de sus acciones aún se me escapa, dejándome con más preguntas que respuestas.

Decido acercarme a Echidna en busca de claridad, pero en ese preciso momento, el mundo comienza a desmoronarse a mi alrededor, como si la realidad misma se estuviera deshaciendo entre mis dedos.

—Esta será la última vez que nos veamos, Marco Luz. Espero que te despidas de tu cuerpo —dice Echidna, su sonrisa desafiante y enigmática siendo lo último que alcanzo a ver antes de que el mundo se quiebre en mil pedazos, sumiéndome en la oscuridad abrumadora y envolvente.

Ahora, debo despertar.

—¡Marco! —la voz de Emilia me sacude con fuerza, arrancándome de mi letargo. Parece preocupada, sus ojos llenos de angustia y sus labios temblorosos.

—¡Marco! —repite, su voz llena de urgencia mientras me mira con desesperación, sus lágrimas fluyendo con fuerza sobre su rostro.

Abro mis ojos, encontrándome con su mirada contorsionada por la preocupación y el miedo. La observo en silencio por un instante, sintiendo una extraña calma invadir mi ser.

"Eso no es algo que haría un humano".

Me pongo de pie con determinación, examinando su expresión de sorpresa con detenimiento. Fijo mi mirada en su rostro, notando con sorpresa que su labio está roto, una señal visible de que algo ha sucedido mientras estuve inconsciente.

—¿Quién te hizo eso? —mi mirada cae sobre mi mano, descubriendo una pequeña mancha de sangre en mis nudillos. Parece que estuve en movimiento, y aun así sigue mirándome preocupada, ignorando su herida.

—¡No te preocupes por eso! —Emilia se limpia con magia en un instante, desviando la atención de mi leve herida hacia sus propias preocupaciones—. Marco, necesito hablar contigo —su voz resuena con urgencia, pero yo estoy atrapado en un torbellino de pensamientos turbulentos.

Observo a Emilia con atención mientras se levanta y se acerca a mí, pero instintivamente doy varios pasos hacia atrás, manteniendo una distancia segura entre nosotros. "No te acerques", susurra una voz dentro de mí, una advertencia instintiva que me impulsa a mantenerme alejado.

—Emilia, mi pasado es algo que ni yo recuerdo muy bien, pero recientemente, mis recuerdos han estado regresando —confieso, sintiendo el peso de las palabras en mi boca mientras luchan por salir.

"Hijo, ¡huye!" La voz de mi conciencia me grita desde lo más profundo de mi ser, pero la náusea que amenaza con subir por mi garganta me obliga a contener mis emociones.

—¡Ugh! —tapo mi boca con la mano, tratando de contener el mareo que amenaza con abrumarme—. No te preocupes, en unos días, todo acabará —mi voz suena más débil de lo que pretendía, pero no tengo energía para fingir fortaleza en este momento.

Emilia intenta tomarme del brazo, pero con un movimiento brusco me libero de su agarre, dejando en claro que no quiero ayuda, ni quiero hablar con alguien en este momento.

—No me busques, no me hables, yo... —mi voz se quiebra, mis palabras atrapadas en mi garganta mientras busco desesperadamente una salida, una vía de escape de este torbellino emocional que amenaza con arrastrarme—. Estoy cansado.

Me alejo con paso vacilante, dejando atrás la seguridad aparente en el santuario y adentrándome en el bosque circundante. El sol brilla en lo alto, iluminando el camino que he elegido con una luz cruel y despiadada.

En el campamento, solicito a uno de mis soldados que traigan mi pistola. Ellos me la entregan sin cuestionar, y mi mano envuelve el frío metal con una sensación de familiaridad perturbadora. Mis ojos se encuentran con los de Erick, quien parece seguir escribiendo, ajeno a mi angustia interna.

—¿Tienen más cigarros? —mi voz suena áspera y distante mientras busco distracción en el humo y el sabor amargo de la nicotina.

Tomo la caja que me ofrecen y me alejo hacia una parte alejada en el bosque, donde la densa vegetación ofrece un refugio momentáneo de la mirada inquisitiva de los demás.

Al llegar a un claro, me dejo caer en el césped, permitiendo que el peso de mi cuerpo se hunda en la tierra suave y fresca. Mi mirada se eleva hacia el cielo, donde las nubes flotan perezosas en un mar de azul infinito.

Enciendo un cigarro y comienzo a fumar, dejando que el humo se mezcle con el aire fresco y lleno de vida del bosque. El calor del cigarro rodea mis manos, susurrando promesas de alivio temporal mientras saboreo profundamente el sabor a nicotina y hoja quemada.

La cuenta regresiva ha empezado, cada bocanada de humo marcando el paso del tiempo que se desliza inexorablemente hacia un final incierto.

Las cenizas caen al suelo, las hojas se agitan con la brisa suave del viento, y puedo sentir la presencia de alguien acercándose. Sé que me han estado siguiendo, preocupados por mi bienestar, pero ya no importa.

Nada de lo que haga o diga ahora tendrá importancia.

Debo tomar una decisión.

—Parece que Marco Luz ha dejado de existir. —Crusch me mira con ojos cargados de tristeza, mientras permanezco tendido en el suelo, atrapado en un mar de pensamientos tumultuosos que amenazan con ahogarme en la oscuridad que se cierne sobre mi alma.

Ella me observa con una profunda tristeza, como si viera a través de mi fachada de indiferencia y descubriera la verdad que se esconde detrás. O quizás sea más bien decepción lo que reflejan sus ojos, decepción por el hombre que solía ser, ahora desvanecido en la sombra de su propia desesperación.

—No quiero hablar ahora —musito con voz apagada, sintiendo el peso de la derrota aplastándome, la carga de un fracaso que se cierne sobre mis hombros como una losa insuperable.

Crusch me mira unos segundos más, como si intentara encontrar alguna chispa de la determinación que solía caracterizarme, alguna muestra de la fortaleza que una vez creyó que poseía. Luego, su mirada se desvía hacia el cielo, como buscando respuestas en las nubes dispersas que se deslizan perezosamente sobre nosotros.

—Dicen que cuando alguien fuerte se muestra débil es porque han pasado cosas horribles —susurra con voz quedada, extendiendo su mano hacia el firmamento antes de cerrarla en un puño con determinación—. Pero, yo no creo eso.

Crusch siempre ha sido una creyente ferviente en la fortaleza interior, en la capacidad de superar cualquier obstáculo con firmeza y determinación. Si existieran héroes en este mundo, ella sería una de sus más fervientes seguidoras, una guerrera incansable en la búsqueda de la justicia y la redención.

—Ya sabes que Beatrice no está muerta, entonces, deberías estar luchando por salvarla —me recuerda con voz firme, su mirada buscando la mía en busca de algún destello de la persona que solía ser, algún indicio de esperanza en medio de la desolación que me consume.

«Sí, Beatrice... Yo.» Un destello de recuerdo atraviesa mi mente, recordándome todo lo que he perdido y lo que podría perder si no logro encontrar una salida a este laberinto de desesperación y dolor en el que estoy atrapado.

"Será una niña." El destello del recuerdo atraviesa mi corazón, conectando los puntos que antes estaban oscurecidos por la confusión y el dolor, recordando su sonrisa mientras poseía en mi mano mi pistola.

Un recuerdo más se abre paso en mi mente, como una grieta en la muralla que he construido para protegerme del dolor y la culpa que amenazan con consumirme por completo.

"Le daremos una sorpresa." Las palabras retumban en mi cabeza, resonando como un eco de un pasado que creí olvidado, un recordatorio de los lazos que una vez me unieron a una vida diferente, una frágil cuerda que amenaza con romperse en cualquier momento.

El peso de la culpa se hace más intenso, aplastando mi espíritu y sumiéndome en la oscuridad que se cierne sobre mí. Ya no hay vuelta atrás, ya no hay escape. Solo queda la certeza de que debo enfrentar las consecuencias de mis acciones, por más terribles que sean.

Ya lo entiendo, lo que nunca comprendí. Los recuerdos que faltaban en mi mente, los recuerdos que estaban modificados, ahora se despliegan ante mis ojos como un panorama desolador de oscuridad y desesperación. La verdad se revela sin piedad, y comprendo con claridad la monstruosidad que habita en lo más profundo de mi ser.

Ahora sé la verdad, sé sobre el monstruo que soy. Ya entiendo el porqué de mi sufrimiento, la razón detrás de cada doloroso recuerdo que ha atormentado mi alma.

Lo merezco, merezco sufrir para luego morir.

—Ya me rendí, hice una apuesta, en unos días moriré si Emilia no es capaz de superar las pruebas. —Cierro mis ojos, ya no tengo más que decir. No importa si Crusch lo sabe; sé que ella no dirá nada a Emilia.

Como Crusch no puede tomar la prueba, tampoco serviría de nada. Mis palabras resuenan en el aire, cargadas de resignación y amargura, mientras acepto mi destino con una calma gélida.

—¿Morirás? ¿Estás hablando en serio? —la voz de Crusch irrumpe en mi conciencia, llena de incredulidad y preocupación, pero yo ya he tomado mi decisión y nada podrá hacerme cambiar de opinión.

Suspiro con gracia, ella es capaz de ver que digo la verdad, de percibir la frialdad que se ha apoderado de mi ser y la determinación con la que enfrento mi destino inevitable.

—Con la intención de encontrar una forma de salvar a Beatrice, hice un contrato, apostando mi alma —confieso con voz ronca, dejando al descubierto la desesperación que me ha llevado a este punto—. Si Emilia no es capaz de hacerlo, entonces desapareceré... Creería que nadie se dará cuenta, puesto que mi alma será reemplazada.

Mis palabras caen como una losa entre nosotros, llenas de pesar y desesperanza, y sé que Crusch se encuentra tan perdida como yo en medio de este torbellino de emociones y revelaciones.

Crusch ya no pertenece a este mundo. No debería importar si le cuento o no, puesto que no veo efecto o no he muerto, no debería haber roto el contrato. No cuenta cómo ayudar a Emilia, así que no debería ser un problema. Además, Echidna me lo debe.

—¿¡Eres idiota!? —Crusch estalla en un arranque de ira, sus manos apretadas en puños y su mirada llena de furia—. ¿Cómo te metiste en algo así?

Me encojo de hombros, sin decir nada. Qué sorpresa ver a Crusch molesta, su firmeza y su expresión, aun decepcionada, son capaces de mostrar tanta rabia. Pero ya no me importa lo que piense de mí, ya he aceptado mi destino y estoy listo para enfrentarlo con la cabeza en alto, aunque sea el final de todo.

—Si te molesta, quiero estar solo —declaro con frialdad, apartándome de ella y buscando refugio en mi propio silencio, en mi propio dolor.

Crusch me mira con incredulidad, incapaz de comprender la tormenta que se agita dentro de mí, la oscuridad que amenaza con devorarme por completo. Ella aprieta sus manos con fuerza y me da la espalda, abandonándome a mi suerte en medio de la desolación que me rodea.

«No sabé ni un poco sobre mí, aun asi me mira con esos ojos.» Es claro que si supiera el monstruo que soy me odiaría, entendería el motivo por el cual debo morir, el motivo por el cual sería el mejor final de todos.

—Yo pensaba que tú... —sus palabras se desvanecen en el aire, ahogadas por el peso de la decepción y el desencanto—. Me equivoqué contigo.

«Sí, se ha equivocado totalmente.» Hasta yo lo he hecho. Pensaba que me conocía, pensaba que recordaba las cosas como eran. Pero parece que mi cerebro había borrado todos los recuerdos puntuales, todas las situaciones traumáticas.

Ahora que recuerdo lo que hice, hasta dónde llegaron mis acciones irresponsables. Todo por querer ser un héroe.

Esto es el fin, mi historia acaba aquí. Moriré, quedaré aprisionado por el resto de mi vida en un cuerpo, viendo cómo otra alma lo utiliza. Pero no me importa, le pediré piedad a Echidna y haré que me asesine.

Mientras no me haga un espíritu artificial, estaré bien. Ya no quiero vivir, no necesito vivir.

No cuando mis manos están manchadas con la sangre de mis seres queridos.

La oscuridad me envuelve, y me dejo consumir por ella, aceptando mi destino con resignación y amargura.